lunes, 15 de febrero de 2016

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)


Capitulo X (Segundo Escrito)
EL PENSAMIENTO SANO
«Sanar, por consiguiente, es una manera de aproximarse al conocimiento pensando de acuerdo con las leyes de Dios.»
Hay una fuerza de sanación dentro de cada uno de nosotros, una especie de médico divino instalado en nuestra mente y en comunicación con cada célula de nuestro ser.
Esta fuerza es la inteligencia que dirige el sistema inmunitario. Su presencia se nos manifiesta cuando nos hacemos un corte en un dedo o nos rompemos una pierna. 
¿Qué es esta «inteligencia divina» y cómo se la pone en acción? "La Expiación libera por completo el poder creativo de la mente." «Jesús salva» significa «el amor sana la mente». ¿Cómo sanó Jesús al leproso? Perdonándolo. Se situó en medio de la ilusión y sin embargo sólo vio la verdad tal como Dios la había creado. 
Él sanaba mediante la corrección de la percepción.
Cuando se detuvo enfrente del leproso, no vio la lepra. 
Extendía su percepción más allá de lo que le revelaban los sentidos físicos, hasta la realidad tal como se la ve a través de la visión del Espíritu Santo. Dentro del leproso estaba el Hijo de Dios, perfecto, inalterable, inmutable. 
El espíritu está eternamente sano. El espíritu no puede enfermar y no puede morir. Jesús veía como ve Dios. Aceptaba la Expiación para sí mismo. No creía en la lepra. 
Como todas las mentes están conectadas, en su presencia el leproso dejó de creer en la lepra, y por eso sanó.
 En Un curso de milagros Jesús, que es el símbolo personal del Espíritu Santo, dice: «Tu mente y la mía pueden unirse para desvanecer con su luz a tu ego». Pedir al Espíritu Santo que nos sane cuando estamos enfermos significa pedirle que sane los pensamientos que desde nuestro interior dan origen a la enfermedad. 
Hace varios años, cuando acababa de empezar a dar conferencias sobre Un curso de milagros, tuve tres accidentes de coche en los cuales me chocaron por detrás en la autopista. 
En cada caso, había «entregado» la experiencia inmediatamente, recordando que no estaba sometida al efecto de los peligros mundanos, y no sufrí herida ni daño alguno.
 Más o menos una semana después del último accidente, me resfrié, y la garganta me dolía mucho. Era un viernes por la tarde, y tenía que dar una conferencia a la mañana siguiente. 
Me sentía muy mal. Había quedado en reunirme después del trabajo con mi amiga Sarah. Como me sentía tan mal quise cancelar la cita para irme a casa a acostarme, pero cuando llamé al despacho de Sarah me dijeron que ya se había ido y que no volvería hasta el día siguiente. No me quedaba otro remedio que ir al café, y mientras lo hacía me concentré en sanarme la garganta. Deseaba desesperadamente poder ver a un médico que me recetara un antibiótico llamado eritromicina que siempre me había resuelto ese problema de garganta, pero como hacía poco que vivía en Los Ángeles todavía no conocía a ninguno. 
Recurrí al Curso. «¿Cómo sucedió esto?», pregunté. «¿Dónde se desvió mi pensamiento de la verdad? ¿Dónde se equivocó mi percepción?» Recibí la respuesta tan pronto como la pedí, y me sacudió como un rayo. Aunque había aplicado el principio en relación con el accidente mismo, había «cedido a la tentación» inmediatamente después. ¿De qué manera? No es nada normal tener tres accidentes seguidos, y todos mis amigos y conocidos habían venido a visitarme para ver cómo estaba. 
Me imponían las manos, me frotaban suavemente el cuello y la espalda, me preguntaban si me había visto algún médico y me inundaban de gentilezas. Su dedicación me hacía sentir bien. Estar enferma hacía que la gente me quisiera más. 
En vez de responder inequívocamente «Estoy bien», el «Estoy bien» era un poco más tímido, como para que no dejaran de frotarme el cuello. 
Me había hecho cómplice de la idea de mi vulnerabilidad física para así obtener los beneficios adicionales del amor y la dedicación. Pagué un alto precio por mi «pecado», es decir, por la falta de amor con que me percibía. 
Estaba equivocada: me veía a mí misma como un cuerpo y no como un espíritu, es decir, más bien con desamor que con amor. Al optar por creer que era vulnerable, aunque fuera por un instante, me volvía vulnerable. De ahí mi dolor de garganta. «¡Magnífico!», pensé. «¡Ya lo tengo!» -Dios -dije-, comprendo perfectamente cómo sucedió. 
Retorno con la mente al momento de mi error y lo entrego a la Expiación. Vuelvo atrás. Te pido que sanes mi percepción y me liberes de los efectos de mi pensamiento erróneo. Amén. 
Cerré los ojos ante el semáforo en rojo mientras decía mi plegaria y esperé sin la menor duda verme libre del dolor de garganta cuando volviera a abrirlos. Terminada la plegaria, abrí los ojos. La garganta me seguía doliendo, y no era eso lo que esperaba. Más deprimida que nunca, entré en el café donde tenía que encontrarme con mi amiga y me senté en la barra. 
En el otro extremo de la barra había un hombre que me miraba como con ganas de flirtear. No era mi tipo ni mucho menos. 
Lo miré como diciéndole: «Si sigues mirándome así, amigo, eres hombre muerto». El camarero me preguntó qué deseaba tomar. Respondí en un susurro ronco: -Quiero leche caliente con coñac y un poco de miel. Desde el otro extremo de la barra, el hombre siguió los movimientos del camarero, que me trajo lo que le había pedido. -¿Qué es lo que va a hacer? -me preguntó. 
Yo no quería hablar con ese hombre. Quería que se fuera. 
Pero una vez que el Curso se te ha metido dentro, nunca vuelves a tener pensamientos mezquinos sin sentirte culpable.
 «Es tu hermano, Marianne», me dije para mis adentros.
 «Es un inocente hijo de Dios. Sé amable.» Me suavicé. 
-Trato de prepararme una bebida caliente porque me duele mucho la garganta -le contesté. 
Bueno, para empezar, esa no es la manera de prepararse una bebida caliente -me dijo-, y además, no es lo que necesita, sino un poco de penicilina, probablemente. -Es verdad -admití-. Un poco de eritromicina me haría bien, pero acabo de llegar a Los Ángeles y no conozco ningún médico que me la pueda recetar. 
El hombre se levantó y se acercó a mí. Puso una tarjeta de crédito sobre la barra e hizo una seña al camarero. -Venga, vamos aquí al lado, que yo le puedo conseguir eritromicina -me dijo. 
Lo miré como si estuviera loco, pero también me fijé que en la tarjeta de crédito decía «Dr.». -¿Qué hay aquí al lado? -le pregunté. -Una farmacia. Y así era. 
Entramos en la farmacia de al lado y mi nuevo amigo el doctor me recetó la medicina que necesitaba. Después de meterme una pastilla en la boca, me quedé en éxtasis. -Usted no lo entiende -le dije, prácticamente dando saltos-, ¡pero esto es un milagro! 
Recé pidiendo sanar, y corregí mis pensamientos, pero el Espíritu Santo no podía darme una sanación instantánea porque todavía no estoy lo suficientemente adelantada para recibirla, pondría en peligro mi sistema de creencias, de modo que tuvo que entrar en mi nivel actual de entendimiento, y ahí estaba usted, ¡pero si no le hubiera abierto mi corazón jamás habría podido recibir el milagro porque no habría estado abierta! 
Me entregó su tarjeta. -Señorita, aquí tiene mi número de teléfono -me dijo-. Soy psiquiatra y hace veinticinco años que no receto un antibiótico. Pero, créame, haría bien en llamarme.
Tal como le dije al buen doctor, pedí ser sanada de mis percepciones erróneas, es decir, acepté la Expiación, pero la sanación sólo podía entrar en el nivel de mi receptividad. 
El Curso nos dice que el Espíritu Santo se aparta en presencia del miedo. A la mayoría de nosotros, si se nos sanara instantáneamente una pierna rota al oír la palabra «Jesús», la sanación nos parecería mas deprimente que la herida, porque, si tal cosa es posible, eso significa que el mundo entero es diferente de lo que creemos que es. 
Renunciar a nuestra limitada concepción del mundo, que experimentamos como una especie de seudocontrol, representa para nosotros una amenaza mayor que una pierna rota. 
Algunas personas, dice Un curso de milagros, preferirían morir antes que cambiar de opinión.
 El Espíritu Santo encuentra maneras de expresar Su poder mediante procedimientos que podemos aceptar, y la medicina es uno de ellos. En Alcohólicos Anónimos se dice: «Cada problema trae su propia solución».
 La crisis trae su solución porque nos pone de rodillas, nos vuelve más humildes. Si hubiéramos estado de rodillas desde el principio, si hubiéramos puesto el poder de Dios por delante del nuestro y el amor por delante de nuestras ambiciones personales, nuestros problemas no habrían aparecido. 
Una epidemia como el sida constituye una angustia colectiva que arrastra en su doloroso torbellino a millones de personas. 
Pero esto también significa que pone de rodillas a millones de personas. Tan pronto como seamos bastantes los que estemos de rodillas, tan pronto como el amor llegue a un número crítico de individuos o, como dice el Curso, tan pronto como suficientes personas estén dispuestas a aceptar la posibilidad del milagro, habrá un súbito avance de la conciencia: un éxtasis, una sanación instantánea. 
Será como si millones de nosotros nos detuviéramos ante una luz roja, reconociendo nuestra falta de amor y pidiendo ser sanados. Cuando se encuentre finalmente la cura del sida, otorgaremos premios a unos cuantos científicos, pero muchos de nosotros sabremos que millones y millones de plegarias ayudaron a que sucediera.


SALVAR LA MENTE, SALVAR EL CUERPO.
«Lo único que cura es la salvación.» 
La experiencia de la enfermedad es una llamada hacia una vida auténticamente religiosa. 
En este sentido, para muchas personas es una de las mejores cosas que jamás les hayan pasado. Uno de los problemas de la enfermedad es que nos tienta fuertemente a obsesionarnos con el cuerpo en el momento mismo en que más necesitamos concentrarnos en el espíritu. 
Para invertir esta tendencia se necesita disciplina espiritual. 
La práctica espiritual es un ejercicio mental y emocional, y su forma de funcionar no difiere de la del ejercicio físico. 
Por medio del trabajo espiritual intentamos poner en forma nuestra musculatura mental. Si logramos tan poco, dice Un curso de milagros, es porque tenemos la mente indisciplinada. Entrenar la mente para que piense desde una perspectiva de amor y fe es el mejor regalo que podemos hacer a nuestro sistema inmunitario, y uno de los mayores desafíos mentales que nos podemos plantear. Cambiar de vida puede resultar difícil. Para una persona a quien le han diagnosticado una enfermedad, cambiar es un imperativo.
Si antes solía comer alimentos malsanos, ahora debe comerlos sanos. Si tenía la costumbre de fumar, beber alcohol o dormir poco, debe cambiar esos hábitos. Y si su mente acostumbraba a correr instintivamente en la dirección del miedo, la paranoia y la agresividad, ahora debe hacer todo lo posible por acostumbrarla a pensar de otra manera. 
La conexión cuerpo-mente podrá ser nueva para la ciencia occidental, pero no lo es para la medicina oriental ni para dominios como la religión y la filosofía. 
El cuerpo tiene una inteligencia propia. Como escribe Deepak Chopra en Quantum Healing: «La vida misma es inteligencia montada sobre una base química, pero no debemos cometer el error de pensar que el jinete y el caballo son lo mismo». 
En el modelo de curación tradicional en Occidente tratamos de conseguir que el caballo vaya en una dirección nueva, sin pensar en la posibilidad de tener una conversación con quien lleva las riendas. 
Una idea espiritual e integral de la sanación incluye el tratamiento no sólo del cuerpo, sino también de la mente y el espíritu. Como escribe Chopra: «Últimamente hemos llegado a un cambio espectacular en nuestra visión del mundo. 
Por primera vez en la historia de la ciencia, se ha puesto de manifiesto que la mente cuenta con una base visible. 
Antes de esto, la ciencia declaraba que éramos máquinas físicas que de alguna manera aprendieron a pensar. 
Ahora empezamos a ver que somos pensamientos que han aprendido a crear un mecanismo físico». 
El amor cambia nuestra manera de pensar en la enfermedad. 
La enfermedad proviene de la separación, dice el Curso, y la sanación proviene de la unión. Es evidente que la gente odia el cáncer y el sida, pero lo que menos necesita hacer un enfermo es odiar algo relacionado consigo mismo. 
La sanación es el resultado de una percepción transformada de nuestra relación con la enfermedad, en la cual respondemos al problema con amor y no con miedo. 
Cuando un niño le muestra a su madre que se ha hecho un corte en el dedo, ella no le dice: «Qué corte más feo». Le besa el dedo, se lo acaricia con amor, y de este modo, inconsciente e instintivamente, activa el proceso de sanación. 
¿Por qué habríamos de pensar de otra manera frente a las enfermedades críticas? El cáncer, el sida y otras dolencias graves son manifestaciones físicas de un clamor psíquico, cuyo mensaje no es «Odiadme», sino «Amadme». 
Si me pongo a gritar, la persona que tengo delante puede reaccionar de dos maneras: ponerse también ella a gritar, diciéndome que me calle, lo cual tenderá a hacer que yo grite más, o decirme que le preocupa lo que siento, que me quiere y que lamenta que me sienta así, lo cual tenderá a tranquilizarme. Esas son también nuestras dos opciones con las enfermedades graves. No se curan atacándolas; de este modo sólo se consigue que «griten» más. 
La sanación proviene de entablar una conversación con nuestra enfermedad, intentando entender qué trata de decirnos. 
El médico procura entender el código químico que utiliza la enfermedad. 
El metafísico procura entender qué trata de decirnos. 
De Lucifer se dice que antes de su «caída» era el más hermoso de los ángeles. En La guerra de las galaxias, sabemos que Darth Vader ha sido antes una buena persona. 
La enfermedad es amor convertido en miedo; es nuestra propia energía -destinada a ser nuestro apoyo- vuelta en contra de nosotros mismos. La energía es indestructible. Nuestra misión no es matar la enfermedad, sino encauzar su energía en la dirección de donde vino: volver a convertir el miedo en amor. 
La visualización se ha convertido en una técnica popular para el tratamiento de enfermedades graves. 
La gente suele visualizar un comecocos o un soldado con una metralleta que se dedica a destruir las células malignas o el virus. Pero podemos encararlo desde el lado del amor. Imaginarnos, por ejemplo, que bajo la máscara de odio de Darth Vader se oculta un hombre con un auténtico corazón. 
He aquí algunas visualizaciones comprensivas: 
Imagínate el virus del sida como si fuera Darth Vader, y despójalo de su aspecto siniestro para dejar aparecer un ángel. Visualiza las células cancerosas o el virus del sida en todo su horror, y después observa cómo una luz dorada, o un ángel, o Jesús, los envuelve y los transforma en pura luz. 
Como dijimos antes, alguien que grita responde mejor al amor, y cuando se calma, es cuando deja de gritar. En mi trabajo he usado una técnica que me parece muy interesante: la gente escribe una carta al sida o al cáncer o a cualquier enfermedad que tenga y le dice todo lo que siente. 
La carta empieza, por ejemplo, así: 
Querido cáncer: Esto es lo que sinceramente siento. .... .... Firmado Ed. Y después escribimos la respuesta del cáncer a Ed: Querido Ed: Esto es lo que sinceramente siento. .... .... Firmado Cáncer. 
Las siguientes cartas fueron escritas en uno de los talleres que dirigí con enfermos de sida: Querido sida: Yo te odiaba. Estaba confundido y me asustaba aceptar la idea de la muerte y la enfermedad. Creía lo que decían los periódicos, la televisión y los médicos, creía en todo el miedo que otros intentaban diariamente meterme dentro. Sin embargo, hoy, tres años y medio después, me encuentro con que no estoy muerto, e incluso, a pesar de todos estos problemas de salud, con que estoy más vivo que nunca. 
He crecido gracias a tu aparición en mi vida. Tú me has dado una razón para vivir y por eso te amo. Mis amigos están enfermos o muertos, pero yo no soy ellos.
Soy yo. Y no me siento amenazado ni asustado por algo que una vez fue mi enemigo y que ahora se ha convertido en mi fuerza. Steve. Querido Steve: Si yo estuviera, como dicen, empeñado en liquidarte, ¿no te parece que a estas alturas ya estarías muerto? Yo no puedo matarte, enfermarte ni hacerte daño. 
No tengo cerebro, ni fuerza bruta ni un gran poder de destrucción. No soy más que un virus. 
Tú me das el poder que deberías dar a Dios. Yo tomo lo que puedo porque no quiero morir, como tampoco lo quieres tú. 
Sí, vivo de tus miedos, pero muero de tu paz interior, tu serenidad, tu sinceridad, tu fe y tu deseo de vivir. 
Cordialmente, El virus del sida. 
Querido sida: Tengo tanto miedo de morir joven. Tengo tanto miedo de ir al hospital y de que me llenen de agujas y otras cosas. Tengo tanto miedo del dolor. ¿Por qué nos haces esto a mí y a mis amigos? ¿Qué te hicimos para que te enfurecieras con nosotros y quieras dañarnos? Si tratas de decirnos algo, ¿no puedes hacerlo de otra manera? Echo de menos a mis amigos. ¿Por qué tuviste que matarlos? ¿Por qué tuviste que causarles tanto dolor? 
A veces estoy furioso contigo, pero en este momento no. Solamente estoy triste, y confundido. 
No sé qué hacer para calmarte. Hasta ahora me has dejado tranquilo; pero, ¿por qué, y hasta cuándo? John es una persona tan dulce. ¿Por qué tiene que sufrir? Si lo que quieres es amor, podemos amarte. Si tienes alguna duda, fíjate en el amor que ha generado esta enfermedad. Por favor, contéstame pronto. 
Dinos qué es lo que quieres. Tengo la sensación de que no nos queda mucho tiempo, pero estoy dispuesto a escucharte y a aprender. Gracias. Carl. 
Querido Carl: Yo no entiendo esto mejor que tú. Mi intención no es haceros ningún daño, ni a ti ni a las personas que amas. Simplemente intento sobrevivir, como tú, de la mejor manera que sé. Lamentablemente, termino haciendo daño a la gente. 
Lo único que yo quiero es amor, igual que tú. Grito, pero parece que nadie me oye. Quizá si tratamos de escucharnos el uno al otro y de dialogar, podamos encontrar una manera de existir en paz sin hacernos daño. 
Ahora mismo, siento como si lo único que tú quisieras fuera destruirme, en vez de enfrentarte con lo que sea que haya dentro de ti y que me ha traído aquí. Te ruego que no me odies ni trates de destruirme. Ámame. 
Hablémonos y escuchémonos el uno al otro e intentemos convivir en paz. Gracias. Sida. 
Querido VIH: Hace algo más de once años que apareciste por la ciudad, y desde entonces todo ha cambiado. Mucha gente se ha ido por tu causa, y realmente los echo mucho de menos.
Ha habido mucho dolor y sufrimiento. En un nivel consciente, nadie te quería. Ya hace largo tiempo que trato personalmente contigo. Por los años 87 y 88, casi pudiste conmigo. 
Pienso que tal vez te gustaría saber que ahora ya es 1991 y yo todavía ando por el mundo y tú también. ¿No es hora de que terminemos con esta estupidez y nos hagamos amigos? 
Dejemos atrás el pasado y sigamos avanzando juntos. 
He intentado amarte lo mejor que puedo, pero a veces me resulta verdaderamente difícil. Por favor, seamos amigos y hagamos las paces. Con cariño, Paul. 
Querido Paul: De acuerdo. Con amor, VIH. Querido sida: ¡Realmente estoy harto! ¿Por qué he de preocuparme por ti y por la muerte si no tengo más que veintiséis años? Quiero saber si estaré vivo para la reunión de ex alumnos de dentro de diez años, pero quizá sea pedir demasiado. 
También estoy harto de preocuparme por si cada resfriado que atrapo o cada alteración del sueño que experimento no será una señal de que se acerca el fin. Estoy cansado de preocuparme por si los demás lo descubren. Vete de mi cuerpo. ¡No quiero tenerte conmigo! Eso es todo. Russ.
Querido Russ: Ni tú ni yo sabemos cómo llegamos a estar juntos, pero lo estamos. Me encantaría irme, pero esa puerta de salida yo no la puedo abrir. Piensa que te he dado una visión de la vida y de la muerte en la que a la gente de tu edad nunca se le ocurre pensar. Trabaja conmigo, que juntos superaremos esto. Sida. Querido sida: Yo, como tantas otras personas, he soportado mucho dolor y pasado por muchos cambios, tanto físicos como mentales. 
Y ahora, dentro de mí, en gran parte me siento enfurecido y triste. Todo es como una enorme pesadilla. Sí, algo debo de haber hecho para contraer esta enfermedad. Pero qué duro es soportar semejante castigo. Debo decirte que no me gusta nada todo el dolor que he sentido por causa de esta peligrosa enfermedad, ni tampoco el sufrimiento mental que me causa. 
Pero rezo todos los días. Peter. 
Querido Peter: Estoy en tu cuerpo, y es verdad que soy un virus y que te he causado muchísimas molestias. Pero te aseguro que el poder de tu mente es muy importante. Tú sabes que si no fuera así, ya no estarías aquí. Sí, te he alterado la vida en muchos sentidos, pero algunos de éstos han sido positivos. Tu mente es mucho más poderosa que yo. Sida. 
Querido sida: Me revienta la incertidumbre. Pero te estoy agradecido por la llamada de atención que has representado en mi vida y en la de quienes me rodean. 
Tú me hiciste encontrar la fuerza que siempre tuve y ver el amor que eran capaces de demostrarme quienes me rodean. 
Tú nos hiciste aprender a todos a valorar cada día y la fuerza de que yo era capaz. Ya sé que insisto mucho en lo de la fuerza, pero la verdad es que me has fortalecido, porque cuando te encuentras con que el mayor miedo que tienes en la vida se hace realidad, y aun así puedes seguir adelante, al miedo ya no le quedan más fuerzas. Gracias por ayudarme a dejar de castigarme a mí mismo y a dejar de odiar lo que no era, y por hacerme amar lo que soy. Andrew. 
Querido Andrew: No hay de qué. Sida.
Querido virus del sida: Vete al infierno. Te has llevado al ser más querido de mi familia. Lo echo de menos y lo amaba y nunca se lo dije. ¿Por qué nos invades en plena juventud? ¿Por qué atacas con tal encarnizamiento? 
Aborrezco el dolor y la angustia que causas, pero de algún modo también hiciste aflorar lo mejor de Leo y de su familia. Inez. Querida Inez: Yo no hice aflorar ni lo peor ni lo mejor. Soy, y eso es todo. Y la forma en que vivís conmigo es cosa de cada uno de vosotros. Sida. 
A todas las personas que se enfrenten con una enfermedad grave, en sí mismas o en algún ser querido, les sugiero que consideren la posibilidad de empezar a escribir un diario en el que se «comuniquen» con la enfermedad. 
Ver la enfermedad como nuestro propio amor que necesita ser reivindicado es una visión de la sanación más positiva que verla como algo abominable de lo que debemos liberarnos. 
La energía no se puede destruir, pero sí se la puede transformar milagrosamente. Este milagro emerge de nuestros propios pensamientos, de nuestra decisión de desligarnos de la creencia en el miedo y el peligro, y de abrazar en cambio una visión del mundo que se base en la esperanza y el amor. Con intentarlo no se arriesga ni se pierde nada. 
«La Expiación es tan dulce, que basta que la llamen con un leve susurro para que todo su poder acuda con el fin de ayudarte y apoyarte.»

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