Deseamos que cada cual juzgue con el corazón más que con la inteligencia...
« ¡Ya llegamos a eso! Los autores rechazan la inteligencia, el control, el análisis de sus afirmaciones mediante la razón pura y simple. Juzgar con el corazón, ¿qué quiere decir eso?»
A los lectores que así piensen, les contestamos sencillamente que hay dos tipos de corazón y también de razón, y remitiremos a los que creen en el Evangelio, a estas palabras tan célebres y tan mal comprendidas:
« Bienaventurados los pobres de espíritu».
Nuestra labor, ya lo dijimos, es convencer.
El cuerpo astral no puede abandonar sus ataduras físicas con una máquina fotográfica colgada en bandolera. Aunque pudiera hacerlo, resultaría inútil porque cada cual desplegaría las mejores técnicas para intentar des cubrir un truco cualquiera.
No podemos malgastar nuestra energía en demostraciones vanas y sabemos muy bien que todos experimentarán lo que descubrimos aunque sólo sea a las puertas de lo que comúnmente llamamos la muerte.
Por las buenas o por las malas, ¡sólo es cuestión de tiempo! Quien viaja por el astral, aprende a morir un poco en cada salida. Lo que cada vez vive, es la experiencia de la muerte. De forma que cuando se presente la última hora, habrá aprendido a aceptar y a comprender.
Este libro que se pidió a los autores y que tenéis entre las manos, no tiene más que un objetivo: poner las cosas en su lugar en la medida de lo posible, evitar que se continúe tomando el reflejo de la vida por la vida misma, dar una visión sumaria pero verdadera de lo que está por encima de las etiquetas sociales, de las
mascara das políticas, de ios odios raciales y los sectarismos religiosos.
Pero no, no evitéis la Tierra y lo que ella os impone: al nacer, hacéis con ella y con vosotros mismos, ese vosotros mismos que ni siquiera sospecháis, un auténtico con trato. Tomad conciencia de lo que los indios llaman maya, que es sólo la ilusión de todos los fenómenos del mundo físico.
¿Resignación? ¿Aceptación? Por cierto que no, por que ya se sabe que quien no avanza retrocede. La riqueza de corazón salva las interrogaciones más difíciles y acaba por iluminarlo todo.
Hablamos en nombre de todo lo que hemos visto, vivido y aprendido después de numerosas experiencias. No exponemos ninguna filosofía, simplemente damos testimonio.
Insistiremos en dos puntos, sobre los que insistió la entidad que nos guió fuera del mundo terrestre: primero, no buscar el pro y el contra de todo desdobla miento astral; salir conscientemente del cuerpo no es conveniente
para todo el mundo, por razones de salud y equilibrio.
Además, no es una panacea y de ningún modo pone al abrigo de los males terrestres; al contrario quizá, pues quien ha gustado las realidades de un orden que le parece superior, encuentra dificultades para aclimatarse de
nuevo a la materia densa a la que tiende a considerar una prisión.
Es cierto que el viaje astral da, según el lenguaje de los Antiguos y de ciertas escuelas, una iniciación, es decir, un despertar a otras realidades. Pero el lector que, ante los problemas del mundo, busque la Sabiduría y la
Armonía, no debe considerarlo indispensable.
El cono cimiento del astral no debe considerarse un fin en sí mismo.
Para los autores fue una clave, una especie de escalera de caracol ascendente; pero otros procederán de manera distinta. En segundo lugar, nunca insistiremos bastante sobre una frase que quizás ha pasado inadvertida y de la que nos hablaba nuestro guía en el astral superior: «Pronto comprenderéis que esta morada del Cuerpo de Luz es un gran punto de partida».
A continuación nuestro relato dará la explicación.
Algunos quizá se pregunten qué representa el astral superior en relación a otros niveles de conciencia del alma. A la luz de nuestras experiencias podemos afirmar que el acceso está reservado a quienes desarrollaron
con armonía su cuerpo luminoso hasta el punto de hacerlo más sutil, tan brillante que fuera visible a los ojos de ciertas personas. Un cuerpo astral desarrollado de ese modo suele llamarse cuerpo mental. En estado embrionario, se representa siempre por una aureola alrededor de la cabeza. Su color, su dimensión y su forma exactos cambian de acuerdo al grado
de elevación espiritual, de la armonía íntima con el Cosmos.
Estos términos, «armonía con el Cosmos», que aparecen con tanta frecuencia en nuestra pluma, y que pueden provocar una sonrisa, son de capital importancia. Significan que los individuos de carne que sentimos que
somos privilegiados no debemos asimilarnos a la identidad, al papel que el mundo físico nos atribuye durante la vida. Significan, en pocas palabras, que no debemos tomar demasiado en serio nuestra etiqueta social.
La no comprensión de este hecho es lo que hunde gradual mente a la Tierra en conflictos cada vez más insolubles.
Pero ya hemos hablado bastante, pues las solas palabras con frecuencia carecen de relieve y de fuerza.
Acabamos de hablar de armonía cósmica, expresión algo vaga que adquirirá todo su valor, esperémoslo, con los capítulos siguientes.
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