sábado, 1 de agosto de 2015
En el silencio del desierto: CAPITULO 22.- Integrando información y preparando nuevo objetivo
Sintieron sus cuerpos sobre la arena caliente, y quitándose aquél velo azul de encima, que al instante se desintegró, se dieron cuenta de que estaban en su cala. Habían vuelto a casa. Las mochilas y los pasaportes estaban al lado, y cuando Raquel, dejándose llevar por su intuición, abrió el suyo, vio que el sello que le estamparon en el aeropuerto del Cairo, ya no estaba. Ellos dos hicieron un tanto de lo mismo, llegando a la misma conclusión: aquél viaje, a todos los efectos, no se había efectuado. Fueron enseguida a casa y comprobaron, al conectar la televisión, que era sábado, y eran las doce de medio día. Habían pasado cinco días, cuando en realidad ellos solo habían vivido en el desierto una noche y las primeras horas de un nuevo día.
Querían saber algo sobre la Esfinge, y David tuvo una idea. Llamó al móvil de Marcos, y a la segunda tentativa habló con él. Se encontraba en Lyon, Francia, por un asunto de trabajo. No hizo falta preguntarle nada. Después de los saludos y de hacer algún comentario sobre la estancia de Jhoan en Madrid, le preguntó qué opinaba sobre el repentino hundimiento de la Gran Pirámide y de la Esfinge. Y David sonrió, y Micael y Raquel sabían el por qué. Lo único que le contestó a Marcos fue:
- ¡Marcos... y qué vamos a pensar...! ¡Dios sabe lo que hace! Y tras el saludo final, David cortó la comunicación.
- ¡Ya habéis oído, hermanos... lo hemos conseguido! ¡Gracias hermanito Moisés... eres un tío cojonudo!
Los tres tomaron un café cargadito, y cuando ya se habían relajado un poco y habían tomado conciencia de la realidad, se dispusieron a llamar a Jhoan. Tan solo les dijeron que ya estaban de vuelta, y que todo había sido maravilloso. El ya entendió el mensaje. No querían dar más información a través del móvil. Jhoan les comentó que desde que puso el pié en Madrid no había parado de trabajar, que la asociación ya estaba en marcha, y que había leído algunos borradores de Juancho y de David y le habían interesado muchísimo. Veía un amplio campo en el que trabajar juntos.
Salomé, ayudada por la mano invisible de Marcos, había podido acelerar la rescisión de su contrato de trabajo, y que tan solo le quedaba ese fin de semana en el hospital, y que el lunes ya sería libre. Estarían dos o tres días más en Madrid y vendrían ya de regreso a casa. También les informó que las mesas metálicas ya estaban en Serena, menos una que había dejado en su casa con su ordenador. También había instalado, antes de marcharse, el otro ordenador.
- ¡Bueno... ya está todo controlado! Ahora solo queda comer algo y a trabajar... Exclamó David.
- Hermano, lo del trabajo... será conveniente que lo dejemos tres o cuatro días, sobre todo tú...
- ¿Y eso...?
- Has recibido un impacto muy fuerte de información, y necesitas tiempo para que ésta se asiente bien en ti. Si ahora te pusieras a trabajar, te bloquearías. Durante estos días habrá que hacer mucho deporte, tomar el sol, darse buenos baños de agua, alimentarse bien y descansar. Nuestros cuerpos han sufrido una dura experiencia, y también tienen que recuperarse.
- Hermano... ¿y cuando será el momento de trabajar?
- ¡Lo sabrás, no te preocupes, la información te saldrá de una forma natural y muy fluida, pero para ello tu mente tiene que estar muy relajada!
- ¿Y en estos días qué podríamos hacer? Porque yo no se estar sin hacer nada.
- ¡Nos vendrán bien unas vacaciones! Ni Raquel ni tú conocéis Israel, bueno... al menos no os acordáis... La parte del sur la dejamos por ahora, hay mucho conflicto, pero podemos hacer excursiones por todo el norte. - ¡Os gustará recordar!
- ¿Chicos... y si pasáramos a Serena y preparamos algo para comer? Estoy hambrienta y quiero irme a la cama enseguida. Estoy muerta de sueño. Comentó Raquel con tono cansado.
- ¡Y yo... después de comer me pasaré y también me tumbaré un poco! Exclamó David.
- ¡Hermano, mientras estos dos hacen vida en Madrid, ven con nosotros a casa, no estés solo aquí!
- ¡Me encanta estar solo, Micael, pero no es por eso... es vuestra casa y ya es hora de que disfrutéis de vuestra intimidad, muchachos...! Pasaré a hacer las comidas, pero después me vengo aquí.
- ¡Como quieras, David!
Comieron una buena ensalada con las lechugas y los tomates que había en el huerto de Sara, y unos cereales que Raquel había preparado y guardado antes de salir de viaje. Echaron de menos un buen vino, pero la cerveza fresca entró muy bien. David se retiró a casa a descansar, y Raquel subió a la habitación y se tumbó en la cama. Micael tenía sueño, pero si dormía a la noche no podría hacerlo. Así que salió al jardín, se sentó en el suelo con un borrador de David y una cerveza, y después de dar gracias al Padre por su ayuda, se entregó a la lectura. No había empezado a leer, que le cayó sobre el libro una hoja del único árbol que tenían. Pero en ella había unas letras en arameo antiguo grabadas con algo punzante sobre su carne tierna y verdosa: ¡Te quiero! Camaleón. Y Micael miró hacia arriba y vio a Raquel asomada a la ventana de la habitación. Esta le lanzó un beso.
- ¿Mi amor... quieres que suba?
- ¡Ni se te ocurra! Le gritó ella. ¡Quiero dormir, y contigo es imposible!
- Pero es que he empezado a leer, y se me cierran los ojos...
- ¡Bueno, está bien... pero como la cama es grande... cada uno en una esquina!
- ¡Te prometo que ahora seré un buen chico! ¿Puedo subir?
- ¡Puedes...!
Micael cerró el libro, apuró su cerveza y entró en la casa. Subió las escaleras y fue hacia la habitación. Raquel estaba sobre la cama, vestida y sin tapar. El se rió, y se tumbó también vestido. Cada uno en una punta de la cama.
- ¿Raquel... no me das un besito...? Ella se movió de su sitio, le besó a su marido en la frente, y éste se echó a reír.
- ¡Qué beso de hermana más tierno...!
- Eres muy peligroso, Micael, yo no me acerco más a ti... ¡Yo voy a dormir!
- De acuerdo, mi amor... vamos a descansar.
Estuvieron dos minutos alejados, pero al final se abrazaron y se dieron ese beso llena de vida y de fuego. Pero estaban realmente cansados, y poco a poco fueron entregándose al plácido y deseado sueño.
Son las seis de la tarde, y los tres están en el jardín de Serena tomándose un cafecito. Habían dormido cuatro horas, suficientes para darle un respiro al cuerpo. Luego irían a sacar a Huracán, y por primera vez, si el caballo lo aceptaba, David cabalgaría con él. Era también un buen jinete, pero hacía muchos años que no estaba encima de un caballo. Antes irían a darse un buen baño al mar. Raquel estaba recogiendo las tazas cuando les dijo:
- Chicos, he tenido en la siesta un sueño muy extraño...
- ¡Pues cuéntanoslo, somos todo oídos! Exclamó David.
- Estaba en un lugar muy oscuro, no sé si se trataba de un recinto cerrado o es que era una noche muy cerrada. Iba gente delante y detrás de mí, y nos dirigíamos a un sitio determinado. De repente empiezan a aparecer por delante y por detrás, y rodando por el suelo, bolas de fuego o energía incandescente anaranjadas y rojas, del tamaño de una naranja. Yo veo que los que van por delante de mí, al ser rozados por ellas caen fulminados o se prenden fuego. Miro hacia atrás y veo otro tanto de lo mismo. Yo observo que estas bolas están muy cerca de mí, me rodean, pero muy despacio, es como si me estuvieran estudiando o analizando, como si no supieran si atacar o no. Yo no tengo ningún miedo, aunque a paso lento, sigo avanzando hacia ese objetivo.
De repente veo a cierta distancia de mí, una caja de oro, parecida a un ataúd, pero mucho más bonita. Está cerrada, y es bastante ancha. Yo voy hacia allí, pero las bolas se van cerrando alrededor de mis pies y me veo obligada a parar. Pero una gran voz que sale de no sé dónde, grita: “DEJAD PASO AL CRISTO”, y en aquél instante salen disparadas hacia todas las direcciones y me dejan el camino libre. ¡Y eso es todo!
- ¿Y según tu mi amor... qué crees que te está revelando ese sueño?
- ¡Pues no lo tengo muy claro, pero intuyo que tiene que ver con el Arca!
- ¡Soy de la misma intuición! Exclamó Micael.
- ¡Y yo, Raquel! Y probablemente esas bolas de energía son las que salvaguardan el Arca de la Alianza y destruyen a todo aquél que no tenga nada que ver con ella. Cuando entréis en ese recinto Micael y tú, os veréis rodeados, y si vais con vuestro cuerpo, les será más difícil identificaros. Esa voz que oyes en el sueño es la de vuestro Corazón, el que se manifestará y os despejará el camino hasta ella.
- David... ¡qué bien te lo sabes...! Exclamó Raquel sorprendida.
- ¡Yo mismo fui quien precinto aquel lugar sagrado!
- ¡Buenó...!
- En ese caso, hermano, habrá que ir con mucho cuidado. ¿Pero por qué la voz se identifica como Cristo?
- ¿No somos acaso, y de hecho se nos ha constatado, de los corderos de CRISTO? ¡Pues EL y los suyos, son UNO! Pero os prevengo, hermanos... a ese lugar vais a tener que ir con vuestro cuerpo físico, tendréis que pasar por la misma dolorosa experiencia de la pirámide. Vuestro cuerpo tendría que alterarse de nuevo genéticamente, a no ser que a última hora, cambien los planes, que todo podría ser...
- ¿Y no se puede hacer gradualmente, de forma que no sea tan traumático?
- ¿Crees mi amor que los nuestros disfrutan viéndonos sufrir? ¡Alguna razón justificada habrá!
- ¡Lo siento, chicos... ha sido una observación estúpida! Bueno... y se me está ocurriendo que podíamos dejar lo del baño para mañana e ir directamente al picadero, porque anochece muy pronto, y cabalgar con Huracán sin luz no es lo mismo.
- ¿Y tú mi amor, que vas a hacer mientras tanto?
- ¡Pues miraros y disfrutar del paseo!
- ¿Y por qué no cabalgas uno poco con nosotros?
- A los caballos me gusta verles galopar al viento, pero no montarlos, me impresionan mucho.
- ¿Mucho más que el sarcófago incrustado en aquélla pared de la Esfinge, hermana? Pregunto irónicamente David.
- ¡Pues aunque te parezca absurdo, así es...!
- Pues vamos para allá...
- ¿Y no os apetecería salir después de cenar a dar una vuelta por la ciudad?
- Pues si quieres un poco de marcha, David, Haifa es el último lugar. Es una ciudad demasiado tranquila a estas horas. Hay una gran población, pero no diversión. Para eso es mejor ir a Jerusalén. Contestó Micael.
- ¡Pero está muy lejos de casa!
- ¡A menos de una hora en coche, hermano!
- No es mala idea para desarrollarla en otro momento, pero hoy ando bastante cansado, y es mucho ajetreo. ¡Nunca me había pasado esto... levantarme de una siesta de cuatro horas, inaudito en mí, y seguir deseando volver a ella...!
- David, hemos sufrido un fuerte impacto de energía, y nuestro organismo se ha resentido, es normal... y no te olvides que viniste convaleciente de una bestial paliza. ¡Lo extraño es que puedas mantenerte el pié!
- Pero Raquelilla, si tú me curaste todo... ¡me dejaste nuevo!
- David, te arreglé la cadera y te alivié tu estado general, pero tus músculos todavía están resentidos, y la medicación que seguramente habrás tomado durante varios días, te han dejado las defensas bastante bajas.
- ¡No... si tienes razón... bastante bien me está reaccionando el cuerpo!
Lo dicho, David, tres o cuatro días durmiendo y descansando a tope, haciendo deporte y tomando baños de mar y de sol... y te pones nuevo, y te lo digo yo por experiencia, que estuve igual de mal que tu. ¿Por qué no le das a David tus masajes milagrosos, Raquel?
- ¡Yo deseando estoy, pero nunca ha querido que le diera!
- ¡Pero porque me hacías cosquillas...! ¡Acababa siempre más tenso que antes de dármelos...! Jajaja
- Porque te los daba para aliviar tensiones, y eran pases flojitos, como caricias, pero los terapéuticos son más fuertes, y te aseguro que cosquillas no te harán...
- Bien, de acuerdo... si tú crees que me van a ayudar... adelante.
- Pero cuando volvamos de estar con Huracán. Y es necesario que te estés al menos cuatro noches durmiendo aquí.
- ¿Y eso por qué?
- David, cuando me los daba a mí, estaba varias horas que no podía moverme. Y si te los da luego, antes de irte a dormir, ya no podrás moverte de aquí.
- ¿Tanto me va a doler?
- Los cuatro primeros días sí, pero luego serán más placenteros...
- Pues a la orden, Dra. Reyes... o...perdón, Dra. Jordan... uno no se ha acostumbrado todavía. Exclamó sonriente David. Pero esperadme, entonces, que tenga que pasar a casa a cambiarme de ropa y a por el pijama para esta noche... Y David abandonó Serena con dirección a la casa de Sara.
- Micael, mi amor, intenta que David cabalgue un poco con Huracán. Es muy buen jinete.
- Espero que a Huracán no le importe, porque es muy suyo. ¿Dónde aprendió a cabalgar?
- Su padre era militar, como el mío, y entre ellos había una estrecha amistad. El era un jinete excelente, de hecho llegó a ir a dos olimpiadas. Y cuando David cumplió los cinco añitos, ya estaba sobre un caballo. Su padre le enseñó muy bien. Pero lo que te he comentado muchas veces, mi amor, en cuanto comenzó con su investigación y a escribir sobre sus temas, se olvidó de los caballos, de las mujeres, de su carrera, que por poco no la termina, y de los amigos...
- ¡David olvidarse de los amigos... jamás! ¡La amistad es uno de los valores que más arraigados tiene!
- Lo sé, mi amor, pero su forma de ser, sus largos silencios, los mundos oníricos en los que siempre estaba... ¡daba a entender todo lo contrario! Ahora le entiendo, y comienzo a sentirle tal y como es, pero por las circunstancias en las que nos hemos visto implicados. Pero para los demás... sigue siendo el mismo.
- ¡Tienes que darle un poco de tiempo, Raquel!
- ¡Le doy todo el tiempo del que disponemos, mi amor, que no es mucho...!
Y en aquél momento a Raquel se le humedecieron los ojos y bajó la mirada. Micael volvió el rostro de su mujer hacia él y vio que sus ojos estaban llenos de lágrimas.
- ¿Qué tiene el corazón de mi Camaleón, que su Jhasua no sabe?
- ¡Nada importante, que estoy cansada y... que me gustaría tener más tiempo para compartirlo contigo y los amigos! ¡Me gustaría tanto envejecer a tu lado, llegar a los cien años e ir los dos cogidos del brazo con nuestras cachabas, recordando nuestras aventuras...!
- ¡Pero mi princesa... si somos más viejos que todo eso... somos ancestrales! Exclamó Micael riendo e intentando animar a su mujer.
- Cinco años, al paso que vamos, van a ser demasiados para trabajar a este ritmo, somos supersónicos, pero para amar... ¡es muy poco tiempo!
- ¡También en el amor lo somos, princesa, y más que lo seremos! Desde aquélla tarde en la terraza del chalet, no hemos vuelto a hablar del tema... ¿cómo está tu corazón?
- Hasta ayer, cuando pensaba en ello, todavía mi ser se estremecía de miedo y de angustia. Pero en la pirámide... hubo un momento mágico en que...
- Sigue, mi amor... ¿qué pasó?
- Cuando estábamos en pleno proceso, cuando el dolor se me hizo irresistible, cuando la idea de morir y acabar cuanto antes asomó vagamente por mi pensamiento, abrí los ojos y os ví a ti y a David en el suelo. Y en aquél momento volví a revivir aquél sueño, pero ya no estaba solo David, sino nosotros también. Y aquél miedo, aquélla angustia se transformaron en un amor inmenso, en un deseo incontrolable de ir a vuestro lado y abrazaros. Y así lo hice. Y te aseguro, Micael que ya no sentía dolor. Lloré de felicidad, de poder estar compartiéndolo a vuestro lado. Pensé en el Padre, en aquélla dulce mirada del AMOR, y creí que estaba en el mismísimo Paraíso. Me acordé también de lo que me habías dicho sobre el dolor y el amor, y te aseguro, mi amor, que por un momento deseé con todas mis fuerzas que llegase cuanto antes aquél momento. Comencé a amarlo...
- Mi cielo, me haces muy feliz diciéndome esto, porque será el momento más sublime para al AMOR, en el que EL se entregará al mundo. El PADRE y nuestro hermano Luzbel se entregarán con nosotros. ¡Será la orgía de Amor más grande y poderosa que haya conocido ninguna humanidad! Y el que David, tú y yo estemos allí, es un gran privilegio.
- ¡Así lo siento ahora yo mi amor... ahora sí...! ¡Y soy la mujer más feliz del mundo!
- ¿Qué mi amor... estás más animada?
- ¡Solo ha sido un brote de melancolía debido al cansancio!
- ¿Te atreverás a montar un poquito a Huracán?
- No, mi amor... porque tendría que empezar a aprender a subirme a él... y no estoy por la labor... ¡Disfrutad vosotros dos!
Los tres fueron hacia el picadero. El primero en montar fue Micael, luego le cedió el caballo a David, pero éste le tiraba una y otra vez al suelo. Micael habló con Huracán, y al final accedió, y David cabalgó con él un buen rato a lo largo de la playa. Raquel, sentada sobre una roca, observaba con atención el desarrollo de la carrera hípica.
Volvieron temprano a casa, cenaron y enseguida Raquel preparó a David para los masajes. Le exploró y llegó a la conclusión de que su espalda no estaba tan mal como la de su marido, y que quizás en diez sesiones la tendría totalmente recuperada. La sesión fue dura para él y agotadora para ella. No estaba en plenas facultades. David quedó sobre el sofá cama del salón y Raquel fue derecha a su habitación. Estaba totalmente agotada. Micael quedó en un rincón de la habitación, al amparo de un pequeño flexo leyendo un escrito de David.
Los siguientes cinco días fueron dedicados exclusivamente al descanso. El jueves, a las once de la mañana, fueron al aeropuerto de Tel-Aviv. Jhoan y Salomé regresaban a casa. Esta vez tuvieron que ir con los dos coches, pues Salomé hacía su traslado de casa, y se traía, todo lo que podía, de Madrid.
Una vez instalados en su nuevo hogar, comenzaron los preparativos para su boda civil. Ya lo habían celebrado en Madrid con los pocos familiares que tenía y con todos los amigos. La ceremonia en Jerusalén fue tan rápida y fría como la de Micael y Raquel, pero la celebración en el restaurante fue de lo mejor. Solo estaban ellos cinco, pero sabían que Sara, Josué y Efraim hacían acto de presencia. Se notaba en el ambiente y en sus corazones.
Jhoan había traído novedades de Madrid. La asociación estaba de nuevo en marcha, e incluso habían lanzado una revista. El y Juancho habían firmado como titulares, pero Antonio, Marcos, Salomé, Raquel, David y Micael constaban como miembros activos. Había traído unos documentos para que fuesen firmados por ellos tres y remitirlos cumplimentados a Juancho. La asociación, como medida de seguridad, había cambiado de nombre: ISIS Y OSIRIS.
Antonio había decidido publicar dos de sus propios borradores y cuatro de David, pero el título de “Jerusalén ya está aquí”, escrito por Micael, le había gustado mucho, y quería la aprobación de éste para editarlo también. Pero Micael no quería salir a la luz pública. No era su cometido. Aceptó, pero siempre y cuando todos los futuros títulos publicables fueran con el nombre de su hermano o de alguno de ellos. A tal efecto, Jhoan leyó todos los borradores de su hermano, y los que estaban en la línea de la editorial de Antonio, fueron preparados para que en un próximo viaje de Marcos, los llevara a Madrid. Porque la mayoría de los escritos de Micael y David eran para otro tipo de ediciones más específicas. Antonio conocía y tenía fuertes relaciones de amistad con algunos editores españoles y sudamericanos que fueron en su tiempo amigos y compañeros de su padre, y algunos de ellos tenían editoriales donde encajaban perfectamente los trabajos de ellos dos.
No estuvieron mucho tiempo de vacaciones. David comenzó a descodificar toda la información recibida en el Templo, y Micael trabajó estrechamente con él. Raquel, como era la supervisora de estilo, tenía que ir al ritmo de ellos dos, y tenía que estar casi todo el día enganchada al ordenador, y en las pocas horas libres, aprovechaba y se iba a la playa, y allí seguía componiendo sus canciones. Jhoan seguía en contacto diario con Juancho. Había mucha correspondencia pendiente con particulares y asociaciones de todo el mundo. Juancho se dedicaba a la lengua castellana y francesa, y Jhoan a la inglesa, hebrea y árabe. La única que estaba libre, era Salomé, por ello se hizo cargo de la administración de las dos casas y de todo aquello que iba surgiendo.
Aunque el trabajo era muy intenso, no se descuidó el deporte y la vida al aire libre. Se dormían las ocho horas reglamentarias y la alimentación fue más cuidada que nunca. Había pendientes varios trabajos que requerían perfectas condiciones físicas, psíquicas y energéticas, y todos se lo tomaron muy en serio.
Huracán era uno más de la familia. Todos los días, a excepción de Raquel, cabalgaban con él, pero al atardecer, Micael desaparecía con él y se perdían por el paisaje costero.
Y por fin un día de vacación, 18 de Agosto, cumpleaños de Micael. El día acompañaba, había un sol espléndido. Así que después de desayunar, cogieron todos los bártulos, los bocadillos y las bebidas para comer, la tarta de cumpleaños y las raquetas para jugar al tenis. Iban a pasar el día en su cala particular. Un día de sol fabuloso, el mar tranquilo, lo que facilitó el ejercicio de natación y abrió el apetito de todos.
Dos bocadillos para cada uno, sendos refrescos sin alcohol y una gran tarta de queso con fresas hecha por Salomé, de la que no quedó ni rastro. No hay que decir, que los que mayor ración comieron fueron David y Micael.
Después de la comida hubo una pequeña tertulia en la que Jhoan hizo comentarios sobre el sentido del humor tan picaresco de los españoles. Contó algunos chistes aprendidos allí, y cuando el sueño comenzó a aflorar en los ojos de todos, cada cual se buscó un sitio y la postura más cómoda para echar un sueñecillo a la sombra.
Pero Micael no se movió de su sitio, muy cerca de donde rompían las olas. Se quedó sentado, mirando hacia el horizonte marino con la mirada estática. Al rato, muy despacio para no sacar al resto de su sueño, fue hacia donde su mujer. Ella se encontraba apoyada sobre una roca, con los ojos cerrados y un pañuelo de gasa azul cubriéndole la cabeza y protegiéndola del sol.
- ¡Raquel, mi amor...! Llamó delicadamente a su mujer rozándole la barbilla con la mano.
- ¿Qué...? Preguntó despertándose bruscamente ella. ¿Ocurre algo, Micael?
- ¡No, no pasa nada...! Pero te necesito. ¡Ven conmigo a la orilla, estoy recibiendo información y necesito que tú me apoyes!
Los dos fueron hacia la orilla. Micael se mojó la cabeza e invitó a Raquel a que hiciera lo mismo. Se sentaron en el suelo, uno frente al otro y con las manos unidas. Cerraron sus ojos y se concentraron. Raquel comenzó a notar algo extraño en su cabeza. Sentía como si su cerebro se expandiera, pero no oía nada. Sin dejar la concentración, abrió sus ojos y vio que su marido estaba en pleno trance. Su cuerpo temblaba ligeramente y las facciones de su rostro cambiaban a cada segundo. Le apretó con más fuerza las manos, y esperó. Así estuvo casi media hora.
Dio lugar a que los demás se fueran despertando, y al ver lo que ocurría se fueron colocando alrededor de ellos en silencio y apoyando. Poco a poco Micael fue saliendo del trance. Lo primero que hizo fue sacudirse la cabeza y frotarse con fuerza la cara. Miró a todos y sonrió. Intentó ponerse en pié, pero no pudo. Las piernas no le obedecían. Entre Jhoan y David le ayudaron a levantarse, y cuando ya había andado unos pasos se adentró en el agua y dio varias brazadas. Cuando salió, hicieron un corrillo, y éste les empezó a contar lo vivido.
- Ha venido a buscarme un hermano, y juntos hemos hecho el recorrido para nuestra nueva aventura: Sinaí. Todo está ya preparado. Mañana mismo daremos el primer paso. Bueno... ya sé que estáis impacientes... pero antes acercarme una lata de coca cola porque me he quedado más seco que esta arena... David le acercó una lata de la mini-nevera, Micael la abrió, tomó un trago y continuó.
- Hay que ir a Jerusalén, a la zona del Gólgota, buscar la roca donde se apoyó el madero donde estuve, y arrancarla del suelo. Debajo hay una llave, guardada entonces por algunos hermanos nuestros que estaban en misión de apoyo. Es la llave que nos abrirá la puerta sellada del túnel que encontraremos en Be’er Sheva y que nos llevará hasta el lugar exacto del Arca.
- ¡Pues se trata de un túnel bastante largo, hermano!
- Sí, Joan... es largo, pero a buen paso y con descansos de cinco o seis horas, tardaremos cuatro días en llegar. Una vez hayamos llegado, nos encontraremos en una zona, que sin salir a la superficie, tendremos la oportunidad de asearnos en condiciones, de descansar y de alimentarnos apropiadamente. Estaremos allí dos días, al término de los cuales, seremos guiados hasta el Arca.
- Micael, ¿y no habría sido más fácil tomar aquél brebaje de nuevo y poder desplazarnos con toda la facilidad en medios de transporte?
- ¡No, Salomé, y hay una causa muy justificada! Le respondió su marido. Cuando lleguemos allí, nuestros hermanos tendrán que exponerse y entregarse a una energía descomunal, lo mismo que nosotros, en una medida más pequeña. Y si tomáramos esa sustancia, llegaríamos muy debilitados y con nuestros cuerpos al borde del caos.
- ¡Entiendo! ¿Y nos encontraremos con algunas sorpresas desagradables, hermano?
- ¡No, Salomé, porque vendrá con nosotros el guardián más temido, ante el cual, todas las energías que no sean afines a nosotros, huirán despavoridas! Exclamó Micael riéndose y mirando a David.
- ¿Y quien es ese guardián?
- ¡Lo tienes a tu derecha, hermanita... al mismísimo MIGUEL, la Justicia de Dios, el implacable... pero con las alas echas polvo!
- ¿Tú, David...? Preguntó sin salir de su asombro Salomé. ¡Que callado te lo tenías, nene!
- ¿Por qué no dejamos este tema ya, chicos...? Me siento un poco incómodo.
- ¿Por qué, hermano... te sientes incómodo por ser quien eres y por tu estrecha relación conmigo?
- ¡No me jodas ahora tu, Micael... de sobra sabes que no! ¡Yo ahora solo soy David, y punto! ¿Acaso me veis las alitas y la espada de fuego en la mano?
- ¡En la mano no... pero en los ojos... muchas veces, nene...! ¡Y te lo digo con todo el cariño del mundo!
- ¡Salomé, Salome...! Que aunque ahora tengas marido, no me impide darte un buen azote en el trasero.
- ¿Un azote o un fogonazo...? Preguntó sarcásticamente Salomé. Y David, al final, rompió a risas.
- ¡Dejemos zanjado el tema, y volvamos al tema...! Mañana hay que ir a Jerusalén, y tendremos que cavar... por ello no nos quedará más remedio que ir a la noche para no ser vistos.
- No es necesario, David, porque el lugar exacto no es el que está siendo venerado. No tiene nada que ver. Y eso lo sabe muy bien Raquel... Contestó Micael mirando a su mujer.
- ¿Seguro que sabéis el lugar exacto?
- Yo al menos, seguro no lo sé... porque todavía no he ido a esos lugares, pero teniendo como referencia el muro de las lamentaciones, creo que podré hacerme una idea del lugar.
- Está en un descampado. No hay más que piedras y tierra. Es una zona donde a veces suele acampar la gente joven que viene a la ciudad de turistas. Lo importante es localizar la roca e instalar la tienda de campaña encima. Una vez dentro, podremos trabajar sin levantar sospechas.
- ¿Y si cuando vayamos hay ya una tienda encima?
- ¡No lo creo Salomé, porque estoy seguro de que nuestros Hermanos nos habrán facilitado un poco las cosas! Respondió Micael.
- Bien... entonces... ¿hacemos mañana el viaje a Jerusalén?
- ¡Mañana mismo! Pero habrá que sacar el permiso de acampada.
- Bueno, ¿no querías actividad, David...? ¡Pues ahí la tienes! Exclamó toda entusiasmada Salomé.
Terminaron de charla la tarde y regresaron a sus respectivas casas. Había que madrugar para estar en Jerusalén a primera hora. A veces esos permisos tardaban una o dos horas en expedirse. Prepararon la tienda de campaña, tres utensilios de montañero para picar en la tierra, un poco de ropa y unos cuantos alimentos imperecederos.
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