lunes, 28 de marzo de 2016

LIBRO HIJOS DEL SOL-ESENCIA Y ORIGEN DE LA GRAN FRATERNIDAD DE LOS HIJOS DEL SOL


NEFERTITI
Hija del gran cortesano y dignatario de la corte Hay, amigo personal de Amenofis III, consiguió ya desde el principio romper el protocolo cortesano y las tradiciones, puesto que lo normal hubiera sido que Akhenaton se casara con su propia hermana Sit-Amón. Pero la personalidad magnética, bella y seductora de Nefertiti cautivó el corazón del Rey.
Contaba solo doce años, cuando la hija de Hay fuera entregada como esposa a Akhenaton, que a su vez contaba con sólo dos años más. Fueron una pareja carismática, entregada por amor, al proyecto monoteísta de instaurar un culto único, que pudiera hermanar al hombre con un solo Dios.
Nefertiti había sido instruida en los misterios y tenía compenetrada en su alma la parte femenina de un Avatar.
Ella sabía que Dios vive consciente, creativo y directivo en los Soles del Universo. Que cada Sol contiene la genética planetaria y los espíritus de cada individuo. Ella sabía que en los Soles viven los Elohim, señores creadores de vida. Que cada Sol es un Padre, un Cristo, un pequeño delegado de la Suprema esencia Divina. Es por esto que enseguida se incorporó como suprema sacerdotisa al culto a Aton.
Tuvo seis hijas con Akhenaton. Finalmente tuvo otro hijo, pero teniendo el niño unos pocos meses murió junto a su madre en una de las frecuentes plagas infecciosas que golpeaban a la población. Fue enterrada con su pequeño, pero los iniciados de la Gran Fraternidad Solar cortaron su boca con objeto de que no contara los secretos de los iniciados al llegar al otro mundo.
Nefertiti reencarnó posteriormente como José de Arimatea, con la misma función de guardar el Grial. Akhenaton y Nefertiti fueron, son y serán siempre “La pareja Solar” y junto con sus iniciados cantaron su dios Aton con amor y veneración el gran canto crístico que igualara y rememorara dos mil años después el propio Jesucristo cuando decía: “Yo soy la Luz del Mundo”.
Nefertiti fue compenetrada por los valores de Isis, la Gran Madre e inspiró, incluso impulsó con más fuerza que su propio esposo el culto carismático y monoteísta de Aton. De hecho a su muerte, el faraón vivió una tremenda crisis generando el final de su esplendor.
LOS SEÑORES DE LAS ESTRELLAS
Akhenaton fue un contactado de los seres provenientes de Orión. El culto monoteísta y carismático que proponían sus hermanos cósmicos trataba en todo momento de acercar al ser humano a la esencia divina que cada uno portamos dentro.
Todo estaba preparado para el nacimiento del Avatar de la Era de Aries, Moisés. Se habían realizado muchas intervenciones genéticas y todo estaba dirigido para conseguir una selección de una calidad humana más elevada, más psíquica y más intuitiva. Pero los hijos de Set, los setánicos, también se movían con planes contrarios. Una minoría de sacerdotes del culto de Amon también practicaba sus ritos y sus oraciones para derribar al Faraón y su culto. Estos iniciados setánicos vestían de negro en sus ceremonias y su símbolo era una pirámide invertida. Casi todos ellos están ahora reencarnados en la casta sacerdotal de la Iglesia Católica.
Tal fue el combate entre unos y otros, que los Señores de las Estrellas tuvieron que abortar varios planes para asesinar al Faraón.
Finalmente tuvieron que aconsejar al Rey que abandonara su palacio paterno de Tebas y los de Menfis y Heliópolis construyéndose una ciudad separada de las rutas y del bullicio del pueblo. Finalmente se puso en marcha la construcción de la ciudad de Aton, en el desierto, a medio camino entre Tebas y Menfis.
Fue la ciudad de Amarna. Donde el Faraón, su esposa, y sus seguidores más directos se refugiaron no tanto por vocación, sino para defenderse de las intrigas de la casta sacerdotal, que tenía el dinero y los medios para conspirar en toda regla contra el propio Faraón. Incluso se habían conspirado con el propio ejército.
Sobre todo el general Horenheb, hombre conservador y seguidor de las viejas tradiciones, veía con malos ojos, el que su soberano se entregara a aquellas extrañas prácticas religiosas, apartándose de las tradiciones, mientras que los Hititas y babilónicos, habían extendido sus imperios por el Norte invadiendo Mittani y las fronteras del propio imperio egipcio. Este general junto con otros cortesanos estaba preparando un verdadero golpe de estado.
Había conseguido hacerse con la confianza de la casta sacerdotal y en los próximos años, conseguiría hacerse con el poder, después de que Tutankhamon, hijo de Akhenaton y de su madre Tiy, fuera asesinado siendo prácticamente un niño.
Horemjeb, se casó finalmente con una de las seis hijas de Akhenaton, legalizando así la toma del poder, dando origen a la saga de los Ramsémidas. Volviendo a los “Señores de las Estrellas”, sabedores de que el culto a Aton y por tanto el monoteísmo no se podía instaurar en Egipto, idearon un plan asombroso que en los próximos años, llevaría a todo un pueblo a instaurar en forma rotunda el monoteísmo. Por un lado, ordenaron la disolución de la Fraternidad Solar, haciendo viajar a sus miembros con los misterios a las distintas naciones del mundo entonces conocido. Todos estos hombres crearon en cada cultura cultos y actividades iniciáticas a semejanza de lo aprendido en Egipto. El mejor de lo iniciados de la Fraternidad llamado Jetró, se le ordenó viajar a la península de Sinaí, en Madiam, con el fin de preservar el conocimiento, que en su día debía ser entregado al Avatar de Aries, Moisés.
Se le indicó al Faraón que debía tener un hijo con su propia madre Tiy, a fin de que los anticuerpos sembrados en él pasaran a su hijo Tutankhamon. Se seleccionó una hebrea, que portaba los valores genéticos de viejo padre Jacob, para que una vez en palacio tuviera un hijo con Akhenaton, a fin de que naciera de esta unión el propio Moisés. Y finalmente se le ordenó al propio Faraón, se preparara para dejar este mundo, pero no muerto, sino vivo y consciente, puesto que el plan de monoteísmo se realizaría no por sí mismo, sino a través de uno de sus hijos. Pero el estaría en el carro celeste (ovni) con los Señores de las Estrellas, mientras que Moisés, sería guiado, junto a su pueblo a realizar la utopía del monoteísmo pero no en Egipto, sino en la Tierra Prometida. Fue en la sala oval. Akhenaton había bajado a los pasadizos interiores del Egipto oculto. Una vez al año acudía el Faraón en solitario a este lugar para el rito de regeneración. Se trataba de purificar el cuerpo y el alma en las estancias subterráneas de la Gran Pirámide, para ascender después, por un angosto pasadizo hasta la cumbre de la propia pirámide, donde se encontraba el monolito traído por los viejos padres. El pasadizo contenía una pequeña plataforma de madera donde sólo cabía un hombre. Por el centro de dicha plataforma pasaba una cuerda de esparto, que a su vez estaba sujeta a un juego de poleas en la cúspide de la pirámide.
El propio Faraón tiraba de la cuerda hasta llegar a la cumbre y allí en postura de loto recibía la energía psicotrónica del cosmos.
En estas prácticas, que duraban hasta tres horas de contemplación se podía perder hasta cinco kilos de peso corporal, a la vez que se llegaba casi a un estado de deshidratación, por la pérdida de varios litros de sudor. Estaba en la sala oval, a punto de ascender por el pequeño ascensor, cuando la inmensa sala se iluminó con un extraño esplendor. El olor azufroso junto con un sinfín de chispas estáticas, hicieron palidecer al Faraón. De repente en el centro de la estancia se hizo presente una extraña máquina plateada, parecida a dos gigantescas escudillas de comida adheridas por el centro. Akhenaton había visto varias veces estas manifestaciones de los dioses, puesto que en las reuniones de la Gran Fraternidad eran frecuentes las visitas de los “Señores de las Estrellas” en dicha sala. Pero a pesar de tales visitas, nunca se terminaba de asombrar y de sorprender por la magnífica presencia de los “dioses”.
La máquina voladora tenía unos veinte metros de diámetro y cerca de seis metros de alto en la cúspide. Del lado inferior de la misma comenzó a abrirse una costura luminosa y casi al instante apareció ante el Rey, el gran Ramerik; Maestro Supremo de Orión, que en los tiempos del nacimiento del Viejo Imperio, habría venido con el nombre de Ra, para instruir a Thotek y los primeros Faraones.
En esta ocasión no venían con él sus hermanos, Osiris, Isis y Anubis. - Maestro, ¿Qué deseáis de mí? - Vengo a prevenirte y a anunciarte que el plan que te anunciamos por medio de nuestro hermano Amenhotep, “que viva muchos años en el Paraíso”; va a ser modificado. No es posible establecer entre tu pueblo el culto a una sola unidad de conciencia. No se dan las condiciones sociales, políticas y sobre todo espirituales que nos permitan romper las supersticiones religiosas, el dominio de la casta sacerdotal y la ignorancia de la mayoría de los educadores de tu pueblo.
Dispersa la Fraternidad. Y disponte a venir con nosotros. - ¿Pero como puedo yo ser digno de tal honor?, ¿Y que pasará con mis hermanos y mis hijos? - Ellos tienen su propio programa de vida. Todos están cumpliendo su propio devenir. A pesar de todo tu amor por ellos, nada ni nadie puede alterar su recorrido evolutivo. Cada uno tiene que realizar su verdad, sin que podamos alterarla. Incluso viendo a tu propio hijo metiéndose en el peligro más grande, y aún desgarrando tu corazón, el debe experimentar por sí mismo y establecer conciencia por dicha experimentación. -
A partir de este momento no comerás carne, no tomarás bebidas nocivas, y no vendrás a las ceremonias de regeneración. Cuando la Ciudad del Sol esté concluida procurarás no salir a las fronteras ni permanecer mucho tiempo en Tebas. Existe todo un programa humano y suprahumano que quiere aniquilar nuestro proyecto y acabar con tu vida. Está a punto de nacer el Avatar del Carnero, y lo hará de tu carne y de tu sangre. - ¿Quién será la madre, gran Maestro? - No lo será tu amada esposa, ni tu madre, ni ninguna de tus hijas. Ya está designado el vientre que tendrá tal honor. No será princesa ni hija de nobles. Será humilde, callada y virgen.
El más grande de los Señores de Cielo nacerá de una esclava, a fin de que se cumpla el misterio por el cual, el Señor, servirá al esclavo, a fin de que el esclavo aprenda a amar al Padre Creador de todas las Cosas. ¡Pero escucha bien Akhenaton! La mujer designada no será de tu harén. Ni será obligada a engendrar, ni poseída.
Pues todo Avatar debe nacer del amor y del deseo entre los dos principios. - ¿Cómo sabré que es la mujer designada? - Tú no lo sabrás, sino tu corazón. Él te arrastrará hacia ella, pues la elección no la haces tú, sino el que cabalga sobre ti. - Sea pues, así y hágase la voluntad del cielo. En muy pocos segundos, la figura de Ramerik se adentró en el plato volador y casi al instante la sala oval se quedó en un profundo silencio, con la pena del faraón, que pensaba en tanto esfuerzo de su padre, de su maestro y de los hermanos de la Fraternidad baldíos. ¿Cómo podía decir a los suyos que la utopía y el propósito de sus vidas no se podía realizar? Desde aquel encuentro Akhenaton, se refugió en una profunda tristeza interior, dejando el imperio en manos de sus funcionarios. Ya no sería más el Rey, sino el ermitaño del desierto.
La Fraternidad se reunió una vez más bajo la Gran Pirámide.
Se escondieron los símbolos sagrados. Se ocultó el escarabajo de diamante límpido. Se cerraron las galerías. Se ocultaron los libros de Thot; de alguno de los cuales, se habían hecho copias en los años anteriores. (Muchos de estos libros fueron pasto de las llamas en el incendio de la Biblioteca de Alejandría). Se inundaron varios pasadizos. Los “Señores de las Estrellas” dejaron en la sala oval el testimonio de su presencia, puesto que uno de sus vehículos aún permanece allí en nuestros días. El llanto, y la impotencia de los setenta y dos hermanos resonó en todo el Cosmos. Tembló la palmera, lloraron todos los perros de Egipto. Se obscureció el cielo. Trepidó la tierra. Los niños en las cunas gritaron al unísono desconsolados. El tiempo paró y el espacio se encogió en aquella ceremonia de la Fraternidad de los Hijos del Sol.
Nefertiti y Akhenaton abrazaron a cada uno de sus hermanos. Todos se conjuraron para retornar unidos en las siguientes vidas. En el centro de la sala oval se dibujaron las siluetas de Ramerik, Isis, Osiris, Anubis. Era el “adiós” de aquel tiempo para adentrarse en “hasta la eternidad” del reencuentro. Es por esto que nuestros corazones lloran todavía cuando el espíritu inmortal rememora los símbolos del “Corazón Púrpura”, “La Rosa” “La Cruz”, ciertos sonidos, ciertas posturas, ciertas imágenes, que siguen guardadas en nuestras almas. Es por esto que por miles de años, nos quedamos sin familia, sin patria, sin hogar donde descansar nuestros corazones. Es por esto que nuestros huesos se duelen al no poder todavía verter entre “los cerdos” las “perlas” de aquel “supremo conocimiento”. Hubo más reuniones, pero no en Menfis, sino en Amarna. Pero no se volvió a alcanzar la brillantez y la plenitud de antaño. Los hermanos fueron poco a poco alcanzando sus destinos en el mundo. Jetró, el mejor de todos ellos terminó por destrozar el corazón del Faraón y de su esposa al marchar a Madiam. Era el tercer año del comienzo de las obras de Amarna. Akhenaton tuvo que viajar todavía una vez más a Menfis. Razones de estado le obligaron a entrevistarse con la plana mayor de sus ejércitos. La historia de Egipto se centraba en dos centros de poder fundamentales; por un lado Menfis y por otro Tebas. Amenhotep III, el padre del Faraón Hereje, había preferido Tebas, pero una gran parte de los servicios administrativos del imperio se ubicaban en Menfis. El palacio del Rey era suntuoso, siempre lleno de nobles, de funcionarios de diverso rango y escalafón. Cuando el Faraón no estaba en él, se encendía una lámpara de aceite en los aposentos reales como si el alma del soberano estuviera acompañando a sus súbditos. - Dime Hatot, ¿Quién es la esclava que cada mañana recoge los lienzos de mi lecho y renueva mi vestuario? El mayordomo del palacio quedó un poco asombrado de que el “hijo de los Dioses” se interesara por aquella esclava hebrea. - Se trata de Betsabet; mi señor. Es una joven hebrea que se ocupa de la lavandería de palacio. ¿La deseáis para vos, Señor? - No mi buen mayordomo. Tu señor, el hijo de los Dioses, aún teniéndolo todo, debe mostrar despego a su pueblo.
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Akhenaton recordaba las palabras severas de Ramerik.
A ninguna mujer podía poseer contra su voluntad. Día a día, Betsabet esperaba tras el lienzo de terciopelo la salida del Faraón para proceder al aseo de su estancia.
La mirada baja y sumisa, escondían una bellísima cara morena, repleta de ternura y de candor. Jamás hubiera imaginado que el Rey se había fijado en ella. - Pasa a mi estancia Betsabet. - Divinidad; ¿Qué deseáis de mí y cómo sabéis mi nombre? -
Os deseo a vos. Sería el ser más afortunado del mundo si esta noche yacéis conmigo. Akhenaton se quedó perplejo al comprobar la osadía de su ruego. Incluso siendo el Faraón, y sobre todo por esto mismo, debía guardar la compostura que correspondía a su rango. Eran normalmente los mayordomos reales, los que acudían al harén real para buscar la mujer a la que correspondía yacer con el Faraón. - Vos sois mi señor. Tomad de mi cuanto deseéis. Pero os ruego que consideréis mi condición de sirviente y de fiel creyente en mi Dios y en mis tradiciones. Sólo puedo entregarme al hombre que sea mi esposo. - ¿De que Dios hablas? - Del único Dios, Padre creador de todas las Cosas, Yahvé. Justo al pronunciar esta palabra, la mente del Rey comenzó a girar a una tremenda velocidad.
Estaba intentando unificar a su pueblo en torno a un solo Dios, cuando entre las clases más bajas ya existía esta semilla. Además se trataba de un pueblo de esclavos, que por ser reprimidos, habían fortalecido sus lazos de supervivencia mediante la unión lógica de las especies amenazadas. - ¡Háblame más de tu Dios! - Poco puedo contaros yo mi Señor, sólo los rabinos pueden hablar de El. - Ve en paz, Betsabet yo acallaré mi deseo en nombre de tu Dios.
Los siguientes días, fueron intensos para Akhenaton, no tanto por el trabajo propio de su reino, sino por las reuniones diarias que mantuvo con los rabinos más viejos del pueblo de Israel. Fue en ese tiempo cuando comenzó a valorar de nuevo la construcción de la Sinarquía Solar pero no de la mano de su pueblo, sino de los esclavos. Iba finalmente comprendiendo los planes de los “Señores de las Estrellas” trasmitidos por Ramerik.
Si efectivamente aquellos cientos de miles de parias, conseguían un caudillo, se darían las condiciones óptimas para comenzar un nuevo orden. El mayor problema estaba en la promesa que su Dios, les había dado de recuperar la tierra prometida, que al parecer estaba al Norte de su imperio. Inevitablemente la Sinarquía Monoteísta se produciría no en Egipto sino fuera. Fueron días tormentosos para el Faraón. El deseo de poseer a Betsabet no le dejaba descansar. Trataba de retenerla junto a sí, pero volvía a su mente las palabras de Ramerik, con la prohibición de no poseer a la mujer. Algo en el corazón del Rey le decía que aquella era la mujer. Pero ella no mostraba ningún deseo hacia su Señor. Pasaron dieciocho días. Había Luna llena. Aquella noche la joven virgen, dormía en su habitáculo, en la parte posterior del palacio. En los arrabales de los esclavos hebreos. Era una noche normal. Betsabet dormía plenamente, la jornada de palacio la había extenuado.
En un momento comenzó a soñar. Se veía arrebatada por una extraña luz que estaba encima del palacio. Aunque estaba dormida sentía plenamente la suave brisa de las noches de Menfis, el vértigo de ganar altura y el miedo a caerse. Luego se vio reposando en un lecho blanco. Todo estaba lleno de luz. Estaba desnuda, pero no sentía vergüenza alguna. Pequeños hombrecitos con grandes ojos negros iban y venían por la espaciosa sala, portando instrumentos o herramientas que nunca había visto. En la sala entró un ser alto que desprendía luz. Era bellísimo. Emanaba una beatífica sensación de amor. La joven parecía vivir en el paraíso. Pero este estado no duró mucho puesto que los seres pequeñajos comenzaron a introducir unas varillas metálicas por todo su cuerpo. No sentía dolor alguno, pero se veía ultrajada en su intimidad, sobre todo por que dos varillas entraron por su vagina. El sueño se tornaba tortuoso y comenzó a sentir angustia. Pero no podía retornar a la vigilia, pues se sentía prisionera de un estado cataléptico que nunca en su vida había experimentado. Finalmente se despertó sudorosa, jadeante, llorando.
Todo parecía estar normal, pero comprobó horrorizada que en los lienzos que cubrían la paja del lecho, había sangre, que a su vez había salido de su sexo. Miró su cuerpo y comprobó asimismo que su cuerpo tenía marcas precisas de incisiones que se correspondían con la ubicación de las varillas del sueño. ¿Lo había soñado, o simplemente estaba loca? ¿Qué habían metido aquellos hombrecillos en su sexo? No pudo responderse, no solo por que no tenía respuesta alguna, sino por que la campana de palacio le recordaba que estaba amaneciendo y comenzaba su tarea habitual. Corrió con suavidad la cortina de la puerta que daba acceso a la estancia del Faraón. Akhenaton vio a la doncella con una belleza inusitada, mordiéndose el deseo como los días anteriores. ¿Cómo era posible que el Rey de Egipto, que tenía miles de mujeres a su servicio se hubiera obsesionado con aquella esclava? Pero ocurrió el milagro. Inesperadamente Betsabet dejó caer la túnica que le envolvía. Estaba desnuda ante su Faraón. Era una autómata sin conciencia, sólo atada por un extraño deseo que jamás nunca había sentido. Comenzó a sentir el calor del primer hombre de su vida. Era algo intenso, agradable, y a la vez deseado. Sentía dentro de si el ardor del deseo del Faraón hasta llegar a un clima de verdadero éxtasis. Perdió el sentido. Una rarísima visión se le presentó en la cabeza. Veía que su vientre era un campo y que una semilla caía dentro. Esta semilla crecía hasta hacerse grande. Luego la semilla se desgranaba y cada uno de estos granos crecía a su vez repitiendo millones de veces la misma operación. Comprendió entonces, sin ninguna dificultad que aquel acto incontrolado terminaría en un embarazo. Volvió en si experimentando una mezcla de deseo, placer y dolor a la vez. Sin duda estaba experimentando lo que su madre le había explicado en muchas ocasiones. Ya no era virgen, pero no le importaba.
Los quince días que siguieron a este acontecimiento, Betsabet se entregó por deseo voluntario a su Rey. Luego todo se terminó. Ambos sabían en su interior que habían sido instrumentos de Dios. Ambos sabían que debían seguir sus destinos. Akhenaton llamó a palacio a Samuel, el Sumo sacerdote de Israel. -
Debo partir, sabio anciano. Pero te encomiendo una tarea que deberás cumplir por ti mismo aceptándola de buen grado o por la fuerza. Deseo que Betsabet sea liberada de su obligación religiosa. La he tomado como una de mis esposas. Nada ni nadie podrá ofenderla. Vivirá en palacio por el resto de sus días. El fruto de su vientre, lleva mi sangre (Akhenaton sabía en su interior que Betsabet estaba embarazada). - ¡Quien soy yo para oponerme a la voluntad de mi Señor! También nosotros sabemos que de una de nuestras mujeres nacerá un príncipe que liberará a nuestro pueblo. Cuidaré de la mujer y nada ni nadie ofenderán su vida ni el fruto de su vientre. Luego llamó a Hatot y le dijo: - Debo partir.
No sé cuando retornaré. Pero te encomiendo por tu propia vida, que Betsabet sea respetada y liberada de cualquier tarea. Vivirá en palacio ocupándose de mi estancia personal. Deberás entregar al escriba este edicto por el cual la libero de servidumbre y ordeno le sea entregada una renta de por vida, y su hijo sea instruido en el templo como un hijo mío. Akhenaton no volvió más a Menfis, el riesgo de ser asesinado se lo impedía. Se quedó en Amarna. Nunca olvidó a Betsabet, pues sabía que era la elegida. Se ocupó día a día de que el niño nacido de su vientre fuera educado como un príncipe. Pero no pudo disfrutar de su presencia, puesto que cuatro años después Akhenaton se reunió con los Señores de las Estrellas. Nefertiti supo de la existencia de aquel nacimiento y aunque el Faraón tenía varias decenas de niños nacidos del harén real, algo le decía que aquella esclava y que aquel nacimiento eran distintos. Nunca reprochó a su esposo nada, entre otras cosas por que el Faraón tenía derecho sin replica a poseer a toda mujer de Egipto. Se esforzó Nefertiti en darle un hijo a su esposo, y lo consiguió finalmente pero a los cuatro meses de haber dado a luz a su hijo murieron ambos de un glaucoma vírico.
LA PARTIDA - ¿Qué sentido tiene mi vida? Todo ha concluido. Nefertiti nos ha dejado, mis hermanos están dispersos, las fronteras han cedido y Egipto esta a merced de nuestros vecinos.
El Faraón es esclavo en su propio palacio y mis hermanos de la Fraternidad han llegado a sus destinos. ¿Hasta cuando debo permanecer entre los mortales? Todo ocurrió sin aviso alguno, sin premeditación. Akhenaton no podía dormir. Aquella noche llena de luceros le invitaba a salir de sus aposentos.
Una de las estrellas comenzó a moverse haciéndose cada vez más grande. El patio de columnas se inundó de luz. Luego ya no estaba en tierra en Egipto, sino con Ramerik, y no en Egipto, sino entre las estrellas.
Los próximos años fueron intensos y de pleno aprendizaje. Mientras tanto en Egipto se había dado por fallecido al Faraón.
Se le consideró un traidor. En los años sucesivos todas las estatuas y representaciones de Aton, de Akhenaton y de Nefertiti fueron borradas de los edificios públicos. Tutankhamon reinó muy pocos años.
Finalmente los planes de Horenheb y de los sacerdotes de Amon se cumplieron y comenzó un nuevo tiempo en la Tierra del Nilo, un tiempo esplendoroso de la mano de los Ramsémidas.
La XVIII dinastía había concluido y con ella, el más grande de los misterios de todos los tiempos. Nunca encontrarán la tumba de Akhenaton y nunca la encontrarán por que este Faraón no murió entre los humanos, fue raptado, al igual que lo fuera después su hijo Moisés, por los “Señores de las Estrellas”.
En Menfis, Betsabet se esforzaba en vigilar a su inquieto hijo.
Una luz blanca le compenetraba arrastrándole hacia el Nilo. Desaparecía ante los ojos de su madre, que comenzaba a inquietarse. ¿Dónde estaba su hijo? Finalmente se había acostumbrado a aquellos raptos, que terminaban por retornar al fruto de su vientre más guapo y más sabio de cuando había sido raptado por la bola de luz. - ¿Dónde has estado todo este tiempo? - Con mi padre y mis hermanos del cielo. Y Aquel niño fue llamado Moisés; el salvado de las aguas, pero no por lo escrito en el libro sagrado, sino por las numerosas veces que fue abducido en su bola de luz (canepla) y retornado por las aguas del Nilo desde la nave de su padre al hogar de su madre.
JETRO El más aventajado de los hermanos de la Fraternidad, el hermano más querido de Akhenaton, tuvo mucho trabajo. Después de disolverse la Fraternidad de los Hijos del Sol, marchó a Madiam. Allí estableció una base de contacto con los “Señores de las Estrellas”. Tuvo un trabajo casi idéntico al del Faraón. Puesto que de su unión con una de las mujeres de Madiam, nació con intervención genética de los “Señores de las Pléyades” su hija Shefora. La parte femenina del Avatar de Aries. Es decir, la parte femenina de Moisés. El sabía bien que cuando un Avatar reencarna en la tierra necesita un macho y una hembra puesto que el Dios que viene de la dimensión andrógina del mundo astral, es macho y hembra a la vez y necesita de ambos soportes en la tierra para expresarse. Lo mismo ocurriría dos mil años después con Jesús y Maria Magdalena. Jetró que conocía al detalle la metodología de los “Señores de las Estrellas” inició y ayudó a su vez a Moisés, a encontrar a Yahvé en el Sinaí. Propició la unión de su hija y del hijo de su amado hermano Akhenaton y con estos actos, terminó por fallecer el último de los setenta y dos iniciados de la Fraternidad de los Hijos del Sol. Jetro viejo y cansado, agonizaba entre los brazos y la admiración de los suyos. Una sonrisa emergió junto con el último suspiro. La penumbra de la estancia se iluminó de repente con una extraña luz. - ¡Mirad…mirad….! Están todos aquí. Vienen a buscarme. Solo falto yo….!
Continuara....

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