La idea de un centro separado constituye la raíz del ego. Cuando un niño nace, llega al mundo sin un centro propio. Durante los nueve meses en el vientre de la madre funciona con el centro de la madre como el suyo propio; no está separado. Después nace. Entonces resulta práctico considerar que se tiene un centro separado, propio; en otro caso, la vida será muy difícil, casi imposible.
Para sobrevivir y para luchar por sobrevivir en la batalla de la vida, todos necesitan cierta noción de quiénes son. Y nadie tiene ni idea.
En realidad, nadie puede tenerla, porque en lo más profundo somos un misterio. No podemos tener ninguna idea al respecto. En lo más profundo, no somos individuos, sino universales.
Por eso, si le preguntas a Buda: «¿Quién eres?», guardará silencio y no contestará. No puede hacerlo, porque él ha dejado de ser un individuo, es la totalidad; pero en la vida cotidiana incluso Buda tiene que emplear la palabra «yo». Si tiene sed, dirá: «Tengo sed. Ananda, tráeme un poco de agua; tengo sed». Por eso sigue empleando la significativa primera persona, el «yo». A pesar de ser ficticia, también tiene sentido, pero hay muchas ficciones con sentido.
Por ejemplo, el nombre que nos ponen a cada uno. Eso es una ficción. Llegaste al mundo sin nombre, no con él; el nombre te lo ponen otros. Después, a base de repetirlo constantemente, empiezas a identificarte con él, pero es una ficción.
Pero decir que es ficticio no significa que sea innecesario. Es una ficción necesaria, porque si no, ¿cómo dirigirse a las personas? Si quieres escribir una carta a alguien, ¿a quién la diriges?
Un niño escribió una carta a Dios. Su madre estaba enferma, su padre había muerto
y no tenían dinero; le pedía a Dios cincuenta rupias.
En Correos se quedaron perplejos cuando llegó la carta. ¿Qué hacer? ¿Dónde enviarla? Estaba dirigida a Dios. Así que la abrieron. Les dio pena el niño y decidieron reunir algo de dinero y enviárselo. No reunieron lo que el niño pedía, cincuenta rupias, sino cuarenta.
Llegó una segunda carta, también dirigida a Dios, y en ella el niño había escrito lo siguiente: «Estimado señor: por favor, la próxima vez mándeme el dinero directamente a mí, no a Correos. Se han cobrado diez rupias de comisión».
Sería complicado que no tuviéramos nombre. Aunque en realidad nadie tiene nombre, se
trata de una ficción muy útil. Se necesitan los nombres para que los demás te llamen, se necesita la primera persona, el «yo» para que te llames a ti mismo, pero es simplemente una ficción. Si profundizas en tu interior comprenderás que el nombre ha desaparecido, que ha desaparecido la idea del «yo», no queda más que una simple presencia, la existencia, el ser.
Y ese ser no es algo separador, no es tuyo ni mío; ese ser es de todos. Y en ello están incluidos los ríos, los árboles, las piedras, las montañas, todo. Lo incluye todo, sin excluir nada: el pasado, el futuro, la inmensidad del universo. Cuanto más profundices en ti mismo, más comprenderás que las personas no existen, que no existen los
individuos. Lo que existe es la pura universalidad. En la circunferencia tenemos nombres,
egos, identidades, y cuando pasamos de la circunferencia al centro desaparecen todas
esas identidades.
El ego no es más que una ficción útil. Utilizadla, pero sin dejaros engañar por ella.
¿Funcionamos siempre mediante el ego o en algunos momentos nos libramos de él?
Como el ego es ficticio, en algunos momentos te libras de él. Como es una ficción, solo puede mantenerse si tú lo mantienes. La ficción requiere un mantenimiento, al contrario que la verdad, y de ahí la belleza de la verdad. Pero una ficción hay que pintarla continuamente, apuntalarla aquí y allá, porque se desmorona sin cesar. Cuando consigues apuntalarla por un lado, empieza a desmoronarse por el otro.
Y eso es lo que hace la gente durante toda su vida, intentar que la ficción parezca la verdad. Si tienes más dinero, puedes tener un ego más grande, un poco más sólido que el de un pobre. El ego del pobre es pequeño; no se puede permitir un ego mayor. Si llegas a primer ministro o presidente de un país, tu ego se hincha al máximo y dejas de tener los pies en el suelo.
Nuestra vida entera, la búsqueda de dinero, poder, prestigio, esto y lo otro, no es sino la búsqueda de puntales, de apoyos, para mantener la ficción. Y en realidad sabemos que la muerte se aproxima. Hagamos lo que hagamos, la muerte lo destruirá; pero a pesar de los pesares, seguimos adelante: a lo mejor mueren todos los demás, pero tú no.
Y en cierto modo es verdad. Como siempre has visto morir a otros, pero no a ti mismo, parece que es verdad, y también lógico. Mueren esa persona y la otra, pero tú no. Tú siempre estás allí para lamentarte, para acompañarlas al cementerio y despedirte de ellas, pero después vuelves a tu casa.
No te dejes engañar, porque todas esas personas estaban haciendo lo mismo, y
nadie es una excepción. Cuando llega la muerte, destruye la ficción de tu nombre, de tu
fama. Cuando llega la muerte, simplemente lo borra todo; no queda ninguna huella.
Intentemos lo que intentemos hacer con nuestra vida, no es más que escribir sobre el
agua; ni siquiera sobre la arena, sino sobre el agua. No acabas de escribirlo cuando ya ha
desaparecido.
No te da tiempo ni a leerlo, porque desaparece enseguida.
Pero seguimos intentando construir castillos en el aire. Como se trata de una ficción, hay que mantenerla continuamente, con un esfuerzo constante, noche y día. Y nadie puede mantener semejante vigilancia veinticuatro horas al día. De modo que a veces, sin querer, vislumbras durante unos momentos la realidad sin el ego como barrera.
Sin la pantalla del ego se viven ciertos momentos especiales, aunque tú no lo quieras. Recuérdalo. Todo el mundo experimenta esos momentos de vez en cuando.
Por ejemplo: cuando alguna noche duermes profundamente, tan profundamente
que no tienes sueños, el ego desaparece, desaparecen todas las ficciones. El acto de
dormir profundamente, sin sueños, es como una muerte en pequeño.
Cuando se duerme sin soñar, el ego desaparece por completo, porque cuando no se piensa, no se sueña, ¿cómo seguir adelante con una ficción? Pero mientras dormimos pasamos muy poco tiempo sin soñar. En ocho horas de sueño sano ese lapso no sobrepasa las dos horas, pero ese tiempo nos revitaliza. Si dormimos dos horas
profundamente, sin soñar, a la mañana siguiente nos sentimos renovados, vivos. La vida vuelve a resultar emocionante, el día parece un regalo. Todo parece nuevo, porque nos hemos renovado. Y todo parece maravilloso, porque estamos en un espacio maravilloso.
¿Qué ocurre en esas dos horas en las que dormimos profundamente, lo que patanjali y el yoga denomina sushupti, dormir sin soñar? Que desaparece el ego, y con esa desaparición del ego te revitalizas, rejuveneces. Al desaparecer el ego, incluso en un estado de profunda inconsciencia, se nos concede una idea de Dios. Según el patanjali, no existe gran diferencia entre el sushupti, el dormir sin soñar, y el samadhi, el estado último que alcanza Buda. No existe gran diferencia, pero sí existe. Radica en la conciencia. Al dormir sin soñar se está inconsciente; en el samadhi se está consciente,
pero es el mismo estado. Nos acercamos a Dios, al centro universal.
Desaparecemos de la circunferencia y vamos al centro, y ese contacto con el centro nos rejuvenece.
Como el ego es una ficción, a veces desaparece. El momento más importante es
cuando se duerme sin soñar, y por eso hay que tenerlo muy en cuenta y no perdérselo
por ningún motivo.
La segunda gran fuente de las experiencias carentes de ego es el sexo, el amor.
Ha sido destruido por los sacerdotes, lo han condenado, y ha dejado de ser una experiencia
tan importante. Lleva tanto tiempo condenado que ha condicionado la mente de los seres
humanos. Incluso cuando están haciendo el amor, en el fondo saben que están haciendo
algo malo, y la culpa asoma por alguna parte. Es algo que les ocurre incluso a los más
modernos, a la generación más joven.
Es posible que superficialmente te hayas rebelado contra la sociedad, que superficialmente no seas conformista, pero las cosas han calado hasta lo más profundo,
y no se trata de rebelarse solo en la superficie. Puedes dejarte el pelo largo, pero eso no
te va a servir de mucho. Puedes hacerte hippy y dejar de bañarte, pero no te va a servir
de mucho. Puedes marginarte de todas las maneras imaginables, pero en realidad no te
servirá de nada, porque las cosas han calado demasiado hondo y lo demás no son sino
actos superficiales.
Llevan milenios diciéndonos que el sexo es el peor de los pecados, algo que ha pasado a formar parte de nuestro ser, de modo que aunque conscientemente sepas que
no tiene nada de malo, el inconsciente te mantiene un tanto alejado, con miedo,
cargado de culpa, y no puedes adentrarte en el sexo por completo.
Cuando te internas plenamente en el acto sexual, el ego desaparece, porque al llegar al culmen, al clímax, eres pura energía. La mente no puede funcionar. Se produce tal aumento de energía que la mente se pierde, sin saber qué hacer. Es perfectamente capaz de funcionar en situaciones normales, pero se detiene cuando
ocurre algo muy nuevo y muy vital, y el sexo es lo más vital del mundo.
Si puedes profundizar en el sexo, el sexo desaparece. En eso consiste la belleza de
hacer el amor, que es otra de las posibilidades de vislumbrar a Dios, como el sueño profundo pero mucho más valioso, porque en el sueño profundo se está inconsciente.
En el acto del amor se está consciente, consciente pero sin la mente. De ahí que la gran
ciencia del tantra sea posible. El patanjali y el yoga funcionan siguiendo los pasos del
sueño profundo; han elegido ese camino para transformar el sueño profundo en un estado consciente para que sepas dónde estás, de modo que sepas que estás en el centro. El tantra elige el sexo como ventana para abrirse a Dios. El camino del yoga es muy largo, porque transformar el acto de dormir inconsciente en conciencia es muy arduo; se pueden tardar varias vidas...
Pero el tantra ha elegido un camino mucho más corto, el más corto, y también mucho más agradable. El sexo puede abrir esa ventana. Lo único que hace falta es destruir los condicionamientos que te han impuesto los sacerdotes. Los sacerdotes te han impuesto esos condicionamientos para poder ser mediadores y agentes entre Dios y tú, de modo que no haya contacto directo con él. Naturalmente, necesitas a alguien para establecer el contacto, y el sacerdote adquiere ese poder que lleva ejerciendo desde hace milenios.
Quien pueda ponerte en contacto con el poder, con el auténtico poder, será poderoso. Dios es el verdadero poder, el origen de todo poder. Los sacerdotes son poderosos desde hace milenios, más poderosos que los reyes. Ahora los científicos han ocupado el lugar de los sacerdotes, porque saben cómo abrir las puertas del poder oculto en la naturaleza. El sacerdote sabía conectarte con Dios, y el científico sabe conectarte con la naturaleza; pero en primer lugar el sacerdote ha de desconectarte, para que no siga en funcionamiento la línea individual, privada, entre Dios y tú. Ha destrozado tus recursos internos, los ha envenenado. Se hizo muy poderoso, pero la humanidad entera
quedó sin deseo sexual, sin amor, culpabilizada. Hay que librarse de esa culpa.
Mientras hagas el amor, piensa en la oración, en la meditación, en Dios. Mientras hagas el amor,
quema incienso, canta, baila. Tu habitación debería ser un templo, un lugar sagrado, y
no tienes que apresurarte en el acto del amor. Profundiza en él, saboréalo lo más lenta y
amablemente posible. Y te sorprenderás, porque tienes la llave.
Dios no te ha traído a este mundo sin llaves, pero hay que utilizar esas llaves, tienes que ponerlas en la cerradura y abrirla.
El amor es otro fenómeno, uno de los que posee mayor potencial, en el que desaparece el ego y eres consciente, plenamente consciente, vibrante, palpitante. Dejas de ser un individuo, te pierdes en la energía del todo.
Debes dejar que, poco a poco, se convierta en tu modo de vida. Lo que ocurre en el momento culminante del amor debe ser tu disciplina, no solo una experiencia, sino una disciplina. Entonces, hagas lo que hagas, te dirijas a donde te dirijas... por la mañana, cuando salga el sol, tendrás la misma sensación, la misma fusión con la vida. Tumbado en el suelo, con el cielo lleno de estrellas, experimenta la misma fusión. Tumbado sobre la tierra, siéntete uno con la tierra.
Poco a poco el acto amoroso te dará la clave para enamorarte de la existencia misma. Entonces el ego se conoce como ficción y se utiliza como tal, y si lo utilizas como ficción no hay peligro.
Existen otros momentos en los que el ego desaparece por sí mismo, en momentos
de gran peligro, por ejemplo. Vas al volante de un coche y de repente ves que va a ocurrir un accidente. Has perdido el control del coche y no parece haber ninguna posibilidad de que te salves. Vas a estrellarte contra un árbol o contra un camión que viene en dirección contraria, o vas a caerte a un río: tienes la absoluta certeza. En esos momentos desaparece el ego, repentinamente.
Por eso atraen tanto las situaciones peligrosas. Hay gente que escala el Everest.
Es una meditación profunda, y quizá lo entiendan o quizá no. El montañismo tiene gran importancia. Escalar montañas entraña riesgos, y cuantos más riesgos entraña, más
fascinante resulta. En esa actividad se vislumbra la ausencia del ego. Siempre que el peligro anda muy cerca, la mente se detiene. La mente solo puede funcionar cuando no existe el peligro, pero no tiene nada que decir cuando existe. El peligro te vuelve espontáneo, y con esa espontaneidad comprendes de repente que tú no eres el ego.
También, como hay grandes diferencias entre las personas, si tienes sensibilidad estética, la belleza te abrirá las puertas. Solo con ver a una mujer o a un hombre hermosos, con un solo destello de belleza, el ego desaparece de repente. Hay algo que te sobrepasa.
Y lo mismo pasa al ver un loto en un estanque, el crepúsculo o un pájaro en pleno vuelo, cualquier cosa que desencadene tu sensibilidad interna, cualquier cosa que tome posesión de ti tan profundamente durante unos momentos que llegues a olvidarte de ti mismo, que seas y al mismo tiempo no seas, que te abandones... Entonces también desaparece el ego. Es una ficción, que tienes que llevar adelante. Si te olvidas de ella unos momentos, se escapa.
Y es bueno que existan esos momentos en los que se escapa y vislumbras lo verdadero y lo real. Por esos momentos se vislumbra que la religión no ha muerto. No se debe a los sacerdotes; por el contrario, ellos han hecho todo lo posible para matarla. No se debe a las personas religiosas, las que van a las iglesias, las mezquitas y los templos.
En realidad no son religiosas; son unos farsantes.
La religión no ha muerto gracias a esos escasos momentos que experimentamos casi todos. Toma nota de ellos, absorbe su espíritu, permite que se produzcan más, crea espacios para que ocurran con más frecuencia. Ese es el verdadero camino para buscar a Dios. No vivir en el ego es vivir en Dios.
Hay tres tus en ti.
En ti hay tres tus: el primero, que es la personalidad. Este término procede del griego persona. En la tragedia griega se utilizaban máscaras, y la voz salía de detrás de la máscara. Sona significa «voz», «sonido», y per, «a través de la máscara». No se conoce la cara real, quién es el actor. Está la máscara, y por ella sale la voz. Parece que viene de la máscara, y no se ve la cara real. La palabra «personalidad» es muy hermosa, y procede de la tragedia griega.
Y eso es lo que ha ocurrido. En la tragedia griega solo había una máscara. Tú tienes muchas, una sobre otra, como las capas de una cebolla. Si te quitas una máscara tienes otra, y si te quitas esa tienes otra. Y si sigues escarbando, te sorprenderá cuántas caras llevas. ¡Un montón! Llevas varias vidas coleccionándolas, y todas te resultan útiles, porque tienes que cambiarlas muchas veces.
Si hablas con tu criado no puedes ponerte la misma cara que cuando hablas con tu
jefe. Y quizá estén los dos en la misma habitación, pero cuando miras al criado tienes
que utilizar una máscara y otra cuando miras a tu jefe. Cambias continuamente.
Se ha convertido en algo casi automático; no hace falta que tú cambies, se cambia por sí
solo. Cuando miras a tu jefe sonríes. Después miras al criado, tu sonrisa desaparece y
adoptas una expresión dura, tan dura como la que te muestra tu jefe. Cuando él mira a
su jefe, sonríe.
Puedes cambiar de cara muchas veces en cuestión de segundos. Hay que estar muy
alerta para darse cuenta de las múltiples caras que tenemos: innumerables, incontables.
Ese es el primer tú, el tú falso, que también puede llamarse el ego. Te lo ha dado la
sociedad, es un regalo de la sociedad, de los políticos, los sacerdotes, los padres y los
pedagogos. Te han dotado de múltiples caras para facilitar tu vida. Te han arrebatado la
verdad y te han dado un sustituto, y a causa de esas caras sustituibles no sabes quién eres. No puedes saberlo, porque las caras son tantas y cambian con tal rapidez que no puedes fiarte ni de ti mismo. No sabes exactamente qué cara es la tuya. En realidad, ninguna de esas caras son la tuya.
Y el zen dice: «A menos que conozcas tu cara original no sabrás qué es Buda».
Porque Buda es tu cara original.
Naciste como un Buda y estás viviendo en la mentira.
Has de abandonar ese legado social. Tal es el significado de sannyas, la iniciación.
Eres cristiano, hindú o musulmán, y tienes que abandonar esa cara, esa careta, porque
no es la tuya, sino que te la han dado los demás y te han condicionado con ella; A ti no te preguntaron nada, no te pidieron permiso; te la impusieron por la fuerza, con violencia.
Todos los padres y los sistemas educativos son violentos, porque no te tienen en cuenta. Tienen ideas preconcebidas, saben qué es lo bueno y lo malo, y te lo imponen.
Ya puedes gritar y revolverte; es tas desvalido. El niño está tan desvalido y es tan delicado que lo pueden moldear. Y eso es lo que hace la sociedad. Antes de que el niño se haya fortalecido lo suficiente, ya tiene mil y un traumas; está paralizado, envenenado.
Cuando quieras ser religioso tendrás que abandonar todas las religiones.
Cuando quieras relacionarte con Dios tendrás que abandonar todas las ideologías sobre Dios.
Cuando quieras saber quién eres, tendrás que abandonar todas las respuestas que te
han dado. Tienes que quemar todo lo que te han prestado.
Por eso se ha definido el zen de la siguiente manera: «Dirigido directamente al corazón humano. Ver la naturaleza y transformarse en un Buda. No apoyarse en las letras. Una transmisión distinta, aparte de las escrituras».
Una transmisión distinta, aparte de las escrituras; es decir, que ni el Corán ni el Dhammapada, ni la Biblia ni el Talmud ni el Gita te la pueden proporcionar. Ninguna de las escrituras sagradas te lo puede dar, y si crees en esas escrituras no alcanzarás la verdad.
La verdad está en ti, y es en tu interior donde has de encontrarla. «Ver la naturaleza y transformarse en Buda. Dirigido directamente al corazón humano.» No tienes que ir a ninguna parte. Y, como vayas a donde vayas, seguirás siendo el mismo, ¿qué sentido tiene? Puedes ir al Himalaya, y con eso no cambiará nada, porque te llevarás todo lo que tienes, todo lo que eres, todo en lo que te han convertido, lo llevarás
contigo, artificialmente. Tus caras artificiales, los conocimientos que te han prestado, las
escrituras, todo seguirá aferrado a ti. Incluso si te sientas a solas en una cueva del Himalaya no estarás a solas. Te rodearán los profesores, los sacerdotes, los políticos, tus padres, la sociedad entera. Quizá no lo veas, pero todos estarán allí, a tu alrededor. Y seguirás siendo cristiano, hindú o musulmán, y seguirás repitiendo palabras como un loro. Nada cambiará, porque así nada puede cambiar.
HE LEÍDO UN CUENTO BÁVARO MUY BONITO, QUE QUIZÁ CONOZCÁIS.
Meditad sobre él. Es sobre un ángel de Munich.
Alois Hingerl, portero número 172 de la Estación Central de Munich, trabajó hasta tal extremo un día que cayó agotado, muerto. No sin cierta dificultad, dos angelitos lo llevaron al cielo, donde lo recibió san Pedro y le dijo que a partir de entonces sería el ángel Aloisio. Le regaló un arpa y le explicó las normas de la casa celestial.
De ocho a doce de la mañana te dedicarás al regocijo dijo. Y de doce a ocho entonarás el hosanna.
Pero ¿qué pasa aquí? preguntó Aloisio. ¿O sea, júbilo de ocho a doce y luego de doce a ocho el hosanna? Pues vaya... Y las copas, ¿cuándo?
Ya se te dará el maná a su debido tiempo respondió Pedro, un tanto molesto.
¡Pues vaya plasta! exclamó el ángel Aloisio. ¿Regocijo de ocho a doce? ¡Y yo que creía que en el cielo no había que trabajar! Pero acabó por sentarse en una nube y se puso a cantar, tal y como le habían ordenado: ¡Aleluya, aleluya!
Pasó por allí un intelectual, planeando.
¡Oye, tú! gritó Aloisio. ¿Nos tomamos un poquito de rapé? ¡Venga!
Pero al ángel intelectual le dio asco una idea tan vulgar. Susurró: «Hosanna», y se marchó.
Aloisio se puso furioso.
¡Si será imbécil! gritó. Si no tienes rapé, pues no lo tienes y ya está, ¿vale?
Pero por lo menos me contestas, ¿vale? ¡Si será cateto! ¡Hay que ver la gente que hay aquí
arriba! ¡Dónde me he metido!
Y volvió a sentarse en su nube para continuar con el regocijo.
Pero el enfado que sentía se reflejaba en sus cánticos, y gritaba tan fuerte que el Padre Celestial, que estaba cerca, se despertó de la siesta y preguntó atónito:
¿De dónde sale semejante ruido?
Llamó inmediatamente a san Pedro, que acudió a todo correr, y juntos escucharon los escandalosos cánticos del ángel Aloisio:
¡Aleluya! ¡Maldita sea! Scheisse! ¡Aleluya! ¡Puta mierda! ¡Aleluya!
San Pedro llevó a rastras a Aloisio ante el Señor.
El Padre Celestial se lo quedó mirando largo rato y después dijo:
Ya. Comprendo. Un ángel de Munich. ¡Justo lo que me imaginaba! Vamos a ver, ¿a
qué viene tanto grito?
Era precisamente lo que estaba esperando Aloisio. Estaba tan furioso que se desató.
¡Todo esto no me gusta nada! ¡No me gusta tener alas! ¡No me gusta cantar hosannas! ¡No me gusta que me den maná en vez de cerveza! Y que quede una cosa clara: ¡no me gusta cantar!
San Pedro, esto no va a funcionar dijo el Señor. Pero tengo una idea. Vamos a darle el trabajo de mensajero para transmitir nuestros consejos celestiales al gobierno de Baviera. Así podrá ir a Munich un par de veces a la semana y su alma descansará en paz.
Cuando Aloisio oyó aquellas palabras se puso muy contento. Al poco tiempo le dieron el primer encargo de mensajero, llevar una carta, y bajó volando a la tierra.
Cuando volvió a pisar el suelo de Munich se sintió realmente en el cielo. Y, siguiendo sus antiguas costumbres, se fue inmediatamente al bar, donde su asiento de costumbre estaba vacío, esperándolo. La buena de Kathi, la camarera, seguía allí, y él pidió una cerveza, y otra y otra... y allí sigue sentado todavía.
Por eso el gobierno bávaro ha tenido que arreglárselas hasta el día de hoy sin la
orientación divina.
VAYAS A DONDE VAYAS SERÁS TÚ MISMO, EN EL CIELO O EN EL HIMALAYA. NO puedes ser de otra manera. El mundo no está fuera de ti; tú eres el mundo, de modo que vayas a donde vayas llevarás el mundo contigo.
El verdadero cambio que se tiene que producir no es de lugar, no tiene que producirse fuera, sino dentro. ¿A qué me refiero con el verdadero cambio? No me refiero a que tengas que mejorar, porque mejorar es otra mentira.
Mejorar significa que continuarás puliendo tu personalidad. Puede llegar a ser maravillosa, pero recuerda que, cuanto más maravillosa, más peligrosa, porque más difícil te resultará desprenderte de ella.
Por eso a veces un pecador se transforma en santo, pero las personas respetables nunca se transforman. No pueden, porque tienen una personalidad muy valiosa, con muchos adornos, muy pulida, y han invertido mucho en esa personalidad; su vida entera ha sido una especie de continua pulimentación. Les costaría demasiado abandonar esa maravillosa personalidad. Un pecador sí puede hacerlo, porque no ha invertido nada en ella. Aun más; está harto de ella, de tan fea como es. Pero ¿cómo podría desprenderse tan fácilmente una persona respetable, con tantas recompensas como le ha dado, con tantos beneficios como le ha reportado?
Con ella ha ganado respetabilidad, le ha hecho
ascender, va a llegar al culmen del éxito. Le resulta muy difícil dejar de ascender por los
peldaños del éxito. Es una escalera sin fin, por la que se puede subir eternamente.
Cuando Henry Ford estaba a punto de morir, en su lecho de muerte, aún planeando nuevas industrias, nuevos negocios, alguien le dijo:
¡Pero si se está usted muriendo! Según los médicos, no vivirá más de unos cuantos días. Ni siquiera están seguros de eso; podría morir hoy o mañana. ¿Y ahora qué? Ha dedicado su vida entera a esto, y tiene mucho dinero, mucho más de lo que puede gastar. Ese dinero no sirve para nada. ¿Por qué se empeñó en crear tantas
empresas?
Seguramente Henry Ford dejó de planear cosas unos momentos y respondió:
Mire, no puedo parar. Es imposible. Solo la muerte me detendrá; yo soy incapaz.
Mientras esté vivo querré subir un peldaño más. Sé que es absurdo, pero no puedo parar.
Cuando se triunfa en el mundo resulta muy difícil parar. Resulta difícil parar cuando te estás enriqueciendo, cuando te estás haciendo famoso. Cuanto más refinada sea la personalidad, más se afianza.
Por eso no digo que tengas que mejorar. Desde Buda a Hakuin, ninguno de los grandes maestros ha hablado de que haya que mejorar. Ojo con los llamados «libros para mejorar» de «desarrollo personal». El mercado está lleno de esos libros, y hay que tener mucho cuidado con ellos, porque esa mejora no te llevará a ninguna parte. No se trata de mejorar, porque con mejorar solo se consigue aumentar la mentira. Mejorará la
personalidad, se pulirá más, se hará más sutil, más valiosa, pero eso no equivale a la
transformación.
La transformación no se produce mejorando la personalidad, sino abandonándola.
La mentira no puede convertirse en la verdad. No hay forma alguna de mejorar la mentira para que se convierta en la verdad. Siempre seguirá siendo la mentira. Parecerá cada día más la verdad, pero seguirá siendo la mentira. Y cuanto más verdad parezca, más te absorberá, más arraigará en ti. La mentira puede parecer hasta tal punto la verdad que es posible olvidarse de que en realidad es mentira.
La mentira te dice: «Ve en busca de la verdad. Mejora tu carácter, tu personalidad.
Busca la verdad, transfórmate en esto, transfórmate en lo otro». La mentira no para de
ofrecerte nuevas actividades: haz esto, y todo irá bien y serás feliz para siempre. Haz esto, haz lo otro. ¿Que esto falla? No importa; tengo otros planes para ti. La mentira no para de ofrecerte planes, y tú sigues esos planes, malgastando tu vida.
En realidad, la búsqueda de la verdad también procede de la mentira. Resulta difícil de comprender, pero es algo que hay que comprender. La búsqueda de la verdad deriva
de la propia mentira. Es la forma de protegerse que tiene la mentira; si incluso te ofrece la búsqueda de la verdad, ¿cómo puedes sentirte a disgusto con tu personalidad? ¿Y cómo puedes decir que es mentira? Te empuja, te arrastra a ir en busca de la verdad.
Pero la búsqueda significa ir a otro sitio, mientras que la verdad está aquí y la mentira te impulsa a ir allá. La verdad dice «ahora», y la mentira «entonces» y «allí».
La mentira siempre se refiere al pasado o al futuro, nunca al presente. Y la verdad es el
presente, este mismo momento, ahora mismo.
De modo que el primer «tú» es la mentira, la actuación, la pseudopersonalidad que
te rodea, la cara que ofreces a la galería, la falsedad. Es un engaño. La sociedad te lo ha
impuesto y tú has colaborado en ello. Tienes que dejar de colaborar con esa mentira de
la sociedad, porque solo cuando te quedas al desnudo eres tú mismo. Todos los ropajes
son un invento social. Todas las ideas y las identidades que crees poseer son un invento
social, algo que te han creado los demás. Y tienen sus motivos para hacerlo. De esta
forma se aprovechan de ti sutilmente. Te explotan.
La auténtica explotación no tiene un carácter económico ni político; la auténtica explotación es la psicológica. Esa es la razón por la que todas las revoluciones han fracasado. ¿Cuál es esa razón? Que no han indagado en la explotación más profunda, la psicológica. Solo intentan cambiar lo superficial. Si una sociedad capitalista se vuelve comunista, no hay ninguna diferencia. Si una democracia se convierte en dictadura, o si una sociedad dictatorial se hace democrática, da igual: no existe ninguna diferencia. Son cambios superficiales, un blanqueado, pero en lo más profundo la estructura sigue siendo la misma.
¿En qué consiste la explotación psicológica? La explotación psicológica consiste en no permitir que nadie sea uno mismo, que nadie sea aceptado tal y como es, que no se respete a nadie. ¿Cómo respetar a las personas si no las aceptamos como son? Si les impones cosas y después las respetas, lo que respetas son tus propias imposiciones. No respetas a las personas como son, no respetas su desnudez, ni su espontaneidad, no respetas sus sonrisas y sus lágrimas de verdad. Solo respetas el fingimiento, las pretensiones. Lo que respetas es la actuación.
Tienes que abandonar por completo este primer tú. Freud contribuyó en gran medida a que la humanidad tomara conciencia de la falsedad de la personalidad, de la mente consciente. Su revolución es mucho más profunda que la de Marx, su revolución es mucho más profunda que ninguna otra. Profundiza mucho, pero no se extiende lo suficiente.
Llega al segundo tú, al tú reprimido, instintivo, inconsciente. Se trata de todo lo que la sociedad no ha permitido, de todo lo que la sociedad ha metido a la fuerza en tu ser y allí lo tiene encerrado. Solo aparece en tus sueños, en metáforas, o cuando estás borracho, cuando no tienes control sobre ti mismo. El resto del tiempo está lejos de ti, y es más auténtico, no es falso.
Freud hizo mucho para que el hombre tomara conciencia de ello, y las psicologías humanistas y sobre todo los grupos de encuentro, de desarrollo personal y similares han contribuido enormemente a que se tome conciencia de todo lo que grita en nuestro interior, de lo que ha sido reprimido, aplastado. Y en eso consiste la parte vital. Esa es la vida real, la vida natural. Las religiones la han condenado, calificándola de parte animal, la han condenado al considerarla el origen del pecado. No es el origen del pecado, sino de la vida, y no es inferior a lo consciente. Es más profunda que lo consciente, sin duda, pero no inferior.
Y no hay nada de malo en lo animal.
Los animales son hermosos, como los árboles.
Viven desnudos, con sencillez. Aún no los han destruido los sacerdotes y los políticos,
aún forman parte de Dios. Solo el ser humano se ha extraviado. El hombre es el único animal anormal sobre la faz de la tierra, mientras que los demás animales son normales. De ahí su alegría, su belleza, su salud, de ahí su vitalidad. ¿No os habéis fijado? ¿No habéis sentido envidia al ver un pájaro en pleno vuelo? ¿Cuando un ciervo
corre a toda velocidad por el bosque? ¿No habéis sentido envidia de esa vitalidad, de la
pura alegría de la energía?
Y con los niños... ¿no habéis sentido envidia de los niños? Quizá por la envidia condenáis el infantilismo, una y otra vez. Cuánta razón tiene Montague al afirmar que en lugar de decir: «No seas infantil» deberíamos empezar a decir: «No seas adultil». Tiene toda la razón del mundo, y yo estoy de acuerdo con él.
Un niño es hermoso, mientras que un adulto es la fealdad misma. El adulto deja de fluir, se bloquea. Se queda inmóvil, como muerto. Pierde brío, pierde entusiasmo; se limita a arrastrarse. Se aburre, no tiene sentido del misterio. Nunca se sorprende de nada, porque ha olvidado el lenguaje del asombro. Para él ya no existe el misterio.
Dispone de muchas explicaciones, pero el misterio ya no existe para él. Por consiguiente, ha perdido la poesía, la danza y todo lo que da significado a la vida, todo lo que aporta el sabor de la vida.
Este segundo «tú» es mucho más valioso que el primero, y precisamente por eso me opongo a todas las religiones, a todos los sacerdotes, porque se aferran al primero, al más superficial. Vayamos al segundo, pero el segundo tampoco supone el final, y ahí es donde Freud se queda corto. Como también se queda corta la psicología humanista: si bien profundiza un poco más que Freud, no profundiza lo suficiente como para llegar al tercer «tú».
En ti existe un tercer «tú», el tú auténtico, la cara verdadera, que sobrepasa los «túes» primero y segundo. Lo trascendental, la «budidad», la conciencia pura, sin fisuras, sin divisiones.
El primer tú tiene un carácter social; el segundo, natural; el tercero, divino.
Y un momento: no digo que el primero no resulte útil. Si existe el tercero, el primero se puede emplear. Si existe el tercero, también se puede emplear el segundo, pero siempre y cuando exista el tercero. Si el centro funciona, también irá bien la periferia, porque la circunferencia estará en su sitio, pero si solo tenemos el centro, sin la circunferencia, todo acabará en una especie de muerte.
Eso es lo que ha ocurrido con el ser humano. Por eso tantos pensadores occidentales sostienen que la vida carece de sentido. No es así. Solo se debe a que se ha perdido el contacto con el origen del sentido, del significado.
Es como si un árbol perdiera el contacto con sus raíces. Entonces no habría flores, empezaría a desaparecer el follaje, se caerían las hojas y no brotarían hojas nuevas. Y entonces la savia deja de fluir, deja de existir la vida. El árbol se muere.
Y entonces el árbol puede empezar a filosofar, a ponerse en plan existencialista, como Sartre, por ejemplo, y ponerse a decir que ya no hay flores en la vida. Que la vida no tiene flores, que ha desaparecido la fragancia, que ya no hay pájaros... Y el árbol incluso puede empezar a decir que siempre ha sido así y que en la antigüedad se engañaban pensando que había flores, que eran puras imaginaciones. «Siempre ha sido así, la primavera nunca ha llegado, son fantasías de la gente. Son fantasías de los
budas... que si crecen las flores, que si reina la alegría y sale el sol y aparecen los pájaros... No hay nada. Todo es oscuridad, todo es fortuito y nada tiene sentido.» El árbol podría decir esto.
Y la verdad no es que nada tenga sentido, que ya no haya flores, que las flores no existan, que la fragancia sea pura imaginación, sino sencillamente que el árbol ha perdido contacto con sus propias raíces.
A menos que eches raíces en la «budidad», no florecerás, no cantarás, no sabrás en qué consiste una fiesta. ¿Y cómo se puede conocer a Dios si no se sabe lo que es festejar? Si os habéis olvidado de bailar, ¿cómo vais a orar? Si os habéis olvidado de cantar y de amar, Dios ha muerto. Esto no significa que Dios esté muerto, sino que está muerto en vosotros, en ti. Tu árbol se ha secado, ha desaparecido la savia. Tendrás que volver a encontrar raíces. ¿Y dónde encontrar esas raíces? Hay que encontrarlas aquí y ahora.
OSHO
No hay comentarios:
Publicar un comentario