sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: CAPITULO 4.- UNA PARADA EN EL CAMINO



Jhoan y Raquel bajaron del coche, y Micael volvió a retomar la carretera con dirección a la próxima gasolinera. Tenía todavía tres kilómetros por delante.
Los dos entraron en el restaurante y tomaron una mesa para tres. El camarero no tardó en aparecer.
Raquel había comido bien, y pidió una ensalada sencilla y una ración de queso. Jhoan pidió para él y su hermano una pizza, ensalada de frutas y un helado. No habían comido, tan solo el café que tomaron en Jerusalén y ambos estaban hambrientos.
Cuando el camarero se alejó con la nota, Raquel preguntó a acompañante:

- Jhoan, ¿no es poco alimento el que has pedido para los dos con la actividad que lleváis?
- No, suficiente para la noche. Luego con el estómago demasiado lleno no se duerme bien.
- Tú estás físicamente muy bien, Jhoan, se ve que te cuidas, pero tu hermano… a primera vista se ve que está falto de proteínas y de vitaminas.
- Me da que se tiene muy abandonado. ¿De dónde saca tanta energía y vitalidad para su trabajo?
- De su corazón, Raquel, ya te lo he dicho. ¡Claro que siempre voy detrás de él para que se cuide, y lo hace unos días, pero luego vuelve a las andadas! Mamá es igual que tú, cuando estamos en casa, su obsesión es que se alimente bien, al menos ella lo consigue, y espero que tú también, porque a mí no me hace caso.
- ¿Pero hasta cuando le aguantará su cuerpo si no se le da lo que necesita?
- No creas, mi hermano, a su manera, mima a su cuerpo, quizás no de una forma tan ortodoxa. Cuando el alimento es escaso, que a veces nos hemos visto en esas circunstancias, y las necesidades muchas, él le da otro tipo de ricos manjares.

- ¿Cómo cuales?
- Es mejor que te responda él. Pero dime, Raquel. De repente... ¿por qué esa preocupación por su físico?
- Su aspecto demacrado, sus ojeras, la tristeza que a veces asoma por sus ojos, y esos gestos de dolor que he observado antes en su rostro... Cuando antes le he hecho el comentario de que en su espalda había algo más que cansancio, se ha incomodado, y tú, esta mañana, cuando recordabas el aspecto atlético de Adonis que tenía tu hermano antes, te has cortado, se te ha hecho un nudo en la garganta y has cambiado fugazmente de conversación. ¿Qué es ello, Jhoan? ¿Se trata de algo que yo no deba saber? - Quiero ayudar a tu hermano. Su cuerpo está bajo los efectos de un trauma, y muy fuerte. Soy masajista, y tengo mucha sensibilidad en mis manos y capto cosas. Cuando he acariciado el cuello de tu hermano para ver cómo estaba, se ha estremecido de pies a cabeza. Jhoan, ¿qué hay detrás de todo esto?
- No es ningún secreto Raquel, después de 10 años, todavía se habla en el hospital de Hermón de ello, y muy despectivamente. Mi hermano te lo habría contado antes de que bocas más sucias te lo hubieran hecho saber. Intentaré resumírtelo antes de que venga. Si antes no ha querido seguir con el tema, es porque  vamos a casa de mi madre, y ella no sabe nada, y desde luego, para mí no es agradable en absoluto recordarlo, aunque él parece que lo asimiló desde el primer momento.
                          

Jhoan hizo una pausa, bebió un poco de agua y cogiendo la mano de Raquel comenzó el relato.



- Ocurrió hace diez años. Mi hermano acababa de dejar la plantilla del hospital  y se hizo cargo del centro sanitario del campo de refugiados.
 Estaba totalmente abandonado y no había asistencia sanitaria de ningún tipo.
 No llevaba ni un mes, que ya empezó a recibir amenazas anónimas, insultos.  En dos ocasiones le destrozaron el poco mobiliario y material médico que había en el centro. Pero él seguía con sus consultas. Hasta que un día, al atardecer, cuando se disponía cerrar el despacho, un grupo de encapuchados se abalanzaron sobre él y se lo llevaron en una furgoneta.
Y todo esto lo sé por la versión de los pocos testigos que hubo. Estuvo tres días desaparecido, y nadie se preocupó, ni compañeros ni amigos, de lo que podría haberle pasado. Ni tan siquiera dieron parte a las autoridades.
Yo, por entonces, no estaba allí. Un hermano de mi padre, viudo y que vivía solo en el Cairo, había enfermado, y mi madre quiso ir a cuidar de él. Y yo la llevé.
Tan solo una buena mujer, ya mayor, que cubría un puesto en los servicios de limpieza del hospital, preocupada por la suerte de mi hermano, localizó a un amigo nuestro, Daniel, que se presentó enseguida, y viendo que no iba a recibir ayuda alguna, comenzó la búsqueda el solo. Tardó cuatro días en encontrarlo, pero al final dio con él. Estaba entre la maleza de un bosquecillo que hay en los alrededores, atado de pies y manos a unas estacas de madera  clavadas en el suelo. Estaba amordazado, desnudo, lleno de llagas y heridas abiertas. La mayor parte de sus costillas estaban rotas, pero no le afectaron los pulmones, la mandíbula desencajada y los hombros destrozados. Había sido golpeado sin piedad. Pero mi hermano es fuerte, y lo superó enseguida, pero siento que el trauma que le has notado tú viene de algo diferente. Cuando Daniel lo desató y lo cogió en sus brazos, vio que sangraba mucho por el ano. Esas fieras no tuvieron bastante con aquél castigo, que además le violaron salvajemente. Y nadie quiso hacerse cargo de él. Tanto para los unos como para los otros era un indeseable incómodo. Al final, Daniel, no tuvo otra opción que llevarlo a un prostíbulo. La que regía aquél recinto estaba muy agradecida por los servicios que mi hermano le prestaba desinteresadamente ocupándose de la salud de sus chicas. Fueron ellas las que se hicieron cargo de mi hermano, ya ves, un hombre que había entregado su vida a los demás,  tuvo que mendigar auxilio, y nadie, salvo estas mujeres marginadas por la sociedad, se lo dio. Tampoco podían localizarme a mí. Micael estaba inconsciente, y solo él sabía de mi paradero. Cuando regresé al cabo de una semana, me encontré con todo aquello. Mi hermano, al menos, ya estaba consciente. Tardó un año en recuperarse. Yo pensé que aquello le habría hecho reflexionar sobre si debía seguir con su objetivo, y bien que lo hizo.  Se entregó con más ahínco,  volvió al centro y continuó con su trabajo como si nada hubiese sucedido. Lo superó enseguida. A mí me costó mucho más digerir todo aquello, lo cierto es que todavía no lo he hecho, pero  lo que tú sientes es cierto, Raquel, lo ha superado su corazón y su mente, pero su cuerpo, es otra cosa.

Jhoan se quedó en silencio. Tras el triste relato su voz parecía cansada, sin vida. Vio que Raquel estaba con los ojos fuertemente cerrados. Sus manos, que todavía las tenía entre las suyas, temblaban y sudaban excesivamente. Cuando por fin los abrió, su rostro se inundó de lágrimas.

- ¡Raquel, no, eso no, él está a punto de llegar, no debemos permitir que nos vea así! ¡Bastante ha sufrido ya para que nosotros sigamos recordándoselo!
- Después de lo que me has contado, ¿cómo quieres que esté? Jhoan,  mi corazón le ama profundamente, ¿por qué no le habré conocido antes?
- Raquel, ya somos dos los que le amamos, pero hagámoslo de verdad, apoyándole y dándole lo que más necesita. ¡Sécate esas lágrimas! ¡Mira, ya sube por las escaleras automáticas!
- Me voy al baño, me lavaré la cara y me maquillaré un poquito. Espero que no me note nada.
- ¡Corre, date prisa!

Y Raquel se levantó rápidamente de la silla y echó a correr hacia los baños. Al momento llegó Micael, y al ver la silla vacía preguntó.

- ¿Dónde ha ido?
- Al baño, a retocarse un poco. ¿Cómo has tardado tanto?
- Es fin de semana, había diez coches esperando. ¿Ya habéis pedido?
- Si,  para ti y para mí ensalada  y pizza. Raquel quiere algo más flojito.
- ¿Y este zumo?
- ¡Es para ti, te lo ha pedido Raquel, dice que necesitas muchas vitaminas!
- ¡Ah, bien... pues lo beberé! Sonrió y tomó el zumo pausadamente, pero sin dejar de mirar a sus hermano.
- ¿Estaba rico, hermanito?
- Sí, muy bueno, pero dime, ¿me he perdido algo en mi ausencia?
- ¿De qué estás hablando?
- Vamos, Jhoan, que nos conocemos. Tus ojos te están denunciando. Si deseas decírmelo, bien, pero si no quieres, lo mismo.
- ¿Por qué siempre tienes que saberlo todo? ¡Estás usando tus poderes mentales, seguro!
- ¡Que no, hermano! Sencillamente, te conozco. ¿Dónde está Raquel?
- Ya te lo he dicho, en el baño, ¡vale, de acuerdo... tu ganas... te lo cuento! Raquel está muy preocupada por ti, cree que ha dicho antes en el coche algo que te ha incomodado con lo relacionado con tu espalda. Ella ha seguido preguntando, insistiendo, y al final le he contado lo que tarde o temprano iba a saber en Hebrón.
- ¡Pero Jhoan, por favor, este no era el momento, ni tú la persona más adecuada para hacerlo, ya que todavía no lo has superado! Yo le iba a contar, pero de otra manera, no tan trágica como supongo que se la habrás mostrado,
- ¡No me jodas, hermano! ¿Acaso lo que te hicieron fue una carantoña fraterna?
- ¡Pero no era el momento, Jhoan!
- ¡Si que lo era, Micael! Ella quiere ayudarte, necesitaba saber y ha preguntado. Era el momento de darle la respuesta. ¡Siento que no estuvieras aquí para contarle un cuento de hadas!
- ¿Es por lo que ha ido al baño? ¿Cómo ha reaccionado?
- Pues ya ves, ha ido a maquillarse. Hermano, esa preciosidad te quiere. He visto desgarrándose su corazón a través de sus ojos, pero volverá de nuevo con la sonrisa. Ahora tú no me delates, ¡yo no te he dicho nada!   Y empieza a disimular porque ya viene.  

Raquel se acercaba hacia la mesa decidida con el rostro de nuevo resplandeciente y envuelto en un suave perfume de rosas. Traía entre sus manos una botella.

- ¡Qué guapa te has puesto... creo que me voy a enamorar de ti preciosa!
- Pues lo tienes muy espeso, Jhoan.
- ¡Ya lo sé, jajaja! ¿Qué traes aquí?
- Una botella de vino de reserva del 76. Es exquisito.
- A ver... ¡y tanto que sí, es un néctar de dioses!
- ¡Invito yo!
- ¿Cómo que invitas tú, viniendo con dos hombres?
- A ver si ahora resulta que eres machista, Jhoan. Es una botella muy cara, y sé que vosotros no os lo podéis permitir. Yo sí, y quiero que lo disfrutéis conmigo.
- ¡Gracias Raquel!  Respondió sonriendo Micael.
- Tú, hermano, no  sé... esta es una tentación que no sé si tu corazón podrá permitírselo... Exclamó Jhoan riéndose de su hermano.
- ¡No soy perfecto! Además... no van a ser solo los dioses los que beban de este jugo de la tierra, ¿acaso nosotros no nos lo merecemos?
- ¡Así se habla, Micael, si señor y no hay que dejar ni un sorbo!
- ¿No somos pocos para tanta botella? Preguntó el.
- ¿Y no somos pocos también para tanto trabajo que se nos avecina? Preguntó intencionadamente Raquel.
- Tu lo que quieres es entonarte bien y así eludir luego la sesión de masaje que tienes conmigo concertada, porque yo no me olvido, y lo prometido es deuda.  Raquel rió a gusto, y Micael también. Se cruzaron las miradas unos instantes y llenando las respectivas copas brindaron los tres por... ¿por qué se podría brindar?  Y al unísono elevaron sus voces:
¡POR EL AMOR!    

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