sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: Capítulo 13.- APERTURA DE CONSCIENCIA


 Hacía mucho tiempo que Jhoan no visitaba la cala, y decidieron volver allí. Por el camino Raquel le contó el sueño del ermitaño de la gruta y el de Jhasua en la orilla del mar. También pudo comprobar que Raquel sabía la relación que tenía con su hermano.

Cuando llegaron, se descalzaron, y Micael desnudándose se tumbó sobre la toalla en la arena. Y la sesión de masajes comenzó. Si fue dura la de la noche anterior, ésta no se quedaba atrás. Cuando terminó, dejaron a Micael relajarse unos minutos, bien tapado, mientras Raquel y Jhoan se preparaban para el baño. Le ayudaron a levantarse y cogiéndole por los brazos, se metieron en el agua lentamente. Una vez allí, se sintió más aliviado, e incluso comenzó a dar algunas brazadas, aunque su hermano no le perdía de vista. Raquel sintió frío enseguida y salió. Se quitó el bañador y se cubrió bien con el albornoz. Se sentó en el suelo y esperó a que salieran. Tardaron media hora, pero el Micael que salió del agua para nada tenía que ver con el que había entrado. Realmente el agua del mar le daba vida a su cuerpo. Raquel salió al encuentro de los nadadores con las toallas en la mano.

- ¡El mar es vida, mi amor...! ¡Qué gozada...! ¿Cómo te has salido tan pronto?
- ¡A mí me apasiona el mar, pero bañarme de día y con el calorcito del sol! - Soy muy friolera. ¿Cómo está tu espalda?
- ¡Maravillosamente bien, princesa, entre mis dos chicas, me la vais a dejar nueva!
- ¿Y cual es la otra chica...? Preguntó intrigada Raquel.
- ¡La mar, mi amor, que es madre y amante! La madre te da vida, y la amante te abraza, te rodea, te acaricia... ¡Pero tú eres mi chica favorita... no te me pongas celosilla...!
- ¿Celosa yo...?  Micael la miró, y Raquel se sintió descubierta, y haciendo el remolón se acercó a su marido.
- ¡Pues sí... un poco sí!
- Mi amorcito, si la mar desapareciera, lo sentiría, pero seguiría viviendo. Si me faltaras tú... me moriría. ¿Qué hombre puede vivir tan solo con medio corazón?
- No te me mueras nunca, mi amor.
- ¡No sin ti...! Exclamó Micael besando a su mujer.
- ¿Dónde has dejado la ropa, hermana?
- ¡Detrás de las piedras! Vestiros enseguida, no vayáis a coger frío.



Ya secos, los tres se vistieron y se acercaron al punto de la playa preferido por Micael. Se sentaron y permanecieron unos minutos con los ojos cerrados disfrutando de la noche y del suave susurro del oleaje. Pero Raquel comenzó a sentirse acariciada por una mano cálida y amorosa. Abrió sus ojos y no vio a nadie, y ellos dos permanecían sentados. Volvió a cerrar sus ojos, y de nuevo aquélla caricia que ahora la envolvía de la cabeza a los pies. Sintió como si alguien le soplara en el rostro, y volvió a abrir sus ojos.
Esta vez, detrás de Micael, a unos dos metros, había un hombre. La luz de la luna parecía haberse concentrado en aquélla silueta. Este, con su mano, hizo un gesto, indicándole a Raquel que fuera hacia él. Esta se levantó, y Micael y Jhoan abrieron sus ojos. Micael pensaba que ella iba hacia él y le tendió su mano, pero su sorpresa fue al ver que ella pasaba de largo, ignorándole, y dirigiéndose hacia un punto determinado. Ambos hermanos quedaron expectantes. Cuando ella llegó a la altura de aquél hombre, comprobó que ya le conocía. Había tenido una experiencia en el sueño con él hacía ya trece años. Era Akenaton. Ella quiso saludarle, pero él, mentalmente le indico que era imposible, que en aquéllos momentos era una proyección. Le señaló con la mano el medallón que llevaba él mismo colgado al cuello y le recordó que tenía que ir a buscarlo, porque era suyo y lo iba a necesitar. Y dicho esto, se llevó su mano derecha al corazón en señal de saludo y se difuminó. Raquel quedó quieta en el sitio unos segundos, pensativa, y cuando volvió a su sitio, los dos hermanos estaban de pié observándola.


- ¿No habéis visto nada?
- Visto no... pero sentido sí. ¿Con quien has estado? Preguntó Micael.
- ¡Con Akenaton!  Micael sonrió, detalle que a Raquel no se le escapó.
- ¿Y qué te ha dicho?
- Antes que nada mi amor... dime... ¿por qué emergió de ti? Aquélla silueta se metió dentro de ti por la cabeza.
- ¡Pues porque esa imagen me pertenece!
- ¿Tu eres Akenaton?
- ¡Lo fui mi amor! Me extraña que te sorprendas. ¿Acaso no lo sabías?
- Lo intuía... aunque no me lo tomaba en serio.
- ¡Ay, Nefertiti, Nefertiti... mi princesa del amor!
- ¡Era así como me llamabas entonces...! Exclamó emocionada Raquel.
- Mi princesa del amor, sí... te costó mucho comprender entonces el corazón de tu esposo, pero cuando lo hiciste, hicimos grandes cosas juntos, mi amor.
- Micael, entonces... ¿por qué ha tenido que salir esa proyección tuya para hablar conmigo? ¡Podrías haberlo hecho tú, sin más...!
- Raquel, no somos conscientes de la totalidad de nuestro Ser, pero EL sí que lo es de la totalidad de todos sus aspectos. El a través de nuestro corazón, nos hace conscientes también de gran parte de esa totalidad, pero como humanos tenemos un límite. Yo se de Akenatón, pero no todo. Sin embargo, tú sabes o eres consciente de información que yo no poseo. Nos complementamos.
- Sí, entiendo... empiezo a comprender un poco este lío...
- Bueno, ¿pero qué te ha dicho? Preguntó impaciente Jhoan.
- Ha venido a recordarme que hay algo pendiente por hacer. Tiene relación con el sueño que tuve en la pirámide invisible
- Pues vamos a sentarnos otra vez y cuéntalo. Hay que tomar buena nota de ello. Afirmó Micael.

Bueno... pues la experiencia la tuve hace trece años, y creo que fue en una siesta. Mis amigos y yo habíamos ido a Egipto. Éramos cantantes y teníamos pendiente una actuación de cara al público, y necesitábamos elegir una de las tres pirámides para que hiciera de telón de fondo de nuestra actuación. Era un atardecer, serían las seis o las siete de la tarde. Estaba a punto de cerrarse el acceso al público, pero David quería apurar hasta el último instante para estar solo en el interior de una de ellas.

- ¿Solo iba a entrar él?
- ¡No, él y los demás, pero en el sueño, es curioso... solo le veo a él!
- ¡Es que es un dato importante... sigue... sigue....!

- Yo no quiero entrar porque hay algo que me preocupa. No me fío de aquéllas pirámides. Siento que tienen sus dueños y no habíamos sido invitados. Yo le prevengo a David, pero me dice que irá con cuidado, que yo vigile desde fuera. Ellos desaparecen en su interior, y yo quedo fuera, sola, al cuidado de la tienda de campaña y las mochilas.

Cada vez me pongo más nerviosa. Ando unos pasos para tranquilizarme, y de repente, detrás de mí, aparece una pirámide muy pequeña. Para que os hagáis una idea, más de cuarenta personas no cabrían en su interior... Yo me extraño, pues no la había visto anteriormente. Su aspecto exterior es bastante lamentable. Me atrae poderosamente. Voy hacia ella y con mi mano derecha acaricio una de sus castigadas paredes. Al instante se abre una puerta, y sin ningún reparo entro.
Cuando estoy en el centro, alguien viene por detrás de mí, y me abraza por los hombros. Me vuelvo y veo que es un hombre, más alto que yo, moreno de piel, con ojos negros y brillantes, pelo negro y laceo y muy pegado a la cabeza, como si llevara gomina. Me mira con una gran sonrisa que deja al descubierto una dentadura blanca y perfecta, y me saluda: ¡Bienvenida a nuestra casa!

Y en aquél instante, la puerta que había dejado abierta, se cerró, más bien se fundió con la pared, desapareció. Yo me asusté, y él entonces, acariciándome me dijo: “¿Tienes miedo de mí?”. Y yo le contestó que no, pero que no me gusta estar encerrada allí. Y el me dice que cuando lo desee puedo marcharme, que a una orden mía, la puerta se abrirá de nuevo. Y así lo hago, y la puerta de abre, pero yo me quedo allí.

Aquel hombre me inspira confianza y mucha ternura. No sé quien es, pero le quiero mucho. Va vestido de una forma peculiar. De cintura para arriba, está desnudo. Solo lleva colgado al cuello un gran medallón con un disco solar de oro, y en su frente, dibujado en azul oscuro, un triángulo con la punta hacia arriba. De cintura para abajo solo lleva ceñido a las caderas un lienzo blanco que le llega hasta las rodillas. Es alto y esbelto, y lo único que lleva en sus pies son unas taloneras de oro, de las que salen unas finas cadenas que con unos aros se ajustan a cada uno de los dedos.

El me dice: “¿Ya no tienes miedo?”. Y yo le contesto que no, que me siento muy a gusto a su lado. Es cuando me besa en la frente, me coge de la mano izquierda y me lleva hacia el centro de la estancia. En ella hay otra pirámide, pero cortada por la mitad. Le falta la otra mitad con el vértice. Yo le pregunto que como se llama, y él entonces posa su mano derecha sobre ella, se ilumina y aparece un nombre grabado. Yo no entiendo aquélla escritura, y el me dice que es su nombre, por el que le conocí, aunque también hay otro, pero que debería descubrirlo por mí misma. Ese nombre era Akenaton.
A continuación apareció sobre la base piramidal un cuenco de agua y una fuente con uvas. El me ofreció de las dos cosas, y comimos y bebimos los dos. Cuando terminamos aquél ágape, yo me fijo en su medallón y le digo que me gusta mucho. Entonces él me dice que es mío, que me lo ha estado guardando, y que lo voy a necesitar para esta última etapa de mi vida. El me vuelve a abrazar, pero esta vez yo le devuelvo el abrazo, y de repente me veo otra vez fuera de la pirámide, en pleno desierto. Ella había desaparecido.

Me quedo sentada, mirando al infinito, reflexionando sobre lo vivido, cuando aparecen delante de mí, como salidos de la nada, tres Tuareg, cubiertos de la cabeza a los pies de azul oscuro y con el rostro, salvo los ojos, cubiertos de igual manera y con el mismo tejido. Son muy altos, y me observan detenidamente. Yo me pongo de pié y les pregunto quienes son, y me dicen: “YO SOY MIGUEL... YO SOY MOISES... YO SOY SAINT GERMAIN!
Yo  les ofrezco frutos secos y zumo, y se sientan conmigo, y comen y beben en silencio, aunque no entiendo muy bien cómo lo hacen, ya que sus bocas permanecen cubiertas.
Me dan las gracias y me dicen algo que no recuerdo muy bien, pero vienen a decirme más o menos si habíamos pensado bien lo que íbamos a hacer, que en el intento, aunque consiguiéramos nuestro objetivo, muchos quedarían locos y desequilibrados. Yo les digo que sí, que no tenemos otra alternativa mejor, que si no entregábamos el conocimiento, aquéllas naves-pirámides se irían con él de este planeta, y dejarían a la humanidad sumida en la ignorancia y en la oscuridad, como en otras muchas ocasiones. Yo les pregunto si pueden darme una alternativa mejor, pero no me responden.
Ellos me vuelven a advertir que sólo podemos usar el conocimiento que nos pertenece, del que somos responsables, y yo les contesto que ya lo sé, que lo sabemos perfectamente. Ante mi convicción, ellos vuelven a saludarme y desaparecen. Y ahí termina la primera parte del sueño. Hay una segunda. ¿Tenéis alguna pregunta que hacerme?
-¡Sigue, Raquel... sigue...preferimos oírlo hasta el final!
- Bueno, pues la segunda parte comienza cuando mis amigos, David y yo estamos actuando delante de una de las pirámides, que al final resulta que es la invisible, pero con un tamaño superior. No hay nadie. Estamos actuando para nosotros mismos, aparentemente. Pero nuestras canciones y nuestra música, como nuestra danza, son muy extrañas. Las letras de las canciones son más bien mantras, y la música más bien golpes de tambor. Nuestra danza es parecida a la egipcia, donde lo más importante no es el movimiento, sino la forma y los gestos de nuestras extremidades, que hacen giros muy raros en el aire.

Llevamos así un buen rato, cuando en una de las canciones, a la vez que los golpes de tambor, golpeamos con nuestros pies el suelo, y éste se pone a vibrar. Cuanto más golpeamos, más vibración.
De repente, por el horizonte, divisamos una gran mancha oscura, que poco a poco se va extendiendo por la arena del desierto. Va avanzando cada vez más hasta que podemos distinguir que se trata de cientos de miles de Tuareg, hombres vestidos de oscuro, que avanzan andando tocando un pequeño tambor, y cantando los mismos mantras que nosotros. El ruido es ensordecedor, pero ya no solo vibra la tierra, sino nuestros cuerpos. Y cuando ya están a nuestra altura, al unísono gritamos una frase de dos palabras y la tierra se abre, y aparece un sol parecido al que ví en el sueño de la Casa Madre.

- ¿Has entendido de qué va, Raquel?
- Pues no, Jhoan, hay muchas cosas que se me escapan. Espero que vosotros lo sepáis.
- Mi amor, si volvieras a ese lugar... ¿reconocerías el sitio exacto?
- ¡Claro que sí! 
- Raquel, tenemos que ir allí a por tu medallón y a por la información que dejamos allí guardada entonces.
- Qué importancia tiene ese medallón, Micael?
- Para ti es información que nos llevará a descubrir ciertos códigos, que al descifrarlos despertarán las consciencias de miles de danzadores del Sol, todos hermanos nuestros, y que con nosotros despertarán la consciencia de esta humanidad. Por eso, en tu sueño, cantamos mantras, danzamos con unos movimientos determinados y nuestra música es de percusión, el tambor, el sonido del latido del corazón del Planeta. Estamos descifrando esos códigos, y a través de ellos, los Tuareg, los hombres sin nombre y sin rostro, acuden a nosotros. Y desde luego, David, es una pieza clave. Y creo que el mejor momento para ir allí, es cuando él venga a casa. Ello nos dará un margen de tiempo necesario para prepararnos, y sobre todo para recuperarme yo. Hay que ir en plenas facultades.

- Micael... ¿por qué aparecieron esos tres personajes? ¿Por qué me dijeron aquello? Es como si no les gustara lo que íbamos a hacer...
- Mi amor, no son personajes. Son tres hombres a los que tú conoces muy bien. Son hermanos nuestros. Y si ellos usaron aquéllos nombres es porque así les conociste, y en cierta manera, ese Conocimiento tuyo que quieres entregar a la humanidad, lo compartiste con ellos. Lo único que querían hacerte ver eran las posibles consecuencias de ese acto. ¿No te acuerdas de ellos, Raquel?
- Bueno... a Moisés siempre lo he llevado muy metido en el alma, aunque no sabría decir el por qué. Con Miguel me pasa lo mismo, y con Saint Germain... bueno, cuando empecé a investigar sobre él, quedé alucinada. Se le considera un sabio, un inmortal, un alquimista... bueno, y otras muchas cosas más. La verdad es que me parecía increíble todo lo que averiguaba sobre él, y me preguntaba qué demonios tenía que ver yo con él. Hasta que un día, en plena siesta, una voz que sonó en mi cabeza como un trueno me dijo:”Soy Saint Germain, y tú eres mi ahijada”.


Al poco tiempo de aquélla revelación, sueño que Jhoan, el de Zebedeo, bueno, ya sabes Micael quien es... se ve reflejado en el agua de un río, pero la imagen que en ella se refleja es la de Saint Germain, no la de él, y se sonríe, porque sabe que yo estoy detrás de él viéndolo y observándolo.
- ¿Y a qué conclusiones llegaste?
- Pues que los dos eran una misma persona. Yo me acuerdo mucho de Jhoan, Micael... le quería muchísimo. Entonces fue, después de ti, mi confidente más querido, y después de ti también, era el hombre al que más amaba. Por eso me cuesta creer que Jhoan tenga algo que ver con ese Saint Germain, o lo que cuentan de él, vamos...
- ¡Y así es, hermanita, no tiene nada que ver! Se han dicho barbaridades y muchas mentiras sobre ese hombre. Te recomiendo que no investigues ni leas más sobre él, pues no hallarás la verdad. Busca en tu corazón, Raquel, y sabrás quien es realmente.
- Jhoan, yo le siento como amigo, como maestro mío que ha sido muchas veces, y esto no es que lo sepa, solo lo intuyo, lo siento en mi corazón. Pero me gustaría que alguna vez se descubriera el rostro ante mí. No es importante para mí, pero sí para mi Corazón.
- ¡Pues lo tiene muy fácil tu corazón, hermana...! ¡Raquel... mírame... soy yo... tu amigo y confidente Jhoan, el filósofo profundo, como tu me llamabas!

Raquel se quedó atónita. Se tuvo que poner de pié para sacudir su cuerpo del calambre que le había entrado por los pies y le había salido por la cabeza. Y Jhoan la seguía mirando, sonriente y con los brazos cruzados. Ella respiró profundamente y se relajó, y miró de nuevo a éste y se echó a reír.

- ¡Cielo Santo... claro que sí... tú eres Jhoan, ahora te reconozco! ¿Pero qué tienes tú que ver con Saint Germain...?
- ¡Hermanita, con el verdadero, tengo que ver todo! Con el que se han inventado... ¡nada!
- Jhoan... eres tú... tengo que estar realmente ciega para no haberte reconocido.
- Sin embargo tu corazón lo hizo el primer instante en que me sintió.
- Entonces, Jhoan... ¿por qué en el sueño intentas convencerme de la peligrosidad de nuestro proyecto… acaso tu no estás en el ajo?
- Lo estoy Raquel, pero como padrino tuyo, como tutor tuyo que he sido en muchas ocasiones, tenía esa responsabilidad, la de hacerte consciente. Ahora que ya lo eres, soy un hermano más, pringado como tú y como Micael hasta el alma.
- ¡Pero como padrino... no se... no te encajo muy bien!
- ¡Ah no... Entonces dime...! ¿Por qué me elegiste padrino de tu boda?  

Y Raquel siguió riéndose, pero llegó un momento en que se encogió, le había dado un calambre el estómago.

- ¿Mi amor, te paso algo?
- Es el estómago, pero ya se pasará. Es que con las risas que hemos hecho antes en la tertulia, y lo de ahora... éste se ha resentido un poco. No estaba muy acostumbrado.
- ¡Ven aquí a mi lado, te pondré mis manos un ratito!  

Raquel fue hacia Micael, se sentó delante de él y éste le abrazo por la cintura, poniéndole las manos a la altura del estómago, y siguió preguntando.

- Mi amor... ¿nunca te has sentido identificada con un personaje del Antiguo Testamento?
- No, nunca... quizás porque nunca me puse a leerlo en serio. No ha sido una lectura que me atrajera mucho. He leído muy poco. Pero sí.... me sentí identificada con Josué. Lo único que leí de él, fue que era la mano derecha de Moisés, y que éste lo quería como a un hijo, y que luego llegó a ser rey de Israel. No sé nada más, y esto lo leí a propósito de un sueño que tuve con Josué no hace muchos años. Solo se que tengo alguna relación con él, por el sueño que tuve...
- ¿Y todavía te preguntas por qué amas a Moisés? Mi amor, amaste a ese hombre como a un padre, y siempre le fuiste fiel, aun cuando él se marchó. Y para él sigues siendo su hijo amado. ¿Cual fue ese sueño, mi amor?
- ¿Otro lío más...?
- ¡No lo tomes así, hermana, sino como un paso más dentro de tu consciencia! EL es siempre el que vive, experimenta, se expande. Y cuando llega el momento y siempre obedeciendo a un Plan Cósmico verte ese Gran Conocimiento en las conciencias de las personalidades que forman parte de SI MISMO. Tú, yo, Micael…en realidad somos EL  Asimílalo así y te será más comprensible todo lo que vaya sucediendo.
- Así lo haré hermano. Es peligroso que la mente desvaríe y muy importante que comprenda para mantenerse en un perfecto equilibrio. En cuanto al sueño que tuve con Josué, creo que tiene mucha relación con el Arca de a Alianza.
- ¡La leche... ya vamos profundizando! Exclamó Jhoan con cierta inquietud.

- ¡Pero yo aquí me estoy quedando tiesa! ¿Y si volvemos a casa y allí os sigo contando...?
- Como quieras, mi amor. ¿Cómo va ese estómago... va mejorando?
- Sí, ya se ha pasado, pero me encanta que me andes con tus manitas.
- ¡Serás viciosa...!
- ¡Ya sabes mi amor que tu eres mi tentación, y ya que estoy condenada a ti... voy a pecar todo lo que pueda! Jajaja
- ¡Así se habla hermana... tú eres de las mías... se ve que has sido digna discípula mía! Exclamó Jhoan riéndose.


Y contagiados por la risa de Jhoan, los tres subieron despacio las rocas que les separaban de la puerta de la gruta. Cuando llegaron a casa, pusieron a calentar el café. Raquel tenía hambre, así que fue hacia la despensa y buscó una tortita de maíz, pero no encontró. Solo un trozo de pan, del día anterior, duro, y un poco de vino que utilizaba Sara para cocinar. Se le cruzó una idea en su mente, que luego su corazón la potenció, y sin pensarlo ni un segundo salió al salón decidida.

- Micael, quiero pedirte algo que me hace muchísima ilusión.
-¿Y qué es mi amor?  

Raquel dejó sobre la mesa el trozo de pan y la botella de vino. Micael la miró profundamente y sonrió. Le cogió las manos, se las besó y le preguntó:

- ¿Te apetece mucho... mucho... mucho...?
- ¡No sabes cuanto! Se que éste acto pertenece a un pasado, pero lo sigo viviendo muy dentro de mí, y todo mi ser me pide revivirlo.
- ¿Jhoan, y a ti... también te apetece, hermano?
- ¡Eso ni se pregunta... de sobra sabes que sí!
- En ese caso... llévate a la cocina el pan, el vino y el café, mi amor...
- ¿El pan y el vino también... y entonces...?
- Raquel, ¿no querrás utilizar este vino y este pan ya caducados para un acto de tan profundo simbolismo?
- ¡Bueno, tu sabrás!  

Raquel fue a guardarlo de nuevo. Cuando volvió, Jhoan y Micael la estaban esperando con un cuenco de desayuno vacío y una tijera. Ella se sentó y esperó a que le explicaran. Pero ellos no dijeron nada. Jhoan tomó la tijera y se hizo una pequeña incisión en la yema del dedo corazón y dejó caer varias gotas en el recipiente. Luego se las pasó a su hermano, y éste hizo lo mismo. Y cuando ella tuvo las tijeras en la mano, miró a su marido y se hizo la misma incisión, dejando verter cuatro gotas de su sangre.

- ¿Mi amor, te sorprende lo que hemos hecho?
- Un poco sí.
- De esta sangre, la nuestra, brotará el vino, la Luz,  con la cual nos saciaremos. Y ahora, abramos nuestras manos con las palmas hacia arriba, pongámoslas sobre la mesa. Ellas representan nuestro cuerpo, el pan, con el que nos alimentaremos y saciaremos el hambre de muchos. Ahora Jhoan y yo emitiremos unos sonidos muy parecidos a los mantras. Tú permanece atenta, pues llegará el momento en el que tu pecho se abrirá y esos sonidos también saldrán de ti, y permanecerán en ti para siempre. Cuando nos unamos los tres en esa vibración, nuestro postre favorito estará preparado para ser comido y bebido. ¿De acuerdo princesa?
- ¡Sí, está claro!
- Ah, un detalle muy importante, cuando visualices el pan sobre nuestras manos, hazlo con un trozo pequeñito, que podamos comer entre los tres. Si lo haces con uno más grande, tendríamos que apurarlo hasta no dejar ni una sola miga.
- ¿Ah, sí?
- Sí, Raquel, porque el pan que salga de nosotros, ha de ser comido. Lo mismo sucede con el vino. Contestó, Jhoan.
- ¡Muy bien, tomo buena nota!


Los tres al unísono pusieron juntas sus manos con las palmas hacia arriba, quedando el cuenco con la sangre vertida en el centro de la mesa. Cerraron sus ojos y Raquel empezó a oír aquéllos sonidos que salían de sus pechos. Al principio eran inapreciables, pero fueron ganando en intensidad. Ella sintió como su pecho y su plexo se expandían, y una energía emergía a través de su tráquea y garganta que puso a vibrar sus cuerdas vocales. Así permanecieron unos minutos. Jhoan y Micael dejaron de emitir, pero Raquel no podía. Aquella energía tenía que salir y su garganta seguía vibrando. Poco a poco fue bajando su tonalidad hasta quedar en silencio, y abrió sus ojos, y vio que sobre las manos de los tres, había un pan crujiente, como recién sacado del horno, y un cuenco a rebosar de vino. Miró a los dos hermanos y éstos la miraban a ella. La emoción la ahogaba, así que dejó que fluyera, y su rostro se inundó de lágrimas.
También Micael y Jhoan, que aunque no lloraban, sus ojos chispeaban. Micael partió el pan en tres trozos y los repartió. Jhoan comenzó a beber de aquél vino, y lo pasó a su hermano. Cuando éste bebió, se lo ofreció a Raquel. Ella extendió su mano, temblaba, estaba reviviendo aquél momento en el que Jhasua le espera con una copa de vino para beber juntos horas antes de su arresto. Temblaba su mano y ella entera. Al ser incapaz de coger el cuenco, Micael se levantó y fue con él hacia ella, lo puso en su mano y le ayudó a acercárselo a la boca.

- ¡Bebe, mi amor, y apúralo, hay que terminarlo!

Raquel lo bebió y aquel vino era el mejor que había probado en su vida. Con sus manos temblorosas todavía, dejó el cuenco vacío sobre la mesa y se abrazó a su marido. Ninguno de los dos dijo nada. Sobraban las palabras. Solo había un diálogo de corazones.
Micael la besó y volvió a su sitio en la mesa. Y los tres se dispusieron a dar buena cuenta del pan.

- ¡Ya habréis podido observar que me emociono con mucha facilidad!
- Hermana, sabemos que este tema es muy especial para ti. Nosotros también nos hemos emocionado.
- Es que son tantas emociones juntas y tan fuertes, tanta la intensidad de experiencias en estos últimos cuatro días, que aunque mi corazón las ha asimilado todas, mi sensibilidad, mis sentimientos todavía las están digiriendo.
- ¿Está bueno el pan, mi amor?
- ¡Es el mejor que he probado, y el vino… no es de este mundo!
- ¡Es que tanto el uno como el otro, son parte de nosotros mismos!
- Micael, y... este tipo de privilegio con el que hemos obtenido este pan y este vino, ¿es ecuánime...? quiero decir, este milagro, como seres humanos, ¿habríamos podido hacerlo sin este privilegio?
- Mi amor, no es ningún privilegio, es un derecho. Hemos venido a este mundo a ser su alimento, y ¿cómo no vamos a poder alimentarnos de nosotros mismos? ¿De quien vamos a recibir nuestro alimento, si no es de nuestro propio Corazón? A eso hemos venido también, a enseñar al ser humano a alimentarse de sí mismo, a beber de su propia fuente, a descubrir al Padre en su propio Corazón.
- Micael... y conociendo la forma de hacer pan y vino a través de nuestro corazón, si todos los que hemos despertado a este conocimiento lo usáramos para dar de comer a la humanidad que está hambrienta, acabaríamos con el hambre en el mundo.
- ¿Lo crees así, Raquel?
- Bueno sí... pero si tu no lo has hecho ya... es porque hay un motivo que desconozco.
- Mi amor, ¿crees que el hambre en el mundo es porque hay escasez de alimentos, o por que el corazón del hombre está carente de alimento? Comida hay mucha, la tierra, como madre, siempre es generosa, pero en muchos países se tira porque hay exceso. Se tira el alimento cuando hay millones que mueren de hambre y de sed. ¿Solucionarías algo Raquel si pasaras toda tu vida fabricando de este pan para los hambrientos? Puede que saciaras el hambre de unos cuantos miles, pero no solucionarías el verdadero problema. Tú desaparecerías un día, y aquéllos a los que habías estado alimentando, morirían de hambre. Hemos venido a dar de comer a los hambrientos y de beber a los que mueren de sed, pero no del alimento que piden, sino del que realmente necesitan. Tú ayuda al hombre a fortalecer y alimentar a su corazón, y la miseria de esta humanidad desaparecerá para siempre.
- ¡Perdonarme, chicos... pero necesito ir al baño!  Ahora vuelvo.
- Jhoan, de paso que vienes luego hacia aquí, tráeme un poco de café.
- Pues si queréis traigo para los tres. Sospecho que la tertulia va para largo todavía...
- ¡De acuerdo, Samuraí, trae para los tres!


Jhoan se fue para el baño y Micael cogió las manos de su mujer y las fundió con las suyas, y la miró. Ella se levantó y le besó, y aquél fuego volvió a sus bocas, a sus vientres, y en sus pechos el volcán pedía despertar.

- ¡Mi amor... cuanto deseo estar contigo!
- Y yo, pero ahora me temo que lo tendremos un poquitín difícil, habrá que esperar un poco... Sabes... tu hermano tiene razón, necesitamos intimidad. Si ahora estuviéramos solos... ¿te imaginas lo que pasaría?
- ¡Lo que pasaría no lo sé... pero sí se lo que haríamos! Exclamó Micael riéndose, sin soltar a su mujer.
¡Todo llegará, mi amor!

- ¡Hacerme sitio en la mesa, que la cafetera quema...! Bueno, hermanita... ya has entrado en calor, tienes un delicioso café hecho por tu cuñadito... y ahora... te toca a ti... desembucha lo de Josué, que me tienes ya taquicárdico.
- Bueno, vale,  pero si tenéis alguna pregunta me cortáis, que cuando me lío a hablar no paro...

Pues el sueño de Josué comienza así: Yo me veo en un campamento lleno de tiendas blancas. Hay muchos guerreros, pero no son nada convencionales. Van vestidos la mayoría de blanco, con sayal hasta la rodilla. Llevan un pequeño escudo y espadas muy rudimentarias. La mayoría lleva el  pelo muy largo y rizado, con turbantes o grandes pañuelos tapándoles la frente y sujetándoles la melena. En un momento determinado me veo los brazos, y compruebo que soy hombre. Me siento extraña. Soy bastante velludo, y mis brazos y piernas son rudos y fuertes.

Me siento mal, estoy cabreado. Y me dirijo hacia una tienda blanca con grandes y copiosos cortinajes. Allí me encuentro con varios sacerdotes que vigilan y cuidan el Arca. Yo me dirijo a ellos exigiéndoles que la bajen de aquél pedestal y le quiten todos los adornos que la envuelven. Ellos se niegan, y entonces yo empiezo a gritar que soy el rey y que les ordeno que lo hagan. Como ellos rehúsan, voy hacia ella, la cojo y la pongo sobre el suelo de la tienda. Los sacerdotes se echan las manos a la cabeza y empiezan a gritar: “¡sacrilegio, sacrilegio, venganza de Yahvé!”.
Y es cuando yo me enfurezco y arremeto contra ellos echándolos de la tienda mientras digo en voz alta para que todo el campamento me oiga: “Mi Padre no es vuestro Dios justiciero y vengativo. Este Arca ha matado y asesinado a muchos, y quiero saber por qué, porque mi Padre es Amor, y si el dios que la entregó a nuestro padre Moisés es el que hizo esto, yo no quiero saber nada de él, ni ser vuestro rey”.

Y dicho esto volví a la tienda, y cuando me disponía abrir aquél artefacto, delante de mí, y entre cortinas, apareció Moisés. Hacía años que había desaparecido. El me miraba con mucha ternura y me dijo: “Hijo mío, no es momento para que comprendas ni para abrir ese Arca. Nuestro Padre no es destructivo, aunque esa caja haya destruido vidas. Nuestro Padre es compasión, justicia y Amor. Conserva así tu corazón, hijo, y tu serás quien la abras en su momento y desveles su secreto”.

Y dicho esto desapareció. Yo me quedé paralizado, reflexionando sobre lo que me había dicho, y descarté la idea de abrirla. Ante todo confiaba en él y sería fiel a su consejo. Me eché a llorar sobre ella, y allí me quedé. Y no recuerdo más. Bueno sí... al cabo de unos meses tuve otro sueño: Yo iba andando por el desierto, y soy la que veis ahora, Raquel, y de repente veo a dos Tuareg, que por sus ojos parecían ya bastante ancianos. Estaban sentados uno frente al otro en la arena. Entre ellos había una separación de 1 metro. Yo me acerco más a ellos y les miro, y éstos, mentalmente, me preguntan que qué estoy buscando. Yo les contesté que más bien había algo o alguien, que desconocía, que me buscaba a mí. Entonces me indican que me ponga de pié entre ellos, y así lo hago, y en aquél instante la arena del desierto me traga. Al instante aparezco en una gruta muy iluminada, y en el centro, a unos pocos pies de mí, una caja de madera. En el suelo hay una serie de adornos y artilugios con piedras preciosas, y es cuando reconozco que aquélla caja es el Arca, pero al desnudo. Está cerrada. Mi corazón me impulsa a abrirla, y así lo hago. Voy subiendo lentamente la tapa de la caja y dejo al descubierto una gran masa de luz que desprende mucho frío. Es como si tuviera vida propia. Sin saber por qué, pero lo hice, me llevo la mano derecha a los labios y deposito un beso, y luego la introduzco dentro de la caja. Siento cosquilleo y mucho calor, y la saco, pero ante mi sorpresa, la mano está cubierta de oro y aquélla luz se ha transformado en una esmeralda preciosa, cuyos reflejos verdes iluminan toda la gruta. Así estuve unos instantes, y de nuevo mi mano y la caja recobraron su normalidad. Volví a cerrar la caja, y allí terminó el sueño.

- ¡Está clarísimo, hermano...! ¿No crees...? Preguntó Jhoan frotándose la cara con las manos.
- Lo primero que tenemos que hacer, es ir allí antes que a ningún otro lugar.
- ¡Y además este viaje lo haréis solos! Solo vosotros podéis entrar allí.
- Pero chicos... yo no sé dónde está ese lugar.
- ¡Yo sí mi amor, lo que no sabía era el momento, pero tu me lo acabas de desvelar! Allí hay una energía que debemos tomar, con la cual ayudaremos a muchos seres que tienen relación con la Piedra Verde de tu sueño.
- ¡Es cierto...! En el Arca se forma una esmeralda, y mi mano se cubre de oro. Está íntimamente relacionado. ¿Y por qué en el sueño esa energía se queda allí, y vuelve a cerrarse la caja?
- Porque tu fuiste con el espíritu, y además, incompleta. Tenemos que ir con nuestro cuerpo, en el plano físico, y el UNO.
- ¿El UNO?
- Sí, la unidad... ¡nosotros dos formamos UNO, mi amor!
- ¡Ahora entiendo! El que tiene que ir allí realmente es MICAEL, y MICAEL somos ahora nosotros dos.
- ¡Ahora y siempre, mi amor!
- ¿Y una vez allí, qué haremos?
- ¿Qué acabamos de hacer con el cuenco de vino?
- Nos lo hemos bebido.
- ¡Pues haremos lo mismo con el contenido del Arca!
- ¿Bebernos toda esa energía? ¡Micael... pero nos va a destruir...!
- Acuérdate de lo que le dijo Moisés a Josué: “conserva intacto tu corazón, y tu mismo la abrirás”. ¿Acaso no la abriste en el sueño? ¿Te ocurrió algo entonces?
- ¡No, claro que no! ¿Y con toda esa energía dentro, Micael, qué haremos?
- ¡Trabajar! ¡Hacer aquello a lo que hemos venido!
- Entonces... ¿por qué siento a mi corazón un pelín preocupado?
- El mío también lo está, princesa, ya que con esa energía seremos dioses. Nos convertiremos en los dos seres humanos más poderosos de este planeta. Todo aquello que nuestro corazón desee y nuestra mente ordene, se realizará.
- ¡Ostras Pedrín, vaya putada!  Y ante aquélla exclamación de Raquel, Micael y Jhoan sonrieron y afirmaron
- ¡Sí, hermana, sí, puede ser una putada y de las grandes!
- Pero Micael, mi amor, ¿te has parado a pensar en el equilibrio perfecto que tenemos que tener constantemente? Nuestro corazón siempre a disposición del Amor, y sin dudas de ningún tipo. Y nuestra mente... ¡mantenerla tan pura, clara y equilibrada como nuestro corazón...! ¡Dios mío... se me está poniendo la carne de gallina...! Micael, de la misma forma que podemos hacer cosas maravillosas, podemos hacer barbaridades, al menos yo hablo por mí... ¡Para nada me imaginaba que iba a encontrarme con algo parecido, de este calibre!
- No hemos venido a hacer cosas maravillosas ni barbaridades, mi amor. Tan solo aquello que tenemos que hacer, para que el Plan se cumpla, y esta humanidad pueda dar el gran paso. Pero todavía estás a tiempo, Raquel...
- ¿A tiempo para hacer qué...?
- ¡Para dejarlo... nadie te obliga a ello!
- ¿Y dejarte solo...? ¡Eso nunca, Micael!
- Mi amor, nuestro corazón tiene que estar totalmente seguro de querer hacer esto.
- Y lo está, Micael, está seguro y quiere hacerlo, pero yo tengo miedo, y no por mí, tengo miedo a hacer algo incorrecto que pueda mandar todo a la mierda.
- Mi amor... si tu corazón está seguro, confía en él... y ¡adelante! Yo también estoy preocupado, pero hay que hacerlo si queremos ayudar a nuestros hermanos. Y vamos a estar juntos, y nos ayudaremos y apoyaremos. Y si en algún momento erramos, mi amor, EL nos ayudará a levantarnos y a seguir. ¿Sabes por qué el Padre nos ha elegido para hacer este trabajo?
- ¡Porque está loco, creo yo!
- ¡Sí, está loco, mi amor! Por eso ha elegido a otro locos como EL. Por eso sus hijos hemos heredado su locura, la locura del Amor. Nuestro Padre está loco, mi amor, es un genio. Constantemente está creando, pintando, moldeando, estructurando. No duerme nunca, pues su mente y su corazón siempre están activos. Se rompe, se entrega a sí mismo constantemente. Para él no existe el error ni la imperfección, solo parto, vida, expansión, pasión. Si alguna vez pudiéramos ver el rostro del Padre... nos echaríamos a llorar por lo necios que hemos sido.
- ¡Yo ya he visto el rostro de Dios, Micael!
- ¿Ah, sí...? ¡Dichosa tu por haber tenido ese privilegio! ¿Y cómo es?
- Lo único que conozco de EL son sus ojos, los tuyos, mi amor, los de Jhoan, los de mis amigos, los ojos de todo aquél a quien amo, e incluso los ojos de aquéllos que no me aman. Esos ojos no me dan amor, pero me lo imploran y... ¿cómo voy a negarle el amor al AMOR?
- ¿Pero tú de qué te ríes hermanito...? Preguntó Micael a Jhoan.
- No es por lo que está diciendo ahora Raquel, sino por lo de antes, cuando ha dicho que Dios está loco. ¿No te acuerdas Camaleón de las conversaciones que teníamos tú y yo al respecto?
- Vagamente... pero sí... recuerdo el tema que tratábamos...
- ¿Y puedo saberlo yo?
- Camaleón, cuando te oía hablar a la gente de según que temas, se cabreaba mucho. Decía que con ello te la estabas buscando, que eras muy incisivo y provocabas la ira en muchos. Cuando yo le explicaba que lo hacías para cumplir los deseos de nuestro Padre, ella gritaba: ¡Pues ese Padre está loco, y su hijo también, y yo mas que ninguno de los dos por seguir a este cabeza loca...!
- ¡Sí, ya me acuerdo de eso... pero el que más me sacaba de mis casillas eras tú, Jhoan!
- ¿Yo por qué...?
- Porque siempre me respondías: “Pues tú Camaleón, no te quedas atrás, porque mira que haces locuras extravagantes para estar al lado de este loco”  Y Micael se echó a reír.
- ¿Y sigues pensando que el Padre y este hijo, concretamente, estamos locos, mi amor?
- ¡Sí, desde luego que sí... pero ya es tarde, nos habéis contagiado a todos!
- ¡Solo los locos heredarán la madre Tierra! Contestó solemne Micael.
- ¿Los locos o los mansos...?
- ¿Hay alguna diferencia, Raquel? Mi amor, en este mundo, en esta humanidad, en medio de tanta violencia, de tanto miedo, donde reina la ley del más fuerte en poder, donde cada cual intenta sobrevivir a cualquier precio, aquél que confía en el Amor, en el poder de su propio Corazón, es manso, es un hombre de paz, pero para llegar a serlo, tiene que estar loco, como el AMOR.
- Hermana, ¿vas a seguir contándonos...? Está pendiente el sueño de la Piedra Verde Esmeralda. Preguntó animado Jhoan.
- Si, ya sé... pero prefiero hacerlo en otro momento. Todavía tenemos que hablar del programa de mañana, y se está haciendo tarde.
- ¡Es verdad, que mañana  vienen los ordenadores! Pues nosotros, hermano, tenemos que quedar en casa a esperarlos, y mientras los instalamos, se nos hace ya la hora de comer. Hasta la tarde no podremos ponernos a trabajar.
- ¡Sí, y arriba tenemos buen lío!
- ¿Arriba en el ático?
- Sí, mi amor. Allí están todos nuestros borradores apilados. Tenemos que sacarlos uno a uno y clasificarlos por temas, antes de pasarlos a limpio.
- ¡Pues mañana tenéis el día muy completito!
- ¿Y tu Raquel, qué planes tienes?
- Pues ir a Serena y ver si necesitan que yo les compre o traiga algo. También iré a casa, y me traeré algunas cosas. No quiero dejarlo todo para el último día. Luego tengo que ir a casa de Efraím. Quedamos en que me instruiría durante unos días sobre la ceremonia religiosa. Y por fin, me pondré a trabajar en lo mío.
- ¿En lo tuyo?
- ¡Sí, hermano, a escribir canciones y componer música! Y esto me recuerda que tengo que traerme la guitarra...
- ¿Estás inspirada?
- Tengo mogollón de letras y melodías en la cabeza. Solo necesito soledad, papel y una guitarra.
- ¿Y de qué van tus letras, mi amor?
- ¡De amor, de desamor, de la vida, de Dios, del corazón...! ¡De todo un poco!
- ¿Y las canciones que me vas a dedicar?
- ¿No puedes esperar a su día?
- ¡Es que me tienes muy intrigado! Dime tan solo de qué van...
- Son diez canciones, y en ellas están recopilados todos los sentimientos, emociones y pensamientos que he tenido respecto a Dios, a mi Amor, desde que tenía 9 años hasta los treinta. Es un canto al Dios que descubrí dentro de mí. En ellas hay mucha pasión, nostalgia, anhelo... Para aquéllos que las oigan serán canciones de amor, de enamorada, de mujer conocedora de los secretos más profundos de la naturaleza humana, del corazón humano, pero es la voz del corazón enamorado de una mujer, de su Dios.
- ¿Y todas las canciones que compones son así...?
- Sí, Jhoan... aunque en ninguna de ellas hago referencia a Dios. Deseo que mis canciones calen en el corazón de la gente, no que los perturben y ofendan, porque no todo el mundo siente a Dios como un amante... ¿comprendéis?
- ¿Tu le sientes así, Raquel?
- Sí, Jhoan, y puede que suene un poco a barbaridad, pero yo nunca he podido sentirlo de otra manera. Ni le veo como Padre, ni como Dios, ni como Conocimiento... solo se que le siento en todo mi ser, que me quema como lava de volcán, que enciende mi sangre y quiere expandirse dentro de mí. Le siento como un amante dentro de mí, al que me entrego sin reservas, con pasión, amor... ¡espero que él pueda comprender mis sentimientos!
- ¡Y claro que lo hace, mi amor! ¡Tú le has sentido a él como amante, y como tal ha acudido a ti! El no te pide que le sirvas fielmente, sino que seas su esposa y que compartas con El. Tu no le has entregado tu fe ciega, tus creencias, tu servilismo ni mucho menos tu sacrificio. Tu le has dado mucho más ¡Te has entregado a ti misma! Y el te mira con los ojos y el corazón del amante, y se entrega a ti como esposo. ¡Tú has buscado siempre a ese Dios, y al final le has encontrado! Aquel que le busca como Padre, encuentra al padre con los brazos abiertos. Aquel que le busca como Juez, le encuentra como juez y con una sentencia, aquel que le busca como Poder, nunca lo encontrará, porque El solo es Amor. Aquel que le busca como guerrero, encontrará en él a la espada más feroz.
- ¿Así de sencillo es, Micael?
- ¡Y así de complicado también, mi amor!
- Raquel, ¿puedo hacerte una pregunta?
- ¡Las que quieras, Jhoan... pues vaya intriga que le pones...! Exclamó Raquel riéndose.
- Es que me da un poco de apuro...
- ¿Qué te da apuro a ti algo, hermanito...? ¡Esto es nuevo! Exclamó Micael.
- Es sobre Salomé...
- Jhoan, ¿te ha pegado fuerte, eh... y sin conocerla...? ¡Pero te comprendo perfectamente! ¿Qué quieres saber?
- Es que desde que oí su nombre, no me la he podido quitar de mi cabeza ni de mi corazón. ¡Por favor, hermana, ayúdame! Cuando ella venga aquí, no quiero meter la pata, quiero saber cómo tratarla.
- Muéstrate a ella tal y como eres Jhoan, porque eres un hombre maravilloso, y ella es una mujer estupenda. ¡Seguro que congeniáis!
- ¡Samurái... confía en tu corazón! Si es la mujer que ha de venir a ti, la tendrás. Pero como hombre primero, y como hermano después, te hago una advertencia: hay muchas mujeres en el mundo, pero tan solo una es la dueña de tu corazón. No te muestres a ella como lo harías con cualquier mujer. A la mujer de tu corazón, entrégale tu corazón, porque si no... no te reconocerá. ¿Me has comprendido, hermanito?
- ¡Sí, Micael, perfectamente!
- Jhoan, si te sirve de algo... yo creo firmemente que Salomé viene a tu encuentro. La conozco muy bien, y sé que ella a tu lado encajará perfectamente.
- ¡Me sirve y mucho, hermanita... pero dime algo más sobre ella...!
- Salomé, a pesar de ser dos años  menor que yo, es más madura como mujer. No me refiero al físico. Tiene un semblante joven, dinámico y muy enérgico, pero ha tenido una vida bastante dura en todos los sentidos, y ha madurado mucho. Es una gran conocedora del ser humano, tanto de sus miserias como de sus plenitudes. Y además de ser médico analista, es psicóloga, como tú. Es sensible, tierna, muy fiel con sus amigos, enigmática incluso para ella misma, misteriosa, que lo mismo te da su vida si la necesitas, como te arranca los ojos si la obligas. En el fondo es una leona a la que le falta un poquito por domar. Le gusta mucho la metafísica, y es una gran estudiosa. Es la única que entiende los libros de David. Es explosiva, inquieta, es como una Indiana, pero en mujer, y es una eterna admiradora de Jhasua de Nazaret. Según ella es el único hombre que ha merecido la pena en este mundo.
- ¡La leche, hermano... pues si que me has puesto el listón alto!
- ¡Pero si tu eres más guapo que yo...!
- ¿Tienes bastante con la información que te he dado?
- ¡Sí... realmente me has hecho un buen retrato de ella!
- Y mañana seguramente la podrás oír. Si llama por teléfono para decirnos cuando vendrá, solo estaréis vosotros dos. Yo voy a estar todo el día fuera.
- ¿Ella habla en inglés?
- ¡Sí, perfectamente! ¿Sabes Jhoan...? Una cosa que le gusta mucho a Salomé son las rosas blancas. ¡Le apasionan!
- ¡También a mí... en eso nos parecemos!
- ¡Pues ya sabes... cuando vayamos a buscarla al aeropuerto, recíbela con ellas!
- ¡Gracias hermana... eres un ángel!
- ¿Y si nos retiramos ya? Propuso Raquel.
- Sí, que mañana hay que madrugar. Se acabaron las vacaciones. Exclamó Micael.


Y cerraron la luz del salón y la cocina. Jhoan se metió en su habitación y Micael y Raquel subieron al ático. Cuando Raquel salió del baño, mientras terminaba su marido con el aseo, buscó entre los borradores apilados en la pared y cogió uno que le llamó la atención: “la nueva Jerusalén ya está en la Tierra”, firmada por Micael Jordan. Ella lo abrió y echó una ojeada por encima. Prometía ser muy interesante.

- ¿Te ha gustado?
- Sí... y quiero leerlo, si no te importa.
- ¡Mi amor, todo esto también es tuyo!


Micael se sentó sobre el colchón y empezó a desvestirse. Raquel le observaba asombrada. Cuando le vio por primera vez, hace cuatro días, parecía un hombre machacado físicamente y falto de energía, y ahora, contemplando su cuerpo, alucinaba. Todo el lleno de vitalidad, e incluso su espalda, estaba recuperándose vertiginosamente. Como profesional y conocedora del cuerpo humano, no lo entendía. Aquel organismo tenía una capacidad de regeneración asombrosa. Micael terminó de quitarse la ropa y vio que su mujer permanecía con la mirada fija en él. Se levantó y la sacó de aquél ensimismamiento.


¿Qué, mi amor... no te desvistes? ¿Por qué mi mirabas así?
- ¡Es que te veo muy recuperado, y te siento muy bien!
- ¡Es que soy muy feliz, amor... tu me haces feliz!
¡Mi amor..., ven a la cama... quiero estar contigo, sentirte, amarte...!

Y Micael con delicadeza, pero con el deseo en sus labios, le quitó el borrador de sus manos y la fue desnudando silenciosamente, y ella se sentía atraída hacia él como un imán. Se abrazó a su marido y se entregó totalmente. Aquellos dos cuerpos se fundieron de nuevo en fuego y pasión, y sus corazones bebieron hasta apurar la copa del Amor, se embriagaron de El y se entregaron a sus maravillas. Pasaron los minutos, y el volcán se relajó, pero sus cuerpos seguían abrazados, y sus ojos mirándose, amándose en silencio.

- ¡Se te están cerrando los ojos, mi amor!
- Me está entrando el sueño, pero no quiero dormir. Cuando lo hago, no estoy contigo.
- ¿Eso crees...? ¡Yo te aseguro que seguimos juntos, pero trabajando! Lo que pasa, es que no se nota.  

 Raquel, no pudiendo seguir manteniendo los ojos abiertos, besó a su marido en el pecho, y se dispuso a dormir.
- ¡Te quiero, mi amorcito... y sueña conmigo...!

Y Raquel sonrió y se acurrucó entre los brazos de su marido.

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