sábado, 1 de agosto de 2015
En el silencio del desierto: Capítulo 11.- REVELACIONES
El móvil de Micael sonó. Era Josafat, desde el Cairo. Se había quedado preocupado por la situación de ellos y llamaba para preguntar. La comunicación no era buena, y la línea se interrumpió varias veces, pero consiguieron informarse mutuamente. El tenía que venir de nuevo a Jerusalén por asuntos de trabajo, y Micael quedó en ir a buscarle para que pasara unos días con ellos.
No habían empezado a cenar, cuando de nuevo sonó el aparato. Esta vez era Marcos. Por circunstancias un poco extrañas se había enterado de lo sucedido en Hebrón y llamaba muy preocupado. La verdad es que a ninguno se le ocurrió el advertirle que estaban bien. No pensaron en ningún momento que una noticia tan local, que no salía ni en los informativos, pudiera llegar a Madrid. Marcos más tranquilo, también quedó en pasar un día por casa. Cuando Micael le dio la noticia de su matrimonio con Raquel, éste le dijo: “Cuando ella marchó para allí, yo me olí algo y la puse en vuestro camino”. Confirmó que David ya tenía la carta de Raquel, y el número del móvil de ellos. Las comunicaciones no eran buenas, pero intentarían ponerse en contacto.
Cuando Micael les terminó de contar, empezaron a cenar. Raquel no tenía mucho apetito. La verdad es que tenía un ligero malestar. Le dolía la cabeza y le pidió a su marido un calmante.
- ¿Mi amor, te molesta mucho?
- Normalmente no suelo tomar nada, pero es que quiero estar bien para después.
- ¿Y qué va a pasar después, hija?
- ¡Tengo una cita con tu Micael en la playa, e intuyo que me va a hacer trabajar de lo lindo! Me voy a enterar de todo...
- ¡Toma, mi amor, esto te repondrá! ¿Tiene algún motivo ese malestar?
- ¡Es la tensión... en tres días he vivido más que en cuarenta y dos años! Y esta aceleración la nota mi cuerpo.
- ¿Pero eres feliz?
- ¿Acaso no se me nota? ¿Y tú, Micael... cómo tienes esa espalda? Nos hemos olvidado de los masajes y eso no es así. Si queremos que funcionen, tiene que haber una continuidad.
- Cuando tu quieras volvemos a ello, pero está mucho mejor.
- ¿Y está más guapo... a que sí, hija?
- ¡Yo le he visto guapo siempre!
- ¡Ahora hazle la pelota, hermanita... claro, como sabes ya que es el jefe!
- ¿El jefe...?
- ¡Bueno... uno de los jefes, quería decir! ¿Cuando vais a ir a la playa?
- Después de cenar.
- ¿Y la vas a llevar a la calita?
- ¡Sí, quiero enseñársela!
- ¿Hay por aquí alguna cala? El otro día, Micael, no vi ninguna.
- ¡Es que no se ve, hay que descubrirla! Es una media luna, muy pequeña que está entre dos rocas de granito. Para llegar a ella hay que entrar por una vieja caverna que era antiguamente refugio de pastores. La descubrió Jhoan un día jugando a piratas con nuestro primo. Lo guardó en secreto, y de hecho, somos los únicos que sabemos de ella. Ni madre no ha ido a verla, porque no le apetece andar entre piedras. Antes me iba a la noche a darme mis baños, y luego me quedaba a dormir allí, al amparo del mar y de las estrellas. Es un paraíso en miniatura.
- Hijos... ¿pero volveréis a dormir?
- Mamá, no lo sé... Depende también de la temperatura que haya. Ahora refresca un poco a las noches.
- ¡Por si a caso llevaros ropa de abrigo!
- ¡Sí, mamá, no te preocupes!
- ¿Mañana vais a ir de compras?
- Sí, pero ya concretaremos en el desayuno, madre. ¿Por qué no te vienes con nosotros?
- ¡No hijo... es demasiado ajetreo para mí! ¡Disfrutad vosotros, que sois jóvenes!
- ¿Y tú, Jhoan... qué vas a hacer?
- Me voy a dar una vuelta por el pueblo. Antes me he quedado con las ganas de seguir viendo, y cuando vuelva a casa, posiblemente me quede un rato a trabajar.
- ¿No hemos quedado hermano que hasta mañana estamos de vacaciones?
- Si, pero cuando el conocimiento viene deprisa pidiendo paso... hay que dárselo.
- ¡Caramba... estás inspirado! ¡Pues adelante, hermano!
- ¿Y tu mamá, qué harás?
- En cuanto recoja, me voy a la cama. No tengo sueño, pero mis piernas necesitan estirarse.
- ¡De recoger nada, porque de eso me encargo yo! Contestó Raquel.
- ¡Como quieras, hija!
Micael ayudó a Raquel a recoger la vajilla de la cena y preparó las infusiones para después. Tenían costumbre de tomarlas antes de irse a dormir. Se la entró a la habitación a su madre y tras despedirse de ella, cogieron los jerseys y se encaminaron hacia la playa. Aunque había luna llena, las nubes bajas entorpecían su visión. Micael caminaba en silencio, cogiendo a su mujer por los hombros. Raquel le miró y observó en él una profunda concentración. Su cuerpo iba con ella... ¿pero dónde estaba él realmente? Al cabo de unos minutos de marcha, llamó su atención.
- Mi amor, ¿a dónde te has ido? Y Micael rió.
- Estaba haciendo preparativos.
- ¿Pero dónde...?
- ¡Aquí! Contestó señalándose el corazón.
- Pues estabas muy cerquita...
Raquel siguió contemplando el rostro de Micael, y éste, ante la insistencia de ella, la besó.
- ¡Contigo es imposible trabajar, mi amor! Pero parte de ese trabajo ha sido contigo.
-¿Conmigo? ¿Y eso…?
- Siento tu corazón vibrando de amor, pero sigues teniendo la mente alterada y tus emociones disparadas. Es normal para la tensión a la que estás sometida, no TU, mi amor, sino tu personalidad.
-¿Y hay alguna diferencia?
-¡Sí, claro, toda! Tu corazón sabe, de hecho ha sido EL quien te ha traído hasta aquí, pero tú, como Raquel, todavía no te has centrado. Te conozco perfectamente, mi amor, y sé que lo vas a conseguir.
-Solo una pregunta, Micael, ¿es real lo que estoy viviendo, lo que estamos viviendo los dos?
-¿Y esa pregunta…?
- Me parece todo tan maravilloso… que tengo la sensación de que estoy soñando. ¿No será éste otro sueño más de los muchos que tengo, donde vivo verdaderas aventuras en lugares diferentes, con personas a las que no conozco, en circunstancias totalmente distintas, y que al despertarme a la mañana, todo queda en un sueño? Pero mientras los vivo…todo es real…
-No estamos en un sueño, mi amor, pero sí en una realidad de las muchas en las que estamos experimentando, en la que hemos coincidido, reconocido, amado y en donde tenemos mucho trabajo pendiente que hacer juntos con algunos hermanos. ¡Esto es real, mi amor! Más adelante comprenderás y vivirás la plenitud del momento.
-Ya veo que, como tu hermano, has aparcado las vacaciones, y la inspiración os ha visitado…
- Jajaja en nosotros la palabra “vacación” va a resultar un tanto extraña, mi amor.
- ¿Micael, qué es aquello?
- ¡Es la gruta de acceso a la calita! ¡Ya hemos llegado!
Raquel se adelantó considerablemente, y cuando llegó a la entrada la observó minuciosamente, y sin esperar a Micael se introdujo en su interior. Cuando éste la alcanzó, ésta ya estaba en el fondo de la misma, tanteando con la palma de sus manos las paredes húmedas que sudaban agua a través de finas capas de musgo verde aterciopelado.
- ¿Qué buscas Raquel?
- ¡Una silla de piedra! Y ante el gesto de extrañeza de su marido, Raquel le explicó.
- He estado ya en este lugar, Micael, y aquí mismo había una silla de piedra.
- Lo único que tienes aquí, donde está tu mano, es esta piedra horizontal que sale de la pared. Mira, está aquí, tapada con estas piedras, y sentándose sobre ella se ejerce la presión necesaria para que la pared se abra y así poder entrar en la cala. Pero cuéntame, mi amor... ¿qué es lo que sabes sobre este lugar?
- Hace siete años tuve un sueño. David, Salomé y yo íbamos por un sitio de playa y comenzamos a subir unas rocas, como buscando algo, en plan de exploración. Yo diviso una gruta y les animo a ir a verla. Una vez en la entrada, que es esta misma, estoy totalmente segura, a Salomé le da reparo entrar, pero a regañadientes lo hace. Entramos hasta el fondo. Está todo oscuro, como ahora, pero de repente vemos que de las paredes sale una luz azul clara que poco a poco va ganando en potencia. Y al volvernos hacia aquí, vemos a un ermitaño sentado sobre esta misma piedra horizontal que nos miraba sonriente y con unos ojos cargados de amor y ternura.
Aquel ermitaño aparentaba tener unos setenta años, pelo largo hasta los hombros y del todo canoso. Llevaba barba, muy tupida, corta y muy bien cuidada. Su piel era oscura, como bronceada intensamente por el sol. Sus ojos eran negros, pequeños, pero penetrantes, de mirada infinita. Sus manos, largas aunque muy castigadas quizás por el duro trabajo, pero sus uñas delicadamente cuidadas. Yo enseguida sentí que se trataba de un sabio, de un maestro, y quería hablar con él. Salomé quería salir de allí, pero no por miedo, sino porque estaba muy apurada. David no se atrevía a tanto, pero permanecía a mi lado. La verdad es que yo no quería hacerle ninguna pregunta, solo quería comentar con él cierto asunto. Así que empecé a hablar, bueno lo intentaba, porque mi voz no salía de mi garganta, sino del interior de mi pecho y vientre y a cámara lenta. Era una voz grave, más bien de hombre. Es como cuando estás oyendo una grabación tuya y de repente la pones a una revolución inferior. Y él, cuando me contestó, su voz sonaba como la mía.
- ¡Es que estabais en una dimensión distinta! ¿Pero qué le comentaste?
- La verdad es que solo hablaba yo. Estaba muy excitada. Yo veía que él, con una entrañable sonrisa y una infinita paciencia me escuchaba, y sabía que me quería decir algo, pero yo no le dejaba. Era la primera vez que podía hablar con alguien que me iba a comprender y creer sobre mis experiencias, mis recuerdos, mis sentimientos, intuiciones sobre Jhasua. Y cuando ya al final me vacié y me relajé, le pedí disculpas por no haberle dejado pronunciar palabra. Entonces él nos regaló una sonrisa tan maravillosa, que hizo vibrar todo mi cuerpo. Levantó ligeramente su mano izquierda, como señal de saludo, y con una voz, parecida a la que salió de mi interior nos dijo: “SOIS DE LOS SIETE MIL CORDEROS DE CRISTO, HACEDORES DE LAS NUEVAS NACIONES” Y allí terminó el sueño, al menos no recuerdo nada más.
- ¡Más claro... el agua! ¡Esa sí que es una revelación en condiciones!
¡Hacedores de las nuevas naciones!
- Es precisamente lo que menos me importó. Yo me quedé con lo de los “corderos de Cristo”. Me sentí muy dichosa el que me considerara como tal. Ser cordero era como estar a su lado, trabajar con él, ser de los suyos....
- ¡Y yo que pensaba que te iba a enseñar por primera vez este lugar!
- Micael, ¿quien crees tú que podría ser aquél ermitaño?
- No te quedes con el personaje, Raquel... ¡qué importa! El AMOR puede tomar el aspecto y la forma que desee en cada momento.
- Está visto que él también sabe de la existencia de esta gruta.
- ¡El está aquí, mi amor, vive aquí! Y visto que tú eres ya una veterana en este lugar, te concedo el privilegio de sentarte en esta piedra y abrir nuestro acceso al mar.
Cuando Raquel se sentó sobre ella, al instante, en la pared, se abrió una grieta lo suficientemente ancha para que una persona la atravesara de medio lado. Cuando ya estaban al otro lado, Raquel comprobó que había igualmente otra piedra con la que volverían a abrir la roca a su regreso. A pesar de lo vivido últimamente, no dejaba de sorprenderle todo aquello. Para ella era pura magia, de la auténtica. Micael la cogió de la mano y la ayudó a bajar unas cuantas rocas que los separaban de la orilla. Ella se paraba cada dos por tres, se sentía absorbida por aquél paraje, y la orilla le atraía poderosamente. Hizo un intento de bajar aquéllas piedras corriendo, pero Micael la paró.
- ¡Mi amor, cuidado, puedes hacerte daño! ¡Tranquila...! ¿Por qué estás tan nerviosa?
- Es que...
Y aquél “es que...” de su mujer, le hizo saber que ella ya conocía también aquella cala.
- ¿Raquel, has estado aquí también verdad?
- Creo que sí, pero necesito bajar a la orilla.
- ¡Bien, pues vamos allá, pero despacio, sin prisas!
Raquel, a pesar de la advertencia de su marido, bajó corriendo. Cuando pisó la arena, su cuerpo se estremeció. Se descalzó y comenzó a andar lentamente por la orilla. Estaba segura, había estado allí. Se relajó, dentro de lo posible, y se dejó guiar por su corazón.
Empezaron a emerger las lágrimas por sus ojos. Micael la observaba a distancia, emocionado. Sabía perfectamente lo que ella estaba viviendo. Faltaban unos pocos metros para alcanzar el otro extremo de la cala, cuando Raquel se paró, se dejó caer de rodillas y se entregó a un convulsivo llanto. Micael la alcanzó, se arrodilló junto a ella y la rodeó con sus brazos.
- ¿Sabes, mi amorcito? Acabas de señalar con tus rodillas el sitio donde suelo tumbarme siempre que vengo aquí. Es el mejor punto de la cala. Tienes buen olfato.
- ¡Aquí mismo le vi a él, Micael, y al recordarlo, todavía se estremece mi cuerpo!
- ¿Vas a contármelo?
- ¡Mi amor, lo estoy deseando!
Este sueño lo tuve hace... ¡madre mía, ni me acuerdo! pero creo que poco después de regresar de Jerusalén. Tendría quizá 10 años. Yo iba andando descalza por la orilla de esta playa, no era de noche, como ahora, sino un atardecer. El sol se iba metiendo por el horizonte y yo me sentía atraída por él. Pero algo me llamó la atención. A bastante distancia de mi, vi sobre la arena un tronco de árbol de grandes dimensiones, y a su lado dos bultos negros. Aceleré mi paso y cuando ya estaba cerca comprobé que no solo era un tronco, eran dos, cruzados en forma de cruz, y sobre los que un hombre estaba clavado por las muñecas y los tobillos. Aquéllos dos bultos negros eran dos mujeres totalmente enlutadas que lloraban amargamente por él. Cuando vieron que me acercaba, ellas se retiraron deprisa y se sentaron en el suelo a unos pasos de aquél crucificado. Cuando le contemplé, mi cuerpo se estremeció. Yo no le conocía, pero le amaba. Me arrodillé a su lado y vi cómo su cuerpo sangraba. Estaba cubierto de llagas, y me abalancé sobre él, y me abracé con toda la fuerza de mi corazón.
Pero sucedió algo sorprendente. Aquél hombre se desclavó las muñecas, se sentó sobre los troncos y fue él quien me abrazó a mí y me besó en los labios, y volviéndose hacia las mujeres de negro dijo: “Ella ya ha hecho un largo recorrido, ya solo le faltan los tres cuartos de la mitad”. Y dirigiéndose a mí exclamó: “¡Estoy vivo, estoy vivo!”
Y allí terminó el sueño. Y él estuvo aquí, aquí mismo. Entonces no supe quien era, solo sabía que le amaba, pero no tardé mucho en averiguarlo. Al cabo de unos pocos años, me encontraba estudiando en el sofá del salón de casa, de la de mis padres, cuando un sopor me invadió obligándome a recostarme sobre un cojín. De repente sentí frío alrededor y cómo alguien plasmaba en mis labios un beso. Lo sentí frío, pero cargado de cariño, de ternura. Todavía tengo esa sensación en mis labios. Yo quise saber quien estaba conmigo, pero aunque estaba despierta, no podía abrir los ojos, ni mucho menos mover mi cuerpo. Hice grandes esfuerzos por abrirlos, y cuando al final pude hacerlo, aquél frío había desaparecido, y por supuesto no vi a nadie en el salón.
No sabía de quien era aquél beso. Todavía conmocionada, me levanté, y cuando me disponía ir al baño, vi, sobre la viga del salón, plasmado un rostro en blanco y negro. Sabía que era él, y cuando fui a acariciarlo con mi mano, desapareció. Días más tarde, en otro sueño también, estábamos los dos abrazados. El llevaba una túnica blanca y yo una especie de chandall. El me rodeaba intensamente con sus brazos y yo le besaba en el cuello, pero cuando salí de aquélla experiencia me dio rabia el no haber podido estar en ella con mi cuerpo. Con el espíritu, las sensaciones son totalmente descafeinadas. Se siente algo parecido a la plenitud, pero no se experimenta con la intensidad de la carne. Si aquél abrazo, en las dos ocasiones, lo hubiese dado y recibido con mi personita, ¡Ay, otro gallo habría cantado! Y Micael acariciando el rostro de su mujer, la besó.
¡Mi amor... pero este beso te lo doy en la carne! Tú has llamado capullo a un hombre, a un amigo, que desde que viniste a este mundo a estado amándote.
- ¡Ni que te lo hubiese llamado a ti... no te lo tomes tan a pecho, hombre! Y Micael rió…
- Ahora que caigo en la cuenta, lo de “los tres cuartos de la mitad” que me dice él en el sueño, lo he oído aquí en algún momento... ¿dónde ha sido?
- ¡Tres cuartos de la mitad, un año por cada elemento más uno: cinco años! Te lo dije yo, mi amor.
- ¡Es cierto! ¿Acaso él quiso decirme lo mismo?
- ¡Seguramente, pero aquél no era el momento de desvelarlo!
Bueno... ya estamos aquí... ¿No me habías traído para ayudarme a saberlo todo?
- La verdad es que mi intención era hacer esto mismo pero en otro momento, en la noche de nuestra boda, pero todo se está acelerando y no quiero que sigas con este desasosiego en tu corazón.
- ¿Es que no hemos tenido esa noche especial de boda?
- ¡Claro, mi amor, pero me refiero a la religiosa! Sé que será un día precioso para los dos.
- Micael, pues si he esperado cuarenta y dos años para enterarme de algo, puedo hacerlo quince días más si es para ti tan importante ese día.
- No, Raquel, éste es el momento. Cuando veníamos para aquí, he dudado, pero cuando has empezado a recordar... lo he visto muy claro. ¡Ven aquí, mi amor!
Micael, cogiendo a Raquel de la mano, la llevó a un punto determinado de la playa. Se distanció de ella unos cinco metros y concentrándose empezó a emitir unos sonidos cuya vibración resultaba bastante molesta al oído. De repente, de los pies de su marido, comenzó a subir una línea de luz que conforme iba ascendiendo dejaba tras de sí un panel de luz. Aquélla línea le sobrepasó dos codos, y desapareció. Pero ahí quedó, estática y silenciosa una especie de puerta en cuyo interior se adivinaba una danza vertiginosa de puntos luminosos. Raquel no se sorprendió demasiado, pero quedó literalmente muda y paralizada. Micael, volviéndose hacia ella, y con una gran sonrisa en su rostro, la invitó:
- Esta es tu oportunidad, mi amor, para estar con El, con tu gran amor, y descubrir aquello que habías olvidado. Este regalo te lo hace mi corazón.
- ¿Y qué tengo que hacer? Preguntó confusa Raquel.
- Esta es una puerta dimensional, atraviésala y estarás con tu cuerpo y tu corazón con Jhasua, y podrás hacer lo que entonces no pudiste.
- ¿Quieres decir que volvería de nuevo al pasado?
- Sí, pero esta vez no lo harás como una doliente espectadora en una pesadilla. Estarás allí, volverás a sentir tu cuerpo de entonces, pero esta vez yo estaré a tu lado y te daré la fuerza que necesitas para llegar a él, y morir con él, en sus brazos. Y por fin verás su verdadero rostro, el que siempre se te había negado.
Raquel escuchaba en silencio a Micael sin perder de vista aquélla puerta. Se sentía fuertemente atraída hacia ella, pero no se movió. Había algo en su corazón que la preocupaba y que no le permitía atravesarla.
- ¿Raquel... no te decides?
- Micael... sí ni siquiera me acuerdo de quien era yo entonces. Sé que era una mujer joven que le amaba, pero no se mi nombre. El me llamaba con el nombre de un animal, al que me parecía mucho, pero ni siquiera eso recuerdo.
- ¡Pues si atraviesas esta puerta, lo sabrás! ¿A qué tienes miedo, mi amor? ¿Quién crees que hay al otro lado de la puerta? ¿Aquél que te obstaculiza siempre el paso? ¿Es eso...?
- No, Micael, es que si paso al otro lado de la puerta volveré a ser la joven cuyo corazón no pudo con aquél dolor y se rompió en mil pedazos. Mis ojos se cerraron para siempre, antes que los suyos. Tengo miedo a no volver, Micael, a quedar atrapada allí. Probablemente con tu ayuda conseguiría llegar hasta él, fundirme con él y morir con él, pero... no volvería a ti, mi amor y... yo te amo, te amo Micael! Jhasua ha sido siempre mi gran amor, pero pertenece al pasado, como la joven que fui. Pero tú eres mi presente, Micael, mi amor, mi amigo, mi esposo, mi príncipe, con el que quiero entregarme al mundo. Estaba colgada del pasado, añorando unos momentos que no pudieron ser, cuando mi presente está repleto de momentos y realidades tan hermosos o más.
- ¿Soy acaso para ti el Jhasua del presente, mi amor?
- ¡No cariño, tú eres Micael, el mismo amor, en el presente! ¡Y esta vez nadie impedirá que esté a tu lado! ¡Esta vez sí que iré a esa cruz contigo!
Micael, temblando de emoción, abrazó a su mujer y la tuvo pegadita con fuerza a su corazón durante unos minutos. Raquel se sentía flotar entre sus brazos, pero él, levantando con la mano su barbilla, depositó un beso en su boca e insistió:
- Mi amor, si tu miedo es por la posibilidad de no volver, descártala. Yo estaré a tu lado, y si es necesario entraría a buscarte. ¡Puedes estar totalmente segura!
- ¡Ya lo sé!
- Entonces... ve, Raquel, no solo estarías con él sino que descubrirías algo muy importante para tu corazón. Tendrías más consciencia sobre ti, y comprenderías muchas cosas...
- Lo más importante para mi corazón es que estoy trabajando en su equipo y a tu lado. Lo único que me importa saber sobre mí, es que soy tu esposa, tu princesa y la mujer que te ama, y en cuanto a comprender ciertas cosas... bueno... las que no entienda, ¡ya me las explicarás tú!
- Entonces... ¿qué hago con esta puerta?
- ¡Pues cerrarla!
- ¿Estás segura, mi amor?
- ¡Totalmente!
- Bien, pues... ¡hazlo tú!
- ¿Yo... y cómo se hace?
- ¡Diciendo en voz alta el nombre que entonces te puso el Amor! ¡Solo así cerrarás ese episodio para siempre!
- ¡Pero si no me acuerdo de él...!
- A ver si esto te refresca la memoria: “Astuto como el águila... cándido como la paloma... sigiloso como la serpiente... el Camaleón se reviste de naturaleza...”
- ¡Camaleón! Terminó recordando Raquel. ¡Era Camaleón!
Y tras la pronunciación de aquél nombre, por boca de Raquel, aquélla puerta dimensional desapareció. Raquel se quedó perpleja. Miró a su marido que todavía seguía tarareando aquélla canción que Jhasua compuso para ella hace dos mil años. La melodía cantada por él le estaba haciendo recordar. La puerta había desaparecido, pero la experiencia a la que Raquel había renunciado, la había atravesado y quedaba con ella.
Raquel cerró sus ojos, y Micael seguía entonando suave y armoniosamente aquélla canción. Ella, en décimas de segundo volvió a revivir todo lo sucedido desde que conoció a Jhoan y a Micael, pero sobre todo a su marido. Su cuerpo empezó a temblar y la obligó a sentarse sobre sus rodillas en la arena. Se encogió y quedó abrazada a sí misma. Y así estuvo unos minutos. Micael dejó de cantar y quedó mirándola. Lo hacía con infinita ternura, y con sus ojos la acariciaba. Deseaba ir dónde ella y abrazarla, pero esta vez no lo hizo. Necesitaba estar sola, descubrir en su interior lo que estaba esperando desde hace tanto tiempo, y abrir sus ojos del todo a la verdad que vivía y respiraba junto a ella.
En un momento determinado, las nubes que tapaban parcialmente a la luna se disolvieron, y su luz tenue y cálida les acarició. Raquel fue reaccionando, y levantando su rostro lleno de lágrimas hacia su marido, le miró profundamente. Micael también la miraba, y supo que su mujer le había reconocido por fin. Fue a su encuentro para fundirse con ella, pero Raquel, levantándose rápidamente le gritó:
- ¡Eres un capullo!
Y nerviosa se echó a correr hacia el agua.
Micael sonrió. ¡Le encantaba aquélla reacción de su mujer! Echó a correr tras ella y cuando la alcanzó, la miró, la estrechó como nunca entre sus brazos y su boca se abrió para fundirse con la de ella. Todavía quedaba mucha rebeldía en el ánimo de ella, así que la volvió a besar, pero esta vez Raquel se dio por vencida y abrazó a su marido.
- ¡Camaleón, mi amor...!
Pero ella no respondió, no podía, tenía su corazón en un puño y queriéndole salir por la boca. Micael la cogió en brazos y la sacó a la orilla. Estaba temblando. Había refrescado bastante y tenía toda la ropa chorreando agua. La ayudó a quitársela y luego lo hizo él. La abrazó y la cubrió con su cuerpo para ayudarla a entrar en calor, pero ya en el pecho y en el vientre de los dos había un volcán completamente activo. Y Raquel, mirándole, volvió a repetir:
- ¡Eres un capullo!
- Vale, ya lo dilucidaremos luego... ¿Pero me quieres? ¡Dime que sí, mi amor! ¿Sigues enfadada conmigo?
- ¡Sí...!
- Bueno, pero mientras me quieras... no me importa.
Y Micael volvió a poner la cara de niño bueno implorando un rico caramelo, y ella no pudo seguir manteniendo aquélla actitud de enfado dolorido. Se rió, y abrazó a su marido. Y de nuevo aquéllos dos cuerpos se fundieron, se entregaron, se amaron, se desearon. Sus bocas se buscaban intentando apagar su sed, y cuando se encontraban era puro fuego lo que por ellas bebían. Micael entró en ella, con la misma fuerza con la que golpean las olas contras las rocas, y ella se abría... abría su vientre para él.
Y de nuevo el calor, el fuego en el cuerpo y en el alma. Sus cuerpos ardían, pero Raquel ya no tenía cuidado. Le tenía a él, a su Amor, a su marido. Y sus pechos se llenaron para él, y él jugaba con ellos, se alimentaba de ellos. Y en aquél éxtasis, en aquella sublimación de cuerpos, emociones, sentimientos y espíritus, se hizo la explosión. Un relámpago azulado salió de sus vientres que los envolvió en una potente luz, y tras acariciarles, se fundió con la luz de la luna. Estaban exhaustos, pero de nuevo habían estado en el centro del Paraíso. Se cubrieron con los dos jerseys de lana y permanecieron abrazados en el suelo durante un rato.
- ¿Mi amor... sigo siendo un capullo?
- ¡Sí...!
- En ese caso... ¿me concedes la oportunidad de defenderme?
- ¿Es que puedes?
- ¡Sí, mi amor!
- Pues adelante...
- Vamos a sentarnos sobre aquéllas rocas. Cuando se pusieron en pié, Raquel vio a su marido con un jersey de lana hasta la cintura y con el trasero al aire, y reventó de la risa.
- ¿De qué te ríes?
- De tu pinta, mi amor... estás graciosísimo.
- ¿Ya te has mirado tu, princesa...? ¡Por tu culpa estamos así...! ¡Si no te hubieras echado a correr de esa manera...! ¡Ahora a ver cómo volvemos a casa! Si nos ponemos la ropa mojada, seguro que cogemos un resfriado, y si vamos con esta guisa... ¡no quiero ni pensarlo...!
- ¿Por qué no haces un milagrito y secas esta ropa? ¡Tiene que ser supersencillo para ti! Exclamó sarcásticamente Raquel.
Micael, mirándola fijamente y señalándole con su índice el honorable trasero, le advirtió:
- ¡Te estás ganando una azotaina de tu maridito!
- ¡Huy... qué excitante! Y Micael, echándose a correr tras ella, la alcanzó y le dio una sonora palmadita en las nalgas.
- ¡Ay, que bruto!
- ¡Y no hay milagrito! toma, ponte los pantalones alrededor de las caderas, y ya es suficiente... hasta casa no hay mucho que andar. Además, a estas horas, no hay nadie por aquí.
- ¿Ya nos vamos?
- En estas condiciones no es conveniente seguir aquí. Cuando lleguemos a casa, tomamos algo caliente, nos secamos y seguimos con mi defensa.
Y comenzaron la subida. Volvieron a ejecutar las mismas operaciones del principio y se pusieron en el camino que llevaba hasta casa. Cuando entraron, él fue a la habitación de Sara, y ésta ya estaba dormida. Jhoan no había regresado todavía del pueblo. Se secaron bien y se vistieron en condiciones, al menos Raquel, porque Micael, al no tener ropa de repuesto, tuvo que ponerse la camisola blanca. Pusieron a secar en la cocina la ropa mojada y se prepararon un cafecito. Y cuando lo tomaron, salieron al jardín a seguir disfrutando de la noche. Allí no había columpio, como en el huerto, pero si un pequeño banco de piedra. Tomaron asiento y al momento apareció Jhoan todo sudado y bastante excitado. Fue a buscar un poco de café a la cocina y salió a tomárselo con ellos.
- ¡Qué pronto habéis regresado!
- Nos hemos mojado la ropa, y hemos tenido que regresar. Hacía fresco en la playa. Contestó Raquel.
- ¿Os habéis metido vestidos al agua?
- Más o menos... Contestó Micael riéndose.
- ¡Bueno, bueno... cada cual se divierte a su manera...!
- ¿Y tú, hermano... qué has hecho por el pueblo?
- He ido, sí, pero más bien lo he atravesado. Cuando salí de casa sentí un ligero mareo y los oídos comenzaron a sensibilizarse. Y enseguida les oí. Seguí sus indicaciones y tuve que atravesar a buen paso el pueblo y andar casi dos kilómetros más para llegar a la cita. Sí, hermana, si, me refiero a los de arriba, a los de la ciudad de cristal... ya sabes... bueno... supongo... Exclamó mirando a su hermano.
- ¡Sí, Jhoan, supones muy bien! ¿Y qué noticias traes?
- Noticias ninguna. Una cita, para los cuatro, con posibilidad de un quinto, para el próximo día 15 de Julio, viernes, a las 23 horas en el mismo lugar. Yo pensé mentalmente que la cuarta persona tenía que ser nuestra madre, pero me sacaron del error. Volvieron a decirme que la cuarta persona era la mujer que venía de Akenatón.
- ¡Salomé...! Exclamó asombrada Raquel. ¡Es ella... seguro que sí viene a la ceremonia!
- ¿Ella...?
- ¡Recuerda Jhoan que nuestra asociación se llamaba Akenaton, y si yo ya estoy aquí, la otra mujer es ella!
- Es cierto, pero que puñeteros son... ¡ya podían ser más explícitos!
- Es que a ellos también les gusta jugar, como a ti, hermano.
- Y dime, hermana... tu amiga Salomé... ¿es guapa?
- ¡Huy...huy...huy... que se te ve el plumero, hermanito!
- ¡Bueno...! ¿Y qué...? Podría ser la preciosidad predestinada para mí.
Y Raquel se echo a reír. Ella, en el fondo, creía que Salomé y Jhoan eran el uno para el otro. Lo supo en el momento en el que vio a éste en la recepción del hospital. Y aquélla cita, en la que se incluía a Salomé, se lo confirmó. Pero no estaba dispuesta a servírsela en bandeja a su hermano.
- No es que sea guapa, pero sí muy atractiva, y tiene una fuerte personalidad.
- ¿Cuantos años tiene?
- Siete más que tú, cumplirá en setiembre los 40.
- ¿Y es tan juvenil como tú?
- Oye... ¿por qué no esperas a conocerla? ¡Eso si viene, claro!
- ¡Claro que vendrá... cuando los jefes lo deciden así, ya no hay vuelta atrás!
- ¡Pero con ella lo pueden tener difícil, menuda es...! ¡Yo nací bruja y con escoba, y ella también, pero la suya es más vieja y está más usada!
- ¿Será mi amorcito, hermano?
- Tendrás que sufrir un poco más, viejo samurai. ¡Atráela con tu corazón... y espera!
- ¡Eso ya lo sabes hacer muy bien tú, ya...! Exclamó Raquel mirando sarcásticamente a Micael. ¡Si lo haces tan bien como tu hermano... caerá, seguro!
- ¿Me ayudaras hermana a conquistarla?
- ¡Creí que eras un especialista en mujeres! Pero en fin... ya que tú fuiste mi cupido... yo seré el tuyo, al menos lo intentaré.
- ¡Gracias, hermana, eres un Cielo! Bueno... y os dejo, creo que antes he interrumpido algo, así que... desaparezco, y que el Cielo os guarde... ¡hasta mañana, chicos!
- ¡Que descanses, hermano!
Jhoan se metió en la casa silbando. Micael reía de ver al enamoradizo de su hermano así, y Raquel apretaba sus puños en señal de victoria.
- ¿Qué significan esos puños cerrados?
- ¡Sé que esto va a funcionar!
- ¿El qué...?
- Lo de Salomé y Jhoan, estoy segurísima de que son pareja.
- ¡Pues cuando lo dice la bruja de la escoba... así será!
- Oye... ¿De qué vas...?
- ¡Tu misma lo has dicho...yo no...!
- ¿Bueno, que, no ibas a comenzar tu defensa? ¡Soy toda oídos!
- Si... pero si tu ya me has condenado antes de empezar... Exclamó Micael lamentándose.
- No te hagas ahora la víctima con esa cara de niño bueno, que ya te conozco.
A Micael le entró la risa, y abrazando a su mujer por los hombros la miró y le preguntó.
- ¿Qué quieres, que empiece con mi defensa, o sencillamente te diga el por qué no te lo dije antes?
- ¿Hay alguna diferencia?
- ¡Naturalmente, y la diferencia está en si confías en mí o no, y si crees realmente que te quiero!
- Sobre eso no tengo ninguna duda, Micael! Solo me ha dolido un poco que en estos tres días hayas estado estudiándome sin decirme tu verdadera identidad.
- Mi amor, yo no he estado estudiándote, sino conociéndote, que es muy distinto. Y sobre mi identidad, yo no te he ocultado nada. Me has conocido como Micael Jordan, y esta es mi realidad ahora. La que te he desvelado hace unos momentos pertenece al pasado, y nada tiene que ver conmigo ahora. Si lo he hecho, es porque tu corazón necesitaba saberlo, y ha sido él quien te lo ha revelado, no yo. Tú misma, antes, lo has dicho: Jhasua y Camaleón pertenecen a un pasado, a una sociedad que nada tiene que ver con la que formamos ahora. Vivieron unas circunstancias determinadas, un momento único, como el de ahora. Incluso como seres humanos, ni tu ni yo tenemos la misma genética. Lo único que ha perdurado en nosotros desde entonces, y desde siempre y para siempre, es nuestro corazón, nuestra alma, nuestra esencia, y ha sido a través de El por quien nos hemos reconocido. Te lo ha revelado, porque sentías tu corazón dividido entre dos amores, cuando en realidad son uno solo, y también, y lo más importante para mí, porque había una herida sin cerrar en tu corazón.
- ¿Y si no hubieran existido esas dos causas… no me lo habrías dicho?
- ¿Para qué mi amor? No hay que quedarse nunca con el personaje, sino con la esencia, y a ésta la llevamos siempre en el corazón, no la perdemos nunca. Pero también hay un motivo muy importante por el que no te lo he desvelado antes, y sé que es un poco egoísta por mi parte, pero soy un hombre y...
- ¿Y qué...? Preguntó intrigada Raquel.
- Sabía que adorabas el recuerdo de Jhasua, que lo amabas más que a nada, que para ti lo era todo. Y pensé que si te lo decía, me adueñaría al momento de tu corazón, y yo no quería eso. Deseaba, anhelaba que me quisieras a mí, a Micael, como hombre, por lo que soy, que te enamoraras e ilusionaras de mí, que no vieras en mí solo al ídolo de tu corazón, sino al ser humano, al hombre de tu vida. Precisamente fue eso, mi amor, lo que entonces te distanció de mí. Me veías como un maestro, como alguien muy superior a ti. Me amabas, me adorabas, pero te sentías muy pequeña a mi lado cuando yo quería que te alzaras como una diosa. Te sentiste indigna incluso de compartir los momentos más duros y difíciles conmigo. Pero yo te amaba, mi amor, y conocía a tu corazón, y en ningún momento estuve solo. Te tenía a ti, a los amigos, a mi madre, a mis hermanos presentes y a los que estaban esparcidos por el mundo, que ya entonces éramos muchos. ¡Os tenía a todos en mi corazón, a todos los corderos que conmigo se entregaron al mundo! Y allí fue, mi amor, al pié de esa cruz llena de luz, donde tú hiciste el compromiso de amor conmigo. Tu corazón estalló por el dolor, es cierto, y tu cuerpo quedó en tierra como un saco roto, pero tu corazón vino hacia mí, me abrazó, se fundió conmigo y juntos dimos el último suspiro y pensamiento a la vida.
Y Raquel, abrazada a su marido, lloraba silenciosamente.
- Y ahora, dime, mi amor... ¿sigo siendo un capullo para ti?
- Sí... y mucho más que antes. ¡Eres el capullo de la rosa más hermosa del universo!
- ¡Ese pequeño matiz me gusta más... mira...! Exclamó Micael sacudiendo el pelo de Raquel.
- Micael... ¿pero de verdad si no hubieran existido todas esas causas...no me lo habrías dicho nunca?
- ¿Para qué, mi amor? Si sirviera para algo el hacerlo… Dime... ¿te sirven de algo ahora los distintos personajes que recuerdas haber interpretado a lo largo y ancho de tu existencia?
- Pues no, realmente no, y no me cambiaría por ninguno de ellos. Me siento a gusto y feliz con el de ahora. Pero eso sí... todos ellos me han aportado conocimiento.
- Claro, eso sí... ellos nos dejan su esencia, pero acabas de decir algo con lo que no estoy de acuerdo, y es que consideras que ahora estamos interpretando otro personaje.
- ¿Y no es así... Micael?
- ¡No, mi amor! Hasta ahora hemos necesitado interpretar guiones y personajes, que no nos daban conocimiento externo, sino que iban abriendo el gran tesoro que todo hijo de la Luz tenemos y somos. Un conocimiento sobre nosotros mismos. Dejemos de alimentar ya a nuestro ego con interpretaciones, por muy hermosas que sean, y seamos Corazón al desnudo. ¡Ya nos hemos quitado todos los disfraces, los hemos sufrido a todos, les hemos alimentado, les hemos hecho grandes o pequeños, según las necesidades del guión, pero ya solo nos queda el último, el que llevamos a flor de piel, de corazón, y que es el vestido blanco, el color de la luz! Ya no necesitamos defendernos con escudos ni espadas, ni escondernos detrás de una máscara, porque no tenemos nada que nos puedan arrebatar. ¡Tenemos mucho, Raquel... un gran tesoro... pero esa riqueza, es precisamente la que hemos venido a entregar al mundo!
- Micael, una última pregunta sobre los personajes... ¿cuando fuiste consciente de tu anterior identidad como Jhasua de Nazaret?
- No fue la última, hubo varias después y antes. Pero contestando a tu pregunta, tomé conciencia hace diez años, cuando entre los dos árboles estaba viviendo algo parecido. Cuando aquélla energía me invadió y activó todos los chacras, experimenté el dolor en el punto más álgido, y fue entonces cuando lo reviví. Y aquél recuerdo me trajo también mucho amor, y volví a recordar para qué había vuelto de nuevo, y qué significaba venir a este mundo como cordero y testigo del AMOR.
- ¿Y hasta entonces no lo supiste?
- ¡No, mi amor! ¿Crees acaso que porque yo fuera Jhasua me convierte en un ser especial y distinto al resto de nuestros hermanos, y me refiero a los otros corderos solares, que son muchos? La humanidad me concedió méritos, medallas y altares que ni me corresponden, ni los quiero. ¡Soy uno más, mi amor, como Jhoan, Sara, Marcos, Josafat, Efraim, tus amigos, tú... y otros muchos, que por las apariencias, nadie imaginaría!
- ¿Micael, y como sabes tú quien es un cordero y quien no?
- Entre los corderos, entre los hermanos, nos reconocemos por la mirada, por los ojos, y si nuestro corazón se mueve cuando estrechamos su mano, ése, el que tienes frente a ti, es uno de ellos.
- ¿También se te movió el corazón cuando me conociste a mí?
- ¡El corazón y otras muchas cosas... hasta llegaste a ponerme nervioso, y ya es difícil!
- ¿Y Sara, tu madre, y Jhoan... saben de ti lo que yo sé?
- Mi madre solo sabe que vengo del Padre, y eso para ella es suficiente. ¡No quiere saber nada más! Y mi hermano lo sabe todo sobre mí y yo todo sobre él, pero para nosotros, las identidades carecen de importancia.
- ¿Y vosotros sabéis sobre mí? Porque de vosotros, salvo lo que me has contado tú, lo desconozco todo.
- Nosotros sí sabemos de ti, mi amor, ¿cómo no vamos a conocer a una hermana nuestra? Y si tú no conoces de nosotros, es por propia elección. Hace un rato has cerrado una puerta que podría haberte entregado toda la consciencia sobre ti misma y nosotros.
- Es cierto. Pero realmente lo que quería saber, ya lo tengo. Es lo único que necesito.
- ¿Y qué es ello mi amor, cual es ese gran conocimiento que te ha respondido a todas las preguntas?
- ¡Que mi corazón siempre ha sido tuyo!
- ¿No aspiras a más, mi amor?
- ¡Hay algo más grande que vivir enamorada del mismísimo AMOR!
- ¡No, Camaleón, no hay nada más grande y de más valor! ¡Eres una privilegiada!
- Micael, cambiando un poco de tema, es que me ha venido ahora a la cabeza... ¿qué fecha le han dado los del piso de arriba a Jhoan para la cita?
- El 15, viernes, a las 23 horas.
- ¡Pues estos también... qué oportunos son...! Nuestra boda está prevista para ese viernes a las seis de la tarde si no hay cambios de última hora...
- ¡Qué van a ser oportunos...! Esa cita es su regalo de boda.
- Pero mi amor, la boda va a ser en el pueblo, todo el mundo va a estar pendiente de nosotros. La celebración empieza tarde y terminará tarde. ¿Cómo nos las vamos a arreglar para acudir a la cita sin que nadie se percate de ello, siendo el lugar elegido un trozo de playa que está a un suspiro del pueblo?
- ¡Hay que ver la cantidad de problemas que acabas de crearte en un minuto, mi amor! ¡No te preocupes, que si ellos lo ven factible, no habrá ningún contratiempo!
- ¿Y para qué crees que quieren vernos?
- ¡Fui yo el que les solicité una vista! Raquel, ellos tienen que partir, no deben permanecer por más tiempo aquí, en esta dimensión. Nosotros hemos comenzado ya nuestro trabajo, y ellos han finalizado el suyo. La cita será como un saludo y una despedida. Nos pondrán al corriente de ciertas cosas a las que no podemos alcanzar, pero sobre todo habrá un intercambio de corazones. Allí verás a seres a los que conoces y amas mucho, con los que has compartido experiencias y trabajo, y puede que hasta te resulte familiar el lugar. Estoy seguro de que en algún momento, en esta vida, tú has estado allí.
- Sí, claro, estuve al lado, cuando tenía nueve años, en el parque...
- Yo digo estar dentro, mi amor. ¿Seguro que no has tenido ningún sueño relacionado con la ciudad de cristal?
- No...
- ¿Y con seres vestidos de blanco?
- Bueno, sí, pero el sueño era en un pueblo a dónde llego a través de un túnel de luz, y donde hay gente vestida de blanco...
- Eso es… Raquel, has estado...
- ¡Pero si no tiene nada que ver con la cúpula de cristal!
- ¡Sí, mi amor... pero empecemos por el principio!
- ¿Y si lo hacemos pero dentro? ¡Me estoy quedando fría!
- Como quieras. ¿Nos preparamos otro cafecito?
- ¡De acuerdo, mi amor, a eso me apunto siempre!
- ¡Venga pues, para dentro!
Cuando Micael y Raquel entraron en la cocina, Jhoan se estaba calentando la infusión.
- ¿Vosotros la vais a tomar también?
- No, hermano, preferimos café.
- ¿A estas horas de la noche? No vais a dormir.
- Todavía tenemos para un rato. Raquel va a contar su experiencia en nuestra Casa Madre.
- ¿Ah si... y puedo quedarme yo también a escucharla?
- ¿Y por qué no ibas a poder?
- Tú, hermana, dejaste muy claro, que a tu marido lo entregabas al mundo durante el día, pero que a la noche era todo tuyo.
- ¡Por una noche, haré una excepción! jajaja
- ¡Gracias hermanita!
- ¡Ten, mi amor, el café! Bien, pues ya nos tienes aquí a los dos súper intrigados. Puedes empezar cuando quieras.
- Sigo sin ver muy claro que tenga algo que ver con la cúpula de cristal, pero en fín... Pues este sueño lo tuve exactamente a los 30 años, o sea, hace 12, en la madrugada del 14 al 15 de Junio. Estaba en casa, en mi habitación. Eran las 3 de la madrugada cuando me desperté muy alterada, con mucha sed y mucho calor, y sin embargo, en la habitación había una temperatura muy agradable, tirando a fresca.
Me levanté y fui a la cocina, me tomé un vaso de agua y me dirigí hacia la ventana del salón. Necesitaba tomar un poco de aire fresco. Pero no había cogido la manivela todavía, cuando un fuerte sopor me invadió y me obligó a volver a la cama arrastrándome por las paredes y asiéndome a todas las sillas que encontraba en mi camino. La sensación era como si acabara de tomar un tubo de somníferos. Alcancé la cama y me dejé caer y... lo próximo que recuerdo es que a mi izquierda, y de pié, había un hombre vestido de blanco, más parecido a un celador. No era alto, quizás un poco más bajo que yo, pero su tórax, cuello y cabeza no me parecieron muy normales.
- ¡Descríbelo!
- Tórax de constitución atlética, muy desarrollado, cuello muy grueso y pequeño, cabeza grande y en proporción al tronco. Su piel ligeramente bronceada con un tono dorado precioso. Boca, a penas tenía. Era pequeña, labios diminutos y metidos hacia dentro. Nariz ancha, ojos grandes, ovalados y ladeados hacia las sienes, de color verde muy claro. Y su pelo, casi no se le veía. Me dio la impresión de que era blanco y lo llevaba muy cortado, como los militares. El me sonrió y me pidió una mano. Yo le extendí mi derecha, pero él me indicó la izquierda, me cogió fuertemente de ella y sentí cómo mi cuerpo se elevaba en horizontal. Y digo mi cuerpo, porque asustada por tal evento, intenté asirme a algo, y lo único que pude coger entre mis manos y arrastrarlas unos segundos, fueron mis sábanas.
Al instante me ví en un túnel oscuro, yendo a una velocidad supersónica, pues casi no podía ni respirar, obligándome a abrir la boca. Cuando llevaba un buen rato así, recordé que esta experiencia la sufrían los que habían muerto, y me quedé perpleja. Y de repente me paré, no podía avanzar, pero tampoco retroceder. Entonces me acordé de Jhasua, bueno... sí... de él, y exclamé en voz alta: “Si es cosa tuya, adelante...”. Y volví de nuevo a la acelerada carrera. No sé cuanto tiempo estuve así, pero se me hizo eterno.
Comencé a vislumbrar un foco de luz a lo lejos, y éste se iba haciendo cada vez más grande. Llegó un momento en el que fui tragada por aquélla luminosidad, y cuando alcancé el otro lado, me ví en el interior de una gruta. Toda ella estaba iluminada. La luz salía de las paredes. Frente a mí había una puerta de madera, muy parecida a la del huerto, pequeñita. La abrí, y me encontré ante un paraje bastante extraño. Al otro lado de la puerta había cuatro escalones de piedra, y los bajé con cuidado, pues brillaban mucho, y me dio la impresión de que estaban mojados. Fui caminando lentamente, tanteando el terreno, y siempre hacia abajo. Llegué a una plaza y me llamó la atención una pequeña fuente con un infante de piedra, al menos eso me pareció, por cuya boca salía en forma de cascada burbujeante agua azulada, y a la vez que salía, sonaba una música suave muy parecida al Valls. Se me había olvidado deciros que aquél lugar estaba oscuro, parecía de noche, aunque en las viviendas, que se adivinaban del mismo material que la fuente, estaban tenuemente iluminadas en su interior.
Cuando llevaba un buen rato sola contemplando y disfrutando de aquélla fuente musical, se encendieron todas las luces de aquel lugar y comenzó a salir gente por todos los sitios. Familias enteras, parejas, niños, ancianos, todos ellos vestidos de blanco. Unos llevaban túnicas, otros una especie de chandall, y unos pocos vestidos como el que me lanzó al túnel, tipo celador. Conforme iban llegando hasta mí, me iban cogiendo de los brazos y me invitaban a danzar con ellos. Terminé mareada de tantas vueltas, pero me sentía muy feliz, y de repente me ví allí sola. No tenía a nadie con quien compartir, como ellos, aquél momento, y me sentí triste. Y pensé: ¿por qué he de estar siempre tan sola? Sí, he llegado hasta aquí... pero y qué... sigo sola... Pero es que aquél pensamiento resonó con tanta fuerza, que todos los allí presentes lo oyeron y me miraron. Y de repente empezaron a sonreír, y es que veían algo a mis espaldas. Y al intentar volverme hacia atrás, sentí unos brazos fuertes y cálidos que me abrazaban por los hombros y una voz grave, dulce, armoniosa que me decía: “Mi amor, ya no estás sola, ya estoy contigo para siempre”.
Me volví para ver de quien se trataba, y solo me acuerdo haber visto a un hombre más alto que yo, de piel morena, pelo largo y castaño oscuro y vestido con una túnica blanca. No he conseguido recordar aquél rostro. Cuando a la mañana siguiente me desperté, las sábanas estaban en el suelo. Mi cuerpo me dolía mucho, y creí que hasta incluso tenía fiebre, como así fue. Alcancé los 39 grados, pero salí a la calle. Mi estado emocional era tan maravilloso, y había tanta paz y plenitud en mi corazón, que a pesar de la mala gana, aquél día pude desempeñar sin problemas mis obligaciones. ¡Y eso es todo, muchachos! ¿Qué os ha parecido?
- ¡Que no, que no estuviste en la nave!
- ¡Ya te lo he dicho yo, Micael, que no tenía nada que ver!
- ¡Pero has estado en nuestra Casa Madre, y la nave viene de allí!
- ¿Y qué es la Casa Madre... a dónde fui?
- Es un planeta donde reside el Sol Central. Está en otra dimensión, a millones de años luz, y no es visible para la gran mayoría de los seres de este universo. Hiciste un largo viaje, mi amor, por ello fue necesaria aquélla aceleración, que no es más que una alteración del espacio-tiempo.
- Pero Micael...yo viajé con mi cuerpo, estoy segura. Ya te digo que arranqué las sábanas de la cama.
- ¡Seguramente!
- ¿Y un cuerpo como éste puede soportar semejante alteración y velocidad?
- Raquel, aquél hombre que te pidió la mano y te lanzó al túnel, te aportó algo más que un saludo. ¡El te puso en órbita! De todas formas, tu cuerpo algo se resintió, aunque no fue nada importante. Tus terminaciones nerviosas se alteraron un poco y te provocó cierta irritación, que fue el origen de la alta temperatura corporal.
- ¿Y por qué me llevaron hasta allí?
- ¡Porque aquélla es tu Casa, Raquel, y la nuestra! Allí viven los corderos solares, y la gran Luz del Universo, es nuestro Padre, y vive con nosotros. Aquélla agua que viste brotar de la boca de aquél infante, no era tal. Es Conocimiento. Allí es el único alimento. Pero dime... cuando aquél hombre va por detrás de ti y te abraza, ¿no ocurre algo más?
- ¡Ah, sí... es verdad, y fue lo que más me impactó! Comenzó a temblar el suelo, como si se tratara de un terremoto, y el horizonte empezó a iluminarse con una luz anaranjada. Aquélla tonalidad se fue acentuando hasta convertirse en rojo. Y por último estaba el naranja, el rojo y un dorado hermosísimo. Volvió a temblar el suelo y es cuando empezó a asomar un gran sol. Lo hacía lentamente, con majestuosidad, y alcanzó unas proporciones tan enormes, que ya no había horizonte de ninguna clase, solo estaba EL. Lo curioso es que su luz no quemaba como el sol nuestro de cada día. Tampoco deslumbraba, pues podías mirarlo directamente. Daba calor, era quietud, era silencio, pero también música... no sabría como definirlo.
- Pues Raquel... mi amor, te dejabas lo más importante. ¡Ya me extrañaba a mí que te llevaran hasta allí y no fueras testigo de la presencia del Padre! Estaba seguro, pero podías haberlo olvidado por algún motivo especial.
- ¿Y vosotros, habéis estado allí?
- ¡Yo estuve como tú una vez, cuando tenía 10 años! Contestó Jhoan.
- ¿Y tú Micael?
- En tres ocasiones. La última fue en Junio, hace 12 años.
- ¿Doce años y en Junio?
- ¡Sí, mi amor!
- ¿Y tú fuiste aquél hombre... verdad?
- ¿Tú qué crees mi amor?
- ¿Fuiste tú quien me llamó y me llevó hasta allí?
- ¡Fue mi Corazón, Raquel, Micael no tiene tanto poder! También fue tu corazón el que vino a mí, ellos tuvieron la experiencia, y nosotros la trajimos a esta dimensión.
- ¿Quieres decir que allí solo estuvieron nuestros seres espirituales?
- Naturalmente, mi amor, nuestros cuerpos se desintegrarían en esa dimensión.
- ¡Pero si yo viajé con mi cuerpo!
- Claro que sí, y nosotros lo hicimos con el nuestro, pero en un momento dado nos deshicimos de ellos. Ese ser que te lanzó al túnel, es el guía protector que te acompaña, y aunque no le ves, es quien te ayuda en todo momento y quien protege nuestro revestimiento corporal mientras dura la experiencia.
- Y si aquélla es mi Casa... ¿por qué no reconocí a los que vivían allí?
- Mi amor, porque cada vez que encarnamos, renunciamos al recuerdo de nuestro origen, hasta que llega el momento de nuestro despertar. Aquél viaje para ti y para mí, fue el fin de nuestro letargo.
- ¿Tu todavía no habías despertado, Micael? Ya habías hecho dos viajes anteriormente...
- Sí, y en ellos se me entregó mucha información. Pero dos años después del que hicimos en común, ocurrió el incidente de Hermón, y ya te he contado que para mí fue definitivo, supe quien era realmente y cual mi misión. Ya no necesito que ellos me informen. Al descubrir mi origen en la Fuente, solo tengo que conectarme con el Corazón.
- ¿Y tú Jhoan... ya has despertado también?
- Raquel, este samurai ya nació despierto. En muchas cosas me da mil vueltas a mí.
- ¡Y por eso estoy a tu lado, hermano, para ayudarte, pero en las cosas del espíritu... eres el mejor de los Maestros!
- ¿Te das cuenta, mi amor? Ninguno de nosotros sobresale por encima de los demás. Todos los hermanos somos Maestros, pero ninguno es único. Solo EL, La Luz. Nos complementamos los unos con los otros, siempre trabajamos en equipo, no hay nadie que sobresalga a los ojos del Padre, solo de los hombres, y por su ignorancia. Incluso cuando Jhasua moría en la cruz, no lo hacía solo. Era su cuerpo, sí, pero en su Corazón, en el espíritu, estábamos todos. ¿Lo comprendes mi amor?
- ¡Sí, ahora sí...!
- ¿Y esa vieja herida de tu Corazón?
- ¡Se curará, no te preocupes!
- ¿Y quien vive en esa nave?
- Algunos de los hermanos con los que seguramente danzaste a tu llegada a Casa.
- ¿Y qué hacen aquí?
- Apoyar hasta donde es posible a los hermanos que estamos encarnados aquí en misión. Desde ella descendemos cuando venimos, y a ella volvemos cuando descarnamos. Es el puente que nos lleva hacia Casa
- Por lo que has dicho, no pueden ayudar siempre. ¿Cuales son sus limitaciones?
- Desde que nacemos, hasta que marchamos, controlan y regulan nuestro nuevo cuerpo, nos protegen de eventualidades exteriores que podrían hacer fracasar nuestro trabajo, pero siempre y cuando esas eventualidades no sean importantes e imprescindibles para nuestra evolución humana y espiritual. ¿Comprendes?
- ¡Sí, está claro! Y entonces... ¿por qué tienen que partir ahora?
- ¡Partir sí... pero no desaparecer! Tienen que dejar ya esta dimensión, al menos por un largo espacio de tiempo, aunque sigan ayudándonos en otros planos. En la próxima cita, tú podrás hablar con ellos, compartir y si lo deseas abrazar a aquéllos a los que reconozcas, pero con tu cuerpo también. Y en el momento en que cambien de dimensión, sólo los podrás sentir con el corazón o visualizarlos como fuentes de energía. Seguirán estando allí, pero por nuestras limitaciones humanas, no les alcanzaremos.
- Una pregunta que me ha rondado continuamente es... si tú eres Micael... ¿qué hacías fuera de tu cuerpo en el parque hace treinta y tres años? ¿Y por qué te mostrabas a Micael niño como si fueras alguien distinto a él?
- ¿Y quien crees que soy yo ahora?
- ¡No me líes, Micael... no me líes más...! El riéndose, cogió a su mujer del pelo, la acercó a su boca y la besó.
- ¡Dime, mi amor...! ¿Quien te ha besado ahora?
- Sigo sin saberlo... pero no me importa... os amo a los dos.
- Mi amor, cuando me encontraste en el parque... ¿en algún momento nos viste a la vez y juntos?
- Pues no... Por que cuando me dijiste que estabas con un amigo y que estaba detrás de mí, me volví, sí, y lo ví, pero cuando volví mi rostro hacia ti ya no estabas. Habías desaparecido.
- ¡No me había esfumado mi amor, yo seguía estando allí, yo era aquél muchacho! Yo era su consciencia, su corazón, su alma, su esencia.
- ¿Y por qué entonces hiciste esa representación conmigo? ¿Por qué en vez de presentarte a mí como Micael, no lo hiciste sencillamente como aquél muchacho?
- ¿Tú a quien viniste a buscar a Israel?
- ¡A Micael!
- Y si aquello que te dije entonces, lo hubieras oído solo por boca de aquel muchacho, que para más imposibles hablaba una lengua desconocida por ti... ¿te hubiera impactado de la misma forma? ¿Habrías venido hasta aquí tan solo por lo que él te hubiese dicho?
- ¡Posiblemente no! Pero aquel chico se me quedó grabado en el corazón, no lo olvidé nunca. Y he llevado siempre su corazón colgado.
- ¡Pero sé sincera...! ¡Te has acordado siempre de él porque lo relacionabas con Micael!
- ¡Pues sí, es cierto!
- Mi amor, tuve que hacerlo así. Entonces eras una niña de 9 años.
- ¿Y qué sensación tuviste cuando, sabiendo que yo iba a ser tu compañera, tu mujer, me viste tan diminuta, tan infantil, con coletas y pecatosa?
Y Micael se echó a reír.
- Yo entonces te miré con el corazón, y tan solo ví a otro gran corazón, pero en una cajita pequeña. Te sentí parte de mí, y cuando te alejaste para ir al encuentro de tu madre, la mitad de mi corazón se fue contigo. Y esas dos mitades crecieron en solitario, hasta que se han encontrado de nuevo, se han fundido, y forman ya para siempre un solo Corazón, ¡un gran Corazón! ¡Los dos somos Micael, mi amor! ¡Somos un solo SER, yo soy el aspecto masculino, y tú eres el femenino! Por eso, cuando nos vimos en Tel-Aviv nos reconocimos y nos amamos al instante. Por regla general, todos los corderos solares actúan en pareja. No siempre tienen que ser matrimonio. Pueden unirles otro tipo de afiliación, pero el trabajo lo hacen entre los dos, los dos aspectos de los que te he hablado antes.
- ¿Y siempre ha sido así? Quiero decir que al formar parte los dos de un mismo ser, en otras vidas... ¿hemos trabajado juntos?
- ¿Por qué lo preguntas?
- Se que he vivido cientos de experiencias, incluso algunas anteriores a la de Camaleón. No me acuerdo de muchas, pero sí de unas pocas, quizás porque son las que más me han marcado, en las que más he aprendido y entregado. Y de esas pocas, tengo la sensación, por no decir la seguridad, de que he estado contigo.
- ¡En todas hemos estado juntos, mi amor! En algunas, nuestro Ser se ha encarnado en un solo cuerpo, sea de varón o de mujer, pero en ambos casos, siempre hemos estado juntos. Y en la gran mayoría, bien por la misión específica o por las circunstancias, nuestro Ser ha encarnado en dos cuerpos, y hemos sido hombre y mujer, que terminaban siempre encontrándose como pareja, o simplemente como compañeros y hermanos en misión. ¡Pero siempre estamos juntos!
- ¿Y si tú y yo, Micael, formamos un solo Ser... por qué cuando llegué a Casa Madre yo era yo y tu eras tu?
- ¡Porque allí se encontraron dos mitades! ¡Cuando regresemos, ya solo seremos UNO!
- ¿Y ya no tendremos esta relación hombre-mujer de ahora?
- ¿Para qué… si ya estaremos fundidos el uno en el otro?
- ¡Pues a mí me gusta más nuestra relación de ahora!
- ¡Y a mí... qué te crees! Porque desde la carne lo saboreamos de otra forma, pero también te digo que cuando se está libre de la carne y se vive el Amor, tal cual, en su forma más pura, cuesta mucho volver al mundo de la materia.
- ¿Puedo hacer una pregunta, muchachos?
- ¡Todas las que quieras Jhoan!
- Es que me desviaría del tema que estamos hablando.
- No importa.
- ¿Raquel... has tenido más sueños además de éste?
- ¡Sí, muchos más!
- ¿Podrías contarnos algo por encima, de corrido...?
- Jhoan, si empiezo no termino hasta mañana a estas horas. Pero os puedo decir de qué van, más o menos...
- ¡Sí, perfecto!
- De los que me acuerdo son sobre Akenaton y la pirámide invisible, la Gran Piedra Esmeralda, el Arca de la Alianza, la Llave de la Vida, ciudades subterráneas y otros muchos, pero tendría que consultar con mis diarios...
- ¡La leche, la información que puede haber ahí...! Son temas los que has nombrado que nos conciernen a nosotros muy particularmente, es parte de nuestro trabajo. Raquel, habrá que hablarlo más detenidamente y con tiempo.
- ¡Cuando queráis... y mi alegra mucho el poder ayudaros!
- Mi amor, no olvides que trabajamos en equipo. Somos un equipo. Cualquier cosa que recibamos, que intuyamos, que sintamos, es de todos, incluso tus canciones... porque... ¿tendremos alguna vez el privilegio de oírte cantar?
- ¡Claro que sí! Pero tendréis que esperar quince días.
- ¿Y por qué hay que esperar tanto?
- Porque el día de nuestra boda, mi amor, quiero dedicarte unas canciones que jamás han sido cantadas en público. Ni siquiera mis amigos las conocen. Iba a ser una sorpresa, pero ya que me lo has preguntado...
- ¡Estoy deseando que llegue ese momento, princesa...!
Tanto Micael como Jhoan se habían quedado mirando como hipnotizados a Raquel, y ésta, cansada ya, y viendo que a sus contertulios les pesaban los párpados, apuró el último sorbo del café y dio por finalizada la sesión.
- Creo que ha llegado el momento de retirarnos, chicos. Mañana hay que madrugar para estar temprano en Tel-Aviv, y además quiero darte unos masajes en la espalda, Micael.
- ¿A estas horas, mi amor? ¡Si estás muy cansada...!
- ¡De hoy no pasa! Y durante un mes, todos los días, sin excepción habrá una hora de terapia. Tienes la espalda y el pecho bastante tocados, y si no somos constantes, no conseguiremos nada.
- ¡A sus órdenes, Dra. Jordan!
- Raquel, ¿no te importa el que yo de vez en cuando esté presente para aprender algo? Es una de las cosas que siempre me habría gustado saber, aplicar adecuadamente las manos en zonas afectadas. Sería un buen complemento para mi especialidad.
- Conmigo puedes aprender algo, pero si quieres hacerlo bien, con todas las garantías, te recomiendo que aprendas en algún centro especializado.
- Si te atreves con la espalda de mi hermano, eres la mejor, hermanita.
- Tampoco la lleva tan mal. Hay que trabajarle bastante los músculos. ¿Quieres quedarte hoy?
- Si no os importa...
- Subiremos al ático. Vosotros traéis el aceite y la toalla, y yo preparo la cama.
- ¿Me los vas a hacer sobre la cama?
- Sí, amor, te voy a profundizar más, y vas a quedar bastante agotado.
- ¿Dra. Jordan, va a ser una terapia... o una pesadilla?
- ¡No te preocupes, mi amorcito, en todo caso será una eventualidad indispensable para tu evolución humana y espiritual!
Y dicho esto, Micael alcanzó a Raquel que ya estaba subiendo las escaleras y le acarició contundentemente el trasero.
- ¡Ya te diré yo a ti más tarde...!
Raquel subió a la habitación y se decidió. Empujó la cama hacia la pared, contra los manuscritos apilados de ellos dos, y cogiendo el colchón lo puso sobre el suelo. A continuación bajó a la habitación que era antes de Micael, deshizo la cama y cogió el colchón. Se disponía subirlo al ático cuando Jhoan y Micael subían los escalones.
- ¿Pero a dónde vas con ese colchón, Raquel? Preguntó Jhoan.
- Voy a subirlo al ático.
- ¡Espera... déjanos a nosotros! ¿Qué mi amor... has decidido que necesitas más espacio?
- No es por eso, Micael. ¡Dejadlo aquí... aquí mismo, junto a éste!
- ¿Vais a dormir en el suelo?
- Durante unos días sí. Tú, mi amor, así estarás mucho más cómodo. Cuando terminemos la sesión lo comprenderás enseguida.
- ¡Ay... hermano! ¿Pero qué me va a hacer esta mujer...? Exclamó Micael refugiándose en los hombros de su hermano.
Y Jhoan se moría de la risa. Su hermano estaba repitiendo la comedia que tantas veces había representado él cada vez que le llevaba a la consulta del dentista.
- Hermanito, te repito lo mismo que me decías tú. ¡Valor, coraje y a lidiar al toro!
Raquel, ante aquélla representación se destornillaba de risa.
Micael se desvistió y se tumbó sobre el colchón. Fue Jhoan quien primero le exploró. Cundo hubo terminado el reconocimiento se concentró unos instantes y le pasó las manos por todo el cuerpo, pero a unos milímetros por encima de la piel.
- ¿Cómo estoy, samurai?
- Energéticamente estás perfecto, hermano, y ello te ayudará mucho a levantar de nuevo tu cuerpo. Ahora es todo tuyo, Raquel.
- Micael, hoy te voy a profundizar y te haré daño, pero no aguantes el dolor. Tengo que saber en todo momento cómo va el proceso, y si es necesario, parar. ¿De acuerdo?
- ¡De acuerdo, doctora!
- ¿Jhoan, puedes traerme la crema que te apliqué a ti en la rodilla?
- ¿Le vas a dar por la espalda?
- Por todo el cuerpo, lo va a necesitar, si no, mañana, no podrá levantarse.
- Ahora vuelvo.
Raquel comenzó untándole primero con el aceite de romero. Sus manos comenzaron a amasar suavemente sus músculos, haciendo hincapié en los hombros y en la zona lumbar, que eran los más castigados. Poco a poco sus manos se hundían con más fuerza, y sus nudillos presionaban en círculo sus músculos. Micael empezó a sentir dolor, y de vez en cuando dejaba soltar algún quejido, pero Raquel no perdía de vista sus manos, que en algunos momentos se agarraban con fuerza al almohadón. Raquel miró a Jhoan, y éste, con un movimiento de cabeza le indicó que siguiera.
A ella le dolía el corazón de tener que hacerle daño a su marido. Después de los años todavía tenía que seguir sufriendo a causa de las lesiones que le ocasionaron, pero era necesario. Unos días más, y su espalda recuperaría gran parte de su tonicidad muscular.
Al cabo de media hora, que para los tres fue una eternidad, Raquel dejó de trabajarle. Micael estaba ya exhausto. Le aplicó suavemente la crema por todo el cuerpo y Jhoan volvió a pasarle sus manos. Cuando terminó de hacerlo, besó a su hermano y a Raquel, y se fue de la habitación con un ¡hasta mañana!
Raquel, para compensarle un poco, le pasó suavemente sus manos, mimando y acariciando su piel, y con una toalla secó el pelo de su marido que estaba inundado de sudor.
- ¿Mi amor... como estas? ¿Te duele mucho?
- Un poco sí, pero no puedo moverme...
- ¡Es normal, los dos primeros días son los peores! Mañana, cuando te levantes, te tomas un calmante y te ayudará a pasar el día.
Raquel vio que su marido intentaba levantar los brazos, pero éstos no le obedecían.
- ¿Qué quieres Micael?
- ¡Quiero abrazarte, pero no puedo!
- ¡Ya te abrazo yo, mi amor!
Y ella apagó la luz y se tumbó a su lado. Le besó y quedó abrazada a él. Y cuando fue a decirle ¡que descanses mi amor!, él estaba ya profundamente dormido. Ella le besó el pecho, y sus ojos se fueron cerrando.
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