sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: CAPITULO 27.- BAJO LA GRAN TORMENTA


La vida cotidiana y sencilla volvió a reinar en las dos casas. Lo siguiente que hicieron fue llamar a los amigos para comunicarles su regreso. Por parte de ellos no había ninguna novedad. Micael habló con Daniel sobre el tema de los enfermos, la casa donde los tenía instalados y los problemas que tenía él con el pueblo por la presencia de los mismos. Le comentó lo que ellos habían planificado y las alternativas posibles. El tiempo apremiaba a Daniel, le habían dado un plazo de quince días para que los sacara de allí, en caso contrario, quemarían la casa con todos ellos dentro. Así que quedaron en verse en Haifa al día siguiente.

Para tener algo concreto, Micael y Jhoan fueron a ver las dos casas que estaban en venta y a ponerse en contacto con sus propietarios. El problema era que vendían las dos casas o ninguna, puesto que ambas, junto con los terrenos de alrededor, pertenecían a un mismo propietario, y se quería deshacer del bloque completo. Las casas eran muy viejas. Aunque los cimientos estaban en perfectas condiciones y su construcción era muy sólida, la marquetería y el suelo, que era de madera, estaba podrida. Tenían muy buen precio, pero habría que invertir muchísimo.

Los terrenos que circundaban las casas estaban totalmente abandonados, pero con cuidados podrían convertirse en huertos y jardines. La ventaja que había en ser el propietario de todo eso, es que era una zona particular muy aislada, porque aunque estaba a cuatro Km. del pueblo, estaba muy alejada de la costa. Por ello no habían sido vendidas en mucho tiempo.
Micael quedó en volver con los propietarios dentro de dos días, con una o con otra determinación.
Una vez en casa, comentaron lo visto y hablado con las chicas y David. Hicieron cálculos, y con el precio de la finca y lo que habría que invertir en hacer habitable al menos una de ellas, superaba la mitad del dinero que había en la cuenta del banco.


- Es mucho dinero... pero hay que hacerlo.
- Raquel, antes hay que hablarlo con Daniel. Todavía tenemos que oírle a él.
- David, se perfectamente lo que va a decir. Si no saca a esos enfermos de allí, los matarán, y si tiene que dejar su trabajo como médico del pueblo, lo hará sin vacilar. Además... se me está ocurriendo que... Jhoan... ¿tú llegaste a ver la casa de mis padres?
- Bueno, un día fuimos a una casa del centro de Madrid a por varios documentos, y me dijeron que la utilizabais de vez en cuando...
- ¡Sí, esa es! ¿Y qué te pareció?
- Pues que era una casa antigua, pero enorme, parecía un palacete.
- ¡La casa ideal para dividirla en dos! Una parte para la asociación y la otra para hacer vida allí cuando viajemos a Madrid. ¿No te parece?
- ¡Pues no sería mala idea...! ¿Pero y la casa de tus tíos del Escorial?
- Aquélla es más pequeña, pero debido a la zona privilegiada en la que está, vale millones... una fortuna. Ya en vida de mis tíos quisieron venderla para dejarme a mí el dinero, mejor que la casa, pero yo no quise. Y ya entonces les ofrecieron 150 millones de pesetas.
- ¿Piensas venderla?
- ¡Ahora necesitamos invertir, chicos, Daniel nos necesita!
- Pero aunque vayamos contra reloj, aunque Saúl empiece mañana mismo con una de las casas, necesitaría más de quince días, Raquel. Esas casas son tres veces más grandes que Serena, y están en peores condiciones. Y ellos solo tienen quince días de plazo.
- ¡Pues que se acomoden en una de las nuestras! Ahora solo tiene ocho enfermos.
- Raquel, esta es la más grande, y aquí cabrían perfectamente, pero estamos rodeados de vecinos. La ideal sería Serena, aunque es mucho más pequeña. Está al final del pueblo y bastante apartada. Incluso si se bañaran en el mar, tampoco serían vistos.
- ¡Pues que vengan a Serena! ¡Ya se les acomodará en condiciones! Daniel que estuviera con ellos allí hasta que estuviese la suya preparada, y nosotros vendríamos provisionalmente aquí.
- ¡Mi amor, en tres minutos has solucionado varios problemas a la vez... eres un portento de la naturaleza!
- Bueno... la verdad es que he estado haciendo planes sin contar contigo... ¿a ti qué te parece..?
- ¡Excelente!
- ¿Pero excelente el qué... cual de las alternativas que he expuesto?
- ¡Todas! ¿Acaso se pueden mejorar? ¡Si alguno de nosotros tiene una alternativa mejor... que lo diga! ¿No decís ninguno nada?
- ¿Para qué., hermano...? ¡Apoyamos la idea! Contestó Jhoan.
- ¿Y tú, David?
- ¡No hay otra mejor, así que... adelante! Lo que sí quiero recordaros, hermanos, es que nuestro trabajo es otro, y tenemos que volcarnos en él. Le proporcionaremos a Daniel todos los medios de los que disponemos para echarle una mano, pero es su trabajo, no el nuestro.
- ¡Lo tenemos muy claro, David, pero gracias por tu recordatorio, hermano! Exclamó Micael sonriéndole.
- Y ahora que hemos hablado del trabajo... ¿qué os parece si comemos algo y nos ponemos a trabajar? Llevamos mucho retraso.
- ¿Pero dónde trabajaréis, aquí o en Serena?
- Lo más urgente es descodificar, samurai, y eso lo haremos David y yo en Serena recluidos. Necesitamos mucha concentración, y aquí con todos, nos distraeremos constantemente.
- ¡Como queráis!
- Preparamos entonces la comida, y luego, que cada cual, se entregue a sus trabajos.
- ¡Perfecto, Salomé! Exclamaron todos.


Comieron, recogieron y David, Micael y Raquel se fueron hacia casa. Se pusieron a trabajar, pero debido al calor asfixiante que hacía, no podían concentrarse. Como no tardaría en refrescar un poco, lo dejaron, cogieron una cerveza y bajaron al jardín. La noche venía muy larga, ya que estaban decididos a pasarla trabajando. Raquel estaba al lado del árbol, en cuclillas. Micael fue donde ella, se agachó y observó lo que estaba haciendo.


- ¿Estás haciendo penitencia, mi amor?
- ¡No, Micael, voy a darle un digno final a esta astilla!
- ¿Vas a enterrar al fin tu tesoro?
- ¡No, mi amor, voy a quemarlo! Hace unas horas nuestros corazones han dado una orden, y por mi parte ha habido seguridad y mucha convicción. Si yo ahora guardara bajo este árbol esta reliquia del pasado, sería una hipócrita. Lo mismo que deseo para el mundo, lo quiero para mí. ¡Voy a destruirla!
- Princesa... ¿me permites que sea yo quien lo haga?
- ¡Claro...!

Y Micael, cogiendo con su mano izquierda la astilla, la apretó con fuerza, y volviéndola a abrir, acercó la llama del mechero y la prendió fuego. Mientras se consumía la astilla, Micael en voz alta, y con profundidad, exclamó:
- ¡Es mi voluntad, que como esta astilla, se consuma en el fuego todo vestigio y testimonio de mi presencia en el mundo, porque el que crea en el Amor, creerá en mí también, y el que no crea en el Amor, ni tan siquiera creerá en sí mismo!

La astilla seguía ardiendo, pero la parte que estaba manchada de sangre, no parecía consumirse. La mancha, al contacto con el fuego, se había extendido y duplicado en tamaño. Por fin el fuego consiguió morder aquél trozo de madera, pero inesperadamente, cogiendo a Raquel por sorpresa, de entre la llama salió una rosa roja, y ésta se apresuró a cogerla para que no se consumiera. Cuando la tuvo en sus manos, miró a su marido y éste la contemplaba con ojos cargados de amor y de infinita ternura.

- ¡Ya ves, mi amor, esa sangre se ha negado a perecer, porque está muy viva, y quiere que tu la poseas y la ames!
- ¿Y no se marchitará nunca, mi amor?
- ¡Mientras tu corazón palpite, ella nunca morirá!
- ¡Gracias, mi amor, por este regalo! Y Raquel abrazó a su marido como nunca.

- Raquel, nos esperan días de duro trabajo a David y a mí. Voy a estar más tiempo con los libros y con el ordenador que contigo, pero no olvides que te quiero con toda mi alma, y aunque aparentemente no te mire, y a veces te ignore, sé que estás a mi lado, y me da fuerza para seguir trabajando.
- Micael, ya estoy acostumbrada a ver trabajar a David, y tú, me da que eres peor que él. Solo os pido que os dejéis cuidar.
- ¡Naturalmente Raquelilla, ya sabes que me encanta! Exclamó David que se había acercado a ellos y había oído el comentario de ella. ¡Nunca se me olvidarán aquéllos momentos en la tarde y en la noche, cuando tú entrabas en mi habitación donde siempre estaba enganchado en el ordenador, con una taza de café recién hecho! ¡No sabes lo entrañables que eran para mí esos momentos!
- ¡Pero si siempre que entraba refunfuñabas...!
- ¡Porque he sido un estúpido, Raquel! ¡Durante veinte años has sido una compañera y una amiga maravillosa! Hermano... ¿puedo besar a tu mujer?
-¡Puedes, hermano... tu la viste primero...! Pero…eso si se deja y no te muerde, jajaja. Exclamó Micael riéndose.


Y David abrazó con toda su alma a Raquel y la besó en la frente y en la mejilla. Y ella se puso como un flan, y las emociones amenazaban con salir como torrentes de lágrimas, y no estaba por la labor. Así que después de besarles a los dos, exclamó:

- ¡Y ahora a trabajar, que si vosotros vais con retraso... yo también ando un poco colgada!
- ¿Vas a componer?
- ¡Sí, David, y si me dejáis, me gustaría estar con vosotros en el despacho! Desde el ventanal se ve maravillosamente el mar.
- ¡Si no haces ruido...!
- ¡Es súper silenciosa, hermano, te lo digo porque ya lo he comprobado! Se aísla con sus auriculares, su lápiz y su cuaderno, y deja de existir para el resto del mundo.
- ¡Natural... es que me voy a otros!
- ¡Pues si ya estamos dispuestos, a trabajar!



Daniel había llegado temprano. Eran las ocho de la mañana y ya estaba desayunando con ellos. David y Micael habían estado trabajando toda la noche. Traía noticias muy frescas, por ello llamaron a Jhoan y a Salomé para que pasaran lo antes posible.
A la una de la madrugada, cuando Daniel se disponía retirarse a dormir, se tomo un té y conectó el televisor para ver las últimas noticias del día o las primeras, como era su costumbre. Lo que escuchó y vio fue de tal calibre, que sin dormir, hizo los preparativos y se puso en camino hacia Haifa.

Aun así le había costado venir cinco horas. Se armó tal altercado, que la entrada y salida de las ciudades quedaron bloqueadas. Y ellos sin enterarse de nada. La noticia era que, de madrugada, se oyó un gran estruendo en Hermón. La tumba de los Patriarcas, el Haram al Jalil, como lo llaman los musulmanes, se había derrumbado. No había quedado intacta ni una sola piedra. El gigantesco monumento funerario levantado por Herodes el Grande hace dos mil años, sobre la cueva de Macpela, había quedado convertido en tierra y polvo.

El pánico y la desesperación habían hecho mella en la población. Había sucedido como en la Esfinge y en la Gran Pirámide, días atrás. Mientras tomaban el desayuno pusieron la televisión, y en todos los canales la misma noticia. Los ánimos estaban muy alterados, pues lo palestinos más radicales habían empezado a hacer correr rumores de que habían sido los judíos los causantes de tal desgracia, y los altercados se multiplicaron en todas las provincias.
Micael contó a Daniel lo que había ocurrido de verdad, y éste quedó perplejo, pero cuando reaccionó se alegró, y aunque un poco tarde, él también exclamó: ¡QUE ASI SEA!

Iban a desconectar el televisor para ponerse a hablar del asunto que le había llevado hasta allí, cuando una noticia urgente de última hora les mantuvo expectantes:

“A LAS 7 Y MEDIA DE LA MAÑANA, MOMENTOS ANTES DE QUE EL MURO DE LAS LAMENTACIONES COMENZARA A RECIBIR LAS VISITAS DE TURISTAS Y DE FERVIENTES JUDIOS, Y ANTE LA MIRADA ATONITA E IMPOTENTE DE LOS MILITARES QUE LO CUSTODIABAN, SE DESMORONO, QUEDANDO REDUCIDO A TIERRA Y A POLVO”.

- ¡Que el Cielo nos proteja, Micael, ya no hay vuelta atrás! Exclamó Daniel mirándole fijamente.

No había terminado todavía de hablar Daniel, cuando el móvil de David sonó. Este fue de inmediato a cogerlo. Estuvo varios minutos hablando, y por el tono de su voz, todos quedaron en silencio. Pero como David siempre se expresaba por teléfono con monosílabos, no pudieron entender nada. Cuando éste cortó la llamada, fue hacia ellos con el semblante serio, pero al empezar a contarles, no pudo contener la risa, y se echó a reír. Cuando se calmó un poco, respiró profundamente y con aire más serio y también preocupado, les informó:

- ¡Disculparme, muchachos, pero no he podido evitarlo! Era Juancho, llamaba para darnos las dos noticias de última hora en Europa, y para recomendarnos que de aquí en adelante, tengamos unos días la radio constantemente conectada.
- ¡Pero suéltalo de una vez, David... no nos tengas en ascuas! Exclamó Salomé.
- ¡La catedral de Turín se ha prendido fuego, y nada de lo que había dentro se ha salvado! No ha habido víctimas. Anoche hubo una tormenta muy fuerte y un rayó la fulminó. De nada sirvieron los para rayos de la catedral y alrededores.
- ¿Y el sudario... qué ha pasado con él? Preguntó Salomé.
- ¡Pues que ha dejado de existir, hermana! Pero eso no es todo. A la vez que la catedral se prendía fuego, todas las réplicas del sudario, que por lo que han dicho en los medios de comunicación son más de treinta, se han quemado igualmente. Y la segunda noticia, y confieso que me alegra particularmente, es que la Basílica de San Pedro y todo lo que le rodea, ha perecido. ¡Ya no existen! Todas las obras de arte, los tesoros, los archivos... todo ha quedado reducido a cenizas, incluyendo todo el material que estaba guardado en los subterráneos. Por ello,  los especialistas en este tipo de siniestros, están desconcertados. Y sin ninguna víctima, ni un solo rasguño en nadie.
- ¿Pero se ha derrumbado o se ha quemado?
- Juancho me ha dicho, que según las noticias de última hora, primero fue el derrumbe, y que después un rayo lo remató todo. Sobre Italia hay una profunda borrasca y tempestad, y las tormentas están siendo muy fuertes.
- ¡Sí, las tormentas, ya...! Exclamó Salomé sarcásticamente.
- ¿Pero de qué os sorprendéis? ¿Acaso no sabíais que iba a suceder? Preguntó Micael serio.
- ¡Sí, hermano, claro que sí, pero no tan pronto, y todo a la vez! Respondió Jhoan. ¿Pero tú ahora por qué te nos pones tan serio? Todo esto es para bien... brusco, sí... pero hará reaccionar al ser humano, al menos le obligará a preguntarse qué es lo que está pasando, y por qué una mano invisible les golpea donde más les duele: en el fanatismo, en la dependencia y...
- ¡Sí, Jhoan, hicimos bien... de ello no tengo ninguna duda, pero intuyo que hemos acelerado el Plan!
- ¡Nosotros no, Micael, las circunstancias! Ya empezó todo a acelerarse cuando nos vimos obligados a decidir sobre La Piedra Esmeralda. - ¡Nosotros no elegimos el momento, él se nos presentó! Exclamó David mirando fijamente a su hermano y cogiéndole fuertemente del brazo.
- ¡Ya se, David, todos los sabemos... pero me preocupa esta aceleración!  Mi corazón está tranquilo, pero yo estoy bastante inquieto. Pero dejemos ya este tema. Si sucede algo más ya nos enteraremos. Ahora hablemos con Daniel y luego a trabajar, que es lo nuestro.


No era frecuente ver a Micael tan preocupado. Por ello, sin hacer más comentarios, terminaron de desayunar y trataron el tema de Daniel. Concluido el asunto, Daniel pasó con Jhoan, Salomé y Raquel a casa de Sara, y ellos dos se quedaron trabajando en Serena. Los demás fueron a ver las casas en venta, para que Daniel se hiciera una idea del plan.

Ya en Serena...


- Micael... ¿te ocurre algo hermano...? No te veo centrado, y me distraes a mí... ¡Así no podemos seguir trabajando! ¿Quieres que lo dejemos? Preguntó preocupado David.
- ¡Lo siento, David, pero es que... tengo una angustia terrible!
- ¿Pero por qué...?
- Siento mi corazón como un volcán en erupción, pero muy preocupado a la vez, presiento que...
- Qué algo va mal... ¿es eso lo que sientes?
- ¡Las cosas van como tienen que ir, hermano, no somos los artífices, sino simples instrumentos, pero presiento que se están acelerando las cosas vertiginosamente!
- ¡Tu mismo lo has dicho, Micael, somos instrumentos de la voluntad del Padre! ¡Déjale hacer a E!
- ¡Espérame un momento, David, voy a llamar a Jhoan!

Y Micael cogió el móvil y llamó a su hermano.
- Jhoan, soy yo... acércate por favor al jardín, y échales un vistazo a las flores que germinaron de las semillas que plantó Raquel, ¿sabes a cuales me refiero? Sí... a esas, a las negras salteadas de blanco y amarillo... ¡Sí, te espero...!  

Micael esperó inquieto a que su hermano volviera con la respuesta. Y no se hizo esperar mucho. El rostro de Micael se estremeció.
- ¡Gracias, samurai... no sabría decirte el por qué, pero es motivo para preocuparse! Esperemos acontecimientos.  Y Micael desconectó.

- ¿Qué ha pasado, Micael?
- ¡Las flores se están secando! ¡La Piedra Esmeralda se está muriendo, hermano!

Acababa de hablar con David, cuando Daniel, Raquel y Salomé entraban por la puerta del salón.

- ¡Chicos, bajar enseguida, Raquel está mal, algo le pasa...!

Y los dos bajaron como el rayo las escaleras de caracol. Daniel había tumbado a Raquel en el sofá. Estaba inconsciente.

- ¿Pero qué ha pasado? Preguntó angustiado Micael.
- Estábamos mirando las casas cuando de repente se desvaneció. Exclamó Salomé.
- ¡El pulso lo tiene normal... en realidad está como dormida! Advirtió Daniel.
- ¡Está ausente, amigos... habrá que esperar! Confirmó David.


Micael se quedó sentado en el suelo, mirando sin parpadear a su mujer y cogiéndole fuertemente de las manos. Los demás se sentaron alrededor esperando en silencio nuevos acontecimientos. Al cabo de unos minutos, reaccionó. Su vuelta a la consciencia fue del todo normal. Se incorporó y se sentó, pero su rostro estaba tenso.

- ¡Princesa, de nuevo estás con nosotros... me has preocupado!
- ¡Y es para estarlo, hermanos! He estado con nuestros Hermanos. Tenemos que ir rápidamente a la gruta de la cala. Van a precintar el acceso a ella. Tenemos que coger toda la información, sin olvidarnos de lo que hay en los ordenadores, nuestra documentación, todo lo que pueda identificarnos y abandonar nuestras casas. ¡Estamos en peligro!
- ¿Pero no te han dicho nada más?
- ¡Nos darán más información allí, pero cuando hayan precintado la entrada a la gruta! ¡Tenemos que dejar todo esto ya! Gritó Raquel angustiada.
- Micael, tu y Raquel quedaros aquí y extraer toda la información que hay metida en los ordenadores. Yo voy a casa de Jhoan con Salomé para hacer lo mismo. Mientras ve llamando a Jhoan y que vaya haciendo algo.... ¡rápido! y tu Daniel, quédate aquí y ayúdales!


Y salieron corriendo hacia casa. Micael y Raquel fueron hacia los ordenadores y destruyeron toda la información que habían metido en días anteriores. Cogieron todos los borradores y documentos que pudieran ser identificativos.

- Daniel, por favor, arriba, en nuestra habitación, hay una rosa en un jarrón con agua. ¡Bájala!
- ¿Te la vas a llevar mi amor?
- ¡Se que ya no volveremos nunca a nuestra casa, y no quiero dejarla aquí! ¡Vendrá siempre conmigo!
- ¿Es está Raquel?
- ¡Sí, Daniel, gracias, hermano!
- ¿Es todo lo que cogemos?
- ¡No necesitamos más, Daniel, además... no hay tiempo!


Abandonaron Serena y se dirigieron hacia la cala. Ni siquiera miraron hacia atrás para despedirse de su casa. Micael se paró un momento, y sin volverse, y con lágrimas en los ojos exclamó: ¡Que seas feliz, Huracán... amigo... mi corazón cabalgará siempre contigo! Y dicho esto echaron a correr. A mitad de camino se encontraron con David, Jhoan y Salomé.

- Micael... ¿qué pasa...?
- ¡No lo sé, Jhoan, cuando lleguemos a la gruta tendremos más información!
- ¡Eh, muchachos, mirad... allí en el pueblo hay un gran alboroto! Exclamó Salomé señalando hacia abajo.
- ¡La leche, son militares, y no sé por qué me huelo que vienen a por nosotros! ¡Vamos, deprisa...! Gritó David arrastrando a todos a una acelerada carrera.

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