martes, 16 de febrero de 2016

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)


EL CIELO
Capitulo XI
«El Cielo está aquí. No existe ningún otro lugar. El Cielo es ahora. No existe ningún otro tiempo.»
 LA DECISIÓN DE SER FELIZ
«El Cielo es la alternativa por la que me tengo que decidir.»
"La voluntad de Dios es que seamos felices" ahora.
Al pedir que se haga Su voluntad, damos instrucciones a la mente para que se concentre en la belleza de la vida, en cada una de las razones que tenemos para celebrar en vez de estar de duelo. Generalmente nos imaginamos lo que pensamos que nos haría felices, y después tratamos de hacer que suceda.
Pero la felicidad no depende de las circunstancias.
Hay personas que lo tienen todo para ser felices y no lo son, y otras que sí lo son a pesar de tener auténticos problemas.
La clave de la felicidad es la decisión de ser feliz.
En los últimos años se ha hablado mucho de «reconocer nuestros sentimientos». Es un concepto importante, pero que puede ser usado por el ego para sus propios fines.
La mayoría de las veces, cuando oímos decir «reconoce tus sentimientos», se refieren a los negativos:
«Sé consciente de tu dolor, o de tu rabia, o de tu vergüenza».
Pero necesitamos tanto apoyo para reconocer nuestros sentimientos positivos como para reconocer los negativos.
El ego se resiste a la vivencia de cualquier tipo de emoción auténtica. Necesitamos apoyo y permiso para sentir nuestro amor, nuestra satisfacción y nuestra felicidad.
El ego libra una secreta batalla contra la felicidad.
Recuerdo que cuando estaba en la universidad, solía pasearme con libros de poesía rusa bajo el brazo, cultivando una actitud sofisticada y cínica que me parecía propia de una persona inteligente.
Sentía que aquello indicaba que yo entendía la condición humana, hasta que me di cuenta de que mi cinismo revelaba muy poca comprensión de la condición humana, porque lo más importante de tal condición es que estamos siempre escogiendo.
Siempre podemos optar por percibir las cosas de otra manera.
Se dice que podemos ver el vaso medio vacío o medio lleno. Podemos concentrarnos en lo que nos va mal en la vida o en lo que nos va bien, y tanto en un caso como en el otro será precisamente de eso de lo que recibamos más.
La creación es una extensión del pensamiento. Piensa en la escasez y recibirás escasez, piensa en la abundancia y recibirás abundancia.
Puedo oír las voces que dicen: «Pero cuando actúo como si todo fuera estupendamente bien, no soy sincero conmigo mismo».
Pero el yo negativo no es nuestro yo verdadero; es más bien el impostor.
Necesitamos estar en contacto con nuestros sentimientos negativos, pero sólo para liberarnos de ellos y sentir el amor que se oculta debajo. No es tan difícil tener sentimientos y pensamientos positivos. El problema es que nos resistimos a ellos porque nos hacen sentir culpables.
Para el ego no hay mayor crimen que el de reclamar nuestra herencia natural. «Si soy rico -dice el ego-, otra gente será pobre.
Si tengo éxito, puedo herir los sentimientos de otras personas. ¿Quién soy yo para tenerlo todo? Seré una amenaza y ya no le gustaré nunca a nadie.» Estos son algunos de los argumentos que el ego nos mete en la cabeza.
El Curso nos advierte del peligro de las creencias ocultas.
Una creencia oculta que muchos compartimos es que está mal ser demasiado feliz. El dogma religioso del ego no nos ha ayudado.
Se ha glorificado el sufrimiento. La gente se ha concentrado más en la crucifixión que en la resurrección.
Pero la crucifixión sin la resurrección es un símbolo que no tiene significado. La crucifixión es la pauta de energía del miedo, la manifestación de un corazón cerrado.
La resurrección es la inversión de esa pauta, que se da cuando dejamos de pensar en el miedo para concentrarnos en el amor. Examina la crucifixión, dice Un curso de milagros, pero no te detengas en ella. «Bienaventurados los que tienen fe en lo que no pueden ver», dice Jesús. Es fácil tener fe cuando las cosas van bien, pero en la vida hay momentos en que tenemos que volar a ciegas, como un piloto que hace un aterrizaje con mala visibilidad y tiene que confiar en que los instrumentos decidan por él.
Y lo mismo pasa con nosotros cuando las cosas no son como nos gustaría que fueran. Sabemos que la vida es un proceso, y que siempre avanza hacia un mayor bien. Lo que pasa es que nosotros no podemos verlo.
En esos momentos confiamos en que nuestro radar espiritual navegue por nosotros. Confiamos en que haya un final feliz.
Por nuestra fe, mediante nuestra confianza, invocamos su señal.
La resurrección es una vehemente llamada a seguir avanzando. Representa la decisión de ver la luz en medio de la oscuridad.
El Talmud, el libro judío de la sabiduría, dice cómo hay que comportarse en épocas de oscuridad: «Durante el tiempo de la noche más oscura, actúa como si ya hubiera llegado la mañana». Dios nos da la respuesta a cada problema en el momento en que se produce. El tiempo, como ya hemos visto, no es más que una idea. Es el reflejo físico de nuestra fe o nuestra falta de fe.
Si pensamos que una herida va a necesitar mucho tiempo para sanar, lo necesitará. Si aceptamos la voluntad de Dios como algo ya cumplido, experimentaremos inmediatamente la sanación de todas nuestras heridas.
«Sólo la paciencia infinita produce resultados inmediatos.»
El universo fue creado para apoyarnos en todos los aspectos.
Dios está constantemente expresando Su infinito cuidado por nosotros. El único problema es que nosotros no estamos de acuerdo con Él. No nos amamos como Él nos ama, y por eso impedimos que se produzcan los milagros a los que tenemos derecho.
El mundo nos ha enseñado a creer que somos inferiores, que no somos perfectos, que es una actitud arrogante pensar que merecemos una felicidad completa.
Este es el punto donde nos quedamos atascados.
Si nos pasa algo -el amor, el éxito, la felicidad- que sólo parece adecuado para una persona «que realmente se lo merezca», nuestra mente subconsciente decide que eso no es para nosotros, y nos saboteamos las oportunidades de ser felices.
Pocas personas nos han agraviado como nosotros nos agraviamos. Nadie nos ha sacado los caramelos de las manos tantas veces como nosotros mismos los hemos tirado.
Hemos sido incapaces de aceptar el júbilo porque no concuerda con la idea que tenemos de nosotros mismos. En contraste con la ínfima apreciación que tiene el ego de nuestro valor, está la verdad tal como Dios la ha creado.
No hay luz más brillante que la que resplandece dentro de nosotros. No importa si la vemos o no. Está ahí porque ahí la puso Dios.
Ser felices no es sólo nuestro derecho sino, en cierto sentido, también nuestra responsabilidad. Dios no nos da la felicidad para nosotros solos. Nos la da para que podamos afirmarnos más en el mundo en Su nombre.
La felicidad es un signo de que hemos aceptado la voluntad de Dios. Es mucho más fácil fruncir el ceño que sonreír. Es fácil ser cínico. En realidad, es una excusa para no ayudar al mundo. Siempre que alguien me dice que está muy deprimido por el hambre que hay en el mundo, le pregunto si da cinco dólares mensuales a alguna de las organizaciones de ayuda a los necesitados.
Y lo pregunto porque he observado que la gente que participa en la solución de los problemas no parece estar tan deprimida por ellos como los que se quedan entre bastidores sin hacer nada.
La esperanza nace de participar en soluciones esperanzadoras. Somos felices en la medida en que optamos por ver y crear las razones para la felicidad.
El optimismo y la felicidad son los resultados del trabajo espiritual. Un curso de milagros afirma: «El amor espera la bienvenida, pero no en el tiempo». El Cielo sólo espera nuestra aceptación.
No es algo que vayamos a experimentar «más tarde».
«Más tarde» no es más que una idea. «Alegraos -decía Jesús-, porque he vencido al mundo.» Se daba cuenta, como podemos darnos cuenta también nosotros, de que el mundo no tiene poder ante el poder de Dios. No es real. No es más que una ilusión. Dios ha creado el amor como la única realidad, el único poder. Y así es.

NUESTRA CAPACIDAD DE BRILLAR.
«Puedes alzar la mano y tocar el Cielo.»
A los ojos de Dios, todos somos perfectos y tenemos una capacidad ilimitada de expresarnos brillantemente. Digo capacidad ilimitada y no potencial ilimitado porque este último concepto puede ser peligroso si lo utilizamos para esclavizarnos a nosotros mismos, para vivir en el futuro y no en el presente y para sumirnos en la desesperación comparándonos constantemente con lo que creemos que podríamos ser.
Mientras no seamos maestros perfectos, es imposible por definición que vivamos a la altura de nuestro potencial, que siempre será algo que sólo podremos alcanzar más adelante. Se trata de un concepto que puede hundirnos en la impotencia personal.
Si nos centramos en el potencial humano seguiremos siendo impotentes. Centrémonos en la capacidad humana, que se expresa en el presente. Es inmediata. La clave no está en lo que tenemos dentro, sino en lo que estamos dispuestos a reconocer de lo que tenemos dentro. No tiene sentido esperar a ser perfectos en todo lo que hacemos, o maestros iluminados, o doctores en filosofía de la vida, antes de abrirnos a lo que somos capaces de hacer ahora.
Por supuesto que hoy no somos tan buenos como seremos mañana; pero, ¿cómo vamos a llegar a la promesa de mañana sin hacer algo hoy? Recuerdo haberme pasado años tan preocupada por las opciones que me ofrecía la vida, que no me movía.
Estaba paralizada por tantas posibilidades.
No podía imaginarme qué camino me llevaría a la realización de mi «potencial», ese glorioso mito neurótico que siempre estaba ahí esperando, precisamente enfrente de todo aquello que yo podía manifestar en el presente. Por ello, me sentía siempre demasiado asustada para moverme.
Y el miedo, por supuesto, es el gran traidor del Yo.
La diferencia entre las personas que «viven su potencial» y las que no lo hacen no es la cantidad de potencial que poseen, sino la cantidad de permiso que se dan a sí mismas para vivir en el presente.
Somos la generación adulta.
Tenemos cuerpos adultos, responsabilidades adultas y profesiones adultas. Lo que a muchos de nosotros nos falta es un contexto adulto para nuestra vida, en el que nos demos permiso para brillar, para florecer plenamente, para mostrarnos poderosamente en el presente sin temor de no valer lo suficiente.
Esperar un futuro próspero es una manera de asegurarnos de que jamás llegue. Un adolescente sueña con lo que será.
Un adulto se regocija en el presente.
Una vez tuve una terapeuta que me dijo que mi problema era que quería ir directamente del punto A a los puntos X, Y y Z, y parecía incapaz de moverme del punto A al punto B, de ir paso a paso.
Es mucho más fácil soñar con el punto Z que moverse realmente hasta el punto B.
Es más fácil practicar nuestro discurso de aceptación del Oscar que ponerse en marcha y acudir a las clases de interpretación.
Con frecuencia tenemos miedo de hacer algo a menos que sepamos que podemos hacerlo perfectamente bien.
Pero al Carnegie Hall se llega practicando.
Recuerdo cuán liberador fue para mí hace varios años leer en una entrevista con Joan Baez que algunas de las primeras canciones de Bob Dylan no eran tan maravillosas como se decía.
Tenemos la imagen del genio surgiendo en plena madurez de la cabeza de Zeus. Una vez le pedí a alguien que diera una conferencia por mí mientras yo estaba fuera de la ciudad, y me respondió que sentía que no podía hacerlo tan bien como yo. -¡Claro que no! -le dije- ¡Yo hace años que lo hago! ¿Pero cómo vas a aprender a hacerlo si no empiezas alguna vez?
Creo que la razón de que la gente no tenga hoy tantas aficiones como solía tener en generaciones pasadas es que no podemos soportar hacer nada en lo que no seamos fabulosos.
Hace varios años empecé a tomar otra vez lecciones de piano, después de haber tocado durante muchos años cuando era niña.
No soy Chopin, pero el solo hecho de tocar tuvo para mí un gran efecto terapéutico.
Vi muy claramente que no hay que ser un virtuoso en todo para ser un virtuoso en la vida.
Esto último significa cantar, pero no necesariamente cantar bien. Casi todos nos sentimos en algún nivel como caballos de carreras que muerden el bocado y se agolpan contra el portón, esperando y rezando para que alguien venga a abrirnos la puerta y podamos finalmente correr. Sentimos tanta energía reprimida, tanto talento inmovilizado... En nuestro corazón sabemos que nacimos para hacer grandes cosas y tenemos un miedo profundo de desperdiciar nuestra vida. Pero la única persona a quien podemos liberar es a nosotros mismos. La mayoría lo sabemos.
Nos damos cuenta de que la puerta cerrada con llave es nuestro propio miedo. Pero a estas alturas hemos aprendido que en algún nivel nuestro terror de avanzar es tan grande que se necesitaría un milagro para liberarnos.
El ego quisiera que naciéramos con un gran potencial y muriéramos con un gran potencial. En medio hay un sufrimiento cada vez mayor. Un milagro nos deja en libertad para vivir plenamente en el presente, para liberar nuestro poder y reclamar nuestra gloria.
El Hijo de Dios se eleva al Cielo cuando libera el pasado y el futuro, y así se autolibera para ser quien es hoy.
"El infierno es lo que el ego hace del presente." El Cielo es otra manera de considerar la totalidad.

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