sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: Capítulo 5.- VUELTA A CASA




La cena se alargó hasta las once de la noche. El vino de reserva, la exquisita comida y la entrañable compañía hizo que Micael, por primera vez en muchos años, riera a pierna suelta y tuviera un semblante totalmente feliz. Su hermano le contemplaba encantado, dando gracias al Cielo desde lo más profundo de su corazón, por sentir a su hermano en ese nuevo estado.
Habían retomado la carretera; les quedaban todavía 70 kilómetros. Hora de llegada prevista a casa: 12,30.  Fue Raquel la que conducía el coche bajo la supervisión de Jhoan. Este había bebido un poco más de lo acostumbrado y le cedió el volante, ya que Micael, dado su cansancio, no tenía muy bien sus reflejos. Cuando salieron de la carretera principal el trayecto se hizo más complicado, pues había muchos desvíos a izquierda y a derecha, y la mayoría sin señalizar. Pero al final, llegaron.
Era una especie de pueblecito, con a penas diez casas. Pertenecía a Haifa, pero estaba muy apartado. Todas ellas estaban alineadas a lo largo de la costa, y solo las separaba de la playa un muro de contención constituido en su mayoría por grandes piedras y rocas de granito. La pena era que todo estaba oscuro. En las casas no había ninguna luz encendida. Según le iba comentando Micael, la mayoría de sus habitantes eran pescadores, y empezaban el día muy temprano. De todas formas, ya habría tiempo de contemplar la belleza de aquél lugar a la luz del gran astro. Jhoan le indicó que parase a la altura de la segunda casa. Bajó del coche y levantó la manilla de una pequeña puerta que daba acceso a un diminuto jardín exquisitamente cuidado y plagado de flores.
Inmediatamente se encendió una viva luz en el interior de la casa, a la vez que la figura de una mujer aparecía en el umbral de la entrada. Seguidamente bajaron del coche Micael y Raquel, y los tres fueron hacia ella. El primero que se fundió en un abrazo y miles de besos con su madre, fue Jhoan, y cuando ya la hubo estrujado lo suficiente, se la cedió a su hermano. Micael la estrechó contra él profundamente, la tuvo así unos minutos, y besándola en la frente y en los labios la volvió a liberar diciéndole lo guapa que estaba.
Sara, aquella mujer de porte altivo, elegante, de piel clara y pelo blanco, con facciones típicamente judías, temblaba de emoción y sus ojos lloraban de alegría. Allí tenía a sus hijos, a toda su vida, a su corazón. En aquel momento a Raquel se le soltaron las lágrimas. Echaba de menos a su madre.
- Madre, esta es Raquel, nuestra amiga y compañera de profesión. Ha venido de España, pero tiene raíces judías. Sabe hablar hebreo, pero le cuesta un poco, intenta ir a su ritmo...
- ¡Bienvenida, hija! Y Sara la abrazó.
- ¿Cómo se han portado mis chicos contigo?
- Maravillosamente bien, no los hay mejores.
- Tienes mucha razón en ello, hija, mucha razón, pero pasar, no os quedéis aquí. ¡Ni que no conocierais vuestra propia casa! Os he preparado un poco de leche caliente y unas pastitas.
- Madre, acabamos de cenar, y estamos muy llenos.
- ¡Yo sí que tomaría un poco de leche, Sara!
- ¡Claro que sí, hija, ven y siéntate, que te la caliento enseguida! Y vosotros dos venir aquí también y sentaros en la mesa, y contadme algo de vuestra vida, que me tenéis olvidada…
- ¡Sabes que no madre!  Replicó Micael abrazándola por los hombros.

- Para una madre, todo es poco, hijos, ¡y os tengo tan poco tiempo a mi lado...!
- Esta vez mamá, nos tendrás para ti solita tres días.
- Hija ¿tu madre también tiene ese problema contigo?
- ¡Mas bien lo tengo yo con ella, Sara! Mis padres murieron hace ya diez años.
- ¿Los dos a la vez? ¿Qué ocurrió... tuvieron algún accidente?
- Pues sí..., tuvieron un accidente de coche. Raquel no creyó oportuno revelarle la verdad sobre el final de sus padres.
- ¡Dichosos coches, que nefastos son! También mi Micael, hace diez años, tuvo un accidente de coche, y por poco se me lo lleva por delante. Desde entonces no ha levantado cabeza.

Instintivamente Raquel levantó los ojos hacia Micael, y éste se llevó el dedo índice a sus labios, y calló en la cuenta de que él sabía que su hermano la había puesto al corriente de todo.

- Tenían que ser jóvenes... tu eres casi una niña.  
Y ante aquélla exclamación de su madre, Jhoan, riéndose, la sacó de su error.

- ¡Madre, si es una vejestorio! Es casi de la misma edad que Micael.
- ¡Que no, que no me toméis el pelo, hijos!
- Sara, es cierto, tengo 42 años, bueno, los cumplo mañana, y no es ningún mérito mío, ni he hecho pacto alguno con el diablo ni poseo el secreto de la Piedra Filosofal. Sencilla y llanamente es pura genética, y por parte de mis dos padres.
- ¡Es un regalo del Padre, hija, aprovéchalo bien, y ya que te ha dado la juventud del cuerpo, entrégale igualmente a El un corazón joven y enamorado!
- ¡En ello estoy, Sara!
- ¡Toma, hija, tu leche... y unas pastitas!
- ¿Y a nosotros, mamá... no nos das?
- ¡Pero si me habéis dicho que no!  Venga, sentaros y no me vaciléis eh…
- Mamá, nos conocemos, y si no tomamos la leche, te vas frustrada a la cama.
- Es que no hay nada como un vaso de leche para dormir.
- Hay algo mucho mejor madre, y se llama “sueño”, y yo tengo un sueño que me caigo, y tengo todavía que organizar todos los apuntes de esta semana de cursillo. Así que en cuanto me tome la leche, me voy a mi habitación. Mañana compartiremos más y mejor. Exclamó Jhoan.
- ¿Y vosotros también os vais a retirar? Preguntó Sara dirigiéndose a Micael y a Raquel.
- Yo estoy cansado, pero no tengo nada de sueño. El café que nos hemos tomado en casa de Raquel me ha despejado del todo. Yo todavía me quedaré un ratillo.
¿Y tú,  hija?     
- Yo voy a darle una sesión de masajes a tu hijo. Tengo para rato todavía.
- Raquel, estamos todos cansados. Deja los masajes para mañana.
- ¿Es que no te apetece?
- ¡Apetecerme... muchísimo!
- Entonces... ¡yo no estoy cansada, y quiero dártelos!
- ¡A sus órdenes, Dra. Reyes¡ Pero tú mamá, vete ya a descansar. Es muy tarde para ti. Tenemos mucho tiempo por delante para disfrutarnos todos.
- En cuanto le enseñe a Raquel su habitación.
- ¡Ya lo haré yo mamá! ¿Cual le has preparado?
- La del ático, aunque está llena con tus libros, es la más bonita y caprichosa.
- Sara, ¿tienes por casualidad alguna mesa camilla?
- ¿Mesa camilla?
- No, Raquel. Aquí las únicas mesas que hay son la de la cocina y ésta del salón. Contestó Micael.
- En ese caso, los haremos en el suelo.
- ¿Qué vais a hacer el qué...?
- Mamá, Raquel es una experta en masajes, y va a aliviarme la tensión que tengo en la espalda.
- ¡Hija, a ver si me lo recompones, que buena falta le hace!
- Si se deja, quedará como nuevo. Exclamó Raquel mirando sonriente a Micael. Este la miraba con mucho amor y cariño, detalle que a Sara no se le escapó.
- Hijo, ¿has escuchado bien lo que te ha dicho Raquel?  Le preguntó su madre sacándole de aquél ensimismamiento.
- ¡Soy todo suyo, madre, puede hacer conmigo lo que quiera!
- ¡Ya ves hija... lo que nunca he conseguido yo, parece que tu si! Jajaja.
- Sara, si oyes más tarde un quejido, llanto o algo parecido, no te alarmes. Cuando se dan este tipo de masajes, si hay mucha tensión, ésta puede salir del cuerpo y de la mente de muchas formas. Uno pierde un poco el control, y se vuelve a ser tan sensible y vulnerable como un niño.
- ¿Le vas a tener que hacer daño?
- Bueno..., habrá de todo, pero será para bien. Si lo oyes, no te preocupes, será buena señal, es que la terapia está funcionando, y está en buenas manos.
- ¡Eso no lo dudo, hija! Pero es mejor que me lo hayas advertido. De todas formas estoy tan cansada que en cuanto me tumbe, me voy a otros parajes. - ¡Que paséis buena noche, hijos!
- Lo mismo os deseo yo, chicos, yo también me voy a trabajar un poco.
- Que descanses, Jhoan, y no te quedes ahora a trabajar. Tu tienes todavía una semana libre para hacer lo que quieras.
- Hermano, yo no me quedaré aquí, volveré con vosotros, ya sabes que quiero echarte una mano siempre que puedo, y tú, durante unos días, tendrás que dedicarle más tiempo a Raquel para ponerla al corriente de todo.
- Lo siento por mamá. Me gustaría tener más tiempo para dedicárselo a ella…
- Y yo, Micael, pero las circunstancias nos vienen así. Mamá lo sabe, y ella es feliz. Se siente amada por sus hijos, y sabe que estamos haciendo lo que deseamos.
- ¡Esta bien, hermanito, que descanses... y que... ¡te quiero!


Jhoan subió los cinco escalones que separaban la primera planta del salón y la cocina, y se perdió tras la puerta de una de las habitaciones. Micael y Raquel quedaron solos.

- Bien, Dra. Reyes. ¿qué necesitas para la sesión?
- Una manta o colcha para ponerla en el suelo, y si tienes, alguna crema hidratante.
- ¿Se puede sustituir la crema por aceite de romero?
- ¡Maravilloso, mucho mejor!
- Vale, ahora mismo lo traigo. Mientras tanto Raquel hacía sitio en un rincón del salón.

- ¡Ya está todo aquí!
- Micael, ¿dónde puedo cambiarme de ropa? Necesito ponerme algo más amplio y cómodo.
- Aquí mismo en la cocina hay un pequeño cuarto de despensa, y si lo deseas, allí colgado verás un... bueno, es una camisa blanca que llega hasta las rodillas. La suelo llevar yo cuando voy a la playa. Es algodón fino y muy suave.
- ¡Ah, pues sí, me la pondré! Mientras tanto, ve quitándote la ropa y túmbate sobre la manta.
               
Apenas tardó Raquel un minuto en salir. La camisola le venía grande. Micael era más alto que ella, pero se sentía muy cómoda y ligera con ella. El la estaba esperando,  según sus instrucciones, tumbado sobre la manta, en el suelo.

- Micael, la camiseta y los calzoncillos también. Ponte esta toalla pequeña encima.
- Eso sospechaba yo, pero no estaba seguro.
- ¡Quítate la camiseta, pero déjate los calzoncillos, si así te vas a sentir más cómodo!
- No me siento incómodo, Raquel, contigo no.
- No disimules... los hombres también sois tímidos, ¿por qué aparentar lo contrario?
- En este caso no es timidez. Quitarse la ropa así, delante de una mujer... prefería que fueras tu quien me lo dijera.
- Micael, antes que mujer, soy médico, no lo olvides, ¡y he visto a muchos hombres ya así...! Jajaja
- Entendido, Dra. Reyes, ya estoy... ¡todo suyo!
- ¡Y no me llames Dra. Reyes, tengo un nombre muy bonito!
- ¡Si, doctora Reyes!  Replicó Micael mirándole profundamente a los ojos.

- Está bien, voy a explicarte el orden de la sesión: primero, con este aceite, y con masajes muy suaves, te hidrataré la piel. Después pasaré mis manos meticulosamente por todo tu cuerpo para explorarlo y detectar dónde están los centros energéticos más bloqueados. A continuación, allí donde yo vea que hay contracción y bloqueo, te trabajaré, y es cuando notarás el dolor más intenso. Intentaré no profundizar mucho en esta primera sesión. Esta es la parte más dura, pero también la más liberadora. Puede que sientas deseos de llorar, de gritar, pero no te reprimas, Micael, es indispensable que lo saques todo fuera. También es posible que,  si en la zona lumbar y vientre bajo tienes mucho bloqueo debido a un trauma..., en esos momentos tengas una erección. ¡Por favor, Micael, no intentes reprimirla, porque sería muy doloroso y todo lo conseguido se iría al traste! Si llega ese momento, tú me dices, y te dejo solo unos minutos, ¿de acuerdo? Para que todo vaya bien, tienes que tener plena confianza en mí, entregarme tu cuerpo, pero en el sentido literal de la palabra. Solo así te abrirás a mi campo energético y yo podré conectarme con el tuyo. ¿Estás de acuerdo?
- ¡Lo haré como tu dices!
- ¡Pues vamos al asunto!

Micael se volvió hacia abajo y Raquel roció su espalda, nalgas y piernas con una buena ración de aquél aceite oleoso. Con sus manos, y suavemente, la fue extendiendo por todo su cuerpo. Luego le tocó el turno al pecho, brazos y vientre. El tenía los ojos cerrados, y su respiración denotaba un estado de relajamiento. Raquel contemplaba a aquél cuerpo. Su constitución era atlética, muy bien proporcionada, pero sus músculos, su piel... Cuando pasaba sus dedos podía detectar las cicatrices de heridas muy viejas que no habían sido curadas y tratadas de la forma más adecuada. Observó cómo tenía desgarros musculares en la zona de los pectorales, dorsales y lumbares, y cómo, cuando sus manos acariciaban su bajo vientre y nalgas, todo él se contraía. Eran los mismos síntomas que apreciaba en las pobres mujeres violadas que le había tocado atender en urgencias.

- Micael, haz un esfuerzo, colabora un poco más conmigo. ¡Relaja esta zona, déjame que trabaje en ella...!
- Estoy totalmente relajado, Raquel, de hecho me están sabiendo a gloria tus pases. Si me bloqueo..., yo no estoy siendo consciente.
- Es que si sigo en estas condiciones, puedo hacerte más daño. Tu cuerpo se sentirá agredido y volverá de nuevo el bloqueo.
- No entiendo por qué mi mente se bloquea en ese punto. Que yo sepa, no tengo ningún problema de tipo sexual.
- Sí que tienes uno, y es el que te está provocando este bloqueo. Fuiste violado, Micael... ¿no es así?
- ¡Sí, pero ha pasado ya mucho tiempo, y está superado!
- Tu corazón y tu mente lo habrán hecho, no lo dudo, pero tu cuerpo en absoluto. Vamos a seguir, pero ahora no quiero que te relajes. Vamos a trabajar juntos. Siente mi mano acariciándote, déjale hacer, y si tu vientre se contrae, desbloquéalo. Piensa en algo bonito y agradable..., sigue así..., así... muy bien, lo estás consiguiendo.

La tensión había desaparecido aparentemente. Raquel siguió con los suaves masajes en las nalgas, bajo vientre y zona genital de Micael. Por un momento la contracción pareció asomar, diluyéndose enseguida. Pero Micael, a los pocos minutos comenzó a sentir  temblores, pequeñas convulsiones que en un principio le provocaron una ligera tos. Después siguió una fuerte y dolorosa presión en sus oídos y garganta y un convulsivo llanto que vino en su ayuda y que le dejó un poco más relajado. Su vientre se puso al rojo vivo. Raquel seguía con sus manos, y empezó a sentir cómo una gran tensión se le acumulaba a Micael en la vejiga, testículos y pene, e iba en aumento. Raquel se alarmó. Aquello se le estaba escapando de las manos. Era una buena masajista, pero en ese campo no era una profesional con experiencia. No pensaba que Micael iba a tener una reacción de ese calibre la primera vez. Por un momento pensó que sería mejor echar marcha atrás, pero tal y como estaba él, era imposible. Había que llegar hasta el final. No sabía cómo, pero no lo iba a dejar así. Empezó a tener una erección, y por los gestos de él, extremadamente dolorosa.
- Vamos, Micael, sigue... sigue tú.
- Raquel, no puedo, no puedo mover los brazos... y me duele... me duele mucho.

Ante la inmovilidad de Micael, Raquel con sus manos comenzó a friccionar con fuerza y rapidez su pene. Este parecía que iba a estallar de un momento a otro. Las convulsiones de su amigo eran cada vez más fuertes, y su llanto se había convertido en un prolongado y angustioso gemido.
Al final se abrió y aquélla anacarada sustancia cubrió su mano. Su semen ardía. Dejó pasar unos segundos y con la toalla le limpió. Volvió a acariciarle y sintió que la tensión había desaparecido. Las convulsiones también cesaron. Su cuerpo estaba bañado en sudor, y el de ella también. Micael se volvió de lado, dobló sus piernas a la altura de las rodillas y metió su cabeza entre sus brazos. Su llanto era casi silencioso, pero prolongado. Necesitaba seguir echando, y lo estaba haciendo bien. Las reacciones eran las adecuadas. Un buen terapeuta se habría mantenido en su sitio, controlando la situación, pero Raquel no lo era, y viendo así a Micael en aquel estado, más que médico se sintió mujer, y abrió las puertas de su corazón de par en par. Se tumbo sobre Micael, lo abrazó, lo estrechó contra ella y le besó.
Micael reaccionó enseguida. Siguió con el llanto, pero abrazando con toda su alma a Raquel. Y así estuvieron, en silencio más de media hora. Empezaba a quedarse frío, y como ya estaba más tranquilo, le ayudó a incorporarse y le dio su ropa.
               
- Vístete enseguida, Micael, no debes coger frío ahora. Yo estoy a todo sudar, voy a cambiarme de ropa. ¿Estás bien?
- ¡Tremendamente cansado, pero mucho mejor, tranquila!
- Esta noche vas a dormir cono nunca. ¡Ahora vuelvo!


Cuando Raquel regresó al salón, Micael ya había recogido todo, pero no estaba allí. Vio que una pequeña puerta de madera sin barnizar estaba entreabierta. Fue hacia ella y vio que él estaba sentado en un amplio columpio con respaldo, en un rincón del huerto, en lo que parecía ser la parte trasera de la casa. El la vio asomarse y con la mano la invitó a ir.


- Ven, siéntate aquí conmigo, cabemos los dos.
- ¿Ha refrescado un poco... no?
- ¿Quieres que te saque algo para echarte por encima?
- No, no creo que haga falta. ¿Estás seguro de que este columpio podrá con los dos?
- ¡Aguanta esto y mucho más, lo construí a conciencia! Ven aquí, a mi lado.

Y cuando Raquel se sentó junto a él, éste le pasó el brazo por los hombros y la apretó contra él. Hubo unos instantes de silencio.

- ¿Estás entrando en calor, doctora?
- ¡Sí, ya estoy bien... hace una noche preciosa!
-  Es que con la paliza que te has dado conmigo, tienes que estar agotada.
- ¡Más bien te la he dado yo a ti!
- Pues si todas las palizas tuvieran los mismos efectos, no me importaría    que me apalearan continuamente. ¡Me siento muy bien, Raquel! Pero, te siento a ti algo decaída… ¿sucede algo?
- Como terapeuta soy un fracaso, Micael. Estaba tan segura de poder ayudarte, lo deseaba de todo corazón, pensaba que podía hacerlo, pero al final, cuando la situación ha ido a más y tú has perdido el control, me he sentido incapaz de auxiliarte. Por unos instantes la situación se me ha ido de las manos. Debía haber estado a tu lado, controlando, apoyándote, pero sin embargo me he dejado arrastrar, y cuando tu has revivido tu propio infierno, yo he vivido el mío.
- ¿Has vuelto ha revivir lo de tus padres?
- No, Micael... ellos no han tenido nada que ver. He estado compartiendo el tuyo, pero también el de un amigo maravilloso al que amé con todo mi ser, con toda mi vida, y por el que no pude hacer nada, ni tan siquiera  aliviarle un poco en su dolor.
- Quizás no seas una buena profesional como masajista, y te ha fallado la técnica, no te lo desmiento porque no lo sé, y tu criterio será más acertado que el mío, pero lo que sí te aseguro, y en esto no hay nadie que me convenza de lo contrario, es que tú eres una muy buena terapeuta en el amor. Las técnicas te han fallado, pero te has entregado tú misma. Durante unos instantes he vuelto a revivir en mi cuerpo aquélla angustia, dolor, miedo y vergüenza, pero sólo al sentir tu cuerpo, tu abrazo, tu cariño, tu amor golpeando tu pecho  al mío, me has sacado de aquél infierno y me has traído de nuevo al paraíso. Y seguro que con tu amigo ocurriría lo mismo. Tu crees que él murió solo, pero si él te conocía bien, y te miraba a los ojos y al corazón como lo hago yo, te sentiría a su lado y te llevaría en su corazón como una antorcha.
- Pero Micael... ¿cómo puedes hablar así de ello si no conoces nada? No sabes de mí.
- ¡Hablo así porque lo sé y lo siento en mi corazón!
- Micael, ¿por qué no te habré conocido 10 años antes? Exclamó Raquel llorando y abrazándose al cuello de su amigo.
- ¿Por algún motivo especial? Preguntó él sonriéndole y acariciándole el rostro y el pelo.
- ¡Habría estado a tu lado!
- Dime, Raquel... ese otro amigo tuyo, ¿es el de la figura sin rostro que yo me cargué?
- ¡Sí, el mismo!
- ¿Y le conoces bien?
- ¡Si, le conozco, le amo y me identifico con él!
- ¿Es por lo que te sientes culpable por haberme entregado tu amor?
- ¿Sentirme yo culpable... no, pero por qué...?
- ¡Lo estoy viendo en tus ojos!
- Pues entonces es que te he dejado maltrecha la visión con los masajes... porque para nada me siento culpable.
- ¿Entonces qué es...? Porque antes me has entregado toda tu alma y ahora, es como si intentarás alejarte de mí.
- Micael... yo... es que ni yo misma me lo puedo creer. Yo te quiero, te amo con toda mi alma, y ya que me he atrevido a decirlo, te diré aun más, me he enamorado de ti, desde antes incluso de verte. Cuando me hablaba tu hermano esta mañana de ti, mi corazón latía ya desenfrenado. Lo único que me pasa es que estoy confusa. Mi corazón está yendo a unas velocidades que mi razón y comprensión no pueden alcanzar. ¡Os parecéis tanto los dos, Micael! ¡Nunca creí que podría enamorarme de un hombre y amarle con la misma intensidad que a él, hasta que apareciste tú! No sé si te quiero a ti, a Micael Jordan, por lo que eres, por ti mismo, o le estoy amando a él a través de ti. De lo que sí estoy segura es  que te amo, y no solo te entrego mi corazón, también mi apoyo y mi vida si es necesario. Y nada de lo que estoy sintiendo, soy capaz de razonarlo. No lo entiendo ni yo.
- ¡Yo también te amo, Dra. Reyes, y te quiero... te quiero mucho!  Y él la besó apasionadamente en los labios. Raquel le besó a él, le abrazó con toda la fuerza de su cuerpo, de su alma. Cuando aquél volcán de emociones y sentimientos se apaciguó, Micael separó el rostro de ella del suyo. Los dos estaban inundados de lágrimas, pero la lava de aquél volcán todavía brillaba en sus ojos. Le dio un último beso en los párpados y en los labios, y respirando profundamente le dijo:
- ¡Hay tantas cosas que desconocemos el uno del otro, tantas y tan maravillosas... pero tenemos tiempo, Raquel, para conocernos, para amarnos, para descubrirnos! Lo más importante es que somos amigos del alma, y éstos se conocen desde siempre. No me importa que le ames a él a través de mí, eso es algo que tendrás que descubrir por ti misma, aunque yo sí que estoy seguro de tu amor y de tu corazón. Necesitas tiempo... pues tómatelo. Con que estés a mi lado, ya es suficiente, soy plenamente feliz. ¿Y tú lo eres también...?

Pero Raquel no le respondió, se abrazó de nuevo a él y le besó con toda su alma. No podía responderle, no podía articular palabra. No entendía nada, pero dejaba fluir a su corazón.

- ¡Ah, se me olvidaba, Raquel... felicidades!
- ¡Gracias, Dr. Jordan!
- Antes, cuando lo has mencionado, nadie le ha prestado atención, y es que en esta zona, el día del cumpleaños es como otro cualquiera, no se le da ninguna importancia. Pero sé que para ti es un día especial.
- ¿Y por qué lo sabes... lo has visto quizá también en mis ojos?
- Por la forma y el tono que le diste al decirlo. Tengo un regalo para ti, pero no puedo dártelo todavía. Habrá que esperar.
- ¿Pero qué es? ¡Anda... dímelo!
- Es una sensación.
- Desde luego, original si que es.
- Te invito a venir conmigo y a darnos un baño en el mar.
- ¿Ahora...? Micael, son  las tres de la madrugada, está todo oscuro y el agua tiene que estar helada.
- ¿Tienes miedo a la oscuridad del mar?
- También hay algo de eso, pero más que nada es sentido común.
 - Pues me daré el baño yo solo.
- ¿Tantas ganas tienes de ir?
- Para mí es vital, siempre que vengo a casa, aprovecho.
- ¿No será éste uno de los manjares que le das a tu cuerpo de vez en cuando?
- Sí... ¿y a ti, quien te lo ha dicho?
- Tu hermano, pero cuando le seguí preguntando, el me dijo que te lo preguntara a ti.
- Es que el mar es una fuente de energía muy importante para mí. Los baños de sol y de agua me encantan, pero bañarse en la noche, adentrarse en la oscuridad del mar... ¡es una sensación de libertad maravillosa!
- ¡Vale, de acuerdo, te acompaño!
- Vamos a coger una toalla grande y jerseys para cuando regresemos.

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