sábado, 1 de agosto de 2015
Un viaje sin retorno: CAPITULO 3.- EL ACCIDENTE
Las dos muchachas comprendieron enseguida el inconveniente que les puso Felipe cuando le confiaron su deseo de compartir una misma tienda. Eran horriblemente pequeñas. Un pequeño espacio cuadrado donde solo cabía una pequeña cama metálica y una caja que hacía las veces de mesa y armario ropero. No hay que esforzarse mucho para imaginar la cara de la pobre y frustrada Marga.
Un poco desanimadas las dos por el alojamiento, y sin ánimo de ponerse a ordenar el equipaje, ambas salieron de sus respectivos agujeros de lona y se pusieron a andar por el campamento.
Al llegar a una casona, casi a la entrada del recinto, vieron que se alquilaban por una hora ponis, bueno… esa fue la interpretación ingenua de Raquel, ya que no entendía de caballos, a lo que Marga, una auténtica amazona, replicó:
-¿Pero qué dices? Si son burros… vulgares asnos… ¿ahí quieres que me monte yo?
-Bueno, tu haz lo que quieras, Marga, pero tu me dirás… ¿no querías divertirte?
-Sí, claro, pero no a costa de la integridad de mi físico.
-¡Pero que tonterías dices…!
-Si, claro, lo piensas así porque no tienes ni idea de caballos, pero los asnos son muy peligrosos. El caballo es más noble, y se amolda muy bien a su jinete, pero éstos… cuando menos te lo esperas, te dan una coz o te tiran al suelo.
-Pero Marga… ¿no ves lo dóciles que son? Mira aquel, nos mira y parece que nos pide que le saquemos a pasear.
-Raquel… ¿has montado alguna vez a un caballo?
-¡No!
-No seas insensata, por favor.
-Marga, que solo se trata de pasear por el campamento… no de una competición.
-Está bien, de acuerdo, pero yo no me hago responsable si te abres la crisma.
-La crisma… que forma de hablar…jajaja
-Bueno, ¿vamos o que?
-Vamos…¡la aventura nos espera!
Marga, como experta en la materia, de una sola zancada montó sobre el pequeño animal. No fue el caso de la pobre Raquel, que antes de posar sus nalgas sobre el lomo del animal, dio con ellas tres veces en el suelo.
Una vez conseguido el equilibrio, emprendieron un relajante paseo bordeando el campamento. Hablaban de sus cosas, sin acordarse para nada de la cita con los demás en la tienda de Felipe. Pero ellas son así…
Al principio iban muy animadas, hablando del paisaje, un tanto árido, de sus gentes y de las pintorescas costumbres que habían observado en esas personas desde su llegada. Poco a poco, sin darse cuenta, fueron enmudeciendo hasta quedar en un absoluto e impactante silencio.
¿Qué es lo que pudieron ver para que el desconcierto las invadiera de aquella forma tan brutal e inesperada?
Como muy bien les detalló Felipe, el campamento se hallaba dividido en varios sectores, según las nacionalidades, religiones, grupos étnicos y nivel social. Aquello parecía un gran circo con varias pistas de actuación. Raquel acertó cuando le hizo esta misma observación a su amigo, pero en este caso, las dos amigas eran las únicas espectadoras de la función.
Por un lado, grupos de personas, en su mayoría jóvenes de dudoso aspecto y vestidos con atuendos estrafalarios, bien estaban tirados por los suelos o bailaban a un ritmo que más bien parecía el rito de un aquelarre.
Por otro lado, personas sentadas en el suelo con las manos en alto invocando sabe el Cielo a quién, gritando y orando como si se trataran de almas en pena alrededor de un hombre, quien con aire de profeta iluminado, animaba a sus fieles a la salvación eterna.
En la otra pista… perdón…por el otro lado del campamento podían verse a los ya harto vistos y conocidos ufólogos, que con sus cámaras y grabadoras no dejaban de acosar a los interminables testigos de no sabemos que.
-¿Estás viendo lo mismo que yo, Marga?
-Sí, y es una pena…mira…mira allí…
-¿Dónde?
-A la derecha, aquel grupo que está junto al fuego… ¿los ves?
-Sí, los veo.
-Aseguraría que se están pinchando, a no ser que todos ellos sean diabéticos… que lo dudo mucho.
-¿Pero cómo pueden permitir esto en un lugar como éste?
-Querida Raquel… en este planeta está todo permitido.
-Entonces, Marga, yo me pregunto… ¿qué pintamos aquí?
-Esto mismo te pregunté yo en el avión, ¿recuerdas?
-Sí, Marga… pero a pesar de todo, tengo la extraña sensación de que algo inesperado va a suceder… me empiezo a sentir rara… incluso me estoy… estoy… Marga, me siento mal… me mareo…
-¡Baja, baja enseguida del animal!
Ante la inmovilidad de Raquel, Marga intentó coger las riendas del burro que montaba su amiga, pero el animal, asustado, comenzó a dar saltos, lanzando al aire el cuerpo desvanecido de Raquel.
Al caer, Raquel derrumbó una pequeña tienda de campaña roja, que por la banderita que tenía en el mástil, parecía ser de la Cruz Roja.
Mientras Marga intentaba dominar al animal para ir a socorrer a su amiga, de entre la lona de la tienda apareció un hombre. Llevaba bata blanca y parecía el sanitario. Este, viendo a Raquel tumbada y sin conocimiento aparente, se apresuró a socorrerla.
-¡Dios mío… Dios mío… Raquel…!
-No se preocupe, señorita, tiene pulso normal y ella está bien. No tiene nada roto. Hay que ayudarle a recobrar el conocimiento.
-¿Seguro que está bien? ¿No ha sido un reconocimiento muy apresurado?
-No te preocupes… soy médico.
-¡Pues vaya novedad… yo también lo soy… y ella…! Habrá que llevarla a un hospital y hacerle las pruebas oportunas, ¿no cree?
-No te preocupes, compañera. Tu amiga no tiene nada, pero cuando recobre el conocimiento os acompañaré al hospital que hay en el campo de refugiados. Mira… ya va volviendo en sí.
-San… Sananda… Sananda… la puerta… el tiempo no está…
-¿Pero qué dice…? Raquel… ¡despierta…despierta ya!
-Déjala… ¿qué fue lo que le provocó la caída?
-Pues ella de repente me advirtió que se sentía muy mareada, y yo, al intentar parar al burro lo asusté y la tiró. Ha sido todo tan rápido… ¿Y esas cosas tan raras que dice… si no conoce a nadie que se llame Sananda?
Raquel por fin recobró el conocimiento.
-¿Marga, qué me ha pasado?
-¿Te duele algo?
-No, me siento bien, pero tengo mucho sueño y hambre. ¿Todo este desastre lo he provocado yo?
-Si hija, si… este pobre hombre ha parado tu caída. Habría que preguntarle a él como tiene las costillas.
-Por mi no os preocupéis… estoy bien, y ahora, para que os quedéis tranquilas, sobre todo tu, Marga, vamos al hospital.
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