sábado, 1 de agosto de 2015
En el silencio del desierto: Capítulo 9.- FUEGO Y COMIENZO
Después del sobresalto de la pesadilla, el sol de la mañana, con su cálida caricia en el rostro de Raquel, la despertó. Miró su reloj de pulsera: las tres de la tarde, es decir, dieciocho horas seguidas durmiendo. Había batido el record de su vida. Miró a Micael, y éste seguía profundamente dormido. Se levantó con cuidado de la cama para no despertarle, y cogiendo su ropa y sus zapatos salió al baño. Allí se aseó, se vistió y bajó al salón. No había nadie. Fue a la cocina y el café estaba hecho. Todavía estaba caliente, y unas tortitas de maíz con miel preparadas sobre un plato. Raquel se sirvió en una bandeja y se dispuso a desayunar en el salón. Más bien era la hora de comer, pero recién levantada no tenía el estómago preparado para demasiada comida. No tardó mucho en aparecer Jhoan. Venía de la calle.
- ¡Buenos días hermana! ¿Qué tal se ha levantado ese cuerpo?
- ¡Muy bien, Jhoan! ¿Tú ya has desayunado?
- Sí, hace un rato, pero te acompañaré con un poco de café. Ahora vengo contigo.
A Raquel le pareció que Jhoan estaba preocupado y pensativo, pero lo atribuyó al atontamiento después de dormir varias horas.
- ¡Ya estoy aquí, también comeré otra tortita! ¿Y Micael... sigue durmiendo?
- ¡Sí, totalmente! ¿Hace mucho que te has levantado?
- Sí, hace una hora.
- ¿Y Sara dónde anda...?
- Cuando he salido de mi habitación he visto una nota de ella diciendo que iba a casa de Efraím. Es el rabí, el amigo de nuestros padres. Desde que enviudó no ha levantado cabeza. Está muy delicado de salud, y mi madre pasa mucho tiempo con él.
- ¿Jhoan, qué te pasa?
- ¿Tanto se me nota...?
- ¡Bastante, sí!
- Ha sucedido algo que va a cambiar del todo nuestros proyectos más próximos, hermana.
- Jhoan, por favor... explícate. ¿Es grave?
- No ha habido ningún incidente irreparable, pero sí, es grave. Anoche no desconecté el móvil, y ha sido él quien me ha despertado. Hace una hora que me ha llamado Josafat, el amigo nuestro, el que estaba supliendo a mi hermano en el centro sanitario este fin de semana. ¡Se ha salvado por los pelos! Raquel, despierta a mi hermano, es necesario que lo sepa cuanto antes.
- ¡Sí, ahora mismo voy!
Raquel dejó su desayuno y fue hacia el ático. Tenía el corazón en un puño. Jhoan estaba muy afectado. Se acercó a su marido, y con caricias y cosquillas en la nariz lo fue trayendo a la realidad.
- ¡Mi amor, despierta!
Micael se hizo el remolón, y cuando ella se disponía a quitarle la colcha, él, por sorpresa la agarró de la cintura y la tiró a la cama.
- ¡No voy a dejar que te escapes ahora, mi amorcito...!
- ¡Micael... cariño...! Y viendo el gesto serio de su mujer, la soltó y le preguntó.
¿Sucede algo mi amor?
- Jhoan me ha pedido que te despertara. Ha sucedido algo...Te espera en el salón. Micael se echó por encima la bata del baño y se apresuró a bajar.
- ¡Jhoan, hermano, cuéntame! ¿Qué ha sucedido? ¿Josafat está bien?
- Está bien porque el Cielo ha intervenido, pero podría estar muerto. Ha sido él quien ha llamado por el móvil hace poco más de una hora desde la casa de su cuñado. Ayer, a la tarde, hubo un enfrentamiento en Hebrón entre la policía israelí y miles de manifestantes palestinos. Hubo más de cien muertos por ambas partes. A la noche, un buen número del personal sanitario del hospital, algunos, compañeros nuestros, fueron hacia el centro sanitario y al no encontrarte allí, la tomaron con Josafat. El se identificó y no se atrevieron a hacer nada contra un egipcio. Le dejaron marchar, no sin antes haberle zarandeado. Rompieron y destruyeron todo, y quemaron el resto. Y cuando estaba en casa de los suyos recuperándose del susto, oyeron gritos. Salieron a la calle y vieron como una muchedumbre de palestinos, todos vecinos nuestros, hermano, y enfurecidos, gritaban “muerte al perro judío”, se encaminaron hacia nuestra casa, y al ver que no estabas, echaron la puerta abajo y quemaron todo el apartamento.
- ¿Pero él está bien?
- Sí, está seguro. Ahora se iba Al Cairo. Me ha dicho que te quiere, y que sigas contando con él... pero que si es posible, sin sustos de este tipo.
Micael se cubrió el rostro con sus manos y apoyó los codos sobre la mesa. Hubo un interminable silencio. Jhoan y Raquel se miraban. Se habían quedado sin habla. No sabían qué decir. Solo sentían pena por Micael. El les había entregado todo, su vida, su trabajo, su corazón, y le respondían con aquél odio y desprecio. Como ser humano, su corazón lloraba, pero también sabía que aquello era una señal inequívoca de que su verdadero trabajo estaba por comenzar. Su hermano se lo había querido hacer ver en muchas ocasiones, pero él no lo veía claro. La llegada de Raquel a su vida se lo hizo saber, y este incidente era el pistoletazo de salida. ¡Ya no podían volver atrás! ¡Ya no era posible volver a Hebrón!
Raquel se levantó y fue hacia su marido. Apoyó con fuerza las manos sobre sus hombros y besó su cabeza. Micael reaccionó, dejó al descubierto su rostro bañado en lágrimas y cogió la mano de su mujer.
- ¡Ya pasó, queridos, ya pasó! Hay que aceptar al mundo tal y como es. Lo más importante es que nuestro amigo está bien, y nosotros tres juntos. Lo siento por los que han muerto en este ataque de histeria colectiva que no lleva a ninguna parte.
¡A la destrucción, hermano! Después de dos mil años, este pueblo sigue igual, y no solo él. Basta con ver y oír para hacerse idea de en dónde estamos metidos, en un pozo lleno de mierda.
- ¡Vamos, Jhoan, no hables así! Estamos ahora demasiado afectados para hablar, pensar y sentir con ecuanimidad. Dejemos que pase este tiempo.
- Pero Micael, lo que digo es la verdad, es la realidad, quieras o no quieras verla. Si no... ¿Para qué estamos aquí? ¡Para intentar arreglar algo!
- ¡Claro que veo la realidad, no estoy ciego, hermano! Pero si los que se supone que amamos a esta humanidad, que hemos venido a entregarlo todo por ella, tenemos tan poca fe en el ser humano, dime entonces... ¿qué esperanza hay para ella, quien apostará por su destino?
- Lo siento, Micael, me he dejado llevar por la rabia, pero es que llueve ya sobre mojado. ¡Es la segunda vez que intentan matarte!
- ¡Pero como ves, no lo han conseguido! Sabes que nada nos ha de suceder hasta que no nos llegue la hora, y ésta la hemos elegido voluntariamente nosotros. ¡Nadie nos quitará nada, porque nosotros lo entregaremos todo!
Jhoan se sintió un poco apesadumbrado. Con su reacción, poco iba a ayudar a su hermano a salir de esos momentos tan álgidos. Micael fue hacia él y le abrazó muy fuerte, con intensidad. Sabía que su hermano tenía un corazón impulsivo, era un león capaz de darlo todo en la lucha, pero también de defender a los suyos hasta el final.
- Jhoan, hermanito, lo hemos perdido todo. El mundo ha consumido en el fuego todo lo que nos ataba a él. ¡Y nos ha hecho libres, ahora somos libres para poder liberarlo, amarlo y sacarlo de donde está! Cuántas veces tú me habrás dicho que estaba en el camino equivocado, y otras tantas yo te decía que no lo veía claro, y seguía con mi trabajo... Yo, tu hermano, he necesitado una señal de este calibre para darme cuenta. Ellos sólo han sido un instrumento.
- Podrían haberte dicho sin más que te fueras, hermano, podrían haberte echado de otra forma. ¿Me vas a decir que el Cielo les ha inducido a quemar, torturar y asesinar?
- ¡No claro que no! Pero dime... ¿qué hace un animal cuando está asustado y herido? Ni puede huir, porque no puede caminar, ni puede alimentarse porque no tiene fuerzas y su visión es tan deficiente, que aquél que osa acercarse a él para ayudarle y curarle, termina siendo atacado y devorado, y no porque el animal sea un asesino, sino porque su dolor es tal que lo ha puesto al borde de lo locura. ¡El mundo está herido y loco por el dolor, y ciego, pero nosotros somos siervos del Amor, somos médicos del alma que vamos hacia él! Y aunque seamos devorados, nosotros sabemos el por qué, y le seguimos amando, y si no nos permite curar su herida, al menos le alimentamos, y si coge fuerzas por el alimento ingerido, puede llegar a curarse por sí mismo. Quizás nunca llegue a saber quien ha sido su sanador, pero el amor ya estará en su corazón.
- ¡Hago mío tu sentimiento, hermano, y me ha venido muy bien el recordármelo!
- ¿Y tú, princesa... qué dices? Estás muy callada...
- ¡Que hago mío tu sentimiento, y que me ha venido muy bien el recordatorio! ¡Estoy a sus órdenes, jefe Micael! Y dicho esto, Raquel se cuadró ante su marido.
Micael reaccionó riéndose y persiguiendo a Raquel dándole un azote en el trasero. Jhoan se echó a reír también, y al final los tres se liaron en una riña sin cuartel rodando por los suelos. Sara, que llegaba en esos momentos a casa, los vio y no salía de su asombro. ¡Como cuando eran chavales! Solo que entonces les reñía y enviaba a cada uno a su habitación, a pesar de la diferencia de edad. Pero ahora no... Era feliz de ver a sus hijos así, como niños, y como otra niña más se unió al juego. Se sentó en una silla del salón y se quedó contemplándolos. Raquel la vio enseguida y se incorporó, pero Sara, con la mano, le hizo señal para que no dijera nada. Recordaba los viejos tiempos en los que sus muchachos rodaban por los suelos simulando peleas entre caballeros y samuráis. Micael, con 16 años haciendo de guerrero enfurecido y malón para el pequeñajo de 4 que hacía de noble y valeroso caballero. Lo malo era que el mayor era tan crío o más que el pequeño, y siempre terminaban aquellas batallas con algo roto. Percatándose los dos hermanos de la presencia de su madre, se levantaron y con cierto apuro en sus caras intentaron recomponer la compostura.
- Madre, no sabíamos que estabas aquí, disculpa y... ¡tú traidora, ya podías avisarnos!
- ¡No la he dejado yo, Jhoan, me lo estaba pasando de campeonato!
- Estamos liberando tensiones mamá, y confieso que me lo he pasado muy bien luchando con mi hermanito.
- ¡Lo sé, hijos... y qué mejor momento que éste para sacar un viejo recuerdo del baúl! Esperar un poco, que ahora vuelvo.
Sara se perdió en su habitación. Cuando regresó, llevaba entre sus brazos un muñeco grande de fieltro. A Jhoan se le cambió la expresión de su cara.
- ¡Madre... es mi viejo amigo Samurai! ¡Creí que papá se había deshecho de él!
Y con cara de niño emocionado, cogió a aquél viejo amigo y lo abrazó con una ternura muy especial.
- Hija, es un muñeco que mi Josué hizo para Jhoan. Ha sido siempre un niño muy impulsivo y activo, y con sus juegos de guerra tenía a su pobre hermano martirizado. Además Micael tenía que estudiar y no podía estar siempre pendiente de él. Y cuando cumplió los cinco años, su padre, con unos cuantos tejidos y mucho serrín, le hizo este muñeco que fue su amigo inseparable durante mucho tiempo.
- ¿Y por qué tu marido quiso deshacerse de él?
- Porque Jhoan empezó a obsesionarse. Estaba convencido de que su muñeco tenía vida, y que cuando luchaban, éste le enseñaba técnicas y cosas relacionadas con las espadas, el fuego y no sé que otras barbaridades más. Su hermano habló con él, pero terminó convenciéndose de que era cierto. Así que en vista del peligro que tenía aquello, su padre se lo quitó y lo tiró a la basura. Pero yo lo recuperé y lo he guardado hasta el día de hoy en mi baúl. Y aquélla locura desapareció.
- ¿Y por qué crees que fue una locura, una obsesión del niño?
- Hija ¿tú también, como Micael, crees que Jhoan decía la verdad?
- ¡Su verdad, Sara, claro que sí!
- ¿Un muñeco que recobra vida propia?
- ¡Míralo de esta otra forma, Sara: un ser espiritual, un ángel del Padre, quería enseñarle a Jhoan algo a la vez que jugaba con él, ya que es el método ideal para enseñar a los niños, y se metió dentro de aquél amasijo de tela y madera, y naturalmente, le dio vida. ¿Puede meterse Micael en el cuerpo de tu hijo, y no puede hacerlo otro ser en un muñeco para ayudar y enseñar a Jhoan?
- ¡Mirándolo de esa manera...!
- ¡Gracias, hermana, por salir en mi defensa!
- Jhoan, no es por defenderte, es que creo que fue así. Yo también he tenido amigos muy especiales y entrañables, que por cierto, solo veía yo, pero como sabía cual iba a ser la reacción de los mayores, me callé.
- ¡Hijo, siento mucho si entonces te causamos por ello dolor!
-Pero mamá, lo hicisteis porque me amabais, entonces pensasteis que era lo mejor para mí, y todo tiene un por qué, y sucede cuando llega el momento, nos guste o no. Sin embargo ahora me has dado una alegría muy grande. Quería mucho a este amigo, y lo he recuperado.
- ¿Jhoan, me lo dejas un momento?
- ¡Claro, hermana, tómalo!
Raquel lo cogió entre sus brazos y lo acercó a su corazón. Cerró sus ojos y con sus manos acariciaba una y otra vez a aquél mequetrefe. Así estuvo unos instantes, después de los cuales lo devolvió a su dueño.
- Este muñeco todavía tiene vida en su interior. Probablemente, Jhoan, es tu proyección. Y tu cariño por este muñeco le ha mantenido así hasta hoy. - Bueno... es una apreciación mía, no significa que sea así.
- Yo creo que estás en lo cierto, hermana. Siento lo mismo que tú.
- Hijos, me gustaría seguir con vosotros, pero he venido solo a buscar un poco de leche para Efraím. Se le ha terminado, y le vendrá muy bien tomar un cazo caliente.
- ¿Cómo está, madre? ¿Quieres que vaya a echarle un vistazo?
- No, hijo, ayer le vio su médico. Su corazón está muy débil, pero se alegraría muchísimo si vais a verle. Desea conocer a tu esposa.
- ¡Mamá dile que un poco más tarde pasaremos!
- ¡Se pondrá muy contento, hijos! Bueno, os dejo. Si tenéis hambre, en la cocina hay sopa y pescado. ¡Y vístete, Micael, hijo...!
- ¡Sí, mamá, ahora mismo, y cuando volvamos todos a casa, te daremos una buena noticia!
- ¿Muy buena? Porque si es así... no espero. Dime, hijo... ¿qué noticia es?
- ¡Que ya no volveremos a Hebrón! Definitivamente nos quedamos aquí, en casa.
- ¿Hijos... de verdad...?
- ¡Sí, mamá!
- ¿Y esta decisión tan repentina...? ¿Ha sucedido algo, Micael? Para que tú no vuelvas allí, tiene que haber sido algo importante.
- Las cosas por el sur están muy mal, las relaciones con los palestinos son muy tensas y hay muchos enfrentamientos entre grupos radicales. El último fue ayer, y hubo muchos muertos. Nuestro trabajo allí ha terminado.
- ¡Pero ha pasado algo... lo siento así!
- Madre, Efraím te espera. Ya hablaremos a la noche. No tienes por qué preocuparte, estamos en casa, contigo, sanos y salvos...
- Muy bien, de acuerdo, me quedo tranquila, pero deseo que me mantengáis al corriente de todo. Os esperamos, hijos, no paséis muy tarde, que Efraím se retira temprano.
Sara abandonó la casa y los tres quedaron ordenando el desaguisado de la pelea. Terminado el trabajo, Jhoan se puso el pantalón y la camisa de deporte y se dispuso a salir hacia la playa.
- ¿No vas a comer algo, Jhoan?
- Sí, pero cuando vuelva, ahora no tengo hambre. ¿Y tú qué vas a hacer?
- Primero asearme, y luego pensar un poco...
- ¿En qué, hermano?
- En todo lo que ha pasado, Jhoan. Hay que hacer nuevos planes, tomar decisiones...
- Hermano, déjalo para mañana. Entre los tres lo haremos. Ahora descansa y relájate, disfruta de tu mujer y de la libertad que nos han dado.
- ¡Te haré caso, hermanito! ¿Te esperamos para comer?
- Sí, regresaré dentro de una hora. ¡Hasta luego tortolitos!
Jhoan se alejó en dirección a la playa, y Micael se disponía entrar en el baño a ducharse cuando Raquel se interpuso en su camino llevando en la mano las tijeras y en la otra una toalla pequeña.
- ¿Tan pronto te has cansado de mí que ya quieres quitarme de en medio? ¡Por favor, te lo suplico, tápame los ojos con esa toalla para no verlo y evitarme el dolor...!
- ¡Pero mira que eres payaso...!
- ¿Y entonces para qué son esas tijeras...?
- Para cortarte el pelo. Tienes una cabellera preciosa, mi amor, pero bastante estropeada. ¿Qué champú usas?
- Un gel de baño normal.
- ¡Ven aquí, anda... y siéntate!
- ¿Qué, me vas a hacer un arreglillo?
- ¡Te voy a dejar perfecto! Eres joven, mi amor, y te has descuidado un poco. Tu cara, por ejemplo, tienes una piel preciosa, pero no la has hidratado lo suficiente.
- Raquel, hasta ahora no he tenido ningún aliciente que me motivara a ello, y uno entra ya en una edad que...
- ¿Qué edad...? ¿Te sientes ya viejo con 44 años?
- Mujer... ¡un zagal, desde luego que no!
- Pues para mí eres el hombre más guapo, más atractivo y más sexi del mundo.
- ¿También me consideras sexi?
- ¡Mucho!
- ¿Qué es lo que más te gusta de mí?
- ¿De ti o de tu cuerpo?
- ¡De las dos cosas!
- Pues de ti me gusta todo, y de tu cuerpo pues... ¡todo él, enterito! aunque tus ojos me privan... ¿y de mí, Micael, qué te gusta?
- ¡Todo, mi amor!
- Micael, este amor tan profundo que nos une, esta afinidad de nuestros corazones... ¿realmente se puede sentir todo ello por alguien en tan poco tiempo? Porque lo nuestro no ha sido un encaprichamiento temporal, ni un enamoramiento infantil. Tengo la sensación de que te conozco desde siempre y que has estado en mi corazón ni se sabe desde cuando. Hay momentos, solo son décimas de segundo, sobre todo cuando estoy más íntimamente unida a ti, en que mi mente está a punto de captar algo, de atrapar un recuerdo muy lejano, pero que en el último instante se me escapa.
- Eso tiene fácil solución. ¡Hay que estar mucho más tiempo unidos en la intimidad! En algún momento lo conseguirás. Y Raquel se rió y abrazó a su marido por el cuello.
- Bueno, esto ya está, te he cortado las puntas y ya parece otra cosa tu pelo. ¡A ver...vuélvete que te vea yo! ¡Magnífico, una obra de arte! Ahora, con este champú que uso yo, lávate bien la cabeza.
- ¿Ya no me arreglas nada más?
- Bueno, cuando de duches y te seques el pelo, sube a la habitación y te daré unos masajes. Yo voy subiendo el aceite y una toalla.
- ¡Eso me parece mucho mejor!
- ¡Arriba te espero!
Micael se metió en el baño y Raquel subió a la habitación. Se desvistió del todo y se puso por encima la camisola blanca de su marido. Abrió de nuevo la cama y echó sobre la sábana la toalla de la ducha. Bajó un poco la persiana de la ventana y encendió una varita de incienso de jazmín para ambientar la sesión. Se untó bien de aceite los brazos y las manos y esperó a que Micael subiera. Cuando él entró se quitó la bata de baño y se tumbó sobre la toalla.
- Esta vez mi amor, te has volcado en el ambiente... ¡qué nivel!
- Es que el entorno es muy importante en la terapia. Venga, vamos, relájate que te voy a pringar con el aceite.
- Te recuerdo Dra. Reyes, que si la técnica te falla, siempre queda el entregarse uno mismo... Raquel sabía perfectamente lo que su marido deseaba, y ella también, con toda su alma.
- Volvamos a la terapia, mi amor. Túmbate boca abajo.
Y Micael obediente, así lo hizo.
Ella, mientras con su mano derecha extendía el aceite por su cuerpo, con la otra iba quitándose la camisola, y cuando consiguió deshacerse de ella, se tumbó sobre su marido, siguió con las caricias y besó cada palmo de su piel. El cuerpo de Micael se estremecía. Los besos de Raquel le fueron activando todos los puntos energéticos. Todo él era ya un puro volcán. Se volvió, la abrazó y sus bocas se abrieron para fundirse en fuego, porque era puro fuego lo que salía por él. Raquel sentía en su boca un torrente de lava que se abría paso a través de su garganta, tráquea, pecho, estómago y vientre, y cuando llegaba al coxis, de nuevo, con una fuerza que la llevaba al paroxismo, y atravesando su médula espinal, salía por su cabeza. Sus cuerpos ardían. Raquel se entregaba a su marido, pero los síntomas que sentía empezaron a preocuparla. No era normal. Tenía la sensación de que tanto él como ella en cualquier momento iban a prenderse fuego. Y de nuevo del vientre de Micael salió un rayo de fuerza que penetró en el mar oscuro y lleno de pasión y vida de Raquel. Y aquél relámpago la volvió a recorrer, pero cuando llegaba a su cabeza, volvía a descender. Y ella dejó de preocuparse. Aquélla fuerza la invadió y la hizo vibrar del tal manera que en su vientre y en su pecho sintió una gran explosión. Abrió sus ojos y contempló cómo su marido era pura energía. Su cuerpo era transparente, y por sus venas, su sangre parecía pura lava incandescente.
Y sus ojos, azules como el mar, la amaban con infinita pasión y ternura. Ella también veía que su cuerpo irradiaba mucha luz y se reflejaba en el rostro de Micael, y una nueva explosión de luz procedente del pecho de ambos, iluminó toda la habitación. Raquel se sentía como si se hubiera hecho mil pedacitos, y todos ellos flotaran como burbujas doradas en un inmenso mar de armonía. Y tras aquél estado de sublimación, quedó abrazada a él, plácidamente. Micael la besaba una y otra vez, y al final, quedó también en estado de placidez. Pasaron unos minutos, y como ella seguía con los ojos cerrados y en silencio, Micael incorporándose la fue trayendo a la realidad.
- ¿Hay alguien ahí...? Y ella reaccionó con una sonrisa, pero sin abrir los ojos.
- ¡Supongo! Dime... ¿estoy entera, sigo siendo yo... y quien me lo pregunta, el de los ojos azules o el de los ojos trigueños?
- ¡Mi amorcito, compruébalo tú misma!
Ella abrió sus ojos y vio el rostro de su marido. Sus ojos color miel y picarones la acariciaban con su mirada.
- ¿Qué ha ocurrido Micael, qué nos ha pasado?
- ¿No lo sabes, mi amor? Dime... ¿cual es la culminación de un encuentro íntimo entre dos corazones que se aman?
- ¡El orgasmo, pero es que no ha sido normal...!
- Mi amor, sí... Nuestros cuerpos han llegado al unísono al orgasmo físico, pero no ha sido nada comparado al que han tenido nuestros espíritus. ¡Juntos hemos estado en el corazón del Paraíso, en el centro del Volcán, en el origen de toda Vida!
- ¿Y por qué por unos instantes te he visto de una forma tan distinta? Ha sido impactante abrir mis ojos y ver que estaba con un desconocido.
- ¿Realmente crees que no le conoces? ¿No sabes quien soy?
- ¡Sí, al que he visto es a Micael, al que vi, junto a ti, en aquél parque! Pero es que yo estoy contigo, no con él.
- ¿No has venido a Israel precisamente a buscarle?
- Micael, yo estoy enamorada de ti, te amo a ti...
- ¡Micael soy yo, mi amor! El no vive en mí, ni me usa de canal, ni tampoco como vehículo. Sencillamente somos UNO. Yo soy Micael, incluida esta carne que me reviste. Nuestro cuerpo, mi amor, es un simple vehículo, sin el cual no podríamos permanecer en esta dimensión. Tú y yo, en esencia, con nuestros espíritus, nos hemos amado siempre y hemos sido un solo ser. Los que se han encontrado, se han atraído y se han conocido, han sido nuestros vehículos, y en ocasiones como ésta, nos sobran.
- ¿Qué nos sobran, dices...?
- Raquel, ¿a ti no te ha pasado que cuando estás estrechamente unida a mi, desearías estar dentro de mi propio cuerpo? Porque a mí, desde luego sí que me pasa contigo, y cada vez que me separo de ti es como si me arrancaran la mitad de mí mismo.
- ¡Sí, claro que me pasa, pero es una reacción lógica!
- Sí, ¿pero por qué se tiene esa sensación? ¿Qué es lo que te impide el meterte dentro de la persona amada?
- ¡Pues naturalmente, el cuerpo!
- ¿Comprendes entonces lo que te quiero decir?
- Sí, pero no quisiera prescindir de él cuando estoy contigo. A través del cuerpo, de mi piel, siento la ternura, la suavidad de tu piel, el calor de tu corazón, la fuerza de tu ser, siento placer, es como si me permitiera saber el gusto, el sabor que tiene el amor. ¡Amo tu cuerpo, Micael, porque es tu proyección, y es tan hermoso como tu espíritu! ¿Y la explosión que ha habido en nuestro interior? ¿A qué se debe?
- Nuestros dos espíritus se han fundido, se han entregado y han dado vida a un ser nuevo. ¡Raquel, tenemos un hijo!
- ¿Qué tenemos un hijo tu y yo?
- ¡Sí, mi amor, así como se tienen hijos de la carne, también del espíritu! Una de nuestras misiones en esta dimensión es la de procrear en el espíritu, a través de la carne.
- Micael... ¿y dónde está ahora nuestro hijo? ¿Qué hace...? ¿Para qué ha sido procreado? Mi amor... sé que mis preguntas son un poco torpes, pero es que todo es nuevo para mí.
- Mi amor, para nada son torpes. Preguntas lo que desconoces, pero no te voy a responder yo. Esta noche, en la playa, tenemos tú y yo una cita, y allí tendrás la respuesta a todas tus preguntas.
- Micael, mi amor... ¡te quiero! y me gustaría tener mil hijos contigo...
- ¿Sólo...? ¡Qué miserable eres!
Y los dos se echaron a reír, y de no haber oído a Jhoan abrir la puerta de casa, habrían seguido probablemente trayendo más hijos al mundo del espíritu.
- ¿Hay alguien en esta santa casa? Preguntó Jhoan al no ver a nadie.
- ¡Estamos aquí arriba, terminando de recoger, Jhoan, ahora mismo bajamos! Respondió Raquel.
¡Vale...yo me meto en la ducha! Gritó Jhoan.
No tardó ni un minuto en bajar Raquel al salón. Fue a la cocina y puso a calentar la comida mientras colocaba los cubiertos en la mesa. Micael la siguió y se puso también a preparar la cafetera. Jhoan salió del baño secándose con una toalla el pelo, y cuando vio a su hermano, algo le extrañó en él.
- Te veo raro, hermano, y no sé qué es...
- Pues soy el mismo que has dejado hace una hora.
- ¡La leche, ya sé...! ¡Tu pelo, te lo has cortado!
- Sí, Raquel me ha dado un buen repaso.
Y Jhoan se acercó más a él, le miró atentamente y exclamó:
- ¡Y también te veo guapo, tío! ¿Pero qué ha hecho Raquel contigo? ¡Ya veo, tú quieres ahora hacerme la competencia! ¿No llevabas bien el que tu hermanito fuera el guaperas de la familia, eh...?
- ¡Ven aquí, Samurai! ¿Es que quieres pelea otra vez?
- ¡Yo no lucho con ancianos!
- ¿Quieres que te demuestre tu hermano de lo que todavía es capaz?
- ¡Sí, quiero que lo hagas, claro, pero en serio... que hace mucho tiempo que tú y yo no competimos!
- ¿Competir en qué...? Preguntó Raquel sorprendida.
- Es una combinación de técnicas, reflejos, intuición, concentración mental, parecida a las artes marciales, pero a nuestro estilo.
- ¡Pues me gustaría veros enfrascados en ello!
- A mí también, amor, pero mi hermano es muy bruto.
- ¡No exageres...! Lo que pasa es que tienes miedo.
- ¡Y no lo niego, temo que termines rompiéndome algo!
- Hermano, en eso he cambiado. Ya no soy tan impetuoso. Los años también pasan para mí...
- Tendréis que dejarlo para otro momento, hay que comer. Jhoan... ¿no vas a vestirte antes?
- Hermana, es que antes me gustaría que me dieses unos masajes en esta rodilla. Tengo una vieja lesión y hoy cuando he hecho el ejercicio, se me ha resentido un poco.
- A ver… ¿te duele mucho?
- Un poco, si.
- ¿Tenéis aquí en casa algún anti-inflamatorio en crema?
- Sí, en el armario del baño. Ahora te lo traigo, mi amor.
Micael llevó a Raquel el ungüento y ésta se lo aplicó a Jhoan en la rodilla con ayuda de unos masajes.
- Jhoan, tú entiendes más que yo de huesos y articulaciones. ¿Es conveniente que te ande yo?
- Si, no te preocupes, pero Cielos... ¿qué tienes en tus manos, hermana?
- ¡El gel, la crema!
- ¡Siento tus dedos como rayos láser! ¡Uuuuafb... qué fuerte!
- ¿Te estoy haciendo daño? ¿Quieres que pare?
- ¡Sigue... sigue...!
Raquel no sabía que hacer, Jhoan le pedía que siguiera, pero en su rostro se reflejaba un fuerte dolor.
- ¡Sigue... no te pares, no es dolor lo que siento, es fuego lo que hay en mi rodilla!
Raquel insistió un rato más y lo dejó. Sus manos también ardían y estaban fuertemente enrojecidas. Jhoan se levantó de la silla y comprobó que el dolor había desaparecido. Hizo varias flexiones en cuclillas, que hacía años que no podía ni tan siquiera intentar, y con asombro exclamó:
- ¡Hermanita... me has dejado la rodilla nueva! Ya no hay lesión.
- ¡Vamos, Jhoan...! Te habrá dejado de doler porque entre la crema y el calor de las frotaciones, la irritación habrá disminuido.
- ¡Raquel, tenía muy jodida la rótula! Estas flexiones que acabo de hacer, me ha sido imposible realizarlas desde los 15 años. Sé lo que te estoy diciendo, me has dejado la rodilla nueva. Pero parece que te sorprende...
- ¿Cómo no me va sorprender Jhoan? ¿Yo ahora haciendo milagritos?
- Yo no he hablado para nada de ese tema, Raquel. Sencillamente, tu energía me ha curado. ¡Sí, claro, es un milagro, pero no como tu lo entiendes! Tu cuerpo, tu corazón, tu energía, han trabajado juntos. Tu corazón ha deseado curarme, y para el amor, los deseos son órdenes.
Raquel se quedó pensativa. Ella no dudaba de las palabras de Jhoan. Empezaba a despertar con la ayuda de ellos a una nueva consciencia de sí misma, pero había algo que no le encajaba...
- Sí, pero...
- ¿Qué... adelante... pregunta... qué duda tienes?
- No es duda. Es que entonces... no entiendo.
- ¿Qué es lo que no entiendes?
- Jhoan, cuando tu hermano fue torturado de aquélla manera, tú no estabas entonces allí y no pudiste evitarlo, pero... cuando regresaste, el seguía herido, y tardó un año en recuperarse. Tú amas a tu hermano, lo sé, entonces... ¿por qué no le curaste, por qué permitiste que estuviera tanto tiempo en esas condiciones? Porque si yo he podido arreglarte la rodilla, vosotros podéis hacer lo mismo y mucho más... Y no te lo estoy echando en cara, Jhoan, solo que no entiendo, y sé que tiene que haber un motivo...
- Tanto mi hermano como yo, y como tú, que lo descubrirás muy pronto, tenemos conocimiento de ciertos tonos vibratorios. Son como pequeños mantras. Haciendo uso de ellos, podemos separarnos de nuestros cuerpos, bien sea por unos momentos o definitivamente. También podemos evadirnos de toda sensación de dolor. Con esto te quiero decir que si mi hermano no se curó a sí mismo, es porque fue su elección. Yo no tenía ningún derecho a interferir, aunque deseaba ver a mi hermano bien más que a nada en el mundo. Tendrías que preguntarle a él, el por qué no lo hizo. Yo, Raquel, podía haberme curado a mí mismo la rodilla hace años, pero si estamos en esta dimensión para trabajar como seres humanos, no podemos usar ciertos privilegios, no porque nos sea prohibido, sino por pura ecuanimidad. Yo solo buscaba en ti un poco de alivio, pero tu corazón me ha dado más.
- Jhasua también sabía algo de eso... Me acuerdo que cuando curaba, se concentraba y emitía ciertos sonidos que salían de su pecho, y por lo que me has dicho, Jhoan, el tampoco los utilizó para salvarse a sí mismo.
- ¡Y estaba en su pleno derecho, Raquel! Contestó Micael. El solo tenía, y por propia voluntad, que entregar su vida. Era imprescindible para conseguir su objetivo que su sangre saliera de su cuerpo y se vertiera sobre la tierra, pero no a apurar la copa del dolor. Pero aún así lo hizo. Raquel, el dolor es el amor incomprendido. EL vino a este mundo a AMAR, a ser instrumento del AMOR. Se dejó compenetrar por EL, pero también por el dolor. Esto lo comprenderás esta noche, mi amor, en tu cita con EL. Y también comprenderás lo que significa venir como cordero a este mundo.
Y reinó el silencio. Jhoan y Micael miraban sonrientes a Raquel, y ésta, un poco tímida de atraer la atención de semejantes ejemplares, concluyó aquélla tertulia.
- ¿Y si nos ponemos a comer...? Es tarde y tenemos una visita pendiente.
- Ir sirviendo la comida que ahora vuelvo. Voy a vestirme. Exclamó Jhoan.
Micael no dejaba de contemplar a su mujer. La seguía con la mirada, a veces con los ojos azules y otras con los pícaros pero entrañables ojos trigueños. Ella sabía que le miraba, pero aparentaba no darse cuenta de ello. Hasta que no pudo más, y con la cazuela de la sopa en las manos exclamó:
- ¡Deja de mirarme así, que me pones muy nerviosa...!
- ¿Tan irresistible soy para ti?
- ¡Sí lo eres...! Porque si amar fuera pecado, yo ya estaría condenada para siempre contigo. ¡Eres mi tentación!
- ¡Es el mejor piropo que me han dedicado nunca, mi amorcito!
- ¿Qué... me ayudas a servir la sopa? ¡Ve pasándome los platos!
- ¡Ya estoy aquí...! ¡Qué buena pinta tiene esto! Por cierto, hermano, ¿tú como vas de ropa? Porque acabo de echar a lavar una camisa y unos pantalones, y solo tengo lo puesto.
- Pues ahora que lo dices... tan solo lo que llevo puesto y una camisa más.
- ¡Hermano, que nos han dejado con lo puesto y tirados! Y Jhoan se echó a reír.
- ¿Y aquí en casa, no tenéis guardada nada de ropa?
- ¡Todo estaba en Hebrón, Raquel, hacíamos vida allí! Así que, hermano, algo tenemos que hacer. A mamá no le podemos pedir ayuda, porque vive con la pensión de papá y sabemos lo escasa que es... No tenemos ni ropa, ni dinero... ¡demonios, cómo vamos a hacer nuestro trabajo!
- ¡Trabajando y confiando, hermano!
- ¡Sí, pero tenemos que vivir también!
- Tu hermano, Jhoan, ya te lo ha dicho, trabajando y confiando. Haremos lo que tengamos que hacer. Por el dinero no te preocupes. No he podido hablarlo todavía contigo, pero yo puedo aportar lo que vosotros necesitáis.
Y Raquel volvió a explicar a Jhoan lo que ya sabía su marido.
- Pues estoy llegando a la conclusión, hermanita, de que tú eres la que ha provocado todo.
- ¿Qué yo he sido la responsable de todo lo que os ha pasado?
- Has venido a nuestro encuentro, Raquel, para sacarnos del sendero en que las circunstancias nos habían obligado a entrar, y que era el equivocado, y cuando lo hemos perdido todo, vienes tú con tus manos llenas. ¿Qué más sorpresas nos tienes preparadas, hermana?
- Jhoan, somos un comando cósmico, y cada cual tiene su función, y entra en acción en el momento adecuado. Y me gustaría saber quien es el comandante de este equipo, verle la cara, saber con quien me la estoy jugando.
- ¡Lo sabrás esta noche! Le respondió Micael.
- ¿Pero qué me tienes reservado? ¿Todo lo voy a saber esta noche?
- ¡Todo lo que necesites por ahora!
- Vale, de acuerdo... esperaremos. Y mañana mismo tenemos algo muy importante que hacer. Iremos de compras. No podéis ir por la vida con una sola túnica.
- ¿No fue eso lo que aconsejó Jhasua a los suyos? Preguntó socarronamente Micael.
- Sí, pero ahora no se llevan túnicas, se usan vaqueros y playeras. ¡A él me gustaría verle ahora aquí, en esta sociedad y en este siglo! ¡Aquí solo sobreviven cuerdos los titanes!
- ¡El está aquí, Raquel, pringado como uno más, él también lleva camisa, vaqueros y playeras...!
- ¿Estás hablando en serio, Micael?
- Mi amor, sí... muy en serio.
- Y lo sabes bien sabido, vamos...
- ¡Totalmente seguro!
- ¡Será capullo! Exclamó contrariada Raquel.
- ¿Qué es eso de capullo, hermana?
- Es una expresión popular, típica de España, significa... pues... el macho de la cabra.
- ¡La leche, que fuerte! ¿Y Jhasua es amigo tuyo...? Preguntó intrigadísimo Jhoan.
- Si, lo es. Tampoco he querido llamarle eso... Esta palabra también tiene un matiz cariñoso...
- Vamos, que cambiamos lo de cabrón por cabritillo... exclamó con cachondeo Jhoan.
- ¡Más o menos!
- ¿Pero qué te ha hecho él para ser merecedor de tan generoso piropo?
- Micael, él me prometió que cuando volviera vendría a mi encuentro. Yo le he estado esperando, pero él no lo ha hecho. Tú dices que está aquí, y si lo afirmas es que es verdad, ¡y yo no lo veo por ninguna parte! Eso sí, te envía a ti en su lugar, eso sí que lo ha hecho bien, mira...
- ¿Tú crees que sí... estás segura?
- ¡Sí, mi amor... eres lo mejor que me ha ocurrido! Pero podía haber tenido el detalle de venir y decirme: “Oye, que estoy aquí... ¿cómo estás? tengo mucho trabajo, pero lo hacemos entre todos, formamos un equipo, estamos locos...” y cosas parecidas, lo normal en una conversación entre buenos amigos, ¡vamos...!
- ¡Pero si lo que pudiera decirte él, parece que ya lo sabes...! ¿Qué necesidad tienes de que te lo diga él en persona?
- ¡Necesidad ninguna! Pero las promesas que se hacen a los amigos, son sagradas.
- ¡Mujer...dale algo más de margen...!
- Bien, vale... dejemos esta cuestión y comamos el pescado, que recalentado sabe mal.
- Hermana, es la primera vez que te veo ligeramente cabreada.
- ¡No te preocupes, mis cabreos cósmicos duran segundos! Y cambiando de tema... ¿qué tipo de trabajo es el que hay que hacer? Vosotros parece que lo tenéis muy claro.
- Ya llevamos en ello desde hace tiempo, Raquel, ¿cuantos años llevamos, hermanito?
- Pues si no me equivoco, unos quince.
- ¿Pero qué es lo que hacéis?
- ¡Traer conocimiento! En el plano físico, nuestra labor primordial es plasmar en libros todos los conocimientos que hemos traído a esta dimensión y entregarlos a ciertas personas para que sean puestos al servicio de la humanidad. Y en el plano espiritual, tenemos que ir a ciertos lugares desconocidos por el hombre y abrir puertas dimensionales, introducir códigos para que los archivos originales de la Tierra se descubran, y despertar consciencias que son imprescindibles para el resurgimiento de la humanidad.
- ¿Y todo eso en cinco años?
- ¡Es mucho tiempo, Raquel!
- ¿Mucho...? Micael, estamos hablando del tiempo que regula esta dimensión, y cinco años son mil ochocientos veinticinco días, y un día solo tiene 24 horas.
- ¡Perfecto el cálculo, Raquel, pero nuestro trabajo más arduo es en el espíritu, y en sus dominios, el tiempo no cuenta, porque no existe!
- ¿Y yo ahora me pregunto de qué forma podré ayudaros? Yo no poseo ningún conocimiento extraordinario.
- Mi amor, ¿crees que haces poco? ¡Nos amas, nos apoyas, nos proporcionas todo aquello que necesitamos para desempeñarlo, y lo más importante para mí: contigo, mi corazón está completo! Nosotros, mi amor, sabemos muchas cosas, pero no todo. Tú también tienes información, y mucha más que recibirás, y no del Cielo, sino de ti misma. Lo que hemos experimentado hace una hora en la habitación, aquélla explosión en todo nuestro Ser, ha sido una consecuencia de nuestra conexión con la divinidad, y en este contacto ha habido información. Y esta conexión solo puede tenerse a través del sexo, no el acto físico en sí, sino porque a través de ese punto energético, dos personas que se aman de verdad, que se entregan, que vibran al unísono en un solo corazón, activan unas energías de tal calibre, que se transforman en Dios. ¡Dios, el Padre, es eso: hombre-mujer-corazón y entrega incondicional!
- ¡Caray, Micael... yo que tú me pongo a pregonar en la puerta lo que hemos hecho en la habitación y así se entera todo el pueblo! Y ante la queja de Raquel, Jhoan estalló de risa.
- ¡Ay, Micael... hermano, que poco tiento tienes con las mujeres!
- ¿He dicho algo inadecuado?
- Pues que le has detallado a tu hermano, y con mucha precisión, nuestro encuentro íntimo.
- Pero mi amor, venía a cuento con la conversación que teníamos, y se trata de Jhoan, no de un desconocido. De todas formas, perdóname... se me había olvidado que tu privacidad es sagrada.
- Yo ya no tengo secretos para ninguno de vosotros, pero es que hay cosas, que me dan mucha vergüenza...
- Hermana, vuestra felicidad para mí es lo más importante, y el saber que la practicáis bien, me llena de júbilo. Si ya se lo he notado antes a éste. Con la cara de pánfilo enamorado con la que ha bajado de la habitación, no podía ser de otra cosa... Pero comprendo tu sentir, hermana. Vosotros necesitáis más intimidad, y aquí no la tenéis. Habrá que ir pensando en hacer algo con la casa de mamá. Ya sabes, Micael, que es tuya.
- ¿Y tuya no, hermano?
- Mamá lo quiere así, y la voluntad de nuestro padre también. A ti te gustó desde niño, y para eso eres el mayor. Yo ya tengo ésta.
- ¿De qué casa estáis hablando?
- En la que nació nuestra madre y vivió hasta que se casó con papá. Está al principio del pueblo, bastante aislada del resto de las viviendas, y casi rozando la orilla del mar. Pero debido a la cercanía del agua, está muy estropeada. Es pequeñita, tiene dos plantas y un jardín, eso sí, en condiciones. Mamá se ha encargado de él todo este tiempo. Es lo único vivo en la casa.
- ¿Y una buena mano de pintura y unos cuantos arreglos... no la harían habitable?
- ¡Claro, hermana... pero echando la tira de horas!
- ¡Pero lo puede hacer un profesional!
- ¡Sí, pero el cobra por su trabajo!
- Jhoan... y me parece muy justo, pero dinero hay, no lo olvides. Entonces nosotros a lo nuestro, y dejemos la casa en manos de un profesional. ¿No hay en este pueblo algún albañil o pintor?
- Aquí no, pero en la zona de más abajo sí. Es Saúl, y creo que ahora, precisamente, lleva varios meses en paro.
- ¿Más abajo dices?
- Sí, mi amor, es que el pueblo en sí no son estas diez casas que ves desde aquí. Estas con las últimas edificaciones. El más antiguo es el que está a cien metros cuesta abajo, solo que está muy recogido y desde la carretera no se ve. La casa de mamá está al principio del pueblo.
- La verdad es que más que dilucidar sobre si esta casa es la tuya y la otra la de Micael, habría que pensar en adaptar lo mejor posible lo que tenemos al trabajo por desempeñar.
- ¡Desde luego que sí, pero para eso hay que organizarse! Contestó Jhoan.
- Creo que lo más importante y lo primero que deberíamos adquirir, son dos buenos ordenadores. Con ellos vosotros podríais empezar a escribir, y después, ya se irá haciendo todo lo demás. Yo tengo todo el tiempo del mundo y puedo encargarme de ello. Mañana mismo vamos a Tel.Aviv y hacemos unas cuantas compras, y digo de ir allí, porque en el mes que llevo instalada, me he pateado todas las calles de la ciudad y conozco varios sitios. Llegamos allí tempranito, hacemos compras, luego nos vamos a comer algún exquisito manjar y tranquilamente volvemos a casa a la hora de cenar. ¿Qué os parece el plan?
- ¡A la orden, jefa!
- ¿Y podríamos ir a ver la casita, antes de pasar a casa de Efraím?
- ¡Sí, perfecto, lo que la jefa guste!
- ¡Oye, chicos... menos cachondeo eh...!
- ¿Y por qué dos ordenadores? ¿No crees que con uno sería suficiente?
- ¡No, Jhoan, y te diré por qué! En Madrid, a parte de trabajar en el hospital, David, Salomé, Juancho y yo teníamos una lonja pequeña alquilada. Era nuestra asociación. Se llamaba Akenatón. Durante 10 años, David y Juancho han escrito libros, y con los medios que teníamos, que eran pocos, los editábamos. Nunca se comercializaron, pero sí se entregaban a todo aquél interesado. Solo se cobraban los gastos de envío. Había un solo ordenador, el mío, y era insuficiente. Eran dos personas trabajando, con una sola herramienta. Era desesperante ver a los dos, en el poco tiempo libre que tenían, hacer turnos delante del ordenador. Yo entonces no tenía dinero. Estaba como ellos, a dos velas. Pero conseguimos entre todos ahorrar unas pelillas para un segundo, aunque fue para nada. Tuvimos que entregar todo el dinero para cubrir responsabilidades.
- ¿A qué te refieres Raquel?
- Pues que un día, cuando llegábamos a la asociación y aparcando el coche, vimos que estaba ardiendo. Allí estaba todo nuestro trabajo, pero sobre todo los libros de David y Juancho. En cuanto vio aquello, y sin pensarlo dos veces, David saltó del coche y fue hacia la lonja. Yo fui detrás de él. Nos echamos por encima los abrigos y entramos. Entre los dos cogimos los que todavía estaban en buen estado y cuando nos disponíamos a salir, ocurrió algo que no olvidaremos nunca: en la misma puerta, y negándonos el paso, había una serpiente negra horrible en disposición de ataque. Nos quedamos petrificados. ¿Qué hacía allí un bicho como ese? ¿Por qué no huía del fuego? Y David, de repente, empezó a hablar con aquel bicho y dijo unas cosas que...
- ¿Qué... qué dijo...?
- ¿Así que quieres que se destruyan estos libros, eh... bestia inmunda? ¡Pues no lo conseguirás, tendrás que arrancármelos del alma!
Y cuando nos disponíamos a salir, haciendo caso omiso de aquélla serpiente, ésta se enroscó en los pies de David y lo tiró al suelo. Yo entonces cogí su petate con el mío y los tiré hacia fuera, hacia la calle, e intenté liberarlo. Debido al calor, la serpiente huyó, no sin antes picarme en la mano. David estuvo con quemaduras en las manos varios meses, y yo ingresada tres días en el hospital. ¡Me clavaron todas las agujas que había, que horror!
- ¿Y quedaste bien... no tuviste ninguna otra anomalía?
- No. Cuando empecé a revivir lo que había pasado, me pareció todo muy sospechoso. La serpiente en la asociación, el fuego, la reacción de David... estaba segura de que había connotaciones extrañas, e instintivamente me acordé de Micael, de Jerusalén, y de aquél muchacho, bueno... de ti, y tuve el colgante tuyo toda la noche sobre la herida de la mano. Intuía que aquélla serpiente no tenía ningún poder sobre él. Y al día siguiente, un poco a regañadientes, David también se lo puso sobre sus manos. A la policía no podíamos contarle lo de la serpiente porque no nos habría creído. Así que se dictaminó que había sido por un descuido nuestro, y tuvimos que pagar todos los destrozos. Y allí se acabó la asociación, aunque ellos dos han seguido escribiendo.
- ¡La leche, hermana, cada vez me sorprendes más! ¿Y qué libros son esos que escriben tus amigos por los que David no dudó en arriesgar vuestras vidas?
- ¡Conocimiento en general! Todo lo que actualmente se engloba en Metafísica, Esoterismo, Espiritualidad, Hermética… la verdad es que pocos libros suyos he leído. Los únicos, los espirituales, los que entendía. Los dos, desde pequeños, también han tenido sus historias personales. Nunca hablábamos de ellas, ni tampoco de las mías. Nos queríamos y queremos tal y como somos.
- ¡Me gustaría mucho conocerles! Respondió Jhoan.
- ¡Lo harás, seguro que sí! Puede que alguno de ellos pueda venir a la boda religiosa, y al resto... pues puedes ir tú a conocerlos a España. Ellos lo tienen más difícil. Trabajan en el hospital y están más sujetos.
- ¡Todo se dará en el momento oportuno! Exclamó Micael trayendo a la mesa el postre. ¿Así que usaste mi corazón como amuleto, eh...?
- La definición de amuleto no me gusta. Si, lo utilicé, como escudo, creía en él. Micael... ¿tú qué crees que hacía allí la serpiente?
- ¡Evitar que todo aquél conocimiento saliera a la Luz!
- Pues no entiendo, porque aunque David hubiera dejado allí los libros, podría haberlos reproducido de nuevo más tarde.
- ¡Pero es que ella quería destruirle a él también! Se enroscó en sus pies y lo tiró al suelo. Si tú no hubieras vuelto a por él, David habría muerto víctima del fuego. Y en represalia, ella te mordió, y te aseguro, mi amor, que cuando esa serpiente muerde, no hay antídoto en este mundo que pueda con su veneno. Lo que os salvó a ti y a David, no fue el corazón de oro. Si que fue un corazón, pero el vuestro. Cuando se trabaja para el amor, todo aquello que te has propuesto hacer, lo consigues. Nadie entorpecerá tu camino. Pero es muy difícil mantenerse fiel a El, y la mayoría de las veces se sucumbe ante la serpiente sin a penas notarlo.
- A ver... vamos por orden, Micael... de las dos cosas que has dicho, con una no estoy de acuerdo, y la otra no la entiendo muy bien.
- ¡Pues vayamos a por el desacuerdo primero, a ver, dime...!
- Dices que cuando trabajamos para el amor, nada nos entorpece el camino. ¡Pues no estoy de acuerdo! Ya ves... siempre me remonto al mismo personaje, que es al que más conozco: Jhasua, pero perfectamente os podría poner a vosotros dos. El hizo su trabajo, bien, pero se lo pusieron rematadamente difícil, y al final... ¿qué paso? ¡Que se lo cargaron! ¿Estuvo allí el amor para ayudarle?
- Mi amor, todavía no has digerido lo que pasó con Jhasua, y estás muy obsesionada con el tema. A él no se lo cargó nadie. El hizo su misión, no le fue fácil porque las circunstancias del ser humano y de esta humanidad son así de complicadas. Pero él quiso morir de esa forma. Y el Amor estuvo con el hasta el final. Y lo sabes perfectamente, Raquel, lo que pasa es que tu corazón todavía tiene esa herida abierta y duele mucho, mi amor, lo sé.
- ¿Y a vosotros, Micael... y a ti, te ayudó mucho el amor permitiendo que te hicieran daño? ¿Os ha facilitado acaso vuestra labor? Y con esto no quiero decir que dude de El, pero creo que también es limitado, y que no siempre puede actuar y proteger.
- ¡Todo pasó para bien, Raquel! Aquella experiencia para mí fue el sello inequívoco del amor. Y te lo voy a contar. Se que a ti, Jhoan, no te gusta hablar de ello, porque tampoco lo has digerido.
Cuando mi hermano me dijo que te lo había contado en el restaurante, le reñí, porque no era el momento. Quería hacerlo yo, a mi manera, tal y como lo viví y lo sentí. ¡Mi amor, no deseo que lo que para mí fue una hermosa experiencia, sea para ti un puñal clavado en el corazón!
En un momento determinado tuve que elegir: entre seguir con mi espléndida carrera en el hospital, o volcarme de lleno con seres humanos que necesitaban de todo. Las dudas me acecharon. En aquéllos momentos mi ego hizo bien su papel. Me había costado muchos esfuerzos y sacrificios llegar a ser médico, por mi parte y por la de mis padres. Si era un médico de renombre, era porque me lo merecía. Era muy bueno, y sigo siéndolo... ¿por qué entonces renunciar a todo por ayudar a una gente que si estaba en esas condiciones era por su obstinación y fanatismo religioso y político? Eso era lo que pensaba antes, amorcito, no ahora. Aquélla lucha la ganó el corazón, pero el ego se quedó un poco resentido. Yo les entregaba mi trabajo, mi tiempo, mis conocimientos... pero lo hacía porque me sentía obligado. ¿Qué pensaría de mí mi Padre y mis amigos si yo no me ponía del lado de los débiles? ¿Y mi ética? Se sentiría traicionada. ¿Y mi corazón?, no podría dormir tranquilo a las noches. Y así pasé casi dos años, Raquel, entregándolo todo salvo a mí mismo, a mi guerrero. Hasta que una tarde, pasando a máquina unos historiales, sentí vibrar mi corazón de una forma inusitada. Me quedé expectante, pues era señal de que el Padre iba a aparecer. Pero no fue así. Siguieron las vibraciones, hasta el punto de hacerme llorar. Sentía cómo el amor invadía todo mi cuerpo, y oí una voz que salía de lo más profundo de mi corazón: “EL AMOR ESTA CONTIGO, PERO PARA SER HIJO SUYO, TIENES QUE DARLO TODO, A TI MISMO”.
Y unas imágenes invadieron mi mente que me provocaron escalofríos y malestar físico. Me hicieron saber lo que me esperaba esa misma tarde. Raquel, en aquellos momentos, el guerrero se vio solo, sus conocimientos, su lógica, su ética, su moral, hasta su corazón, que enmudeció, todos le abandonaron. Me preguntaba que por qué y para qué tenía que pasar por aquello. Era injusto, pero algo me decía que aquélla batalla iba a ser decisiva. Pude huir, tenía tiempo suficiente, pero no lo hice. Terminé el trabajo como pude y salí a la calle, y allí me estaban esperando. De nuevo la serpiente, Raquel, aquéllos hombres encapuchados la llevaban en su pecho grabado. Me metieron en un coche y me llevaron a un descampado a las afueras de Hebrón. Allí me desnudaron y me ataron de pies y manos entre dos árboles y… fue allí cuando comprendí qué significaba entregarlo todo. Violaron, torturaron mi cuerpo, pero sentí un calor en mi vientre que se expandió por todo mi organismo. Experimenté lo mismo que hoy contigo. Aquél fuego fue invadiéndome, activándome todos los puntos energéticos. Mi cuerpo estaba experimentando el dolor en su punto más álgido, pero también el amor en toda su plenitud. Y vinieron a mí viejos recuerdos, y deseaba entregarme, apurar aquella copa de sabor amargo hasta el final. Y mi cuerpo quería abrirse, y llegué a desear al dolor como se desea a una amante. Y fue entonces cuando ví al Padre, pero no venía hacia mí, sino que salía de mi interior. Había estado conmigo en todo momento, se había entregado conmigo. El me besó, como tú haces, mi amor, en el pecho, y me dijo: “Hijo, ya somos UNO para siempre”. Y volvió a desaparecer en mi cuerpo, y me dio el mayor conocimiento sobre mí mismo, algo que había olvidado. Descubrí para qué había venido a este mundo y lo que significaba ser un Cordero del AMOR, un Testigo. Ahora el viejo y valiente guerrero ya no existe. Le entregó toda su fuerza y valor a su Corazón, y se hizo UNO con él. Y bendigo aquél momento, Raquel, y se que vendrá a mi de nuevo, a todos los que lo hemos aceptado, pero entonces ya no será una tragedia, ni sacrificio, sino una fiesta, una entrega absoluta. Y no habrá mártires ni víctimas, sino corderos que se ofrecerán a sí mismos para que la humanidad tenga un gran festín que les abra para siempre las puertas del Paraíso que hay en ellos mismos.
- Micael... ¿y por qué el dolor y el derramamiento de sangre?
- Amar al dolor y abrazarlo es como abrazar y amar a tu amado que está herido y sufriente por las continuas batallas que ha tenido que librar para que tú seas quien eres. Dime, mi amor... cuando tú ves a Jhasua sufriendo y temblando por el dolor, ¿por qué deseas desesperadamente fundirte con él?
- ¡Porque le amo!
- ¡Bien, le amas...! ¿Y no te basta con estar a su lado y abrazarle?
- ¡No, quiero ser él, deseo estar dentro de él, sufrir con él, compartir con él! El está sufriendo por amor, y yo por amor también quiero sufrir con él. Y me habría pasado lo mismo contigo, Micael, si entonces hubiese podido estar a tu lado. No me habría hecho ninguna pregunta, ni por qué ni para qué. Me habría bastado con amarte para compartirlo todo contigo.
- ¡EL AMOR abre sus brazos al DOLOR, y éste se deja amar! EL DOLOR implora comprensión y aceptación, y el AMOR corre hacia él para abrazarlo. Raquel, querida mía, esta noche lo comprenderás todo, y ya no habrá más preguntas para tu corazón. ¡Te lo aseguro!
- ¿Y la sangre, Micael... por qué tiene que haber tanto derramamiento?
- La sangre es la Vida, la esencia, tu memoria genética y espiritual. Tiene sus propios códigos, y en ciertos seres, entre los que estamos nosotros, esos códigos son necesarios para que siga la vida en este planeta, a modo de compensación. Estos son los corderos solares, seres libres de todo karma, puros en esencia que por un compromiso de Amor encarnan y se entregan a este mundo a través de su sangre. Los pueblos y razas más antiguos del planeta ya tenían este conocimiento, pero con el paso del tiempo lo desvirtuaron. La pureza de la sangre del cordero solar pasó a ser la virginidad de hombres y mujeres jóvenes a los que elegían para ser víctimas de un sacrificio, y siempre en contra de su voluntad.
- Con la cantidad de sangre que se ha derramado en este planeta, la tierra ya podría estar en novena dimensión.
- ¡Si toda esa sangre se hubiera vertido por Amor y con amor, si! Pero cuando se derrama por odio y con odio, es un veneno mortal. ¡Es el alimento de la serpiente! ¿Comprendes princesa?
- ¡Sí, perfectamente!
- ¿Y tú, hermanito, qué... te has quedado mudo?
- ¡Cuando habla el maestro, el discípulo calla! Exclamó Jhoan haciéndole una reverencia.
- ¡Pues será la primera vez que lo haces, samurai!
- ¡Hermanitos... que se está haciendo tarde... que son ya las cinco y nos están esperando! ¿Qué te parece hermana si dejamos la visita de la casita para después, cuando salgamos de casa de Efraím? Aunque ya sea tarde, no importa, ya que hay luz eléctrica dentro.
- Claro que sí, Jhoan, me da lo mismo. Yo ya estoy arreglada, así que mientras recojo la mesa, prepararos vosotros. ¿Qué... Micael... tú no subes a arreglarte un poquito?
- ¡Ya me has dejado perfecto antes, para qué mas! ¿No había otro punto por ahí que no entendías bien?
- ¡Ah, sí... pero ya me lo has aclarado!
- Pero dime cual era...
- Lo de que en ocasiones no nos damos cuenta de que estamos alimentando a la serpiente en vez de al Amor...
- ¿Y a qué conclusión has llegado?
- ¡Pues que es cierto! En muchos, en muchísimos momentos caemos en la alucinación de que todo lo que hemos conseguido, sean triunfos, conocimientos, batallas ganadas, amores, dinero, reconocimiento y muchas más cosas, es debido a méritos propios, ¡que tampoco es mentira, porque el guerrero se lo ha batallado! pero olvidamos que el verdadero artífice es siempre el Corazón, el Amor que nos alimenta y nos fortalece cuando desfallecemos y caemos heridos y somos abandonados a nuestra suerte por la serpiente, a la que hemos alimentado con su más apetitoso manjar: el orgullo y la soberbia. EL siempre está ahí, y a veces tiene que permitir en silencio y llorando que la serpiente nos destroce para que sepamos quien es el que nos ama de verdad.
- ¡Y yo lo reitero, mi amor!
- ¡Muchachos, yo ya estoy... es que más guapo ya no puedo ser! Podemos salir cuando queráis.
- ¿Ya has terminado, princesa?
- Si, ya estoy. ¡Vámonos ya!
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