domingo, 1 de noviembre de 2015

El Sendero del Mago: 3ª Lección



EL SENDERO DEL MAGO: LECCIÓN 3
"El mago observa los ires y venires del mundo, pero su alma habita en el ámbito de la luz.
El paisaje cambia, el observador permanece igual.
El cuerpo es sólo el sitio al que los recuerdos llaman hogar".

Merlín prefería evitar que lo vieran los mortales, pero en ocasiones se le podía ver una tarde de verano haciendo equilibrio en un pie, al borde de un campo. Los campesinos curiosos se le acercaban, pero Merlín permanecía como una estatua, sin emitir sonido alguno o reconocer su presencia.
En esas ocasiones, Arturo pensaba que su maestro parecía una garza vieja acechando a un pez en el pantano. Un día, después de que Merlín habia pasado horas contemplando el estanque, el niño no resistió la tentación de preguntarle qué era lo que miraba.
“No lo sé con exactitud”, contestó Merlín. “Vi una libélula y quise mirarla más de cerca. Se atravesó en mi camino como un sueño fugaz, pero al cabo de un momento olvidé si la libélula era mi sueño o si yo era el de ella”.
“¿No es obvia la respuesta?”, preguntó Arturo.
Merlín le propinó un golpecito en la cabeza y le dijo: “Tú crees que tus sueños existen aquí adentro. Pero como yo me encuentro en todas partes, ¿cómo puedo saber cuál parte de mí sueña a otra?”

PARA COMPRENDER LA LECCIÓN
Al mago que llevamos dentro también podríamos llamarlo testigo. El papel del testigo es no intervenir en el mundo cambiante, sino ver y comprender. El testigo no descansa — permanece despierto aun mientras soñamos o dormimos sin soñar. Por lo tanto, no necesita ver a través de nuestros ojos, lo cual parece bastante mágico. ¿No son acaso los ojos los órganos esenciales para ver?
La energía y la información son fundamentales para cualquier cosa que podamos ver, oír o tocar en el mundo relativo— cada átomo se puede descomponer en esos dos elementos. 
Sin embargo, en su estado primordial esos ingredientes no tienen forma. Un haz de energía puede alejarse en un remolino uniforme como una bocanada de humo; la información se puede descomponer en trozos aleatorios de datos. Se necesita otra fuerza para organizar el orden maravilloso de la vida: la inteligencia.
La inteligencia es lo que aglutina al universo.
Para el mago, ésta no es una noción teórica porque puede ver con su propio ojo interior que él es esa inteligencia. Los mortales se desconciertan ante este concepto, puesto que no pertenece a la mente. Están acostumbrados a saber las cosas, pero no a la sabiduría misma. “El mortal más brillante”, dijo Merlín, “no es mejor que el más idiota tan pronto como ambos se duermen. Los dos tienen las mismas pesadillas y se preocupan por la muerte. 
El temor nace con ellos y no pueden disfrutar el más minimo de los placeres sin saber que al poco tiempo se desvanecerá”.
La sabiduría del mago permanece presente incluso durante el sueño. La inteligencia universal siempre despierta, consciente y que todo lo sabe, no es para el mago una fuerza creadora distante. Vive en cada átomo. Es el ojo detrás del ojo, el oído detrás del oído, la mente detrás de la mente.
Por lo tanto, el mago no necesita estar despierto con los ojos abiertos para ver. En el sentido más profundo, podemos ver mientras dormimos o soñamos, porque ver significa estar despiertos a la inteligencia universal.
Cuando el testigo está totalmente presente, todo es comprensible.
El conocimiento del mago es sabiduría pura que no depende de los hechos externos. Es el agua de la vida tomada directamente de su fuente. Sin importar los cambios que ocurran en el universo, la sabiduría del mago no puede cambiar— el paisaje va y viene pero el observador es siempre el mismo. Antes de hallar al mago en nuestro interior, todos dependemos de los sentidos y de la mente para saber lo que sabemos. Nuestro conocimiento es aprendido. Está almacenado en la memoria y catalogado de acuerdo con las cosas que nos interesan; por consiguiente, es selectivo. El conocimiento del mago es innato.
En una ocasión, Arturo casi muere de susto cuando Merlín salió corriendo como si estuviera loco, blandiendo un enorme cuchillo de carnicero.
“¿Qué haces?”, preguntó el aterrorizado muchacho.
“Estoy pensando”, contestó Merlín. “¿Acaso tú no piensas así?”
“No”, dijo Arturo.
Merlín se detuvo y dijo: “Ah, entonces debo estar equivocado. Tenía la impresión de que la mayoría de los mortales utilizaban la mente como un cuchillo, para cortar y disecar. Quería saber cómo era. Si me permites decirlo, hay mucha violencia oculta en lo que ustedes los mortales llaman racionalidad”.
La mente del mago es como un lente que toma lo que ve y lo deja pasar sin distorsionarlo. La ventaja de ese tipo de consciencia es que unifica, mientras que la mente racional separa. La mente racional observa “en el exterior” un mundo de objetos en el tiempo y el espacio, mientras que el mago lo ve todo como parte de sí mismo. En lugar del “exterior” y el “interior”, existe una sola corriente unificada.
De ahí que Merlín dijera que no sabia si era él quien soñaba con la libélula o si la libélula era la que soñaba con él. Sólo hay diferencia en la separación, tal como la ve la mente. Para el ojo del mago, los dos son una misma cosa.
PARA VIVIR LA LECCIÓN
No es fácil explicar en qué consiste ser testigo. En el estado normal de vigilia, todos vemos objetos, pero el testigo ve luz. 
Se ve a si mimo como un foco de luz y al objeto como otro, pero todo dentro del contexto de un gran ámbito cambiante donde sólo hay luz.
La luz es una metáfora para hablar de los estados elevados del ser. Cuando una persona que ha tenido una experiencia cercana a la muerte dice: “Entré dentro de la luz”, quiere decir que experimentó un plano más sutil de si misma. La luz puede asumir la imagen del cielo o de otro mundo, pero para el mago nuestro mundo corriente también es sólo una imagen, proyectada igualmente desde la consciencia.
“Toda consciencia es luz”, decía Merlín, “y toda luz es consciencia”. Las fronteras que inventamos para dividir el cielo y la Tierra, la mente y la materia, lo real y lo irreal, son solamente mecanismos de conveniencia. Puesto que hemos inventado las fronteras, podemos hacerlas desaparecer con la misma facilidad.
Observe atentamente esta página. Para usted es un objeto. 
Es sólida en la medida en que está hecha de fibras de madera convertidas en papel, pero es abstracta en el sentido de que está hecha de ideas. ¿Es una página una cosa de papel, una cosa de ideas, o ambas cosas? Note con cuánta facilidad puede percibirla como las dos cosas, pero note también que no puede ver ambas cosas al mismo tiempo. En otras palabras, las distintas realidades pueden coexistir, pero cada una respeta su propio nivel de existencia. Una palabra no es otra cosa que puntos de tinta en un nivel, pero es la clave de una idea en otro.
Todos los estados de existencia, desde el más sutil e inmaterial hasta el más grosero y sólido, dependen del observador.
Si quisiéramos, podríamos disolver la página sólida y convertirla en nada, de la siguiente manera: una hoja está hecha de papel, el papel está hecho de moléculas, las moléculas están compuestas de átomos, los átomos son haces de energía a nivel cuántico, y los haces de energía son espacio vacío en un 99.99999 por ciento. Puesto que la distancia entre un átomo y otro es bastante grande — proporcionalmente mayor que la distancia entre la Tierra y el Sol — podemos decir que esta página es sólida sólo si estamos dispuestos a decir que el espacio que nos separa del Sol es sólido.
Esta experiencia de convertir las cosas aparentemente sólidas en nada puede hacerse también al contrario.
Comenzando con un espacio “vacío”, podemos añadir haces de energía, átomos, moléculas y así sucesivamente por la cadena de la creación hasta llegar al objeto que queramos, incluido nuestro propio cuerpo. La mano que da vuelta a esta página es una nube de energía y la única forma de sentirla o de que ella sienta la página es a través de un acto de consciencia. Otros haces de energía, como la luz ultravioleta que nos rodea, escapan totalmente a nuestra percepción. Por lo tanto, los ires y venires del mundo dependen enteramente del poder de la percepción. Fuimos creados como videntes a fin de que el mundo existiera como algo para ver. Sin los ojos, el mundo sería invisible.
Ahora podemos tomar esta noción y dar un paso más. Todo lo que existe sobre la Tierra se nutre con el Sol, el cual es una estrella. El alimento que consumimos se transformó a partir de la luz de una estrella y, al consumirlo, nosotros creamos un cuerpo proveniente de la misma fuente. En otras palabras, el hecho de comer un alimento no es otra cosa que el acto de una luz que consume luz. Esta luz, aunque adopta muchas formas, desde espirales gaseosas y quásares hasta un conejo que roe la hierba, es sólo una. No existe en un sitio, sino que está en todas partes. Sentimos que estamos en un sitio, pero eso es cierto solamente porque en este momento estamos dedicados al acto de suprema creación consistente en convertir el universo de luz en un solo foco denominado cuerpo y mente.
“Desearía hacer milagros”, suplicó Arturo un día.
“Este mundo existe gracias a ti”, replicó Merlín. “¿No te parece suficiente milagro?”
El mago lleva este razonamiento mágico hasta lo último. Si la vista hace visible al mundo, pregunta: ¿Qué o quién es el creador de la vista? ¿Quién vio al ojo antes de que éste pudiera ver? La respuesta es la consciencia. El vidente tras el ojo es simplemente la consciencia misma, la cual da vida a nuestros sentidos para que ellos puedan dar vida a todo lo que nos rodea, este no es un misterio metafísico. Dentro del útero de la madre, el embrión comienza la vida como un sola célula, sin órganos de los sentidos; después evoluciona en múltiples células que se agrupan en regiones especificas, que a su vez se concentran en diversas funciones; y finalmente, esas funciones emergen en forma de ojos, oídos, lengua, nariz y demás. Un ojo es muy distinto de un oído, pero la diferencia de sus formas es engañosa. Todos nuestros sentidos estaban contenidos en forma de información codificada, en esa primera célula fecundada.
La información no es más que consciencia hecha manifiesta en una forma almacenable — como este libro. Si no supiéramos lo que es un libro, diríamos que es simplemente una colección de signos de un código extraño, cuando en realidad es un canal para que una consciencia se comunique con otra.
Desde el punto de vista de Merlín, el mundo entero era para él una forma de hablar consigo mismo. “Si alguna vez olvidas algo”, le dijo a Arturo, “el bosque te lo recordará”.
“He olvidado muchas cosas que el bosque no me recordó”, protestó el niño.
“No es cierto”, replicó Merlín. “De lo único que puedes olvidarte es de ti mismo, y eso lo puedes encontrar bajo cada árbol”.
¿Por qué existe el mundo? Porque una vasta consciencia quiso escribir el código de la vida y desplegar sus hebras en la página del tiempo. De ahí que el mago no pueda saber dónde termina su cuerpo y dónde comienza el mundo. ¿Está usted soñando con este libro, o es el libro el que sueña con usted?
DEEPAK CHOPRA

El Sendero del Mago: 2ª Lección

EL SENDERO DEL MAGO: LECCIÓN 2
La magia sólo podrá retornar con el regreso de la inocencia. 
La esencia del mago es la transformación.
Todas las mañanas, el joven Arturo bajaba al estanque. del bosque a lavarse. Como todo niño, el baño no era su tarea preferida y muchas veces se quedaba por el camino, distraído con el parloteo de las ardillas rojas, las urracas o con cualquier otra cosa que le atrajera más que el agua y el jabón.
Merlín realmente no prestaba mayor atención a toda la mugre que se apilaba en el rostro de su pupilo, alrededor del cuello y por todas partes. Pero llegó el día en que el mago estalló: “¡Podría sembrar frijoles detrás de tus orejas! No me importa si solamente pasas un minuto en el estanque, pero haz algo allí”.
Arturo agachó la cabeza y dijo: “He tenido miedo de confesártelo, Merlín, pero cuando me inclino sobre el agua no puedo ver mi propio reflejo. No veo dónde lavarme, ni siquiera se cómo soy”.
Para desconcierto del niño, cuando alzó la cabeza Merlín estaba a su lado y se veía dichoso. “Toma”, le dijo, colocando una gran esmeralda en la mano del niño como premio (Arturo la utilizó posteriormente para saltar por encima del agua).
“Creí que tu desobediencia era señal de que habías perdido tu inocencia, pero veo que me equivoqué. La ausencia del reflejo significa que no tienes imagen de ti mismo. Cuando la imagen de ti mismo no te distrae, sólo puedes estar en estado de inocencia”.

PARA COMPRENDER LA LECCIÓN
La inocencia es nuestro estado natural, antes de quedar oculto detrás de nuestra imagen de nosotros mismos. Cuando nos miramos, incluso con la intención de ser totalmente sinceros, vemos una imagen construida a través de los años, de capas complejamente entretejidas. Las líneas y arrugas que surcan nuestro rostro cuentan la historia de alegrías y tristezas pasadas, triunfos y derrotas, ideales y experiencias. Es casi imposible ver algo distinto en él.
El mago se ve a sí mismo donde quiera que mira porque su vista es inocente. No está nublada por los juicios, los rótulos y las definiciones. El mago sabe de todas maneras que tiene ego e imagen de sí mismo, pero no se deja distraer por esas cosas. Las ve contra el telón de la totalidad, el contexto completo de la vida.
El ego es el “yo”; es nuestro punto de vista singular. En la inocencia, ese punto de vista es puro, como un lente transparente. Pero sin la inocencia, el foco del ego se distorsiona notablemente. Cuando creemos conocer algo — incluidos nosotros mismos —, en realidad estamos viendo nuestro propios juicios y rótulos. Las palabras más simples que utilizamos para describirnos unos a otros — amigo, familia, extraño— están cargadas de juicios. La brecha enorme de significado que separa al amigo del extraño, por ejemplo, está llena de interpretaciones. Al amigo se le trata de una forma, al enemigo de otra. Aunque no traigamos nuestros juicios a la superficie, ellos nublan nuestra visión como el polvo que oscurece un lente.
Al no tener rótulos para nada, el mago ve las cosas siempre nuevas. Para él el lente está limpio, de manera que el mundo resplandece de novedad. En todo escucha la misma canción sutil: “Contémplate”. A Dios se lo podría definir como alguien que al mirar a su alrededor sólo se ve a si mismo — o misma — en todas las direcciones; en la medida en que fuimos creados a su imagen y semejanza, nuestro mundo también es un espejo.
A los mortales les pareció muy extraño este punto de vista mágico, porque tenían su interés puesto en una dirección totalmente diferente. Quedaron fascinados ante las cosas que vieron afuera, y desearon ponerles nombre y utilizarlas. 
Era preciso dar un nombre a todas las aves y los animales. Era preciso cultivar las plantas para obtener alimento o placer. Las tierras estaban allí para ser exploradas y conquistadas.
Merlín no mostró mayor interés en todo eso. Los magos a veces desconocen los nombres de las cosas más comunes, como roble, ciervo o las constelaciones. Sin embargo, un mago podría pasar horas mirando el tronco retorcido del roble, a un ciervo pastando o el cielo estrellado, y en cada momento de su contemplación estaría totalmente absorto.
Los mortales quisieron participar de esa forma de arrobamiento. Cuando preguntaron el secreto para mirar al mundo con nuevos ojos, con deleite, Merlín les contestó: “Ustedes han perdido la inocencia. Como le han dado nombre a las cosas, ya no ven las cosas sino sus rótulos”. Eso era bastante fácil de ilustrar. Cuando dos caballeros que no se conocían se encontraban en el bosque, inmediatamente buscaban el emblema o pendón que les permitiera saber si se hallaban frente a un amigo o a un enemigo. Tan pronto como veían la insig-nia, podían actuar, pero no antes. El amigo podía ser abraza-do, invitado a compartir el banquete y animado a contar sus historias. El enemigo solamente podía ser atacado.
Merlín decía que esta obsesión por denominar las cosas es la actividad de la mente, pura y simple. La mente no puede reaccionar si no hay rótulo. Todos llevamos millones de rótulos en la cabeza y la mente es capaz de consultarlos a una velocidad asombrosa. La velocidad de la mente es sorpren-dente, pero no nos salva del estancamiento. Todo aquello en lo que podemos pensar ya lo hemos experimentado, y todo aquello que hemos experimentado puede llegar a can-samos. “¿Se preguntan por qué no pueden contemplar un roble o un venado o una estrella durante más de un minuto?” decía. “Puedo oír la queja de sus mentes: ‘¡Que aburrido, es lo mismo de antes!’ Y ahí van, ansiosos de encontrar algo nuevo.
“No veo dónde está el problema”, le dijo un día uno de los ancianos de la aldea. “El mundo es grande y la naturaleza está llena de aspectos y transformaciones fascinantes”.
“Eso es muy cierto”, reconoció Merlín, “pero según ese argumento, nada debería ser viejo y aburrido. Nadie niega la infinidad de cosas que existen allá afuera. Pero los mortales se quejan constantemente del aburrimiento, ¿no es así?” El anciano asintió.
“Sin embargo, has pronunciado la palabra acertada”, continuó Merlín. “Transformación. Pero es tu propio yo el que debe estar en constante transformación. No puedes traer al mundo a tu viejo yo y pretender ver un mundo enteramente nuevo.
El mago nunca ve la misma cosa de la misma manera dos veces. Así, cuando observa en el bosque, no está absorto tanto en la vista del ciervo como en alguna nueva faceta de su ser: su suavidad, gracia, timidez o delicadeza. Cuando el ojo se renueva, cualquiera puede ver esas cualidades. estas se abren como los pétalos de una rosa. Es preciso tener paciencia, pero vale la pena esperar. La inocencia es la única flor que existe.
Jamás se marchita y, por lo tanto, tampoco el mundo.
PARA VIVIR LA LECCIÓN

Cuanto termine de leer la lección, dedique unos momentos a tratar de recuperar un toque de inocencia. Es más fácil de lo que imagina. Lo primero que debe saber es qué no debe hacer. No juzgue su estado actual. Es probable que esté cansado o deprimido, o que sienta la necesidad de desfogar gran cantidad de ira, temor o culpa. Olvide todo eso por un momento, porque la inocencia, como enseña Merlín, está más allá de la mente.
Sólo mire esta lista de palabras:
Pesado
Liviano
Negro
Blanco
Sol
Luna
Tomando cada una de esas palabras separadamente, experimente esas cualidades. No importa si usted es el tipo de persona que trae a la mente imágenes en lugar de sentimientos, o conceptos en lugar de objetos concretos. Todos los sistemas sirven. ¿Se dio cuenta de que a la mente le es imposible evitar tener alguna sensación de peso, liviandad, blanco, negro, etc.? De hecho, ni siquiera pudo leer las palabras sin generar por lo menos un leve sabor de cada cualidad.
Para que estas cualidades existan se necesita de su participación. Si usted participa de manera inocente, las cualidades se presentarán nuevas, renovadas. Así es como ve el pintor. Mira una cesta de frutas, un barco, una nube, pero en lugar de ser receptor pasivo de todas esas cosas, las crea a través de su visión. Las dota de su propio espíritu.
Y lo mismo hacemos todos, hasta en el acto más simple de ver una cosa ordinaria. Esta experiencia demuestra que la inocencia no se pierde, solamente se oculta. El secreto para ver con inocencia es mirar desde un nuevo punto de vista, uno que no esté condicionado por lo que se espera ver.
“Si realmente pudieras ver ese árbol que está allá”, dijo Merlín, “te caerías del asombro”. “¿En serio? Pero, ¿por qué?”, preguntó Arturo. “Es sólo un árbol”. “No”, dijo Merlín. “Es sólo un árbol en tu mente. Para otra mente es una expresión de espíritu y belleza infinitos. En la mente de Dios es un hijo querido, más dulce que cualquier cosa que puedas imaginar.
Mientras la mente pueda registrar el color, la luz, la densidad y la sensación del mundo, se estará percibiendo así misma. 
La palabra pesado o blanco, crea una sensación dentro de nosotros que le pertenece sólo a cada uno. No existen la pesadez ni la blancura “allá afuera” sin que las percibamos; no existen la vista, el oído, el tacto, el gusto o el olfato sino como una chispa pequeña de la consciencia. Enviemos una cámara a la Luna para tomar fotografías de todos los cráteres y valles, y traigámosla de regreso a la Tierra. Si no hay un ser humano que vea la fotografía, no hay imagen, solamente agentes químicos que han reaccionado a una disposición momentánea de los fotones. La película estará tan muerta como la Luna misma. Merlín diría que si no hay quien mire la imagen de la Luna, tampoco hay Luna.
Por lo tanto, es de vital importancia ver el mundo inocentemente, porque es la única forma como adquiere vida. El ojo imprime vida a todo lo que ve. Detrás de cada molécula de existencia deben estar la consciencia y la inteligencia; de lo contrarío, el universo sería un torbellino aleatorio de gases inertes y estrellas muertas, un vacío penando por recibir la semilla del nacimiento. Sin la inteligencia no hay vida, solamente actividad. Cada mirada que echamos por la ventana pone la semilla de la vida en la creación. Por esa razón Merlín tomaba tan en serio su tarea de observar los robles, los ciervos y las estrellas. No deseaba que murieran; amaba la vida.
Esta lección se resume diciendo: “Mira con inocencia y serás dador de vida”. Ése es el credo mágico al cual se atenía Merlín. A los mortales les era difícil comprender algo tan simple porque iba en contra de su prejuicio más hondo, a saber: “El mundo es primero y después soy yo”. Pero nosotros mismos no estaríamos vivos de no ser porque algún ser inocente nos vio primero. Ése fue el acto que plantó la semilla de todo el universo, y fue un acto de amor. Conoceremos nuevamente nuestra inocencia cuando veamos el amor que palpita en cada brizna de la creación.
DEEPAK CHOPRA
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