sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: CAPITULO 15.- SALOMÉ, LA MUJER QUE VINO DE AKENATON


 Jhoan y Salomé entraban en casa. Los dos venían riéndose, pero no contaron el chiste. Micael hizo un guiño a su mujer, y ésta rió. El cupido ya había lanzado la flecha, ahora era cuestión de esperar lo profunda que había entrado en el corazón de ambos. Los dos hermanos se despidieron definitivamente del chalet, pero no las dos chicas, que tendrían que volver en varias ocasiones a por cosas.

Se pusieron en camino hacia Haifa. Raquel no pasaba de los noventa. A esa hora no había apenas circulación y merecía la pena que Salomé fuera contemplando el paisaje.
Cuando llegaron, los hermanos le presentaron a su madre. Sara, como no sabía inglés, y Salomé como no tenía ni idea de hebreo, no podían comunicarse, así que Jhoan hizo de intérprete. Salomé había traído un regalo para Sara. Se trataba de un libro muy antiguo, la Torah, escrito en hebreo. Lo había conseguido a través de un amigo de ellos, sefardita.

Cuando Sara lo tuvo entre sus manos, lo llevó a su corazón y exclamó: ¡Que el Padre me de tiempo para saborearlo!

Y abrazó cariñosamente a Salomé. Y el ramo de rosas blancas fue colocado en el centro de la mesa de la cocina, que en honor de la invitada, fue trasladada al salón, junto a la que Micael y Jhoan habían acoplado para su trabajo. Sara le llevó a su habitación y le enseñó el resto de la casa. Como todavía era temprano para la cena, marcharon los tres para enseñarle el pueblo, y de paso para que conociera a Serena. Saúl y los suyos ya se habían retirado a sus respectivas casas. Las obras estaban muy avanzadas, y ya se podía hacer uno una idea de cómo iba a quedar.
A Salomé le encantó, incluso dio a Raquel algunas ideas para la decoración.
Antes de volver a casa, pasaron a visitar a Efraím y le presentaron a la invitada. Estuvieron un buen rato de tertulia, y antes de marchar, Micael le ayudó a acostarse.


Ya en el salón comenzaron a cenar. Había sopa y cordero. Sara, en honor a Salomé, lo había preparado para comer. Era un plato muy especial, pero mucho más lo fue para ella. Salomé hacía 29 años que no probaba un cordero. Cuando Sara se lo puso delante, se quedó mirándolo, y unas lagrimillas asomaron por sus ojos.

- ¿Hija, acaso no te gusta? ¡Por favor, Jhoan, pregúntale!
- ¿Qué tienes con el cordero, Salomé...? Le preguntó Jhoan. ¿Eres vegetariana? Porque también nosotros lo somos, pero el cordero es un símbolo y en días muy especiales, mezclamos sus energías con las nuestras.
- Es que, cuando era una cría, tuve una experiencia con un cordero que me afectó mucho, y desde entonces no lo había probado.
- ¿Con un cordero? Preguntó intrigado Jhoan.
- Sí, en un matadero. Yo tenía once años, y un sábado mis padres me llevaron a la nave donde trabajaba un amigo suyo. En realidad era un matadero municipal, y él era el gerente. Y el buen hombre, muy sensible él, me llevó a que viera cómo sacrificaban a las ovejas. Yo no quería, me daba repugnancia, pero mi padre insistió, alegando que tenía que saber y conocer todo. Casi me llevó a la fuerza. Y allí estuve al lado del carnicero durante dos horas, escuchando sus historias. Me llevó a la entrada del matadero donde acababa de aparcar un camión lleno de corderos. Los estaban aparcando y enfilando para pasar por el degolladero. Yo quise irme, pero el asqueroso de él me sujetaba con fuerza. De repente salió trotando de la fila un corderito diminuto, precioso, blanco y suave como el algodón. Fueron tras él sin conseguir darle alcance, y se me puso entre las piernas. Yo lo cogí y lo acaricié y mirándole con cara de pocos amigos al carnicero ese, le dije que aquél cordero me lo llevaba y que nadie la iba a poner la mano encima. Mis padres no estaban por la labor de que me llevara el corderito a casa, pero yo no lo soltaba, hasta que hartos ya de insistir en balde, accedieron. Volví a abrazar al corderito, toda contenta, pero vi que éste miraba hacia donde estaban los suyos, y quería ir donde ellos. Entonces mi padre, con una sensibilidad que nunca más volvió a tener, me dijo: “Hija mía... ¿no te das cuenta de que este animal quiere ir con los suyos?”?
Y yo le contesté: ¡pero si lo suelto, morirá como ellos, será sacrificado! Y mi padre volvió a insistir: “y el animalito lo sabe, pero prefiere estar con los suyos”.

Me costó mucho soltarle, pero al final lo hice. Solo una cosa le pedí a mi padre, que me comprara aquél cordero, que lo señalaran bien para que no hubiera error, y que yo sola me lo comería.
Mi padre accedió y así lo hizo. Le entregaron el cordero troceado y lo llevamos a casa. Mis padres habían previsto sacarlo para la Navidad, pero me puse como una loca. ¡Solo yo comería de aquél cordero! ¡Era mío, me eligió a mí! Y mi madre, con toda la paciencia del mundo, fue congelándolo en pequeñas raciones. Tardé unos meses en comerlo, pero me lo comí sola. Cuando mi madre me preguntó el por qué de aquélla actitud, yo le confesé que no lo hacía por cabezonería, que lo sentía así, que para mí, aquél corderito había muerto para alimentarme a mí, y que si alguien comía de él, sería como profanarle. Mi madre se encogió de hombros y me dijo: ¡Hija mía, no te entiendo! Y la verdad es que no me entendió nunca... Cogí tal empacho de cordero, que desde entonces no había vuelto a probarlo.

Jhoan y Micael la escuchaban con suma atención. Raquel ya conocía aquélla historia. Terminado el relato, Jhoan se lo tradujo a su madre, y Micael le preguntó:

- ¿Y ahora, Salomé... le has encontrado un sentido a lo que pasó?
- Bueno... de alguna manera, entonces, me identifiqué con el cordero, pero no le doy más importancia.
- ¿Y ahora te atreves a probarlo?
- Tiene muy buena pinta. Además... que un cordero se coma a otro cordero, no es tan grave. Queda todo en familia.
- ¿Te sigues identificando con el cordero?
- Tengo una mezcla extraña, me siento cordero y serpiente a la vez. Del reptil me cojo su astucia y su sabiduría, y del cordero su mansedumbre, docilidad y ternura.
- ¡Perfecta combinación, Salomé, te felicito! Exclamó Jhoan que había terminado de contarle a su madre y había oído el final.
- ¿Y sabéis lo que os digo...? ¡Que me lo voy a comer! ¿Hay algo de vino?
- Creo que hay una botella sin abrir en la despensa, ahora la traigo.  

Micael fue hacia la cocina y regresó a la mesa con la botella de vino abierta.

- ¡Tiene cinco años, pero está muy bueno! ¿Os sirvo a todos un poco?

Y todos aceptaron. Dieron buena cuenta del cordero y de los postres y de las infusiones que prepararon después. Hubo un tiempo, como siempre, para la tertulia, y cuando Sara se disponía retirarse a su habitación, Salomé, valiéndose de la intervención de Jhoan, le preguntó:

- Sara, ¿tú ya tienes vestido para la boda?
- Sí, hija, por ahí tengo alguno. Como no suelo salir mucho, los tengo casi nuevos.
- Pero serán un poco anticuados, y la boda de un hijo es muy importante. ¿Por qué no te vienes mañana con nosotras a la ciudad a comprar algo bonito? Tenemos que buscar también un vestido de novia para Raquel.
- ¿Yo con vosotras, hijas...? ¡Pero si sería más bien un estorbo! ¡Me canso enseguida!
- ¡Pues descansamos...! Contestó Raquel. ¡Te lo pasarás muy bien, y te vendrá de cine echar una cana al aire!
- ¡Una cana no, hija... que ya son muchas...!
- Mamá, tienen razón. Ve con ellas. Si tan solo vais a poder ir de compras a la mañana. Os recuerdo chicas, que los viernes a los dos y media de la tarde, cierran todos los comercios.
- ¿Eso es cierto? Preguntó Salomé.
- Claro, aquí son judíos, y a partir de las cinco de la tarde del viernes, hasta el sábado a la noche, no se trabaja.
- Bueno... entonces solo tenemos la mañana. ¿Te animas a venir con nosotras, Sara?
- ¡Vale, si... si os hace ilusión, os acompañaré!
- ¿Puedo apuntarme yo...? Preguntó un poco cohibido Jhoan.
- ¡Hombres de compras... horror... para nada nenito! Exclamó Salomé tajantemente.
- ¿Pero por qué no...? ¡Os aseguro que me portaré bien!
- ¿Tú que opinas, Raquel? Jhoan miró a su hermana implorándole su intercesión.

- ¡Que es un buen chico, yo voto por que venga, ah, eso sí... si se pone pesadito, lo apeamos del coche y que regrese a patita...!
- ¡Vale, de acuerdo, entonces no hay problema, puedes venir!
- Hijo, en ese caso... si vas a quedarte solo, te preparé algo de comer...
- Mamá no te preocupes...Ya me haré algo yo. Ahora tu vete a dormir para que mañana estés bien descansada. Y no te levantes tan pronto. Nosotros haremos el desayuno, y cuando esté listo, te llamamos, ¿de acuerdo?
- ¡Muy bien, hijos, como queráis...!  

Sara desapareció en su habitación. Salomé entró al baño. Quería darse una ducha antes de salir con Jhoan a dar una vuelta. Raquel quedó recogiendo la mesa, y los hermanos terminando su café.

- Hermano, ¿no te importa quedarte solo?
- ¡Pero Jhoan... qué dices...! ¡Aprovecha, Samurai, aprovecha...!
- Es que con Salomé aquí... tampoco quiero meterme en el trabajo. Si lo hago, ya lo sabes, no estoy para nadie más, y quiero dedicarle tiempo a ella.
- Hermano, tienes a tu lado a tu felicidad. ¡Conquístala y entrégate a ella en cuerpo y alma! Habrá tiempo suficiente para trabajar. Ella, ahora, es tu trabajo prioritario.
- Jhoan... ¿y qué tal con Salomé? Preguntó Raquel que venía de la cocina.
- ¡Muy bien... pero a veces tiene unas reacciones más raras...!
- ¿Cómo cuales...?
- Esta tarde, cuando paseábamos por la playa, en un momento determinado, le hice un comentario y ella me respondió con un manotazo en la cara que me dejó desconectado.
- ¿Un manotazo...? ¿No sería por casualidad así...?  Raquel le sacudió la mandíbula con la mano reteniéndola fuertemente unos segundos.
- ¡Pues sí, así fue, aunque no tan fuerte, bruta...!
- No fue un manotazo, Jhoan. Desde luego... ¡vas avanzando mucho con ella! Ese gesto, en el lenguaje afectivo de Salomé significa: “te comería a besos, pero debo guardar la compostura”.
- ¿Ah sí...? ¿Es eso cierto? Eso explica el por qué al momento se echó a reír...
- Y además, antes te ha llamado nenito... Y Jhoan suspiró profundamente.

¡Huy... hermanito... que mal te veo...! Exclamó Micael riéndose.
- ¡Es que estoy enamorado!
- Dime, Samurai... ¿Qué vais a hacer ahora?
- Le he propuesto ir a dar una vuelta por la playa y el pueblo, y le ha gustado la idea. ¿Y vosotros? ¿Por qué no venís con nosotros?
- ¡No, mejor que no, Jhoan!
- Raquel, no lo dirás para que vayamos solos... ¡sería divertido!
- No Jhoan, quiero irme a la cama ya. Estoy bastante cansada.
- ¿Va todo bien hermanita?
- Sí, Jhoan, pero es que llevo unos días de mucho ajetreo, y al final acabo agotada.
- ¿Y tú, hermano, por qué no vienes? Llevas toda la semana pegado al ordenador. Te vendrá bien airearte un poco.
- Yo también me retiraré con Raquel. ¡Aprovecha, hermano! ¡Cuatro seríamos multitud!
- ¿Multitud dónde...? Preguntó Salomé que salía de la ducha encapuchada con el albornoz.
- Que estos dos se rajan, no quieren salir a dar una vuelta. ¡Están cansados!
- ¡Pues ellos se lo pierden!
Raquel, en un principio yo he venido a estar aquí una semana y marcharme después de la boda, pero... ¿habría algún problema si me quedara una semana más?
- ¿Problema... pero de qué hablas Salomé? ¿Estás tonta o que...?
- ¡Ay nena... yo que sé...! Yo solo te pregunto, hay confianza, y si por vuestro trabajo yo voy a ser un incordio, pues me lo dices...
- ¡Nunca te he dado un guantazo, pero como sigas así te lo voy a dar!
- ¡No he dicho nada, vale! ¡Qué mujer ésta! Es que necesito pensar, lejos de Madrid, de toda rutina...
- ¿Pensar sobre qué, Salomé? Te percibo un poco insegura y confusa.
- Estoy pensando en dejar el hospital. El incidente de David y los chicos me hizo reflexionar, y no solo a mí, a ellos también. Se avecinan cambios. De hecho ya los está habiendo. Tengo 40 años, Raquel, y la mitad los he consagrado a la medicina y a los demás. Pero quiero hacer algo más que estar diez horas diarias en un hospital, donde las personas más que seres humanos son números de expedientes. Estoy ya cansada. Tengo inquietudes, y quiero hacer algo más. Todavía no lo sé, pero quiero darle un giro a mi vida. Y lo primero que voy a hacer es trabajar por mi cuenta, ponerme una consulta y ejercer como lo que soy, pero a mi manera, y desde luego teniendo más libertad para mí, más tiempo. ¡Y te necesito Raquel, necesito a mi amiga! No, y no estoy confusa. No he estado tan segura de lo que quiero en mi vida, pero necesito pensar y reflexionar...
- ¡Pues no has podido encontrar un sitio mejor que éste, te lo aseguro! Contestó Raquel sonriendo.
- Por eso quiero apurar aquí los quince días de vacaciones, porque cuando vuelva al hospital, tengo que dar una respuesta.
- ¿Y cuales son los otros cambios que se están dando?
- De David ya lo sabéis. Juancho va a seguir con la consulta de su padre, y va a retomar la asociación Akenaton. Ahora está buscando un sitio donde domiciliarla.
- ¿Pero para qué quiere buscar si ya está la casa de mis tíos? ¡Que mejor sitio que ese! Es enorme, y aunque sigáis viviendo allí, os sobra media casa para tener allí la sede.
- Sí, Raquel, pero no sabíamos si tenías algún proyecto para esa casa. Es la que tus tíos te dejaron.

- Esa casa es para todos, Salomé, y si Juancho cree que es un buen sitio para la asociación, es toda suya. ¡Ya lo llamaré! ¿Y hay alguna otra novedad?
¡Pues sí, la de Antonio! El también deja el hospital y la medicina, y se va a hacer cargo de la editorial de su padre. El ya se ha jubilado y no quiere que su primo meta las narices en ella. Destrozaría en unos días el espíritu que su padre le ha dado. El libro “La rosa y la espina” de David, lo ha editado Antonio. Y lo va a hacer con todos los libros suyos y de Juancho. Se va a dedicar plenamente a difundir información de la nuestra.
- ¡Lo que han cambiado las cosas en un mes...! ¡Dios Santo, que aceleramiento! Exclamó Raquel un tanto alucinada.
- Raquel, ¿ha sobrado te?
- ¡Sí, está la tetera llena! Aquí solo tomas tú. ¿Te sirvo un poco?
- ¡Sí, nena, por favor! y mientras lo haces, yo voy a vestirme.


Al poco rato Salomé salió de su habitación, y su aspecto era mucho más juvenil. Con vaqueros blancos y una camisa de manga corta en azulón y su pelo pelirrojo sujetado por atrás con una coleta. Aquéllos cuarenta años se transformaron en unos juveniles treinta. No se apreciaba ninguna diferencia de edad entre ella y Jhoan. Se despidieron de Raquel y de Micael y abandonaron la casa.

- ¿Vas a seguir trabajando un rato, Micael?
- ¡No, mi amor, subiré contigo a la habitación!
- Hoy no voy a ser una compañía agradable, Micael. Estoy muy cansada.
- Mi amor, sé por qué estás así... y quiero estar a tu lado. Si deseas dormir, dormimos, pero lo haremos juntos.
- Mañana estaré nueva otra vez, lo sé. ¡Se pasará!
- ¡Subamos, mi amor, estás que te caes...! ¡Ya se fregarán los platos mañana!

 Cerraron las luces y subieron al ático. Cuando Micael salió del baño, Raquel ya estaba dentro de la cama. Se desvistió y se metió él. La abrazó y estuvieron una larga media hora en silencio.

- ¿Mi amor... estás dormida? Preguntó susurrante Micael.
- No, todavía no...
- ¿No puedes dormir? ¿Quieres que te suba algo que te ayude a conciliar el sueño?
- ¡No, prefiero que no... estoy muy bien así... contigo!
- ¿No quieres hablar de ello?
- ¿Y qué voy a decirte que no sepas, Micael? Primero lo de David, y luego la revelación... han sido emociones demasiado fuertes que me han dejado para el arrastre. ¡Es como si el mundo entero se me hubiese caído encima!
- ¡Es una reacción normal, mi amor!
- Tengo miedo, Micael, miedo a no dar la talla. David y tú sois fuertes, lo habéis demostrado sobradamente, pero...
- ¡Y tú, mi amor también, y hablas así porque eres una perfecta desconocida para ti misma! Yo sé como eres, de lo que eres capaz, de lo que has hecho y harás... estás pasando un mal momento, pero que es muy importante que superes. Ahora ella, la serpiente, te está trabajando. Sabe que tienes un corazón poderoso y que serás poseedora de una gran fuerza, y quiere destruirte por la duda. Haciéndote dudar de ti misma, te resta poder a ti para alimentarse ella.
- ¡De eso nada!
- ¡Mi amor, no bajes la guardia! Tú solo tienes que entregarte, decir que sí con el corazón y dejarle hacer a El. Un ejemplo de ello soy yo. Tu sabes que he pasado por situaciones muy difíciles, pero EL siempre ha estado a mi lado. ¡El nunca nos abandona!
- ¡Lo sé, mi amor, lo sé, este momento se pasará, te lo aseguro! Ahora vuelvo. Voy al baño. Y Micael se quedó pensativo. Sabía que lo estaba pasando mal, como cuando le tocó a él, que estuvo mucho tiempo rebelándose. Pero confiaba que el amor que sentía su mujer por él, la ayudaría. Raquel volvió a la habitación, y su rostro era ya totalmente diferente.
- Mi amor... ¿te has quitado ese pijama, por fin...?
- Si me lo he puesto antes es porque estaba destemplada.
- ¿Y ahora no...?
- ¡Ya se ha pasado!  

Raquel se metió en la cama y se abrazó a su marido. El la acarició y la miró en silencio, pero esta vez fue ella la que con caricias y besos le hizo saber que quería estar con él, y dejándose llevar por aquél volcán enardecido, los dos se fundieron en uno y de nuevo aquéllos dos corazones estallaron como fuegos de mil colores.



Jhoan oye un ruido en el salón y enciende la luz de su mesilla. Mira el despertador. Son las cinco de la madrugada. Se levanta, se mete las zapatillas y bostezando sale de su habitación. Y ve a su hermano trabajando delante del ordenador.


- ¿Pero se puede saber qué haces a estas horas trabajando, hermano?
- ¡Siento haberte despertado, samurai, pero he tropezado con la silla y...!
- ¡Déjalo...! Si me has despertado es porque estaba durmiendo muy mal. No he hecho más que dar vueltas desde que me acosté.
- ¡Ay, hermanito... que mal te está sentando el enamoramiento...! ¿Cómo os fue anoche?
- Muy bien, pero no nos quedamos en el pueblo. A esas horas estaba todo el mundo en sus casas y no había nadie por la calle, así que fuimos a la cala.
¿Y le gustó?
- ¡Le encantó...! Pero hermano... ¡qué mal lo pasé!
- ¿Qué ocurrió?
- ¡Pero qué cuerpo tiene! Cuando la vi meterse en el mar, como una diosa, habría ido detrás de ella como un león tras su presa, pero éste de aquí, el de los latidos, me aconsejó que me sentara en la arena y me limitara a contemplarla. Y además... todo el rato dándome esos manotazos. Si no supiera lo que significan me sería más fácil, pero sabiendo que a esa mujer le gusto, es desesperante...
- Jhoan, deja de comportarte con ella como un crío en celo. En vez de hacer todo eso, dile que la quieres, ábrele tu corazón sin miedo. Raquel ya te ha dicho que es muy tímida. Es una mujer muy femenina y estará esperando a que tú des el primer paso.
- ¡Pero es que no quiero que se me asuste, hermano! Salomé para mí es más que una conquista. Me he enamorado de ella, y la amo.
- ¡Pero no me lo digas a mí, díselo a ella! ¡Hazlo con tu corazón, con tu ternura, con tu sencillez...! Tu eres así, hermanito, muéstrate a ella tal cual. Un beso en la mejilla, además de ser bonito y delicado, dice mucho a una mujer, y si ella te quiere también, irá acortando distancias. ¡Mira que tener que ser yo el que te esté dando lecciones a ti, es inaudito!
- Bueno y... ¿cómo está Raquel? Porque anoche le pasaba algo. La sentí muy decaída.
- ¡Se le pasó enseguida, Jhoan!
- ¿Pero qué le pasaba...? ¿Tanto le afectó lo de David?
- Si, lo de David y lo demás... Ayer a la tarde, en la terraza del chalet, cuando nos quedamos solos, estuvo contándome un sueño que había tenido con él, y al final se enteró de lo que tú y yo  sabemos hace años y que tanto nos costó aceptar.
- ¿Pero es que no lo sabía aún?
- Conocía el hecho en sí... pero no la forma. Le había sido revelado ya, como a nosotros, pero no lo había comprendido. Aquélla revelación la vio personificada solo en David, pero no en ella.
- ¿Y qué es lo que vio en realidad?
- Vio el momento en el que ella, David y yo somos ejecutados en la Plaza de los Rezos, en Hebrón. Pero ya le dije que las formas no tienen por qué ser las mismas…
- ¡Pues estará muy jodida!
- No Jhoan. Lo que a nosotros nos costó asimilar años, ella lo hizo en unas horas. Las mujeres son muy distintas, hermano, a los hombres. Tienen más capacidad para amar, para entregarse. La mujer, cuando ama, nunca se rebela, simplemente acepta. No hace preguntas, porque para ella es suficiente sentir el amor para dar vida, aunque sea a costa de su dolor y de su propia vida. También tenemos un ejemplo viviente en mamá. Ella aceptó ser nuestra madre, sin hacer preguntas. Nos sintió en su corazón y para ella fue suficiente. Se entregó y nos dio la vida a costa de su dolor, porque hermano... nuestra madre con nosotros ha sufrido y está sufriendo mucho. ¿Crees acaso que se creyó lo de mi accidente de coche? Sé perfectamente que mamá sabe la verdad, pero nos dejó creer que lo ignoraba para que no sufriéramos por ella.
- ¿Por qué entonces no nos lo dice? ¿Por qué quiere guardarse todo ese dolor para ella?
- ¡Porque ella lo eligió así! Ella cree que si ignoramos su dolor, seremos más felices. ¡Y para nada quiero romper su silencio!
- Hermano... ¿no la ves últimamente muy baja de energía?
- Se está preparando para marchar, samurai...
- ¿Tan pronto...?
- Ella ha cumplido con su misión, y sabe que ya no es necesaria, y tampoco quiere ser testigo del final  de la misión de sus hijos. Y Jhoan quedó apesadumbrado.
- Micael, ¿quieres café? Voy a preparar una cafetera.
- No, hermanito, prefiero esperar al desayuno.
- Dime, Micael, y a ti... ¿qué es lo que te ha despertado?
- ¡Ha sido Miguel!
- ¿Miguel? Preguntó asombrado Jhoan). ¿Pero cómo...?
- Pues apareció en nuestro cuarto, sopló sobre mi rostro y me despertó. Me vestí, bajé al salón y volvió a aparecer de nuevo.
- ¿Y Raquel no se enteró...?
- ¡No, siguió dormida!
- ¿Pero cómo se presentó?
- ¡Tal cual... como es el cuando va por Casa!
- Sí, hermano, pero para poder acceder a esta dimensión, sabemos perfectamente  que tiene que tener un cuerpo de tercera, como el tuyo y el mío... y sabemos, también, que Miguel no tenía ninguna intención de encarnar.
- ¡Igual de sorprendido que tú me he quedado yo, hermano!
- ¿Y qué te ha dicho?
- ¡Que lo va a intentar, pero que si al final no le veíamos el viernes en la cita, no sería por falta de cortesía, que él es un pringado más en esta historia!
- ¿Y no te dijo nada más?
- Me saludó y se fue... Ya sabes que Miguel es de los que habla poco y actúa mucho... El ES y se manifiesta sin más.
- ¡Para ser tu hermano espiritual, no se te parece en nada, hermanito!
- ¡Nos complementamos, Jhoan! MIGUEL es fuerza, acción, dominio, liderazgo, y MICAEL es profundidad, trabajo, mansedumbre, amor, sensibilidad... MIGUEL es el aspecto masculino del PADRE, y MICAEL el femenino. Pero los dos somos siervos conscientes del AMOR.
- Micael, si a la cita vamos cuatro... ¿quien será ese quinto?
- ¡Pues él, hermano, quien va a ser!
- ¿Y no tienes idea de quien puede ser? Y Micael se echó a reír.
- Vamos, samurai, tú lo sabes...
- ¡No lo sé, Micael, bueno... solo tengo una idea, una vaga intuición! pero si tu lo sabes, ¡dímelo!
- Dime, samurai, a parte de mí... ¿a qué otra persona ha llamado Raquel capullo?
- ¡Pues que yo sepa,  a nadie!
- ¿Seguro...? ¡Haz memoria, fue ayer al medio día! Y Jhoan comenzó a repasar mentalmente.
- ¡Que no, hermano, que no caigo!
- ¿A quien llamó por el móvíl  “capullo asqueroso, te quiero”?
- ¡A David! ¿Tú crees que es David?
- Es una sospecha. Aunque hay un inconveniente aparente, ya que no puede venir a la ceremonia. Habrá que esperar nuevos acontecimientos...
- ¿Y si es él... tu crees que te reconocerá? ¿Crees que al igual que nosotros, será consciente de su identidad?
- Supongo que sí, hermano, pero no estoy seguro. Pero aunque no lo sepa, no tardará en hacerlo.
- ¿Pero qué es lo que le habrá decidido a pringarse en esta historia?
- Jhoan... su hermano gemelo está aquí, y eso para él es suficiente. Pero creo que hay otro motivo muy importante para él, como lo es para mí y para todos nosotros. En Casa hay una estancia vacía. Su inquilino, un Hermano nuestro, hace mucho tiempo que marchó y nunca ha vuelto. La Casa de nuestro Padre no es la misma sin él. Y nuestro deseo es llevarnos a nuestro Hermano de regreso a Casa.
- ¡Claro, y la Piedra Verde Esmeralda, tiene que ver todo con El, no es así...!
- ¡Sí, es uno de nuestros asuntos pendientes!
- ¿Y después de tantos años, aparece Miguel ahora? ¡Ya podría haber entrado en contacto contigo antes!
- Hermano, si no me equivoco, y MIGUEL es David, él ha estado desde hace muchos años conmigo.
- ¡Ah, sí...! ¡Pues no te entiendo, hermano!
- MIGUEL ha estado con MICAEL todo el tiempo a través de Raquel. Son amigos desde niños.
- ¡Claro...! ¡Pero qué jodido es... y qué retorcido...! Me parece, hermano, que como decidáis trabajar juntos, yo me las piro. ¡Cualquiera os aguanta a los dos juntitos!
- ¡Tu no te separas de mí ni un ápice, a menos que lo requiera nuestro trabajo!
- ¿Es una orden o un deseo?
- ¡Pero mira que eres pincha culos, hermano! Exclamó Micael riéndose y cogiendo a su hermano por el cuello.
- ¡Buenos días...! Exclamó Raquel bajando por la escalera.
- ¡Buenos días bella durmiente! ¿Qué tal has amanecido?
- Maravillosamente bien, y he tenido un sueño precioso.
- ¿Otro...?
- Sí, pero ahora no lo voy a contar. Después del desayuno. ¿Y qué horas son éstas de levantarse? Son casi las seis de la mañana, y se supone que hasta las 7 no sonaba el despertador... Que no pueda dormir el enamorado éste, se comprende... pero tú, mi amor... ¿qué haces levantado y enganchado al ordenador?
- Me desperté y ya no he podido volver a dormirme. ¿Y a ti qué te ha despertado?
- El sueño que os he dicho, y cuando he visto que no estabas, me he levantado. Pero parece que he interrumpido una pelea... por mí podéis seguir... yo voy a preparar el desayuno.
- ¡Oye, Raquel...! ¿Y si Micael viniera con nosotros luego? Es que  al pobre lo hemos castigado en casa...
- Pero mi amor... ¿es que quieres venir? ¡Yo pensaba que tenías trabajo!
- No me apetece nada quedarme solo, la verdad. Hay trabajo, pero puede esperar unas horas...
- ¡Me hace mucha ilusión que vengas, mi amor, pasaremos un día maravilloso!
- ¿Ya cabremos todo en el coche?
- ¡Nos llevamos el mío también, y ya está! ¡Ah, Jhoan... se me había olvidado algo muy importante sobre Salomé, y que quiero que lo sepas...!
- ¡Pues dime, dime...!
- ¡Le encanta ver que un hombre es capaz de llorar, de mostrar sus sentimientos en todo momento!
- ¡Gracias hermana... tomo buena nota!
- Mi amor... en las ceremonias judías... ¿cómo van vestidos los novios? ¡Porque no quisiera dar el cante!
- De ninguna forma especial. La novia de blanco y el novio con traje.
- ¡Pero es que me parece tan aburrido...! Me gustaría que nuestra boda fuera especial...
- ¿Cómo de especial, mi amor?
- No sé... pues tú, por ejemplo, podrías ir como iban antiguamente los judíos. Ví, en una película, una boda judía en tiempos de Moisés, y me encantó, ¡qué bonita fue!
- ¿Y te gustaría que yo fuese vestido así...? ¿Y tú cómo irías entonces?
- Pues… es que...
- ¡Ven aquí, mi amor, y dime lo que está rondando por esa cabecita! Dime... ¿cómo te gustaría que fuese vestido?  Raquel sonrió y guardó silencio.

¡Sé perfectamente lo que tienes ahí dentro...pero quiero que lo digas tú!

- ¿Pero cómo puedes saberlo, a no ser que estés haciendo trampa?
- ¡No te olvides mi amor que yo soy la otra mitad de tu corazón, y sé perfectamente lo que siente el cacho que me falta! ¿Tú no deseas comprarte un nuevo vestido de novia,  verdad? ¿Me equivoco? ¡Porque ya tienes uno!
- ¡Sí!
- ¡Y guarda relación con la primera vez que nos desposamos...! ¿Voy bien?
- ¡Sí, mi amor!
- ¡Pero bueno, chicos... dejar ya de hablar en Morse, que yo no me entero! Exclamó Jhoan hecho un lío.
-  ¿Se lo cuentas tú, mi amor, o lo hago yo?

- Es que hace diez años tuve un sueño precioso, en el que me desposaba con mi príncipe. Y yo iba a su encuentro vestida de blanco con un manto azul oscuro transparente y repleto de diminutas estrellas plateadas cubriéndome la cabeza y el pecho. Y el príncipe tenía dos alianzas en su mano, que son exactamente éstas que tu hermano hizo hace diez años, y él también llevaba... bueno, no llevaba…
- No me digas hermana, que tienes un traje de novia igual...
- Aquel sueño me impactó tanto que diseñé el vestido tal y como lo recordaba, y una modista me lo confeccionó. Lo que me costó mucho más encontrar fue el tul azul, el velo. Pero lo conseguí, y lo he guardado todo este tiempo. Y me lo traje aquí. Y es que no me gustaría casarme con ningún otro traje que no fuera éste.
- Pero mi amor, en ese sueño tu príncipe está literalmente desnudo, y aunque a mí no me importaría,  no me dejarían entrar en la sinagoga, ni siquiera salir a la calle.
- ¡Aquélla desnudez era simbólica, la puedes revestir con una túnica blanca!
- ¡Perfecto, hermano, Raquel ha dado en el clavo! ¡Y así harías feliz a mamá!
- ¿Por qué, samurai?
- Hermano, mamá nos ha contado muchas veces la historia de su encuentro con papá, lo guapo que iba aquél día en el que se enamoró de él. ¿Cuantas veces nos habrá hablado sobre la túnica blanca y el turbante de papá...? Y que no consiguió que él se casara con aquél vestido de ceremonia que tanto le gustaba a ella... ¿Te imaginas su cara al verte vestido a ti así el día de tu boda?
- ¿Y dónde estará ahora ese traje, hermano?
- Mamá lo guarda en su baúl. En muchas ocasiones la he sorprendido con él abierto y acariciando las ropas de papá.
- Mi amor... ¿sabes que vamos a dar el cante, como tú dices...?
- ¿Y te importa?
- ¡En absoluto! Exclamó Micael riéndose
- ¿A ti te hace ilusión que nos casemos así?
- ¿Acaso no lo hicimos ya, princesa?
- ¿Entonces estás decidido a ir vestido con el traje blanco de tu padre?
- ¡Claro, mi amor, así haré felices a mis dos mujeres favoritas!
- ¡Pues díselo pronto a tu madre, porque si lleva guardado mucho tiempo, lo más seguro habrá que retocarlo!
- ¡En cuanto se levante, se lo digo! ¡Desde luego... va a ser una boda muy original!
- ¿Qué os parece chicos si nosotros vamos desfilando por la ducha? Hay que salir pronto, y Salomé son de las que necesitan una hora en el baño. Y solo hay uno para todos.
-¡Pues vé tu primera Raquel!
- No, vosotros primero. Yo, mientras preparo el desayuno.

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