sábado, 1 de agosto de 2015
En el silencio del desierto: CAPITULO 3.- ENCUENTRO EN EL MAR
Había pasado ya una larga media hora del tiempo estipulado por Jhoan, y Raquel se sentía inquieta. Tenía sensaciones extrañas, emociones que la recorrían desde los pies hasta la cabeza. Parecía que su mente, su corazón y su alma estuvieran reunidos intercambiando algo que se le escapaba a ella. Inquietud, ilusión, alegría, sensación de vacío, de plenitud… ¡vaya contradicción!
Ya había preparado su pequeña maleta con lo más imprescindible para el corto fin de semana. Salió a la terraza y se quedó mirando al mar.
No podía parar quieta. Volvió a entrar al salón a repasar los paquetes del embalaje pendientes de abrir, y cuando se disponía a hacerlo, sonó su móvil.
- Sí, hola…
- Raquel, soy yo, Jhoan, el Tenorio. Raquel se echó a reír.
- Ya estaba impaciente, ¿todo está bien?
- ¡Todo perfecto! Micael y yo estamos en el coche, y en tres cuartos de hora estamos en tu casa. ¿Qué, estás animada?
- Yo sí, pero te recuerdo que el toque de queda es a las siete de la tarde, y como no hayáis llegado a Jerusalén para entonces, no lo vais a tener nada fácil.
- Te llamamos precisamente desde aquí. Hemos hecho un alto para tomar un café. Luego, de camino a Haifa, cenaremos algo, ¿te parece bien?
- Estupendo. ¿Cómo está tu hermano?
- ¡Agotado, pero por lo demás muy bien! Ya le he contado nuestro encuentro, y tiene muchas ganas de conocerte. ¿Quieres hablar con él? le tengo aquí, al lado.
Ante la pregunta inesperada de Jhoan, Raquel se puso muy nerviosa. No entendía aquélla reacción por su parte, pero como siempre, supo salir airosa de la situación.
- Prefiero hablar con él cuando le conozca personalmente.
- Como quieras. ¿Ya te has preparado el cepillo de dientes?
- Si, todo listo.
- Enseguida nos vemos. ¡Shalom, Raquel!
Raquel desconectó el móvil y sus manos temblaban. Se sentó en el sofá e intentó tranquilizarse. ¿Qué era lo que su corazón sabía que su razón no era capaz de comprender?
Volvió a salir a la terraza, respiró profundamente e intentó acaparar toda la brisa del mar en su pecho y en su vientre, y un pensamiento, salido de lo más profundo de su corazón, voló hacia el Infinito: “¿Qué me tienes preparado, mi Amor, para que todo mi ser esté vibrando así?”
No fueron 45 minutos, sino al cabo de una hora cuando Raquel oyó el claxon de un coche. Comprobó que eran los dos hermanos Jordan. Jhoan le hizo señas para que bajara, pues la puerta de acceso al complejo particular estaba cerrada.
Ella bajó, pero cuando estaba a punto de ganar la puerta de entrada, éste la estaba esperando. Un vecino que salía con su coche, les había facilitado la entrada. Micael seguía al lado del vehículo, esperando una señal indicativa de Raquel para aparcarlo. Mientras hacía esta operación, Jhoan le preguntó:
- ¿Estás nerviosa?
- Pues un poco sí, la verdad. Tu hermano, ¿crees que viene decidido a examinarme?
- Raquel, no me digas que es por eso…
- Sí, ya sé que es un poco infantil, ni yo misma me reconozco, pero sí, es tu hermano el que me inquieta.
Y Jhoan sonrió. Le pasó su brazo por los hombros y le dio un entrañable achuchón.
- No te preocupes, viene pacífico. Cuando le hablé de ti y de tu interés por colaborar con él, se le iluminaron los ojos, y por primera vez en mucho tiempo ví a mi hermano sonreír, pero de verdad, con esa sonrisa que sale del corazón, y no con la que lleva siempre en su rostro para los demás. ¿Qué, te imaginabas a mi hermano así?
- Jhoan, si le he visto un segundo y de lejos... Solo se que es muy alto y que parece más moreno que tu.
- Físicamente mi hermano ha salido a nuestro padre, que era egipcio. Yo he salido a mamá, con piel blanca, ojos azules y cabello rubio, aunque ella lo es más que yo.
- No, si ya veo que tú eres el guaperas de la familia.
- Puede que lo sea ahora, pero mi hermano antes era un hombre casi perfecto. Parecía un Adonis, pero desde que...
Y en aquél mismo instante a Jhoan se le hizo un nudo en la garganta y sus ojos se humedecieron. Reaccionó enseguida y prosiguió con el mismo tono campechano y cordial, pero Raquel archivó automáticamente aquélla reacción de su amigo en el corazón. No era el momento de preguntar. Jhoan prosiguió.
- Desde que cumplió los cuarenta, y como no se cuida... Tiene 44 años y parece un hombre de más de cincuenta, pero es maravilloso, Raquel, ya lo conocerás, eso si termina de aparcar el coche. No he visto hombre más malo que él para conducir.
- Hombre, menos mal, algún defectillo le has encontrado. Ya empezaba a sospechar que me estabas vendiendo a tu hermano.
Jhoan se le quedó mirando con cierto interrogante, pero al final se echó a reír.
- ¿Se nota demasiado que adoro a mi hermano, verdad?
- ¡Sí, pero es muy bonito!
- Le veo siempre tan solo… A veces no comprendo al Padre, Raquel. A un hombre que ha entregado su vida a los demás, que vive para los demás, qué menos que concederle la compañía y el apoyo de una mujer que le ame.
- ¿Pero ya la ha buscado? A veces hay que hacer un alto en el camino y dedicar un tiempo para uno mismo.
- Eso sería lo ideal, pero en su caso las circunstancias se le han presentado así. El nunca se queja, dice que es feliz, que nunca está solo, y es cierto, porque su corazón siempre está lleno. Pero es un hombre, un ser humano, y como tal siento a mi hermano tremendamente solo.
-¡Todos nos sentimos solos alguna vez, Jhoan, pero nunca lo estamos!
Vivimos y experimentamos un gran amor en nuestros corazones y como humanos nos pasamos toda nuestra vida buscando al hombre o mujer de nuestros sueños. En realidad buscamos una proyección de nuestro propio corazón, de ese gran Ser que late en nuestro interior y que nos ama y abraza continuamente. Pero estamos revestidos de carne y necesitamos amar y sentirnos amados en la carne y desde la carne. A veces ocurre un milagro, y ese gran amor se reviste igualmente de carne, se hace el encontradizo y surge el flechazo, y cupido con su arco dispara, pero no una flechita, sino una lanza, y atraviesa los dos corazones amantes uniéndoles para siempre.
- ¿Tú también sientes ese amor, Raquel?
- ¡Sí, Jhoan, y soy una experta en ello, como también lo soy del dolor!
- Es que el amor y el dolor son uno mismo, eso dice Micael. Para él el dolor es el amor incomprendido.
- Es curioso, eso mismo pienso yo, y lo siento, aunque aparentemente son opuestos.
- Y ese dolor, ¿tiene que ver con amores frustrados?
- Sí, Jhoan, pero nadie me hizo daño. Fui yo la que buscó donde no debía, algo que ya tenía dentro de mí.
- Comprendo, amiga, pero somos humanos, y todos tenemos nuestro complemento en el Amor, y digo Amor con mayúsculas. Quizá algún día… ¡lo encuentres!
En aquel momento Micael, que había aparcado definitivamente el coche, había ido al encuentro de los dos, pero éstos, enfrascados en tan profunda conversación, no se habían percatado de su presencia. Micael, cogiendo por los hombros a su hermano y posando cariñosamente su mano sobre el brazo de Raquel, se anunció:
- Vuestra conversación tiene que ser interesante ¿cual es el tema?
- ¡Sobre el amor, hermano!
- ¡El mejor de todos, sí señor! Y tú, inconfundiblemente, tienes que ser Raquel, ¿no?
- ¡La misma!
Raquel, sin pensarlo dos veces, casi instintivamente, se abrazó a Micael. El la apretó con fuerza, la miró a los ojos y sonrió. Ella pudo observar que, efectivamente, aunque era un hombre joven, su rostro estaba bastante castigado y avejentado, pero aquéllos ojos color de la miel, ¡qué ojos, madre mía!, parecían ser toda su esencia. Y su sonrisa, si había tanta luz en aquél gesto, cuanta habría de tener en su corazón... Raquel se sentía flotar entre los brazos de Micael. Por un momento sintió que su cuerpo se había desvanecido. Solo sentía su propio corazón fuertemente atraído por los ojos de ese hombre.
- Eres mucho más bonita de lo que me imaginaba, Raquel.
- Gracias por el cumplido.
- No es ningún cumplido, es la verdad. Me alegro mucho de que hayas aceptado nuestra invitación.
Jhoan interrumpió a su hermano y a Raquel.
- Raquel, yo he saltado literalmente del coche porque necesito ir al baño con urgencia. ¿Podemos subir?
- Claro, Jhoan, esta es vuestra casa. Otra cosa muy distinta es que podáis andar por ella, no hay más que cajas y paquetes por todos los rincones, pero los baños están ya instalados, y si deseáis daros una buena ducha, también hay agua caliente.
- Micael, hermanito, yo no lo necesito, pero tu no te has podido asear en el hospital y cuando lleguemos a casa ya será muy tarde. Respondió Jhoan.
- Si no te importa Raquel, sí que me daría un buen remojón. Llevo dos días sin poder ducharme, y con este calor...
- ¡Pues claro que sí, ya os he dicho que esta es vuestra casa! Subamos y os lo preparo.
Cerraron de nuevo la puerta de hierro de acceso a la urbanización, y se dirigieron hacia el chalet. Una vez allí...
- Micael, mira, sube por estas escaleras, y a la derecha tienes el baño. Está la puerta abierta. Tienes toallas limpias colgadas, gel y secador de pelo, y si necesitas algo más, me dices. ¿Queréis que prepare mientras tanto un café?
- Nos lo hemos tomado en Jerusalén, pero si te apetece repetimos.
- Os advierto que el café que se prepara aquí no tiene nada que ver con el que se toma en España. El vuestro es más suave, es casi agua, pero el nuestro es más fuerte. Mirar, una tacita de este paquete te pone a tono para unas cuantas horas.
- En ese caso, me apunto. Necesito despejarme. ¡Hazlo bien cargadito! ¿Dices que el baño está a la derecha?
- Sí, si quieres te acompaño.
- No es necesario, Raquel. Lo dicho: ¡bien cargadito! Y tú Jhoan, llama a mamá y dile que no nos espere levantada. Llegaremos muy tarde.
¡Ahora mismo, hermano!
Mientras Micael se duchaba y Jhoan hablaba con su madre, Raquel fue hacia la cocina y puso una cafetera. Sacó del armario una caja de latón llena de porciones de bizcocho casero, y la puso sobre la mesa. Preparó las tazas y calentó un poco de leche en el microondas. Cuando volvió de nuevo hacia la mesa, se vio de frente con Jhoan que volvía del aseo de la cocina.
- ¿Te ayudo, Raquel?
- Tranquilo, no hay mucho que hacer. ¿Ya has hablado con tu madre?
- Sí, y ya se lo esperaba. No le gusta nada que vayamos por esas carreteras de noche, pero siempre hacemos lo mismo, y ella siempre nos está esperando cuando llegamos, sea la hora que sea, pero avisándola, se queda más tranquila.
- ¿Cómo se llama tu madre?
- Sara.
- ¿Y habla inglés?
- Las únicas lenguas que conoce mi madre son el hebreo y el árabe, y éste porque se lo enseñó mi padre. ¿Ya te he dicho que mi padre era egipcio?
- Si, ya lo dijiste. Entonces... tendré que empezar desde ya a hablar en hebreo.
- No te apures, Raquel, nosotros haremos de intérpretes.
- Si no conociera vuestra lengua madre, me parecería bien, pero sabiéndolo... Alguna vez tengo que empezar a soltarme y más cuando voy a permanecer aquí un periodo largo de tiempo. Y en aquél momento, Raquel empezó a hablar en un perfecto hebreo, pero lentamente, como con miedo a hacerlo.
- Bien... pues no está la cosa tan mal, Raquel. Solo te falta un poco de seguridad en ti misma, eso es todo, y mucha práctica. Nosotros intentaremos hablar más despacio, ¿de acuerdo?
- ¡Me parece perfecto!
Jhoan y Raquel se disponían a repartir el café en las tazas cuando un gran estruendo en la primera planta los sobrecogió. A continuación oyeron a Micael pedir ayuda. Raquel dejó bruscamente la cafetera sobre la mesa y echó a correr hacia las escaleras. Cuando llegó a la planta vio el desaguisado que se había producido. Un gran mural blanco de cartulina, con la imagen pintada de un hombre semidesnudo de cintura para arriba, y sin rostro, y pegado a un fino marco de madera azul que lo ribeteaba, había caído sobre Micael al salir del baño e intentar cerrar la puerta, ya que ésta era el apoyo del ya destrozado mural. Ahí estaba él, sentado en el suelo y con el mural de sombrero. Su cabeza había traspasado la cartulina haciendo un boquete en la cabeza sin rostro de aquélla imagen. Cuando Raquel vio aquélla escena, reaccionó con un ataque de risa. Jhoan, que subía detrás, ayudó a su hermano a quitarse aquello de encima y a levantarle del suelo. Cuando ella consiguió calmarse, fue hacia ellos, y comprobando que Micael estaba intacto, le pidió disculpas.
- ¡Discúlpame, pero es que... no lo he podido evitar!
- Al menos te he hecho reír. No ha pasado nada.
- Pero quiero explicarte el por qué me ha entrado ese ataque de risa. El hecho de tu caída no tiene nada de gracioso, podías haberte hecho daño.
- Lo que siento es que te he destrozado el cuadro.
- No, que va… tu me lo has terminado. Y a Raquel le volvió a tomar la risa.
- ¿Nos lo vas a explicar, o qué? Preguntó Jhoan riéndose.
- Es un cuadro que pinté hace ya casi veinte años. Le tengo mucho cariño, y ya veis que con lo que abulta, me lo he traído hasta aquí, y no ha sido fácil. Nunca me separo de él.
- ¡Lo traes para que yo me lo cargue! Contestó Micael un poco preocupado.
- No te des mal por ello, además, ha sido culpa mía. El cuadro estaba en un sitio inadecuado. Y ya te he dicho antes, no tenía rostro... y tú se lo has puesto. Tu cabeza ha encajado perfectamente. Jajaja.
Mientras Raquel hablaba con Micael, Jhoan inspeccionaba meticulosamente la pintura...
- ¡Pero qué técnica... es asombroso! ¿Y dices que lo has pintado tú?
- Si, hace veinte años, fue el primer cuadro que pintaba en mi vida, y creo que el último.
- ¿No habías pintado nunca, pero supongo que sí tomarías lecciones técnicas?
- ¡No Jhoan, nunca me ha gustado la pintura, no es lo mío!
- ¿Entonces cómo explicas lo de este cuadro? Yo pinto, y entiendo de técnicas, por eso te lo pregunto, y este cuadro parece hecho por un maestro.
- Pues igual en una vida anterior lo he sido, pero en ésta, ¡ya te digo yo que no!
- Y la imagen... ¡cuanta luz en los colores, cuanto amor en sus trazos... que lastima que no tenga rostro! ¿Por qué no lo tiene, Raquel?
- Bueno, ahora ya sí, tu hermano se lo ha puesto, jajaja.
- ¿A quien dibujaste, quien es este hombre?
- No utilicé ningún modelo. Es una imagen que llevo dentro de mí, y en un momento determinado sentí la necesidad de plasmarla, y así lo hice. Solo sé que mis manos se movían solas. Yo solo sentía a aquel hombre, y mis manos le daban vida. Pero cuando llegué al rostro, ví y sentí que se había borrado de mi memoria, y no pude concluirlo, hasta hoy... Comentó Raquel con una sonrisa levemente sarcástica.
- Pero no me has contestado. ¿A quien plasmaste aquí con tanto amor y tanta luz?
Raquel dudó un poco en responder a la curiosidad de Jhoan. Le daba apuro airear sus intimidades. Les había cogido mucho cariño y confianza a los dos hermanos, pero el tema espiritual lo consideraba materia reservada. Micael captó enseguida el sentimiento de Raquel y salió al paso de su hermano.
- Jhoan, no seas tan incisivo. No es tan importante el que Raquel nos diga quien es el de la imagen, ¿no crees?
- ¡Claro que sí, hermano, disculpa Raquel, es que soy tremendamente curioso.
- No te disculpes Jhoan. Soy yo la que tiene que empezar a ser coherente con lo que llevo dentro y con la que soy. En una vida anterior, compartí experiencia con un hombre maravilloso, al que amé y sigo amando profundamente. Por desgracia, la humanidad, a ese hombre, como a muchos, lo hizo casi un dios, y no me atrevo a pronunciar su nombre, y no por mí, sino por el resto de los mortales.
- Bueno... pocos hombres a lo largo de la historia han llegado a ser considerados así. Me lo has puesto muy fácil, se podrían contar con los dedos, pero no entiendo Raquel, con lo poco que te conozco, cómo tienes miedo de proclamar un amor tan profundo, en vez de decirlo a los cuatro vientos.
- ¡Porque a nadie le importa! Perdona, Jhoan, no iba por ti lo que he dicho, pero en fin, no tengo inconveniente en descubriros su identidad. El del mural es Jhasua, el llamado profeta de Nazaret.
- Comprendo perfectamente el que te haya costado hablar de ello. Es algo tan íntimo...
- Si, Micael, es íntimo, pero forma parte de mí, y quiero que empecéis a conocerme tal y como soy. Vamos a trabajar en equipo y es muy importante que nos conozcamos mutuamente. A mí también me gustaría que os mostrarais tal cual sois.
- Conmigo lo vas a tener muy fácil, Raquel. Cuando entrego a alguien mi corazón, no lo hago a cachitos, lo doy entero, y mi corazón es tuyo. Con mi hermano lo vas a tener más complicado. El te lo da todo, pero le gusta jugar y es algo travieso, y si no se le conoce bien, te puede volver loco. Contestó Micael riéndose.
- Creo que ya empiezo a conocerle un poquito, y me gusta su estilo.
- En ese caso, también tendré que tener cuidado contigo… -Siguió Micael en un tono sarcástico-
- Bueno, muchachos, vamos a tomar el café que ya vamos tarde. -Concluyó Jhoan frotándose las manos y dando dos palmaditas-
Los tres bajaron hacia la cocina. Raquel, mientras descendieron las escaleras, observó un gesto de dolor en el rostro de Micael. Su intención fue el preguntarle, pero calló. Cuando terminaron el café, recogieron la poca vajilla utilizada, apagaron las luces y cerraron la puerta de casa. El coche estaba aparcado en la pequeña carretera que circundaba la urbanización, y hubo que andar unos metros.
Conduciría Jhoan, Micael iría de copiloto, y Raquel pasaría a la parte de atrás.
Cuando Micael se inclinó para meterse en el coche, de nuevo el gesto de dolor, y esta vez parecía más agudo. Raquel no lo dejó pasar.
- ¿Qué te pasa, es la espalda... te has hecho daño en la caída?
- No te preocupes, no es nada, este dolor ya es viejo. Es que tengo la espalda destrozada por la tensión, y me duele por eso. Con unas horas de descanso, se arreglará.
- Soy muy buena masajista, si quieres, cuando lleguemos a casa de tu madre, te doy un buen repaso.
- Es un placer al que no quiero renunciar. ¡Me apunto ya!
Raquel se echó hacia delante y posó cariñosamente su mano derecha sobre el hombro y cuello de su amigo y compañero. Al contacto sintió su cuerpo duro como una piedra. Había mucha tensión en esa espalda, sin embargo advirtió que el pecho de Micael se estremecía como respuesta a su caricia. El reaccionó posando su mano sobre la de ella manteniéndola unos segundos. Luego se volvió hacia atrás y le sonrió, pero no con su rostro, sino con sus ojos. Ojos que le estremecieron y atraparon en un infinito lleno de misterio.
- ¿Cual es su diagnóstico, doctora masajista?
- Pues que deduzco que no todo es debido a la tensión, hay algo más. Cuando lleguemos te echaré un vistazo más exhaustivo.
Micael se volvió de nuevo y guardó silencio. Parecía como si aquel “algo más” le hubiese incomodado. Al menos esa fue la sensación de Raquel. Y ella también hizo una pausa y se puso a mirar a través del cristal. Estaba anocheciendo y apenas se vislumbraba el paisaje. Micael volvió a romper aquél mutismo.
- Veo que te has decidido hablar en hebreo, y lo haces muy bien, ¿dónde lo aprendiste?
- Me lo enseñó mi madre. Ella era de aquí.
- ¿Pero judía por religión o por raza? Preguntó una vez más sorprendido Jhoan.
- Ella era de Ramallah, de madre francesa y padre judío de raza y religión.
- Pues está muy cerca de Jerusalén ¿Ya has estado allí?
- No, y tampoco tengo interés en hacerlo, aun sabiendo que allí hay familia de mi abuelo.
- ¿Ocurrió algo desagradable? Preguntó Micael.
- Lo único que mi madre me contó es que con 16 años salió de allí huyendo. La familia de su padre era muy tradicional y excesivamente conservadora, sin embargo ella era un alma totalmente libre. Se sentía manejada, utilizada y esclavizada en beneficio de sus hermanos varones, y se rebeló, y lo único que consiguió fue una reclusión de dos años en su propia casa y la amenaza inminente de convertirse en la esposa de un hombre al que no amaba.
Así que huyó, y un día, con lo puesto, y un billete de avión que un alma generosa le facilitó con destino a Madrid, abrió sus alas y echó a volar. Una vez en España se puso a trabajar de camarera, y un domingo se le acercó un cadete de aviación y le pidió que fuera su novia, y al cabo de unos años, cuando destinaron a mi padre a Francia, se casaron.
- Tuvo un comienzo triste, pero un final feliz. ¿Tus padres dónde están ahora?
- Supongo que en una dimensión superior... ¡quien sabe! Murieron hace 10 años en un atentado terrorista en Marruecos. Un grupo de extremistas árabes entraron en el hotel donde residían y mataron a todos los europeos que en esos momentos tomaban su desayuno. Eran las primeras vacaciones que tenían en quince años, y terminaron así.
- Lo sentimos mucho Raquel. Y... a pesar de saber que los asesinos de tus padres fueron árabes, ¿no te importa ahora trabajar para ellos?
- Micael, mis padres habían decidido marcharse, y lo hicieron. Quizá el Jefe les reclamó para otros asuntos… Aquellos terroristas sólo fueron los instrumentos. Además, yo no voy a ayudar a ningún árabe, sino a seres humanos que lo necesitan, y punto. No hay rencor en mi corazón. Lo único que me entristece es que todavía, en este maravilloso mundo, haya humanidad que necesite de la sangre de la otra humanidad para satisfacer sus instintos y carencias, que en definitiva, es pura ignorancia.
- Raquel, ¿sigues decidida a trabajar conmigo? ¿Lo has pensado bien?
- Sí, Micael, estoy totalmente segura. Jhoan ya me ha puesto esta mañana al corriente de todos los riesgos y de los problemas con los que me voy a encontrar, incluso que no hay dinero. Soy totalmente consciente. Quiero trabajar a tu lado, si tú me aceptas... claro está.
Micael se volvió de nuevo hacia ella, le cogió la mano y la fundió con la suya, y tras depositar en ella un cálido beso le respondió:
- Raquel, el Padre te ha puesto en mi camino... ¿cómo yo iba a apartarte de él? ¡Ni quiero ni puedo hacerlo!
Tras aquélla respuesta de Micael, Raquel soltó con una caricia su mano de la de él, se echó para atrás y se quedó mirando sarcásticamente a través del espejo retrovisor a Jhoan, que a su vez también la observaba. El sabía perfectamente el significado de aquélla mirada, y se echó a reír.
- Qué puñetera, eres Raquel.
- ¡Ah... yo, claro! Y la risa seguía.
- ¿Me puedo enterar yo del chiste? Preguntó intrigado Micael.
- Es que tienes un hermano que presume de lo que no es.
- Ah si... ¿qué es ello?
- Que te conoce perfectamente.
- Pues creo que sí, que me conoce perfectamente bien. ¿Me lo vais a contar o no...?
- Suéltalo ya Raquel, díselo, porque te confieso que esta vez mi hermano me ha sorprendido.
- Es que Jhoan, esta mañana, cuando le he dicho que había decidido colaborar con vosotros, le ha parecido muy precipitado, y me ha advertido que tú ibas a marearme con preguntas y que ibas a ser muy incisivo conmigo, vamos, que me lo ibas a poner bastante difícil. El también me ha dicho el por qué podrías actuar de esa manera, pero yo le he respondido que si eras tan listo como decía, al mirarme tú a los ojos dejarías de hacerme preguntas. ¡Como así ha sido... al menos hasta ahora!
- No seré yo, Raquel, el que te diga o decida si estás preparada o no para ir allí. Tú has tomado una decisión, y para mí es suficiente. He sentido tu corazón y creo conocerlo perfectamente. De él, no tengo ninguna duda. Sin embargo, a ti, como persona, te estoy empezando a conocer. Y a ti te está pasando lo mismo con nosotros dos. Los tres nos sentimos mucho, pero a nivel personal, todavía nos estamos descubriendo mutuamente. ¿Tu no sientes lo mismo?
- ¡Pues sí... estos son mis sentimientos ahora¡ Y me alegra ver que los tres estamos en una misma sintonía. Hablamos de lo mismo…
- De todas formas, Raquel, eres libre, y si en un momento determinado ves que no puedes seguir, te marchas.
- Micael, cuando tomo una decisión con el corazón, nunca, nunca me echo atrás. En el intento por llevarla a cabo podré errar, caer, podrán invadirme las dudas, los miedos, pero nunca desharé un paso que he dado por amor y con amor. Y sé lo que estoy diciendo, no hablo por hablar. Son palabras muy bonitas, si, y suenan muy bien, pero para llegar a sentirlas, vivirlas y expresarlas con toda la fuerza de mi ser, han tenido que pasar muchos siglos, muchas amarguras, mucho dolor, pero a pesar de ello, el mejor amigo y maestro que he tenido, la personificación más pura del amor como ser humano, ha seguido a mi lado, y ha hecho un buen trabajo conmigo: ha transformado un corazón hecho de piedra, en un transparente y pulido diamante.
- ¡Mira... acabo de descubrir en ti algo nuevo!
- ¿Y qué es?
- ¡Eres de ideas fijas!
- ¡Qué suave has sido… di mejor, muy cabezona!
- Bueno, eso lo has dicho tu, no yo...
- Pero lo has pensado, dí la verdad.
- ¡Lo has pensado tu, no yo...! jajaja.
- ¿Qué, chicos… hay hambre? Esta es la última oportunidad que tendremos de cenar algo. Hemos llegado al área de servicio. Voy a aparcar aquí, os dejo en tierra y vais pidiendo.
- ¿Y tú a dónde vas ahora?
- El depósito está en las últimas, así que me voy a echar gasolina.
- ¡Ya voy yo, Jhoan, tu te arreglas mejor que yo pidiendo en los restaurantes!
- ¿Y qué te pedimos a ti?
- Hermanito... ¡sorpréndeme!
- ¡Ve con Dios... y no te pierdas!
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