sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: CAPITULO 23.- EN EL CORAZÓN DE JERUSALÉN


Mientras los muchachos están tomándose un café, Raquel y Salomé están en la ventanilla de información de la oficina de turismo. Al principio han tenido `problemas a la hora de expedirles el permiso de acampada en la ciudad, ya que tan solo la dan a jóvenes estudiantes menores de veinticinco años, pero por su cordial insistencia y dado que no tienen todavía ninguna petición para ese día, se les han concedido. Pero solo para 24 horas.
Con el permiso en la mano, fueron al encuentro de los chicos y juntos marcharon hacia la zona previamente seleccionada. Aparcaron los coches y sacaron del capó la tienda y demás mochilas. Había que aprovechar el que no hubiese nadie en los alrededores, así que decidieron ponerse manos a la obra. Micael, yendo hacia su mujer, la cogió del brazo y le preguntó:

- ¿Qué, mi amor... recuerdas algo?
- Lo intento, pero no consigo centrarme. ¡Además... este lugar sigue echándome para atrás!
- Raquel, entiendo tus sentimientos, pero te necesito. ¡Intenta armonizarte con este lugar!
- Mi amor... ¿pero es que yo solo puedo identificarlo?
- ¡Yo solo sé que éste es el lugar, princesa, y Jhoan no recuerda nada! Sin embargo tu has revivido una y otra vez aquéllos momentos y tendrás grabados en tu memoria muchos más datos de los que podamos tener nosotros.
- Pero Micael, han pasado dos mil años, y todas estas edificaciones modernas... el desnivel del terreno... ¡me desorientan totalmente!
- Este sitio no ha cambiado nada, Raquel, ha sido siempre salvaguardado de cualquier invasión y explotación, porque esa roca que buscamos, además de esconder la llave que necesitamos, es una puerta a una serie de túneles, cuyo acceso está precintado hasta que llegue su momento. En esa roca, mi amor, está nuestra energía. ¡Hay cientos de ellas, y te necesito para identificarla!
- Lo único que recuerdo es que esa piedra tiene en el centro una hendidura. El madero fue introducido en su interior. Pero supongo, que después del tiempo, estará ya muy erosionada.
- Puede ser, pero ya tenemos una referencia. Respondió Jhoan poniéndose a buscar.


Y todos hicieron lo mismo, salvo Raquel, que una y otra vez se movía a derecha y a izquierda, hacia delante y hacia atrás, teniendo siempre como referencia el muro de las lamentaciones, que en su día, era una de las paredes exteriores del Templo de Jerusalén.
Lo que más le desorientaba eran las modernas edificaciones que les rodeaban. Pero al final se decidió. Había encontrado un posible punto de partida un poco más abajo. Les comunicó su intención y todos la rodearon a una prudente distancia.

Raquel cerró sus ojos, respiró profundamente y se metió de lleno en la ya mil veces experimentada visualización de su encuentro final con El. Estuvo inmóvil unos minutos y comenzó a caminar muy lentamente y con los ojos cerrados. Raquel era consciente de que no era ella la que caminaba, sino Camaleón. Ella sí que sabía el lugar exacto, y hacia él se dirigía. De repente se desplomó y cayó sobre un grupo de piedras. Salomé, al ver que se había herido en una mano, quiso ir donde ella, pero Micael le indicó que no se moviera.

Raquel volvió a levantarse, y con la mirada perdida anduvo unos metros y se echó a correr. Parecía que sabía perfectamente dónde iba, y él también, por lo que echó a correr tras ella consiguiendo adelantarla unos pasos. Y llegó a tiempo de cogerla entre sus brazos, y evitar que de nuevo cayera al suelo, y esta vez el golpe habría sido fuerte por el impulso de ella.
Raquel estaba en un profundo trance, y en aquél último impulso que paró su marido, Camaleón se abrazaba para siempre a su Jhasua. Pero ambos cayeron al suelo. La precipitación de los últimos instantes no les dejó ver que una roca negra se había interpuesto en su camino. La caída, y las palabras de su marido, la hicieron volver a la realidad. Cuando al fin consiguió normalizarse, miró a sus pies y exploró la piedra, la sintió a través de sus manos y al final exclamó:

- ¡Esta es la roca, no tengo ninguna duda! Y para moverla lo vamos a tener fácil. Solo hay que meter por esta hendidura algo que haga de palanca, y la sacaremos enseguida.
- No creo que necesitemos instalar la tienda... ¡solo estamos nosotros aquí! Exclamó Salomé.
- ¡Vamos a hacer las cosas bien! No sabemos si esta zona está vigilada, y aunque ahora no haya nadie, no quita para que vengan después. ¡Instalemos la tienda! Respondió David con resolución.
- David tiene razón, y aunque esto nos lleve poco tiempo, podemos disfrutar del resto del día. Respondió Micael decidido.
- ¡Pues yo no estoy por la labor... este sitio me sigue dando desgana! Exclamó Raquel seria.
- ¡Ya se lo que vamos a hacer! Exclamó Micael decidido. Si vosotros queréis estar aquí el resto del día, Raquel  y yo haremos turismo por Jerusalén. Hay ciertos sitios que quiero que vea y que sienta.
- ¡Micael, por favor, no me hagas esto, ya he tenido bastante por hoy... a pesar de saber lo que sé... me echa para atrás esta zona... no lo puedo evitar!
- ¡Sí, mi amor... lo vamos a hacer, es hora de que superes ya ciertas cosas y que te reconcilies con este pueblo! Le respondió Micael en un tono cálido pero serio. ¿No os importa a vosotros chicos que os dejemos unas horas solos?
- ¡Para nada hermano! Respondieron todos al unísono.
- ¡Pero antes que nada, vamos a curar esta mano! Dijo Salomé cogiendo la mano derecha de su amiga.
Instalaron la tienda en pocos minutos, y mientras Jhoan y las chicas sacaban algunas cosas de las mochilas, Micael y David, en el interior, trabajaban con la piedra.
- ¿Sigues enfadada con Micael?
- ¡Sí, Jhoan, estoy enfadada y dolida! ¡Sabe lo duro que es para mí esto, y aun así se empeña en mortificarme más!
- ¿Crees realmente que es eso lo que quiere tu marido? ¡No, ya se que no... ha sido una pregunta estúpida! Hermana... tienes que comprender que estás en puertas de poseer una descomunal energía. Dentro de unos días, Micael y tú vais a tener el poder de un dios, vais a convertiros en los dos seres humanos más poderosos de este planeta, y no físicamente, sino energética, psíquica y espiritualmente. Todas las órdenes que salgan de vuestro corazón y de vuestra mente, se ejecutarán... y para ello debéis tener pleno equilibrio y armonía en vuestro ser...
- ¿Pero qué tiene que ver eso con lo mío?
- ¡Todo, hermana, absolutamente todo! ¡Tienes todavía una nebulosa en tu mente! Lo que tu corazón ya ha comprendido y asimilado, tu mente todavía no lo ha digerido. Y ese trauma tiene que ser tratado y curado enseguida. ¿No es eso lo que hiciste también con él? El corazón de mi hermano había asimilado la experiencia, pero su mente y su cuerpo no. Tú le ayudaste. ¡Déjate ahora ayudar por él! Eso es lo que mi hermano quiere hacer contigo. Sabe que para ti es doloroso, y créeme, el sufre también, y creo que no es justo que hayas reaccionado así con él.
                                      
Raquel, tras escuchar a su hermano, se sintió mal y salió a paso ligero hacia el coche. Abrió la puerta y se sentó en su interior, y se echó a llorar. Cuando ya se había tranquilizado, volvió a salir y fue hacia la tienda. Todavía seguían Micael y David picando alrededor de la piedra con sumo cuidado. Lo de la palanca no había funcionado.


- ¡David, ya te relevo yo un rato! Éste miró a su amiga y comprendió que quería hablar con su marido.
- ¡Encantado de la vida, Raquel... cuando te canses, me dices! Y éste abandonó la tienda.

- ¡Mi amor... perdóname... me he comportado como una tonta!
- ¿Quiere decir eso que ya no estás enfadada conmigo...?
- ¡Eso y mucho más...! ¡Tienes razón, Micael, tengo que superar el pasado y con quien mejor que contigo!
- ¡Te perdono con una condición!
- ¿Cual?
- ¡Que me des una fuerte indemnización por el daño injusto que he sufrido! Exclamó Micael con cara de niño bueno recriminado injustamente.

Raquel, comprendiendo los deseos de su marido, dejó sobre el suelo el machete que David le había entregado, y abrazando intensamente a su marido, le besó. Este, con una espátula en una mano y un cuchillo en la otra, se entregó a los brazos de su mujer.

- Al menos sé que ya no muerdes... ¡Pero no creas que con esto has saldado tu deuda...!
- ¡Pero es todo lo que te puedo dar en estos momentos...!
- ¡Pero habrá otros, mi amor... no hay prisa... y tengo muy buena memoria! Advirtió Micael mirando a Raquel y riéndose. Y ahora, princesa, a la faena.


Media hora larga estuvieron todavía trabajando en la piedra, pero al final cedió. David entró, y entre los tres la levantaron y la desplazaron a un lado, y sorpresa... enganchada a la roca, y en la parte inferior, a la altura de la hendidura, salió una astilla de grandes proporciones. Un buen trozo de un lateral inferior de un madero. La sangre de Raquel se heló. Cogió ese trozo de madera entre sus manos y lo limpió de tierra. Salió fuera y lo roció con un poco de agua. Lo tuvo de nuevo entre sus manos unos segundos y al final se lo llevó a su corazón. Micael salió tras ella, y abrazándola por el cuello, le preguntó:

- ¿Has encontrado algún tesoro, mi amor?
- ¡Sí, Micael... es un trozo de aquél madero! ¡Y mira... esta mancha  oscura... es sangre... tu sangre...!
- Lo miras como si se tratase de lo más maravilloso del mundo, mi amor... ¿te gusta mi sangre?  ¡Pues tómala, mi amor, estoy lleno de ella y además fresca, no podrida como esa...! ¡Discúlpame, princesa, con mi afán de hacerte olvidar, me olvido de tu corazón!
- ¡Tienes razón, Micael, no es más que un trozo de madera y una sangre seca! Pero al encontrarme de repente con esto, todo el pasado ha venido de nuevo a mis manos. ¡Dios mío, lo que harían muchos por tener esta reliquia en su poder!
- ¡Si no fuera porque es la llave que necesitamos, lo destruiría ahora mismo!
- ¿Pero por qué harías una cosa así ? Preguntó asombrada Salomé.
- ¡Porque se volvería a venerar al personaje, hermana, y se seguiría ignorando el verdadero sentido!
- Hermano, pero ten en cuenta que millones de seres humanos basan su fe en pruebas como ésta. ¿Qué ocurría si de repente la sábana santa se prendiera fuego o se dictaminara que no perteneció a Jesús de Nazaret...? ¡Pues que muchos dejarían de creer en él! Siguió exponiendo Salomé.

- ¡No me des ideas hermana... no me tientes! ¡Si solo creen en mí y en lo que hice por la existencia de esas pruebas tan vulnerables y aparentes, prefiero que no lo hagan! Porque llegará un momento en que las iglesias, los credos, los dogmas, las reliquias, las pruebas y demás parafernalias desaparezcan, y todo aquel que no haya echado raíces en su propio corazón, se destruirá así mismo. ¡No hará falta que vengan cataclismos del Cielo o que la madre Tierra tiemble y abra sus entrañas! ¡Aunque todo fuera una balsa de aceite, no soportaría su infierno interior! Precisamente hay que evitar que esto ocurra, y para eso estamos aquí, para ir preparando el terreno, para ir haciendo fuertes a los corazones y conseguir que sea el propio ser humano el que se desligue de esas dependencias religiosas que llevan al fanatismo, y no que éstas le destruyan a él. ¿Raquel, te encargas tu de guardar esa llave?
- ¡No, no, prefiero que lo haga el Guardián por excelencia! Exclamó ella extendiéndola a su amigo David.
- Bueno, y ahora, en cuanto volvamos a colocar la piedra en su sitio... ¿qué hacemos definitivamente?
- Yo me quedo aquí muy a gusto. Escucharé música y me pondré a leer un rato. Contestó David.
- ¿Y vosotros, Jhoan, qué vais a hacer?
- ¡Nos quedamos aquí a tomar el sol! ¡Se está de maravilla...! ¿Vosotros dos os vais por fin de gira turística?
- Que conteste Raquel... elige ella. Respondió Micael mirándola.
- ¡Sí, nos vamos! Respondió ella segura.
- ¿Pero vendréis por aquí a comer, o lo haréis vosotros por vuestra cuenta?
- Comeremos algo ligero por abajo. Vosotros nos venís a buscar con los coches a la puerta del Parque sobre las seis... ¿os parece bien?
- ¡Hecho, hermanos, pero llevaros uno de los móviles por si surge algo...!

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