sábado, 1 de agosto de 2015
En el silencio del desierto: Capítulo 7.- UN DÍA MUY ESPECIAL
En el Juzgado todo fue fácil y rápido. Les citaron para las 2,30 de la tarde. La ceremonia de la firma del contrato matrimonial podría haberse efectuado mucho antes, pero al ser Raquel europea, necesitaban una firma de la oficina del embajador. Todavía tenían cinco horas por delante, así que, como a Raquel no le interesaba en absoluto hacer turismo por la ciudad, decidieron ir a Tel-Aviv, a casa de la futura Sra. Jordan.
Después de dar una vuelta por la casa para que Sara la conociera, salieron todos a la terraza a tomarse un café. El día era espléndido, y el mar estaba que enamoraba. Después de un buen rato de tertulia, Jhoan acompañó a su madre a pasear por la orilla de la playa de la urbanización. Su circulación sanguínea no era muy buena, y los baños de agua de mar la aliviaban mucho. Micael se quedó con Raquel para ayudarla a preparar las maletas. Su nueva vida en común en Hebrón, la obligaba a hacer un nuevo cambio. Se llevaba lo más indispensable. Siempre habría tiempo de volver a por más. Lo que sí hizo fue ponerse una ropa apropiada para la ocasión. Cuando Micael la vio aparecer en el salón, se volvió a enamorar de ella.
- Mi amor, estás preciosa.
- ¿Te gusta este vestido? El color negro, para vestir, es mi favorito.
- ¡Negra por fuera, blanca y radiante por dentro!
- No, por dentro voy de colorines.
- ¡Yo no me estoy refiriendo a la ropa interior!
- ¡Ah, perdone usted...!
- ¡Ven aquí...!
- ¿Para qué...?
- ¿No te basta con que tu esposo te lo pida?
- Depende para qué... y además, de sumisa no tengo nada.
- ¡Ven aquí… rebelde…!
Raquel fue haciéndose el remolón, y cuando estuvo frente a él, levantó su barbilla, y con mirada altiva exclamó:
- ¿Qué desea el señor? Y Micael, aguantando como podía el gesto serio y autoritario del marido, contestó:
- ¡Solo os pido un beso, señora!
Y Raquel, quitándose al aire los zapatos de tacón, se abalanzó hacia él cayendo juntos sobre el sofá azul. Y le llenó de besos, y Micael se quedó enganchado a ella como una aguja a un imán.
- ¿Dra. Jordan... cree usted que este es el momento más apropiado?
- Depende para qué, ¿o es que quieres más que un beso...?
- ¡Una terapia me encantaría, pero no estamos solos!
- ¡No, no lo estamos y, además, tenemos que ir a casarnos!
- ¿Te he dicho ya que te quiero, mi amor?
- ¡Muchas veces... pero dímela una más!
- ¡Te quiero, mi amor… te quiero con toda mi alma!
- Micael, siento estropear este momento, pero necesito que me ayudes a bajar estas maletas a mi coche. Se nos está haciendo tarde.
- ¿Crees que es necesario que nos llevamos también el tuyo?
- Siempre es mejor tener dos que uno, así aprovecho y meto cosas mías para llevarlas.
- Mi amor, no hemos hablado de ello, pero el apartamento donde estamos es muy pequeño.
- Pues dime cómo es.
- Es una habitación, una sola pieza de 17 metros cuadrados, y en ella hay otro cuartito con un retrete y un lavabo. Está la cocina, un salón diminuto y dos camas de 80 centímetros donde dormimos Jhoan y yo. Pero tenemos otra pequeña habitación adosada, que la empleamos para guardar ropas, libros y todo tipo de utensilios de limpieza. Será la habitación que adaptaremos para nosotros dos. Jhoan me decía antes que dadas las circunstancias sobraba de aquél apartamento. Yo le he dicho que ni lo pensara, no quiero que viva solo en aquél lugar. Sería una presa demasiado fácil. Debemos permanecer juntos, ¿no crees?
- ¡Pues claro que sí, qué bobada! Por lo que me dices, aquello es demasiado pequeño, pero así será más divertido. ¿Y la ducha, Micael... no hay?
- Sí, claro, pero en el pasillo de la planta. Se comparte con otros dos vecinos más.
- ¡Caray! ¿Y son limpios?
- Si, se puede convivir con ellos. Tampoco se usa mucho la ducha, hay poca agua potable. Normalmente nos aseamos en la cocina o en el lavabo. ¡Me temo, mi amor, que vas a echar de menos muchas cosas!
- Puede que sí, pero tengo a la que más quiero, a la que más necesito. Y Micael... ten presente que no solo estará el sueldo de Jhoan, yo también tengo el mío, y es muy bueno.
- ¿Y cómo es que tienes tan buen sueldo, si ahora no trabajas?
- ¿Quien te ha dicho a ti que no? Pero es un tema que hay que hablarlo despacio. Cuando volvamos a la tarde a Haifa, vienes conmigo en el coche, y te lo cuento.
- ¡Me tienes intrigadísimo!
¡Pues mira, eso es bueno! ¿Llamamos ya a tu hermano y a tu madre? Tenemos que irnos ya.
Eran las tres de la tarde y los cuatro salían del juzgado. Micael llevaba en su mano una cartilla que certificaba su matrimonio con la nueva hija de Israel. La ceremonia había resultado fría, se parecía más a una transacción comercial que a un matrimonio, y Raquel salía del edificio toda frustrada y decepcionada.
- ¡Vaya asco de ceremonia, con lo bonito que es este día para los que vienen aquí a casarse... ya podrían desvivirse un poco más en los detalles!
- Hija, si son todas así. La ceremonia que es bonita de verdad es la religiosa, y vosotros la tendréis, de eso me encargo yo. Exclamó Sara besando a Raquel.
- ¿Puedo besar a la novia también, hermano?
- ¡Adelante!
Jhoan, siendo fiel a su estilo, la cogió, la balanceó, la abrazó y la besó con todas sus fuerzas. Y luego lo hizo con su hermano.
- Jhoan...
- ¡Dime, hermana!
- ¿Aceptarías ser mi padrino en la ceremonia religiosa?
- ¡Será todo un honor para mí, Raquel! ¿Acaso no fui yo quien te llevó al lado de tu esposo?
- ¡Sí Jhoan, tu has sido nuestro cupido! Ahora, solo faltas tu.
- ¿Crees que alguna vez podré conquistar de verdad el corazón de una mujer?
- ¡Quien sabe, cuñado... quien sabe... yo también soy una excelente cupido!
Y tras aquélla inusitada advertencia de Raquel, todos rieron, y se prepararon para ir al restaurante donde iban a celebrar el acontecimiento.
Las seis de la tarde y los cuatro salen por la puerta principal del restaurante Arava. La comida había sido exquisita. El plato más fuerte ha sido el preferido por todos: la pasta, acompañada de ensalada mixta, una buena sopa de pescado y como colofón el mejor vino. Para los postres, solo se apuntaron Jhoan y Raquel, los más lamineros, que eligieron castañas asadas con miel. Sara y Micael habían quedado ya muy llenos, y solo se apuntaron a los cafés, eso sí, capuchinos, muy cremosos y fuertes de contenido y sabor. Sara no parecía cansada, pero ellos tres estaban que se les cerraban los párpados.
Los coches estaban aparcados a dos manzanas de allí, así que disfrutando de un placentero paseo, se encaminaron hacia el área de estacionamiento. Sara quería regresar pronto, pues le había quedado pendiente por hacer algo muy importante, aunque no quiso decir el qué ante el insistente interrogatorio de sus hijos. Jhoan también quería regresar temprano. Deseaba hacer un poco de ejercicio en la playa antes de acostarse, e iba a retirarse a dormir temprano.
Raquel y Micael no querían regresar con tanto apremio. Ella no podía conducir el coche, pues no conocía el trayecto, y los desvíos hacia Haifa eran muchos y mal señalizados. Micael iba a ir al volante, pero dado el cansancio que llevaba en su cuerpo, su cabeza no estaba muy despejada, y prefería ir despacio y parando de vez en cuando. Así que se separaron. Jhoan y su madre partieron hacia casa y ellos se dirigieron a un pequeño mirador en lo alto de Jerusalén. El necesitaba tomar un poco de aire fresco.
- Raquel, a parte de las maletas, ¿qué más has metido atrás? Si casi no se puede cerrar el capó.
- Es un colchón de goma espuma. ¿Dónde piensas que durmamos en Hebrón?
- Pues en el mío, es bastante grande...
- ¿Dos personas de nuestro tamaño en un colchón de 80?
- ¿Para qué quieres más?
- ¡Si para mí sola ya necesito uno más grande!
- ¡Eso! ¡Tú lo has dicho, cuando dormías tu sola! ¡Pero es que ahora vas a dormir conmigo!
- ¿Y tiene eso que ver algo con el espacio?
- Dime, mi amor… anoche en la playa, ¿qué teníamos debajo de nosotros?
- Pues a parte de la arena... una toalla.
- Y aquella toalla no era muy grande... ¿verdad?
- Pues no, la verdad, el tamaño justo para no pringarte de arena.
- ¡Y no nos salimos ni un ápice de ella!
- ¡Micael, pero mira que eres... es distinto, hombre!
- ¿Qué va a ser distinto?
- ¡Vete a tomar el fresco, anda! Jajaja
- ¡A eso vamos, precisamente, mi amor!
- Oye... lo de dormir los dos en una cama tan pequeña, ¿no lo dirás en serio, verdad?
- Mi amor, haz la prueba, y si no te convence la idea, entonces, lo hacemos a tu manera.
- ¡De acuerdo, me parece justo!
- ¿Qué... nos ponemos ya en camino?
- Micael, de aquí al mirador, puedo conducir yo. Luego sigues tú.
Cuando Raquel fue a sentarse en el asiento del conductor, le dio a Micael su bolso. Este lo cogió, lo puso sobre sus piernas, y sacando de su bolsillo el librillo que certificaba su enlace, se dispuso a meterlo dentro. Raquel alargó el brazo, y en un suave movimiento le quitó el documento de la mano. Ella lo miró, sonrió, y se lo llevó al corazón.
- ¿Que... todavía no te has hecho la idea de que estás casada?
- Estoy intentando asimilar y convencerme de que todo esto no es un sueño. ¡Soy tan feliz mi amor, que me da miedo despertar!
- El único sueño que hay aquí es el mundo que nos rodea y en el que estamos inmersos, pero nosotros vivimos nuestra propia realidad, la de nuestro corazón, y todo ser humano vive la suya. Raquel, en nuestro corazón hay Amor, y por lo tanto vivimos y viviremos el Amor. Hay Servicio, y nuestra vida es y será un continuo servicio a la humanidad. Hay Entrega, y cuando llegue el momento, nos entregaremos. Hay Luz, mucha luz, y con nuestra entrega final iluminaremos al mundo. Raquel, anoche, en la playa, tú y yo nos encontramos, nos amamos, nos fundimos el uno en el otro, pero además nos consagramos al Amor, y nos hemos convertido en sus sacerdotes, en sus instrumentos, y EL se hace nuestro servidor.
- Micael... si ya de por sí nos cuesta tanto comprender... ¿cómo podemos pretender iluminar al mundo?
- ¿Acaso crees que Jhasua fracasó en su intento?
- ¡No, claro que no!
- ¿Y por qué crees que no? ¿No fue acaso un hombre sencillo como nosotros? ¿Qué es lo que a él le hizo especial?
- ¡Su corazón! En su corazón, en su mente, en su cuerpo y en su alma, solo había amor.
- ¿Acaso nosotros no lo tenemos? Mi amor, como tú bien sabes, él, como ser humano era limitado, como nosotros, pero descubrió su corazón, lo conoció, lo amó, se entregó a él, le escuchó, le comprendió y se identificó con él, y se hizo UNO con El. Jhasua, como ser humano, solo se entregó, y dio su vida plenamente consciente, aunque la gran mayoría piense que se la quitaron. Y el que hizo todo lo demás, el que obró el gran milagro, el gran cambio en la humanidad, fue su Corazón. Y nosotros, mi amor, tenemos también un corazón repleto, y nuestros cuerpos son copas llenas, griales colmados de luz, y en nuestra sangre hay Vida, y si nuestra existencia es una entrega constante y consciente al AMOR, y con alegría, SOMOS EL.
- Micael, todo lo que me estás diciendo lo siento en mi corazón, pero solo cuando lo he oído de ti, lo he comprendido. Tienes una forma de hablar, de expresarte, maravillosas...
- Tu también Raquel, lo que pasa es que lo apreciamos más en los demás que en nosotros mismos. En el momento en el que conectas con tu Corazón, maravillas salen por tu boca.
- ¡Dios mío, Micael... cuanto te pareces a él!
- ¿En tan alto pedestal me tienes, mi amor?
- Ni a él le puse nunca en uno, ni a ti tampoco. Los dos sois maravillosos, y en el único sitio donde os he puesto es en mi corazón.
- ¿Cómo llevas el estar enamorada de dos hombres a la vez?
- ¿Estás celoso?
- Pues... un poquito sí.
- Mi amor... a él le amé con locura, y le sigo amando, pero ahora sé que no estuve enamorada de él. A ti te amo con toda mi alma, pero de ti sí que me he enamorado, quizás porque te conozco, porque te siento y me identifico contigo.
- Mi amor, lo de que estaba celoso, era una broma.
- ¡Pero lo que te estoy diciendo yo es una verdad como un templo!
- ¡Lo sé, Raquel... lo sé!
- Y yo también sé, y creo no equivocarme, que tú conoces a Jhasua perfectamente.
- ¡Pues no, no te equivocas! ¿Y cómo has llegado a esa conclusión?
- Por la forma en la que hablas de él, las cosas que dices... cosa que me extraña mucho, porque tú eres judío, al menos has recibido una educación determinada...
- ¿Y eso que tiene que ver? ¡Yo soy yo! Exclamó Micael sonriéndole.
- ¿Y cuando le conociste? ¿Fuiste tú también uno de los que convivimos con él hace 20 siglos?
- Bueno... más que convivir… ¡fuimos uña y carne!
- ¡Caray! ¡No sí… ya me parecía a mí!
- ¡Pero no solo de entonces, sino desde siempre! ¿Acaso tu no?
- Bueno sí... y lo digo muy bajito para que no se entere la de arriba (señalándose con la mano la cabeza) creo que yo también le conozco desde mucho antes.
- ¿Y por qué no quieres que tu mente lo sepa?
- Ella hace lo que puede, y bastante bien, pero todavía está algo colgadilla del ego, ¿me comprendes? En según que momentos se cuelga demasiado de los personajes en vez de quedarse con la esencia, con su aprendizaje.
- Raquel... ¿y qué? El ego forma parte de nosotros mismos, como nuestro corazón. Es cierto que a veces es nuestro enemigo, pero también es nuestro mejor amigo y maestro. El nos ha hecho grandes. Nuestro ego es gigantesco, pero no por ello debemos tenerle miedo, sino todo lo contrario, amarlo. ¡Sí, AMARLO y PONERLO AL SERVICIO DE NUESTRO CORAZON! Si somos quienes somos, si hacemos lo que hacemos en esta dimensión, es por él. El ha sido el fiel guerrero que nos ha ido abriendo el camino. Pero todo guerrero cae herido en las batallas y vuelve cansado a casa, y allí está su gran amor, su querido corazón, que le cura y alivia las penas. Si de vez en cuando tu guerrero necesita recordar viejas batallas, déjale y escúchale con amor, porque cuando se recupere te lo devolverá con creces.
- Micael, mi amor... qué ganas tengo de llegar a conocerte del todo enterito...
- ¡Y yo también a ti! Y esto me recuerda que tenías que contarme algo relacionado con tu trabajo.
- ¡Huy, es verdad! Pero si es que no sabes nada de tu mujer. ¡Ni yo de ti! ¡Y estamos casados...! ¡Pero mira que somos raros...!
- Eso de que no sabemos nada el uno del otro… no es real. ¡Nos conocemos perfectamente! Pero la mente… es mucho más lenta. Hay que darle tiempo.
¡Eh... cuidado Raquel, no vayas a la derecha, es todo recto! Puedes empezar a contarme el por qué viniste a Israel, por ejemplo...
- Vine buscando una respuesta a todas las experiencias, sueños y revelaciones que he tenido desde niña. Todo comenzó cuando tenía tan solo cuatro años, pero la experiencia que más me marcó fue la que tuve aquí, en Jerusalén, cuando tenía nueve años. Esta fue física, real.
- ¿Habías estado anteriormente aquí?
- Sí. Entonces vine con mis padres. Sólo estuve dos días, pero quiero contártelo en casa, al volante no puedo concentrarme. Sigo con lo del trabajo... Terminé los estudios de medicina a los 25 años, y enseguida comencé con la especialización. Hice pediatría. Tenía verdadera vocación, y me entregué a ella en cuerpo y alma. Cuando salía del hospital, iba a casa y seguía con los libros. Entonces vivíamos juntos en un piso David, Salomé, Juancho, Antonio, Marcos y yo. Un buen día, para relajarme un poco, empecé a escribir en un papel todos mis sentimientos, emociones, pensamientos y tristezas, y observé que rimaba perfectamente, y no solo eso, sino que al recitarlas, sonaba una melodía determinada en mi cabeza. El siguiente paso fue coger una guitarra, y allí comenzó todo. Mis amigos me animaban a que cantase mis canciones en las fiestas y reuniones, luego vinieron las discotecas y en algún que otro concursillo de radio que de tiempo en tiempo había en Madrid. Y lo hice, me gustaba. Pero la cosa fue a más. Mis canciones gustaban, también mi voz y mi estilo, y empezaron a surgir contratos para actuar a las noches y fines de semana en salas de fiestas.
Ya entonces empecé a tener problemas con mi trabajo en el hospital. Dormía muy poco debido a mis compromisos, y en el trabajo no me concentraba como debía. Así que opté por dejar lo de la canción. Llevaba así un año cuando me llamaron de una discográfica francesa. Habían visto la grabación de una actuación mía en público, y les había gustado muchísimo. Me ofrecieron mucho dinero si firmaba un contrato con ellos.
Para mí fue una gran tentación, pues me gustaba cantar, pero sobre todo, salir a un escenario. Allí me transformaba en otra mujer, no muy distinta a como soy, pero sí más redimensionada. Estuve a punto de firmar, pero... el hecho de tener que dejar a mis amigos, el hospital, y lo más importante, mi corazón, no estaba del todo conforme, así que abandoné, y seguí con la especialización. Y terminé pediatría. Era el momento de decidir, si quedarme a trabajar como especialista en el hospital o abrir una consulta particular con una compañera. Por entonces también quería venir a Israel, pero no tenía dinero, y me daba palo el pedírselo a mis padres, así que le pedí ayuda a mi corazón, y si yo estaba tan confusa que era incapaz de interpretar sus deseos, al menos que me lo hiciera saber de alguna manera.
- ¿Y qué pasó?
- Fue automático. El padre de Marcos estaba entonces en la ejecutiva del Corazón Púrpura Internacional, que es ahora donde está él, ya lo sabes, y como su hijo le había hablado del tema en cuestión, un buen día me llamó y me hizo una propuesta que yo acepté encantada y sin duda alguna.
- ¿Y cual fue?
- ¿Nervioso, eh... Micael?
- ¡Intrigadísimo!
- Pues la propuesta fue la siguiente: A él y a unos cuantos directivos más les había gustado mucho mis canciones, y pidieron la opinión de un crítico musical conocido de ellos. Y se decidieron. Yo firmaba con el Corazón Púrpura un contrato indefinido de trabajo como profesional médico especializado, y con una retribución cuatro veces mayor a la establecida. A cambio, todas las canciones que yo compusiera pasarían a ser de la institución, así como todos los derechos y beneficios, salvo un tanto por ciento que me darían a mí.
- ¿Pero tu seguiste en el hospital, o continuaste con tus actuaciones?
- Yo seguí trabajando como médico, es lo que realmente deseaba. Mis canciones las cantan otros. Hay algunos cantantes que les dan más fuerza que yo, pero hay otros que las destrozan... pero bueno, la cosa es así.
¡Y funcionó…y muy bien...! y lo que más me ilusionaba es que con mi trabajo musical la institución podía invertir en obras sociales.
- Raquel, ¿y cómo sabes que esos beneficios son empleados de esa manera?
- Yo también tuve mis dudas, y se las confié a Marcos. El me dijo que su padre en persona llevaba el tema, que podía confiar plenamente en él. Y así lo hice. Cuando murió su padre, Marcos siguió con el tema, y hasta la fecha.
- ¡Si Marcos está detrás de todo, entonces no hay ninguna duda! ¡Es un hombre de ley, de los nuestros! Pero sigue... sigue...
- Pues seguí con mi trabajo y componiendo, pero la idea de venir para Israel me golpeaba continuamente la mente. Yo no quería venir solo a pasar unos días, sino a quedarme una larga temporada. Así que hablé con ellos y me dijeron que sí podrían concederme dos años sabáticos, pero para ello debería estar cuatro años trabajando sin coger un solo día de vacaciones. Las normas eran las normas, y el padre de Marcos no podía hacer una excepción conmigo. Y lo comprendí perfectamente, pero aún así lo acepté. A ellos les pareció una locura, pero mi horario era de ocho horas, salvo los fines de semana que tenía guardia en urgencias, y podía tener mis momentos de relax. Y he estado estos cuatro últimos años entregada en cuerpo y alma al trabajo y al hospital. Por eso, cuando llegué aquí, estuve un mes tocándome la barriga. Necesitaba descansar, más bien hacer otras cosas, desintoxicarme un poco. ¡Dos años por delante de vacaciones, y pagadas...!
- ¿De vacaciones dices?
- Bueno... por lo menos pagadas sí. Jajaja
- ¿Y cuando acaben esos dos años, qué harás?
- No lo sé mi amor... ¡ahora depende de los dos! Así que dispones de un buen sueldo, y no hace falta decirte que todo lo que tengo es tuyo. No soy millonaria, pero tengo dinero suficiente. Además, la institución, como estos dos últimos años ha tenido muchos beneficios por mis canciones, me han dado un dinerillo muy apetecible, y que puedes invertir en lo que haga falta. Incluso también he pensado, que con mi sueldo, podríamos vivir perfectamente los tres, y así Jhoan podría dejar el hospital y trabajar contigo, que es lo que más desea. Y si se necesita más dinero, siempre estará el chalet, la casa de mis padres y la de mis tíos, en Madrid. ¿Te imaginas, Micael, que pudiéramos trabajar los tres juntos?
- ¡Sería maravilloso, Raquel! Pero Jhoan solo me ayuda, él no quiere implicarse en lo que estoy haciendo.
- ¿Y eso?
- Jhoan está convencido de que con mi trabajo en Hebrón, estoy perdiendo un tiempo precioso que debería utilizar en hacer otras cosas, que realmente son las que hemos venido a hacer. El lleva detrás de mí, intentando convencerme, mucho tiempo. Pero yo no lo veo claro, Raquel. Sé que tengo que hacer ciertas cosas, pero no sé si debo concluir mi compromiso con esta gente. Le he pedido al Padre que me muestre el camino y el momento, y mira... la primera respuesta has sido tú, y precisamente para apoyarme en el hospital.
- ¿Micael... cuales son esas otras cosas que has venido a hacer?
- ¡Lo sabrás enseguida, mi amor, espera a la señales del Cielo! Además, tu corazón lo sabe perfectamente, pero tu mente no lo acepta. Mi amor... ve parando, ahora hay que desviarse hacia la derecha. Estamos llegando.
- ¿Es aquello que está bordeado con una barandilla marrón?
- Sí, ese es el mirador
Micael contestó a Raquel frotándose la cara con las manos. Sus ojos estaban vidriosos y un suave llanto se derramó por sus mejillas.
- ¿Te sientes mal Micael? ¿Qué te ocurre?
- Estoy sintiendo, Raquel. Por dentro mi cuerpo es un volcán de energía, de emociones, de sentimientos, y estoy vibrando como nunca lo he hecho. Pero mi cuerpo no está en condiciones, y la reacción está siendo dolorosa. ¡Tengo un dolor de cabeza fortísimo!
- ¿Te pasa esto con frecuencia? ¿Puedes evitarlo de alguna manera?
-No, mi amor... no quiero evitarlo, deseo entregarme a ello, es maravilloso. Aquí fuera me relajaré y se me pasará.
- ¿Qué es lo que te ha puesto así?
- ¡Tú, Raquel, has sido la que me has hecho vibrar de esta manera!
- ¡Pues no sé si debo alegrarme... o deprimirme!
- Raquel, mi amor... tú eres mi consuelo, mi alegría, mi fortaleza, mi descanso, mi vida... lo del cuerpo tiene fácil solución: tus manos, tus cuidados, dormir mucho y algo de tranquilidad. Y ahora contigo a mi lado, voy a transformarme de nuevo en el tío guaperas y cachas que he sido siempre, jajaja.
- Y un poco de ejercicio físico también te iría bien.
- Un poco no, más bien mucho. He sido siempre un gran deportista. ¿Qué... salimos fuera?
- Sí vamos, aunque está todo muy solitario, qué raro...
- Desde que construyeron el nuevo, que está un poco más abajo, todo el mundo va a él, pero a mí me sigue gustando más éste, el viejo, es más auténtico. Mi amor, ponte algo por encima que por aquí sopla el viento, y a estas horas viene el aire frío.
Salieron del coche, y como advirtió Micael, una suave y fría brisa les envolvió. Se acercaron al mirador y pudieron contemplar a toda la ciudad. Era un espectáculo precioso. El corazón de ella se estremeció y unas lágrimas asomaron por sus ojos. Rodeó a su marido por la cintura y lo apretó contra ella. El la abrazó y apoyó el rostro sobre su cabeza.
- ¿Viejos recuerdos, mi amor...?
- Sí, tristes, pero también muy hermosos.
Y él la besó y abriéndose unos cuantos botones de su camisa blanca, dejó al descubierto un colgante de cuero. Se lo quitó y abrió la diminuta bolsita que colgaba del mismo. Vació el contenido en la palma de su mano y la cerró llevándosela a su corazón y mirando con inmensa ternura a su mujer.
- Mi amor, estos aros los llevo conmigo desde hace mucho tiempo, aquí, a la altura de mi corazón. Cuando sucedió lo que ya sabes, pasé varios días entre la vida y la muerte, con fiebre muy alta y delirando. Pero tuve una revelación que es la que me ha mantenido ilusionado hasta hoy. Tuve un sueño en el que una mujer venía a mí, vestida de blanco y cubierto su rostro por un velo azul. Yo estaba en medio de un gran círculo con mi cuerpo desnudo en actitud orante y con dos aros en mi mano. Estaba rodeado de hombres vestidos de negro, con una serpiente dibujada en su dorso, con un cuchillo en su mano derecha y en su izquierda, asiendo con una fuerte cadena, a tres lobos, que con sus dentelladas al aire acariciaban un próximo alimento. Yo les gritaba preguntándoles qué hacían allí, por qué me tenían así... y una voz que surgió de entre ellos me sentenció: “Tu eres el cordero a quien despedazaremos para dar de comer a las fieras”. Yo, entonces, sentí un escalofrío en mi cuerpo, pero de mi corazón salió una rosa roja, y aquélla mujer de blanco se acercó a mí, me cogió la flor y la llevó a su corazón, y me tendió su mano. Se metió conmigo en el círculo, me pidió que pusiera en su dedo una alianza, y cuando lo hice, me abrazó, y con su velo azul nos cubrimos los dos, y con voz embriagadora, cálida y susurrante me dijo: “Soy tu amada, y vengo a ti porque existo por ti, para ti y en ti”.
Y entonces yo amé mi destino, y me entregué con ella a las fieras. Cuando desperté, sentí mi cuerpo herido, pero mi corazón y mi alma saltaban de gozo. En cuanto pude andar y salir a la calle, fui al taller de un artesano en joyería y le encargué que me hiciera dos alianzas exactas a las del sueño. Era un diseño un poco extraño, me dijo, pero hizo una obra de arte. Sabía que esa mujer aparecería, y cuando cogiera la rosa de mi corazón, yo le pondría la alianza en el dedo. ¡Y tú eres esa mujer, Raquel, mi amada y mi esposa!
Raquel le escuchaba atónita. No había ninguna expresividad en su rostro, pero sus ojos miraban fijamente a Micael. Este la contempló unos instantes, y ante la inmovilidad de su mujer, la acarició, y cogiéndole su mano izquierda, le puso uno de las alianzas en el dedo corazón. Cuando ella se la vio puesta, se echó a llorar nerviosamente y se abrazó a su marido.
- Mi amor, me gustaría que tú me la pusieras a mí... ¿pero qué te pasa, por qué estás así...?
- ¡Dámela, Micael, quiero ponértela!
Y él, sin dejar de mirarla, alargó su mano y aquélla alianza, hecha de roble, ribeteada por finos remates de oro y con un pequeño zafiro rojo en el centro, se deslizó por su dedo.
- Micael, ese sueño tuyo, es el mismo que tuve yo hace mucho tiempo, y estas alianzas... estos anillos yo ya los conocía. Es el mismo que el príncipe de mi sueño me pone en el dedo y con el que me hace su esposa. ¡Dios mío, Micael... eres tú... en realidad nos desposamos ya hace mucho tiempo...! ¿Pero, qué está pasando...?
- Que un príncipe ha encontrado a su princesa, y una princesa ha encontrado a su príncipe.
- Micael, ¿qué significa el sueño? ¿Por qué en el sueño tienen que sacrificarte? ¿Por qué aquéllos hombres quieren hacerte daño?
- ¡Tu ya lo sabes, Raquel, tú vienes a mi encuentro y te entregas conmigo!
- Pero es un sueño, mi amor, no tiene por qué ser realidad.
- ¡Mírame, Raquel! ¿Acaso yo no soy real? ¿Tú no eres real? Tú sabes tan bien como yo la verdad, la sientes y la vives en tu corazón, pero tienes miedo a afrontarla, y lo entiendo, porque yo a veces también lo tengo. Las dentelladas son muy dolorosas.
- Pero Micael, ¿vas a tener que pasar por lo mismo otra vez... pero es que vas a tener que morir? ¡No, Micael, no, pasar por la misma pesadilla otra vez no, no quiero!
- Raquel, lo que viviste con tu amigo, no tiene nada que ver ni contigo ni conmigo. Entonces fuiste una muda y doliente testigo de cómo torturaban y acababan con la vida de ese gran amor, pero ahora no, Raquel. Sí, por ser un testigo del Amor en este mundo habré de pagar un alto precio, pero no al amor, sino a la ignorancia, pero yo te pido que estés a mi lado, que lo compartas conmigo, que bebamos juntos de la misma copa hasta apurarla. Sí, yo soy el príncipe que ha sido preparado para morir, para entregarse, para darlo todo. Y yo ahora te pregunto, Raquel, ¿estás conmigo?
- ¡Estoy contigo, mi amor, e iré donde tu vayas, y si hay que descender a los infiernos, contigo iré! Pero dime, así como hemos de apurar la copa del dolor, ¿nos saciaremos también con la del Amor? ¿Podré tener un tiempo para amarte?
- ¡Los tres cuartos de la mitad, un año por cada uno de los elementos más uno! ¡Cinco años!
- ¿Pero desde cuando?
- Desde este momento.
- Micael, ¿quien eres realmente... con quien me he casado?
El, sujetándola muy fuerte por los hombros, sonriéndole con la mirada, con el alma y con el corazón y besando sus ojos con los suyos, le respondió:
- ¡Soy tu príncipe, mi vida, tu gran amor!
Y quedaron nuevamente abrazados. Juntos vieron la puesta del sol y cómo sus últimos rayos bañaban en oro los tejados de toda Jerusalén.
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