martes, 16 de febrero de 2016

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)


LA PRÁCTICA ESPIRITUAL
Capitulo XI (Segundo Escrito)
 «Una mente sin entrenar no puede lograr nada.»
El amor es algo más que bellos arco iris; requiere disciplina y práctica. No es solamente un sentimiento dulce.
Es un compromiso radical con una manera de ser diferente, una respuesta mental a la vida que está en total desacuerdo con lo que piensa el mundo.
El Cielo es optar conscientemente por desafiar la voz del ego. Cuanto más tiempo pasamos con el Espíritu Santo, mayor es nuestra capacidad de concentrarnos en el amor.
Un curso de milagros nos dice que los cinco minutos que pasamos con Él por la mañana (haciendo los ejercicios del Curso o cualquier otra práctica seria de oración o de meditación) nos garantizan que Él estará a cargo de nuestros pensamientos en cualquiera de sus formas durante todo el día.
Eso significa que asumimos la responsabilidad de hacer lo que en Alcohólicos Anónimos llaman un «contacto consciente» con Él.
Así como vamos al gimnasio para desarrollar nuestra musculatura física, meditamos y oramos para desarrollar nuestra musculatura mental. El Curso dice que logramos tan poco porque tenemos la mente indisciplinada: instintivamente nos comportamos de forma paranoica o nos erigimos en jueces, reacciones temerosas en vez de amorosas.
El Curso afirma que somos «demasiado tolerantes con las divagaciones de la mente». La meditación disciplina la mente. Cuando meditamos, el cerebro emite, literalmente, otra clase de ondas. Recibimos información en un nivel más profundo que durante la conciencia normal de vigilia.
Un curso de milagros dice que lo fundamental son los ejercicios, porque "nos entrenan mentalmente para pensar según las líneas establecidas en el texto.
No es lo que pensamos lo que nos transforma, sino cómo pensamos". Los principios de los milagros se vuelven «hábitos mentales» en nuestro «repertorio para solventar problemas». Crecer espiritualmente no quiere decir volverse metafísicamente más complicado, sino más bien hacerse más simple a medida que esos principios básicos empiezan a impregnar cada vez más profundamente nuestra manera de pensar.
La meditación es un tiempo pasado con Dios en silencio y quietud, a la escucha. Es el tiempo durante el cual el Espíritu Santo puede entrar en nuestra mente y realizar Su divina alquimia.
A causa de ello, no sólo cambia lo que hacemos, sino también quienes somos.
El Libro de ejercicios de Un curso de milagros, un conjunto de ejercicios psicológicos para 365 días, nos proporciona un plan muy específico para abandonar una manera de pensar basada en el miedo y aceptar en su lugar otra basada en el amor.
Cada día se nos da un pensamiento para que nos concentremos en él, con los ojos cerrados, durante un tiempo determinado.
En la introducción se nos dice que aunque no nos gusten los ejercicios y hasta incluso si sentimos hostilidad hacia ellos, aun así debemos hacerlos. Nuestra actitud no influye en absoluto en su eficacia.
Si estoy levantando pesas en el gimnasio, en realidad no importa que la experiencia me encante o me harte. Lo único que afecta a mi cuerpo es si levanto o no las pesas, y lo mismo pasa con la meditación.
Los efectos de la meditación, al igual que los de los ejercicios físicos, son acumulativos. Cuando ejercitamos los músculos en el gimnasio durante una hora, al final de esa hora no podemos apreciar cambio alguno en el cuerpo. Pero si vamos al gimnasio treinta días seguidos, entonces sí que podremos apreciar el cambio. Lo mismo ocurre con la meditación. A veces, el cambio no lo vemos tanto nosotros como los demás.
Quizá ni siquiera nos demos cuenta de cómo influye en nuestro entorno y en las personas que nos rodean la calidad de nuestra energía y las emanaciones invisibles de nuestra mente.
Pero los demás lo perciben, y reaccionan de acuerdo con ello.
La práctica espiritual constituye la base del desarrollo del poder personal.
Las personas espiritualmente poderosas no son necesariamente gente que haga mucho; son más bien personas a cuyo alrededor se hacen cosas. Gandhi consiguió que los ingleses se fueran de la India, y no era un hombre que se moviera mucho.
A su alrededor se arremolinaban poderosas fuerzas.
El presidente Kennedy es otro ejemplo de ello. Legislativamente, obtuvo más bien poco, pero movilizó dentro de otros fuerzas invisibles que alteraron la conciencia de por lo menos una generación de norteamericanos.
Cuando nos encontramos en el nivel supremo de nuestro ser, no es necesario que hagamos nada. Estamos en paz mientras el poder de Dios actúa a través de nosotros. La meditación es una relajación profunda. En ella, la voz frenética del ego y sus vanas invenciones se consumen.
Todos tenemos dentro un receptor de radio en comunicación directa con la voz de Dios.
El problema es que hay muchas interferencias, que desaparecen en los momentos de tranquilidad que pasamos con Dios. Entonces aprendemos a oír Su voz. En el Cielo es la única voz que oímos, y por eso allí somos tan felices.


VER LA LUZ
«Hijo de la luz, no sabes que la luz está en ti.»
Sólo nuestra luz interior es real.
No tenemos tanto miedo de nuestra oscuridad como de la luz que llevamos dentro.
La oscuridad nos resulta familiar, es lo que conocemos.
«Sin embargo, ni el olvido ni el infierno te resultan tan inaceptables como el Cielo.»
La luz, es decir, pensar que efectivamente podríamos valer lo suficiente, es tan amenazadora para el ego que le hace sacar sus cañones más poderosos para defenderse de ella.
Alguien que conozco me comentó una vez de un amigo común: -Tiene un alma mezquina. -No -le dije-, tiene una personalidad mezquina. Su alma es una de las más brillantes que he visto.
Su mezquindad es simplemente una defensa contra la luz.
Si dejara entrar su luz y optara por expresar realmente todo su amor, su ego quedaría abrumado. Su mezquindad es su armadura, su protección contra la luz.
Nuestra defensa contra la luz es siempre alguna forma de culpa que proyectamos en nosotros mismos o en los demás.
Dios puede amarnos infinitamente, el universo puede apoyarnos interminablemente, pero mientras no coincidamos con la bondadosa apreciación que Dios tiene de nosotros y con el misericordioso comportamiento del universo, haremos todo lo que esté a nuestro alcance para mantener a raya los milagros a que tenemos derecho. ¿Por qué nos odiamos a nosotros mismos?
Como ya hemos visto, el ego es la interminable necesidad que tiene nuestra mente de atacarse a sí misma. ¿Y cómo podemos escapar de ello? Aceptando la voluntad de Dios como propia. Y Su voluntad es que seamos felices, que nos perdonemos, que encontremos nuestro lugar en el Cielo, ahora.
No es nuestra arrogancia sino nuestra humildad lo que nos enseña que siendo tal como somos ya valemos lo suficiente, y que lo que tenemos que decir es válido. Es nuestro odio hacia nosotros mismos lo que hace que nos parezca difícil apoyar y amar a otras personas, porque apoyar a los demás equivale a apoyarnos también a nosotros.
Cuando hablo en público, siento una palpable diferencia entre las personas que quieren verme triunfar y las que toman la actitud distante de: «¿Ah, sí? Pues, demuéstralo».
Las primeras crean un contexto en el que me invitan a brillar, las otras un contexto en el que me desafían a brillar. ¿No es bastante desafío la vida? ¿Hasta tal punto se ha reducido la bondad humana? Cuando sabemos que el amor es un recurso infinito, que hay suficiente abundancia de todo para todos y que sólo podemos conservar lo que damos, entonces dejamos de criticar a los demás y empezamos a bendecirlos.
Hace varios años viví durante un tiempo en una casa con una muchacha adolescente. Un día me la encontré sentada en la cama con cinco o seis amigas, mirando un cartel de Christie Brinkley.
Por más increíble que parezca, esas chicas estaban ahí empeñándose en encontrarle defectos: que en realidad no era tan guapa, o que si lo era, probablemente no era demasiado inteligente... Dulcemente, les señalé que lo que pasaba era que en el fondo todas deseaban parecerse a ella, pero como les parecía imposible, la criticaban.
Está bien que vosotras también queráis ser hermosas -les dije-. Cada una a vuestra manera, podéis serlo.
Y el modo de conseguirlo es bendecir su belleza, elogiarla, permitirle que sea guapa para que también vosotras os lo podáis permitir. Que Christie Brinkley sea hermosa no quiere decir que vosotras no podáis serlo. Hay suficiente belleza para todas.
La belleza es sólo una idea, y cualquiera puede tenerla.
Si bendecís la belleza que ella tiene, multiplicáis vuestras posibilidades de tenerla también. Una persona que tiene éxito en cualquier campo está creando más posibilidades de que otras hagan lo mismo. Aferrarse a la idea de los recursos finitos es una manera de aferrarse al infierno.
Debemos aprender a tener sólo pensamientos divinos. Los ángeles son los pensamientos de Dios, y en el Cielo los humanos piensan como ángeles. Los ángeles iluminan el camino, no envidian a nadie, no destruyen, no compiten, no cierran su corazón, no tienen miedo. Por eso cantan y vuelan. Nosotros, por supuesto, somos ángeles disfrazados.

EL FIN DEL MUNDO
«El mundo no acabará destruido, sino que se convertirá en el Cielo.»
El fin del mundo tal como lo entendemos no sería algo horrible, si se piensa en todas las formas de dolor y sufrimiento que hay en el mundo. En los «últimos días» no escaparemos de los horrores del mundo en vehículos que se eleven hacia el espacio exterior, sino en vehículos que se adentren en el espacio interior.
Esos vehículos serán nuestras mentes sanadas, guiadas por el Espíritu Santo. ¿Qué aspecto tiene el Cielo? La mayoría de nosotros no hemos tenido más que ligeros atisbos, pero han sido suficientes para que mantengamos la esperanza de regresar.
El Curso afirma que hay una «melodía ancestral» que todos recordamos y que siempre nos llama, incitándonos en todo momento a regresar. El Cielo es nuestro hogar. Es de ahí de donde vinimos. Es nuestro estado natural. Todos hemos tenido momentos celestiales sobre la tierra, generalmente en el pecho de nuestra madre o de otra persona.
Hay un sentimiento de paz interior que proviene de un abandono total del deseo de juzgar. No sentimos necesidad de cambiar a los demás ni de ser diferentes de como somos. Podemos ver, por la razón que fuere, toda la belleza de otra persona, y sentimos que los demás pueden ver igualmente la belleza en nosotros.
El mundo considera la relación especial, sea romántica o de otra clase, como el único contexto válido para tal experiencia.
Esta es nuestra neurosis primaria, nuestro engaño más doloroso. Seguimos buscando el amor en el cuerpo, pero no está ahí.
"Nos embarcamos en una búsqueda interminable de lo que no podemos encontrar": una persona, una circunstancia que tenga las llaves del Cielo. Pero el Cielo está dentro de nosotros. No tiene nada que ver con las ideas de los demás y tiene todo que ver con lo que escogemos pensar nosotros mismos, no solamente sobre una persona determinada, sino sobre todo el mundo.
Así, perdonar a la humanidad entera, a cualquiera en cualquier circunstancia, es nuestro billete al Cielo, nuestro único camino de vuelta a casa. Nuestro objetivo es Dios. Ningún otro nos dará alegría. Y tenemos derecho a la alegría.
Aunque somos relativamente conscientes del poder de transformación del dolor, sabemos muy poco del poder de transformación de la alegría, porque sabemos muy poco de ella misma. Hablar de alegría no es ser simplista.
Nadie dice que sea fácil; sólo afirmamos que es nuestro objetivo. Como ya hemos visto, no hay manera de llegar al Cielo sin reconocer el infierno, no en su realidad última, sino en la que tiene para nosotros mientras permanezcamos en este mundo ilusorio, una ilusión ciertamente muy poderosa.
Un curso de milagros no nos propone la negación de las emociones y la supresión de la oscuridad como camino hacia la luz.
Es un proceso psicoterapéutico mediante el cual la oscuridad es traída a la luz, y no lo contrario.
En el mundo iluminado, la psicoterapia, guiada por el Espíritu Santo, tendrá ciertamente su lugar. Como dice el Curso: «Nadie puede escapar de las ilusiones a menos que las examine, pues no examinarlas es la manera de protegerlas».
Ambos lados del camino al Cielo están llenos de demonios, así como el castillo de los cuentos de hadas está rodeado de dragones.
Un curso de milagros pregunta: «¿Qué es sanar sino retirar todo lo que obstaculiza el camino al conocimiento? ¿Y de qué otra manera se pueden disipar las ilusiones si no es mirándolas directamente, sin protegerlas?». El trabajo hacia la iluminación implica a menudo una desagradable y dolorosa movilización de lo peor que hay en nuestro interior, que se hace visible tanto para nosotros como para los demás, con el fin de que podamos conscientemente liberarnos de nuestra oscuridad personal. Pero sin un compromiso con la luz, sin un intento consciente de ir al Cielo, seguimos enamorados de la oscuridad, demasiado tentados por sus complejidades.
La tentación de "analizar la oscuridad como vía hacia la luz" queda ilustrada en algunos modelos tradicionales de psicoterapia. Cuando es el ego quien la usa, la psicoterapia es una herramienta para la investigación interminable del ego: culpabilización y concentración en el pasado.
Cuando la usa el Espíritu Santo, es una búsqueda de la luz.
Es una interacción sagrada en la que dos personas juntas, consciente o inconscientemente, invitan al Espíritu Santo a entrar en su relación y a convertir las percepciones dolorosas en conocimiento amoroso. La única razón de que todos estemos tan necesitados de terapia es que hemos perdido la conexión esencial con el significado de la amistad.
Cualquier verdadera relación, así como la verdadera religión, es una forma de psicoterapia. Lo único que piden los psicoterapeutas del Espíritu Santo, profesionales o no, es aceptar la Expiación para sí mismos con el fin de que sus propias percepciones sanadas puedan ayudar a iluminar a los demás.
En el mundo que ha de venir, las parejas usarán más y con mayor frecuencia la psicoterapia, no sólo en momentos de crisis, sino como un sistema de mantenimiento.
Hubo una época en que la mayoría de las personas veían en la terapia algo que sólo era para los «locos». Ahora la vemos como una valiosa herramienta para mantenernos cuerdos.
De modo que las parejas llegarán a ver el valor de una evaluación constante, coherente y formal de sus pensamientos y sentimientos mientras caminan de dos en dos hacia los brazos de Dios.
En el exterior de las puertas del Cielo hay mucha acción, dentro de una ilusión, evidentemente, pero una ilusión que debe ser transformada desde adentro.
El único significado de cualquier acontecimiento en el mundo de la forma es que simula dentro de nosotros un impulso para dar la espalda al Cielo o alcanzar sus puertas. Mientras estamos ante las puertas, sin saber hacia dónde ir, impulsados por el amor y sin embargo adiestrados para el miedo, necesitamos darnos cuenta de la sagrada responsabilidad que se nos ha puesto en las manos.
«Y así, caminas en dirección al Cielo o al infierno, pero no solo.» Tomamos decisiones por todos y para muchos años. Las decisiones que tomamos hoy, individual y colectivamente, determinarán si el planeta se irá al infierno o al Cielo. Una cosa, sin embargo, es segura: somos la generación de la transición. Las opciones críticas están en nuestras manos. Las generaciones futuras sabrán quiénes fuimos. Pensarán con frecuencia en nosotros. Nos maldecirán o nos bendecirán.

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