jueves, 26 de enero de 2023

AMOR Y ESPIRITUALIDAD DE ALBERT EINSTEIN

 

 




Albert Einstein dice: Hay dos fuerzas cósmicas poderosas, el amor y la espiritualidad, que estado unidos permiten conocer una brizna de la mente creadora.

 

AMOR Y ESPIRITUALIDAD DE ALBERT EINSTEIN

El amor y la espiritualidad, son la fuerza para permanecer fiel a tu propósito

 

Un hombre como Albert Einstein... Es un hombre de tremenda inteligencia, un genio magnífico, pero está obsesionado. Está tanto en su propia dimensión, el mundo de las estrellas, el universo, que poco a poco se vuelve completamente ciego en el amor, en la espiritualidad y en todo lo demás. Se olvida cuando tiene que irse a dormir, se olvida de cuando tiene que salir de su baño.

 

A veces durante seis horas Albert Einstein solía permanecer en su bañera, hasta que su esposa comenzó a hacer demasiado alboroto, llamando a la puerta. Y ella estaba entendiendo, por lo tanto toleró tanto como era posible, ¡pero seis horas en la bañera! Y ella estaba sentada con su almuerzo cada vez más fresco y más frío y frío, y ella sabía que no era bueno molestarlo porque incluso mientras él estaba en su bañera jugando con las burbujas de jabón, su mente se movía en las profundidades del universo.

 

¡Descubrió la teoría de la relatividad en su baño!

 

Solía decir a su esposa:

 

"No me molestes. Nada es más importante. Cuando me estoy moviendo en una cierta dirección, y estoy acercándose a la pista, y llamas a la puerta... Con tu llamada y tu almuerzo me has distraído. Me estaba acercando; ahora estoy tan lejos como antes. Y nadie sabe cuándo volveré a acercarme tanto al punto. No está en mis manos".

 

Este hombre está obsesionado.

 

Sin embargo, en los momentos que quería profundizar en el amor y la espiritualidad, lo hacia con la misma facilidad y genialidad que lo hacia con el universo.

 

Veamos que dice Albert Einstein sobre el amor y la espiritualidad...

 

LA ESPIRITUALIDAD

La espiritualidad es el sentimiento cósmico religioso

 

Albert Einstein explica un estado de experiencia espiritual que nada tiene que ver con dogmas o dioses, y que le pertenece a todos: es el llamado “sentimiento cósmico religioso”.

 

Todo cuanto ha hecho y pensado la raza humana tiene que ver con la satisfacción de necesidades profundamente sentidas y con la mitigación del dolor. Y es preciso tener esto continuamente presente si se desea comprender el significado y evolución de los movimientos espirituales.

 

Ese sentimiento cósmico religioso, es la más alta esfera de las capacidades humanas, puede compararse a lo que Freud llamaba el “sentimiento oceánico”, que es la intuición del infinito que todo hombre experimenta ante la mera existencia, o, en otras palabras, esa sensación de inmensidad y orfandad que rodea y ahoga al ser humano y le recuerda de manera primordial que es parte del todo.

 

Para hablar de esto, reconozco los límites del lenguaje. Admito que explicar esa sensación a quien no la haya experimentado en absoluto resulta difícil, si no imposible, sobre todo porque no está asociada a ningún concepto antropomórfico correspondiente a Dios.

 

Para que entiendan lo explicare así:

 

El individuo siente la futilidad de los deseos y aspiraciones humanas, y percibe al mismo tiempo el orden sublime y maravilloso que se pone de manifiesto tanto en la naturaleza como en el mundo del pensamiento.

 

La existencia individual se le impone como una especie de prisión, y ansía experimentar el universo como un todo único significativo.

 

Los albores del sentimiento cósmico religioso se dejan ya sentir en muchos de los Salmos de David y en algunos profetas. En el budismo, según aprendimos especialmente en algunos escritos maravillosos de Schopenhauer, aparece con mucha mayor fuerza este elemento.

 

Los genios espirituales de todas las épocas se han distinguido por esta especie de sentimiento religioso que no conoce dogmas ni concibe a Dios a imagen y semejanza humana; y que carece por tanto de iglesia alguna que deba basar en ellos sus principales enseñanzas.

 

Por eso, es precisamente entre los herejes de todos los tiempos entre quieres encontramos a esos hombres impregnados de esta forma suprema de sentimiento religioso, y que en muchos casos fueron considerados por sus contemporáneos como ateos, y también en otros como santos.

 

«Mirados a esta luz, hombres como Demócrito, Francisco de Asís y Spinoza son íntimamente afines entre sí».

 

El límite de mi mundo es el límite de mi leguaje, como diría Wittgenstein. ¿Cómo comunicar un sentimiento que no da lugar a un concepto definido de Dios ni a una teología? Esa función le corresponde al arte y a la ciencia en tanto que no sólo despiertan sino que mantienen vivo ese sentimiento en quienes tienen la capacidad de recibirlo.

 

«Y llegamos así a una concepción de lo más próspera entre la espiritualidad y la ciencia, antagonistas históricamente irreconciliables».

 

Hay que conseguir vincular la labor científica de los hombres más diligentes como lo fueron Newton y Kepler con esa fuerza reguladora que lleva a un individuo a seguir la voluntad universal. Es el ansia por comprender “aunque sólo fuera una brizna de la mente creadora que revela este mundo” lo que hace capaces a los hombres de gastar su vida en revelar la mecánica celeste. Lo que proporciona a un hombre esa fuerza, es el sentimiento cósmico religioso.

 

EL SENTIMIENTO CÓSMICO RELIGIOSO

Yo sostengo que el sentimiento cósmico religioso constituye la más fuerte y noble motivación de la investigación científica. Solamente quienes pueden percatarse del inmenso esfuerzo y, sobre todo, de la devoción que requiere trabajar como pionero en un campo científico teórico, son capaces de comprender que semejante trabajo, por alejado que pueda parecer de las realidades de la vida, sólo puede surgir de la fuerza emocional vinculada a tal sentimiento.

 

¡Qué profunda convicción de la racionalidad del universo, y qué ansia de comprender, aunque sólo fuera una brizna de la mente creadora que revela este mundo, debieron de tener Kepler y Newton, para hacerlos capaces de gastar años y años de solitario trabajo en el empeño de desenmarañar los principios de la mecánica celeste!

 

A aquellos cuyo contacto con la investigación científica proviene principalmente de sus aplicaciones prácticas les resulta fácil hacerse una idea completamente falsa de la mentalidad de esos hombres que, en medio de un mundo escéptico, han sido capaces de abrir el camino a otros espíritus afines desperdigados a lo largo y ancho del mundo y de los siglos.

 

Sólo quien ha dedicado su vida a empeños semejantes puede hacerse una idea vívida y adecuada de lo que inspiró a tales hombres y les proporcionó la fuerza necesaria para permanecer fieles a su propósito a pesar de incontables fracasos. Lo que proporciona a un hombre esa fuerza es el sentimiento cósmico religioso. Un contemporáneo nuestro ha dicho, no sin razón, que en esta era materialista en que vivimos, los únicos seres profundamente espirituales son quienes trabajan con la máxima seriedad.

 

EL AMOR

La carta que Albert Einstein a su hija Lieserl Einstein sobre el Amor.

 

Aunque no fue hasta finales de los años 80 que la hija del célebre genio las donó a la Universidad Hebrea, con la orden explícita de no hacer público su contenido hasta dos décadas después de su muerte, ésta en particular me ha resultado muy adecuada para compartirla con ustedes.

 

Veamos la carta de Albert Einstein a su hija Lieserl sobre el Amor...

 

“Mi querida Leiserl,

 

Cuando propuse la teoría de la relatividad, muy pocos me entendieron, y lo que te revelaré ahora para que lo transmitas a la humanidad también chocará con la incomprensión y los prejuicios del mundo. Te pido aún así, que la custodies todo el tiempo que sea necesario, años, décadas, hasta que la sociedad haya avanzado lo suficiente para acoger lo que te explico a continuación.

 

Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo y aún no haya sido identificado por nosotros. Esta fuerza universal es el AMOR.

 

Cuando los científicos buscaban una teoría unificada del universo olvidaron la más invisible y poderosa de las fuerzas: el Amor.

 

El Amor es Luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe.

 

El Amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras.

 

El Amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos.

 

El Amor permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo.

 

El Amor revela y desvela.

 

Por amor se vive y se muere.

 

El Amor es Dios, y Dios es Amor.

 

Esta fuerza lo explica todo y da sentido en mayúsculas a la vida. Ésta es la variable que hemos olvidado durante demasiado tiempo, tal vez porque el amor nos da miedo, ya que es la única energía del universo que el ser humano no ha aprendido a manejar a su antojo. Para dar visibilidad al amor, he hecho una simple sustitución en mi ecuación más célebre.

 

Si en lugar de E= mc2 aceptamos que la energía para sanar el mundo puede obtenerse a través del amor multiplicado por la velocidad de la luz al cuadrado, llegaremos a la conclusión de que el amor es la fuerza más poderosa que existe, porque no tiene límites. Tras el fracaso de la humanidad en el uso y control de las otras fuerzas del universo, que se han vuelto contra nosotros, es urgente que nos alimentemos de otra clase de energía.

 

Si queremos que nuestra especie sobreviva, si nos proponemos encontrar un sentido a la vida, si queremos salvar el mundo y cada ser siente que en él habita, el amor es la única y la última respuesta.

 

Quizás aún no estemos preparados para fabricar una bomba de amor, un artefacto lo bastante potente para destruir todo el odio, el egoísmo y la avaricia que asolan el planeta. Sin embargo, cada individuo lleva en su interior un pequeño pero poderoso generador de amor cuya energía espera ser liberada.

 

Cuando aprendamos a dar y recibir esta energía universal, querida Lieserl, comprobaremos que el amor todo lo vence, todo lo trasciende y todo lo puede, porque el amor es la quinta esencia de la vida.

 

Lamento profundamente no haberte sabido expresar lo que alberga mi corazón, que ha latido silenciosamente por ti toda mi vida.

 

Tal vez sea demasiado tarde para pedir perdón, pero como el tiempo es relativo, necesito decirte que te quiero y que gracias a ti he llegado a la última respuesta!”.

 

Ama a quien te ama, valora a esa persona que esta junto a ti, incluso en los momentos en los que ni tu mismo(a) te soportas, quienes te aman estan junto a ti en los momentos dificiles, facil es estar en los buenos momentos dificiles es que esten juntos a ti cuando mas necesitas apoyo y atencion.

 

No permitas que la costumbre de tenerlo o tenerla, te arrebate de a poco ese alguien especial que la vida te ha dado. Recuerda que en los seres humanos el exterior no siempre demuestra lo que en el interior se siente. Cuida, escucha, atiende. Y sobre todo ama. Hasta que tus fuerzas se agoten, y si te agotas, descansa y vuelve a amar. Renueva los sentimientos y no desmayes. Se feliz y haz feliz.

 

Tu padre: Albert Einstein”


abert einstein


Fuente: La Iluminacion Espiritual


 


viernes, 20 de enero de 2023

ESPIRITUALIDAD Y CIENCIA

 


Compréndanme bien, no se trata de criticar o negar descubrimientos científicos; el problema no está ahí, se encuentra en la cabeza del investigador.

 

Ciencia y Religión

La ciencia, la religión y el arte forman un todo unificado.

 

Muchos cuestionan su religión, porque piensan que la ciencia contradice y anula las verdades que contiene, pero esto sólo muestra que no han entendido correctamente las cosas. Al contrario, déjenme decirles que los descubrimientos de la ciencia no hacen más que enfatizar las verdades contenidas en las religiones. También les puedo mostrar que la ciencia moderna no contradice las verdades enseñadas por la Ciencia Iniciática, en efecto prueba su veracidad. Pero esto es algo que ni los científicos ni las personas religiosas han entendido aún.

 

Para mí, no hay contradicción: La ciencia y la religión van de la mano, en efecto, van de la mano con el arte, también, pues los tres están íntimamente relacionados. La ciencia da luz a la humanidad, la‏ religión calor, amor, y el arte actividad creadora. ¿Por qué hemos inventado el abismo que les separa, cuando la naturaleza los creó para trabajar juntos en la vida? Los Iniciados nunca los han separado entre sí, pero ahora que la cultura occidental lo ha hecho, la religión es incapaz de entenderse con los científicos, que la rechazan de antemano. Pero la rechazan, por supuesto, porque no poseen la verdadera ciencia. Su tipo de ciencia está centrada exclusivamente en el mundo físico,‏ material. Ignoran la verdadera ciencia sobre‏ la que están fundadas todas las religiones: la ciencia de los tres mundos, material, psíquico y espiritual. En cuanto al arte, oscila inciertamente entre ambos, rebelándose primero contra una y luego contra la otra.

 

‏En la naturaleza, lo repito, la religión, la ciencia y el arte son uno. Si no lo son hoy, es porque los seres humanos los‏ han separado, y mientras continúen separándoles, nunca hallarán la‏ verdad. La ciencia, la religión y el‏ arte forman un todo unificado, gracias al cual todo puede‏ explicarse y entenderse. La ciencia es una necesidad del intelecto. La religión es una necesidad del‏ corazón. El arte es una necesidad de la voluntad, que busca expresar algo, crear y construir. Y estas‏ tres necesidades están muy relacionadas, pues pueden empezar por pensar algo, pero deben sentirlo antes de que lo puedan volver una realidad concreta.

 

En efecto, les puedo decir que muchos científicos contemporáneos son reencarnaciones de Iniciados del pasado, de Altos Sacerdotes que conocían los Misterios. Quienes han descubierto la televisión o la radio, sencillamente han aplicado los conocimientos que adquirieron en un pasado lejano. Sí, eran Iniciados del antiguo Egipto, pues nuestra era‏ está ligada de muchas formas a la civilización egipcia, y está destinada a ver la revelación y aplicación en el plano físico, de la ciencia sagrada del antiguo Egipto…

 

Omraam   Mikhael Ivanhoe

 

Fuente: La Iluminacion Espritual


miércoles, 11 de enero de 2023

LA CONCIENCIA FUNDAMENTAL ES CREER EN TI POR: JOE DISPENZA

 

 


La conciencia fundamental es creer en ti, es cuando se materializan cosas increíbles ante tus propios ojos. Sentirte pleno es el estado perfecto para crear.

 

Conviértete en sobrenatural creyendo en ti.

Algunos críticos tal vez califiquen mis notas como una apología de la curación por la fe, pero a estas alturas de mi vida esta acusación no me importa, porque ¿Acaso la fe no es creer en un pensamiento más que en ninguna otra cosa? ¿Acaso no significa aceptar un pensamiento —al margen de las condiciones de nuestro entorno— y entregarnos al resultado hasta tal punto que vivimos como si nuestras plegarias ya se hubieran cumplido? se parece a una fórmula para el efecto placebo, siempre hemos estado siendo nuestro propio placebo.

 

Tal vez lo más importante no sea rezar rigurosamente a diario para que se cumplan nuestros deseos, sino levantarnos de nuestra meditación como si nuestras oraciones ya se hubieran cumplido. si lo hacemos cada día alcanzaremos un nivel mental en el que viviremos en lo desconocido y esperaremos lo inesperado. Y entonces es cuando lo misterioso llamará a nuestra puerta.

 

La respuesta placebo consiste en curarnos por medio de los pensamientos.

 

Al fin y al cabo, un pensamiento no es más que una emoción sin manifestar en cuanto aceptamos este pensamiento emocionalmente, empieza a volverse real, es decir, se convierte en realidad. Un pensamiento sin una impronta emocional carece de experiencia y por tanto está latente, aguardando en lo desconocido para ser conocido al tener un pensamiento para convertirlo en experiencia y luego en sabiduría, estamos evolucionando como seres humanos.

 

CONCIENCIA EXPANDIDA

Al mirarte al espejo ves tu reflejo y sabes que estás viendo tu aspecto físico pero ¿cómo se ven a sí mismos el yo verdadero, el ego y el alma? Tu vida es la imagen reflejada de tu mente, de tu conciencia, y de quien realmente eres.

 

Los miembros de las escuelas espirituales de sabiduría antigua no están meditando en la cima de una montaña del Himalaya esperando a iniciarnos para que nos convirtamos en místicos y santos, sino que la vida que llevamos es nuestra propia iniciación en la grandeza. Tal vez tú y yo debamos ver la vida como una oportunidad para irnos perfeccionando día a día y superar nuestras limitaciones con una conciencia más expandida. Así es como una persona pragmática, en vez de una victimizada, lo ve.

 

Al principio nos cuesta abandonar nuestra forma habitual de ver la vida para aceptar nuevos paradigmas. Es algo que nos resulta difícil e incómodo. ¿Por qué? porque cuando cambiamos, ya no nos sentimos los mismos, por eso mi definición de genio es sentirse incómodo y al mismo tiempo aceptar esta incomodidad.

 

La historia está llena de personajes admirables que lucharon contra las creencias obsoletas de su tiempo, viviendo fuera de sus zonas de comodidad, que fueron tachados de herejes y locos para acabar siendo considerados unos auténticos genios, santos o maestros que con el paso del tiempo se convirtieron en sobrenaturales.

 

SER SOBRENATURAL

¿Cómo tú y yo podemos convertirnos en sobrenaturales?

 

Para empezar debemos hacer aquello que más nos cuesta, es decir, ser generosos en medio de las épocas de crisis, cuando todo el mundo se siente rodeado de carencias y pobreza; amar cuando toda la gente está enojada y juzgando a los demás; demostrar valentía y serenidad cuando el resto está aterrado; ser bondadosos cuando los demás son hostiles y agresivos; entregarnos a las posibilidades cuando el resto del mundo se abre camino a codazos para ser los primeros, intentando controlar los resultados, compitiendo con ferocidad compulsivamente para llegar a lo más alto; sonreír de manera cómplice ante la adversidad y cultivar una sensación de plenitud cuando nos diagnostican una enfermedad.

 

«En semejantes situaciones no parece normal tomar esta clase de decisiones, pero si conseguimos hacerlo una y otra vez, acabaremos trascendiendo lo normal, y tú también te convertirás en sobrenatural».

 

Y lo más importante es que al ser sobrenatural les estarás dando a los demás el permiso para hacer lo mismo. Las neuronas espejo se activan cuando observamos a otra persona realizando una acción. Nuestras neuronas reflejan las suyas, como si estuviéramos haciendo lo mismo que ella. Por ejemplo, cuando un bailarín profesional baila salsa, tú bailarás salsa mejor que antes. Si observas a Serena Williams lanzar una pelota, tú también la lanzarás mejor que antes. si contemplas a alguien dirigiendo una comunidad con amor y compasión, tú también te conducirás en tu vida del mismo modo. Y si ves a una persona curarse a sí misma de una enfermedad al cambiar su forma de pensar, también tenderás a hacer lo mismo.

 

Espero que concluyas que la creencia fundamental es creer en ti y en el campo de posibilidades infinitas, y cuando fusionas tu creencia en ti como conciencia subjetiva con tu creencia en una conciencia objetiva, estás equilibrando la intención y la entrega. Aunque no es una tarea fácil, porque si te excedes en tu intención (estarás «intentando» perseguir el resultado que deseas) y te convertirás en tu mayor obstáculo, por lo que no lograrás materializar tu visión. Y si te entregas demasiado al resultado, te volverás vago, apático y poco creativo. Pero si combinas una intención clara con tu firme creencia en las posibilidades, te adentrarás en lo desconocido y en ese instante empezará a manifestarse lo sobrenatural. Creo que nuestro mejor momento es cuando tú y yo nos encontramos en ese estado del ser.

 

Cuando los estados -intención creencia- se funden, en ese instante bebemos de un manantial más profundo. Y en cuanto la plenitud, la satisfacción y el amor te salen de dentro porque te has aventurado más allá de lo que creías posible y has superado las limitaciones que te habías impuesto, es cuando ocurre lo inusual. Sentirte feliz contigo mismo en el presente mientras cobijas un sueño sobre tu futuro es una gran receta para que se manifieste.

 

Cuando te sientes tan pleno que ya no te importa si «eso» te ocurrirá, es cuando se materializan en tu vida cosas increíbles ante tus propios ojos. He aprendido que sentirte pleno es el estado perfecto para crear.

 

Lo he visto una y otra vez al presenciar auténticas curaciones en personas de todas las partes del mundo. Se sienten tan plenas que ya no quieren nada, ni sienten que les falte nada, ni intentan alcanzar nada. Se desprenden de todo y, para su sorpresa, les responde algo más grande que ellos mismos y entonces se echan a reír por lo sencillo que ha sido el proceso.

 

CONCIENCIA COLECTIVA

Que estas motivaciones sean un comienzo y no un final.

 

Yo seré sin duda el primero en alzar la mano para confesar que no lo sé todo. Aunque mi mayor alegría es cuando contribuyo al crecimiento personal de alguien en cierto modo. He visto la transformación en muchos rostros y puedo afirmar que sea cual sea nuestra cultura, raza o sexo, todos ponemos la misma cara al liberarnos de las cadenas de nuestras creencias limitadoras.

 

En el mundo de la biología hay un principio que me apasiona llamado surgimiento. ¿Has visto alguna vez un banco de peces girando en la misma dirección al mismo tiempo? o ¿Una bandada de cientos de aves volando al unísono como una sola conciencia, una sola mente? cuando observas este fenómeno tal vez pienses que todos los miembros del grupo siguen al líder que les guía, parece que los movimientos sincronizados de cientos o incluso de miles de organismos haciendo lo mismo a la vez sea un fenómeno de «arriba para abajo», pero en realidad no es esto lo que ocurre.

 

Por lo visto este grado de unidad es un fenómeno de «abajo para arriba». En realidad el grupo no tiene un líder sino que todos lo lideran. Forman parte de la misma conciencia colectiva y hacen lo mismo a la vez. Es como si estuvieran conectados como un todo a un campo de información más allá del espacio y el tiempo. Es una comunidad con una sola mente. Un organismo creado de la unidad que forman sus integrantes, las cantidades son poderosísimas.

 

Nos han programado y condicionado para que creamos subconscientemente que si lideramos con demasiada pasión y cambiamos el mundo, nos acabarán asesinando. La mayoría de los grandes líderes que cambiaron el curso de la historia con un profundo mensaje acabaron «pagándolo» con su propia vida. Tanto si se trata de Martin Luther King, Jr., Mahatma Gandhi, John Lennon, Juana de arco, William Wallace, Jesús el Nazareno o de Abraham Lincoln. Existe un estigma inconsciente que sugiere que todos los líderes visionarios deben dar su vida por la verdad. Pero tal vez hayamos llegado por fin a un momento de la historia en el que es más importante vivir por la verdad que morir por ella.

 

Si cientos, miles o incluso millones de seres humanos aceptamos una nueva conciencia basada en las posibilidades, alineamos nuestras acciones con nuestras intenciones y vivimos según las maravillosas leyes universales del amor, la bondad y la compasión, surgirá en el mundo una nueva conciencia y experimentaremos una verdadera unión. En este caso tal vez tengamos que retirar del poder a muchos líderes.

 

«Si te comprometes a diario a sacar lo mejor de ti y superas los estados mentales egoístas motivados por las hormonas del estrés —yo también estoy haciendo lo mismo—, cambiaremos juntos el mundo al cambiar cada uno por dentro».

 

Y si una cantidad lo bastante grande de personas vamos suavizando nuestras reacciones para volvernos más humanos, en este caso a medida que las comunidades formadas por individuos en las que vivimos se extiendan por todo el mundo, acabarán eliminando la mentalidad actual basada en el miedo, la competitividad, la carencia, la hostilidad, la codicia y el engaño. Y con el paso del tiempo lo nuevo dejará atrás lo viejo. A mí me preocupa sobre todo que vivamos en un mundo donde las investigaciones científicas están motivadas por los puros intereses personales y a menudo influenciadas por las ganancias, por eso me pregunto si nos han dicho la verdad sobre cómo son en realidad las cosas. De nosotros depende descubrirla por nuestra cuenta.

 

Imagínate un mundo habitado por miles de millones de personas que, como un banco de peces, viven como una unidad, donde todo el mundo tiene los mismos pensamientos elevados en cuanto a las posibilidades infinitas y que esos pensamientos les permiten tomar mejores decisiones, ser más altruistas y crear experiencias más iluminadoras. La gente ya no vivirá entonces dejándose llevar por las emociones del estado de supervivencia que tanto abundan hoy día, en las que se sienten más materia que energía y no son conscientes de las posibilidades que tienen. En su lugar vivirán movidos por emociones más expansivas, altruistas y sinceras, sintiéndose más energía que materia, estando en contacto con algo más grande que ellos mismos.

 

Si lo conseguimos, surgirá un mundo totalmente distinto y viviremos según un nuevo credo basado en abrir nuestro corazón. Eso es lo que veo cuando cierro los ojos para meditar.

 

Cuando emulamos las propiedades de esta conciencia Universal nos convertimos en Creadores. Cuando vibramos con esta inteligencia amorosa nos volvemos como ella.

 

Joe Dispenza

 

Fuente: La Iluminacion Espiritual


domingo, 8 de enero de 2023

LOS PROBLEMAS DE LA VIDA

 

 


La vida humana está llena de problemas. Estos pueden angustiarnos y hundirnos pero también, sin duda, nos humanizan y desarrollan nuestra comprensión.

 

PROBLEMAS Y MAS PROBLEMAS

Estos pueden angustiarnos, pero también, sin duda, nos humanizan.

 

La vida humana está llena de problemas: problemas personales, problemas interpersonales, problemas existenciales, problemas circunstanciales, problemas sociales, y muchos más. Estos pueden angustiarnos y hundirnos, pero también, sin duda, nos humanizan, nos educan, nos maduran, desarrollan nuestra comprensión y nuestro sentido de la comunidad humana. Son la materia de la literatura y de gran parte de la conversación humana, desde el libro de filosofía a la conversación en la cena. La vida nos pone a prueba con los problemas: la manera de abordarlos, vencerlos, solucionarlos o hacerles frente determina nuestro carácter. Sufrimos, nos atormentamos, nos hundimos o salimos adelante; ésa es la vida, ésa es la condición humana. Si alguien, por privilegio o por cautela, los evita, consideramos que debe estar satisfecho de sí mismo o ser insensible. Admiramos al triunfador, al superviviente, al estoico, y nuestros corazones se inclinan por los que están destrozados mental, corporal o espiritualmente por los problemas de la vida. Nos podemos identificar con quien vence o es vencido, pero alguien que profesara no tener problemas, o que rehusara tenerlos, parecería que confesaba una disociación de la condición humana y sería, bien un idiota, bien un santo.

 

Krishnamurti, en uno de sus diálogos con David Bohm, dijo: «Me niego a tener problemas.» Ciertamente no era un idiota, y sabemos que no se consideraba ni deseaba que lo consideraran un santo, de modo que, ¿cómo vamos a considerar su afirmación? Él hubiera discutido todas las frases del primer párrafo de este capítulo, excepto las dos primeras. Su actitud ante los problemas, como ante muchas cosas, ponía cabeza abajo la sabiduría admitida y el pensamiento convencional. Cuando la gente llegaba a él con problemas, no obtenían ni consuelo ni admoniciones sacerdotales, ni el consejo del hombre sabio, ni dirección ni solución. Algunos se iban decepcionados, porque no recibían las respuestas esperadas, pero otros se alejaban con una actitud diferente hacia sus problemas y una comprensión de los mismos que les ayudaba más que cualquier consejo o consuelo otorgado.

 

Cuando Krishnamurti dijo que él personalmente se negaba a tener problemas, quiso decir que se negaba a detenerse, preocuparse o cavilar sobre las situaciones de la vida. En realidad, concedía que hay situaciones en la vida que requieren decisión y acción, pero negaba que una decisión sea algo a lo que se llega por medio del pensamiento y después se pone en práctica. Más bien, dijo, «actúa la decisión», poniendo como ejemplo su disolución de la Orden de la Estrella en 1929: «Tuvo una idea; la disolvió. ¡Terminada! ¿Para qué necesitamos el pensamiento?» El pensamiento, la preocupación, la búsqueda de soluciones, son procesos de la mente, y «la mente es la creadora de los problemas y, por tanto, no puede resolverlos». Por supuesto, sobre este principio Krishnamurti no podía dar a la gente consejos ni formulaciones verbales que pudieran llevarse a cabo y pensar en ellas. Sólo podía procurar fomentar en ellos la idea que les permitiría resolver o disipar los problemas por sí mismos.

 

Krishnamurti era consciente de la ambivalencia de los seres humanos hacia sus problemas, y escribió: «Luchar con un problema es para la mayoría de nosotros una indicación de existencia. No podemos imaginar la vida sin problemas; y cuanto más ocupados estamos con un problema, más despiertos creemos que estamos.» Estamos familiarizados con los problemas, nuestra mente se alimenta de ellos y, aunque podamos estar angustiados a causa de nuestra preocupación, quizá en el fondo tememos que estaríamos aún más angustiados y perdidos si no los tuviéramos. Disfrutamos con el psicoanálisis, buscando las causas, desenterrando material psíquico subconsciente y sometiéndolo al escrutinio de nuestra conciencia racional, esperando así encontrar soluciones a los problemas que tenemos con nosotros mismos o con nuestras relaciones. Podemos contratar a profesionales, psiquiatras o terapeutas, para que hagan el psicoanálisis por nosotros, porque reconocemos que somos criaturas complejas y que la comprensión correcta de nuestras complejidades necesita un tipo concreto de aptitudes. Otras clases de profesionales, sacerdotes o gurús atienden nuestros problemas espirituales o aquellos que surgen de las situaciones comunes, tales como el luto o el enfrentamiento a nuestra propia muerte. Lo que en realidad queremos es resolver nuestros problemas, o que nos ayuden a resolverlos, pero son tantos y tan diversos que no esperamos vernos nunca libres de problemas, y quizá no estemos seguros de que deseemos estarlo.

 

Por supuesto que no, diría Krishnamurti, porque todos los problemas están relacionados con el Yo, el ser humano único que cada uno de nosotros piensa que es y que, tanto si estamos orgullosos como descontentos de él, lo apreciamos por su unicidad. «Los problemas existirán siempre donde las actividades del Yo sean dominantes», escribió. Y una de las actividades del Yo es buscar soluciones a los problemas. Creamos una situación en la que el problema y la solución son dos cosas separadas, imaginando que una puede anular la otra. Nos concentramos en encontrar una solución y al llegar a una la aplicamos o la llevamos a cabo; y con frecuencia generamos otros problemas a causa de nuestros esfuerzos. No es difícil encontrar soluciones, la mente humana es experta en el juego, pero toda esa atención dirigida a la solución, realmente, deja desatendido el propio problema.

 

Buscar una respuesta es evitar el problema —que es precisamente lo que la mayoría de nosotros desea hacer...—. Pero entender un problema es arduo, requiere un planteamiento diferente, un planteamiento en el que no haya un deseo oculto de respuesta... Uno debe establecer una relación correcta con el problema, que es el inicio de la comprensión; ¿pero cómo puede haber una relación correcta con un problema, cuando sólo te preocupa deshacerte de él?... La perceptividad sin elección de la manera de tu planteamiento proporcionará la relación correcta con el problema, el cual lo crea uno mismo, y, por tanto, debe haber conocimiento de sí mismo. Tú y el problema sois uno, no dos procesos separados. Tú eres el problema.

 

Que te digan «Tú eres el problema», que no hay respuesta que lo vaya a solucionar, que no puedes obtenerla por ti mismo ni te la puede proporcionar otro, y que buscarle solución es inútil, no es la clase de sabiduría práctica que buscas cuando, en tu angustia, te abres paso hasta la puerta del hombre sabio o santo. Sentimos que somos vulnerables en nuestra angustia, y cuando se la confiamos a alguien consideramos que hay un contrato no verbal por el que el confidente respeta esa vulnerabilidad, la trata amablemente y nos concede su compasión. Tanto si es psiquiatra como sacerdote, esperamos que esté de nuestra parte en nuestros esfuerzos por resolver o enfrentarnos a nuestros problemas, que responda a nuestra confidencia con comprensión y, si es posible, con consejos nos ayuden. La negativa a proporcionar esa comprensión y consejo parecería una respuesta cruel y negativa a una súplica. A Krishnamurti le acusaron a veces de semejantes descuidos. En efecto, su respuesta fue que la comprensión sólo servía para complacerse en un problema, y el consejo para proporcionar un medio para evitarlo, de modo que ninguna respuesta ayudaba a llegar a la verdad del mismo. Si la verdad era difícil de aceptar o brutal, si se reducía a un franco “Tú eres el problema”, él no consideraba que señalarlo fuera negativo o cruel. Él no se dedicaba al negocio de dispensar bienestar o respuestas, sino a catalizar la comprensión, ayudar a sacar la verdad a la luz.

 

De hecho, no era poco comprensivo, a menos que entendamos el término como sinónimo de indulgente. Un hombre poco comprensivo no hubiera estado dispuesto, como siempre lo estuvo él, a tratar los problemas de la gente. Hay más comprensión y más compromiso al escuchar que al facilitar respuestas y Krishnamurti era un oyente atento. Le decía con frecuencia a la gente que escuchara su problema, que no intentara hacer nada al respecto, simplemente escuchar y dejar que contara su historia. Como ejemplo mostraba cómo escuchar con total atención arroja más luz sobre un problema que cualquier proceso de análisis. Escucharlo significa permanecer en él y con él, dejando que se manifieste en su totalidad, no reducido a una pauta de causasefectos, y sin que intervenga la mente con su entrometida tendencia a juzgar, condenar, convencer o trascender. Las verdades que se manifiestan al escuchar atentamente quizá no sean agradables o cómodas para vivir con ellas, pero rechazarlas supone elegir vivir en la falsedad y la ilusión. Asistir a semejante arreglo no es una prolongación de la comprensión para un confidente, sino una complicidad con el rechazo y la falsedad. Krishnamurti nunca hubiera participado en semejante pacto, y, por eso, alguna gente le encontraba negativo e incluso cruel.

 

Al escuchar estaba alerta al ímpetu enmascarado de seriedad que no es realmente un compromiso serio con la verdad, sino una forma de preocupación por el Yo. Un intelectual, maestro de escuela, le dijo que estaba angustiado, como suponía que lo estarían millones de personas, a consecuencia de haber descubierto que ya no sentía nada por nada, ningún deleite en el mundo, ni ninguna piedad o preocupación genuinas. «¿Por qué hay este vacío entre el intelecto y el corazón?», preguntó. «¿Por qué he perdido el amor?» Una pregunta lastimera y ciertamente, como dijo el hombre, común, ¿pero salía del corazón?, ¿era seria o simplemente impetuosa? Krishnamurti contestó:

 

¿Realmente te preocupa que la mente y el cuerpo se unan? ¿No estás realmente satisfecho de tu capacidad intelectual?... Has dividido la vida en intelecto y corazón, y observas intelectualmente marchitarse el corazón y verbalmente estás preocupado por ello. ¡Déjalo que se marchite! Vive sólo en el intelecto.

 

El maestro protestó: «Pero yo tengo sentimientos», ante lo cual Krishnamurti fue implacable:

 

¿Esos sentimientos no son realmente sentimentalismo, exceso emocional?... Muere para el amor; no importa. Vive totalmente en tu intelecto... Y cuando vives allí, ¿qué ocurre?... Dices: «Debo tener amor, y para tenerlo debo cultivar el corazón.» Pero ese cultivo pertenece a la mente y, por tanto, siempre mantienes a los dos separados...

 

Y a la pregunta del hombre: «¿Qué debo hacer?», respondió: «No puedes hacer nada. ¡No te metas en eso! y escucha; y mira la belleza de esa flor.»

 

Muchos auto acusadores impetuosos se acercaron a Krishnamurti a lo largo de los años preguntando: «¿Qué hago?», y su respuesta siempre fue que la pregunta era evasiva, que no había nada que hacer. Si el cambio tenía que ocurrir, sería por medio de la perceptividad de sí mismo y no de la autocrítica. Su invariable requerimiento era: «Sé lo que eres, y escucha».

 

A una mujer que se acusaba de ser insensible y torpe, le dijo:

 

Lo insensible no se puede volver sensible; lo único que puede hacer es darse cuenta de lo que es, dejar que se revele la historia de lo que es.

 

A un hombre de negocios que confesó un persistente descontento con la vida:

 

Soporta el descontento sin desear apaciguarlo. Lo que debes comprender es el deseo de estar tranquilo.

 

A un hombre que confesó que le consumía la envidia:

 

Una vez que ha engendrado la envidia, el deseo busca un estado en el que no haya envidia; ambos estados son producto del deseo. El deseo no puede efectuar un cambio fundamental.

 

Por último, a un hombre rico, próximo al final de su vida, atormentado por la culpa de haber sido frío y cruel, y que preguntó si debía rectificar distribuyendo sus riquezas, le dijo:

 

No importa lo que hagas, pero es esencial ser consciente de lo que estás haciendo... No deseas actuar y, por tanto, preguntas qué debes hacer. De nuevo eres taimado, engañándote a ti mismo y, por tanto, tu corazón está vacío... Deja tu corazón vacío. No lo llenes con palabras, con las intrigas de la mente. Deja tu corazón totalmente vacío; sólo entonces se llenará.

 

La respuesta siempre es que la autoacusación no es conocimiento de sí mismo; de hecho, algunas veces puede ser un modo de satisfacción de sí mismo y una manera de evitar la verdad total de «lo que es» con una especie de perceptividad especiosa.

 

Aunque Krishnamurti estimaba poco la psiquiatría, considerando la relación pacientedoctor como encubiertamente autoritaria, y la terapia de ajuste como inadecuada y engañosa, algunas veces interrogaba a la gente, a la manera de un psiquiatra, para descubrir las fuentes latentes de su angustia. A una maestra de escuela, horrorizada por el descubrimiento de que aunque superficialmente era afectuosa y cariñosa, en todas sus relaciones siempre había habido una corriente oculta de odio y antagonismo, le preguntó: «¿Qué es lo que te interesa, no profesionalmente, sino en el fondo?» Ella dijo que siempre había deseado pintar. Cuando le preguntó por qué no lo había hecho, habló de su padre, un hombre interesado y agresivo, quien había insistido en que debía dedicarse a un trabajo remunerado. Krishnamurti la sondeó aún más, preguntándole si había estado casada y tenía hijos. Habló de una relación con un hombre casado, de los violentos celos de su mujer y sus hijos, los cuales, cuando la relación se rompió, se hicieron extensibles a envidiar a cualquiera que pareciera felizmente casado o con éxito. Como compensación, había intentado convertirse en la maestra ideal. Krishnamurti señaló que aquel mismo esfuerzo, aquella búsqueda de un ideal, había ocultado aún más profundamente su odio, su antagonismo y su conflicto interior. La conversación, hasta ese momento, había seguido más o menos el modelo psiquiátrico, pero cuando la mujer dijo que entonces lo comprendía todo, reconocía y aceptaba lo que era en realidad, Krishnamurti la reprendió:

 

Ese mismo reconocimiento proporciona cierto placer; proporciona vitalidad, una sensación de confianza al conocerte a ti misma, el poder del conocimiento. Igual que los celos, aunque dolorosos, proporcionaban una sensación placentera, ahora el conocimiento de tu pasado te proporciona un sentimiento de superioridad que también es placentero... En el conocimiento existe orgullo, que es otra forma de antagonismo. Estás atrapada en la red de tu propio pensamiento. ¡Qué astuto y engañoso es! Promete liberación, pero sólo produce otra crisis, otro antagonismo. Simplemente, vigílalo pasivamente y deja que su verdad se manifieste.

 

La mujer preguntó entonces si se liberaría de los celos y el odio, a lo que Krishnamurti contestó:

 

Ese deseo de obtener o evitar continúa estando en el campo de la oposición, ¿no? Ve lo falso como falso, entonces la verdad es... Ten sólo conciencia pasivamente de ese proceso de pensamiento total, y también del deseo de liberarte de él.

 

Si alguna gente se tomó el «Sé lo que eres» como una autorización para la satisfacción consigo mismo, no permanecieron en su error durante mucho tiempo. La vigilancia es un trabajo difícil, y la mente tiene recursos infinitos para evitarla dedicándose a la búsqueda de conocimientos. El conocimiento halaga al Yo, permite la ilusión de la evolución y el cambio. El conocimiento no produce la acción, sino la inercia. A un hombre que objetó que «sin conocimiento no somos nada», le dijo: «No eres nada... ¿Y por qué no ser eso?... La experiencia de esa nada es el principio de la sabiduría.» No sentía estima por la malaise existencial, la lucha de los filósofos sobre la cuestión de si el hombre tiene o no significación en el universo. Preocuparse por ser algo es igual que preocuparse por convertirse en algo: la misma clase de preocupación por el Yo. En el pensamiento de la fragilidad, la arbitrariedad o la indignidad del Yo es donde surgen muchos de nuestros problemas, y prosperan con semejante manera de pensar. Pero experimentar realmente esos estados es una cuestión muy diferente. Cuando Krishnamurti dijo: «Muere para el amor», «Sé insensible», «Sé envidioso», «Sé odioso», «Sé nada», no estaba aconsejando la aceptación de sí mismo, sino una perceptividad continua que no se dejaría reducir ni por la autocrítica ni por la satisfacción de sí mismo. Eso era lo que al final disiparía no el problema, sino al creador del problema, el orgulloso y perjudicialmente astuto Yo.

 

Cuando surgen los problemas en el contexto de nuestras relaciones pueden parecer de una clase diferente a los que tenemos con nosotros mismos, más complejos porque hay implicados otros yoes, quizá más urgentes, porque requieren decisión y acción. Sin embargo, fundamentalmente no son muy diferentes. Surgen del mismo conflicto entre el hecho de «lo que es» y la idea de lo que debería ser, y su solución depende igualmente de la atención y la perceptividad. Necesitamos las relaciones, la vida sólo existe en ellas, no relacionarse es estar muerto, pero las relaciones implican amor. Aunque pertenece a la sabiduría admitida que el amor es la respuesta a todos los problemas, también provoca los problemas más abrumadores de todos en la experiencia de la mayoría de la gente. Encontrarlo, mantenerlo, perderlo, comprenderlo, valorar sus variedades —el sexual, el espiritual, el familiar— nos da muchos problemas. El amor libera, nos hace olvidarnos de nosotros mismos, pero también ata, y el Yo rendido a la pasión, al reflexionar, con frecuencia se resiente de sus ataduras.

 

Una joven fue a Krishnamurti para tratar su deseo de librarse de su esposo, con quien ya no mantenía relaciones sexuales. Dijo que le guardaba rencor y no deseaba saber nada de él. Krishnamurti dijo que mientras le guardara rencor no sería libre, preguntándole por qué le guardaba rencor. Ella dijo que había descubierto que era mezquino, poco cariñoso y egoísta, y que la idea de que había tenido algo que ver con él le hacía sentirse sucia. «No puedo deciros el horror que he descubierto en él», le dijo. Krishnamurti la reprendió: «Él es lo que es, ¿por qué enfadarse con él? ¿Tu rencor está realmente dirigido a él? ¿O, al ver lo que es, estás avergonzada de ti misma por haberte asociado con él?» Prosiguió la argumentación hasta que la mujer admitió que así era. Aceptó que «el odio ata igual que lo hace el amor», y que sólo se vería libre de la relación cuando aceptara el hecho de que con quien realmente estaba enfadada era consigo misma. Pero entonces tenía otro problema: cómo verse libre de su vergüenza y cómo borrar el pasado, los recuerdos de los años que «me dejaron muy mal sabor de boca». «¿Por qué deseas borrarlos?», preguntó Krishnamurti, sugiriendo que quizá fuera porque tenía cierta idea y estima de sí misma que aquellos recuerdos contradecían. Su problema fundamental era que «se había puesto a sí misma en un pedestal llamado autoestima». Le dijo: «Si entiendes esto, entonces no tendrás vergüenza del pasado; se borrará por completo. Serás lo que eres sin el pedestal.»

 

En los problemas de relaciones, aunque culpemos al otro, con frecuencia el diablillo del Yo es el creador de la discordia. El Yo exige estima, tanto a sus propios ojos como a los de los demás. En su incertidumbre y fragilidad con frecuencia acepta la presión de los otros para someterse a ciertas pautas de conducta que se consideran la norma o el ideal; esa presión es especialmente fuerte cuando está apoyada por la sociedad, la clase o la religión a la que pertenece la persona. Este era el problema de otra joven, que tampoco estaba ya enamorada de su esposo, pues había sido violento con ella, por lo que ahora vivía con sus hijos separada de él. ¿Debía volver con él?, preguntó. Por supuesto, Krishnamurti no respondió a la pregunta, pero le hizo ver que la razón por la que se encontraba confusa era que estaba preocupada por la respetabilidad, que su preocupación por lo que debería hacer evitaba que pudiera ver con claridad «lo que es». Creía que estaba en una situación de elección, pero cualquier elección que hiciera en estado de confusión sólo la conduciría a mayor confusión. «¿Cómo voy a saber qué debo hacer?», preguntó la mujer, y Krishnamurti contestó: «La acción no sigue a la claridad: la claridad es acción... Si lo que es está claro, verás que no hay elección, sino sólo acción.» La mujer dijo que intentaría aclarar sus ideas, sin tener en cuenta la respetabilidad ni ningún cálculo egoísta, luego preguntó: «¿Pero qué ocurre con el amor?» Krishnamurti dijo que, por lo que le había contado, estaba claro que, como la mayoría de la gente, había utilizado la palabra amor, y se había casado, para hacer cosas respetables que realmente nada tenían que ver con el amor, como el temor a la inseguridad, la soledad y la satisfacción de impulsos y necesidades físicas. Estas cosas y la respetabilidad están provocadas por el pensamiento, y «el amor no es pensamiento... El amor no es sensación... El amor no puede ser un acto deliberado, porque el amor no pertenece a la mente».

 

Por tanto, ¿qué es el amor? Muchos de nuestros problemas de relación surgen de nuestro concepto erróneo o mal uso de la palabra, así como de las ideas y las esperanzas que tenemos sobre él. Krishnamurti expone y examina algunas tergiversaciones comunes:

 

¿No son los celos un indicio del amor? Nos cogemos las manos, y al minuto siguiente reñimos; nos dirigimos palabras duras, pero pronto nos abrazamos; nos peleamos, después nos besamos y nos reconciliamos. ¿Esto no es amor? La misma expresión de los celos es un indicio del amor; parece que están unidos como la luz y la oscuridad. La cólera pronta y las caricias, ¿no son la plenitud del amor?... ¿Qué es lo que llamamos amor? Es todo el terreno de los celos, de la lujuria, de las palabras muy duras, de las caricias, de cogernos las manos, de reñir y reconciliarnos. Estos son los hechos en ese terreno del llamado amor... En ese terreno que llamamos amor existe conflicto, confusión y antagonismo. ¿Pero eso es amor?

 

No, sostiene, el amor no es nada de eso. Al igual que la oscuridad no puede existir donde hay luz, los celos y el conflicto no pueden existir donde hay amor. El amor no es algo que su objeto ha traído al mundo, y que depende para su continuidad de que su objeto mantenga aquellos atributos que lo evocan. La mente aprehende esos atributos, que engendran placer y deseo, sobre los que se detiene el pensamiento, y constituyen un objeto que el Yo, y amante soi disant, procura poseer. Los conflictos y las turbulencias de lo que llamamos nuestras relaciones amorosas son realmente conflictos del Yo. Donde está el amor no está el Yo, de manera que no hay posesión. El amor, dijo Krishnamurti con frecuencia, es una llama sin humo: es el Yo, con sus deseos, sus esperanzas e inseguridades, el que genera el humo que lo oscurece y puede sofocarlo.

 

Una joven le dijo a Krishnamurti que le torturaban los celos y deseaba verse libre de ellos, pero que su amor por su esposo y sus hijos era tal que era incapaz de controlar sus celos. «¿Dices que el amor y los celos van juntos?», le preguntó. Ella dijo que eso parecía. Krishnamurti dijo: «En ese caso, si te liberas de los celos también te desharás del amor, ¿no?» Su problema consistía en que deseaba mantener el placer del apego y librarse del dolor del mismo. Lo que debía examinar y de lo que debía tener conciencia, le dijo, era de sus temores, porque el apego implica temor. La mujer confesó un fardo de temores: a no ser amada, a la inseguridad, a la soledad, a que le ocurriera algo a sus niños o a su esposo, a que él se fuera con otra mujer. Ahora veía, dijo, que el apego y la dependencia psicológica no eran amor, y que sus celos habían estado basados en el egoísmo. Y Krishnamurti le dijo que ahora se estaba condenando a sí misma, lo que era otra evasión de la comprensión. Le dijo: «Tienes que comprender la compleja entidad que eres, sin condenarte ni justificarte.» Mencionar sentimientos, hablar de celos, egoísmo, temor a la soledad no ayuda ni a la comprensión ni a la vigilancia. Las palabras están cargadas de implicaciones de condena o justificación, y «el proceso verbalizado es parte del yo». Sólo «cuando no hay denominación..., la mente no se aparta de lo que es».

 

¿No hablamos de amor con demasiada ligereza? ¿Muchos de los problemas en nuestras relaciones no surgen porque nos engañamos a nosotros mismos y a los demás al tomar la palabra por la cosa en sí? ¿No es el amor algo que aportamos a la relación en lugar de algo que esperamos que la relación ponga de manifiesto en nosotros mismos y en el otro? ¿No es, por tanto, independiente de su objeto, y, en consecuencia, no posesivo? ¿Y cuando lo buscamos, intentamos retenerlo o lamentamos su pérdida no estamos comprometiéndolo con aspectos del Yo y de la mente que no tienen nada que ver con él?

 

Sí, éstas son verdades que difícilmente podemos negar. Pero, preguntamos, ¿qué ocurre con el sexo? Ese es el gran problema de la vida para mucha gente. Los celos, los conflictos, las riñas, las rápidas transiciones de la ira al cariño, las turbulencias de la pasión que, como observó Krishnamurti, comúnmente se cree que constituyen la norma de las relaciones amorosas, generalmente tienen su origen en el sexo. Cuando necesitamos resolver problemas que tenemos con nuestra sexualidad o en nuestras relaciones sexuales, prestamos escasa consideración a cualquier resolución que pensemos que no tiene en cuenta la fuerza y la urgencia de la sexualidad en la vida humana. El sexo es un hecho de nuestra biología. Podemos reconocer que otros problemas que tenemos pertenecen a la mente, pero el sexo pertenece al cuerpo, y podemos preguntarnos si los problemas que tenemos con él se van a resolver por medio de la perceptividad pasiva no enjuiciándola cuando la cosa en sí subvierte y contradice la pasividad. También podemos preguntar si el sexo es una demanda del Yo, cuando lo experimentamos como algo anulador del Yo o que lo trasciende. Evidentemente, los seres humanos están menos atentos al Yo y al egoísmo cuando se encuentran bajo su esclavitud.

 

Por tanto, ¿qué decía Krishnamurti sobre el sexo, y qué decía basado en una comprensión de su necesidad apremiante? Estos son algunos extractos de una respuesta que le dio a un interrogador cuando dijo: «Estoy seriamente molesto por el deseo sexual. ¿Cómo voy a vencerlo?»

 

Por favor, perdóneme si no le digo cómo vencer el deseo sexual; pero vamos a estudiar juntos el problema, para ver qué supone, y, a medida que estudiemos el problema, usted mismo encontrará la respuesta correcta. Primero, entendamos el problema de vencer... Aquello que puede ser vencido tiene que ser vencido o conquistado una y otra vez... Mientras que si se comprende algo, se acaba. Así que si hay un problema, como tiene el interrogador, de sexo, debemos comprenderlo y no limitarnos a preguntar cómo se puede vencer.

 

Porque todos nuestros placeres son mecánicos, el sexo se ha convertido en el único placer creativo... Emocionalmente, somos máquinas que realizan una rutina, y la máquina no es creativa... Por tanto, como estamos rodeados por el pensamiento no creativo, sólo nos queda una cosa, el sexo. Como el sexo es lo único que nos queda, se convierte en un problema enorme, mientras que si entendiéramos lo que significa ser creativo religiosa y emocionalmente, ser creativo en todos los momentos... sin duda, el sexo se convertiría en un problema insignificante...

 

Un hombre que posee amor verdadero en su corazón no tiene penas y para él el sexo no es un problema. Pero desde que hemos perdido el amor, el sexo se ha convertido en un gran problema y en uno diferente, porque nosotros estamos atrapados en él, por el hábito, por la imaginación, por el recuerdo de ayer que nos amenaza y nos ata... La mayor parte del tiempo estamos encerrados en nuestros propios anhelos, deseos y temores, y, naturalmente, la única salida es el sexo, que degenera, deprime y se convierte en un problema. Así, mientras estudiamos este problema, empezamos a descubrir nuestro propio estado, es decir, lo que es; no cómo transformarlo, sino cómo llegar a tener conciencia de ello. No lo condenes, no intentes sublimarlo o encontrar sustitutos, o vencerlo. Simplemente, ten conciencia de ello, de todo lo que significa.

 

La mayoría de la gente que trató con Krishnamurti los problemas que tenía con el sexo estaba condicionada para considerarlo negativamente, como subversivo de la vida espiritual. Pero él no lo consideraba así.

 

A una joven pareja india que estaban casados, pero habían hecho votos, porque eran «muy religiosos», de no tener relaciones sexuales y estaban atormentados por la frustración, les preguntó:

 

¿Es vida religiosa el castigaros a vosotros mismos? ¿Es la mortificación del cuerpo o de la mente un signo de entendimiento? ¿Es la tortura auto infligida un camino hacia la realidad? ¿Pensáis que podéis llegar lejos por medio de la renunciación? La pasión debe ser comprendida, no suprimida ni sublimada. ¿Cómo podéis amar y comprender la pasión, si habéis hecho voto contra ella? Un voto es una forma de resistencia, y aquello a lo que os resistís finalmente os conquistará.

 

Krishnamurti estaba horrorizado por la violencia que algunos sannyasis de la India perpetraban contra sí mismos al tratar de vencer su sexualidad, porque no sólo fracasaban en su objetivo, sino que también les hacía insensibles a las maravillas y la belleza del mundo, a la vida y a la naturaleza.

 

El sexo sólo es un problema si lo creamos nosotros, buscándolo o rechazándolo por motivos equivocados. De hecho, cualquier motivo será equivocado, porque pertenece a la mente. Krishnamurti preguntó:

 

¿El sexo es producto del pensamiento? ¿Es el sexo —el placer, el encanto, la compañía, la ternura que supone— un recuerdo intensificado por el pensamiento? En el acto sexual existe olvido de sí mismo, auto abandono, una sensación de inexistencia del miedo, la ansiedad, las preocupaciones de la vida. Al recordar ese estado de ternura, de olvido de sí mismo, y al exigir su repetición, lo rumias, por decirlo así, hasta la próxima ocasión. ¿Es eso ternura o es simplemente un recuerdo de algo pasado y que, por medio de la repetición, esperas capturar de nuevo? ¿No es la repetición de algo, por muy placentero que sea, un proceso destructivo?

 

Reconocemos que el deseo sexual existe antes e independientemente del objeto que lo centra, porque es biológico y, por tanto, natural. Si no reconocemos con igual presteza que lo mismo es aplicable al amor, la consecuencia es que el amor no es natural en el mismo sentido, y tenemos problemas con las ideas sobre los atributos inferiores y superiores, más bajos y más nobles de la naturaleza humana. El sexo como expresión o acto de amor no es problemático, sólo tenemos problemas cuando no coexisten el sexo y el amor, cuando la mente los separa juzgándolos o buscando uno por medio del otro. Simular amor para así tener sexo, o entablar sexo para así asegurarse las imaginadas satisfacciones del amor —seguridad, ternura o lo que sea— son actos que garantizan los problemas. Los principios básicos de Krishnamurti se refieren a los problemas sexuales igual que a cualesquiera otros de la vida: sólo se resolverán por medio de la observación atenta, la perceptividad pasiva y la clara comprensión de «lo que es», que incluye la comprensión de que básicamente «tú eres el problema».

 

La palabra problema, señalaba Krishnamurti con frecuencia, en su derivación griega significaba originalmente «algo que te arrojan». Él quería señalar que cuando te arrojan algo, sólo tienes dos opciones: cogerlo o eludirlo, por lo que la decisión y la acción son simultáneas; «actúa la decisión». La definición también sirve para precisar otra clase de problemas, aparentemente diferentes a aquellos que tenemos con nosotros mismos o con nuestras relaciones, es decir, los problemas que surgen de las situaciones que nos arroja la vida, las desgracias, las pérdidas, los reveses y las tragedias que afligen la vida humana y de los que somos manifiestamente inocentes. Las religiones tienen consuelos formularios para las desgracias con que nos azota la vida: son la voluntad de Dios, la expiación de un mal karma que arrastramos de una vida pasada, cosas «que nos son enviadas para probarnos». Si parecen injustos, podemos estar seguros de que habrá un saldo final, el día del Juicio o en una futura reencarnación. Por supuesto, Krishnamurti no podía ofrecer semejantes consuelos, y cuando la gente trataba sus tragedias personales con él, algunas veces se escandalizaban por su respuesta.

 

Una mujer que había perdido a su esposo y a uno de sus hijos visitó a Krishnamurti en compañía de su tío, un hindú devoto. El tío dijo que ninguna de las ceremonias o creencias de su religión habían podido consolar a la mujer, y cuando contó su historia, lloró copiosamente todo el tiempo. Cuando hubo terminado, Krishnamurti le preguntó si había ido a él porque deseaba hablar con seriedad de la muerte y el luto, o para verse confortada por alguna explicación, para distraerse de su dolor con algunas palabras tranquilizadoras. Ella dijo que deseaba tratar el tema en profundidad, aunque no sabía si sería capaz de enfrentarse a lo que él le iba a decir.

 

El le pidió que examinara su dolor, y que se preguntara si era por su esposo o por ella misma. Le dijo:

 

Si estás llorando por él, ¿pueden ayudarle tus lágrimas? Se ha ido irrevocablemente. Hagas lo que hagas, no lo volverás a tener. Pero si estás llorando por ti misma, por tu soledad, tu vida vacía, por los placeres sensuales y la compañía que tenías, entonces estás llorando por tu propio vacío y por autocompasión, ¿no?... Ahora que se ha ido te estás dando cuenta de tu estado real, ¿no es así? Su muerte te ha sacudido y te ha mostrado el estado real de tu mente y de tu corazón. Quizá no desees verlo; quizá lo rechaces por miedo, pero si observas un poco más, verás que estás llorando por tu propia soledad, por tu pobreza interior; es decir, por autocompasión.

 

Eso era cruel, dijo la mujer, y no le proporcionaba ningún consuelo. Krishnamurti contestó que el consuelo siempre estaba basado en la ilusión, que la única vía para superar el dolor era ver las cosas como realmente eran, y que, sin duda, señalarlo no era crueldad. La muerte es inevitable para todos, y «uno tiene que entrar en contacto con esta atroz realidad de la vida». En este punto, el tío manifestó que en todos hay un alma inmortal que pasa por una serie de reencarnaciones hasta que alcanza la perfección. Krishnamurti contestó: «No hay nada permanente ni en la tierra ni en nosotros mismos», y explicó cómo el pensamiento y la memoria crean la ilusión de permanencia como un refugio ante el miedo a lo desconocido. Volviendo a la situación de la mujer, le recomendó que se ocupara de la educación de los tres hijos que le quedaban, en lugar de hacerlo de su desgracia y autocompasión. Si veía el absurdo de esos sentimientos, le dijo, «entonces dejaría de llorar espontáneamente, dejaría de aislarse y viviría con sus hijos con una nueva luz y una sonrisa en los labios».

 

Krishnamurti conocía el dolor del luto, porque en 1925 había perdido a su hermano Nitya y durante un tiempo había estado inconsolable. Siempre fue compasivo con los afligidos, pero fue despiadado con los sentimientos de los agraviados. Un hombre cuyo hijo había muerto en un accidente y cuya esposa lo había abandonado le dijo a Krishnamurti que, según su experiencia, no era cierto que la sabiduría llegara por medio del sufrimiento. El había sufrido mucho en la vida y se había encontrado con lo contrario. A la pregunta «¿Qué le ha enseñado el sufrimiento?», contestó que había aprendido a no tener apegos, a mantenerse a distancia, a controlar sus sentimientos y a tener cuidado de no ser herido de nuevo. Krishnamurti dijo: «Como dice, no le ha proporcionado sabiduría; por el contrario, le ha hecho más taimado, más insensible. ¿Enseña algo el dolor excepto reacciones auto protectoras?» Añadió que en el dolor siempre hay autocompasión, y donde hay autocompasión, nunca puede haber comprensión.

 

Una pareja india que tenía un hijo ciego le preguntó a Krishnamurti qué habrían hecho, en esta vida o en una anterior, para merecer ese castigo. Él dijo francamente que la ceguera del niño quizás tuviera una causa genética o física, y les preguntó por qué buscaban una metafísica. El hombre contestó que conociendo la causa, entendería mejor el efecto. Krishnamurti preguntó: «¿Quiere decir que le confortaría saber cómo ha ocurrido esto, no?» El hombre dijo que sí, a lo que el maestro respondió: «Entonces desea ánimos y no comprensión.» Y a la pregunta del hombre de si no eran la misma cosa, contestó: «Comprender un hecho puede ocasionar preocupaciones, no proporciona alegría necesariamente... Usted está preocupado por el hecho de la dolencia de su hijo, y desea que le tranquilicen.» El hombre protestó: «¿Por qué no debemos buscar la liberación de las preocupaciones? ¿Por qué no debemos evitar el sufrimiento?» Krishnamurti contestó:

 

¿Se libera uno del sufrimiento por medio de la evasión? Evitar el sufrimiento no es sino fortalecerlo. La explicación de la causa no es la comprensión de la misma. Por medio de la explicación no te liberas del sufrimiento; el sufrimiento continúa allí, sólo que lo has ocultado con palabras.

 

Lejos de dispensar consuelos y apaciguamiento, con frecuencia Krishnamurti le daba al preocupado motivos más sólidos para la preocupación. La esposa de un político preeminente, quien dijo que estaba enferma de angustia después de pasar meses cuidando de su esposo, cuya enfermedad los médicos decían que era mortal, lloró y le dijo a Krishnamurti que no podía soportar perderlo y ver que todo por lo que habían vivido y trabajado se hacía pedazos. Él le preguntó: «¿Ama a su esposo o las cosas que obtuvo por él?» Cuando ella no pudo contestar, le suplicó que no pensara que la pregunta era cruel, porque finalmente tendría que descubrir la verdad, «de otra manera el dolor siempre estará presente». La mujer se fue diciendo que de momento estaba demasiado confusa y afligida para pensar, pero volvió varios meses después, una vez que su esposo hubo muerto, diciendo que entonces podía ver las cosas con más claridad. «Su pregunta me trastornó más de lo que puedo expresar», dijo, y volviendo al tema declaró: «El amor es una mezcla de muchas cosas.» Krishnamurti descartó su evasiva y la apremió a que se enfrentara con la verdad, después de lo cual ella admitió —diciendo que estaba horrorizada de sí misma por hacerlo— que no había amado a su esposo en absoluto.

 

La verdad, la realidad de lo que es, puede doler, pero entonces el dolor también se convierte en parte de lo que es, entra en el flujo que es, siempre y simultáneamente, un final y un nuevo principio. Sólo el dolor que se evita perdura; sólo la mentira que no se reconoce, la explicación alcanzada para consuelo, la palabra disfrazada de la cosa y la solución que se encuentra por medio del pensamiento matan la perceptividad y hacen que nuestros problemas perduren. Quizá, secretamente queremos que perduren, porque no podemos imaginar qué seríamos o qué sería la vida sin ellos. Esa es nuestra elección, pero es una elección de esclavitud. Krishnamurti no ofreció ninguna respuesta, pero, lúcida e inequívocamente, nos mostró la alternativa..

 

Jiddu Krishnamurti

 

Fuente: La Iluminacion Espiritual


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