Mindfulness Capitulo X
La Sana Curiosidad.
La primera vez que escuché que la meditación era simplemente una fotografía instantánea de mi mente cotidiana, me costó trabajo creerlo. Nunca había experimentado mi mente de forma tan consciente, y por tanto tampoco la había visto antes de ese modo. Por una parte, todo me resultaba familiar, pero por otro no era en absoluto como yo lo esperaba.Tú mismo puedes haber ya experimentado lo que estoy diciendo en tu propia mente, simplemente con los breves ejercicios que te he propuesto.
Cuando nos encontramos con algo nuevo o inesperado, solemos reaccionar de un modo diferente a como lo hacemos con aquellas cosas que nos son familiares.
Algunas personas reaccionan con excitación y sorpresa, mientras que otras se aproximan a ello con una sensación de ansiedad e inquietud.
Lo mismo sucede cuando se trata de observar la mente.
Mi propio modus operandi cuando comencé fue del tipo que, en términos económicos, podríamos denominar de «tendencia al alza». En realidad no estaba interesado en lo que sucedía a lo largo del viaje; solo quería experimentar el resultado final de la meditación: la iluminación. Si quieres, puedes describirlo como una actitud de «ilumínate o revienta», en la que estaba siempre centrado en un objetivo futuro antes que en descansar en el instante y disfrutar todo lo que la vida tiene que ofrecer.
Es un error común en la meditación buscar algún tipo de experiencia o querer ser recompensado con algún signo de progreso o de realización, pero el espacio mental o el auto conocimiento siempre serán algo ilusorio si nos esforzamos demasiado por encontrarlos.
Cuando se trata de la meditación, el objetivo y el viaje son la misma cosa. Así que mi aproximación a la meditación fue probablemente el equivalente de salir de viaje en coche, sin detenerse en ningún lugar por el camino, conduciendo durante la noche sin descanso y sin mirar por la ventanilla durante el día. ¡Como para rechazar la propuesta!Las cualidades que aportas al modo en que abordas la meditación siempre reflejarán tu formación y tu carácter.
Podrás encontrar algunas de estas cualidades agradables y útiles, mientras que con otras puedes sentirte incómodo y puedes encontrarlas absolutamente inútiles.
Pero si puedes aportar un sentido de genuina intriga y de curiosidad a tu meditación,entonces no importa mucho cuáles sean esas cualidades.
Esto es así porque se convierten en parte de la meditación, en parte de lo que va a ser observado. Uno de mis maestros siempre solía describir esta cualidad como la «sana curiosidad».
Cuando ésta se convierta en parte de tu aproximación a la meditación, te darás cuenta de que la mente se abre muchísimo. Por ejemplo, puedes pensar, como lo hacía yo entonces, que viendo una respiración, las has visto todas.
Y si esta es tu actitud en lo que respecta a la respiración, desde luego perderás el interés muy pronto. Pero si te das algún tiempo para observar un poco más de cerca, te darás cuenta de que cada una de las respiraciones es en realidad algo único.
Lo mismo puede decirse de los pensamientos que atraviesan la mente (incluso si aveces da la sensación de que es siempre el mismo, que vuelve una y otra vez), y hasta de las sensaciones físicas que aparecen en el cuerpo.
La idea de abordar la meditación con una «sana curiosidad» me sugería algo que implicaba un sentido de suavidad, apertura y paciente interés.
Es quizá el modo en que permaneces agachado en silencio detrás de un árbol, para observar a un animal salvaje.
Estás tan atrapado e implicado en la actividad, que te encuentras concentrado al cien por cien en lo que estás observando.
Eres consciente de la inmediatez del momento, pero no estás impaciente, ni tampoco deseas que el animal haga nada; estás suficientemente satisfecho con contemplar la cosa tal y como es. O es quizá como observar un insecto en el suelo. En un primer momento puedes mirarlo y decir: «Ah, es un bicho.»
Pero miras con un poco más de atención y entonces puedes ver todas sus patas. Miras de nuevo con un poco más de atención y entonces aprecias los rasgos de su cabeza.
Cada vez te das cuenta de algo nuevo en el «bicho». Si puedes aplicar esta «sana curiosidad» a tu meditación, y hasta a tu vida cotidiana, aparecerán aspectos tan beneficiosos como inesperados.
Cuando nos encontramos con algo nuevo o inesperado, solemos reaccionar de un modo diferente a como lo hacemos con aquellas cosas que nos son familiares.
Algunas personas reaccionan con excitación y sorpresa, mientras que otras se aproximan a ello con una sensación de ansiedad e inquietud.
Lo mismo sucede cuando se trata de observar la mente.
Mi propio modus operandi cuando comencé fue del tipo que, en términos económicos, podríamos denominar de «tendencia al alza». En realidad no estaba interesado en lo que sucedía a lo largo del viaje; solo quería experimentar el resultado final de la meditación: la iluminación. Si quieres, puedes describirlo como una actitud de «ilumínate o revienta», en la que estaba siempre centrado en un objetivo futuro antes que en descansar en el instante y disfrutar todo lo que la vida tiene que ofrecer.
Es un error común en la meditación buscar algún tipo de experiencia o querer ser recompensado con algún signo de progreso o de realización, pero el espacio mental o el auto conocimiento siempre serán algo ilusorio si nos esforzamos demasiado por encontrarlos.
Cuando se trata de la meditación, el objetivo y el viaje son la misma cosa. Así que mi aproximación a la meditación fue probablemente el equivalente de salir de viaje en coche, sin detenerse en ningún lugar por el camino, conduciendo durante la noche sin descanso y sin mirar por la ventanilla durante el día. ¡Como para rechazar la propuesta!Las cualidades que aportas al modo en que abordas la meditación siempre reflejarán tu formación y tu carácter.
Podrás encontrar algunas de estas cualidades agradables y útiles, mientras que con otras puedes sentirte incómodo y puedes encontrarlas absolutamente inútiles.
Pero si puedes aportar un sentido de genuina intriga y de curiosidad a tu meditación,entonces no importa mucho cuáles sean esas cualidades.
Esto es así porque se convierten en parte de la meditación, en parte de lo que va a ser observado. Uno de mis maestros siempre solía describir esta cualidad como la «sana curiosidad».
Cuando ésta se convierta en parte de tu aproximación a la meditación, te darás cuenta de que la mente se abre muchísimo. Por ejemplo, puedes pensar, como lo hacía yo entonces, que viendo una respiración, las has visto todas.
Y si esta es tu actitud en lo que respecta a la respiración, desde luego perderás el interés muy pronto. Pero si te das algún tiempo para observar un poco más de cerca, te darás cuenta de que cada una de las respiraciones es en realidad algo único.
Lo mismo puede decirse de los pensamientos que atraviesan la mente (incluso si aveces da la sensación de que es siempre el mismo, que vuelve una y otra vez), y hasta de las sensaciones físicas que aparecen en el cuerpo.
La idea de abordar la meditación con una «sana curiosidad» me sugería algo que implicaba un sentido de suavidad, apertura y paciente interés.
Es quizá el modo en que permaneces agachado en silencio detrás de un árbol, para observar a un animal salvaje.
Estás tan atrapado e implicado en la actividad, que te encuentras concentrado al cien por cien en lo que estás observando.
Eres consciente de la inmediatez del momento, pero no estás impaciente, ni tampoco deseas que el animal haga nada; estás suficientemente satisfecho con contemplar la cosa tal y como es. O es quizá como observar un insecto en el suelo. En un primer momento puedes mirarlo y decir: «Ah, es un bicho.»
Pero miras con un poco más de atención y entonces puedes ver todas sus patas. Miras de nuevo con un poco más de atención y entonces aprecias los rasgos de su cabeza.
Cada vez te das cuenta de algo nuevo en el «bicho». Si puedes aplicar esta «sana curiosidad» a tu meditación, y hasta a tu vida cotidiana, aparecerán aspectos tan beneficiosos como inesperados.
La sopa picante
Como contraste, quiero dejarte con una historia final antes de pasar al tema de la práctica en sí. Trata de mi falta de «sana curiosidad», de un monasterio muy estricto y de una sopa muy picante.Como otros muchos monasterios en Occidente, aquel lugar abría sus puertas frecuentemente a visitantes, para que pudieran tomar parte en breves retiros de meditación.
Durante esos periodos se supone que debíamos atenderlos como huéspedes del monasterio. Parte de su programa diario consistía en recibir el desayuno y el almuerzo en sus habitaciones.
Aunque el servicio de habitaciones puede sonar como algo demasiado lujoso para un monasterio, se trataba de dar a los participantes en el retiro la oportunidad de practicar la «meditación comiendo» (puedes encontrar detalles sobre esta práctica meditativa más adelante).
Así pues,como monjes y monjas que éramos, debíamos turnarnos para preparar la comida, servirla en platos y repartirla por las habitaciones. El almuerzo consistía simplemente en un tazón de sopa y un trozo de pan. Las sopas se hacían en el día, a menudo con ingredientes de la huerta, e iba rotando durante la semana. Habíamos tenido un buen montón de retiros, y me había acostumbrado a preparar la sopa de forma bastante mecánica y, si soy sincero, sin poner toda mi atención en ello.
De hecho, era bastante chapucero: un poco de esto, un poco de aquello, lo ponemos todo junto y a ver qué pasa.
Me gustaba pensar que se trataba de una actitud «creativa», pero la realidad era que yo era demasiado perezoso para pesar los ingredientes, evitando así usar más platos que luego tendría que lavar.Además, me imaginaba que cuanto antes terminara, más tiempo tendría para descansar.
Un día entré en la cocina y vi que aparecía en el menú sopa
mulligatawny
. Se trata de una sopa de curri angloindia que había hecho ya un montón de veces.
Comencé a cocinar las verduras, a mezclarlas y a hacer el caldo. Lo había hecho ya en tantas ocasiones que ni siquiera me molesté en usar la receta. Llegué al momento en el que tenía que echar las especias y el curri en polvo. Como en muchas cocinas grandes, las hierbas y especias estaban almacenadas en frascos transparentes idénticos. De hecho, el aspecto del contenido y una simple etiqueta adhesiva pegada en la parte frontal del recipiente eran el único modo de distinguirlos. Abrí el armario y saqué el frasco con la etiqueta que decía «curri en polvo».
Al darme cuenta del color rojo del polvo que contenía, me detuve un instante y pensé que tenía un aspecto extraño, pero inmediatamente aparté la idea de mi mente.
Tenía demasiada prisa como para aplicar la «sana curiosidad»; solo quería terminar para poder disfrutar algo más de la pausa para el almuerzo. La idea de que podía hacer la sopa y divertirme al mismo tiempo no se me había pasado por la cabeza.
La primera vez que me enseñaron a hacer la sopa, me indicaron que fuera probándola conforme la elaboraba, para asegurarme de que todo iba bien.
Sin prestar atención a las medidas y sin molestarme en probar la sopa, la rocié con los diferentes ingredientes.
Pensé que si condimentaba un poco más la sopa, ésta estaría más sabrosa, así que añadí un par de cucharadas bien colmadas. Continué removiendo los ingredientes hasta que pensé que había alcanzado la consistencia adecuada y estaba lista para ser servida.
Me incliné sobre la olla y olí la sopa. Mi nariz se irritó con las especias y mis ojos se llenaron inmediatamente de lágrimas.
«Qué raro —pensé—. No recuerdo que la última vez fuera así». Cogí la cuchara y sorbí un poco del contenido.
Sentí como si mi cabeza fuera a estallar.
Me gustan las cosas picantes; he vivido mucho tiempo en Asia, donde se come muy picante, pero esa sopa era algo de otro orden. De hecho, puedo asegurarte que no había probado nada tan picante en mi vida. Tosiendo y resoplando, traté de refrescarme la boca, poniendo en ella algo que pudiera aliviar el picor.
Miré el reloj y vi que solo tenía cinco minutos para servir la sopa y repartirla. Desgraciadamente, mi recién adquirida sensación de calma durante la meditación todavía tardaría en abrirse camino entre las estresantes situaciones de la vida. Así que en lugar de tomármelo con calma, me entró el pánico.
Rápidamente pensé en los restaurantes de curri a los que solía ir a cenar cuando era un estudiante. Todo lo que podía recordar era que debía compensar el picante con algo fresco y dulce.
Cogí la leche y la vertí en la olla. Nada. Añadí algo más. Nada. Además, ahora estaba demasiado aguada. Empecé a hablar conmigo mismo mientras trabajaba. «¿Yogur?¿Por qué no? Échalo». Aún nada. «¿Mermelada de albaricoque? Échala.»
Esto último parecía funcionar algo mejor, aunque le daba a la sopa un sabor extraño. Trabajando sobre la base de que lo dulce era la solución,decidí continuar con la mermelada, la miel e incluso la melaza. Aún picaba mucho, pero al menos era posible comérsela, si bien es cierto que tenía un sabor algo curioso.
Llené rápidamente los tazones y los coloqué fuera de cada una de las puertas; golpeándolas suavemente con los nudillos, para informarles de que su comida estaba lista. Para entonces ya me había calmado, pero sabía lo que era estar en retiro, esperando tu última comida del día, para que cuando te la sirvieran, esta fuera algo horrible. El lado bueno era que se trataba solo del segundo día de la semana de retiro silencioso, así que pensé que nadie se quejaría al menos durante los cinco días siguientes.«¿Quién sabe…», pensé. «Quizá para el final de la semana ya se hayan olvidado.» Pero, ahora en serio, ¿quién iba a poder olvidar algo así? Tener problemas estomacales no es divertido nunca, pero tenerlos en un retiro silencioso en el que tienes que compartir el baño con otras seis personas,no lo es en absoluto.
Finalmente resultó que, rellenando los frascos con las especias, alguien había confundido por accidente el curri en polvo y el chile en polvo.
Así que, en lugar de poner una cucharada rasa de curri en polvo suave en la sopa, había puesto dos cucharadas colmadas de chile en polvo. Por supuesto, desde un punto de vista general, y si lo comparamos con otras cosas de la vida, no fue nada verdaderamente grave, pero para mí tipifica el modo en el que a veces pasamos por la vida, tratando de llegar al final de todo, pero sin prestarle atención al viaje. De haberme detenido un instante,de haber sido un poco curioso, podría haber evitado la situación muy fácilmente. En lugar de eso, me encontraba tan obcecado con el tiempo libre del que iba a disponer, que me lancé sin mirar. Irónicamente, el tiempo libre del que disponía lo pasé preocupado por lo que había hecho.¿La cosa te resulta familiar?
Así que, del mismo modo que aplicas las instrucciones para tu propia práctica de meditación, intenta aplicar siempre que puedas esta idea de la«sana curiosidad» a cualquier cosa que estés contemplando en tu mente. Nunca podrás imaginar la diferencia que hay entre hacerlo y no.
Como contraste, quiero dejarte con una historia final antes de pasar al tema de la práctica en sí. Trata de mi falta de «sana curiosidad», de un monasterio muy estricto y de una sopa muy picante.Como otros muchos monasterios en Occidente, aquel lugar abría sus puertas frecuentemente a visitantes, para que pudieran tomar parte en breves retiros de meditación.
Durante esos periodos se supone que debíamos atenderlos como huéspedes del monasterio. Parte de su programa diario consistía en recibir el desayuno y el almuerzo en sus habitaciones.
Aunque el servicio de habitaciones puede sonar como algo demasiado lujoso para un monasterio, se trataba de dar a los participantes en el retiro la oportunidad de practicar la «meditación comiendo» (puedes encontrar detalles sobre esta práctica meditativa más adelante).
Así pues,como monjes y monjas que éramos, debíamos turnarnos para preparar la comida, servirla en platos y repartirla por las habitaciones. El almuerzo consistía simplemente en un tazón de sopa y un trozo de pan. Las sopas se hacían en el día, a menudo con ingredientes de la huerta, e iba rotando durante la semana. Habíamos tenido un buen montón de retiros, y me había acostumbrado a preparar la sopa de forma bastante mecánica y, si soy sincero, sin poner toda mi atención en ello.
De hecho, era bastante chapucero: un poco de esto, un poco de aquello, lo ponemos todo junto y a ver qué pasa.
Me gustaba pensar que se trataba de una actitud «creativa», pero la realidad era que yo era demasiado perezoso para pesar los ingredientes, evitando así usar más platos que luego tendría que lavar.Además, me imaginaba que cuanto antes terminara, más tiempo tendría para descansar.
Un día entré en la cocina y vi que aparecía en el menú sopa
mulligatawny
. Se trata de una sopa de curri angloindia que había hecho ya un montón de veces.
Comencé a cocinar las verduras, a mezclarlas y a hacer el caldo. Lo había hecho ya en tantas ocasiones que ni siquiera me molesté en usar la receta. Llegué al momento en el que tenía que echar las especias y el curri en polvo. Como en muchas cocinas grandes, las hierbas y especias estaban almacenadas en frascos transparentes idénticos. De hecho, el aspecto del contenido y una simple etiqueta adhesiva pegada en la parte frontal del recipiente eran el único modo de distinguirlos. Abrí el armario y saqué el frasco con la etiqueta que decía «curri en polvo».
Al darme cuenta del color rojo del polvo que contenía, me detuve un instante y pensé que tenía un aspecto extraño, pero inmediatamente aparté la idea de mi mente.
Tenía demasiada prisa como para aplicar la «sana curiosidad»; solo quería terminar para poder disfrutar algo más de la pausa para el almuerzo. La idea de que podía hacer la sopa y divertirme al mismo tiempo no se me había pasado por la cabeza.
La primera vez que me enseñaron a hacer la sopa, me indicaron que fuera probándola conforme la elaboraba, para asegurarme de que todo iba bien.
Sin prestar atención a las medidas y sin molestarme en probar la sopa, la rocié con los diferentes ingredientes.
Pensé que si condimentaba un poco más la sopa, ésta estaría más sabrosa, así que añadí un par de cucharadas bien colmadas. Continué removiendo los ingredientes hasta que pensé que había alcanzado la consistencia adecuada y estaba lista para ser servida.
Me incliné sobre la olla y olí la sopa. Mi nariz se irritó con las especias y mis ojos se llenaron inmediatamente de lágrimas.
«Qué raro —pensé—. No recuerdo que la última vez fuera así». Cogí la cuchara y sorbí un poco del contenido.
Sentí como si mi cabeza fuera a estallar.
Me gustan las cosas picantes; he vivido mucho tiempo en Asia, donde se come muy picante, pero esa sopa era algo de otro orden. De hecho, puedo asegurarte que no había probado nada tan picante en mi vida. Tosiendo y resoplando, traté de refrescarme la boca, poniendo en ella algo que pudiera aliviar el picor.
Miré el reloj y vi que solo tenía cinco minutos para servir la sopa y repartirla. Desgraciadamente, mi recién adquirida sensación de calma durante la meditación todavía tardaría en abrirse camino entre las estresantes situaciones de la vida. Así que en lugar de tomármelo con calma, me entró el pánico.
Rápidamente pensé en los restaurantes de curri a los que solía ir a cenar cuando era un estudiante. Todo lo que podía recordar era que debía compensar el picante con algo fresco y dulce.
Cogí la leche y la vertí en la olla. Nada. Añadí algo más. Nada. Además, ahora estaba demasiado aguada. Empecé a hablar conmigo mismo mientras trabajaba. «¿Yogur?¿Por qué no? Échalo». Aún nada. «¿Mermelada de albaricoque? Échala.»
Esto último parecía funcionar algo mejor, aunque le daba a la sopa un sabor extraño. Trabajando sobre la base de que lo dulce era la solución,decidí continuar con la mermelada, la miel e incluso la melaza. Aún picaba mucho, pero al menos era posible comérsela, si bien es cierto que tenía un sabor algo curioso.
Llené rápidamente los tazones y los coloqué fuera de cada una de las puertas; golpeándolas suavemente con los nudillos, para informarles de que su comida estaba lista. Para entonces ya me había calmado, pero sabía lo que era estar en retiro, esperando tu última comida del día, para que cuando te la sirvieran, esta fuera algo horrible. El lado bueno era que se trataba solo del segundo día de la semana de retiro silencioso, así que pensé que nadie se quejaría al menos durante los cinco días siguientes.«¿Quién sabe…», pensé. «Quizá para el final de la semana ya se hayan olvidado.» Pero, ahora en serio, ¿quién iba a poder olvidar algo así? Tener problemas estomacales no es divertido nunca, pero tenerlos en un retiro silencioso en el que tienes que compartir el baño con otras seis personas,no lo es en absoluto.
Finalmente resultó que, rellenando los frascos con las especias, alguien había confundido por accidente el curri en polvo y el chile en polvo.
Así que, en lugar de poner una cucharada rasa de curri en polvo suave en la sopa, había puesto dos cucharadas colmadas de chile en polvo. Por supuesto, desde un punto de vista general, y si lo comparamos con otras cosas de la vida, no fue nada verdaderamente grave, pero para mí tipifica el modo en el que a veces pasamos por la vida, tratando de llegar al final de todo, pero sin prestarle atención al viaje. De haberme detenido un instante,de haber sido un poco curioso, podría haber evitado la situación muy fácilmente. En lugar de eso, me encontraba tan obcecado con el tiempo libre del que iba a disponer, que me lancé sin mirar. Irónicamente, el tiempo libre del que disponía lo pasé preocupado por lo que había hecho.¿La cosa te resulta familiar?
Así que, del mismo modo que aplicas las instrucciones para tu propia práctica de meditación, intenta aplicar siempre que puedas esta idea de la«sana curiosidad» a cualquier cosa que estés contemplando en tu mente. Nunca podrás imaginar la diferencia que hay entre hacerlo y no.
Ejercicio 6: Exploración mental del cuerpo
Un modo excelente de cultivar la cualidad de la «sana curiosidad» es aplicarla a las sensaciones físicas del cuerpo.
Deja el libro una vez más y cierra tus ojos suavemente. Comenzando por la coronilla, explora mentalmente tu cuerpo hasta las puntas de los dedos de los pies.
La primera vez, hazlo rápidamente, tomándote unos diez segundos desde la cabeza hasta los dedos de los pies.
La vez siguiente tarda un poco más, unos veinte segundos.
Y hazlo una última vez con más detalle, tardando entre treinta y cuarenta segundos en hacerlo. Conforme vayas explorando tu cuerpo desde arriba hacia abajo, ve notando qué partes notas relajadas, cómodas y sueltas, y qué partes notas doloridas, incómodas o tensas.
Trata de hacerlo sin emitir ningún juicio ni analizar nada, solo con la intención de dibujar una imagen de cómo se siente el cuerpo en este momento. No te preocupes si los pensamientos te distraen de vez en cuando.Cada vez que te des cuenta de que la mente empieza a dispersarse, puedes devolverla con suavidad al lugar donde la dejaste.
Un modo excelente de cultivar la cualidad de la «sana curiosidad» es aplicarla a las sensaciones físicas del cuerpo.
Deja el libro una vez más y cierra tus ojos suavemente. Comenzando por la coronilla, explora mentalmente tu cuerpo hasta las puntas de los dedos de los pies.
La primera vez, hazlo rápidamente, tomándote unos diez segundos desde la cabeza hasta los dedos de los pies.
La vez siguiente tarda un poco más, unos veinte segundos.
Y hazlo una última vez con más detalle, tardando entre treinta y cuarenta segundos en hacerlo. Conforme vayas explorando tu cuerpo desde arriba hacia abajo, ve notando qué partes notas relajadas, cómodas y sueltas, y qué partes notas doloridas, incómodas o tensas.
Trata de hacerlo sin emitir ningún juicio ni analizar nada, solo con la intención de dibujar una imagen de cómo se siente el cuerpo en este momento. No te preocupes si los pensamientos te distraen de vez en cuando.Cada vez que te des cuenta de que la mente empieza a dispersarse, puedes devolverla con suavidad al lugar donde la dejaste.
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