sábado, 1 de agosto de 2015
En el silencio del desierto: Capítulo 2.- EN EL HOSPITAL
Siguiendo las instrucciones de su amigo Marcos, Raquel se encontraba tomando un cumplido desayuno en una céntrica cafetería de Jerusalén. Tenía una cita para las 9,30 en el David Hospital, y como desconocía la red de carreteras de aquella zona, había optado por salir de madrugada de Tel Aviv y hacer tiempo en la capital.
Concluido su desayuno abandonó el local y se dirigió dando un paseo hacia el suntuoso hospital. Atravesó un pequeño, pero precioso jardín que a esas horas se hallaba atestado de estudiantes que con sus mochilas esperaban a sus respectivos autocares. Si no fuera por la extraña mezcla de hebreo, árabe e inglés que se removía en el centro de aquél juvenil griterío, le hubiese dado la sensación de encontrarse de nuevo en casa. Las grandes ciudades se parecen.
Con la esperanza de que en recepción hubiese alguien que hablara inglés, cruzó la puerta principal. La planta calle estaba vacía. Tan solo dos hombres, y muy distantes entre sí, se encontraban sentados, en actitud de espera, leyendo el Jerusalén Post.
En un principio, cuando Raquel se dirigió hacia la ATS de recepción, ésta le habló en hebreo, y ella, un poco apurada comentó:
- Disculpe, no me defiendo muy bien en su lengua, ¿habla inglés?
- Perfectamente...discúlpeme usted ¿En qué puedo ayudarla?
- Soy la doctora Reyes, de Madrid, y tengo una cita con el Dr. Jordan.
- ¿Puede darme el nombre o el segundo apellido?
- Pues...no lo sé, ya lo siento...no tengo más referencias.
- Este pequeño problema lo solucionamos enseguida. El caso es que en estos momentos, en este hospital, hay doscientos médicos, y según el ordenador, 12 tienen el mismo apellido, pero lo que voy a hacer es dar su nombre por megafonía, y el interesado responderá.
- Muchas gracias.
Cuando la auxiliar se disponía conectar la voz, uno de los hombres que se encontraban sentados en la sala se acercó y se presentó.
- No es necesario, yo soy el Dr. Jordan, la estaba esperando. ¿Tú eres Raquel Reyes?
-¡Sí, soy yo! El Dr. Marcos Guzmán es amigo mío.
- ¡Pues bienvenida a Jerusalén! Y dirigiéndose de nuevo a la enfermera le preguntó:
- ¿Podríamos disponer de una salita privada para hablar?
- Positivo. Ha quedado libre la número cinco de la tercera planta, en traumatología.
- Gracias, compañera. ¿De cuanto tiempo disponemos?
- Exactamente de una hora, luego comienza el cursillo. De todas formas, cinco minutos antes les avisaré desde la centralita.
Aquel hombre cogió cariñosamente del brazo a Raquel y se dirigieron hacia el ascensor. El la miraba sonriente, pero ella, dada su timidez, permanecía en silencio. Estaba un poco tensa, así que para romper el hielo, retomó la conversación:
- ¿Así que tu también eres amigo de Marcos, de qué os conocéis?
- Antes que nada, Raquel, ¿quieres tomar algo? En esta planta hay una cafetería.
- No, gracias, acabo de tomar el desayuno. Jordan...¿pero cual es tu nombre?
- Jhoan. Creo que en tu idioma equivale a Juan, ¿es así?
- Sí, pero me suena mucho mejor en hebreo.
- Veo que tienes dificultad en hablar nuestro idioma. Si lo deseas podemos entendernos en inglés.
- ¡No sabes como te lo agradezco! Aunque se tu lengua, como no la utilizo nunca, me resulta complicado hablarla.
- No te preocupes...te soltarás enseguida. Además, sabiendo inglés, no tendrás ningún problema. Es una lengua oficial aquí. ¡Ya hemos llegado, aquí es...toda la sala es nuestra...adelante...!
Tomaron asiento en un sofá de piel al lado de un ventanal, y Jhoan, cruzando las piernas y apoyando su brazo en el respaldo, por detrás de Raquel, se le quedó mirando con una sonrisa jovial y pícara a la vez.
- Antes me has preguntado que dónde nos conocimos Marcos y yo, y no te he contestado.
- Supongo que aquí , pero es raro, porque creo que tan solo ha estado tres veces, contando la última de ayer.
- Aunque parezca imposible, así es. El nuestro fue un encuentro fugaz, pero muy contundente. La primera vez que vino a Jerusalén, en Octubre del año pasado, creo que en relación con la gestión de un órgano para trasplante, yo estaba aquí, en este hospital, haciendo unos cursillos, como ahora, y nos encontramos en la cafetería de esta planta. Nos miramos, nos echamos un vistazo y surgió el flechazo. Aquel mismo día por la noche, estaba cenando con nosotros en el apartamento que comparto con mi hermano en Hebrón. A partir de aquél día, es como si nos conociéramos de siempre. Es un gran hombre, un gran ser humano y un buen amigo. Y siempre que viene, si no nos podemos ver, nos llamamos por teléfono.
- Sí que es un gran ser, Jhoan, es un ejemplar muy raro de encontrar. Le quiero mucho.
- ¿Y tú, Raquel, de qué le conoces? A un jefe de ese calibre no es muy normal que una doctora tan joven como tú le tenga por amigo...
- Estudiamos juntos medicina. Vivió un tiempo conmigo y con unos amigos en la casa de Madrid, pero pronto alzó el vuelo y comenzó a viajar.
- ¿Que estudiasteis juntos...? No es posible, si él tiene casi la edad de mi hermano, y tiene 44 años.
- Jhoan, ¿cuantos años crees que tengo?
- Tu tendrás los míos, o quizás un poco más joven que yo. Unos treinta...
- Pues te has quedado muy corto, porque tengo 42.
- Ya veo que eres bastante bromista, y con mucho sentido del humor.
- Que no, que no es broma, te aseguro que tengo esta edad.
- ¡Pero es increíble! Si no lo veo no me lo creo. ¿Pero qué haces para mantenerte así...?
- No es ningún mérito mío, viene con la genética familiar, y no solo por parte de un padre, sino de los dos.
- ¡Así que tu eres diez años mayor que yo, parece imposible!
- ¿Decepcionado quizás?
- ¡Para nada, solo sorprendido!
Jhoan, a pesar de la fluida conversación que se había entablado entre los dos, la sentía nerviosa, intranquila. Por un momento pensó que él era el causante. Tenía una forma demasiado atrevida y directa de entrar con las mujeres.
- Te siento nerviosa, Raquel, y somos dos colegas, ¿soy yo acaso y mi forma de actuar la causa de que estés así?
- Para nada, Jhoan, me siento muy a gusto contigo. Lo que pasa es que soy
un poco tímida al principio, y también estoy bastante inquieta desde que vine a Israel.
- Menos mal, pensé por un momento que era yo, y la verdad, el que tendría que estar nervioso soy yo, que es el que te va a pedir un gran favor. ¿Pero por qué Israel te causa tanta inquietud? Te prevengo que además de ser médico traumatólogo, soy un psicólogo muy curioso.
- ¿Y qué hace un psicólogo en un cursillo de traumatología?
- Lo soy solo por afición, pero no ejerzo mas que de arregla huesos.
- ¡Caray... ya veo que no has desaprovechado el tiempo!
- El tiempo es oro, Raquel, y hay muchas cosas que hacer y muchas necesidades que cubrir. Y hablando del tiempo, se nos pasa volando y no hemos tratado el tema en cuestión, y que es por lo que has venido aquí.
- No entiendo Jhoan como podéis estar a falta de personal médico si en este hospital hay doscientos especialistas.
- Es que el problema no está aquí, sino en Hebrón. Yo trabajo allí con mi hermano. En Jerusalén solo estoy de paso. De vez en cuando, y siempre que mi trabajo allí me lo permite, vengo a hacer cursillos y ponerme al día, ya que mi hermano lo tiene más difícil. El que necesita la ayuda es Micael, mi hermano. Yo estoy en el mismo hospital, pero no tengo nada que ver con su zona. El está volcado totalmente con los palestinos, con los refugiados. Es donde más necesidades hay. El mayor problema lo tiene con los niños, y cuando Marcos me dijo que tú eras pediatra, y que querías instalarte aquí por mucho tiempo, recibí una fuerte bocanada de esperanza.
- ¿Y dónde está Hebrón?
- Está más al sur, a unos 35 km de Jerusalén. Por carretera, y con la circulación que hay normalmente, se tarda una media hora larga.
- Sí, pero desde Tel Aviv habrá por lo menos 100 km, y yo vivo allí. Y ese no sería el problema, pues estoy acostumbrada a viajar de punta a punta para ir al trabajo, pero el toque de queda es a las siete de la tarde, y de Jerusalén para abajo no se puede pasar.
- Es cierto, no me acordaba de ello. La verdad es que no me he acostumbrado todavía a la idea de que estamos en medio de una guerra. Llevo aquí una semana, y ya casi se me había olvidado el infierno que dejé allí.
- Pero por lo que me estás diciendo, Jhoan, tu hermano necesita una persona que pueda estar trabajando las 24 horas del día y disponible.
- Sí... él a penas sale del hospital. Cuando termino con mi turno le ayudo, pero no es suficiente.
- ¿No habéis pedido ayuda?
- ¿A quien Raquel?
- ¿Cómo que a quien? Todos nosotros trabajamos para el Corazón Púrpura, lo llaméis aquí como lo llaméis, y cuando hay una necesidad que cubrir se pide, y la institución apoya siempre. En este centro hay demasiados médicos, y se podría cubrir perfectamente la falta de personal en Hebrón.
- Bueno, no todos estos especialistas trabajan aquí, la gran mayoría, como yo, están haciendo cursillos. Pero es que el problema tampoco está allí. Lo tiene mi hermano en el campo de refugiados. Aunque compartimos parte del edificio, no tiene nada que ver con el hospital y la institución. Micael pertenece al cuerpo de médicos sin fronteras, y ha trabajo hasta hace diez años en el hospital. Formaba parte de su plantilla. Pero cuando estalló el problema entre estos dos pueblos, y viendo la urgente necesidad de atención médica que había en la zona de los palestinos, tuvo que elegir, y renunció a todo.
- ¿A qué tuvo que renunciar, Jhoan?
- A su posición. Era considerado como uno de los mejores profesionales en su campo, y también a sus amistades, mejor dicho, ellas renunciaron a él, le dieron el esquinazo. Para los palestinos, aunque están muy agradecidos por su servicio desinteresado, sigue siendo un perro judío del que no se fían, sobre todo cuando las cosas van mal. Y para los nuestros, los judios, es un maldito y sucio colaboracionista. Ninguno puede entender que mi hermano ante todo es un ser humano, y después médico, algo que ya han olvidado el resto de sus compañeros.
- ¿Y por qué no trabajas tu con él?
- ¡Ojala pudiera, Raquel!
- ¿Qué es lo que te lo impide?
- ¡El dinero! El Corazón Púrpura no tiene centro oficial en la zona árabe de Hebrón, y por lo tanto, Micael, no recibe ningún tipo de retribución. Eso sí...de vez en cuando recibe ayuda económica de particulares, pero son destinadas íntegramente a medicinas. Yo, además de ayudar con mi sueldo a mi hermano, a través de mi equipo puedo solicitar máquinas, utensilios y enseres que son necesarios en el centro. Pero… estoy cayendo en la cuenta de que he metido la pata hasta el fondo.
- ¿Y eso?
- No me he dado cuenta, no he caído en la cuenta, me entusiasmé cuando hablé con Marcos y...
- ¿Pero de qué estás hablando?
- Raquel, mi hermano no cobra ningún sueldo, vive de lo mío... y yo iba a pedirte que trabajaras con él, sin pensar que tu también tienes que vivir.
- Mira, Jhoan, cuando hablaste con Marcos, si no te dijo nada, es porque sabía lo que hacía...
- Ahora el que no entiendo soy yo.
- Es muy largo de contar, y no tenemos mucho tiempo, pero yo no necesito un sueldo para vivir... ya lo tengo. Más adelante te explicaré el misterio, pero en este caso concreto... ¿Marcos no podría ayudaros?
- Raquel, él sabe de este problema desde que nos conocimos, incluso, personalmente fue testigo, pero no puede hacer nada, es triste pero es así. Cuando los políticos se niegan a colaborar, no hay nada que hacer. La única ayuda que Marcos nos puede dar, es la económica a nivel personal. El es una de esas manos bondadosas que de vez en cuando apoyan a mi hermano.
Raquel escuchaba atentamente a Jhoan. Ya no estaba inquieta y nerviosa, sino apesadumbrada, triste. El la miró a los ojos profundamente y le cogió cariñosamente la mano. Había notado en su colega el cambio de humor.
- ¿Te estoy dando la mañana, verdad? No era esa mi intención, pero cuando Marcos me habló de ti, no se... pero sentí como si una ventana se abriera en mi corazón. Mi intención era invitarte a que colaboraras con nosotros, pero al final, he terminado suplicándote.
- Todos los que trabajamos para el ser humano, bien sea en el terreno espiritual o físico, tenemos que hacer lo humanamente imposible para sanar y curar, y si hay que suplicar, se suplica, y si hay que arrastrarse, se arrastra por donde sea.
- Me alivia mucho el ver que piensas así, pero a mi hermano seguro que no le habría gustado mi método.
- ¿Por qué... acaso no son de los que suplican?
- Ha hecho mucho más que eso, Raquel, pero es consciente de que su vida corre peligro constantemente, y también la de aquéllos que trabajen con él.
- Jhoan, yo también pertenezco al cuerpo de médicos sin fronteras, y me incluí en él por pura convicción. Soy consciente de los riesgos que conlleva. También es verdad que hasta ahora no me ha tocado estar en ningún ojo del huracán, quiero decir..., en una situación comprometida. Alguna vez tenía que ocurrir.
- ¿Y nunca se te ha solicitado el cubrir un puesto en zonas calientes?
- No, y tiene una explicación, pero como te he dicho antes, es una historia un poco larga, que más adelante te la contaré. Además, se nos acaba el tiempo.
- Sí, dentro de diez minutos empezamos de nuevo el último día del cursillo. Tengo cinco horas por delante, pero si lo deseas, podemos quedar aquí mísmo a las cuatro de la tarde y comemos algo juntos. Ahora voy a llamar a mi hermano a ver cómo van las cosas por allí. Creo que un amigo nuestro egipcio, médico también, ha ido a pasar unos días de vacaciones a Hebrón, a casa de unos familiares. Sabe que mi hermano necesita como el respirar un buen descanso y le suplirá tres días. Puede que este fin de semana Micael esté libre y podamos volver a casa. Hace ya tres meses que no vemos a nuestra madre. Mientras tanto, tú puedes ir pensando en todo lo que te he propuesto.
- ¡De acuerdo, aquí estaré a las cuatro, Jhoan, y contad conmigo, acepto el reto!
- ¿Estás segura, Raquel? Ni siquiera has visto el lugar, ni conoces a mi hermano, ni la situación en la que te vas a meter.
- Mi corazón ha dicho que sí, lo está deseando, pero necesita pensar y asimilar mi decisión. Mi mente estaba llena de proyectos totalmente distintos, y ahora tengo que hacerla comprender. Es mi socia, ¿sabes? Y también una buena amiga, y la respeto profundamente.
- Como psicólogo te diré que haces muy bien, pero como ser humano, pienso que has tomado una decisión, muy arriesgada, precipitadamente.
- ¡Yo siempre funciono así, Jhoan, mi corazón es siempre el que manda! El resto le seguimos.
- ¿Y quienes son el resto?
- Mi personalidad, mis sentimientos, emociones, voluntad...ya sabes, todo lo demás. Puedes decirle a tu hermano que cuenta con mi colaboración.
- ¡Por qué no esperas a conocerle, a hablar con él?
- El que tu hermano sea simpático o antipático, sociable o insociable, no va a cambiar mi decisión. Necesita ayuda y la va a tener. Otra cosa es que yo no le guste y me rechace, pero entonces sería problema suyo, no mío.
- A mi hermano le caerás muy bien, sois tal para cual, pero una cosa te voy a advertir: te va a marear, te asediará a preguntas, y él no es como yo, es peor, es más directo, más profundo. Necesita a su lado personas plenamente entregadas, seguras de su trabajo y de sus convicciones. Si yo soy un experto en la mente humana, él la domina y se va a ir metiendo en ella sin que te des cuenta.
- ¿Y con todos los que quieren ayudarle hace lo mismo? ¡No me extraña que esté tan solo!
- Como te decía antes, Raquel, él se está jugando la vida cada día, a cada minuto, a cada segundo, y una mente que no sea fuerte, no puede vivir con esa carga tan pesada y entregarse plenamente a su trabajo. También te digo que tú eres la primera persona que quiere colaborar con él, y aun así, será implacable contigo.
- ¿Jhoan es que quieres meterme miedo? Me estás mostrando a un hermano que más bien se parece a un monstruo que a otra cosa.
- Si hay alguien en este mundo excepcional y maravilloso, ese... es él. Pero es que no quiero que la actitud de mi hermano te haga desistir. Creo que he encontrado un tesoro y no quiero perderlo.
- Todos tenemos un gran tesoro en nuestro corazón, Jhoan, pero hay que saber encontrarlo. Tu hermano puede hacerme todas las preguntas del mundo, que yo le responderé con el corazón, y si es tan listo como dices, cuando me mire a los ojos dejará de hacerme preguntas.
- Lo dicho, sois calcaditos. Entonces, ¿puedo decírselo a mi hermano cuando le llame?
- Sí, claro.
- Estoy pensando que tu sola en Jerusalén cinco horas va a ser muy pesado. Te propongo una cosa: Si mi hermano, definitivamente, queda libre este fin de semana, y yo ahora tengo libres cinco días, nos iremos con mamá a casa. Vente tú también con nosotros, te lo pasarás muy bien y así tendremos más tiempo para conocernos. Tú vas ahora a tu casa, a Tel Aviv, y esperas mi llamada. Si por fin vamos, pasamos a recogerte. La casa de mi madre está en Haifa, es un pueblo costero precioso.
- El plan es muy apetecible, pero si tu madre lleva tanto tiempo sin veros, el que le vaya ahora una extraña... y tu hermano no me conoce, y...
- ¿Quieres ir o no?
- ¡Esa no es la cuestión, Jhoan!
- Raquel, mi madre disfrutará con tu presencia. Por fin verá una mujer en nuestras vidas y sin la bata blanca, y a mi hermano le irá bien cambiar de aires y tener a una mujer preciosa al lado.
- Dime, ¿tu hermano es tan conquistador como tú? Y Jhoan se echó a reír.
- No, no es un Don Juan como yo, es más serio, más profundo, pero te aseguro que es más peligroso que yo. También es un juerguista redomado. - ¿Qué, aceptas mi propuesta o no?
- ¡Sí, acepto las dos!
Y en aquéllos instantes el teléfono de la salita sonó. El tiempo había terminado y los cursillos iban a comenzar.
Jhoan acompañó a Raquel hasta la puerta de salida. Ella regresaba a casa a la espera de su llamada. Hubo un momento de indecisión por parte de los dos a la hora de la despedida, pero fue Jhoan quien con cariño y con una amplia sonrisa abrazó y besó en la mejilla a Raquel. Esta le respondió con el mismo afecto.
Cuando se alejaba, atravesando de nuevo el jardín, sus ojos se humedecieron y su corazón no paraba de golpear su pecho. Estaba emocionada y algo se estaba removiendo en lo más profundo de su ser.
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