sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: CAPITULO 31.- EN EL ARCA DEL AMOR


Llegó el día de la partida. David les había dicho a sus hermanos que tenían que irse a ultimar informaciones y detalles con los Hermanos sobre la tarea a realizar en Israel y Egipto. Ninguno sospechó la verdad sobre el adelanto de la cita, quizá porque David también iba con ellos.

- ¿Cuanto tiempo creéis que os tendrán ocupados? Preguntó Juancho.
- No lo sé... depende de lo que nos tengan preparado. Respondió David.
- Es que nos gustaría estar con vosotros antes de que... bueno, de que tengáis que iros...  

Y Micael no le dejó terminar. Fue hacia Juancho y le abrazó, y lo mismo hizo con todos.

Los cuatro bajaron hasta el valle y allí esperaron la presencia del hermano pastor. Pero esta vez no fue camuflado de cabrero, sino de lo que realmente era. Un gran ser, de dos metros de altura, vestido de blanco y con un rostro muy parecido al de Micael, solo que sus ojos eran violetas, como los que Sarita vio en su amigo Jhoan.
Este les saludó y les preparó para el viaje. Entraron en un cono de luz azulada e inmediatamente desaparecieron. Para ellos fue un simple entrar y salir, solo que sus pies ya pisaban la tierra de Jerusalén. Estaban allí de nuevo, y en la misma campa donde encontraron la llave.

- ¡Hemos vuelto al mismo lugar...! ¿Pero qué tiene que ver este sitio con las puertas dimensionales?
- Raquel, este era  el final del recorrido, solo que dadas las circunstancias, va a ser nuestro comienzo. ¿Te acuerdas que entonces te comenté que esta roca era el acceso a otros túneles que no debían ser explorados hasta que llegase el momento?
- ¡Sí, me acuerdo perfectamente!
- ¡Pues este es el momento! ¿Estáis preparados?
- ¡Cuando quieras, Micael! Respondieron Daniel y David al unísono.


Micael se concentró y sus manos comenzaron a vibrar. Cogió las de Raquel entre las suyas y movieron la roca del suelo. Aprovechando la oscuridad de la noche, y que nadie había acampado por los alrededores, mantralizaron y la tierra se abrió a sus pies. Quedó al descubierto un pasadizo de escaleras que bajaba hacia la entrañas del Gólgota. Cuando el último de ellos comenzó a bajar las escaleras, la tierra volvió a cerrarse de nuevo. Mil escaleras bajaron. No sabían la profundidad a la que estaban, pero por la presión que sentían, debían ser varios cientos de metros. Cuando se disponían atravesar uno de los muchos túneles, observaron que frente a ellos, en una de las paredes de roca, había un círculo de luz dorada.

- ¡Esto quiere decir que al otro lado de la roca hay alguien que quiere salir! Exclamó Micael.
- ¿Pero esto es una puerta dimensional?
- ¡No, David, pero alguien necesita nuestra ayuda!

Y los cuatro posaron su mano derecha sobre la roca dejando salir de sus pechos la vibración. Tuvieron que retroceder unos pasos, pues aquella pared se volvió fuego, y a través de él salió un hombre. Y de nuevo la roca volvió a cerrarse.

- ¡SAFRAM, hermano! ¿Qué haces aquí?
- Sabía que habíais recibido mi mensaje, y os he estado esperando. Todas las puertas que hay a lo largo del Sinaí, no podrán ser abiertas. Están atestadas de militares, mercenarios y fanáticos esperando daros caza en el momento en el que salgáis. Por ello he ido trayendo para aquí a todos los hermanos. Solo podrán abrirse las que hay de Jerusalén a Hebrón. Esta podrá utilizarse, pero os advierto hermanos, que ya están allí esperando.
- Safram, será en Hebrón donde darán con nosotros.Solo nos quedan cinco puertas de las trece.
- ¡La salida será lenta, Micael! Somos muchos, y tenemos que hacerlo despacio y con mucho cuidado. Y el tiempo, en estos momentos, no está de nuestra parte. Como os dije, los amigos de Josafat fueron hechos prisioneros, y tienen que estar sacando de ellos información, porque cada día que pasa, descubren una nueva puerta.
- No te preocupes, Safram, porque en el momento en que nos tengan, se olvidarán de vosotros, al menos os darán más margen para que podáis salir. Pero hay que darse prisa. Tú sabes dónde están las cinco puertas. ¡Guíanos a ellas, pronto!


 Safrán se puso en la cabecera del grupo. Iban a buen paso. Tenían que ganarle al tiempo. Llegaron a la primera puerta. El dibujo de una serpiente emplumada dentro de una probeta cerrada herméticamente, era el símbolo de la puerta. Micael puso su dedo índice sobre el tape de la probeta, David el suyo sobre la cabeza de la serpiente, Raquel sobre la cola de la misma, y Daniel sus manos sobre el círculo. Se concentraron y dejaron brotar de nuevo la vibración, y aquélla pared de roca se abrió, viéndose al otro lado cientos de hermanos que esperaban de pié y en un expectante silencio, el momento de salir. Ya tenían sus instrucciones. Y fueron saliendo en un estricto orden. Y así fueron abriendo las otras puertas.

- Safram... ¿hay hermanos esperando en la puerta de Hebrón? Preguntó Micael.
- ¡Sí, hay cincuenta!
- En ese caso habrá que ir con mucha cautela. No deben descubrir la salida hasta que no estén todos fuera.
- ¡Va a ser muy difícil, Micael, tendrían que estar muy pendientes de algo para que no la descubran! Contestó Safram.
- ¡Van a estar muy atareados con nosotros, hermano,  somos su trofeo más ansiado y buscado! ¡David, hermano, ha llegado el momento de que regreses! ¡Vete con los demás, aquí ya no estás seguro!
- ¡Pero Micael, si me voy... cómo vas a abrir la quinta puerta!
- ¡Yo estaré con ellos, David!

Y ante aquélla exclamación de Safram, éste asumió la viva imagen de David, dejándole sin habla.

- ¡Hermano, yo ahora he dejado de ser Safram para ser tú! Ellos saben que eres portador de grandes secretos y códigos y que necesitan para sus propios fines. Yo me entrego con ellos, e intentaré despistarles y confundirles con información falsa. Me matarán, y así creerán que te han destruido, y tú tendrás el camino más libre para actuar, al menos hasta que se den cuenta...
- ¡Safram, pero...!
- ¡David, hermano, guárdate y ve con mis hijos! ¡A mí ya no me necesitan, pero a ti sí! ¡Debes instruirles, prepararles y guiarles durante un tiempo!
- ¡Micael, Daniel... Raquel...! ¿Volveréis, verdad... vendréis de nuevo con nosotros? ¡Nos lo habéis prometido! ¡No voy a marcharme de Jerusalén sin vosotros...! ¿Entendido...?

Y David se echó a llorar en los brazos de su hermano. Luego se despidió de Raquel, de Daniel y de Safram. Comenzó a caminar hacia atrás lentamente. Su corazón se rompía por momentos, pero el último saludo de Micael le animó:
- ¡David... espéranos... que juntos volvemos a casa!

- ¡Os quiero hermanos... os amo...!

Y dicho esto, David se echó a correr en dirección contraria a la de sus hermanos. Corría con rabia, golpeando la tierra. Su corazón se desgarraba por momentos, le faltaba el aire, y su dolor era tan grande que tuvo que parar y sentarse en el suelo. Uno de aquéllos jóvenes hermanos fue hacia él y le tendió la mano diciéndole: ¡AHORA TU ERES NUESTRO GUIA Y MAESTRO, TE NECESITAMOS PARA SOBREVIVIR EN EL MUNDO AL QUE VAMOS A SALIR! Y David le sonrió y se ayudó con él para levantarse.


En la otra punta del túnel estaban los cuatro. Faltaban escasamente veinte metros para llegar a la puerta de Hebrón. Safrám se adelantó y se quedó de pié en la pared.
Daniel se abrazó a Micael y a Raquel, y tras besarles a los dos en los labios, se fue con Safram, dejándolos solos a los dos.

- ¡Mi amor... ha llegado el momento! Exclamó Micael abrazando a su mujer con lágrimas en sus ojos.
- Micael… ¿puedo pedirle al Cielo un último deseo?
- ¡Mi amor, el Cielo lo tienes tu en tu Corazón! ¡Deséalo y lo tendrás!
- ¡Lo único que deseo es que hagan lo que nos hagan... mi amor, quiero estar pegadita a ti!
- ¡Lo estarás, princesa, nadie te separará de mí! ¡Te quiero amor mío!  

Y Micael la estrechó entre sus brazos, la poseyó con el alma, con su corazón. La besó, y el fuego que salía por su boca encendía a Raquel.
- ¿Mi Camaleón... vienes conmigo?
- ¡Sí, Jhasua, voy contigo!


Micael la cogió de la mano y fueron al encuentro de Safram y de Daniel. Abrieron la puerta, y Safram apremió a los cincuenta hermanos a que salieran corriendo a través de los túneles. Como en las demás puertas, al abrirse la roca, se originaba una espiral de energía que atravesaba la tierra buscando una salida al exterior, y en su recorrido, dejaba huecos en la roca que como chimeneas quedaban a ras de superficie. Eran huecos por donde cabía perfectamente una persona.
Querían salir antes de que esa gente diera con la puerta. Así que fue Safram el primero en salir al exterior. Echó un vistazo, y aunque aparentemente no había nadie, sabía perfectamente que los estaban observando y acechando escondidos detrás de las rocas.

- ¡Animo, hermanos... que los tenemos aquí!


En el momento en el que Daniel, que era el último, puso su pié en tierra firme, un grupo de mercenarios de muchas razas distintas, armados hasta las cejas, salieron corriendo de las rocas cercándoles. El que parecía su jefe, después de observar minuciosamente a todos ellos, dio órdenes a sus hombres.

En uno de los dos coches que habían camuflado, se llevaron a Daniel, en el otro a Safrám, y en el que iba el jefe de la expedición armada, metieron a Micael y a Raquel. Antes de hacerlo, les vendaron los ojos, les amordazaron y les ataron las manos por detrás.

Después de un largo recorrido, el coche paró y obligaron a los dos a bajar. A golpes les llevaron al interior de la fortaleza donde tenían su puesto de control. Les metieron en una habitación vacía con una sola ventana que daba a otra habitación, les desataron y les quitaron la venda de los ojos, y cerraron la puerta con llave.

Raquel fue hacia la ventana para ver lo que había al otro lado, y del impacto que recibió se echó la mano al estómago y se dejó caer al suelo.
Micael fue hacia ella y observó también a través de aquélla ventana, y sus ojos se cerraron. Se dejó caer junto a ella y la abrazó.
Al otro lado de la ventana había toda clase de máquinas y artilugios de tortura. Tres hombres con el dorso desnudo y pantalones negros hacían preparativos. Parecían árabes, aunque uno de ellos tenía rasgos germanos.
Comenzaron a hablar en alto. Se oyeron gritos y Micael creyó oír la voz de Daniel. Ambos se levantaron del suelo y miraron a través de la ventana. Unos soldados habían traído a esa habitación a Safram y a Daniel. Aquéllos árabes les habían desnudado y les tenían atados a una de esas máquinas. A Raquel le dio un vuelco el corazón, y de nuevo se dejó caer en el suelo. Y aunque no oían gritos, sino leves quejidos, el olor a carne quemada era insoportable.

Micael abrazó con toda su alma a su mujer. La tortura había comenzado para ellos. Les habían puesto en una celda contigua a propósito. Esa gente quería que fueran testigos del suplicio de sus amigos con la esperanza de que hablasen, bien para parar su tortura o por miedo a cuando les tocara a ellos.

- ¡Mi amor, es hora de que nos bloqueemos! ¡Ahora estamos en manos de esta gente, y no dudarán en drogarnos para sacarnos información!


Y ambos, tras unos segundos de concentración, hicieron vibrar sus pechos, pero esta vez no la dejaron salir a través de su garganta, sino que la subieron hasta su cerebro. Y las horas pasaban. Los dos estaban acurrucados en el suelo, con sus manos tapándose los oídos y orando, enviando a sus queridos hermanos fuerzas y valor. Los gritos eran ya insufribles.

De nuevo el silencio.  Unos ruidos de pasos y la puerta de la celda se abrió. Eran ellos, los soldados, que arrastraban por el suelo los cuerpos de Safrám y de Daniel. Los echaron dentro de la celda como si se trataran de sacos de patatas. Y volvieron a cerrarla riéndose escandalosamente.
Fueron hacia ellos, y su corazón se contrajo de dolor. Sus amigos estaban destrozados. Sus huesos rotos, llenos de heridas, quemados... se estaban desangrando y no podían hacer nada por ellos. Cogieron sus cabezas entre sus piernas y acariciaron sus rostros. Safram ya no respondía, pero Daniel abrió sus ojos y sonrió.

- ¡Os quiero... os espero... hermanos! Exclamó agonizando Daniel.
- ¡Darnos valor a nosotros, hermanos, porque pronto estaremos juntos! Y Micael besó a Daniel, y en ese momento éste expiró.

Al rato la puerta volvió a abrirse, y apareció un hombre vestido de negro con turbante con dos agentes armados franqueándole. Detrás de ellos venía otro hombre, el vigilante que les abrió la puerta de la Gran Pirámide. Cuando estuvieron todos dentro, el hombre de negro le pidió que los identificara, y éste les señaló con el dedo, haciendo lo mismo son Safram, que a todos los efectos era David.

- ¡Soldado, asegúrese de que ese hombre está muerto!
- ¡Sí señor, está muerto! Exclamó el esbirro tocando el cadáver de Safram.
- ¡Pues asegúrese todavía mejor!

Y ante aquélla orden de su superior, descargó toda su munición sobre la cabeza del muerto.
- ¡Usted, el testigo... puede marcharse, y vosotros también, quiero quedarme a solas con ellos!
- ¡Señor, nuestra responsabilidad es velar por su seguridad!
- ¿Qué pueden hacerme ahora estos dos? ¡Su información... ahora la tengo yo, ya no tienen ningún poder...!

Los dos soldados y el testigo abandonaron la celda y dejaron a aquél personaje del turbante con Raquel y Micael.

- Os preguntaréis que por qué a vosotros os mantenemos todavía vivos... ¡supongo!
- ¡Hay muchas formas de morir, y la más horrible es ver el dolor y la muerte de tus amigos! Respondió seria Raquel.
- ¿Amigos...? ¡Pues que poco fieles os los buscáis...! ¡Vuestro querido hermano David nos ha servido en bandeja toda la información que necesitábamos, supongo que con la esperanza de que le dejáramos vivir...! ¡Pobre...!
- ¿Quien eres tú? ¿Por qué sabías la localización de las puertas dimensionales?
- ¿No me reconoces, Micael...? ¡Oh.... qué decepción...! ¡Pero pregúntale a tu hermano Lucifer... él si que lo sabe...! ¿Dónde está él?
- ¿Para qué quieres saber dónde está? Preguntó Micael.
- ¡Soy su hijo, Micael... el primero...! Antes de que tú, con tu maldita muerte cerraras todas las puertas del mundo subterráneo, yo conseguí salir, y juré vengar a mi padre. ¡Y lo he hecho, y muy bien hasta la fecha...! - ¿Qué has hecho con mi padre...? ¡Contesta!
- Tu padre ya es libre, y si no se muestra ante ti... es porque no lo desea, por ahora...
- ¿Qué es libre...? ¿De qué manera lo habéis hecho? ¿Con qué condiciones? ¿Qué habéis hecho con mis hermanos? ¡No... no importa que no contestéis, yo ahora tengo los códigos y claves para liberarles, y para destruirte a ti y a todos los que son como tú!
- ¡SETRUM! ¿No has pensado que quizás el pájaro que quieres liberar, ya alzó su vuelo?
- ¡Por fin me has reconocido, Micael, te ha costado...! Dime... ¿se puede alzar el vuelo sin alas...? ¡Tú a mi padre le has destruido, sino habría venido a mí!
- ¡Tu padre vive, y es libre, y te repito que si él no se muestra a ti, es porque no lo desea!
- ¡Mientes, habéis destruido a mi padre, y yo os destruiré a vosotros! ¡Hoy vengaré a mi padre! Pero sabes... también me gusta contentar a la chusma, más cuando me ha servido fielmente. Tú tienes muchos amigos que te quieren ver muerto en Hebrón, Micael, y les he preparado una buena función que recordarán durante mucho tiempo. ¡Van a quedar muy satisfechos! La función dará comienzo dentro de... cinco horas, al atardecer. Mis hombres vendrán a entregaros una invitación muy especial y a prepararos. ¡He tenido mucho placer de verte, Micael! ¡Ah... y perdonar el mal gusto de mis hombres por haberos puesto a estos dos cadáveres en vuestras narices, pero ellos también tienen derecho a divertirse un poco! ¡Ahora mismo se los llevarán!
- ¿Qué vas a hacer con ellos? Preguntó inquebrantable Raquel.
- Nuestras fieras hace cuatro días que no comen... serán un exquisito manjar para ellas. ¡Hasta pronto!


Setrum abandonó la celda y a continuación los soldados sacaron los cuerpos sin vida de Safram y Daniel. Y aquélla puerta volvió a cerrarse con llave, dejando sumidos en el silencio y dolor a los dos.

- ¡No quiero seguir sintiendo dolor, Micael! ¡Quiero ir hacia nuestra cita llena de amor, de fuego en el alma!
- ¡Mi amor... y yo tampoco! ¡Pero nuestros cuerpos saben que van a ser destruidos, y que van a sufrir, y se rebelan!
- Ellos están con nosotros, Micael, han venido a entregarse junto a su corazón. ¡Démosles amor... mucho amor, se lo merecen!
- ¿En qué estás pensando, princesa? Preguntó Micael intrigado y sonriente.
- ¡Has vuelto a sonreír, mi amor... y tu sonrisa es un alivio para mi alma! ¡Que conste que ahora es Camaleón la que está sintiendo y deseando...!
- ¿Y qué es lo que siente y desea mi Camaleón?
- Mi amor, hace dos mil años, cuando te veía en el huerto mientras esperabas tu arresto, mi corazón se estremecía. Te veía sudar, sufrir, implorar por tus amigos; tu cuerpo se retorcía por el dolor, por la angustia... y yo pensaba, deseaba ir a tu lado y amarte, y con mi amor alejar a todas aquéllas sombras de ti. Deseaba entregarme a ti, rezar juntos con nuestros cuerpos y esperar el fin juntos, entrelazados. Pero no lo hice, y ese vacío de amor me ha acompañado siempre. Camaleón quiere llenarlo de ti, Jhasua. Nos quedan todavía cinco horas, mi amor, una hora por cada año que no vamos a tener. ¡Y quiero ser tuya hasta el final!
- ¡Qué maravillosa forma de rezar, mi amor... yo también quiero entregarme al AMOR contigo, quiero ser tuyo hasta el final!

Y Micael comenzó a acariciar a su mujer, a besarla, y lentamente la fue desnudando. A pesar de la angustia que invadía a Raquel, el contacto de las manos de su marido la encendió y empezó a desnudarle a él. Cuando sus cuerpos desnudos se entrelazaron, el miedo, la angustia, el dolor, desaparecieron, y el volcán entró en erupción. Esta vez con más fuerza, con más energía, con más fuego. Micael entró en ella como el rayo en la tierra, y ésta se abrió, pero no sólo entró en sus entrañas, sino que siguió hasta su corazón, su garganta, sus ojos, su cerebro... Por unos instantes sus cuerpos dejaron de existir, y se sentían los dos fundidos en un mismo volcán. Sus cuerpos habían llegado al paroxismo, al orgasmo total, y éste se negó abandonarles. De sus bocas salía fuego, y de sus genitales lava el rojo vivo.

Oyeron ruidos y se apresuraron a vestirse. Habían pasado ya cuatro horas y el sol parecía querer retirarse. La puerta se abrió y aparecieron dos hombres. Uno de ellos llevaba dos jeringuillas, y el otro se adelantó hacia Raquel y le ordenó:

- ¡Desnúdate... y tú también! Ordenó el soldado mirando amenazante a Micael.


Micael y Raquel se desnudaron, y el soldado cogió sus ropas y las guardó dentro de una bolsa de plástico. El otro soldado fue hacia ellos e inyectó aquélla sustancia en los brazos de los dos. Terminado el trabajo, abandonaron la celda, pero esta vez sin cerrar la puerta.

- Mi amor... ¿está inyección que nos han puesto, para qué es?
- ¡Es una droga muy fuerte! ¡La inyectan a los reos para que estén conscientes hasta el final y el castigo sea mayor! Cuando pasa el efecto estimulador, te deja el cerebro destrozado. Por eso, hace diez años, yo estuve en coma tres días, y no fue debido al castigo, sino a la droga que me inyectaron. Exclamó Micael sonriendo a su mujer.
- ¡Mi amor... tu rostro resplandece... y yo estoy llena de ti... no tengo miedo... me siento inmensamente feliz...! ¿Tan locos estamos, mi amor?
- ¡Si, mi princesa... muy locos... por ello nos han condenado!


Su conversación fue interrumpida por otros dos soldados, que entrando en la celda, les esposaron con las manos por detrás. Les cogieron del brazo y después de atravesar toda la fortaleza, los introdujeron en una furgoneta militar y les ataron los pies a unos asientos metálicos que había detrás de la cabina del vehículo, y se pusieron en marcha hacia la ciudad.
Los dos se miraban y sonreían. Sus vientres y corazones todavía estaban encendidos, y cuando pensaban en lo que les estaban preparando, lejos de sentir miedo y angustia, todavía sentían con más fuerza arder el fuego.

Llegaron a una plaza. Estaban en pleno centro de Hebrón. Había miles de personas apiñadas gritando y alzando su puño pidiendo venganza. En la plaza había instalado un patíbulo. Estaba dividido en dos partes. En una, había un travesaño horizontal, del que pendían cuatro cadenas terminadas en un gancho de carnicero, los que utilizaban para colgar a las reses. Y en la otra parte, y aprovechando el suelo de piedra de una fuente seca, había instalado un poste metálico.
Fueron sacados del vehículo y conducidos entre los insultos de la muchedumbre hacia el patíbulo. Una vez allí se hicieron cargo de ellos los tres verdugos y los militares desaparecieron.

Era triste observar, cómo en sitios estratégicos de la plaza había cámaras de televisión grabando aquél acontecimiento. Periodistas de muchos países se encontraban dispersados con sus vídeos o cámaras fotográficas dispuestos a todo por obtener la foto de su vida. ¡No les importaba en absoluto la vida de aquéllos dos seres humanos! No querían saber si eran inocentes o culpables, solo buscaban el espectáculo y una oportunidad más de hacerse famosos.

En los ojos de los dos había lágrimas, pero no por ellos, sino por los espectadores. Los verdugos les cogieron y se dispusieron atravesarles los brazos, a la altura de la muñeca, con aquéllos ganchos metálicos. El dolor fue brutal, pero ninguno de los dos lanzó un quejido. Se miraron, y aquél mensaje de amor mutuo calmó su dolor. Los dejaron colgados sin que sus pies tocaran el suelo, y debido al mismo peso de sus cuerpos, sus muñecas sufrieron un desgarro. Fue el primer grito que dejaron escapar por sus gargantas, y que alimentó todavía más la sed de sangre de toda aquélla gente. Y el suplicio comenzó. Aquellos hombres fornidos y animalados, con flagelos confeccionados con finísimos hilos metálicos, los descargaban con furia sobre sus cuerpos. Aquéllos golpes desgarraban su piel y abrían sus carnes. Sus gargantas gritaban, era tan horrible el dolor, que no podían evitar el quejido de sus cuerpos, pero sonreían, y había lágrimas en sus ojos. Sentían arder sus vientres, y sus pechos albergaban cada vez más fuego, más amor. La sangre salía con prisa de sus heridas, y una voz ordenó el alto a los verdugos. Estos dejaron de golpear y se secaron el sudor y las manchas de sangre. Un hombre vestido de paisano subió al patíbulo y comprobó sus constantes vitales. Estas estaban al borde del caos. Los soltaron de los ganchos y volvieron a inyectarles con una jeringuilla. La muchedumbre seguía gritando. Querían más espectáculo. Vendaron sus muñecas para evitar que se desangraran y esperaron a que reaccionaran a la droga. Su reacción fue brusca. Los dos abrieron sus ojos. Su sistema nervioso se había activado de nuevo, y su consciencia era plena. Les cogieron y les llevaron hasta el poste metálico. Les ataron a los dos por la cintura y los sujetaron al poste. Una vez sujetos, les rodearon de arbustos y carbón, y uno de los verdugos fue rociándolo todo, incluidos ellos, con queroseno. A la orden de su superior, echaron una cerilla encendida, y todo se prendió fuego. Micael y Raquel se abrazaron, se miraron, y cuando ya el fuego comenzaba a devorarles los pies y las piernas, se besaron.

- ¡Mi amor... estamos en el Arca del Amor... fundámonos con el fuego!
- ¡Jhasua, mi amor... te quiero, te amo y te amaré siempre!


Y de nuevo se fundieron en un beso, pero en una explosión causada por el queroseno, el fuego les cubrió y los consumió. La muchedumbre enmudeció. No habían podido disfrutar de sus gritos, llantos, desesperación, miedo... por la sencilla razón de que no lo hubo. Vieron con frustración cómo una pareja se entregaba al horror de su ignorancia, amándose y amando. Muchos empezaron a pensar que ese final no era el de seres infernales ni diabólicos como les habían dicho. Comenzaron a sentir vergüenza y dolor en sus corazones y fueron abandonando el lugar en silencio. El resto quedó allí, pero al cabo de unos minutos, como vieron que del poste solo pendían unos cuantos huesos calcinados, se fueron marchando.

Al cabo de media hora, solo quedaba algún que otro reportero y unos cuantos curiosos. La policía hizo acto de presencia y los desalojó a todos. Al mando iba Setrum. Este subió las escaleras del patíbulo y quedó mirando sus restos humeantes. Su mirada era de desprecio, pero la sonrisa era de complacencia. ¡Había vengado a su padre! Y en el mismo momento en que escupía sobre sus víctimas, hubo una explosión invisible que le tiró al suelo, manchándose con la sangre vertida. Cuando elevó su mirada, vio a su padre Luzbel. Sus ojos lloraban, y aunque su rostro estaba serio, sus manos se abrieron hacia su hijo.

- ¡Padre! Exclamó Setrum medio cegado por la luz.
- ¿Por qué has hecho esto, hijo mío?
- ¡Te he vengado, Padre, por fin te he liberado!
- ¡No me has vengado hijo, ni me has liberado! ¡Al que has destruido y matado es el Cordero del Padre, el instrumento de su AMOR, el que me ha devuelto la libertad del Corazón, y yo me he entregado con él y he sufrido tu venganza a su lado!  ¡Pero ni él ni yo te lo reprochamos! ¡Vuelve con tus hermanos a la Luz que nos entrega nuestro verdadero Padre, y redime tu culpa yendo a los demás hermanos que como tú, todavía persisten en la oscuridad y en la rebeldía, y háblales del Amor, del Perdón y la Reconciliación!

-¡Padre! ¿Por qué has permitido que hiciera esta locura? ¿Por qué no te mostraste a mí antes de que hiciera esta injusticia? ¿Por qué has permitido que me manchara con tu sangre y la de ellos? ¡Estoy maldito, maldito para siempre!
- ¡No, Setrum! ¡El AMOR no maldice nunca, perdona y espera...! ¡Tu no estás maldito, hijo, como tampoco lo estuve yo en el corazón de nuestro Padre! ¡Ahora EL te invita a que compartas con tus hermanos, a que colabores, a que seas su embajador para tus hermanos rebeldes! Y como prueba del Amor del Padre hacia ti, y de su perdón, mis hermanos, los que han perecido por tu ignorancia, vienen a ti.


Y al momento, rodeando a Luzbel, aparecieron como seres resplandecientes de Luz, Josafat, Safram, Daniel, Micael y Raquel. Setrum fue hacia ellos y se echó a sus pies sollozando. Las manos de Luz de Micael se posaron sobre su cabeza y provocaron en él un vómito. Había expulsado de su cuerpo una masa viscosa maloliente de color negruzco. Al primer golpe de vista aquello tenía la pinta de un coágulo de sangre, pero al instante se transformó en una serpiente asquerosa de ojos rojos y que amenazaba con morder a Setrum. Pero los pies luminosos de Micael la aplastaron y la hicieron desaparecer. Le pidió que se levantase, y cuando lo hizo, le abrazó.
Al contacto, Setrum se transformó igualmente en un ser de luz. Fue entonces cuando su padre Luzbel, le ofreció a su hijo su presencia y compañía. El viviría con y en su hijo y le ayudaría, y a cambio su hijo le prestaría su cuerpo. Setrum accedió, y la fusión de ambos seres se llevó a cabo.

- ¿Micael, podrás perdonarme, hermano?
- ¡No solo eso, Setrum... yo te amo, y te pido que trabajes conmigo!
- ¿Pero cómo, hermano?
- Tú vuelves con los tuyos para traerles de nuevo a Casa, y yo vuelvo con los míos para apoyarles en su trabajo y preparar a esta humanidad para el Gran Viaje. ¡Tú ve abriendo caminos en la oscuridad, para que yo pueda atravesarlos e iluminarlos!
- ¡Hermano.... cuenta conmigo!
- ¡Ahora volvamos de nuevo al mundo... nos necesitan!


La Luz desapareció y Setrum sentía su cuerpo húmedo y tendido en el suelo. Se incorporó y vio la sangre de sus hermanos en sus manos. Las besó y se las llevó al corazón. Había comenzado a llover. Uno de sus soldados se acercó a él y le preguntó:

- ¿Señor, os encontráis bien?
- ¡Sí, cabo, perfectamente! ¿Qué han hecho con los restos de las otras dos víctimas?
- ¡Señor, cumpliendo sus órdenes, ahora nos disponíamos echarlos a los cocodrilos de la fortaleza!
- ¡Pues la nueva orden es que los traigan aquí, los pongan al pié de este poste, y les prendan fuego!
- ¡A la orden señor! ¿Alguna orden más señor?
- ¡Esta es la última que doy, cabo!


Aquel soldado, confundido, se apresuró a que la última orden de su jefe se cumpliera. Terminada la inhumación de los restos, y ya con la noche cerrada, Setrum se dirigió al oficial por debajo de su graduación y le entregó sus credenciales y su arma. Renunciaba a su trabajo y a su cargo.
Y ante la mirada incrédula y confusa de sus hombres, se alejó y se perdió por la ciudad.


En la otra punta del túnel, y a treinta cinco kilómetros de Hebrón, David se hallaba sentado en la campa, sobre la roca que había albergado la llave. Llevaba dos días allí, sin moverse del lugar. Cuando llegó allí no tardaron en instalarse unos jóvenes con sus tiendas. Como su presencia allí era un poco sospechosa, se escondió en un pequeño bosquecillo a unos cincuenta metros de la campa. Debían tratarse de simples turistas de día, puesto que al llegar la noche, se marcharon y dejaron el campo libre a David. Estaba pasando los peores momentos de su vida. Su corazón sangraba constantemente, pero cuando se imaginaba el momento en el que los iba a volver a ver, una bocanada de esperanza iba en su ayuda. Dos días sin dormir, sin comer, y deseando su presencia. El sabía que habían muerto. Su muerte la sintió en su corazón como una lanza, y todavía la tenía clavada. El quería permanecer despierto, alerta, pero el agotamiento le venció, y ni la lluvia consiguió mantenerle despierto. Y allí quedó, al amparo de la luz de la luna sobre la tierra fría y mojada. Pero cuando despertó, todavía era de noche. Alguien le había tapado con una manta aislante. Se incorporó, se frotó los ojos y les vio. Allí estaban sus hermanos, sentados a su lado, velando su sueño. Se abrazó a Micael y le besó. Luego lo hizo con Raquel. Les miró detenidamente. Sus cuerpos eran los mismos, pero había una ligera variación. Su piel era más clara, sobre todo la de Micael, sus rasgos más dulces, y su mirada más profunda. Cuando les abrazó sintió sus cuerpos fríos, pero en cambio, al contacto con ellos, su corazón y vientre eran puro fuego. Les sentía más intensamente que antes.

- ¡David, hermano... hemos cumplido con nuestra promesa, hemos vuelto con vosotros!
- ¡Tu voz sigue siendo la misma, hermano, y tu sonrisa...! ¡Dios que feliz me hacéis! Raquel, hermana... ¿Os han hecho sufrir mucho?
- ¡David, ojala tengas un final como el nuestro! Sí, ha habido dolor, pero el Amor nos ha embriagado de tal manera, que ha sido maravilloso.
- ¡Dios... cómo os siento, hermanos! ¡Me hacéis temblar por dentro!
- ¡David, es hora de regresar, está lloviendo y hace mucho frío para ti!
- ¡Cuando os vean regresar los hermanos, no se van a dar cuenta de nada! ¡Abrázame, hermano... abrázame otra vez!

Y Micael abrazó con fuerza a David, y le entregó su corazón.

- ¡Vuestro cuerpo está frío... pero por todos los Cielos que de vuestro pecho sale fuego! ¡Volvamos a casa, si, hay mucho trabajo que hacer todavía!

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