La libertad doma la mente
Secreto 5 (Segundo Escrito)
¿Amas a tu mente? No he conocido a nadie que lo haga.
Las personas con cuerpos o rostros hermosos suelen amar el don que recibieron de la naturaleza (aunque también puede ocurrir lo contrario: las personas más hermosas físicamente pueden aislarse por inseguridad o temor de ser considerados vanidosos). La mente es la parte de nosotros más difícil de amar porque nos sentimos atrapados en ella; no siempre, sino cuando tenemos problemas. El temor, de alguna manera, logra pasearse por la mente a voluntad. La depresión oscurece la mente; la ira la hace estallar en confusión incontrolable.
Las culturas antiguas tienden a repetir la noción de que la mente es inquieta y poco fiable. En India, la metáfora más común compara a la mente con un elefante salvaje, y se dice que calmar la mente es como amarrar al elefante a una estaca. En el budismo, se la compara con un mono que se esfuerza por ver el mundo con los cinco sentidos. Los monos son célebres por ser impulsivos e inconstantes, capaces de hacer cualquier cosa sin previo aviso. La psicología budista no pretende domar al mono sino conocer sus costumbres, aceptarlas y entonces trascender a una conciencia más elevada, más allá de la inconstancia de la mente.
Las metáforas no te llevarán a donde puedas amar la mente; debes encontrar por ti mismo la experiencia real de paz y calma. El secreto para hacerlo es liberar la mente.
Cuando es libre, la mente se tranquiliza.
Renuncia a su inquietud y se convierte en un canal para la paz. Esta solución parece oponerse al sentido común, porque nadie afirmaría que un elefante salvaje o un mono pueden domarse liberándolos. Dirían que el animal libre sólo se haría más salvaje, pero este secreto se basa en la experiencia: la mente es “salvaje” porque tratamos de confinarla y controlarla.
En un nivel más profundo hay un orden completo.
Ahí, pensamientos e impulsos fluyen en armonía con lo que es correcto y mejor para cada persona. Entonces, ¿como podemos liberar a la mente?
Primero debemos comprender cómo quedó atrapada.
La libertad no es una condición a la que podamos acceder abriendo simplemente una puerta o rompiendo unos grilletes. La mente es su propio grillete, como supo el poeta William Blake al contemplar a las personas en las calles de Londres:
En el sollozo de cada hombre En el grito temeroso de cada infante En cada voz, en cada prohibición Escucho las esposas que forjan la mente.
En su intento por comprender cómo la mente se atrapa a si misma, los antiguos sabios hindúes concibieron el concepto clave samskara (derivado de dos palabras sánscritas que significan “fluir juntos”). Un samskara es un surco en la mente que permite a los pensamientos fluir en la misma dirección.
La psicología budista hace un uso sofisticado del concepto al describir los samskaras como huellas en la mente que tienen vida propia. Tus samskaras personales, desarrollados a partir de recuerdos, te fuerzan una y otra vez a reaccionar de la misma manera limitada, privándote de libre albedrío (esto es, de elegir como la primera vez).
La mayoría de las personas desarrollan una identidad con base en samskaras sin saber que lo están haciendo. Pero las pistas son inconfundibles. Piensa en las personas propensas a ataques de ira. Estos arranques constan de varias etapas: primero hay algún síntoma físico: compresión en el pecho, inicio de dolor de cabeza, taquicardia, respiración superficial.
Entonces se produce un impulso. La persona siente que la ira se acumula como el agua tras un dique. La presión es tanto física como emocional; el cuerpo quiere deshacerse del malestar y la mente desea liberar los sentimientos reprimidos.
En este momento la persona busca una excusa para lanzar un ataque a gran escala. La excusa puede fabricarse a partir de cualquier pequeña infracción: una actividad no realizada por los hijos, un mesero lento, un dependiente poco obsequioso. Finalmente aparece la erupción de cólera, y sólo hasta que se calma, la persona se da cuenta del daño que ha hecho.
El ciclo termina con remordimientos y el propósito de no estallar de nuevo. La vergüenza y la culpa entran en Juego prometiendo aplacar el impulso en el futuro; por su lado, la mente reflexiona racionalmente sobre la insensatez de ventilar la ira con tal imprudencia.
A quienes sufren ataques de ira les resulta difícil reclamar el poder de elegir. Cuando el impulso comienza a producir humo, la presión debe hallar escape. Con frecuencia, sin embargo, hay connivencia, un acuerdo tácito de que la ira tome el control.
En algún momento de su pasado, estas personas decidieron adoptar la ira como un mecanismo para enfrentar las dificultades.
La vieron en acción en sus familias o en la escuela; relacionaron poder con intimidación, e identificaron a esta última como el único medio para acceder al poder. Estas personas suelen ser incapaces de expresarse verbalmente, y sus explosiones de enojo se convierten en sustituto de palabras y pensamientos. Una vez que adquirieron este hábito dejaron de buscar otras vías. La cólera que quisieran controlar está unida a ellas por la necesidad y el deseo; no saben cómo obtener lo que desean sin ella. Ésta es la anatomía del samskara en toda su variedad. Podemos sustituir la palabra ira con muchas otras: ansiedad, depresión, adicción sexual, abuso de estupefacientes, compulsión obsesiva, y todas demostrarán cómo los samskaras privan a las personas de libre albedrío.
Incapaces de eludir sus recuerdos tóxicos, se adaptan a ellos agregando más y más capas de impresiones. Las capas más bajas, colocadas en la infancia, continúan enviando sus mensajes, razón por la cual los supuestos adultos se sienten como niños impulsivos y asustados cuando se ven en el espejo. El pasado todavía no ha sido elaborado lo suficiente; los samskaras gobiernan la mente con base en un caos de experiencias viejas y caducas.
Los recuerdos almacenados son como microchips programados para enviar el mismo mensaje una y otra vez.
Cuando te descubres mostrando una reacción fija, el mensaje ya fue enviado: no tiene caso tratar de cambiar el mensaje.
No obstante, así es como la mayoría de las personas intenta domar a la mente. Reciben un mensaje que no les gusta y su reacción es una de estas tres: Manipulación Control Negación Sí los analizas cuidadosamente, resulta claro que estos tres comportamientos se presentan después del hecho: consideran el desorden de la mente como causa de angustia, no como síntoma.
Estas supuestas soluciones tienen terribles efectos negativos.
La manipulación consiste en obtener lo que quieres ignorando o dañando los deseos de los demás.
Los manipuladores utilizan el encanto personal, la persuasión, la coacción, las artimañas y la falsa información.
La idea subyacente es: “Debo engañar a las personas para obtener lo que quiero”. Cuando están realmente inmersos en sus maniobras, los manipuladores incluso llegan a imaginar que están haciendo un favor a sus víctimas.
Después de todo, ¿a quién no le gustaría ayudar a una persona tan divertida? Puedes descubrirte cayendo en este comportamiento cuando no escuchas a otras personas, ignoras lo que quieren y crees que tus deseos no tienen un costo para los demás. También hay señales externas.
La presencia de un manipulador trae tensión, estrés, quejas y conflicto ante una situación. Algunas personas practican manipulaciones pasivas: montan escenarios del tipo “pobre de mí” para provocar lástima en los demás.
O pueden buscar culpables haciéndoles pensar que lo que quieren está mal. La manipulación termina cuando dejas de asumir que tus deseos son lo más importante. Entonces puedes reconectarte con los demás y confiar en que sus deseos pueden coincidir con los tuyos.
Cuando no hay manipulación, las personas sienten que lo que desean cuenta. Confían en que estás de su lado; no eres visto como actor o vendedor. Nadie se siente engañado.
El control consiste en imponer tu manera de hacer las cosas a situaciones y personas. El control es la gran máscara de la inseguridad.
Quienes utilizan este comportamiento sienten un miedo mortal a dejar a los demás ser como son, así que el controlador constantemente hace exigencias que mantienen a los demás fuera de equilibrio.
La idea subyacente es: “SÍ siguen prestándome atención, no se irán”. Cuando te descubres urdiendo excusas para tu comportamiento y culpando a los demás, o cuando sientes que nadie te agradece o reconoce lo suficiente, la culpa no es de ellos: estás exhibiendo una necesidad de controlar.
Las señales externas de este comportamiento provienen de quienes tratas de controlar: se sienten tensos y recelosos, se quejan de no ser escuchados, te llaman perfeccionista o Jefe intransigente. El control empieza a capitular cuando aceptas que tu punto de vista no es necesariamente el correcto.
Puedes detectar tu necesidad de controlar si adviertes cuándo te quejas, culpas, insistes en que sólo tú tienes la razón y esgrimes una excusa tras otra para demostrar que estás libre de culpa.
Una vez que dejas de controlarlas, las personas que te rodean empiezan a respirar con libertad, se relajan y ríen, se sienten libres de ser quienes son sin esperar tu aprobación.
La negación es rehuir el problema en lugar de enfrentarlo.
Los psicólogos consideran a la negación el más infantil de los tres comportamientos, porque está íntimamente relacionado con la vulnerabilidad. La persona se siente incapaz de resolver problemas, como un niño.
El temor está vinculado con la negación, al igual que una necesidad infantil de amor ante la inseguridad.
La idea subyacente es; “No debo considerar lo que, por principio de cuentas, no puedo cambiar”.
Puedes descubrirte practicando la negación cuando experimentas falta de concentración, fallas de memoria, postergación, renuencia a confrontar a quienes te dañan, fantasía, falsas esperanzas y confusión.
La principal señal externa es que los demás no confían en ti o no te buscan cuando se requiere una solución.
Al desconcentrarte, la negación te defiende con la ceguera. ¿Cómo se te podría acusar de fallar en algo que ni siquiera ves? La negación se supera enfrentando las verdades dolorosas.
El primer paso es expresar cómo te sientes. Para la persona que presenta una profunda negación, los sentimientos que la hagan pensar que está insegura son, en general, los que debe enfrentar. La negación comienza a ceder cuando te sientes concentrado, alerta y dispuesto a participar a pesar de tus temores. Cada uno de estos comportamientos intenta demostrar un imposible: la manipulación que puedes forzar a cualquiera a hacer lo que quieres; el control que nadie puede rechazarte a menos que tú lo dispongas; la negación que las cosas malas desaparecerán si no las ves.
Lo cierto es que las demás personas pueden negarse a hacer lo que quieres, abandonarte sin una buena razón, y provocar problemas, los veas o no. Es imposible predecir durante cuánto tiempo seguiremos intentando demostrar lo contrario, pero sólo cuando admitimos la verdad, el comportamiento termina por completo.
Lo siguiente que debemos saber sobre los samskaras es que no son silenciosos. Esas profundas impresiones en la mente tienen voz; escuchamos sus reiterados mensajes como palabras en nuestra cabeza. ¿Es posible distinguir cuáles voces son verdaderas y cuáles falsas? Ésta es una pregunta importante porque es imposible pensar sin escuchar algunas palabras en nuestra cabeza.
A principios del siglo XIX un oscuro pastor de Dinamarca conocido como Maestro Adier, fue expulsado de su iglesia.
Se le condenó por desobedecer a las autoridades, pues afirmó que había recibido una revelación directamente de Dios. Muchos pensaron que Adier había perdido la razón. Desde el pulpito aseveró que si hablaba con voz aguda y chillona estaba transmitiendo una revelación, y que si lo hacía con su voz normal, grave, se trataba de él. Este extraño comportamiento hizo dudar a la congregación de la cordura del pastor y no tuvieron más alternativa que echarlo.
Las noticias del caso llegaron al gran filósofo danés Sóren Kierkegaard, quien formuló la pregunta fundamental: ¿es posible demostrar que alguien escucha la voz de Dios? ¿Qué comportamiento o indicio externo permitiría distinguir entre una revelación auténtica y una falsa? El infortunado clérigo probablemente sería declarado esquizofrénico en nuestros días. Kierkegaard concluyó que Adier no hablaba con la voz de Dios; sin embargo, también opinó que nadie sabe de dónde provienen las voces interiores.
Simplemente las aceptamos, así como al torrente de palabras que llena nuestras cabezas.
Una persona profundamente religiosa puede afirmar incluso que cada voz interna es la voz de Dios.
Pero hay algo indudable: todos escuchamos las voces internas de un coro que clama. Fastidian, elogian, engatusan, juzgan, advierten, sospechan, descreen, confían, se quejan, expresan esperanza, amor y miedo, sin ningún orden particular.
Es demasiado simplista afirmar que todos tenemos un lado bueno y uno malo; todos tenemos miles de aspectos configurados por nuestras experiencias pasadas.
Es imposible calcular cuántas voces estoy escuchando.
Siento que algunas se remontan a mi infancia; suenan como huérfanos de mis experiencias más remotas y me suplican que los recoja. Otras son voces adultas y ásperas, y en ellas escucho a personas que me juzgaron o castigaron. Cada voz cree que merece toda mi atención, sin importarle que las otras piensen lo mismo.
No hay un yo central que se eleve por encima del alboroto y sofoque ese tumulto de opiniones, exigencias y necesidades. Aquella voz a la que en determinado momento presto más atención se convierte en Mi voz, sólo para ser desalojada cuando desplazo mí atención.
La anarquía de este incesante ir y venir prueba cuan fragmentado estoy. ¿Cómo puede domarse este coro que clama? ¿Cómo puedo recuperar un sentido del yo adecuado a una realidad? La respuesta, de nuevo, es la libertad, pero en un sentido muy peculiar. Debes liberarte de las decisiones.
La voz que habla en tu cabeza desaparecerá una vez que dejes de elegir. Un samskara es una elección que recuerdas del pasado. Cada elección te cambió un poco. El proceso inició cuando naciste y continúa hasta hoy.
En vez de combatirlo, todos creemos que debemos seguir haciendo elecciones; como resultado, seguimos agregando nuevos samskaras y reforzando los viejos. (En el budismo, a esto se le llama rueda de samskara porque las mismas reacciones regresan una y otra vez. En sentido cósmico, la rueda de samskara lleva a las almas de una vida a la siguiente, las viejas huellas nos impulsan a enfrentar los mismos problemas aun más allá de la muerte.)
Kierkegaard escribió que la persona que ha encontrado a Dios se libera de las elecciones. ¿Pero qué se siente que Dios tome decisiones por uno? Creo que tendríamos que estar profundamente conectados con Dios para responder esa pregunta. No obstante, en un estado de conciencia simple, las elecciones más evolutivas parecen llegar espontáneamente. Aunque el ego agoniza con cada detalle de una situación, una parte más profunda de tu conciencia sabe qué hacer, y sus elecciones surgen con elegancia y coordinación perfectas.
¿No es cierto que todos hemos experimentado destellos de claridad en los que súbitamente sabemos qué hacer? Conciencia sin elecciones es otra manera de nombrar la conciencia libre. Al liberar a tu elector interno, reclamas tu derecho a vivir sin fronteras, actuando según la voluntad de Dios con total confianza. ¿Quedamos atrapados por el simple hecho de elegir? Ésta es una idea sorprendente porque se opone a un comportamiento de toda la vida. Todos hemos vivido la vida con una elección a la vez. El mundo exterior es como un enorme bazar que ofrece una deslumbrante colección de posibilidades, y todos compramos de acuerdo con lo que consideramos mejor para nosotros.
La mayoría de las personas se conocen a sí mismas por lo que trajeron en su bolsa de compras: casa, empleo, cónyuge, auto, hijos, dinero. Sin embargo, cada vez que elegimos A en lugar de B, nos forzamos a dejar atrás alguna parte de la realidad única. Nos definimos por preferencias selectivas y completamente arbitrarias. La alternativa consiste en dejar de concentrarnos en los efectos y buscar las causas. ¿Quién es tu elector interno? Esta voz es una reliquia del pasado, suma de viejas decisiones que persisten más allá de su tiempo.
En este momento vives con la carga de tu yo pasado, que ya no está vivo. Debes proteger los millares de elecciones que integran el yo muerto. No obstante, el elector podría tener una vida mucho más libre. Si las elecciones ocurrieran en el presente y fueran plenamente valoradas justo ahora, no habría nada a qué aferrarse y el pasado no se acumularía hasta convertirse en una carga aplastante.
La elección debería ser un flujo. De hecho, el cuerpo indica que es la manera más natural de existir. Como vimos antes, las células sólo conservan el alimento y el oxígeno necesarios para sobrevivir unos cuantos segundos.
No acumulan energía porque nunca saben qué pasará a continuación. Las respuestas flexibles son mucho más importantes para la supervivencia que el aprovisionamiento. Desde cierto punto de vista, esto las hace completamente vulnerables; sin embargo, por más frágil que parezca una célula, no pueden ignorarse dos billones de años de evolución. Todos sabemos elegir; pocos sabemos dejar ir. Pero sólo dejando ir cada experiencia podemos abrir espacio para la siguiente. La habilidad en dejar ir puede aprenderse; una vez aprendida, disfrutarás vivir mucho más espontáneamente.
Deepak Chopra.
http://elnuevodespertardelser.blogspot.com.es/
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