sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: ULTIMO CAPITULO (32).- EL TRIUNFO DEL AMOR. UN NUEVO COMIENZO


Esta vez, sin necesidad del hermano pastor, regresaron a su valle. Jhoan había sacado a Huracán y cabalgaban juntos. Cuando estaba a punto de regresar a casa, vio a lo lejos a sus hermanos y fue hacia ellos. Se bajó del caballo y echó a correr, pero Huracán fue más deprisa que él y llegó antes a David.
Jhoan veía con extrañeza cómo Huracán había ido directo a David e ignoraba la presencia de Micael y Raquel. Se paró en seco y siguió observando, y por fin comprendió.
Micael seguía avanzando hacia su hermano, pero Jhoan era incapaz de moverse. Hubo un momento en el que Micael se paró y miró a su hermano, y le sonrió, y Jhoan, empujado por una mano invisible, echó a correr y se abrazó a él. ¡Y supo la verdad! ¡Aquel cuerpo era distinto, pero seguía siendo su hermano! No hablaron nada, solo se sintieron, se amaron. Enseguida llegó Raquel, y Jhoan fue a ella y la abrazó contra él.


- ¡Camaleón... por fin ese vacío en tu corazón, ha sido colmado!
- ¡Si Jhoan, y ya soy suya para siempre!
- ¿Por qué no nos dijisteis nada?
- Seguramente en estos cuatro días hubieseis estado pensando en celebrar una despedida, y sin embargo ahora, habrá que disfrutar de un regreso final. Ya nada nos separará hermano. ¡Pase lo que pase, estaremos juntos!
- Dime, hermano... ¿por qué Huracán os ha ignorado?
- ¡Pues porque no nos ha visto ni olido! ¡Solo vosotros podéis hacerlo! Para el resto del mundo, nosotros ya no existimos.
- ¿Y tu, David? ¿Sigues siendo normal, no...?
- Bueno, nunca he sido normal, pero sí, sigo con mi cuerpo de siempre. Yo solo les acompañé para apoyarles en la operación, pero mi cita es para más tarde. El David que creen que han matado, es Safram. Cogió mi viva imagen para protegerme. Hay muchas cosas que hablar y comentar, porque a pesar de lo desagradable de la experiencia, ha habido hechos muy hermosos, imprevistos, como todo lo que nos ha venido sucediendo últimamente, pero muy importantes. Volvamos a casa con los demás, y disfrutemos de ello.



Cuando Salomé, Juancho y Antonio supieron la verdad, no sabían si echarse a llorar o a reír. No sabían si era angustia lo que sentían sus corazones por la experiencia de sus hermanos, o alegría por tenerles allí para siempre. Se quedaron mudos, mirándoles fijamente. Solo Antonio fue capaz de reaccionar de una forma natural. Fue hacia Micael, le tanteó con la mano los brazos, el rostro y las piernas, y con una sonrisa sarcástica exclamó:

- ¡Hermano, a ti, en particular, te han hecho un favor! ¡Te han dejado mejor que antes! ¡Ahora sí que puedes decir que eres resultón!

Y Micael echó reír, con más ganas quizá que antes. Fue hacia Antonio y le abrazó intensamente.

Cuando se disponía ir hacia Raquel, ésta y Salomé estaban estrechamente abrazadas, y ésta lloraba y besaba a su hermana. Los hombres se alejaron de ellas y las dejaron con su intimidad.

Aquélla noche hicieron una cena especial. A pesar de la inconveniencia de comer carne en aquél lugar, pidieron permiso a los Hermanos para ingerir cordero. Se les dieron, y cuando fueron a la despensa, ahí estaba aguardándoles, preparado para cocinar. La cena consistió en un sabroso cordero con ensalada. Como Raquel y Micael ya no podían ingerir alimentos, pusieron sus manos sobre su ración, y los alimentos se fundieron con su energía. Hecho esto, los demás se dispusieron a comer.


La vida cotidiana volvió a casa. Cuando pasaron seis meses, abandonaron aquélla estancia y regresaron a Madrid. Huracán apareció una mañana en el jardín de la nueva casa de Sarita en Jordania, y supo enseguida que sus amigos no tardarían en ir a visitarla. Sus padres, ante la aparición milagrosa del caballo, se quedaron con él. No comprendían nada, pero eran creyentes, y vieron en Huracán un regalo del Cielo para su hija.
Micael acompañó en todo momento a su hermano David en los dos años de su actividad. Viajó por todo el mundo entregando la información, a lo que le ayudó también, y mucho, Marcos y Gloria, pues todos los viajes que realizaban los aprovechaban para difundir los trabajos de David.

A David le llegó el momento. Había un congreso en Jerusalén, donde se daban citas los políticos más relevantes del globo. La situación mundial estaba al borde del caos total, y se reunían para encontrar una salida, un respiro. Y David se presentó allí. Entregó a un grupo determinado de políticos información, y las cámaras de televisión tomaron una instantánea del momento que fue vista por millones de personas, entre las que estaban sus más acérrimos enemigos. Cuando cayeron en la cuenta de que habían sido engañados y al que habían matado hace dos años no era David Lamper, entraron en acción.

Micael le preparó para el momento. Cuando esa mañana saliera del hotel, un grupo de fanáticos le acribillarían a tiros hasta morir en plena carretera.
David abrazó a su hermano y le pidió que le acompañara a tomar su desayuno en el restaurante del hotel. Ambos bajaron y David tomó el mejor desayuno de su vida. Cuando estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta de salida del hotel, apareció Raquel, y se fundió en un abrazo con su amigo. Y salieron con él a la calle, pero cruzó solo la carretera, y un coche a toda velocidad, descargó sobre él, dejándolo tendido sobre el asfalto en un charco de sangre.
Miguel se desligó de su cuerpo y fue hacia sus hermanos, y juntos fueron al encuentro de los demás.


Dos meses después, Marcos y Gloria, junto a un grupo de médicos sin fronteras españoles, cayeron asesinados en manos de unos guerrilleros en Sierra Leona. También ellos estuvieron a su lado antes de que les cortaran el cuello, y juntos regresaron a casa.

Durante cinco años, los visibles y los invisibles trabajaron intensamente. Jhoan se había visto obligado a salir a la luz, ya que no podía demorarlo por más tiempo. Alguien de la televisión americana dio con él y le ofreció las cámaras para que se dirigiera a todo el mundo. Era una intervención en directo, sin riesgo de ser censurada. Tenía que ser muy escueta, pero directa. Solo tenía quince minutos, para decir mucho sin ser interrumpido. Sabía perfectamente que después de aquélla aparición en público, su vida correría peligro. Pero había que hacerlo. Viajó con Salomé a Florida, acompañados de sus hermanos.
Después de su intervención fueron al hotel. A las tres de la madrugada, cuando estaban durmiendo, varios hombres vestidos de negro y con la cabeza cubierta, los sacaron de la cama, los metieron en la bañera, y los acribillaron a tiros.
Aquéllos asesinos abandonaron la habitación, y ellos ayudaron a sus hermanos a desligarse de sus cuerpos, y juntos regresaron.

Ahora todo el peso del trabajo  lo llevaban sobre sus espaldas Juancho y Antonio. Habían unificado la asociación y la editorial, y su expansión se había orientado hacia América. Habían pasado ya cinco años desde la muerte de Jhoan y Salomé, y habían tenido que tomar el relevo. Por ello, del trabajo burocrático se encargaron otros hermanos, y ellos se dedicaron a viajar.

Fueron a Brasil y a Colombia. En esos dos países había comunidades de hombres y mujeres que comulgaban con sus ideas y proyectos. Eran seres  humanos que deseaban seguir, contra viento y marea, luchando por la libertad. Eran personas totalmente inmersas en su mundo, en su sociedad, pero eran conscientes de otra realidad, la del corazón, la del Amor, la del espíritu, la de la conexión con otros hermanos del Universo. Eran humanos comprometidos, y que en esos dos países, como en otros muchos, eran ferozmente perseguidos, ya que eran considerados muy peligrosos para la salud mental de la sociedad.
En Colombia, precisamente, estaban siendo diezmados, y Antonio y Juancho querían solidarizarse con ellos. Dejaron el trabajo en Madrid en buenas manos, y viajaron para estar junto a ellos. A la salida de una de sus reuniones, las treinta y tres personas que habían ido a escucharles, junto con ellos dos, fueron hechos prisioneros por la policía local.
A los ocho días de su detención, sus hermanos se presentaron en la celda donde estaban retenidos, y supieron que su momento había llegado. Viajaron con ellos en el furgón que les trasladaba hasta el juzgado. Un coche se les cruzó en la carretera comarcal saliendo de él varios hombres armados. Sacaron del furgón a los policías y después de maniatarlos, empujaron fuera a Juancho y a Antonio, los condujeron a una campa, a unos cuantos metros de la carretera. Allí, después de darles una paliza y dejarles casi inconscientes, les rociaron con gasolina y les prendieron fuego.
No sufrieron mucho los mordiscos del fuego, ya que debido a los golpes, les dejaron en muy mal estado, y su inconsciencia era ya casi total.
Sus hermanos se introdujeron en el fuego y les sacaron. ¡Ya estaban todos juntos! ¡Ya podían regresar a Casa! Pero quedaba algo pendiente. Una preciosa joven de dieciocho años llamada Sara. Seguía en Jordania e iba a empezar sus estudios de medicina. En ella recaería gran parte de la responsabilidad de llevar a cabo hasta el final el plan, pero también heredaría una tierra nueva y renovada. Sus amigos había sido los corderos que se entregaron al mundo, pero ella sería de los hacedores de las nuevas naciones. Fueron a verla, y como regalo, le dejaron una rosa blanca, como la que ella guardaba ya seca de la boda de sus amigos, pero llena de vida, de color, de perfume. Esa rosa viviría junto a ella mientras palpitara su corazón.

Y juntos regresaron al HOGAR, a Casa. Disfrutaron de unas pequeñas vacaciones y enseguida comenzaron a planear de nuevo. Nuevo destino: la Tierra. Pero regresaban todos juntos. Ya no volverían a separarse nunca más. Tenían a un hermano muy querido trabajando en este bello planeta, al que le habían prometido ayuda y apoyo. Cumplirían su palabra y esperaban, por fin, poder disfrutar de la humanidad.
                                                                                     

             En un lugar de este Planeta llamado Tierra, un 17 de Junio 
                                                   Del año 1.985 

                                             RAQUEL REYES J.

En el silencio del desierto: CAPITULO 31.- EN EL ARCA DEL AMOR


Llegó el día de la partida. David les había dicho a sus hermanos que tenían que irse a ultimar informaciones y detalles con los Hermanos sobre la tarea a realizar en Israel y Egipto. Ninguno sospechó la verdad sobre el adelanto de la cita, quizá porque David también iba con ellos.

- ¿Cuanto tiempo creéis que os tendrán ocupados? Preguntó Juancho.
- No lo sé... depende de lo que nos tengan preparado. Respondió David.
- Es que nos gustaría estar con vosotros antes de que... bueno, de que tengáis que iros...  

Y Micael no le dejó terminar. Fue hacia Juancho y le abrazó, y lo mismo hizo con todos.

Los cuatro bajaron hasta el valle y allí esperaron la presencia del hermano pastor. Pero esta vez no fue camuflado de cabrero, sino de lo que realmente era. Un gran ser, de dos metros de altura, vestido de blanco y con un rostro muy parecido al de Micael, solo que sus ojos eran violetas, como los que Sarita vio en su amigo Jhoan.
Este les saludó y les preparó para el viaje. Entraron en un cono de luz azulada e inmediatamente desaparecieron. Para ellos fue un simple entrar y salir, solo que sus pies ya pisaban la tierra de Jerusalén. Estaban allí de nuevo, y en la misma campa donde encontraron la llave.

- ¡Hemos vuelto al mismo lugar...! ¿Pero qué tiene que ver este sitio con las puertas dimensionales?
- Raquel, este era  el final del recorrido, solo que dadas las circunstancias, va a ser nuestro comienzo. ¿Te acuerdas que entonces te comenté que esta roca era el acceso a otros túneles que no debían ser explorados hasta que llegase el momento?
- ¡Sí, me acuerdo perfectamente!
- ¡Pues este es el momento! ¿Estáis preparados?
- ¡Cuando quieras, Micael! Respondieron Daniel y David al unísono.


Micael se concentró y sus manos comenzaron a vibrar. Cogió las de Raquel entre las suyas y movieron la roca del suelo. Aprovechando la oscuridad de la noche, y que nadie había acampado por los alrededores, mantralizaron y la tierra se abrió a sus pies. Quedó al descubierto un pasadizo de escaleras que bajaba hacia la entrañas del Gólgota. Cuando el último de ellos comenzó a bajar las escaleras, la tierra volvió a cerrarse de nuevo. Mil escaleras bajaron. No sabían la profundidad a la que estaban, pero por la presión que sentían, debían ser varios cientos de metros. Cuando se disponían atravesar uno de los muchos túneles, observaron que frente a ellos, en una de las paredes de roca, había un círculo de luz dorada.

- ¡Esto quiere decir que al otro lado de la roca hay alguien que quiere salir! Exclamó Micael.
- ¿Pero esto es una puerta dimensional?
- ¡No, David, pero alguien necesita nuestra ayuda!

Y los cuatro posaron su mano derecha sobre la roca dejando salir de sus pechos la vibración. Tuvieron que retroceder unos pasos, pues aquella pared se volvió fuego, y a través de él salió un hombre. Y de nuevo la roca volvió a cerrarse.

- ¡SAFRAM, hermano! ¿Qué haces aquí?
- Sabía que habíais recibido mi mensaje, y os he estado esperando. Todas las puertas que hay a lo largo del Sinaí, no podrán ser abiertas. Están atestadas de militares, mercenarios y fanáticos esperando daros caza en el momento en el que salgáis. Por ello he ido trayendo para aquí a todos los hermanos. Solo podrán abrirse las que hay de Jerusalén a Hebrón. Esta podrá utilizarse, pero os advierto hermanos, que ya están allí esperando.
- Safram, será en Hebrón donde darán con nosotros.Solo nos quedan cinco puertas de las trece.
- ¡La salida será lenta, Micael! Somos muchos, y tenemos que hacerlo despacio y con mucho cuidado. Y el tiempo, en estos momentos, no está de nuestra parte. Como os dije, los amigos de Josafat fueron hechos prisioneros, y tienen que estar sacando de ellos información, porque cada día que pasa, descubren una nueva puerta.
- No te preocupes, Safram, porque en el momento en que nos tengan, se olvidarán de vosotros, al menos os darán más margen para que podáis salir. Pero hay que darse prisa. Tú sabes dónde están las cinco puertas. ¡Guíanos a ellas, pronto!


 Safrán se puso en la cabecera del grupo. Iban a buen paso. Tenían que ganarle al tiempo. Llegaron a la primera puerta. El dibujo de una serpiente emplumada dentro de una probeta cerrada herméticamente, era el símbolo de la puerta. Micael puso su dedo índice sobre el tape de la probeta, David el suyo sobre la cabeza de la serpiente, Raquel sobre la cola de la misma, y Daniel sus manos sobre el círculo. Se concentraron y dejaron brotar de nuevo la vibración, y aquélla pared de roca se abrió, viéndose al otro lado cientos de hermanos que esperaban de pié y en un expectante silencio, el momento de salir. Ya tenían sus instrucciones. Y fueron saliendo en un estricto orden. Y así fueron abriendo las otras puertas.

- Safram... ¿hay hermanos esperando en la puerta de Hebrón? Preguntó Micael.
- ¡Sí, hay cincuenta!
- En ese caso habrá que ir con mucha cautela. No deben descubrir la salida hasta que no estén todos fuera.
- ¡Va a ser muy difícil, Micael, tendrían que estar muy pendientes de algo para que no la descubran! Contestó Safram.
- ¡Van a estar muy atareados con nosotros, hermano,  somos su trofeo más ansiado y buscado! ¡David, hermano, ha llegado el momento de que regreses! ¡Vete con los demás, aquí ya no estás seguro!
- ¡Pero Micael, si me voy... cómo vas a abrir la quinta puerta!
- ¡Yo estaré con ellos, David!

Y ante aquélla exclamación de Safram, éste asumió la viva imagen de David, dejándole sin habla.

- ¡Hermano, yo ahora he dejado de ser Safram para ser tú! Ellos saben que eres portador de grandes secretos y códigos y que necesitan para sus propios fines. Yo me entrego con ellos, e intentaré despistarles y confundirles con información falsa. Me matarán, y así creerán que te han destruido, y tú tendrás el camino más libre para actuar, al menos hasta que se den cuenta...
- ¡Safram, pero...!
- ¡David, hermano, guárdate y ve con mis hijos! ¡A mí ya no me necesitan, pero a ti sí! ¡Debes instruirles, prepararles y guiarles durante un tiempo!
- ¡Micael, Daniel... Raquel...! ¿Volveréis, verdad... vendréis de nuevo con nosotros? ¡Nos lo habéis prometido! ¡No voy a marcharme de Jerusalén sin vosotros...! ¿Entendido...?

Y David se echó a llorar en los brazos de su hermano. Luego se despidió de Raquel, de Daniel y de Safram. Comenzó a caminar hacia atrás lentamente. Su corazón se rompía por momentos, pero el último saludo de Micael le animó:
- ¡David... espéranos... que juntos volvemos a casa!

- ¡Os quiero hermanos... os amo...!

Y dicho esto, David se echó a correr en dirección contraria a la de sus hermanos. Corría con rabia, golpeando la tierra. Su corazón se desgarraba por momentos, le faltaba el aire, y su dolor era tan grande que tuvo que parar y sentarse en el suelo. Uno de aquéllos jóvenes hermanos fue hacia él y le tendió la mano diciéndole: ¡AHORA TU ERES NUESTRO GUIA Y MAESTRO, TE NECESITAMOS PARA SOBREVIVIR EN EL MUNDO AL QUE VAMOS A SALIR! Y David le sonrió y se ayudó con él para levantarse.


En la otra punta del túnel estaban los cuatro. Faltaban escasamente veinte metros para llegar a la puerta de Hebrón. Safrám se adelantó y se quedó de pié en la pared.
Daniel se abrazó a Micael y a Raquel, y tras besarles a los dos en los labios, se fue con Safram, dejándolos solos a los dos.

- ¡Mi amor... ha llegado el momento! Exclamó Micael abrazando a su mujer con lágrimas en sus ojos.
- Micael… ¿puedo pedirle al Cielo un último deseo?
- ¡Mi amor, el Cielo lo tienes tu en tu Corazón! ¡Deséalo y lo tendrás!
- ¡Lo único que deseo es que hagan lo que nos hagan... mi amor, quiero estar pegadita a ti!
- ¡Lo estarás, princesa, nadie te separará de mí! ¡Te quiero amor mío!  

Y Micael la estrechó entre sus brazos, la poseyó con el alma, con su corazón. La besó, y el fuego que salía por su boca encendía a Raquel.
- ¿Mi Camaleón... vienes conmigo?
- ¡Sí, Jhasua, voy contigo!


Micael la cogió de la mano y fueron al encuentro de Safram y de Daniel. Abrieron la puerta, y Safram apremió a los cincuenta hermanos a que salieran corriendo a través de los túneles. Como en las demás puertas, al abrirse la roca, se originaba una espiral de energía que atravesaba la tierra buscando una salida al exterior, y en su recorrido, dejaba huecos en la roca que como chimeneas quedaban a ras de superficie. Eran huecos por donde cabía perfectamente una persona.
Querían salir antes de que esa gente diera con la puerta. Así que fue Safram el primero en salir al exterior. Echó un vistazo, y aunque aparentemente no había nadie, sabía perfectamente que los estaban observando y acechando escondidos detrás de las rocas.

- ¡Animo, hermanos... que los tenemos aquí!


En el momento en el que Daniel, que era el último, puso su pié en tierra firme, un grupo de mercenarios de muchas razas distintas, armados hasta las cejas, salieron corriendo de las rocas cercándoles. El que parecía su jefe, después de observar minuciosamente a todos ellos, dio órdenes a sus hombres.

En uno de los dos coches que habían camuflado, se llevaron a Daniel, en el otro a Safrám, y en el que iba el jefe de la expedición armada, metieron a Micael y a Raquel. Antes de hacerlo, les vendaron los ojos, les amordazaron y les ataron las manos por detrás.

Después de un largo recorrido, el coche paró y obligaron a los dos a bajar. A golpes les llevaron al interior de la fortaleza donde tenían su puesto de control. Les metieron en una habitación vacía con una sola ventana que daba a otra habitación, les desataron y les quitaron la venda de los ojos, y cerraron la puerta con llave.

Raquel fue hacia la ventana para ver lo que había al otro lado, y del impacto que recibió se echó la mano al estómago y se dejó caer al suelo.
Micael fue hacia ella y observó también a través de aquélla ventana, y sus ojos se cerraron. Se dejó caer junto a ella y la abrazó.
Al otro lado de la ventana había toda clase de máquinas y artilugios de tortura. Tres hombres con el dorso desnudo y pantalones negros hacían preparativos. Parecían árabes, aunque uno de ellos tenía rasgos germanos.
Comenzaron a hablar en alto. Se oyeron gritos y Micael creyó oír la voz de Daniel. Ambos se levantaron del suelo y miraron a través de la ventana. Unos soldados habían traído a esa habitación a Safram y a Daniel. Aquéllos árabes les habían desnudado y les tenían atados a una de esas máquinas. A Raquel le dio un vuelco el corazón, y de nuevo se dejó caer en el suelo. Y aunque no oían gritos, sino leves quejidos, el olor a carne quemada era insoportable.

Micael abrazó con toda su alma a su mujer. La tortura había comenzado para ellos. Les habían puesto en una celda contigua a propósito. Esa gente quería que fueran testigos del suplicio de sus amigos con la esperanza de que hablasen, bien para parar su tortura o por miedo a cuando les tocara a ellos.

- ¡Mi amor, es hora de que nos bloqueemos! ¡Ahora estamos en manos de esta gente, y no dudarán en drogarnos para sacarnos información!


Y ambos, tras unos segundos de concentración, hicieron vibrar sus pechos, pero esta vez no la dejaron salir a través de su garganta, sino que la subieron hasta su cerebro. Y las horas pasaban. Los dos estaban acurrucados en el suelo, con sus manos tapándose los oídos y orando, enviando a sus queridos hermanos fuerzas y valor. Los gritos eran ya insufribles.

De nuevo el silencio.  Unos ruidos de pasos y la puerta de la celda se abrió. Eran ellos, los soldados, que arrastraban por el suelo los cuerpos de Safrám y de Daniel. Los echaron dentro de la celda como si se trataran de sacos de patatas. Y volvieron a cerrarla riéndose escandalosamente.
Fueron hacia ellos, y su corazón se contrajo de dolor. Sus amigos estaban destrozados. Sus huesos rotos, llenos de heridas, quemados... se estaban desangrando y no podían hacer nada por ellos. Cogieron sus cabezas entre sus piernas y acariciaron sus rostros. Safram ya no respondía, pero Daniel abrió sus ojos y sonrió.

- ¡Os quiero... os espero... hermanos! Exclamó agonizando Daniel.
- ¡Darnos valor a nosotros, hermanos, porque pronto estaremos juntos! Y Micael besó a Daniel, y en ese momento éste expiró.

Al rato la puerta volvió a abrirse, y apareció un hombre vestido de negro con turbante con dos agentes armados franqueándole. Detrás de ellos venía otro hombre, el vigilante que les abrió la puerta de la Gran Pirámide. Cuando estuvieron todos dentro, el hombre de negro le pidió que los identificara, y éste les señaló con el dedo, haciendo lo mismo son Safram, que a todos los efectos era David.

- ¡Soldado, asegúrese de que ese hombre está muerto!
- ¡Sí señor, está muerto! Exclamó el esbirro tocando el cadáver de Safram.
- ¡Pues asegúrese todavía mejor!

Y ante aquélla orden de su superior, descargó toda su munición sobre la cabeza del muerto.
- ¡Usted, el testigo... puede marcharse, y vosotros también, quiero quedarme a solas con ellos!
- ¡Señor, nuestra responsabilidad es velar por su seguridad!
- ¿Qué pueden hacerme ahora estos dos? ¡Su información... ahora la tengo yo, ya no tienen ningún poder...!

Los dos soldados y el testigo abandonaron la celda y dejaron a aquél personaje del turbante con Raquel y Micael.

- Os preguntaréis que por qué a vosotros os mantenemos todavía vivos... ¡supongo!
- ¡Hay muchas formas de morir, y la más horrible es ver el dolor y la muerte de tus amigos! Respondió seria Raquel.
- ¿Amigos...? ¡Pues que poco fieles os los buscáis...! ¡Vuestro querido hermano David nos ha servido en bandeja toda la información que necesitábamos, supongo que con la esperanza de que le dejáramos vivir...! ¡Pobre...!
- ¿Quien eres tú? ¿Por qué sabías la localización de las puertas dimensionales?
- ¿No me reconoces, Micael...? ¡Oh.... qué decepción...! ¡Pero pregúntale a tu hermano Lucifer... él si que lo sabe...! ¿Dónde está él?
- ¿Para qué quieres saber dónde está? Preguntó Micael.
- ¡Soy su hijo, Micael... el primero...! Antes de que tú, con tu maldita muerte cerraras todas las puertas del mundo subterráneo, yo conseguí salir, y juré vengar a mi padre. ¡Y lo he hecho, y muy bien hasta la fecha...! - ¿Qué has hecho con mi padre...? ¡Contesta!
- Tu padre ya es libre, y si no se muestra ante ti... es porque no lo desea, por ahora...
- ¿Qué es libre...? ¿De qué manera lo habéis hecho? ¿Con qué condiciones? ¿Qué habéis hecho con mis hermanos? ¡No... no importa que no contestéis, yo ahora tengo los códigos y claves para liberarles, y para destruirte a ti y a todos los que son como tú!
- ¡SETRUM! ¿No has pensado que quizás el pájaro que quieres liberar, ya alzó su vuelo?
- ¡Por fin me has reconocido, Micael, te ha costado...! Dime... ¿se puede alzar el vuelo sin alas...? ¡Tú a mi padre le has destruido, sino habría venido a mí!
- ¡Tu padre vive, y es libre, y te repito que si él no se muestra a ti, es porque no lo desea!
- ¡Mientes, habéis destruido a mi padre, y yo os destruiré a vosotros! ¡Hoy vengaré a mi padre! Pero sabes... también me gusta contentar a la chusma, más cuando me ha servido fielmente. Tú tienes muchos amigos que te quieren ver muerto en Hebrón, Micael, y les he preparado una buena función que recordarán durante mucho tiempo. ¡Van a quedar muy satisfechos! La función dará comienzo dentro de... cinco horas, al atardecer. Mis hombres vendrán a entregaros una invitación muy especial y a prepararos. ¡He tenido mucho placer de verte, Micael! ¡Ah... y perdonar el mal gusto de mis hombres por haberos puesto a estos dos cadáveres en vuestras narices, pero ellos también tienen derecho a divertirse un poco! ¡Ahora mismo se los llevarán!
- ¿Qué vas a hacer con ellos? Preguntó inquebrantable Raquel.
- Nuestras fieras hace cuatro días que no comen... serán un exquisito manjar para ellas. ¡Hasta pronto!


Setrum abandonó la celda y a continuación los soldados sacaron los cuerpos sin vida de Safram y Daniel. Y aquélla puerta volvió a cerrarse con llave, dejando sumidos en el silencio y dolor a los dos.

- ¡No quiero seguir sintiendo dolor, Micael! ¡Quiero ir hacia nuestra cita llena de amor, de fuego en el alma!
- ¡Mi amor... y yo tampoco! ¡Pero nuestros cuerpos saben que van a ser destruidos, y que van a sufrir, y se rebelan!
- Ellos están con nosotros, Micael, han venido a entregarse junto a su corazón. ¡Démosles amor... mucho amor, se lo merecen!
- ¿En qué estás pensando, princesa? Preguntó Micael intrigado y sonriente.
- ¡Has vuelto a sonreír, mi amor... y tu sonrisa es un alivio para mi alma! ¡Que conste que ahora es Camaleón la que está sintiendo y deseando...!
- ¿Y qué es lo que siente y desea mi Camaleón?
- Mi amor, hace dos mil años, cuando te veía en el huerto mientras esperabas tu arresto, mi corazón se estremecía. Te veía sudar, sufrir, implorar por tus amigos; tu cuerpo se retorcía por el dolor, por la angustia... y yo pensaba, deseaba ir a tu lado y amarte, y con mi amor alejar a todas aquéllas sombras de ti. Deseaba entregarme a ti, rezar juntos con nuestros cuerpos y esperar el fin juntos, entrelazados. Pero no lo hice, y ese vacío de amor me ha acompañado siempre. Camaleón quiere llenarlo de ti, Jhasua. Nos quedan todavía cinco horas, mi amor, una hora por cada año que no vamos a tener. ¡Y quiero ser tuya hasta el final!
- ¡Qué maravillosa forma de rezar, mi amor... yo también quiero entregarme al AMOR contigo, quiero ser tuyo hasta el final!

Y Micael comenzó a acariciar a su mujer, a besarla, y lentamente la fue desnudando. A pesar de la angustia que invadía a Raquel, el contacto de las manos de su marido la encendió y empezó a desnudarle a él. Cuando sus cuerpos desnudos se entrelazaron, el miedo, la angustia, el dolor, desaparecieron, y el volcán entró en erupción. Esta vez con más fuerza, con más energía, con más fuego. Micael entró en ella como el rayo en la tierra, y ésta se abrió, pero no sólo entró en sus entrañas, sino que siguió hasta su corazón, su garganta, sus ojos, su cerebro... Por unos instantes sus cuerpos dejaron de existir, y se sentían los dos fundidos en un mismo volcán. Sus cuerpos habían llegado al paroxismo, al orgasmo total, y éste se negó abandonarles. De sus bocas salía fuego, y de sus genitales lava el rojo vivo.

Oyeron ruidos y se apresuraron a vestirse. Habían pasado ya cuatro horas y el sol parecía querer retirarse. La puerta se abrió y aparecieron dos hombres. Uno de ellos llevaba dos jeringuillas, y el otro se adelantó hacia Raquel y le ordenó:

- ¡Desnúdate... y tú también! Ordenó el soldado mirando amenazante a Micael.


Micael y Raquel se desnudaron, y el soldado cogió sus ropas y las guardó dentro de una bolsa de plástico. El otro soldado fue hacia ellos e inyectó aquélla sustancia en los brazos de los dos. Terminado el trabajo, abandonaron la celda, pero esta vez sin cerrar la puerta.

- Mi amor... ¿está inyección que nos han puesto, para qué es?
- ¡Es una droga muy fuerte! ¡La inyectan a los reos para que estén conscientes hasta el final y el castigo sea mayor! Cuando pasa el efecto estimulador, te deja el cerebro destrozado. Por eso, hace diez años, yo estuve en coma tres días, y no fue debido al castigo, sino a la droga que me inyectaron. Exclamó Micael sonriendo a su mujer.
- ¡Mi amor... tu rostro resplandece... y yo estoy llena de ti... no tengo miedo... me siento inmensamente feliz...! ¿Tan locos estamos, mi amor?
- ¡Si, mi princesa... muy locos... por ello nos han condenado!


Su conversación fue interrumpida por otros dos soldados, que entrando en la celda, les esposaron con las manos por detrás. Les cogieron del brazo y después de atravesar toda la fortaleza, los introdujeron en una furgoneta militar y les ataron los pies a unos asientos metálicos que había detrás de la cabina del vehículo, y se pusieron en marcha hacia la ciudad.
Los dos se miraban y sonreían. Sus vientres y corazones todavía estaban encendidos, y cuando pensaban en lo que les estaban preparando, lejos de sentir miedo y angustia, todavía sentían con más fuerza arder el fuego.

Llegaron a una plaza. Estaban en pleno centro de Hebrón. Había miles de personas apiñadas gritando y alzando su puño pidiendo venganza. En la plaza había instalado un patíbulo. Estaba dividido en dos partes. En una, había un travesaño horizontal, del que pendían cuatro cadenas terminadas en un gancho de carnicero, los que utilizaban para colgar a las reses. Y en la otra parte, y aprovechando el suelo de piedra de una fuente seca, había instalado un poste metálico.
Fueron sacados del vehículo y conducidos entre los insultos de la muchedumbre hacia el patíbulo. Una vez allí se hicieron cargo de ellos los tres verdugos y los militares desaparecieron.

Era triste observar, cómo en sitios estratégicos de la plaza había cámaras de televisión grabando aquél acontecimiento. Periodistas de muchos países se encontraban dispersados con sus vídeos o cámaras fotográficas dispuestos a todo por obtener la foto de su vida. ¡No les importaba en absoluto la vida de aquéllos dos seres humanos! No querían saber si eran inocentes o culpables, solo buscaban el espectáculo y una oportunidad más de hacerse famosos.

En los ojos de los dos había lágrimas, pero no por ellos, sino por los espectadores. Los verdugos les cogieron y se dispusieron atravesarles los brazos, a la altura de la muñeca, con aquéllos ganchos metálicos. El dolor fue brutal, pero ninguno de los dos lanzó un quejido. Se miraron, y aquél mensaje de amor mutuo calmó su dolor. Los dejaron colgados sin que sus pies tocaran el suelo, y debido al mismo peso de sus cuerpos, sus muñecas sufrieron un desgarro. Fue el primer grito que dejaron escapar por sus gargantas, y que alimentó todavía más la sed de sangre de toda aquélla gente. Y el suplicio comenzó. Aquellos hombres fornidos y animalados, con flagelos confeccionados con finísimos hilos metálicos, los descargaban con furia sobre sus cuerpos. Aquéllos golpes desgarraban su piel y abrían sus carnes. Sus gargantas gritaban, era tan horrible el dolor, que no podían evitar el quejido de sus cuerpos, pero sonreían, y había lágrimas en sus ojos. Sentían arder sus vientres, y sus pechos albergaban cada vez más fuego, más amor. La sangre salía con prisa de sus heridas, y una voz ordenó el alto a los verdugos. Estos dejaron de golpear y se secaron el sudor y las manchas de sangre. Un hombre vestido de paisano subió al patíbulo y comprobó sus constantes vitales. Estas estaban al borde del caos. Los soltaron de los ganchos y volvieron a inyectarles con una jeringuilla. La muchedumbre seguía gritando. Querían más espectáculo. Vendaron sus muñecas para evitar que se desangraran y esperaron a que reaccionaran a la droga. Su reacción fue brusca. Los dos abrieron sus ojos. Su sistema nervioso se había activado de nuevo, y su consciencia era plena. Les cogieron y les llevaron hasta el poste metálico. Les ataron a los dos por la cintura y los sujetaron al poste. Una vez sujetos, les rodearon de arbustos y carbón, y uno de los verdugos fue rociándolo todo, incluidos ellos, con queroseno. A la orden de su superior, echaron una cerilla encendida, y todo se prendió fuego. Micael y Raquel se abrazaron, se miraron, y cuando ya el fuego comenzaba a devorarles los pies y las piernas, se besaron.

- ¡Mi amor... estamos en el Arca del Amor... fundámonos con el fuego!
- ¡Jhasua, mi amor... te quiero, te amo y te amaré siempre!


Y de nuevo se fundieron en un beso, pero en una explosión causada por el queroseno, el fuego les cubrió y los consumió. La muchedumbre enmudeció. No habían podido disfrutar de sus gritos, llantos, desesperación, miedo... por la sencilla razón de que no lo hubo. Vieron con frustración cómo una pareja se entregaba al horror de su ignorancia, amándose y amando. Muchos empezaron a pensar que ese final no era el de seres infernales ni diabólicos como les habían dicho. Comenzaron a sentir vergüenza y dolor en sus corazones y fueron abandonando el lugar en silencio. El resto quedó allí, pero al cabo de unos minutos, como vieron que del poste solo pendían unos cuantos huesos calcinados, se fueron marchando.

Al cabo de media hora, solo quedaba algún que otro reportero y unos cuantos curiosos. La policía hizo acto de presencia y los desalojó a todos. Al mando iba Setrum. Este subió las escaleras del patíbulo y quedó mirando sus restos humeantes. Su mirada era de desprecio, pero la sonrisa era de complacencia. ¡Había vengado a su padre! Y en el mismo momento en que escupía sobre sus víctimas, hubo una explosión invisible que le tiró al suelo, manchándose con la sangre vertida. Cuando elevó su mirada, vio a su padre Luzbel. Sus ojos lloraban, y aunque su rostro estaba serio, sus manos se abrieron hacia su hijo.

- ¡Padre! Exclamó Setrum medio cegado por la luz.
- ¿Por qué has hecho esto, hijo mío?
- ¡Te he vengado, Padre, por fin te he liberado!
- ¡No me has vengado hijo, ni me has liberado! ¡Al que has destruido y matado es el Cordero del Padre, el instrumento de su AMOR, el que me ha devuelto la libertad del Corazón, y yo me he entregado con él y he sufrido tu venganza a su lado!  ¡Pero ni él ni yo te lo reprochamos! ¡Vuelve con tus hermanos a la Luz que nos entrega nuestro verdadero Padre, y redime tu culpa yendo a los demás hermanos que como tú, todavía persisten en la oscuridad y en la rebeldía, y háblales del Amor, del Perdón y la Reconciliación!

-¡Padre! ¿Por qué has permitido que hiciera esta locura? ¿Por qué no te mostraste a mí antes de que hiciera esta injusticia? ¿Por qué has permitido que me manchara con tu sangre y la de ellos? ¡Estoy maldito, maldito para siempre!
- ¡No, Setrum! ¡El AMOR no maldice nunca, perdona y espera...! ¡Tu no estás maldito, hijo, como tampoco lo estuve yo en el corazón de nuestro Padre! ¡Ahora EL te invita a que compartas con tus hermanos, a que colabores, a que seas su embajador para tus hermanos rebeldes! Y como prueba del Amor del Padre hacia ti, y de su perdón, mis hermanos, los que han perecido por tu ignorancia, vienen a ti.


Y al momento, rodeando a Luzbel, aparecieron como seres resplandecientes de Luz, Josafat, Safram, Daniel, Micael y Raquel. Setrum fue hacia ellos y se echó a sus pies sollozando. Las manos de Luz de Micael se posaron sobre su cabeza y provocaron en él un vómito. Había expulsado de su cuerpo una masa viscosa maloliente de color negruzco. Al primer golpe de vista aquello tenía la pinta de un coágulo de sangre, pero al instante se transformó en una serpiente asquerosa de ojos rojos y que amenazaba con morder a Setrum. Pero los pies luminosos de Micael la aplastaron y la hicieron desaparecer. Le pidió que se levantase, y cuando lo hizo, le abrazó.
Al contacto, Setrum se transformó igualmente en un ser de luz. Fue entonces cuando su padre Luzbel, le ofreció a su hijo su presencia y compañía. El viviría con y en su hijo y le ayudaría, y a cambio su hijo le prestaría su cuerpo. Setrum accedió, y la fusión de ambos seres se llevó a cabo.

- ¿Micael, podrás perdonarme, hermano?
- ¡No solo eso, Setrum... yo te amo, y te pido que trabajes conmigo!
- ¿Pero cómo, hermano?
- Tú vuelves con los tuyos para traerles de nuevo a Casa, y yo vuelvo con los míos para apoyarles en su trabajo y preparar a esta humanidad para el Gran Viaje. ¡Tú ve abriendo caminos en la oscuridad, para que yo pueda atravesarlos e iluminarlos!
- ¡Hermano.... cuenta conmigo!
- ¡Ahora volvamos de nuevo al mundo... nos necesitan!


La Luz desapareció y Setrum sentía su cuerpo húmedo y tendido en el suelo. Se incorporó y vio la sangre de sus hermanos en sus manos. Las besó y se las llevó al corazón. Había comenzado a llover. Uno de sus soldados se acercó a él y le preguntó:

- ¿Señor, os encontráis bien?
- ¡Sí, cabo, perfectamente! ¿Qué han hecho con los restos de las otras dos víctimas?
- ¡Señor, cumpliendo sus órdenes, ahora nos disponíamos echarlos a los cocodrilos de la fortaleza!
- ¡Pues la nueva orden es que los traigan aquí, los pongan al pié de este poste, y les prendan fuego!
- ¡A la orden señor! ¿Alguna orden más señor?
- ¡Esta es la última que doy, cabo!


Aquel soldado, confundido, se apresuró a que la última orden de su jefe se cumpliera. Terminada la inhumación de los restos, y ya con la noche cerrada, Setrum se dirigió al oficial por debajo de su graduación y le entregó sus credenciales y su arma. Renunciaba a su trabajo y a su cargo.
Y ante la mirada incrédula y confusa de sus hombres, se alejó y se perdió por la ciudad.


En la otra punta del túnel, y a treinta cinco kilómetros de Hebrón, David se hallaba sentado en la campa, sobre la roca que había albergado la llave. Llevaba dos días allí, sin moverse del lugar. Cuando llegó allí no tardaron en instalarse unos jóvenes con sus tiendas. Como su presencia allí era un poco sospechosa, se escondió en un pequeño bosquecillo a unos cincuenta metros de la campa. Debían tratarse de simples turistas de día, puesto que al llegar la noche, se marcharon y dejaron el campo libre a David. Estaba pasando los peores momentos de su vida. Su corazón sangraba constantemente, pero cuando se imaginaba el momento en el que los iba a volver a ver, una bocanada de esperanza iba en su ayuda. Dos días sin dormir, sin comer, y deseando su presencia. El sabía que habían muerto. Su muerte la sintió en su corazón como una lanza, y todavía la tenía clavada. El quería permanecer despierto, alerta, pero el agotamiento le venció, y ni la lluvia consiguió mantenerle despierto. Y allí quedó, al amparo de la luz de la luna sobre la tierra fría y mojada. Pero cuando despertó, todavía era de noche. Alguien le había tapado con una manta aislante. Se incorporó, se frotó los ojos y les vio. Allí estaban sus hermanos, sentados a su lado, velando su sueño. Se abrazó a Micael y le besó. Luego lo hizo con Raquel. Les miró detenidamente. Sus cuerpos eran los mismos, pero había una ligera variación. Su piel era más clara, sobre todo la de Micael, sus rasgos más dulces, y su mirada más profunda. Cuando les abrazó sintió sus cuerpos fríos, pero en cambio, al contacto con ellos, su corazón y vientre eran puro fuego. Les sentía más intensamente que antes.

- ¡David, hermano... hemos cumplido con nuestra promesa, hemos vuelto con vosotros!
- ¡Tu voz sigue siendo la misma, hermano, y tu sonrisa...! ¡Dios que feliz me hacéis! Raquel, hermana... ¿Os han hecho sufrir mucho?
- ¡David, ojala tengas un final como el nuestro! Sí, ha habido dolor, pero el Amor nos ha embriagado de tal manera, que ha sido maravilloso.
- ¡Dios... cómo os siento, hermanos! ¡Me hacéis temblar por dentro!
- ¡David, es hora de regresar, está lloviendo y hace mucho frío para ti!
- ¡Cuando os vean regresar los hermanos, no se van a dar cuenta de nada! ¡Abrázame, hermano... abrázame otra vez!

Y Micael abrazó con fuerza a David, y le entregó su corazón.

- ¡Vuestro cuerpo está frío... pero por todos los Cielos que de vuestro pecho sale fuego! ¡Volvamos a casa, si, hay mucho trabajo que hacer todavía!

Un viaje sin retorno: CAPITULO 3.- EL ACCIDENTE


Las dos muchachas comprendieron enseguida el inconveniente que les puso Felipe cuando le confiaron su deseo de compartir una misma tienda. Eran horriblemente pequeñas. Un pequeño espacio cuadrado donde solo cabía una pequeña cama metálica y una caja que hacía las veces de mesa y armario ropero. No hay que esforzarse mucho para imaginar la cara de la pobre y frustrada Marga.

Un poco desanimadas las dos por el alojamiento, y sin ánimo de ponerse a ordenar el equipaje, ambas salieron de sus respectivos agujeros de lona y se pusieron a andar por el campamento.
Al llegar a una casona, casi a la entrada del recinto, vieron que se alquilaban por una hora ponis, bueno… esa fue la interpretación ingenua de Raquel, ya que no entendía de caballos, a lo que Marga, una auténtica amazona, replicó:
-¿Pero qué dices? Si son burros… vulgares asnos… ¿ahí quieres que me monte yo?
-Bueno, tu haz lo que quieras, Marga, pero tu me dirás… ¿no querías divertirte?
-Sí, claro, pero no a costa de la integridad de mi físico.
-¡Pero que tonterías dices…!
-Si, claro, lo piensas así porque no tienes ni idea de caballos, pero los asnos son muy peligrosos. El caballo es más noble, y se amolda muy bien a su jinete, pero éstos… cuando menos te lo esperas, te dan una coz o te tiran al suelo.
-Pero Marga… ¿no ves lo dóciles que son? Mira aquel, nos mira y parece que nos pide que le saquemos a pasear.
-Raquel… ¿has montado alguna vez a un caballo?

-¡No!
-No seas insensata, por favor.
-Marga, que solo se trata de pasear por el campamento… no de una competición.
-Está bien, de acuerdo, pero yo no me hago responsable si te abres la crisma.
-La crisma… que forma de hablar…jajaja
-Bueno, ¿vamos o que?
-Vamos…¡la aventura nos espera!

                          
Marga, como experta en la materia, de una sola zancada montó sobre el pequeño animal. No fue el caso de la pobre Raquel, que antes de posar sus nalgas sobre el lomo del animal, dio con ellas tres veces en el suelo.
Una vez conseguido el equilibrio, emprendieron un relajante paseo bordeando el campamento. Hablaban de sus cosas, sin acordarse para nada de la cita con los demás en la tienda de Felipe. Pero ellas son así…
Al principio iban muy animadas, hablando del paisaje, un tanto árido, de sus gentes y de las pintorescas costumbres que habían observado en esas personas desde su llegada. Poco a poco, sin darse cuenta, fueron enmudeciendo hasta quedar en un absoluto e impactante silencio.
¿Qué es lo que pudieron ver para que el desconcierto las invadiera de aquella forma tan brutal e inesperada?
Como muy bien les detalló Felipe, el campamento se hallaba dividido en varios sectores, según las nacionalidades, religiones, grupos étnicos y nivel social. Aquello parecía un gran circo con varias pistas de actuación. Raquel acertó cuando le hizo esta misma observación a su amigo, pero en este caso, las dos amigas eran las únicas espectadoras de la función.

Por un lado, grupos de personas, en su mayoría jóvenes de dudoso aspecto y vestidos con atuendos estrafalarios, bien estaban tirados por los suelos o bailaban a un ritmo que más bien parecía el rito de un aquelarre.
Por otro lado, personas sentadas en el suelo con las manos en alto invocando sabe el Cielo a quién, gritando y orando como si se trataran de almas en pena alrededor de un hombre, quien con aire de profeta iluminado, animaba a sus fieles a la salvación eterna.
En la otra pista… perdón…por el otro lado del campamento podían verse a los ya harto vistos y conocidos ufólogos, que con sus cámaras y grabadoras no dejaban de acosar a los interminables testigos de no sabemos que.

-¿Estás viendo lo mismo que yo, Marga?
-Sí, y es una pena…mira…mira allí…
-¿Dónde?
-A la derecha, aquel grupo que está junto al fuego… ¿los ves?
-Sí, los veo.
-Aseguraría que se están pinchando, a no ser que todos ellos sean diabéticos… que lo dudo mucho.
-¿Pero cómo pueden permitir esto en un lugar como éste?
-Querida Raquel… en este planeta está todo permitido.
-Entonces, Marga, yo me pregunto… ¿qué pintamos aquí?
-Esto mismo te pregunté yo en el avión, ¿recuerdas?
-Sí, Marga… pero a pesar de todo, tengo la extraña sensación de que algo inesperado va a suceder… me empiezo a sentir rara… incluso me estoy… estoy… Marga, me siento mal… me mareo…
-¡Baja, baja enseguida del animal!

Ante la inmovilidad de Raquel, Marga intentó coger las riendas del burro que montaba su amiga, pero el animal, asustado, comenzó a dar saltos, lanzando al aire el cuerpo desvanecido de Raquel.
Al caer, Raquel derrumbó una pequeña tienda de campaña roja, que por la banderita que tenía en el mástil, parecía ser de la Cruz Roja.
Mientras Marga intentaba dominar al animal para ir a socorrer a su amiga, de entre la lona de la tienda apareció un hombre. Llevaba bata blanca y parecía el sanitario. Este, viendo a Raquel tumbada y sin conocimiento aparente, se apresuró a socorrerla.

-¡Dios mío… Dios mío… Raquel…!
-No se preocupe, señorita, tiene pulso normal y ella está bien. No tiene nada roto. Hay que ayudarle a recobrar el conocimiento.
-¿Seguro que está bien? ¿No ha sido un reconocimiento muy apresurado?
-No te preocupes… soy médico.
-¡Pues vaya novedad… yo también lo soy… y ella…! Habrá que llevarla a un hospital y hacerle las pruebas oportunas, ¿no cree?
-No te preocupes, compañera. Tu amiga no tiene nada, pero cuando recobre el conocimiento os acompañaré al hospital que hay en el campo de refugiados. Mira… ya va volviendo en sí.
-San… Sananda… Sananda… la puerta… el tiempo no está…
-¿Pero qué dice…? Raquel… ¡despierta…despierta ya!
-Déjala… ¿qué fue lo que le provocó la caída?
-Pues ella de repente me advirtió que se sentía muy mareada, y yo, al intentar parar al burro lo asusté y la tiró. Ha sido todo tan rápido… ¿Y esas cosas tan raras que dice… si no conoce a nadie que se llame Sananda?
 Raquel por fin recobró el conocimiento.

-¿Marga, qué me ha pasado?
-¿Te duele algo?
-No, me siento bien, pero tengo mucho sueño y hambre. ¿Todo este desastre lo he provocado yo?
-Si hija, si… este pobre hombre ha parado tu caída. Habría que preguntarle a él como tiene las costillas.
-Por mi no os preocupéis… estoy bien, y ahora, para que os quedéis tranquilas, sobre todo tu, Marga, vamos al hospital.

Un viaje sin retorno: CAPÍTULO 2.- EN EL CAMPAMENTO


Por fin los cinco amigos, después de tres horas de espera para recoger el equipaje, salen del aeropuerto. Un taxi les está esperando. Después de concertar con el conductor un extra sobre la tarifa por el exceso de equipaje, salen rumbo al campamento “Estrella de David”.

-¿Estamos todos?
-Sí, estamos todos, Felipe…y gracias a ti.
-Te noto un cierto sarcasmo, Marga… ¿te ocurre algo?
-Nada, Felipe, no me pasa nada, solo que todo esto es decepcionante. Yo había venido aquí a divertirme un poco, y la verdad… por lo que veo…
-Escúchame, flor de loto, ya dejamos bien claro que aquí no veníamos a perder el tiempo como turistas. Están sucediendo cosas extraordinarias a nuestro alrededor, y no podemos desaprovechar la ocasión de ser testigos de…

En aquel momento Felipe se vio a sí mismo traicionado. Se le escaparon las palabras fatídicas, y ya tenía al grupo encima de él… acechando, pidiendo una explicación… información.

-¿A ser testigos de qué, Felipe?
-De nada mujer, es mi forma de decir las cosas… ya me conocéis…
-Sí, por eso, porque te conozco no dudo que seremos testigos de algo parecido a un aquelarre.
-Vale…vale… muy bien… No es necesario que me mires así. He cogido al vuelo el mensaje. Me doy por enterada. No volveré a ser yo la que incordie.
-Me parece muy bien, Marga, y ahora, ¿os dignáis seguirme querida y delicada princesa a tomar posesión de vuestros aposentos?

-Vamos, Felipe, que lo de “no incordiar” iba también por ti.
-Está bien, Raquel, tengamos paz. Estamos algo nerviosos, pero me quedaría más tranquilo si no la pierdes de vista, aunque pensándolo bien, necesitaría a una legión de voluntarios para que os vigilasen a las dos. No se cual de vosotras dos es más peligrosa.
-¿Pero has visto, Raquel, qué aires de padre guardián ha traído el señor…?
-¡Vale, chicos… no nos pongamos a discutir ahora! No te preocupes, Felipe, nos instalamos y dentro de una hora podemos quedar todos en tu tienda para organizarnos un poco de cara al campamento. ¿Te parece bien?
-Estupendo, pero me temo que aquí, en el campamento, no vamos a hacer gran cosa, ni mucho menos amistades nuevas. Además… toda esta gente me ha resultado un poco rarita y particular. Tú, Juancho, has ido con Patricio a hacer las inscripciones, ¿qué te ha parecido?
-Si, hemos tenido tiempo de pasear un poco por el campamento, y por lo que nos han dicho, la mayoría de toda esta gente lleva ya varios meses instalada aquí, desde que empezó todo el tinglado.
-¿A qué tinglado te refieres?
-Les hemos preguntado y parecían muy recelosos a hablar, pero cuando les hemos dicho que éramos estudiosos e investigadores de temas sobrenaturales, se han confiado un poco más y nos han contado. La historia empieza cuando un grupo religioso francés se instaló aquí las últimas navidades. Uno de sus miembros, vidente y santón, aseguraba que iban a pasar cosas extraordinarias en esta zona. Que la voz de Dios iba a salir de la montaña sagrada y que sus mensajeros descenderían del Cielo.
-Llevan aquí seis meses, y todavía no ha sucedido nada. Ellos creían, cuando les hemos dicho quienes éramos, que veníamos a informar e investigar sobre este tema, pero debemos reconocer que esta vez nos ha cogido el toro por el trasero.
-Normal… muy normal… Patricio, y como siempre, nosotros, los últimos en enterarnos.
-Pues a pesar de ello, Raquel, no me pena mucho. Por lo que he visto, más que un interés puramente científico y ufológico parece que…
-¿Parece qué… Felipe?
-Para dos periodistas franceses y cuatro médicos italianos entregados completamente a resolver este entramado, lo demás, da risa.
-¿Risa… es que se ha instalado en el campamento algún circo?
-Parecido. Bueno, muchachas, todavía tengo que colocar en sus tiendas a Juancho y a Patricio, así que portaros bien y daros una vuelta por ahí. Dentro de una hora todos en mi tienda. ¿De acuerdo?
-Vale… ¡Hasta pronto… papi…!
-Menos guasa, chicas, y ¡andando!

Un viaje sin retorno: CAPITULO 1.- RUMBO A JERUSALÉN


-¡Qué callada vas, Raquel! Habla algo, mujer, en estos momentos soy capaz de soportar uno de tus chistes.
-Perdona, Marga, pero es la primera vez que monto en un avión y…
-¡Y estás asustada!, ¿no…? , pues como yo, y además con esta tormenta el avión no hace mas que subir y bajar y vibrar ¡que mareo!
-No Marga, no es miedo… es que me siento rara. Tengo sensaciones y vibraciones desconocidas para mí, y a la vez me siento extremadamente relajada.
-¡Vamos, hablando en cristiano… que estás amorfa perdida!
-Tienes razón, Marga, perdona, no he sido muy considerada contigo. Soy una pésima compañera de viaje.
-No te disculpes, Raquel, estamos las dos igual, así que podríamos hablar de nuestras cositas y así nos distraeríamos mutuamente. Oye, ¿a quien se le ocurrió la idea de venir a Israel, porque no lo tengo muy claro?
-A Felipe.
-Pues podía haber elegido mejor, porque ¿qué tiene este lugar de especial? No creo que sea el sitio más adecuado para divertirnos. Es el viaje de fin de carrera y hemos estado los cinco muchos años soñando con este momento.
-Marga, que sea el mejor o el peor, ahora no lo podemos saber. Ya hablaremos dentro de unos días. Además…, Felipe lanzó la idea, pero fuimos todos nosotros los que la reafirmamos. Así que él no es el responsable de nada.
-Si, pero ¿no te has preguntado en ningún momento Raquel el por qué Felipe tuvo esa brillante idea?
-Pues supongo que le gustará este lugar.
-¿Gustarle a Felipe un sitio donde no haya ovnis y extraterrestres que investigar…? ¿Desde cuando?
-Reconozco que a mí también me extrañó cuando lo propuso.
-Así que… no tienes ni la más remota idea…
-Pues no. ¿Acaso tu sabes algo Marga? ¿Es un secreto… o me puedo enterar yo?

-Raquel, Felipe no dio explicaciones, pero yo le conozco muy bien y se que tiene una razón muy especial. El especialista en psiquiatría es él, pero aunque yo me dedique al sinsorgo mundo de la moda, según vosotros, soy muy buena observadora.
-¿Y qué has observado, si se puede saber?
-Felipe siente por ti algo muy especial, lo mismo que tu hacia él.
-¿Qué Felipe y yo nos queremos… que estamos enamorados…a esa conclusión has llegado…? Pues vaya observadora de pacotilla. Esta vez te has equivocado, Marga.
-Yo no he dicho nada de enamoramientos ni de parejita, Raquel. Os queréis y es a es una realidad que se palpa, pero de una forma muy especial. Digamos que es un tema en el que no debo entrar, quizá porque ni yo misma lo entiendo a pesar de que os conozco a los dos muy bien. Algo muy fuerte os une a los dos, y me atrevería a decir que ninguno de vosotros alcanzáis a imaginar. Que conste que yo tampoco lo sé, aunque me gustaría mucho saberlo.
-Vamos, Marga… no desvaríes. Se habrá enterado de que esta zona es interesante por algún motivo especial relacionado con el tema, y a todos nos gusta meter la nariz en sus investigaciones, ¿no…? ¿O es que tú, Marga, no estás de acuerdo?
-¿Yo…? Vamos, querida, no me ofendas. Todavía estoy cuerda aunque tenga fama de todo lo contrario. Los locos del cosmos sois vosotros.
-Entonces, ¿por qué has venido con nosotros? Has desechado la oportunidad de irte con tus tíos y tu primo al Caribe a pasar el verano en un lujoso hotel, y sin embargo, elegiste venir aquí sabiendo que ibas a pasar calor y a alojarte en una tienda de campaña en pleno desierto. ¿A eso le llamas estar cuerda?
-Estoy en mi sano juicio, Raquel, pero locamente enamorada de Juancho. No soportaba la idea de estar tanto tiempo sin él. Le amo.
-¡Por fin has confesado…!
-¿Es que tu ya lo sabías?
-Lo sabemos todos, Marga, incluso el propio Juancho.
-¿Qué Juancho lo sabe? ¿Pero… como?
-Lo disimulas muy mal, Marga. Si Juancho te rehúye siempre es porque te tiene miedo. Eres impulsiva, posesiva y agobiante. Juancho te quiere mucho, y eres su chica bonita, pero tienes que darle un poco más de margen, de libertad. Se tu misma, más normal. Cuida ahora más la amistad entre los dos y dale tiempo al tiempo, Marga. Que él se sienta relajado y a gusto a tu lado, ¿entiendes lo que te quiero decir?
-Si, tienes razón, Raquel, pero es que le amo tanto… tengo miedo de perderle y por eso actúo así.
-Marga, créeme… Juancho te ama. Pero dale tiempo a que te lo demuestre.
-Bueno,  y volviendo a la conversación de antes, ¿sabes algo sobre el por qué Felipe quiso venir aquí?
-Ya te he dicho, Raquel, que él no dio explicaciones, pero ha habido muchas ocasiones en las que hemos hablado los dos sobre ti, y creo que se por dónde va la cosa.
-Pues como no me expliques… ¡no me entero de nada!
-Bueno, creo que si te comento algo no desvelaré ningún secreto ni traicionaré la confianza de Felipe, pero por si acaso, no le digas que hemos hablado de esto.
-Muy bien…de acuerdo, pero empieza ya.
-Felipe está un poco desconcertado y dolido contigo porque está seguro de que le ocultas algo importante, y más aún cuando él podría ayudarte mejor que nadie. Además de ser un buen psicólogo y psiquiatra es tu mejor amigo y te conoce muy bien. Si nosotros te hemos notado cambiada de tres años para acá… imagínate él.
-¿En qué me notáis distinta?
-Estás alterada, cuando siempre has sido tranquila; te aíslas de todo y de todos cuando siempre has querido estar en todos los pasteles de las fiestas; estás colgada y echando raíces en algún lugar, que seguro no es este planeta. Además… con lo habladora que eras antes y lo introvertida y solitaria que eres ahora… Pero hay una cosa que a Felipe le trae de cabeza: sin venir a cuento, te ha dado por Jerusalén, cuando la verdad es que desde que te conozco has sentido un cierto desagrado por todo lo relacionado con esta zona y el Antiguo Testamento. Incluso el mismo detalle de la Estrella de David… cuando estuvo de moda el llevar esos colgantes y yo te regalé uno, lo despreciaste argumentando que no te gustaba nada ese símbolo, y ahora, cuando lo ves, te estremeces e incluso me atrevería a decir que te emocionas. Quizá tu no te des cuenta, pero esos detalles que te estoy contando son una nimiedad al lado de los que Felipe ha observado en ti estos últimos años. Por eso ha querido venir aquí. Creo que con la esperanza de enterarse de algo y de que tu  saques a la luz lo que tengas en tu cabecita o en algún rincón más recóndito de tu psiquis.
-Y claro… os habéis puesto los cuatro de acuerdo… ¿no?
-Te repito, Raquel, que ninguno lo sabe excepto él. Si yo lo intuyo es porque mi trabajo me ha costado y porque soy tu mejor amiga.
-Lo que me faltaba ahora. Si ya estaba preocupada y nerviosa por este viaje, el sentirme ahora vigilada por vosotros dos no me va a ayudar mucho.
-La verdad es que ya me estoy arrepintiendo de haber venido. Vosotros disfrutáis con este tipo de temas. Nos conocemos todos desde que teníamos cinco añitos… ¿te acuerdas, Raquel…?¡qué veraneos más maravillosos pasamos en aquel campamento…! ¡Hasta que llegó aquel fatídico día de Agosto…!
-¿Fatídico, por qué, Marga?
-Porque desde entonces me siento como una extraña entre vosotros. Aquel incidente os cambió por completo, y eso que yo pasé por la misma experiencia que vosotros, no lo entiendo.
-Marga, aquella tarde estuvimos  los cinco perdidos siete horas y ninguno recordaba después lo que había sucedido. Cuando nos encontraron dormidos debajo de aquél árbol, hablábamos en voz alta de cosas que no tenían sentido. Al despertar cada uno de nosotros contó una historia diferente, como si hubiésemos tenido sueños distintos en una plácida siesta.
-¿Plácida siesta de siete horas? Yo no me quedé tan tranquila como vosotros, pues aquello me traumatizó un poco, pero eso fue todo. Luego, yo he sido normal, la de siempre. Aquello pasó. Fue una experiencia más, incomprensible, sí… pero una más. Sin embargo vosotros, conforme os ibais haciendo mayores, os fuisteis introduciendo cada vez más en el mundo de los ovnis, de los contactos extraterrestres. Ibais a la caza del alienígena como si de ello dependiera vuestra propia existencia. Sin ir más lejos, Felipe, si ha terminado psiquiatría ha sido de milagro. Para él no hay nada más importante que la investigación de esas cosas y encima… ha tenido y tiene el apoyo incondicional de Juancho y de Patricio.
-Menos mal que a mí no me has incluido en este grupo de fanáticos, jajaja.
-¡Pero si tu eres la más peligrosa, Raquel! Quizás tú no te des cuenta, pero eres la que arrastra a los demás.
-¡Anda ya… Marga…! Precisamente han sido ellos los que me han tomado siempre a pitorreo. Hubo momentos en los que recordaba cosas de aquella experiencia, y me intranquilizaban porque no las entendía. Quien mejor que mis amigos podrían comprenderme y ayudarme… pero sí… sí…¡que estaba loca y que ya empezaba a desvariar! Esa fue la única respuesta y ayuda que recibí. Es cierto que os oculto algo. Al final recordé lo que pasó en esas siete horas, y ha sido tan impactante que todavía no he reaccionado. Tenía verdadera y angustiosa necesidad de hablar con alguien, pero visto el panorama… creí más oportuno callar.
-Y Jerusalén… ¿tiene algo que ver con esa experiencia?
-Si, Marga…Todos nosotros estuvimos aquí hace doce años, en una tarde de Agosto.
-No te habrá resultado nada fácil… te habrás sentido muy sola… ¿Pero por qué no has intentado ponerte en contacto con personas de este país o de otros que hayan pasado por experiencias similares?
-Claro que he buscado… pero no he encontrado más que farsantes y aprovechados, con egos descontrolados, que intentan vivir y engordarse emocionalmente a costa del tema.
-Igual no has buscado lo suficiente, porque el mundo está lleno de contactados, periodistas, políticos, científicos… que aseguran haber hablado con extraterrestres y ser depositarios de mensajes muy importantes para la humanidad. Es cierto que hay mucho farsante, pero alguien de ley habrá todavía, ¿no…?
-Sí, Marga, tienes razón, alguno habrá… ¿pero cómo distinguirlo de los demás?
-¡Madre mía, vaya pareja que hacéis tu y Felipe! Cada uno a su estilo, pero estáis igual de locos los dos, y perdona… Raquel, por lo de “loco”, es mi forma de hablar. Y cambiando de tema, ¿sabes dónde nos vamos a hospedar?
-¿Todavía no te has enterado, Marga? Pero si fuiste tú quien llamó para reservar las plazas…
-Si, claro, pero no me acuerdo del Hotel.
-Y tanto que no te acuerdas… es que no vamos a un hotel, sino a un campamento abierto.
-¿Y eso que es…?
-Un campamento internacional. Son muchos los que vienen aquí de peregrinación, sobre todo en verano, y los hoteles y hostales se llenan rápidamente… a parte de que son muy caros.
-¿Y para esto me he traído yo todo este equipaje?
-¿Me quieres decir, Marga, que te has traído?
-Pues creo que tres vestidos de noche, el último equipo de tenis que me regaló el tío Eduard, aquellos zapatos de charol rojo que tanta manía les cogiste y…
-No sigas, por favor… que me lo imagino. ¿Me quieres decir, querida, qué vas a hacer en un campamento, en medio del desierto, con vestidos de terciopelo y cola, zapatos de aguja y vestida a lo Santana dando raquetazos a los captus?
-Yo no tengo la culpa. A mí nadie me dijo nada.
-Lo que pasa, Marga, es que estás siempre en el Olimpo de la Pasarela, y no te enteras de nada.
-¿Qué hago yo ahora? No he traído la tarjeta de crédito.
-Yo me he traído la mochila llena de pantalones vaqueros y de camisas. Creo que me eché también dos pares de playeras. Compartiremos la ropa.
-Va a ser algo difícil, querida, porque… ¡qué mas quisieras tener tu mi línea…!
-¡Pero serás desgraciada…! ¡A que te doy un guantazo!
-¡Caray… chica, que ha sido una broma, vaya genio que tienes!


En ese momento la azafata llamó la atención de los viajeros del vuelo 533 de Iberia. Estaban sobrevolando Jerusalén, y en unos instantes iban a tomar tierra en Tel-Avit, en el aeropuerto de Ben-Gurion.

-Empieza la aventura, Raquel.
-Marga… me temo que los ángeles de la guarda o los guías van a tener mucho trabajo con nosotros. Van a saber lo que es “sudar a gota gorda”.
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