Incluso antes de que existiera tal término, los siglos pasados sólo nos dejaron unos pocos autores que se sintieran tentados por el tema de lo imaginario, por simple afición a los sueños o con fines más filosóficos o satíricos. Claro está que estamos pensando en Julio Verne y también en el injustamente desconocido Cyrano
de Bergerac.
Hoy se cuentan por miles las obras que reivindican lo «fantástico». El fenómeno es de tal magnitud que no sólo los prosélitos y los pensadores abordan ese género.
También pintores, músicos y cineastas, en fin, todos los que crean y transmiten los modos y costumbres de nuestra época, se dejan tentar por ese nuevo horizonte.
La opinión pública reduce generalmente este fenómeno a una moda y considera que su causa está en la confusión que hoy día invade a la especie humana. Algunos psicólogos ven en esa búsqueda de lo fantástico una especie de evasión: nuestra época buscaría refugio, según ellos en los sueños para camuflar sus angustias e interrogantes. Éste es un modo de ver las cosas, pero quizá no sea el mejor ni el único, como
tratarán de demostrar las páginas siguientes. Antes de llegar a lo que da lugar a estas comprobaciones repitamos una vez más para evitar cualquier mal entendido que los relatos que componen esta obra no tienen nada de imaginario, sino que son la simple exposición de unos hechos vividos con plena conciencia.
Hasta el momento, el lector ha podido darse cuenta de que la experiencia astral ofrecía la posibilidad de descubrir un universo paralelo al nuestro, en el cual se encierran muchos de los misterios que a menudo hacen nuestra vida tan incomprensible. Les hemos hecho partícipes, en la medida de nuestras posibilidades, de
nuestras vivencias en los dominios anteriores y posteriores a la vida.
Echemos un vistazo a lo que el universo del alma nos deja aprehender de algunos hechos pasados, presentes y futuros.
Ocurría hace algunos meses... Septiembre aún con sentía en dispensarnos el suave calor de sus últimos días; habíamos percibido en nuestro interior una muda llamada, indefinible, que reconocíamos bien. Las semanas de verano se habían ido desgranando sin que, por múltiples razones, hubiéramos podido abandonar nuestro
cuerpo carnal. Mi esposa se aisló adelantándose un poco a mí. La hora me pareció propicia; yo también me aislé y practiqué determinados ejercicios respiratorios que algunos calificarían de propios de yoga. Nuestras experiencias de proyección astral siempre empezaban así; eso formaba parte de la preparación y pretendía
obtener la máxima relajación; lo demás, el desdoblamiento propiamente dicho, era pura técnica, cuestión de costumbre y de voluntad.
Afuera, en la gran avenida, los faroles empezaban a iluminarse cuando me vi abandonando mi ropaje carnal.
Ya no había carga, sólo había un gran silencio tranquilo, un silencio que ni siquiera podían alterar los latidos del corazón. El remolino que ya me resultaba familiar, llegó a invadirme por completo.
Me sentí proyectado y aspirado al mismo tiempo. Tuve la sensación de que me abrían de par en par los ojos y, en un rayo de luz, apareció delante de mí el rostro de mi guía. Todo había terminado o, mejor dicho: todo empezaba...
La otra Tierra se extendía allí, ante mí, era la que justificaba todas y cada una de las horas de nuestra vida, aquella de la que habíamos olvidado hasta la existencia.
Reconocía el decorado: esa naturaleza más que tropical, esas rocas escarpadas de colores luminosos; mi guía me había hecho descubrirlas en numerosas ocasiones. Mi esposa ya estaba allí, la encontré con alegría.
Nuestro amigo se adelantó hacia nosotros pronunciando en su interior unas palabras breves y calurosas.
Yo había acabado por acostumbrarme a esa reserva que siempre encontré en su lenguaje. Jamás una palabra inútil, jamás una entonación sin profundo valor. Todo estaba medido aunque en nada había cálculo.
Sus palabras tenían la sencillez y la limpieza del agua del manantial. Con suavidad proyectó en nosotros el «venid» habitual que esperábamos.
En la puerta de mi corazón se agolpaban múltiples preguntas... demasiado personales, demasiado asociadas a mis tareas terrestres, para poder formularlas con claridad.
Una mirada de mi guía nos hizo comprender que lo sabía, pero que aún no había llegado el momento, al menos no completamente. Cada cosa tiene su momento, intentar alcanzarlas o adelantarlas es inútil.
Pasamos bajo los grandes plátanos cargados de frutos verdes y amarillos, amarillos y rosa. Tontamente me preguntaba si se podrían probar, pero en seguida se me ocurrió que era algo fuera de lugar ya que comer es algo inútil en el astral.
El ser de rostro azul empezó a reír suavemente, dijo una broma y me hizo pasar delante de él.
«Diríjete hacia las rocas que ves allí. En ellas se encuentra lo que hoy nos interesa.»
Distinguí vagamente una mancha verde oscuro que se dibujaba entre el revoltijo de hojas gigantes que yo apartaba con la mano.
A medida que avanzábamos, vi una mancha que centelleaba en algunos sitios.
Todo sucedía como si una voluntad misteriosa hubiera puesto en ella minúsculas perlas de cristal que la luz hacía destellar.
El camino fue corto y pronto nos encontramos ante uno de aquellos enormes bloques rocosos de color esmeralda que con tanta frecuencia me habían llamado la atención en nuestras anteriores excursiones al astral.
Su altura me pareció prodigiosa y quedé estupefacto viéndolo así, plantado en medio de aquella jungla. De cerca, la roca tenía el aspecto de un grueso terciopelo. Inesperado contraste entre la aspereza de las formas recortadas y la rica suavidad de la materia...
«Id hacia ese lado, porque tenemos que rodear esa parte de la roca. La otra cara nos reserva una sorpresa; tiene una abertura… e incluso mucho más que eso.»
Sin pronunciar palabra, hice lo que nuestro guía nos indicaba. Entonces experimenté una gran impaciencia y mis movimientos se precipitaron.
Era uno de esos instantes que sabemos únicos en la vida, uno de esos instantes en que se adivina que ante nosotros se va a abrir una puerta, se va a rasgar un velo, y que una mano invisible se propone pulir una parte de la ignorancia que se pega a nuestra piel como el engrudo.
Lo que vi me dejó clavado donde estaba... En la misma roca había excavada una enorme caverna. Una fascinante luz azul reinaba en ella y se fundía progresivamente hacia el exterior con el intenso verde de la pared. Mis ojos, todo mi ser, se zambulleron en su corazón y me encontré transportado instantáneamente
hasta el centro de la cavidad.
No me di cuenta, de momento, de lo extraño del fenómeno que acababa de vivir, de tan prodigioso que era el espectáculo que había podido contemplar.
Seis o siete máquinas enormes, de forma más o menos ovoide, estaban allí, en el suelo, aparentando dormir con un sueño sin edad.
¡Azul! Todo era azul, aquella luz en medio de la cual yo tenía casi la impresión de nadar, esas imponentes masas ya colocadas sobre su base, ya levantadas sobre tres, cuatro o seis pies.
Mi esposa parecía haber seguido el mismo «itinerario» curioso. Nuestro guía nos tomó del brazo y dimos en su compañía algunos pasos entre la increíble colección de máquinas que
se ofrecían ante nuestros ojos...
Pues, efectivamente, se trataba de máquinas que estaban agrupadas de ese modo.
¡Máquinas! Mi mano ha dudado mucho antes de escribir esa palabra. ¿Podemos utilizar tal palabra para una forma perfecta, para una materia, para una Energía, en fin, para un concepto que pulveriza nuestra capacidad
de comprensión? Me parecía una creación perfecta, una obra de arte total que se hundía en las raíces de la vida.
«Éstos son algunos de los vehículos que recorren el Cosmos desde la noche de los tiempos dijo nuestro guía , son obra de razas humanas anteriores a la vuestra.., muy anteriores. No veis más que siete modelos ligeramente distintos en apariencia. Pero hay miles, sólo en el sistema solar terrestre. Aquí, vais a poder contemplarlos a gusto, pero debéis saber que en vuestra Tierra hay lugares que tienen otros tantos.
Están ocultos a los ojos de los hombres porque éstos aún no se han sacudido la capa de deseo que gravita sobre sus espaldas. Sin embargo, ¡cuántos lo saben íntimamente y ocultan sus voces internas con apariencias de razón!
Sí, son platillos volantes, Ovnis, Ufos lo que estáis viendo en este instante.
»Pero desechad esas palabras que carecen de significado; ya que ahora sólo tienen fuerza para engendrar la sonrisa o la incredulidad.»
Entonces, la voz de nuestro guía se hizo más suave y alegre:
«Dentro de algunos siglos terrestres, estos vehículos de materia energía serán para vuestros semejantes tan evidentes como hoy lo son los automóviles. El petróleo estará tan en desuso como lo está hoy la silla de manos. Reirán y llorarán el tiempo recordando en su memoria las imágenes de la época en que se cubrían de
sangre para conseguir unos extraños pozos en medio de los desiertos.
»Hay infinidad de universos e infinidad de formas de vida, pero, si os parece, hablaremos de un solo Universo, aquél al que pertenece la Tierra. También este universo alimenta gran número de formas de vida. No, ¡vosotros los humanos no sois los únicos en vuestra galaxia, ni mucho menos! El día en que los astrónomos descubrieron y proclamaron oficialmente que vuestro planeta no era el centro de todos, disteis un gran paso.
Pero, ¿estáis íntimamente convencidos de que no es el centro? Claro está que admitís que allá lejos, en otros mundos, hay otro tipo de vida, pero sólo podéis creer que son vidas vegetativas. ¿Seréis los únicos poseedores
en potencia de la inteligencia universal?»
El ser de rostro azul se calló un instante y nos señaló algunos detalles de elegantes líneas, de un azul irisado, de uno de los vehículos dibujados en las paredes.
«Esto no es simple decoración como pudiera pensarse nos dijo. Son señales y los perfiles de la entrada que conduce al interior.»
Yo seguía contemplando la enorme y majestuosa masa.
Veía en distintos lugares ligeras protuberancias,
invisibles a simple vista, luego lo que parecía una mayor transparencia de la materia en dos o tres puntos. El vehículo podía tener en total quince metros de largo por cuatro de alto. Al menos eso fue lo que estimé, según mis cálculos, en ese momento.
Entonces nuestro guía volvió a hablar:
«Desde hace siglos, seres de otros mundos visitan y estudian vuestro planeta a diario; desde hace milenios, y aun más. Vuestros semejantes lo notan más desde hace algunos años porque se va a producir en la Tierra una seria transformación en un futuro muy próximo.
»Es importante que sepáis, y que deis a conocer, que los seres extraespaciales se pueden clasificar sumariamente en dos categorías.
»Os hablaré en primer lugar de los que aún pertenecen al mundo de la materia pura; vuestros semejantes no son las criaturas más evolucionadas del universo tridimensional.
»Hay gran número de planetas habitados y tienen civilizaciones con miles y miles de años de ventaja sobre la Tierra. ¡Tranquilizaos! ¡También hay otras infinitamente menos evolucionadas! Todas ellas se transforman
según un esquema análogo al de la Tierra y van progresando hacia un fin idéntico: la adquisición de un estado superior de conciencia y de percepción.
»Ahora nos ocuparemos de los seres que, por haber superado ese estadio, ya no pertenecen al mundo tridimensional que es el vuestro.
»También ellos poseen vehículos similares aunque más inmateriales. Pero lo que utilizan primordialmente es su cuerpo luminoso y sus propiedades. Por este motivo sus contactos con la humanidad terrestre son me nos fáciles.
Tienen que utilizar artificios, crear fenómenos luminosos y físicamente tangibles para hacerse
sensibles a los ojos de la multitud.»
«Pero ¿a qué se debe todo eso? ¿Qué fin persigue?», pregunté.
«Desde la alborada de la humanidad terrestre, intentan detentar el papel de pacificadores y educadores.
Quieren anular el sistema de dualidad primaria de los hombres. Es un estadio que ellos conocieron en otras épocas. Ésa es una de las razones por la que indican el camino que se debe seguir. Los Grandes Iniciados que
viven entre ellos, son los creadores de las grandes religiones de tu planeta.
»Pero ten cuidado, pues no debes deducir de esto que los religiosos deban considerarse invenciones.
Constituyen revelaciones progresivas de una sola Ley cósmica.
»Creer o no en ellas, es un problema puramente personal. Lo más importante es buscar, es la Gran Armonía y el Gran Amor universales.
Ahí está la clave. Recuerda bien estas palabras porque cada uno puede elevarlas según el nivel que desee.»
Mientras pronunciaba estas palabras, nuestro guía rozó con los dedos un determinado punto del vehículo situado cerca de nosotros. Ninguna señal marcaba el lugar que evidentemente había localizado con precaución. Desapareció un panel de unos dos metros al instante. ¿Se había deslizado sencillamente? ¿Se había borrado por algún misterioso procedimiento? No podría decíroslo, sucedió todo con excesiva rapidez.
Por la abertura, al principio sólo vimos una inmensa claridad blanca. Nuestro amigo se hundió inmediatamente en ella y nosotros le seguimos sin dudarlo demasiado.
La base de la puerta estaba situada a unos cincuenta centímetros largos del suelo. De inmediato nos invadió una sensación de frescura. Pensé que, sin duda, la luz era la base de esa sensación.
Habíamos entrado en una especie de sala grande, circular, mayor de lo que las dimensiones externas del vehículo hacían pensar. Unos acogedores asientos, que me recordaron huevos cortados longitudinalmente,
estaban dispuestos en círculo. No traté de contarlos por que había otras cosas que captaron mi atención y que me parecían mil veces más importantes.
Había en cada sillón adosado a la pared, a la altura de un hombre, grandes rectángulos de una sustancia a veces azul y otras anaranjada que eliminaba todo reflejo.
Todos estaban resaltados por lo que podríamos llamar un teclado, con sólo cuatro o cinco signos triangulares.
En el centro de la sala se encontraba lo más extraordinario y hacia allí nos dirigimos sin perder un momento...
Una enorme esfera, parecida al cristal de roca, se encontraba como suspendida en el vacío.
De hecho, vimos cómo un eje muy fino, aparentemente de idéntica materia la mantenía por el vértice y por la base, en esa
posición. No podíamos acercarnos mucho al extraño globo porque una especie de barrera, también de reflejos cristalinos, impedía el acceso.
«Esto es el motor o, si lo preferís, el propulsor dijo nuestro guía. Personalmente creo que “corazón” sería la denominación más adecuada.
Las palabras técnicas siempre van demasiado unidas a la materia densa y primaria, mientras que aquí se trata más bien de unirse a todas las sutilezas de la Energía cósmica.
El funcionamiento de semejante instrumento es muy sencillo, casi infantil.
»Esta esfera resume el Universo y su formación. Vive de cierto tipo de luz y emite una luz particular. Por supuesto, es ella quien le otorga a este vehículo la claridad blanca en la que nos encontramos. Para más detalles, os diré que su acción no es directa, sino que se da a conocer a través de las paredes. En el astral sabemos que en la Tierra se investiga para encontrar nuevos tipos de energía aérea o espacial.
Esas investigaciones son un balbuceo loable y quienes adoptaron las aplicaciones del giroscopio como punto de partida tienen en sus manos un hilo conductor. Pero deben buscar mucho más allá, con nociones más amplias,
hipótesis aparentemente más fantasiosas, pues la verdadera solución es otra.
»Os aseguro que hay seres que ayudarán a los que investiguen en ese terreno, seres que actualmente pueblan las galaxias.
Sabed, finalmente, que sólo sucede algo cuando lo desean ardientemente muchas personas y
cuando se convierte en necesidad vital.»
Yo miraba atentamente la enorme esfera. Esperaba que nacieran de ella mil destellos argentinos, pero ni un solo reflejo alteraba su superficie.
A pesar de ello, parecía que estaba interiormente poblada de figuras vagas que se formaban y desaparecían.
Por un momento pensé en una especie de magma interno en perpetua metamorfosis, pero luego lo descarté pues el globo, a pesar de todo, seguía teniendo una espléndida transparencia.
Antes de salir del vehículo, nuestro guía nos brindó algunas explicaciones sobre los distintos botones y señales que veíamos a nuestro alrededor.
«No tienen relación alguna con los mandos de este aparato que, por cierto, se reducen a la mínima expresión nos dijo. Su utilidad pertenece al terreno del análisis, la medida y el estudio. Pero eso es demasiado complicado.»
Otra vez nos encontrábamos en la inmensa cavidad azul. La exuberante vegetación astral que se extendía allá a lo lejos, cerca de la entrada, atrajo mis primeras miradas.
Entonces me di cuenta de que prefería mil veces su compañía a la de aquellos ovoides de tan prodigiosa fuerza y majestad. Nuestro amigo puso una mano en mi hombro e hizo con la otra un gesto amplio que trataba de abarcar todo mi campo visual.
«La Naturaleza es una creación del Cosmos, del Infinito, y esta caverna sólo alberga conceptos y realizaciones humanas indefinidamente perfeccionables.
»Escuchad... mientras miráis esos vehículos tan hermosos y potentes, en algún lugar hay seres que miran a otros que al lado de éstos tienen aspecto de juguetes.
»No quiero provocaros vértigo, sino que toquéis el infinito con los dedos... Cuando todos los seres hayan realizado lo que os he dicho, serán grandes porque se habrán librado de los antifaces y estarán dispuestos a ver en otra dimensión del universo.»
Cuando salimos de la extraña cavidad azul, nuestro corazón y nuestra alma estaban en armonía. Nos sentíamos repentinamente de acuerdo con sus secretos, con su mensaje, con todo. Ese todo nos unía a infinidad de seres del universo con quienes compartíamos una percepción total, la clave del Porqué y del
Cómo. Nos sentíamos cercanos a esos vehículos que ya no eran sólo vehículos porque tenían un corazón calcado del universo, cercanos a esa jungla que vibraba al ritmo de lo Impalpable.
Nuestro guía se sentó bajo un plátano de hojas tiernas. Sonreía, y sus ojillos, que guiñaban mientras nos miraba, hablaban de serenidad. ¿Cómo encontrar una palabra, una imagen, un color, para definir tal estado de comprensión de lo esencialmente verdadero? ¿Quizás un simple sonido?
Entonces comprendí que lo que acababa de ver era la lógica continuación de lo que me había sido revelado en mis primeros pasos por el mundo de las almas.
Cada una de las extraordinarias escenas que viví y todas las explicaciones de mi guía, formaban las piezas de un rompecabezas cuyo motivo central podía entrever. La toma de conciencia de la eternidad y de la Universalidad de la Vida, la existencia de un inmenso Amor que une
secretamente a todos los seres del Cosmos: he ahí a lo que todo aquello me conducía.
Todo lo demás, todos los detalles que pude anotar, no eran a fin de cuentas sino erudición.
Yo experimentaba la necesidad de sentarme para, en cierto modo, afianzar durante algunos segundos más ese estado de interna comprensión de lo que creía que era lo esencial. Nuestro amigo volvió a sus explicaciones.
«¿Sabéis que las entidades encargadas del mundo astral también se ocupan del buen desarrollo de la humanidad? Su objetivo es lograr que vuestros semejantes se proyecten finalmente sobre las mismas fuentes
de la Verdad.
»La materia es una ilusión, pero una ilusión que los hombres deben utilizar como una escala. Lo que sentís en este momento, lo llegarán a sentir un día vuestros semejantes, todos, sin excepción. Sé lo que estáis pensando. Os decís que no están en camino. No os fiéis de las apariencias. Aquí todos trabajamos en el mismo sentido y se realiza el trabajo en profundidad. Hoy atravesáis lo que se llama una crisis de adolescencia,
eso os ciega y, en definitiva, os hace ávidos y crueles.»
Su dedo me señalaba la impresionante caverna que aún podíamos adivinar entre las lianas y las hojas gigantes.
«Veis este lugar, pues aquí traemos a muchos hombres y mujeres en el momento que precede a su encarnación. Durante toda su vida terrestre perdurará en ellos, más o menos inconscientemente, la lección que este lugar conlleva. Escribirán y hablarán de ello.
»Hasta hoy todo esto se ha traducido de forma confusa a través de la ciencia-ficción.
No subestiméis la fuerza de esa literatura porque es uno de los artífices del progresivo despertar de la raza humana. El trabajo que en sí misma realiza el alma en estos lugares es tal que el recién nacido que llega hoy al mundo ya no es el de hace un siglo.
»Lo impalpable actúa sobre lo palpable y de ese modo los hombres que nacen desde hace un siglo, y sobre todo desde hace unos cincuenta años, ya no son biológicamente iguales que sus predecesores. Algunos son profundamente distintos. Sólo por sus palabras y por sus actos se los reconoce como mensajeros de una
nueva realidad.»
Sobre nosotros, entre las hojas recortadas de los plátanos, el cielo astral oscilaba entre el azul y el anaranjado.
Recuerdo una brisa que acariciaba mi rostro y que me hizo comprender el valor de estas palabras: una realidad nueva.
Mi esposa comprendió antes que yo que nuestro guía deseaba vernos adquirir otra vez el estado al que nos obligaba la Tierra. Teníamos que ponernos otra vez nuestra túnica de materia...
El lector puede imaginarse el vuelco que da el corazón del viajero astral cuando su universo se esfuma brutalmente, cuando el cuerpo carnal deja oír su voz exigente...
Todo lo que podíamos llevarnos era la imagen de nuestro guía, la cálida sonoridad de sus palabras encerradas muy dentro de nosotros.
Me resultaba cada vez más difícil aceptar los trabajos cotidianos, los embotellamientos de la ciudad, la barahúnda de los hipermercados, y percibía de manera muy sutil, una especie de agresividad que continuamente se desprendía de nuestro mundo. En contraste con lo que me había sido dado conocer, todo esto se
hacía a veces intolerable.
Todo sucedía como si un feroz caricaturista me prestara su capacidad de análisis.
Me saltaba a la vista la ceguera de algunos seres. A mis ojos, el egoísmo, la avaricia y la injusticia aparecían como los motores fundamentales de nuestro mundo.
Mi esposa, por su parte, soportaba mejor el enorme desfase que existía entre los dos universos que conocíamos. Sin duda, ella entendía de manera intuitiva cuál era la actitud que debíamos adoptar preferentemente en nuestra vida normal. Se daba cuenta de que no debíamos de rechazar al mundo y sus asechanzas, que estábamos en la Tierra, como cualquier otro, para aprender y hacer algo concreto; que había que formar parte de la sociedad sin caer en sus trampas, que la rebelión, los actos violentos contra los
desequilibrios, no podían a su vez llevar más que a otros desequilibrios y a otros excesos.
Claro que no se trataba de aceptar tal cual un mundo que a menudo no nos gustaba.
La pasividad lleva generalmente a la mediocridad. Lo importante era aprender a caminar sobre la tensa cuerda que va del
rechazo global a la aceptación beatífica, al sonambulismo. Era preciso que una sola palabra pudiera motivar nuestros actos, una palabra que en nuestras experiencias extra corpóreas nos golpeaba el corazón con frecuencia como un leitmotiv: PAZ.
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