domingo, 1 de mayo de 2016

LIBRO ARPAS ETERNAS (Josefa Rosalia Luque)




DESDE EL LEJANO ORIENTE
Capitulo VIII (Segundo Escrito)

Llegados a este punto, los tres se preguntaron al mismo tiempo:  ¿Hacia dónde vais? Y los tres contestaron: Al país de los hebreos, porque los astros lo han señalado como la tierra designada para recibir al Avatar Divino, que viene de nuevo y por última vez hacia los hombres. En Jerusalén –observó Gaspar–, debe estar el pueblo enloquecido de gozo por tan grandioso acontecimiento. Si es que lo sabe –añadió Baltasar–, pues nosotros tenemos una antiquísima tradición oculta que dice: “Nadie vio jamás dónde guarda el águila su nido. 
Y el que descubre el nido del águila podrá mirar al sol sin lastimar sus ojos”. Lo cual quiere decir que son muy pocos los que descubren al Hijo de Dios encarnado entre los hombres, y que los que llegan a descubrirle, pueden ver el sol de la Verdad sin escandalizarse de ella. 
Creo poder aseguraros dijo Melchor–, que no es del conocimiento del pueblo el glorioso acontecimiento, porque estoy vinculado a una Escuela filosófica de los valles del Nilo, que se halla a su vez en comunicación con la Fraternidad Esenia de Palestina que remonta sus orígenes a Moisés. 
“El pueblo hebreo espera un Mesías Rey, libertador del yugo romano que tan feroces luchas ha promovido entre los hijos de Abraham. 
“Pero los estudiantes de la Divina Sabiduría, estamos todos de acuerdo en que el Hijo de Dios, no viene a libertar a un pueblo de una dominación extranjera, sino a salvar al género humano del aniquilamiento que se ha conquistado con sus extravíos e iniquidades. “¿No es ésta la gran verdad secreta? 
Sí, es ésta contestaron los otros al mismo tiempo–. 
Y sabemos que viene arrastrando en pos de sí una oleada inmensa de Inteligencias adelantadas, que bajo los auspicios de los grandes Jerarcas de los cielos superiores, inunden de tanto amor a la Tierra, como de odio la inundaron las hordas de las tinieblas. A través de estas conversaciones al pie de un cerro del Monte Hor, llegaron a entenderse de tal manera que desde aquel entonces se estableció una fuerte hermandad entre ellos y sus respectivas Escuelas de conocimientos ocultos. 
Dos días después, se encaminaron los tres con sus acompañantes hacia Jerusalén por el trillado camino de las caravanas, en busca del Bienvenido. 
Hasta Bosra y Thopel, primeras etapas de su larga jornada, viajaron en dromedarios y camellos, pero al llegar al montañoso país de Moab, se vieron obligados a dejar sus grandes bestias por los pequeños mulos y asnos amaestrados para los peñascales llenos de precipicios.
Fue éste un largo viaje de estudio y de meditación, en que los tres sabios se transmitieron los conocimientos de sus escuelas, ampliando los propios. 
El culto del fuego de los persas, remontaba a los Flámenes prehistoricos, que con el fuego encendido perennemente sobre el ara sagrada, representaban en símbolo: el alma humana viviendo siempre como una eterna aspiración al Infinito. 
Y su nombre mismo, Flamen, era una variante de Llama, lo cual les hacía decir, cuando eran interrogados sobre sus ideales y forma de vida: somos llamas que arden sin consumirse. Aquellos Flámenes Lemures, predispusieron el sur del Indostán para el advenimiento de Krishna, juntamente con los Kobdas del Nilo, emigrados por el Golfo Pérsico a Bombay. 
Definidos estaban pues, para nuestros viajeros, los remotos orígenes de la filosofía persa y la indostánica. 
Faltaba encontrar la ilación que llevara al descubrimiento de la filosofía del país de Arabia de donde era originario Melchor. Este desenrolló un antiquísimo y amarillento papiro y leyó: 
“En una edad muy remota, en las montañas de Parán de la Arabia Pétrea, hubo una floreciente civilización gemela de la que floreció en los valles del Nilo, pues emanaban ambas de la Sabiduría de los Kobdas, la más grandiosa Institución benéfica que hizo florecer tres continentes. Y en los montes Horeb y Sinaí, que en la prehistoria se llamaron Monte de Oro y Peñón de Sindi, habían quedado ocultos como águilas en los huecos de las peñas: los Kobdas, perseguidos por los conquistadores del alto y bajo Egipto. 
Moisés que en su juventud tuvo que huir, acusado falsamente de un asesinato, estuvo en el país de Madián, al cual pertenecen dichas montañas, y la Divina Ley le puso en contacto con los solitarios del Sinaí y del Horeb, y fue allí, donde forjó la liberación del pueblo hebreo que sirviera de raíz y cimiento a la eterna y grandiosa verdad: la Unidad Divina. 
En aquellos montes recibió Moisés por divina iluminación, la Gran Ley que marcó rutas nuevas a la humanidad terrestre. “De la enseñanza oculta de estos solitarios, hemos nutrido nuestra vida espiritual durante siglos y siglos. 
Quien encuentre este papiro y los demás que le acompañan, sepa que está obligado por la Ley Divina a abrir una Escuela para difundir la sagrada enseñanza que da paz y dicha a los hombres”. “Firmado: Diza-Abad – Marván – Elimo-Abad”. “Este, es el origen de nuestra actual Escuela en los Montes de Parán, –dijo Melchor–. Y la obligación de abrirla me tocó en suerte, porque en un cruel momento de desesperación busqué un precipicio para arrojarme desde lo más alto de los cerros, y sintiendo un quejido lastimero en el fondo de una gruta, me interné en ella pensando si era posible que hubiera un ser más desventurado que yo. 
Encontré un pobre anciano atacado de fiebre y ya imposibilitado de levantarse a buscar agua para beber. 
Sus gemidos eran de la sed que lo abrasaba. 
Por socorrerlo me olvidé un tanto de mis crueles dolores. 
“Vivió aún tres días por los cuidados que le dispensé. 
Era el último sobreviviente de los solitarios aquellos. 
“Me dijo que por mandato de genios tutelares tomó el nombre de Marván, y me señaló el sitio donde fueron sepultados todos los solitarios que, antes que él, fueron muriendo, y el hueco de su caverna donde se hallaban estos documentos en un cofre de encina. “Ya lo sabéis todo amigos míos del largo viaje. ¿Qué decís a todo esto? 
Que los orígenes de todas las enseñanzas de orden superior son comunes y provienen de una misma fuente –aseveró Baltasar. 
Y que esta fuente, es el Verbo Divino en sus distintas encarnaciones Mesiánicas en nuestro planeta –añadió Gaspar. ¡Justamente! Estamos en un perfecto acuerdo –prosiguió Melchor–. Y en mi tierra los acuerdos se celebran bebiendo los amigos de la misma copa y partiéndose el mismo pan. 
Y como este acuerdo se realizó en la tienda de Melchor, el príncipe moreno, él sirvió a sus amigos y dándose un estrecho abrazo que les unió para muchas vidas, se separaron ya muy entrada la noche para seguir viaje al día siguiente. 
Esto ocurrió en los suburbios de Thopel, donde dejaron dromedarios y camellos en una hospedería que se encargaba de ellos. Hasta allí les habían servido los guías de las caravanas; pero para atravesar las escabrosas montañas de Moab, tomaron guías prácticos, que eran a la vez dueños de los asnos y mulos, con los que juntamente se contrataban para la peligrosa travesía. Empezaron a trepar por el senderillo tortuoso labrado en la roca viva, que subía serpenteando ora hacia la derecha, ora hacia la izquierda, a veces en espiral más o menos cerrada. No obstante, veían claramente que aquel sendero estaba cuidadosamente vigilado en seguridad de los viajeros. 
De tanto en tanto habían plantado en los intersticios de las peñas, una fuerte vara de madera con una tablilla escrita en la parte superior con útiles indicaciones tales como éstas: 
“Agua en el recodo de la izquierda”. “Detrás de este peñón hay una caverna para pernoctar”. “Sendero peligroso”. 
“Llevad luz encendida desde el anochecer”. 
Y en todo el camino fueron encontrando advertencias que les disminuían las dificultades. ¿Quién se ocupa con tanta solicitud de los viajeros? –preguntó Gaspar, extrañado de lo que veía.
Se dice –contestó uno de los guías–, que hay en los antros de estas montañas, genios benéficos o almas en pena que purgan sus pecados haciendo bien a los viajeros. 
Y hay una leyenda que dice, que cuando el Gran Moisés anduvo por estos mismos caminos conduciendo al pueblo de Israel, los que por infidelidades a la Ley, murieron en el camino, recibieron del Profeta el mandato de vigilar este sendero hasta su vuelta a la Tierra. 
Los tres sabios, iniciados como estaban en las grandes verdades ocultas se miraron con inteligencia, mientras esperaban su turno de beber del agua fresca del manantial que la tablilla les había anunciado. 
La leyenda del guía de la caravana tenía un oculto fondo de verdad, pues eran en realidad almas que purgaban culpas, las que se encargaban de cuidar de los caminos. 
Era una especie de cofradía dependiente de los esenios de Moab, la cual estaba formada por los bandoleros arrepentidos, a quienes los esenios salvaban de la horca, a cambio de que emprendieran una vida mejor en ocultas cavernas preparadas de antemano, donde les retenían por cierto tiempo hasta que sin peligro para ellos mismos pudieran incorporarse a las sociedades humanas en los centros poblados de la comarca. 
Les llamaban Penitentes, y cada dos lunas bajaban dos de los setenta del Gran Santuario del Monte Abarín, a visitar a los penitentes y proveer a su consuelo y necesidades. 
Para ellos no había otra ley que ésta, grabada en las cavernas que los cubrían: “No hagas a tu prójimo lo que no quieras que se haga contigo. Y Dios velará por ti”. 
En las cavernas indicadas por las tablillas escritas, encontraron mullidos lechos de heno seco, grandes cantidades de leña para la hoguera, sacos de bellotas y de castañas. Pero no encontraron ningún ser humano que les dijera: Yo soy el autor de estas solicitudes. 
Y así llegaron a Kir, Aroer, Dibón, Atarot y Beth-peor, donde se hallaba la colonia escuela de los huérfanos leprosos y tísicos, que los esenios se encargaban de cuidar por medio de sus terapeutas del exterior. La población de Beth-peor, se había hecho antipática a los viajeros en general, debido al pánico con que eran miradas por todos, aquellas enfermedades de las que ninguno curaba. Pero nuestros viajeros miraban desde otro punto de vista los grandes dolores humanos, y quisieron plantar sus tiendas justamente en la plazoleta sombreada de árboles que quedaba frente a la colonia. 
Los terapeutas que se encontraban en ellos salieron a ofrecer atenciones y servicios a los viajeros.
Si queréis ahorraros –les dijo el esenio–, de plantar vuestras tiendas por un día o dos, venid a nuestra sala-hospedería donde hay comodidad para todos vosotros. Nuestros enfermitos están recluidos en pabellones alejados de la puerta de entrada. 
Tan bondadosa y amable invitación no podía dejar de ser aceptada, y los viajeros penetraron a la gran sala-hospedería que daba al pórtico exterior. 
El aliento de Moisés parecía vibrar en todos los tonos apenas se penetraba allí. En el muro principal frente a la entrada, se veía un facsímile de las Tablas de la Ley, grabados en piedra los diez mandatos. En otro muro estaba grabada la célebre Bendición de Moisés para los fieles observadores de la Ley, y sentencias o pensamientos suyos, aparecían en pequeñas planchitas de madera en todos los sitios en que era oportuno, como un severo ornato de aquella sala. 
Al centro, una gran mesa rodeada de rústicos bancos y alrededor de todos los muros, un ancho estrado de piedra cubierta de esteras de fibra vegetal, de pieles y mantas, indicando que servían de lechos a los huéspedes. 
Sois aquí los dueños de todo cuanto hay –díjoles el esenio que les invitó, al mismo tiempo que entraba otro esenio seguido de dos jovenzuelos, conduciendo cestas con manjares y frutas que iban colocando sobre la gran mesa central. 
Permanecieron allí dos noches y dos días, pero las gentes de la colonia eran tan discretas y silenciosas, que los viajeros no tuvieron oportunidad de entablar conversación alguna sobre lo que a ellos les preocupaba. ¿Sabían o se ignoraba allí el gran acontecimiento que a ellos les empujaba imperiosamente desde tan largas distancias? Acaso –suponían los viajeros–, a la otra ribera del Jordán encontraremos el entusiasmo que aquí no se percibe por ninguna parte. 
Uno de los terapeutas sintió la apremiante interrogación que irradiaban sin hablar los viajeros, y acercándose a ellos que ya iniciaban la despedida, les dijo.  ¿No es indiscreción preguntar a qué parte de la Palestina os encamináis?
A Jerusalén –contestaron de inmediato.
Debe haber allí grande regocijo. Hace cinco días que llegué de esa ciudad y no he notado absolutamente nada de lo que decís –contestó el esenio. Pero, ¿es posible? En la ciudad de los Reyes sabios y de los más grandes Profetas, ¿se desconoce el anuncio de los astros? ¿Acaso Júpiter y Saturno nada han dicho a la ciudad de Jerusalén? No hay ciego más ciego que el que cierra sus ojos para no ver –contestó el esenio–. 
La Jerusalén de hoy no puede escuchar las voces de sus Profetas, porque el ruido del oro que corre como un río desbordado por los pórticos del Templo, ha apagado todo otro sonido que no sea el del precioso metal.  ¿Y los astrólogos?... ¿Y los cabalistas?... ¿Y los discípulos de los Profetas callan también? –preguntó otro de los viajeros. 
Los discípulos de los Profetas viven en las cavernas de los montes para proteger sus vidas, y callan para no entorpecer los designios divinos. Yo vengo de una Escuela indostánica vecina del Indo, y éste compañero, de las montañas de Persia, y este otro de la Arabia Pétrea, al cual acompaña un Iniciado de la Sabiduría en la Escuela de Alejandría, y todos venimos por el aviso de Júpiter y Saturno. 
Vos, lo sabéis también, porque vuestras palabras han dejado traslucir la luz que os alumbra. Decidnos en nombre del Altísimo: ¿Ha nacido ya el que los astros anunciaron? –insistió Baltasar. Sí, ha nacido ya. Lo he visto y lo he tenido en mis brazos –contestó el esenio. Ante estas palabras los viajeros cayeron de rodillas y besaron el pavimento. 
Adoremos la tierra que él pisa –dijeron derramando lágrimas de interna emoción–. Decidnos dónde está. 
Yo lo vi en Jerusalén, pues el gran acontecimiento me sorprendió en Betania, a donde fui a recoger niños leprosos y tísicos que sus familiares habían abandonado. 
“Nació en Betlehem de Judea, pero fue llevado por sus padres a Jerusalén para la presentación al Templo, pues es primogénito de un varón de familia sacerdotal y de madre que sirvió al Templo, mas no sé, si a vuestra llegada estará aún en la gran ciudad. “Llegaos al Templo a hacer ofrendas de pan, incienso, mirras y ramas de olivo, y pedid por Simeón, Esdras y Eleazar sacerdotes del altar de los perfumes, y decidle a cualquiera de los tres estas solas palabras:
 “Que estas ofrendas sean agradables al Salvador del mundo y que nos muestre su rostro”. “Son las palabras de señal para que seáis reconocidos como amadores del Bienvenido. 
Ya comprenderá el lector la formidable ola de entusiasmo y energía que se levantó en el alma de los viajeros. Habían estado a punto de partir sin una noticia, a no ser por la fuerza telepática que hizo sentir al esenio la vibración anhelante de los viajeros, que deseaban interrogar sobre el gran acontecimiento. 
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Igual te resuena e igual no te resuena la verdad de alguien o el mensaje de alguien, está perfecto lo importante es el mensaje y no el mensajero....y repitiendo si te resuena tómalo si no déjalo pasar... no es para ti... mas también justo es a esto que se nos invita a no tener ningún ídolo, ningún Avatar, nadie a quien seguir... solo sigue tu propio corazón… justo de esto habla de los falsos profetas marcando a alguien en particular... pues todos somos maestros y alumnos a la vez y no en si el vehículo llamado cuerpo, y no la personalidad, sino el mensaje que llega a través nuestro o a través de los otros.

Continua.....
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