domingo, 17 de mayo de 2020

EL LIBRO DEL EGO.- LOS IDEALES -SEGUNDA PARTE: (PRIMER ESCRITO)


LOS IDEALES
Érase una vez un osito polar que le preguntó a su madre:
¿Papá también era un oso polar?
Pues claro que tu padre era un oso polar.
Pero mamá, dime una cosa: ¿el abuelo también era un oso polar? añadió el osezno al cabo de un rato.
Sí, también era un oso polar.
Pasa otro rato y el osezno pregunta:
¿Y mi bisabuelo también era un oso polar?
Sí, también. ¿Por qué me lo preguntas?
Porque estoy muerto de frío.
Osho, me han dicho que mi padre era un oso polar, que mi abuelo también, pero estoy
muerto de frío. ¿Cómo puedo cambiar esto?
Da la casualidad de que conozco a tu padre, y a tu abuelo, y también da la casualidad de que conozco a tus bisabuelos: todos se morían de frío. Y sus madres les contaron la misma historia, que tu padre era un oso polar, y tu abuelo, y también tu bisabuelo.


Si te mueres de frío, te mueres de frío y no hay más que hablar. Esas historias no ayudan a nadie. Solo sirven para confirmar que incluso los osos polares pasan frío. Hay que ver la realidad, no centrarse en las tradiciones ni volver al pasado. Si tienes frío, tienes frío y no hay más que hablar. Y el hecho de ser un oso polar no es ningún consuelo.
Esa es la clase de consuelo que se le ha ofrecido a la humanidad. Cuando estás a punto de morir, estás a punto de morir, y a alguien se le puede ocurrir decirte: «No tengas miedo, porque el alma es inmortal». Pero tú te estás muriendo.
Me han contado la historia de un judío  moribundo que se había caído en una calle,
de un ataque al corazón. Se congregó toda una multitud, y buscaron a alguien que creyera
en la religión, a un sacerdote o algo, porque el hombre estaba a punto de morir. De entre la multitud surgió un sacerdote católico, que no sabía quién era el moribundo. Se acercó a él y le preguntó:
¿Crees en Dios? ¿Afirmas que crees en la  Santísima Trinidad, en Dios Padre, en
Dios Hijo y en el Espíritu Santo?
El judío moribundo abrió los ojos y replicó:
Me estoy muriendo y me viene con acertijos. ¿Qué pasa con la trinidad esa? Me estoy muriendo. ¿Qué estupideces me está contando?
Una persona está a punto de morir y la consolamos con la idea de la inmortalidad
del alma. Ese consuelo no sirve para nada. Alguien está sufriendo y le dices: «No sufras.
Es algo puramente psicológico». ¿Cómo va a ayudar una cosa así? Lo único que conseguirás es que lo pase aún peor. Esas teorías no sirven de gran cosa, porque han sido inventadas para consolar, para engañar.
Si tienes frío, tienes frío y ya está. En lugar de preguntar si tu padre era un oso polar, haz ejercicio. Vete a caminar, a pegar saltos, a hacer meditación dinámica, y así no sentirás frío: te lo aseguro. Olvídate de padres, abuelos y bisabuelos y presta atención a tu realidad. Si te mueres de frío, haz algo. Y siempre se puede hacer algo. Pero si no paras de preguntar, no encontrarás el camino. Ya puedes preguntar y preguntar, que tu pobre madre siempre te ofrecerá consuelo.
Y la pregunta es maravillosa, llena de  significado, de una tremenda trascendencia.
Así es como sufre la humanidad. Fijaos en ese sufrimiento, observad el problema y no intentéis buscar soluciones fuera del problema. Mirad directamente el problema y siempre  encontraréis la solución en él. Fijaos en la pregunta; no pidáis la respuesta.
Por ejemplo, puedes preguntar, una y otra vez: «¿Quién soy yo?». Si acudes a un cristiano te dirá: «Eres hijo de Dios, y Dios te ama». Y tú te quedarás confuso porque, ¿cómo puede amarte Dios?
UN SACERDOTE LE DIJO AL MULÁ NASRUDÍN:
Dios te ama.
El muid replicó:
¿Cómo va a amarme si ni siquiera me conoce?
Y el sacerdote contestó:
Por eso puede amarte. Nosotros, que te  conocemos, no podemos amarte. Resulta
demasiado difícil.
O si te acercas A un hindú, te dirá: «Tú eres Dios mismo». No el hijo de Dios, sino Dios mismo. Pero tú sigues con tu dolor de cabeza, tu migraña, preguntándote cómo puede Dios tener dolor de cabeza... y el problema queda sin resolver.
Si quieres preguntar: «¿Quién soy yo?», no recurras a nadie. Guarda silencio y profundiza en tu ser. Deja que la pregunta resuene en tu interior, no verbal, sino existencialmente. Permite que la pregunta te penetre como una flecha te atravesaría el corazón. «¿Quién soy yo?», y repite la pregunta.
Y no tengas prisa por encontrar la respuesta, porque si la encuentras, te la habrá dado otra persona, un sacerdote, un político, u otra cosa, como una tradición. No respondas con la memoria, porque toda tu memoria es algo prestado. Tu memoria es como un ordenador, algo muerto. La memoria no tiene nada que ver con el conocimiento. La memoria es como el programa del ordenador, de modo que cuando
preguntas: «¿Quién soy yo?», y la memoria contesta: «Eres una gran alma», ojo.

No caigas en la trampa. Líbrate de toda esa porquería, porque no es más que eso,
porquería.
Sigue preguntando: «¿Quién soy? ¿Quién soy? ¿Quién soy?» y un día verás que también la pregunta se ha desvanecido. Solo queda un ansia: «¿Quién soy?», pero solo esa ansia, no la pregunta. «¿Quién soy?», mientras todo tu ser vibra con ese anhelo.
Y un día lo verás, que solo existe el ansia. Y en ese estado de apasionamiento, tan intenso, de pronto te darás cuenta de que algo ha estallado. De repente te verás cara a cara contigo mismo y sabrás quién eres.
No tiene sentido que le preguntes a tu padre: «¿Quién soy?». Ni siquiera él sabe quién es. Tampoco tiene sentido preguntárselo a tu abuelo o a tu bisabuelo. No hay que preguntar, no hay que preguntar ni a la madre, ni a la sociedad, ni a la cultura, ni a la civilización.
Hemos de preguntar a nuestro ser más íntimo.
Si realmente quieres conocer la respuesta, ve a tu interior, y a partir de esa experiencia interior se producirá el cambio.
Me preguntas cómo puedes cambiar esto. No puedes cambiarlo. En primer lugar tienes que enfrentarte a tu realidad, y ese encuentro te cambiará.
UN PERIODISTA INTENTABA SACARLE UNA HISTORIA DE INTERÉS HUMANO A UN HOMBRE VIEJÍSIMO DE UN ASILO DE ANCIANOS FINANCIADO POR EL ESTADO.
A ver, abuelo dijo el periodista jovialmente. ¿Qué pensaría si de repente le llegara una carta diciendo que un familiar lejano le ha dejado en herencia cinco millones de dólares?
Mira, hijo respondió lentamente el anciano. Seguiría teniendo noventa y cuatro años.
¿LO ENTIENDES? LO QUE DICE EL ANCIANO ES: «Tengo noventa y cuatro años. Si me veo con cinco millones de dólares, ¿qué voy a hacer con ellos? Seguiría teniendo noventa y cuatro años».
Lo que dice Buda, lo que dice Mahavira, lo que dice Jesucristo no sirve de nada.
Estás muerto de frío, o tienes noventa y cuatro años. Incluso si te meten en la cabeza todos los conocimientos del mundo, no te servirá de nada; seguirás muerto de frío o tendrás noventa y cuatro años.

A menos que surja cierta experiencia en tu interior, una experiencia vital que transforme tu ser y vuelva a hacerte joven, vivo, nada tendrá
ningún valor.
De modo que no preguntes a los demás. Esa es la primera lección que hay que aprender, que hay que preguntarse a uno mismo. Y también hay que recordar otra cosa:
evitar esas respuestas, porque las respuestas ya están dadas, ya las han dado otras personas. Eres tú quien plantea la pregunta, de modo que ninguna respuesta que te dé otra persona te servirá de ayuda.
Tú planteas la pregunta, y la respuesta también tiene que venir de ti.
Digamos que Buda ha bebido y está contento, que Jesucristo ha bebido y está como en éxtasis. Yo también he bebido, pero ¿cómo puedo contribuir a saciar tu sed? Tú, tú mismo tendrás que beber.
VEAMOS. Un emperador le pidió a un místico sufí que fuera a su corte a orar por ellos. El místico acudió a la cita, pero se negó a orar. Dijo:
No puedo hacerlo. ¿Cómo podría rezar por vosotros? E insistió: Hay unas cuantas cosas que hemos de hacer nosotros mismos. Por ejemplo, si quieres hacer el amor con una mujer, tienes que hacerlo tú, tú mismo. Yo no puedo hacerlo por ti ni en tu nombre. Si tienes que sonarte la nariz, tienes que hacerlo tú, porque yo no puedo
sonarme la nariz por ti; no serviría de nada. Y es lo mismo con la oración.

¿Cómo puedo yo orar por nadie? Ora por ti mismo, porque yo también puedo orar por mí mismo.
Cerró los ojos y se sumergió en la oración.
ESO ES LO QUE YO PUEDO HACER. El problema ha desaparecido para mí, pero no ha desaparecido gracias a la respuesta que me haya dado nadie. Yo no le he preguntado nada a nadie. Aún más; todo mi esfuerzo ha consistido en no hacer caso a las respuestas que me han dado los demás con tanta generosidad.
La gente no para de darte consejos. Con los consejos son muy generosos. A lo mejor no lo son con otras cosas, pero con los consejos son estupendos. Tanto si los pides como si no, te los dan.
El consejo es lo único que se da en gran cantidad y lo único que no se acepta. Nadie
lo acepta.
Me han contado que un día estaban dos vagabundos sentados bajo un árbol y uno
le dijo al otro:
Yo he acabado en este estado por no hacer caso a los consejos de nadie.
Y el otro replicó:
Amigo, yo he acabado así por haber seguido los consejos de todo el mundo.
TIENES QUE HACER TU PROPIO VIAJE. Estás helado; lo sé. Eres desgraciado; lo sé.
La vida es dura; también lo sé. Y no tengo ningún consuelo para ti, ni creo que yo pueda consolarte, porque todo consuelo se convierte en un aplazamiento. La osa le dice al
osezno: «Sí, tu padre era un oso polar», y durante un rato el osezno intenta no morirse de frío porque supuestamente los osos polares no pasan frío, pero no le sirve de nada.
Vuelve a preguntar: «Mamá, ¿mi abuelo también era un oso polar?». Intenta saber lo siguiente: «¿Hay algo en mi herencia que va mal y por eso tengo tanto frío?». Y la madre contesta: «Sí, tu abuelo también era un oso polar». Vuelve a intentar aplazar el frío, pero no se puede.

Se puede retrasar un poco, pero vuelve.
No se puede rehuir la realidad.
Teorizar tampoco sirve de ayuda. Olvídate de las teorías y presta atención a los hechos. ¿Te sientes deprimido? Tienes que indagar en la depresión. ¿Estás enfadado?
Tienes que indagar en ese enfado. ¿Sientes deseos sexuales? Pues olvídate de lo que
digan los demás; indaga en tu interior. Es tu vida y tú tienes que vivirla. No pidas nada prestado, no aceptes nada de segunda mano. Dios ama a las personas de primera mano. No parece que le gusten las copias. Sé una persona original, individual, sé tú mismo e indaga en tus  problemas.
Y solo puede decirte una cosa: que en tu  problema está oculta la solución.

El problema es simplemente una semilla. Si profundizas en él, brotará la solución.
Tu ignorancia es la semilla. Si profundizas en ella, florecerá el conocimiento. El problema consiste en el frío que sientes, en los escalofríos. Adéntrate en ellos, y surgirá el calor.
En realidad te lo dan todo: la pregunta y la respuesta, el problema y la solución, la ignorancia y el conocimiento. Solo tienes que mirar en tu interior.
Me da la impresión de que los seres humanos piensan que no basta con ser ellos mismos. ¿Por qué sienten tal compulsión la mayoría de las personas por alcanzar poder, prestigio y todo lo demás en lugar de limitarse a ser simplemente seres humanos?
Es una pregunta muy complicada. Tiene dos facetas, y hay que comprender ambas.
En primer lugar: nunca has sido aceptado como eres por tus padres, tus profesores, tus vecinos, la sociedad. Todo el mundo intentaba destacar los fallos, los errores, las faltas, las debilidades, las fragilidades a las que tienen tendencia todos los seres humanos, pero nadie destacaba tu belleza, tu inteligencia, tu grandeza.
El simple hecho de estar vivo es un regalo  maravilloso, pero nadie te ha dicho que te
sientas agradecido a la existencia.

Por el contrario, todo el mundo te decía que te
quejaras, que rezongaras. Naturalmente, si todo lo que te rodea en la vida desde el principio destaca lo que no eres y deberías ser, te va ofreciendo grandes ideales que deberías alcanzar, nunca se elogiará lo que eres. Lo que se elogia es tu futuro, si puedes llegar a ser alguien respetable, poderoso, rico, intelectual, famoso de una u otra forma, no un don nadie.
Ese constante condicionamiento ha creado en ti la siguiente idea: «No soy lo suficiente tal y como soy, me falta algo. Y tengo que estar en otra parte, no aquí. No debería estar aquí, sino en un lugar más elevado, con más poder, más dominio, más respetado, más conocido».
Eso es solo la mitad de la historia, algo feo, que no debería ser así. Desaparecería si las personas aprendieran con un poco más de inteligencia a ser madres, padres, profesores.
No se debe mimar al niño, sino contribuir a que se acepte a sí mismo, a que crezca su autoestima. Por el contrario, a lo que contribuyes es a crear obstáculos para su crecimiento. Esa es la parte más fea, pero también la más sencilla. Puede eliminarse, porque resulta muy sencillo y lógico comprender que no eres responsable de lo que eres,sino que la naturaleza te ha hecho así. De nada sirve ahora llorar y lamentarse en la
leche derramada.
Pero la segunda parte tiene una enorme importancia.

Incluso si se eliminan todos estos condicionamientos, es decir, que te desprogramen, que te quiten todas esas ideas
de la cabeza, seguirás pensando que no vales lo suficiente, pero de todos modos será una experiencia completamente distinta.

Las palabras serán las mismas, pero la
experiencia diferente.
No vales lo suficiente porque puedes llegar a más. Ya no se trata de hacerse famoso, respetable, poderoso, rico.

Dejarás de preocuparte por esas cosas. Empezarás a preocuparte porque tu ser es solo una semilla. Cuando llegas al mundo no naces como un árbol, sino como una simple semilla, y tienes que crecer hasta el punto de la madurez, de la floración, y esa floración te llenará de alegría, de satisfacción.
Este florecimiento no tiene nada que ver con el poder, ni con el dinero, ni con la política. Solo tiene que ver contigo mismo, como progreso individual. Y para eso, el otro condicionamiento supone un obstáculo, una distracción, significa encaminar mal el deseo natural de crecimiento.
Todo niño nace para crecer y convertirse en un ser humano hecho y derecho, con amor, con compasión, con silencio. Tiene que convertirse en una auténtica fiesta por sí mismo. No se trata de competir, ni siquiera de comparar.
Pero el primer condicionamiento, tan feo, te distrae porque la sociedad, los intereses creados, se aprovechan de la necesidad de crecer, la necesidad de convertirte en algo más, de desarrollarte. Desvían esa necesidad, te llenan la mente de modo que piensas que esa necesidad significa tener más dinero, que esa necesidad significa ocupar el primer lugar en todos los terrenos, en la educación, en la política, en todo. Estés donde estés, has de ocupar el primer lugar; si no llegas, pensarás que no has actuado
bien, sentirás un grave complejo de inferioridad.
Este condicionamiento produce complejo de inferioridad porque su objetivo consiste en que seas superior, superior a los demás.
Te enseña a competir, a compararte con los demás.
Te enseña la violencia, la lucha. Te enseña que no importan los medios, que lo que importa es el fin, que el éxito es el objetivo.
Y eso se consigue fácilmente porque nacemos con el impulso de crecer, con el impulso de estar en otro sitio. Una semilla tiene que viajar hasta muy lejos para transformarse en unas flores. Es una peregrinación. Es un impulso maravilloso, que concede la naturaleza misma, pero hasta ahora la sociedad se ha servido de múltiples
astucias para desviar y cambiar tus instintos naturales y transformarlos en utilidad social.
Estos son los dos aspectos que te hacen sentir que estés donde estés te falta algo, que tienes que acceder a algo, conseguir algo, triunfar, trepar.
Tienes que emplear a fondo tu inteligencia para distinguir entre tu impulso natural y los condicionamientos sociales. Olvídate de los condicionamientos sociales son una estupidez, para que tu naturaleza siga siendo pura, impoluta. Y la naturaleza siempre es  individualista.
Crecerás y florecerás, y a lo mejor te salen rosas, mientras que a otra persona quizá le salgan caléndulas. Tú no serás superior al otro por las rosas, ni el otro será inferior a ti por las caléndulas. Lo importante es que los dos habéis florecido, y ese florecimiento, ese desarrollo, produce una profunda satisfacción. Desaparece la frustración, la tensión, y te invade una gran sensación de paz, esa paz que te inunda,
que sobrepasa la comprensión, pero en primer lugar tienes que cortar con todas las estupideces de la sociedad, porque si no seguirán  desviándote, distrayéndote.
Tienes que ser rico, pero no por el dinero. La riqueza es otra cosa. Un mendigo puede ser rico y un emperador pobre. La riqueza es una cualidad del ser.
ALEJANDRO MAGNO CONOCIÓ A DIÓGENES, un mendigo que solo poseía una lámpara y la mantenía encendida día y noche. Desde luego, actuaba de una forma extraña, y Alejandro le preguntó:
¿Por qué tienes la lámpara encendida durante el día?
Diógenes alzó la lámpara, miró a Alejandro a la cara y le dijo:
Busco al hombre auténtico de día y de noche, pero no lo encuentro.
Alejandro se quedó asombrado al ver que un simple mendigo le decía semejante cosa a él, el conquistador del mundo, pero también  comprendió la belleza de la desnudez de Diógenes. Sus ojos eran tan silenciosos, sus palabras poseían tal autoridad, su presencia era tan impresionante y a la vez tranquila que aunque Alejandro se sintió insultado no pudo reaccionar. La presencia de aquel hombre era tan imponente que el propio Alejandro parecía un mendigo a su lado. En su diario escribió lo siguiente:
«He notado por primera vez en mi vida que la riqueza no tiene nada que ver con el dinero. He conocido a un hombre rico».
LA RIQUEZA ES LO QUE HAY EN TI DE AUTÉNTICO, de sincero, de verdadero, tu amor, tu  creatividad, tu sensibilidad, tu capacidad para meditar: ahí está tu auténtica riqueza.
La sociedad te ha abocado a lo mundano, y te has olvidado por completo de que te
han abocado a eso.
Recuerdo una historia que me contaron, una historia real: Un día, en la India, un hombre iba en una moto, y como hacía mucho frío se puso la chaqueta al revés, con la parte de detrás por delante, porque tenía mucho frío y el viento le daba de cara. Un sardar* Los sardares son muy simples también venía en su moto por el otro extremo de la carretera, y no daba crédito a sus ojos. Pensó: «Ese hombre tiene la cabeza al
revés».
Se asustó tanto que al aproximarse chocó contra el pobre hombre, que cayó al suelo, casi inconsciente. El sardar lo miró detenidamente y dijo: «Dios mío, ¿qué le ha pasado? La ciudad está lejos, el hospital está lejos, pero hay que hacer algo».
Los sardares son las personas más fuertes de la India, y aquel pobre hombre estaba inconsciente. Así que le torció la cabeza para colocarla bien, según como llevaba la chaqueta. En ese mismo momento llegó un coche celular y los policías preguntaron:
¿Qué ocurre? El sardar contestó:
Han llegado justo a tiempo. Miren a este hombre: se ha caído de la moto.
Los policías preguntaron. ¿Está muerto? El sardar respondió:
Estaba vivo cuando tenía la cabeza al revés. Cuando se la puse en su sitio dejó de
respirar. Los policías dijeron:
Solo se ha fijado en la cabeza. ¡No se ha dado cuenta de que lo que está al revés es la chaqueta, no la cabeza! El sardar replicó:
Somos personas pobres y sencillas. Nunca había visto a nadie con una chaqueta con los botones a la espalda. Pensé que había tenido un accidente. Aunque estaba inconsciente, respiraba. Le torcí la cabeza. Me costó mucho trabajo, pero cuando quiero hacer algo, lo hago. Lo hice, y le enderecé la cabeza hasta que se adaptó perfectamente a la chaqueta. Entonces dejó de respirar. ¡Qué tipo tan raro!

OSHO

Continua....

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