sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: CAPITULO 17.- ULTIMOS PREPARATIVOS DE LA BODA. LA LLEGADA DE LOS AMIGOS


Cenaron copiosamente, sobre todo por parte de los turistas, y cuando Salomé trajo los cafés y las infusiones a la mesa, se dio comienzo la tertulia. Se comentó la ilusión de Micael al saber que Huracán era ya su caballo. Se habló sobre la deteriorada salud de Efraím, y sobre las nuevas cortinas de Serena. La casa iba a estar preparada para amueblarla el miércoles al medio día. Se organizaron los viajes que había que hacer a Tel-Aviv para traer todos los enseres y electrodomésticos. Los más pequeños en los coches, y los más grandes, en los camiones del nuevo comprador del chalet. Cuando ya todo estuvo bien planificado, Jhoan llamó la atención de todos. Quería dar una noticia.
                   
- ¡Mamá, hermanos... Salomé y yo hemos estado hablando y hemos tomado una decisión. Cuando vuelva a Madrid dentro de una semana, yo iré con ella y estaré unos días allí!
- ¿De verdad, hijo...?
- Sí, mamá...
- Sara... (Irrumpió Salomé), ¡quiero a Jhoan, y él me quiere a mí! Nos hemos enamorado como dos tontos, pero necesitamos tiempo para conocernos mucho mejor. Yo no puedo quedarme mas tiempo aquí, aunque me gustaría, porque aunque he decidido dejar el hospital, tengo que darle quince días a la institución para rescindir el contrato. Tengo que volver al trabajo. Entonces habíamos pensado que Jhoan podría venirse conmigo unos días, y así también conocería a los chicos, incluso les echaría una mano a reactivar la asociación. Tendríamos también tiempo para pensar en nuestro futuro, para hacer proyectos juntos...

Jhoan iba traduciendo a su madre todo lo que decía Salomé. Y cuando terminó, Sara sonrió, fue hacia ella y la abrazó diciéndole:

- ¡No me importa que te me lleves a mi hijo, porque se que le vas a hacer muy feliz! ¡Quiérele mucho, hija!

Y Micael, tras escuchar aquélla noticia, fue a Salomé, la abrazó y le dijo:

- ¡Bienvenida a esta banda de locos, hermana!

Y dirigiéndose a su hermano, le abrazó con tanta fuerza, que Jhoan se volvió a sentir entre sus brazos como cuando era un chiquillo de cinco años.

- ¡Felicidades, hermanito!
- Jefe... ¿me das tu beneplácito para alejarme de ti?
- ¡Con una condición!
- ¿Y cual es?
- ¡Que hagas a esta preciosa mujer, muy feliz!
- ¡De eso puedes estar muy seguro, hermano! ¡Pero que no me voy para siempre... que volveremos después... que hay que trabajar, y la fuente está aquí..! Y a ti, madre... quiero pedirte algo muy importante. Me gustaría tener tu bendición. Salomé y yo en un futuro muy cercano nos casaremos, pero para todos los efectos, es mi mujer, y me gustaría compartir con ella como si fuera ya mi esposa. A ella le daba apuro decírtelo, pero creo que es algo que debía hacer yo.

Y Sara, ante aquélla petición de su Jhoan, sonrió. Movió su cabeza y yendo hacia él cogió sus manos con las de Salomé y los bendijo diciendo: “!Lo que el Padre unió desde el Principio, para los ojos del hombre es sagrado!” ¡Esta es tu casa, hijo, y esta mujer tu esposa! ¡Bienvenida a esta familia, hija!


Raquel lloraba como una niña. Aquello ya le desbordó por completo, Y ante aquél ataque emocional se sintió un poco cohibida y subió corriendo las escaleras para su cuarto. Todos quedaron sonrientes en el salón. Salomé ya sabía de aquéllos arrebatos de su amiga. Hizo intención de seguirla, pero Micael le indicó que lo hacía él.
Raquel abrió la puerta del cuarto, la cerró y se echó sobre la cama. Necesitaba desesperadamente expulsar toda aquélla tensión emocional acumulada en aquéllos días, y aquél nuevo evento había sido la gota que desbordaba el vaso emocional.
Micael entró y cerró a puerta. Se sentó sobre la cama, a su lado, y le acarició el pelo. Estuvo unos instantes en silencio y cuando ella parecía estar algo más tranquila, le dijo:

- Mi amorcito, qué... ¿ya te has calmado un poco?
- Siempre tengo que dar la nota... pero es que una se emociona y... (Volvió a romper a llorar de nuevo).

- ¡Espero que el día de nuestra boda no te emociones así... porque vaya nariz que se te pone, mi amor...! Exclamó él riéndose.
- ¿Y qué le pasa a mi nariz...? Preguntó lloriqueando Raquel.
- ¡Que la tienes tan hinchada y tan roja como la de los payasos!
- ¡Pues si que estamos presentables lo dos... yo con mi nariz de payaso y tu con ese florero plateado en la cabeza...!

Y se echaron a reír los dos, y aquélla convulsión emocional de Raquel terminó con un beso al rojo vivo en la boca de su marido. Bajaron, y los demás seguían en la mesa esperando.


- ¡Disculparme, chicos, pero es que cuando me da... me da fuerte!
- Ya le estaba contando a Sara que suele pasarte, que lo mismo te da por llorar que por reír.
- ¡Es que soy tan feliz que... tanta felicidad no me cabe en el cuerpo! Entonces, Salomé... mi ramo de novia será para ti.
- ¡Gracias, nenita, te quiero!
- ¡Jhoan, hermano, por fin has conseguido a tu preciosidad! ¡Te la mereces, Jhoan, os merecéis el uno al otro!  Raquel abrazó intensamente a Jhoan. ¡Y acabemos con esto ya, porque voy a empezar otra vez...!

- Hijos, yo ya me retiro. Como a Raquel, también a mí tantas emociones me dejan para el arrastre, pero estoy muy feliz, hijos míos... muy feliz. ¡Que descanséis o disfrutéis... vosotros veréis...!

Y aquélla despedida tan picarona de Sara hizo reír a todos.

- Salomé... ¿recoges tú la vajilla mientras le quitó el tinte a Micael?
- ¡Claro, nena... ahorita mismo! ¡A ver cuanto de guapo le has dejado...!


Raquel y Micael se metieron en el baño. Tardaron en salir una media hora. Jhoan y Salomé esperaban impacientes su salida triunfal para poder irse a descansar. Cuando Jhoan vio aparecer a su hermano en el salón, exlamó:

- ¡La leche, hermanito... si te has quitado diez años de encima! ¡Parece imposible!
- ¿A que estoy guapo?
- ¡Estás para quitar el hipo a cualquier mujer, Micael...! Exclamó Salomé. ¡Nenita, has hecho una obra de arte con tu marido!
- No es para tanto. Micael es guapo y muy atractivo, lo que pasa es que últimamente se había abandonado un poco. ¡Pero éste eres tu, mi amor! ¡Ven, mírate en el espejo!
- No necesito ningún espejo, princesa. Tengo que estar guapísimo para que haya tanta ilusión en tus ojos cuando me miras.
- ¡Huy... que tiernos están! Bueno hermanos, que somos multitud, os dejamos, necesitamos descansar del trote de hoy, y tú, Micael, tienes que trabajar. ¡Mañana será otro día!
- ¿Qué tienes pensado para mañana, hermano?
- Pues las chicas quieren dedicarse por entero a Serena. Harán dos viajes a Tel-Aviv. Estoy a tu disposición, hermano.
- Sería conveniente sacar todos los borradores nuestros del ático, clasificarlos y embalarlos por separado. Yo los estoy empezando a pasar a limpio.
- ¡Perfecto Micael, mañana lo hacemos... que descanséis!

- ¿Y tu mi amor...vas a quedarte como anoche conmigo?
- ¡Si soy tu inspiración...!
- ¡Sabes que sí...! ¿Pero tú que vas a hacer?
- Intentar acoplar aquellas dos notas musicales en las letras. ¡Y creo que ya se cómo! Huracán me ha dado la clave.
- ¿Ah, si.... y cómo lo ha hecho?
- Cuando ha relinchado, lo ha hecho en un sí menor en un tono más alto, y es exactamente la nota que yo andaba buscando...
- Ya te dije anoche, mi amor, que hoy lo conseguirías... ¡Lo que no me esperaba es que fuera un caballo la musa de tu inspiración!
- ¡Habéis sido los dos juntos! Cuando os veía cabalgar, miles de letras y sinfonías han venido a mi mente. ¡Creo que hay materia prima para otra cinta!
- “¡Y el Camaleón se reviste de naturaleza...!” Sigues teniendo el mismo corazón, mi amor...
- ¡Hombre, el mismo no... un poco más grande sí...!
- ¡Para mí sigues siendo mi querido Camaleón! Dime... ¿acaso yo no sigo siendo tu Jhasua?
- ¡No... que va... has mejorado mucho, mi amor! Eres más maduro, pero más guapo, más atractivo, más... es que no se qué es... pero no te cambiaría por él.
- ¿Ah no...?
- ¡No, mi amor! A El le llevo en mi corazón, pero a ti... ¡en todas partes!
- ¡No empieces... que tenemos que trabajar...!
- ¡Ah, si,si,si...tenemos que ser serios!  

Raquel se alejó de su marido y se acurrucó en el mismo sitio de la noche anterior con su cuaderno, lapicero y auriculares. Micael la siguió unos instantes con la mirada, sonrió y se metió de lleno en su trabajo.
              

 Las cuatro de la madrugada y Raquel, de puntillas, va hacia la cocina. Micael todavía está enganchado al ordenador.


- ¿Dónde vas princesa?
- A por una aspirina. Me duele mucho la cabeza.
- No la tomes mi amor. Nos vamos a la cama y te daré unos masajes en la cabeza y en el cuello que te dejarán nueva.
- ¿Quieres alguna infusión calentita?
- Si me acompañas tú, sí.  
 A los pocos minutos Raquel entraba en el salón con una pequeña bandeja y dos tazas de té caliente. Micael ya había cerrado el ordenador, y escribía una nota.

- ¿Qué anotas ahí?
- Les digo que nos despierten a las diez, también tenemos que descansar. Pero me da mucha pena, que tu, mi amor, pierdas tantas horas de sueño.
- Micael, quiero compartirlo todo contigo, hasta las horas de no dormir. ¡Quiero apurar contigo todo el tiempo del que disponemos!
- ¿No hay algo por ahí pendiente de que me cuentes...?
- ¡Huy... muchas cosas...! ¿Pero a cual te refieres?
- El sueño que te despertó ayer, ¿te acuerdas?
- ¡Ah, sí... y además fue precioso!
- Baja un poco la voz, mi amor... que éstos están aquí al lado, y no querría despertarles. ¿Me lo cuentas o qué?

- Pues mira, el sueño empieza cuando yo estoy en la habitación del ático, pero estoy sola, tú no estás. Yo estoy tumbada en la cama, y veo que una mujer, mayor, muy alta y corpulenta y con el pelo largo, está explorándome, como si se tratara de un control ginecológico rutinario. Noto mucho calor en mi vagina. Ella se incorpora, se limpia las manos con algo blanco y se acerca hasta mí, se inclina, me besa en la frente y me dice: “Felicidades, hija mía”.
Y ahí termina la primera parte. La segunda parte comienza cuando yo estoy en pleno parto. Nunca he parido, y tampoco he acudido en directo a un parto, no se ha dado esa circunstancia, sin embargo lo viví en primera persona, paso a paso, con los dolores pre-parto, post parto e incluso tuve a mi hijo en los brazos. Luego los médicos que estaban conmigo lo cogen y me ayudan a incorporarme en la camilla. Y ahí termina.


 Micael sonreía, y sus ojos chispeaban. Acarició a su mujer y exclamó en voz muy baja:
- ¡Felicidades, mamá! ¡Hemos tenido un hijo precioso! Dime... ¿cómo era el niño?
- Pues bastante grande para ser un recién nacido. Tenía la piel blanca, los ojitos azules y muy rubio... Pero mi amor... era un sueño... si no... ¿Dónde está nuestro hijo?
- Nosotros le dimos vida en el espíritu, y a través de tu sueño, nos ha revelado que ha decidido encarnar. Ahora tendrá la genética humana de sus padres físicos, y también nuestra genética espiritual. Siempre estará con nosotros, mi amor, no podremos disfrutar de él en el plano físico, pero lo sentiremos en nuestro corazón. Y no solo a él, sino a todos los que tengamos, que serán muchos.
- Mi amor, y él como nosotros... ¿habrá elegido el mismo camino?
- ¡No, mi amor! Nosotros nos entregaremos y se derramará nuestra sangre junto a la de muchos de nuestros hermanos dentro de cinco años. Luego habrá un periodo de siete años, en el que los que hayan quedado, seguirán con la misión de Amor emprendida, al término de la cual, también se verterá su sangre. ¡Pero será la última, mi amor! Y nuestros hijos heredarán la tierra ya purificada, y con su conocimiento, su amor, su justicia y su nuevo orden de valores, harán las nuevas naciones, el Nuevo Reino, la Nueva Tierra.
- ¡Ese niño, ese hijo que ha nacido, por narices tiene que ser precioso!
- ¡Lo es, mi amor!
- Sabes Micael... me apetecería muchísimo darle una nueva oportunidad al mundo del espíritu esta noche.

Y Micael se echó a reír, y Raquel le tapó la boca. ¡Que vas a despertar al patio en pleno!
- ¡Pero mira que eres... rebuscada! ¡Con lo sencillo que es llamar a las cosas por su nombre!
- ¡Muy bien, sabiondo... y cómo lo harías tu...!
- Pues por ejemplo: “mi amor... ¿quieres hacer el amor conmigo?”
- Demasiado cursi.
- ¿Cursi...? Dime, princesa... ¿quieres hacerlo?
- Mi amor, me muero de ganas... pero tenemos que descansar.
- Pero podemos estar un ratito pequeño...
- ¿Un ratito pequeño? ¡Eso no te lo crees ni tu! ¡Nos darían las seis de la mañana, y hay que levantarse a las diez! Además... es mejor que lo dejemos para el viernes a la noche...
- ¿Hasta el viernes? ¿Pero que te he hecho yo...?
- Mi amor, quiero cogerte con ganas, con pasión con ilusión... El viernes nos casamos y quiero que sea una noche especial.
- ¡Así que hasta el viernes, solo amigos y compañeros...! ¿Y qué hago yo entonces con el volcán encendido?
- ¡Pues lo apaciguas un poco en el ordenador!
- ¡Ven aquí, diablo... que eres un diablo...! ¿Los besos también están en cuarentena hasta el viernes?
- ¡No, mi amor... los besos no!  

Micael la cogió entre sus brazos y la besó.
Mi amor, vamos a dormir, que la liamos otra vez... susurró Raquel dejándose besar y acariciar por su marido.
- Sí, princesa, vamos a descansar... se nos avecinan días de mucho trabajo.




El miércoles se presentaba muy movido y activo. La nota que escribió Micael voló al suelo y nadie la vio, y Jhoan tocó diana en todas las puertas a la siete de la mañana. Y ya despiertos, se levantaron, aunque muertos de sueño. Se metieron en la ducha, y el agua fría los despejó totalmente.

Desayunaron con triple ración de café y programaron el día con todos.
Micael y Jhoan se pondrían a clasificar los borradores del ático, y cuando Saúl dejara libre ya a Serena, irían a limpiar los suelos y las ventanas recién instaladas. Raquel y Salomé harían dos viajes a Tel-.Aviv para ir trayendo paquetes y cajas del chalet. Y en el último viaje vendrían acompañadas por uno de los chóferes del vecino comprador con el camión lleno de muebles, electrodomésticos y alfombras que quedaban todavía allí. Y para entonces, Serena, tendría que estar totalmente preparada.


La operación de la mudanza quedó finalizada a las ocho de la noche. Todo esta metido ya dentro de la casa. Ahora solo quedaba la colocación de todos los enseres. Micael y Jhoan fueron con el chófer, Saúl y su hijo a un pequeño restaurante del pueblo, y les invitaron a picar algo. Cuando despidieron al camionero, volvieron a Serena y continuaron con la instalación.

Eran las doce y media de la noche, ya madrugada, cuando habiendo terminado con todo, se encontraban sentados en el jardín de la casa tomando las últimas cervezas. Raquel entregó a Saúl un talón con la cantidad acordada por los trabajos. Le había incluido un extra muy sustancioso por su interés y buen hacer, algo que agradeció enormemente el veterano albañil. Y se despidieron hasta la boda. Saúl había sido invitado con su esposa.

Aquélla noche se cenó muy tarde, pero se recogieron todos rápidamente. El jueves también iba a ser muy completo. Había que madrugar para ir de nuevo a Serena, abrir ventanas, hacer las camas para la noche y colocar cortinas. Sara, en casa, tenía que preparar las habitaciones para los invitados que irían llegando a lo largo del día, y luego marchar con las chicas a Jerusalén. Tenían que ir a recoger el vestido de novia e ir a la peluquería. Y por supuesto, dejar hecha la comida. Micael y Jhoan ayudaron a su madre. Más tarde irían a buscar a Marcos y al paquete al aeropuerto. Cuando terminaron de desayunar, Raquel se acercó a su marido y besándole le dijo:

- ¡Mi amor... anoche se me pasó... pero... gracias por la cama! Y Micael devolviéndole el beso le contestó:
- ¿Te ha gustado, eh...?
- ¡Sí, mi amor...! ¿Pero de dónde la has sacado?
- ¿Te acuerdas que el lunes, mientras estábais vosotras de compras, nosotros dos os esperábamos en la cafetería del centro comercial?
- ¡Sí, claro!
- Pues en esa hora y media que estuvimos esperando, la compramos. En la segunda planta vimos una tienda de colchones y muebles de dormitorio, y entramos, y no nos costó nada decidirnos. Dijimos: ¡esta es la más grande!
- ¿Pero cúando la trajeron? Porque cuando nosotras vinimos con el camión, ya estaba instalada en nuestra habitación.
- ¡Nada más marcharos vosotras! Terminamos de limpiar, y ya los teníamos aquí. Los que no podrán venir hasta el martes a la mañana, son los de las mesas metálicas de oficina. Pero como tampoco nos vamos a poner a trabajar hasta entonces, no hay ningún problema.
- Mi amor, ¿y por qué has elegido una tan grande? ¡A ti no te gusta nada!
- Pero tu necesitas espacio, princesa. Además, cuando quiera estar contigo, hecho el anzuelo, y en algún momento te dejarás pescar... ¡digo yo...!
- ¡Gracias, cariño! ¿Y qué vas a hacer ahora?
- Ayudaremos a mamá a preparar las habitaciones, y luego yo, antes de ir al aeropuerto, quiero sacar un ratito a Huracán.
- ¡Dale recuerdos de mi parte!
- ¿Vosotras os vais ya?
- Sí, antes de ir a Jerusalén con tu madre, tenemos que ir a Serena a preparar nuestra cama y el sofá para estos dos, y a ventilarla un poco, porque huele mucho a pintura.
- ¡Nos ha quedado una casita preciosa, mi amor! ¡Eres una artista!
- ¡Pues espera a verla a la noche con las plantas y las cortinas...!
- ¡Nena... qué...! ¿Pasamos ya?
- ¡Sí, ahora voy!
- ¡Hasta luego, familia!
- ¡Os espero arreglada para las nueve y media! Advirtió Sara a las chicas.

Recogieron el vestido de la tienda de modas y fueron hacia el instituto de belleza Polansky. Tenían turno las tres para las once. Salomé solo se dio un poco de color. Para la ceremonia no iba a cambiar de estilo. Llevaría su personal melena pelirroja. Raquel decidió cortarse el pelo. Se dejaría una melena por debajo de las orejas y se daría color castaño oscuro para taparse las cuatro canitas que asomaban por su flequillo. Su pelo es rizado, y con ese corte, le da un aire muy juvenil y lozano. El mayor problema lo tuvieron con Sara. Su pelo era blanco y largo, pero muy laceo. Siempre lo llevaba sujeto por detrás con una cinta. La peluquera intentaba convencerle que lo mejor era cortarlo, darle un buen estilo y un buen baño de tinte rubio. Sara accedía a todo, menos a que le cortaran su precioso pelo. Raquel habló con ella.

- Sara, el pelo largo, tal y como lo llevas, te hace muy vieja, y tu eres todavía muy joven. Eres una mujer de sesenta años y parece que tienes ochenta. Decídete a rejuvenecer. Ahora que tus hijos están en ello, no te quedes tú atrás.
- ¡Pero hija... una mujer de mi edad!
- Mi madre, cuando murió, tenía sesenta años como tú, y ella a tu lado parecía tu hija. Eres una mujer madura, no vieja, y tienes todo el derecho del mundo a embellecerte. Eres preciosa por dentro, y queremos que lo seas por fuera también. Porque dime, Sara... ¿tú cuando te miras al espejo, que ves?
- ¡Veo una mujer vieja y cansada, hija!
- Cansada sí, lo admito, pero vieja no. ¡Hazlo por tus hijos, Sara! ¿Te imaginas cómo se van a sentir al ver a su madre rejuvenecida? ¿Acaso no te sientes ahora joven con ellos?
- ¡De acuerdo, hija, espero que mi Josué, cuando venga a buscarme, me reconozca...! Exclamó Sara sonriendo a Raquel.
- ¡Seguro que se enamora de ti, otra vez! Y Raquel volvió a llamar a la peluquera. Ya tenía el camino despejado.



 Jhoan acaba de poner la mesa para comer. Micael, Marcos y David hablan animadamente tomándose una cerveza fría. Hacía mucho calor. Jhoan fue hacia la cocina para poner a calentar la comida y vio a través de la ventana que Raquel estaba aparcando. Salió rápido al salón y entre los tres ayudaron a David a esconderse en su habitación. Y no tardó mucho en abrirse la puerta.

- Marcos... ¿cómo estás...?  Raquel fue hacia él y le abrazó muy fuerte.
- ¡Hola, Dra. Reyes... enhorabuena...!
- ¿Qué tal el viaje?
- ¡Maravilloso, y muy tranquilo!
- ¿Podrás quedarte esta vez más tiempo, no...?
- ¡Sí, Raquel, no me perdería esta boda por nada en el mundo! ¿Pero qué te has hecho en el pelo?
- ¡Me lo he cortado! ¿Te gusta mi amor...? Preguntó ella dirigiéndose a su marido.
- ¡Me gusta mucho, sí, señor...!
- Marcos... nene... ¡dame un abrazo...!
- ¡Hola, Salomé... mi enhorabuena a ti también... ya me he enterado de que este zagal te ha echado el guante...! ¿Qué tendrán los hombres de Israel que no tengamos los españoles...?
- ¡Pues por las noticias que yo tengo, Marcos, tú fuiste el causante de todo!
- ¿Yo....? ¡A mí que me registren!
- ¿No fuiste tú el que me puso en contacto con Jhoan?
- ¡Pues sí... eso sí... no lo puedo negar!
- ¡Pues ahí empezó todo!
- ¿Raquel, dónde está mamá?
- La hemos dejado en casa de Efraim. Quería echarle un vistazo. Ahora viene. Marcos... he estado toda la mañana llamando a David, y no contesta... ¿qué raro no...? ¡Porque todavía no puede moverse de casa...! ¿No le habrá ocurrido algo?
- ¡Pero qué pesada eres, Raquel! Ya te he dicho cien veces que quizás se siente más fuerte y ha salido a darse una vueltecita... Exclamó Salomé.
- ¿Una vuelta de cuatro horas? ¿Por qué no le llamas ahora, Marcos...? Igual con mi móvil no he podido conectar con el suyo... estoy preocupada.
- No hay ninguna razón para que lo estés, Raquel. David está bien.
- ¿Ah, no... no tengo ninguna razón...? ¡Con amigos como vosotros, que me ocultáis cosas como la de David... no tengo por qué preocuparme... qué va....!
- Raquel, fue decisión de él el no llamarte. ¡No queríamos preocuparte!
- ¡Ese capullo asqueroso... si no le quisiera tanto...!

Y tras aquélla exclamación enfadada de Raquel, David abandonó la habitación y se presentó en el salón. Se puso a la altura de ella, por detrás, y exclamó, sobresaltando a Raquel:


- ¡Es la segunda vez que me llamas capullo asqueroso, y como no me des ahora un abrazo de los tuyos para compensar... me voy a enfadar seriamente!

 Raquel, al oír la voz de su querido amigo, se quedó perpleja. Se volvió bruscamente y le vio. Allí estaba su amigo del alma, apoyado en una muleta y con el brazo libre extendido esperándola. Raquel quiso ir hacia él pero no se atrevió. Ignoraba el estado físico de David y sus achuchones eran siempre algo fuertes.

- ¿David, puedo abrazarte sin cuidado?
- ¡Si no lo haces, no te lo perdonaré nunca!

Y ella, con cuidado, fue hacia su amigo y le abrazó. Fue David el que la apretó contra él, y Raquel se echó a llorar.

- ¡Vamos, Raquelita... que te pones muy fea cuando lloras! ¡Si sé que te lo vas a tomar así... no vengo!
- ¡No, si encima, cabeza buque... vas a tener tu la razón y todo...!
- ¡Pues claro que sí, como siempre... para eso soy el capi! ¡Y el abrazo que me has dado ha sido bastante descafeinado!
- ¡Me da miedo hacerte daño en el pecho, David!
- ¡Al pecho que le den morcilla! ¡Dame un abrazo como Dios manda!  

Raquel se volvió a abrazar a él intensamente, con fuerza. Después de su marido, era el hombre al que más amaba. Era su amigo del alma, su entrañable aunque incompatible compañero de trabajo y aventuras.

- David... ¡no sabes lo que significa para mí el que estés tú aquí!
- ¡Claro que lo sé, Raquel, por eso he venido!
- ¿Cuanto vas a quedarte?
- En un principio quince días.
- ¿Solo...? Salomé tiene que volver al hospital, pero tú... ya estás libre. ¿Por qué no te quedas un tiempo más...? ¡Aquí te recuperarás enseguida!
- ¡Ya lo hablaremos...!
- ¿Todos estaban al corriente de tu llegada, verdad?
- ¿Por qué lo preguntas, mi amor?
- Ya no lo pregunto. Lo afirmo. Sabía que me ocultabais algo, pero no me imaginaba que era esto. ¿Y Antonio y Juancho?
- Ellos si que no han podido venir, aunque lo han intentado. ¡Quizás más adelante...! Pero te llamarán mañana temprano.
- ¿Ya sabes que Jhoan marchará a Madrid con Salomé?
- Sí, ya me han puesto al corriente de casi todo. ¡Tienes como marido a un elemento fantástico!
- ¡Ya lo sé, como también sé que vais a hacer muy buenas migas los dos! Y Raquel volvió a abrazarse a su amigo.
- ¡Bienvenido, David... Shalom, amigo mío!


David se sentó en la mesa, y a continuación lo hicieron los demás. Sara estaba a punto de llegar y Raquel, dirigiéndose a todos, les advirtió:

- Sara ha cambiado totalmente de imagen. La que vais a ver aparecer es una mujer joven, dinámica y preciosa. Jhoan, Micael... ¡no la vais a reconocer! ¡Le ha costado mucho dar ese cambio, pero al final lo ha hecho por nosotros!
- ¿Pero la vamos a reconocer, o no...? Preguntó sorprendido Jhoan.
- ¡Claro que sí... pero no será la misma Sara que ha salido esta mañana por esa puerta¡

Y no habían pasado ni tres minutos, cuando Sara abrió la puerta de casa y entró en el salón. Todos quedaron perplejos, sobre todo los que la conocían. Aquel corte de pelo, al estilo garçon, con el color rubio de antaño, sobresaltaban sus ojos grandes y azules, y el pequeño toque de maquillaje que le habían dado, resaltaba su delicado perfil. ¡Estaba preciosa! Aquélla mujer aparentaba ahora cincuenta años. Su hijo Micael se adelantó y exclamó:

- ¡Mamá... estás preciosa...!
- ¿Os gusta, hijos?
- ¿Qué si nos gusta...? ¡Pareces una diosa, madre! Exclamó Jhoan.
- Bueno... bueno... dejemos el asunto de mi pelo y vayamos a nuestros invitados... ¡Hijos, perdonar...! A ti, Marcos ya te conozco, pero a ti, David, no...


Primero fue Marcos el que abrazó a Sara. Luego fue ella la que se inclinó y besó a David para evitar que éste se levantara.

- ¿Cómo estás hijo? ¡Ya veo que te hicieron un buen apaño!
- ¡Ya estoy bien, Sara... ahora solo tengo que tener paciencia... y tengo muy poca!
- ¡Es normal, hijo, eres muy joven! ¡Bienvenidos a Israel!
- ¡Shalom, Sara! Contestó sonriente David.


- Voy a cambiarme de ropa, hijos... ahora mismo vengo.
- Micael...
- ¿Sí, mi amor...?
- ¿Cómo has encontrado a Huracán?
- Estaba muy contento. Cuando me ha visto se ha puesto como loco. ¡Hoy le hemos dado fuerte! Esta tarde, cuando ya estén aquí Daniel y Josafat, iremos a verlo todos. Les encantan los caballos.
- ¿Qué habitación le habéis preparado a David?
- La de Jhoan, para que no ande por las escaleras. Hemos puesto otro colchón en la habitación para Marcos. Por una noche, que duerman los dos juntos.
- Mi amor... ven conmigo a la cocina. Quiero que me ayudes a bajar una vajilla del armario.
- ¡A la orden mi amor!



Cuando llegaron a la cocina, Raquel cogió a su marido a un lado, y en voz baja le preguntó:

- No hay ninguna vajilla que bajar, solo quería saber qué te ha parecido David.
- ¡Nos hemos reencontrado mi amor... somos mucho más que amigos!
- ¡Me imagino que algo raro habrá...! ¿Pero y él... cómo se ha sentido con vosotros?
- No ha parado de hablar de su trabajo, e incluso nos ha contado algunas de sus experiencias.
- ¡Buenó...! ¡Lo que no ha hecho nunca con nosotros! ¿Y le has dicho lo de la cita del viernes?
- ¡No, todavía no! Esta noche, después de cenar, me iré con él a pasear por la playa. Ya le he comentado, y le apetece mucho. Te lo digo para que las chicas no digáis de venir también. Quiero estar a solas con él.
- ¿Y Jhoan, no va a ir...?
- No. El se quedará aquí, con todos.
- ¿Y le vas a poner al corriente de todo?
- ¿Y si él lo hace conmigo?
- ¡Lo mismo me da! Pero no volváis muy tarde, mañana es la boda y tenemos que descansar bien todos.
- ¡Si, mi amor, no te preocupes!


Y apareció Sara. Las chicas comenzaron a servir los platos y empezaron a comer. La sobremesa fue larga, había mucho de qué hablar. David tuvo que tumbarse enseguida a lo largo del sofá del salón. Las caderas se le resentían mucho. Así que acercaron la mesa a dónde él y siguieron con la tertulia. Después de las infusiones y los cafés, todos los chicos siguieron hablando mientras Raquel y Salomé fueron hacia la cocina. No tardarían mucho en aparecer los otros dos invitados y había que preparar la cena para poder disponer de toda la tarde y disfrutar de ella.

Eran ya pasadas las seis de la tarde cuando se presentó Daniel. Como venía todo sudado del viaje, después de saludar a todos y felicitar a los esposos, fue a darse una ducha y a cambiarse de ropa. Una hora más tarde llegó Josafat. De nuevo los saludos, y una grata sorpresa. David y él se conocían. Empezaron la carrera de medicina juntos, en la facultad de Madrid. Cuando David se quedó rezagado en el segundo año, perdieron el contacto, y más tarde Josafat volvería a terminar los estudios a su país. David se emocionó al verle, pues era un hombre con el que conectó desde un principio. Este traía un regalo para los novios, un tapiz para su dormitorio hecho por su madre. Era realmente precioso. Una escena en la que Isis y Osiris, desde un balcón lleno de flores, contemplaban un atardecer.
Raquel lo cogió, lo extendió y lo admiró. Invitó a Josafat a que la acompañara a Serena y le ayudara a ponerlo en la cabecera de la cama, a lo que se apuntó David y Salomé. Este quería ver la casa. A su regreso fueron todos al picadero. Elías estaba a punto de cerrar, pero les recibió gustoso. Sacó a Huracán, y éste, sabiendo que era el foco de atención de todos los presentes, comenzó a hacer gracias y monerías, entre ellas, el tirarle al David, con la cabeza, la muleta al suelo, y en tres veces sucesivas. Estaba claro que al caballo no le gustaba ese artilugio.

- ¡Amigo Huracán...! ¿No te gusta verdad...? ¡Te comprendo amigo... a mí tampoco...!
- ¿David, quieres curarte?
- ¡Micael... eso ni se pregunta, compañero...!

Y mientras los demás quedaban mirando al precioso caballo, Micael, cogiendo de un brazo a su mujer y del otro a David, los apartó a un lado y dijo:

- ¿Realmente quieres curarte, David? Porque las molestias que tienes, pueden desaparecer.
- ¡Las molestias y dolores me importan un rábano! Lo que me desespera es el no poder hacer nada. Quiero trabajar, escribir, pero no puedo estar sentado más de diez minutos. Las dos horas de vuelo, han sido un infierno para mi cuerpo. ¡Pero habrá que tener paciencia!
- En ese caso... aquí tienes a la mujer que puede arreglarte, y que lo está deseando...
- ¡Mi amor...! ¿Pero qué dices...? Preguntó sorprendida Raquel.
- Raquel, ¿acaso no curaste la rodilla de Jhoan? David quiere curarse, y tú lo estás deseando más que nada en el mundo.
- ¿Qué me queréis decir... que Raquel puede dejarme como nuevo? ¿Desde cuando tienes ese privilegio?
- Se supone que lo he tenido siempre, pero no era consciente de ello, como de otras muchas cosas...
- ¡Raquel...!  

David se la quedó mirando. Guardó un prolongado y significativo silencio, y al cabo del mismo, cogiendo con su mano derecha el hombro de su amiga le dijo:
- ¡Estoy en tus manos, amiga mía! ¡Cuando quieras! ¡Cúrame!


Micael fue hacia su hermano y le comentó. Ellos tres iban a Serena y necesitaban estar solos. Acudirían un poco más tarde a casa. Una vez allí, Micael ayudó a David a desvestirse, y seguidamente se tumbó sobre la cama de ellos. Ella no iba a darle masajes. Se iba a limitar a pasarle sus manos por todo el cuerpo, poniendo en ello todo su corazón y el amor que sentía por su amigo.
Cuando vio su cuerpo, se estremeció, y Micael la miró serio. Se habían ensañado con él. Pero la mirada de su marido la animó a seguir y a vencer las emociones. Micael se colocó al otro lado de la cama cogiendo con sus manos la mano izquierda de David. Este cerró sus ojos y se relajó.

Raquel comenzó a sentir calor en su cuerpo. Su vientre ardía, su plexo solar estaba activado al máximo, y por sus manos salía fuego. Miró a su marido, y éste le sonreía. Acarició el rostro de su amigo y le dijo:

- David, ahora te voy a aplicar las manos en el pecho y en las caderas. Notarás mucho calor, es normal, pero tú tranquilo.
- ¡Adelante, Dra. Reyes...! Contestó él sin abrir los ojos.  

Raquel siguió. Sus manos temblaban, una fuerte energía salía por ellas, que parecía saber a qué zonas del cuerpo de David dirigirse. Raquel era consciente de que no era ella la que estaba actuando, sino su corazón, EL.  Y se entregó, y se limitó a ser un simple instrumento.
Por los gestos de David, éste estaba notando ya el impacto de la energía en su cuerpo. Se aferraba fuerte a las manos de Micael que seguían apoyándole.

- ¿Te duele, David? Le preguntó con voz baja Micael.
- No, dolor no... Pero el cuerpo me quema por dentro...


Raquel siguió unos minutos más, y empezó a sentir que sus manos se enfriaban y que su pecho y su vientre volvían a la normalidad. Hizo un nuevo pase con sus manos, pero esta vez acariciando el cuerpo de David, y tras depositar un beso en su cara, lo arropó bien y lo dejó relajarse unos minutos. David quedó profundamente dormido, y los dos salieron de la habitación y quedaron esperando en la sala contigua, la que iba a ser el despacho, el centro de trabajo. Estuvieron dando los últimos toques a la plantas, y pasada media hora, entraron de nuevo. David ya estaba saliendo de aquél sopor. Quedaron a su lado y observaron cómo, sin ayuda, se levantaba de la cama, se vestía y se ponía a andar con toda la normalidad. David quedó alucinado. Volvió a mirar fijamente a su amiga y luego a Micael, y dijo:

¿Me enteraré alguna vez de lo que está pasando?
- ¿Acaso no lo sabes tú ya, amigo mío...? Preguntó sarcásticamente Micael.
- Creo que tenemos que hablar.
- ¡Cuando tu quieras, David! ¿Qué te parece esta noche, cuando vayamos a la playa?
- ¡Cuánto antes, mejor! Ahora mi pregunta es: ¿puedo aparecer tan pancho, tal y como estoy, ante los demás?
- ¡No... mejor que no, David... sigue unos días más con la muleta... que no se note demasiado...!
- ¡Bien... ya veremos... como me harte mucho... la hago picadillo y me echo a correr!
Y David siguió dando pasos sin muleta. Se atrevió incluso a agacharse y hacer flexiones. No solo tenía las caderas nuevas, sino que el pecho lo sentía fuerte. Ya no había ni rastro de la lesión. Sin embargo, las marcas de su cuerpo, no habían desaparecido, y viendo la mirada de tristeza de su amiga le dijo:
- ¡No... esas no… amiga mía... esas irán siempre con nosotros. Son el sello de nuestra identidad! Y ahora, vamos para casa... nos están esperando.


Abandonaron Serena y se dirigieron hacia casa. David seguía apoyándose en su muleta.



Es ya la madrugada del viernes, cuando Micael, con sumo cuidado, abre la puerta de Serena y la vuelve a cerrar de la misma forma. Al lado, en el sofá cama, duermen profundamente sus hermanos. Va derecho al baño, que está dentro de la cocina, y sube luego, tanteando con sus manos, los quince escalones de la escalera de caracol que comunica con la planta alta. Se descalza y entra en su habitación. Raquel está ya dormida. Se sienta en la silla para descalzarse y ve una nota de ella sobre su almohadón. La coge, se pone cerca de la ventana y lee: “Cuando vuelvas despiértame, sea la hora que sea, besitos”. Y Micael se acercó a la cama y haciéndole cosquillas en la nariz, despertó a su mujer.


- Mi amor... ya estoy aquí… ¡ya ha regresado tu príncipe!  


Raquel, incorporándose, enciende la luz de la mesilla y consulta el reloj.


- ¡Micael, qué tarde andáis... son las cuatro de la madrugada! ¿Dónde habéis estado?
- ¡En la playa, mi amor!
- ¿Cinco horas por la playa? ¿Pero qué habéis hecho?
- ¡Hablar, y compartir... se nos ha ido el tiempo volando!
- ¿Estaba Jhoan despierto todavía? Porque ha estado esperándote leyendo hasta las dos, que es cuando yo me he subido...
- ¡No, ya estaba dormido!
- Micael, cariño... estás helado.
- Pues no hemos pasado frío en absoluto.
- ¡Venga, métete ya en la cama!
- ¿Es que no quieres que te cuente?
- ¡Sí, pero en la cama! Estás totalmente helado, y hace frío en la casa.
- Espera, que ya voy.

Micael se desvistió rápidamente y se metió. Al contacto con el cuerpo de Raquel, y de las sábanas calientes, se percató de lo frío que tenía su cuerpo.

- ¡Pues es cierto, me había quedado frío! ¡Qué bien se está aquí!
- ¿Y David...qué tal?
- Muy bien. Le he acompañado a casa, y Marcos todavía estaba levantado esperándole.
- Bien, y cuéntame... en cinco horas... ¿de qué habéis estado hablando?
- Al principio sí, hemos estado hablando, pero luego hemos sentido, más que otra cosa. Ha habido muchos momentos en los que nos hemos comunicado en silencio. He empezado hablando yo, y me he desnudado por entero ante él. Le he hablado muy claro desde el principio. El me escuchaba atento, pero para nada se dejaba llevar por ningún tipo de emoción, aunque yo sentía a su corazón bombear peligrosamente. Yo entonces le dije: Siéntate y relájate, que no quiero tener un caso de infarto. Se rió, nos sentamos en la arena y como respuesta él empezó también a hablar, desnudándose por igual. Ha sido mucho más fácil de lo que yo creía...
- ¿Pero de qué habéis hablado?
- Yo le he contado mis experiencias, y él a mí las suyas, y lo único que te puedo decir es que su vida y la mía no son para nada paralelas... ¡Son la misma! Experiencias parecidas, conocimientos complementarios, los dos somos conscientes de nuestro origen y de nuestra identidad. Lo único que nos faltaba por hacer era reencontrarnos y seguir juntos. Incluso también sabía su fin, lo que ignoraba era cuando. Sabía que ese final lo compartiría contigo y con otro hombre más, por eso cuando decidiste venirte a Israel, se inquietó y lo pasó muy mal. Y cuando Marcos le dijo que te habías casado con un tipo maravilloso, pero muy raro, le salieron las antenas periféricas y las que llevaba más adentro. El ha venido a la boda sabiendo que algo iba a acontecer.
- Y sabiéndolo... ¿por qué no lo hablo antes conmigo?
- Es la misma pregunta que ha hecho él respecto a ti. Y como a él te digo lo mismo, mi amor, ¡porque no era el momento! Probablemente si lo hubierais hecho, se habrían precipitado los acontecimientos o se habría puesto en peligro nuestro trabajo. ¡El Padre sabe lo que hace!
- ¿Y David... quien es? ¿Quien es para ti?
- ¡Un hermano muy querido!
- Es por lo que en el libro te refleja a la perfección, según tú...
- Sí, él conocía entonces aspectos de mí desconocidos para el resto de la gente.
- ¿Con ese “entonces” te estás refiriendo a la época de Jhasua y Camaleón?
- ¡Sí, mi amor... pero tu no le llegaste a conocer intensamente, solo de pasada!
- ¿Y... no será por casualidad Jhoanam del Desierto... tu primo, el que vivía con los esenios?
- ¡El mismo!
- ¡Así que David es Jhoanam el Bautista, tu primo!
- ¡Mi hermano! Pero eso pertenece al pasado, mi amor. Las personalidades han caducado.
- Lo sé, Micael, pero es una forma de centrarme un poco. Dime, mi amor... tú y David... ¿qué tipo de trabajo vais a desempeñar?
- Lo tenemos que hablar, Raquel. Los dos nos sentimos profundamente, pero tenemos que conocernos mejor. Pero supongo que trabajaremos juntos. El tiene mucha personalidad, magnetismo, es líder por naturaleza, y creo, pero es una simple suposición, que él será el rostro de nuestro Plan, y nosotros los que trabajaremos en el anonimato. ¡Pero ya sabes que EL es el que tiene siempre la última palabra!
- Bueno, dejemos el tema de David. Ya habrá tiempo de seguir hablando, y con él, para variar. ¿Ya has entrado en calor?
- ¡Sí, mi amorcito...! ¿Habéis hecho algún plan para mañana?
- La ceremonia es a las 12,30, y como está todo hecho, no es preciso madrugar. En casa de tu madre se levantarán a las 10. Salomé y Jhoan pasarán a las 9,30, pues tu madre se ha empeñado en hacer mañana para desayunar chocolate con pan tostado, y cuando esté el desayuno a punto, nos llamarán para que pasemos. Luego tú te quedarás allí para vestirte y yo me vendré aquí con Jhoan y Salomé a vestirme yo.
- ¿Pero es que no vamos a salir juntos hacia la sinagoga?
- ¡Pues no, mi amor...! Tú irás primero y me esperarás en la puerta a que yo vaya.
- ¿No me darás plantón, verdad mi amor?
- ¿Tú qué crees?
- ¡Por si acaso me llevaré la caña de pescar! Jajaja
- ¡Qué graciosillo eres!
- Mi amor... ¿seguimos estando en cuarentena?
- ¡Hasta esta noche! ¿Por qué lo preguntas?
- ¡No, por nada...! ¿Y si nos dormimos ya?
- ¡Sí, es tarde...!

 Micael besó a su mujer, la abrazó y ambos se quedaron en silencio. Ella sentía a su marido al rojo vivo. Sentía sus palpitaciones aceleradas, su temblor de vientre, pero él no decía nada... y ella estaba deseando tenerle. Así que mandó la cuarenta a tomar viento fresco, y comenzó a acariciar a su marido, a besarle...

- ¿Y esto qué quiere decir, mi amorcito...? ¿Tú tampoco puedes esperar, eh?
- ¡Contigo es imposible, mi amor!

Y él la abrazó, la besó y una vez más sus cuerpos se fundieron. Hicieron el amor, jugaron con él, y como niños entusiasmados habrían seguido, sin tiempo, sin prisas... pero eran ya las seis de la mañana, y a las diez había que ponerse en marcha de nuevo, y aquél día prometía ser especialmente movidito.

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