LA BUSQUEDA
Capitulo- 1 (Septimo Escrito)
Alejandro siempre fue por demás reservado en sus cuestiones personales. Pese a ello, en una de las tantas corridas que realizamos por las tardes, me hizo una singular confesión: “Desde chico se me presenta la Virgen de Guadalupe y hablo con ella. Nunca se lo conté a nadie por temor a que digan que estaba loco. Ahora que vos viste a la Virgen de San Nicolás, te lo cuento. Sé que me vas a poder entender”. No tuve mejor respuesta que hacerle una pregunta: “Si alguno estuviese escuchando nuestra conversación y supiera lo que estamos haciendo, ¿cómo creés que nos tildaría?”. Su respuesta fue categórica, “diría que estamos locos”. Nos miramos y nos pusimos a reír a carcajada limpia.
El humor es el mejor remedio para distenderse.
Esa tarde llamé por teléfono al Monasterio Trapense de Azul.
Me atendió un monje con acento extranjero. Su hablar era sereno. Le informé que llamaba para hacer un retiro y me pasó con otro monje, que estaba encargado de agendar las visitas. Cuando le comenté que tenía que ir durante siete días al monasterio, me respondió que los laicos sólo podían permanecer cuatro días. No sé cómo, pero me animé y le dije: “Espero que no lo tome a mal, ni piense que tengo problemas psicológicos, pero debo estar siete días porque así me lo comunicaron a través de una canalización y además… hace algunos días vi a la Virgen María”. Imaginé que me cortaría, sin embargo me respondió que aguardara. “Hago una excepción –me aclaró–, venga del 8 al 15 de junio”. Respiré aliviado. Le agradecí y anoté la fecha.
Mientras lo hacía, comprobé que la agenda se empezaba a cargar. En abril había estado en Necochea y en San Nicolás, en mayo iría nuevamente a Córdoba y al mes siguiente viajaría al monasterio. Las canalizaciones estaban acupando la mayor parte de mi tiempo, así que decidí postergar la planificación y el desarrollo del parque temático, hasta que estuviese más aliviado.
Después de todo, como fue la intención de concretar ese mismo proyecto lo que hizo que la mujer que canalizaba se cruzara en mi camino, supuse que lo que estaba viviendo se interrelacionaba de algún modo que todavía no lograba vislumbrar.
Posiblemente, a esta altura de los relatos, algunos lectores se preguntarán cómo hacía para disponer de tantos días libres y de qué manera financiaba mis viajes. La respuesta es simple.
Al fallecer mi padre, cada uno de los miembros de la familia cobró su parte de la herencia. En mi caso, consideré que la mejor manera de invertir el dinero era estudiando y “trabajando”, pero no de manera tradicional, sino trabajando sobre mí.
Es decir, haciendo todo lo posible para despertar mi conciencia adormecida. Si lograba hacerlo, descubriría la manera de sentirme pleno donde fuese que el destino me llevara.
Con tantas canalizaciones, la relación con mi esposa no pasaba por su mejor momento. Según ella, me había metido en cosas extrañas que no conducían a nada, excepto directamente a un instituto psiquiátrico. Era evidente que no le cerraba la idea de que viajara con la mujer. Sus fantasías le hacían suponer que, tal vez, tuviese algún otro tipo de interés.
No le bastaba con saber que se trataba de una persona grande, que tenía dos hijos adultos. Tampoco la quería conocer: “Yo no quiero que me diga nada, mi vida está bien así como está”, me dijo. Una semana antes de ir a Córdoba tuve un sueño bastante particular, que luego se relacionó con lo que sucedió en el viaje. Recuerdo que en el sueño entré a una montaña, a toda velocidad, por medio de un carro minero.
Por más que la sensación de aceleración me asustó, agradecí poder ingresar. Conducía una mujer cuyo rostro no pude ver. Cuando el carro se detuvo, me pusieron frente a inscripciones que no entendía. Recién ahí me di cuenta de que Alejandro estaba a mi lado. El tenía la habilidad de conectarse con las escrituras, en forma telepática. Su cuerpo se movía de manera rara.
Parecía fluir con la energía que recibía.
Como no lograba descifrar nada de lo que tenía frente a mis ojos, le dije a la mujer si me podía dar una copia para llevar.
Me explicó que eso era algo imposible. A todo esto, la primera
lámina de los grabados se corrió hacia delante y por debajo se encontraban más inscripciones. También había códigos y un dibujo dorado de una silueta humana, con un nombre: Hermes. Sin que me diera cuenta, me encontré fuera de la montaña, parado en la cima, sobre una piedra.
Un hombre me dijo que no se trataba de una simple piedra. Apretó un botón y ella se desplazó, dejando ver una escalera que descendía hacia el interior de la montaña. Fue la primera vez que tuve un sueño tan lúcido. Sentí que era por demás real.
Cuando desperté, me llevó algunos minutos entender que sólo fue un sueño. Alejandro se sonrió cuando le conté. Sabíamos que, a veces, los sueños son conductores de mensajes.
El 22 de mayo, con cierta sensación de malestar interno porque en mi casa las cosas no marchaban como hubiese preferido, emprendí el viaje a Capilla del Monte (Córdoba), junto con Alejandro y la mujer que canalizaba. Siempre los viajes eran buenos porque generaban un clima especial para poder dialogar. Mi rol de conductor hacía que me concentrara en lo que escuchaba, para no descuidar el camino. Eso me ayudaba a agudizar el sentido del oído. Me venía bien. Estaba demasiado polarizado en el canal visual.
Generalmente se desarrollaba el mismo esquema. Alejandro comenzaba el viaje expresando las cosas que le disgustaban.
La mujer que canalizaba le daba su parecer y luego entraba en escena yo, tratando de conciliar las posturas. Sus conocimientos en psicología, así como su aguda racionalidad, llevaban a Alejandro a dar por tierra muchas de las cosas planteadas por la mujer. El no creía en las ciudades intraterrenas, como tampoco en la necesidad de tener que movilizarse tantos kilómetros sin un propósito coherente.
Las vivencias de ese viaje lo llevarían a cambiar de opinión.
Tal y como se nos había dicho, la primera parada la hicimos en Villa Giardino. Nuevamente me encontré con Irma, la guardiana de la capilla jesuita. Los cuatro nos pusimos a rezar en el interior del templo, frente al sitio en donde estuvo entronada la imagen robada de la Virgen de Nuestra Señora de la Merced.
En medio de las oraciones, la mujer que canalizaba recibió un mensaje de la Virgen: “Me está diciendo que su imagen será encontrada luego de tres días de peregrinación por los cerros, a partir del 25 de octubre y que las personas que participen de la búsqueda recibirán mensajes individuales”.
Por su intermedio, la Virgen nos preguntó a cada uno de nosotros si estábamos dispuestos a recuperar su imagen. No lo dudamos. El marco era por demás emotivo y se trataba de una causa justa. Los nombres de los demás integrantes que conformarían el grupo que buscaría la estatuilla le serían revelados, posteriormente, en sucesivas canalizaciones. Por lo atípico de la situación, resultaba difícil saber dónde estábamos parados. Cuando nos fuimos, miré a Irma por el espejo retrovisor de la camioneta.
Su rostro, humilde y castigado, relucía de felicidad. Mirarla contagiaba esperanza. Al llegar a Capilla del Monte, quise que nos hospedáramos en la hostería de Gabriel.
Era un excelente tipo y mi intención era que lo conocieran. Enseguida hubo química entre ellos. Aunque las cosas cambiaron un poco cuando la mujer canalizó que él también tenía que subir al cerro con nosotros tres.
El día 23 fuimos rumbo a las Grutas de Ongamira, en las cercanías de El Pajarillo, hasta un parador a visitar a Miguel, un campechano, amigo de la mujer que canalizaba. Allí conocimos a Fernando, quien también terminaría acampando con nosotros en el cerro. Por más que tratábamos de disimularlo, con Alejandro no podíamos evitar sonreírnos cada vez que la mujer canalizaba. Sabíamos que a poco de que dijese “me están diciendo”, un nuevo integrante se sumaba al elenco estable.
La piedra, un portal dimensional
Con las sierras como fondo, mientras compartíamos unas facturas, nos dispusimos a escuchar las historias de Miguel, quien tenía un amplio repertorio sobre avistamientos de ovnis. Finalizada la charla, la mujer que canalizaba le pidió permiso para llevarnos hasta la piedra. No sabíamos de qué se trataba, pero la propuesta nos sonó interesante. Caminamos un corto tramo por la ladera de uno de los cerros y comenzamos a descender hasta que llegamos a un arroyo insignificante.
Cerca del hilo de agua se encontraba una gran piedra, bastante plana, en medio de un círculo confeccionado con pequeñas rocas del lugar. “Este es uno de los portales dimensionales que comunica con la ciudad intraterrena de ERKS”, anunció la mujer. De los nervios, sólo pude sonreír. Le pidió a Alejandro que se descalzara y que se acostara allí, boca arriba, durante el tiempo que considerara necesario. Así lo hizo. Se quedó no más de 20 minutos. Cuando se incorporó, le preguntó si había visto algo.
Su relato me inquietó: “Me recibió un ser que estaba sentado en una gran mesa ovalada y me preguntó, entre otras cosas, sobre el motivo por el que quería entrar a la ciudad intraterrena.
Luego que respondí a sus preguntas, miró una lista que tenía entre sus manos y al instante comencé a caminar por un río de colores, que conducía a una especie de valle; donde aparecieron personas comunes, como nosotros, que me expresaron su alegría y amor por haber ingresado”. Eso fue todo lo que alcancé a escuchar. Me puse tan nervioso, porque sabía que me tocaba acostarme en la piedra, que no presté atención a nada más.
Me saqué las zapatillas. Hice como que nada pasaba y muy despacio apoyé la espalda donde me habían indicado. Noté que la piedra estaba fría. Respiré profundamente, varias veces, para bajar el ritmo de mis latidos.
“Es sólo una piedra”, me dije internamente tratando de serenarme, y cerré los ojos.
Cuando me relajé, visualicé un martillo gigantesco que bajaba desde el cielo y me pegaba en el tercer ojo. Simultáneamente, uno de los perros de Miguel –que nos había acompañado hasta la piedra– lamió mi frente. Me sobresalté y abrí rápido los ojos. Unos segundos más tarde decidí volver a cerrarlos.
Nuevamente comencé a distenderme y visualicé una mano inmensa, que también descendía desde el cielo. Era más grande que las montañas. “Qué estupidez –dije internamente–, si muevo mi mano para alcanzarla, Alejandro y la mujer van a decir que estoy loco”. Abrí de nuevo los ojos y pensé: “Basta de pavadas. Serenate. No imagines más”. Por última vez, opté por cerrar los ojos. Cuando lo hice, vi que desde la montaña comenzaban a bajar decenas de hombres, vestidos con largas túnicas blancas.
De golpe, uno de ellos se paró frente a mí. Me asusté. Abrí los ojos y me puse de pie”. “¿Y vos, Julio, que experimentaste?”, me preguntó la mujer.
Me dio vergüenza contarle, así que les dije que no vi nada. “No importa –dijo ella– para que ustedes sepan, mientras que vos estabas recostado me contacté con uno de los seres de ERKS, que para que se hagan una idea era como el mago de cabellos blancos de la película El Señor de los Anillos”. Juro, por Dios, que no pude creer lo que escuchaba. Les pedí disculpas por haberles mentido y les solicité que me dejaran contarles lo que había experimentado. Al narrarles que visualicé un martillo gigante que me pegaba en el tercer ojo y que, al mismo tiempo, el perro pasó y me lamió, Alejandro se sorprendió y dijo: “Cuando estabas acostado sobre la piedra, escuché una voz que repetía insistentemente en mi cabeza que te pegara en la frente, pero me negué por miedo a lastimarte”. Sin salir de mi asombro, le especifiqué a la mujer que había visto muchos seres como los que ella describió, bajando en fila desde la montaña.
Sus facciones eran similares a las nuestras.
También le comenté que me asusté cuando uno de ellos apareció de pronto delante de mí. Tenía el cabello largo, lacio y muy canoso, y llevaba una larga túnica blanca. Lo de la mano gigante recién pude comprenderlo meses después.
Abrí un libro que hablaba sobre el fenómeno ovni y encontré un dibujo que era exactamente igual a lo que visualicé. El epígrafe decía: “La mano simboliza la ayuda que ofrecen los seres intraterrenos”. De no ser por el intercambio de las vivencias que mantuvimos los tres, lo que visualicé en la piedra hubiese quedado como una invención de mi imaginación.
Nunca se los hubiese revelado, por temor a que se burlaran.
Ese día aprendimos que, aunque las cosas nos parecieran descabelladas, debíamos animarnos a hablar, ya que ése podía ser un camino válido para corroborar la veracidad de los hechos. Esa tarde, Alejandro comenzó a sentir una pequeña molestia en uno de los ojos. El correr de las horas hizo que la molestia se transformara en un dolor intenso que, entrada la noche, se le volvió inmanejable. “Si bien es cierto que la molestia físicamente existe, esa dificultad en el ojo no es más que la manifestación de tu ser interno, que se niega a ver el cambio que te está por suceder”.
Las palabras de la mujer lograron que Alejandro se pusiera de muy mal humor. Su malestar llegó a tal punto que no le dirigió la palabra a nadie más. Cuando nos fuimos a dormir a la habitación que compartíamos, no aguantó más y explotó: “quién se cree que es esta mujer para venir a decirme que lo de la vista no es más que una manifestación interna, cuando tengo tanto dolor que me arrancaría el ojo. Me revienta que diga tantas pavadas.
No la aguanto más. Desde ya te aclaro que no pienso subir a El Pajarillo”. A la mañana siguiente, pidió que lo dejáramos solo y se fue hasta la guardia del hospital municipal, para ver qué tenía. Seguía muy dolorido. La mujer me explicó que Alejandro iba a tener un cambio importante al subir a la montaña, y que por eso estaba tan mal. “Su ser interno sabe”, reiteró.
Ella reconocía que su padecimiento era real, pero la experiencia le indicaba que lo que nos sucede a nivel físico son mensajes que tenemos que aprender a tener en cuenta, dado que reflejan situaciones internas a resolver.
Unas horas más tarde, Alejandro apareció con el ojo vendado. “Me hicieron un raspado, porque tenía una astilla clavada bajo el párpado” dijo con seriedad, mientras miró a la mujer que canalizaba como retrucando lo que le había dicho la tarde anterior, y se fue a descansar.
Continuara.....
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