lunes, 15 de febrero de 2016

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)


EL CUERPO EN LAS RELACIONES PERSONALES
Capitulo X (Tercer Escrito)
«El cuerpo no te separa de tu hermano, y si piensas que es así, estás loco.» Nuestra verdadera identidad no reside en nuestro cuerpo, sino en nuestro espíritu. 
«El Cristo en ti no habita en un cuerpo», dice el Curso. 
Tampoco el cuerpo de los demás es realmente lo que esas personas son. El cuerpo es una muralla ilusoria que parece separarnos, el principal artilugio del ego en su intento de convencernos de que estamos separados los unos de los otros y todos de Dios. 
El Curso llama al cuerpo «la figura central en el sueño del mundo». La línea argumental de la vida humana, donde los cuerpos hablan, se mueven, sufren y mueren, forma un velo de apariencia que oculta la creación de Dios. Oculta «la faz de Cristo».
Mi hermano puede mentir, pero él no es esa mentira.
Mis hermanos pueden pelear, pero permanecen unidos en el amor. «Las mentes están unidas, pero los cuerpos no», dice el Curso. El cuerpo, por sí mismo, no es nada. 
No puede perdonar, ni ver, ni tampoco comunicarse. 
«Si escoges ver el cuerpo, contemplas un mundo de separación, de cosas inconexas, de acontecimientos que no tienen sentido alguno.» «Siempre que te equiparas con el cuerpo, experimentas depresión», dice el Curso. 
Identificar a otra persona con un cuerpo producirá la misma angustia. Los contactos sexuales sin amor son una de las formas en que podemos usar el cuerpo para fabricarnos depresiones. Nuestro impulso sexual es una pantalla sobre la que proyectamos nuestro amor o nuestro miedo. 
Cuando el contacto sexual procede del Espíritu Santo, es una profundización de la comunicación. Cuando procede del ego, es un sustituto de la comunicación. 
El Espíritu Santo usa la sexualidad para sanarnos; el ego la usa para herirnos. A veces hemos pensado que el contacto sexual con otra persona cimentaría nuestro vínculo con ella, y resultó en cambio que creaba más engaño y ansiedad de los que había antes. 
Sólo cuando la sexualidad es un vehículo de comunicación espiritual es auténtico amor y nos une a otra persona. 
Entonces se convierte en un acto sagrado. 
Santidad significa la presencia de un propósito de amor, y en ese sentido, el cuerpo y sus adornos pueden ser una expresión sagrada. Muchos buscadores espirituales han experimentado la necesidad de huir de todas las cosas relacionadas con el cuerpo. Pero en realidad esta actitud puede estar tan centrada en el ego como el excesivo apego a lo físico. 
Cualquier cosa usada para difundir la alegría y comunicar el amor forma parte del plan de Dios para la salvación. 
Cuando yo tenía unos veinte años, tuve mi primera cita con un hombre que llevaba traje y corbata. 
Hasta entonces sólo había salido con chicos que llevaban tejanos. Cuando abrí la puerta y lo vi a él vestido con traje y un elegante abrigo, lo primero que se me ocurrió fue si no sería un mafioso... Cuando salimos, estuve toda la velada luchando con mis conflictos sobre su atuendo. ¡Por supuesto que no podía decirle que su estupenda forma de vestir me cortaba el aliento! Era un italiano, y el primer contacto que yo tenía con la sensibilidad de un europeo hacia las mujeres. 
Años después seguiría recordando lo que aprendí de ese hombre. Empezamos a salir juntos y me di cuenta de que nunca había conocido a nadie tan obsequioso y galante. 
Las noches que salíamos eran para mí verdaderos acontecimientos. Me preguntaba si prefería ir al teatro o al cine, si quería cenar en este restaurante o en el otro. 
Quería saber qué ropa deseaba yo que se pusiese. Me quedé muy sorprendida por lo importante que era para él llevar una camisa azul o una blanca. Al principio me irritaba, viniendo como venía de una mentalidad norteamericana de los años sesenta, para la cual todas esas consideraciones no tenían la menor importancia. Pero finalmente vi que para él la cuestión principal era que quería verme contenta. 
Su manera de vestir era una forma de complacerme, de expresar lo mucho que yo le importaba. Muchos años después de aquella relación, en una tienda de ropa, mi novio de entonces estaba mirando dos americanas y no podía decidirse por ninguna. Cuando le dije la que me gustaba, reaccionó casi como si yo fuera su madre, para que quedara muy claro que no sería mi opinión la que dictara su decisión. -Esa es la diferencia entre tú y yo -le dije-. Si yo me estuviera comprando ropa, el hecho de que a ti te gustara algo me inclinaría más a comprarlo. 
¿De qué sirve tener una relación contigo si no me siento motivada para agradarte, hacer más placentera tu vida y endulzarte las cosas? Ese es el único propósito del maquillaje, de la ropa y de cualquier otra cosa en el mundo de la forma.
No sirven para seducir a otra persona, sino para añadir luz al mundo en forma de belleza y de placer. 
El significado de las cosas depende de la medida en que las usemos para aportar felicidad al mundo.
La ropa y otros objetos personales no difieren de ninguna otra forma de arte. Si los percibimos con amor, pueden elevar las vibraciones e incrementar la energía en el mundo que nos rodea. Esto no es narcisismo ni vanidad. Somos narcisistas si no nos importa que a nuestro novio o nuestra novia, a nuestro marido o nuestra mujer no les guste nada lo que llevamos. 
Yo he tenido novios tan inflexibles que me preferían siempre sin maquillaje, y otros que no querían verme sin él. 
Para mí, el cambio no ha tenido nada que ver con la clase de hombres con quienes salía, sino con el hecho de pasar del «No me importa lo que él quiera» al «Me importa muchísimo lo que le haga feliz». 
La primera parte de la revolución sexual significó la ruptura de las mujeres con el modelo opresivo de sometimiento a los hombres. La segunda parte implica nuestro reconocimiento de que no tiene sentido cultivar la individualidad a no ser para luego entregarla a una identidad superior. 
Y la identidad suprema es nuestra relación con los demás. 
Una vida vivida solamente para uno mismo no es liberación, sino apenas otra forma de servidumbre. Como no somos cuerpos, no podemos existir en el aislamiento, y vivir como si pudiéramos no nos conduce más que al sufrimiento.


VANIDAD, PESO Y EDAD. 
«Los ojos del cuerpo sólo ven formas.» ¿Qué es la vanidad? ¿Qué es la obsesión -neurótica y orientada al ego- del peso, el pelo, la apariencia y el atractivo sexual que empuja a los norteamericanos a gastarse miles de millones de dólares al año en productos que son un lujo que no pueden permitirse y que en realidad no necesitan, y a las mujeres jóvenes a ser presa de peligrosas enfermedades en sus esfuerzos por adelgazar? 
Son los resultados inevitables de una orientación cultural que excluye la realidad del espíritu. La concepción del cuerpo como un fin y no como un medio engendra miedo: el miedo de no valer bastante o de no ser lo suficientemente atractivos, el miedo de no gustar, el miedo de ser perdedores en la vida. 
No hay manera de escapar de este doloroso torbellino si no reemplazamos la identificación con el cuerpo por la idea de que no somos cuerpos, en absoluto, de que somos el amor que llevamos dentro, y que ese amor es lo único que determina nuestro valor. Cuando nuestra mente está llena de luz, no hay lugar para la oscuridad. 
Cuando entendemos quiénes y qué somos en realidad, no hay lugar para el dolor ni para la confusión. 
Cuando tenía poco más de veinte años, tuve un problema de peso; un problema no tan grande como para considerarme gorda, pero lo suficiente como para que me hiciera sufrir. 
Se trataba de unos cinco o seis kilos de más que no podía sacarme de encima. Cada vez que iniciaba una dieta, terminaba aumentando de peso. Psicológicamente, esto tiene sentido, porque si alguien nos dice que no pensemos en la Torre Eiffel, nos pasaremos todo el tiempo pensando en ella. 
Decirme que no tenía que pensar en la comida no servía más que para que continuara obsesionándome con ella. 
La privación es una mala manera de perder peso. 
Yo solía rezar pidiendo una solución para mi problema, y recibía el siguiente consejo: «Come lo que quieras». 
Aquello me parecía una completa locura. «Si hago eso -pensaba- empezaré a comer y no pararé nunca.» 
Y mi guía interior me respondía: «Sí, al principio sí. Tendrás que compensar toda la presión a que te has sometido durante años, pero después ya tendrás suficiente y empezarás a volver a tu ritmo natural. Entonces sanarás». Me relajé. 
Conocí a una mujer que había perdido una enorme cantidad de peso y me dijo que le había pedido a Dios que lo hiciera por ella. -No le pedí perder peso -me explicó-, sino solamente que me sacara esa carga de encima. No me importaba seguir siendo gorda. Le dije que si Él quería que yo estuviera gorda, me hiciera sentir cómoda así. 
Lo único que ansiaba era salir de aquel infierno. Decidí que no me importaba cuánto pesaba. Ya no podía seguir aguantando aquella horrible obsesión. 
Cuando empecé a estudiar el Curso, me di cuenta de que mi peso no tenía importancia. Lo único que importaba era el amor. Si me podía entrenar mentalmente para concentrarme más en el amor, entonces mis problemas desaparecerían por sí solos. 
Las religiones orientales afirman: «Ve en busca de Dios y todo lo que no es auténticamente tuyo se desprenderá de ti». 
A medida que me metía más en la práctica del Curso, dejé de pensar tanto en mi peso. Eso fue todo. Y un día me miré en el espejo y vi que mi exceso de peso había desaparecido. 
Me di cuenta de que mi peso no tenía nada que ver con mi cuerpo, sino con mi mente. 
La gente me aterrorizaba e inconscientemente me había rodeado de un muro para protegerme. Sin embargo, también me asustaba el hecho de no estar dando amor. 
El propósito de mi ego era mantenerme aparte, y mientras no renunciara a ese propósito, jamás podría deshacerme de los kilos de más. Mi mente subconsciente no hacía más que seguir instrucciones. 
Cuando empecé a concentrar mi energía en atravesar el muro, cuando permití que Cristo entrara en mi mente, el muro desapareció milagrosamente. 
Tras haber aprendido en el Curso que el cuerpo no es importante, no podía entender por qué debíamos hacer ejercicio o alimentarnos bien. Pero me di cuenta de que, cuando hago ejercicio, en realidad pienso menos en mi cuerpo. Cuando no hago ejercicio, no puedo dejar de pensar en mis gruesos muslos y mi ancha cintura. De modo similar, ingerir comida sana tiene sentido porque nos ayuda a existir de la manera más ligera y energética posible dentro del cuerpo. La comida malsana es más pesada y nos ata al cuerpo. 
Cuidamos del cuerpo como una manera de cuidar mejor del espíritu. Tal como somos hoy en día, nuestro cuerpo, al envejecer, refleja la pesadez de un pensamiento dominado por la aflicción y la preocupación. Cuando empezamos a viajar más ligeros dentro del cuerpo, y nuestra mente renuncia a la preocupación constante por los problemas corporales, el envejecimiento se convierte en una experiencia diferente.
Leí en alguna parte que la Virgen María nunca acusó el paso del tiempo, aunque vivió hasta entrados los cincuenta, y comprendo por qué. Si alcanzáramos un estado en el que sólo el amor y el cariño nos ocuparan la mente, y ni el pasado ni el futuro nos pesaran como una carga sobre los hombros, envejecer se convertiría en un proceso de rejuvenecimiento. Espiritualmente, deberíamos rejuvenecer a medida que nos volvemos viejos, ya que el único propósito del tiempo es que aprendamos a renunciar de una manera más coherente a nuestro apego a la forma. Entonces el cuerpo se zambulle en la perfección de la vida, y se convierte en un instrumento sano y un objeto de alegría. Una parte de la neurosis que nos produce nuestra cultura es la aversión al paso de los años. 
Sin embargo, como cualquier otra cosa, nuestra edad sólo cambiará después de que la hayamos aceptado tal como es. Podemos pensar que es algo terrible, desagradable, sin ningún atractivo sexual, pero en realidad eso no son más que pensamientos. 
Si paseamos por las calles de París, veremos que de las francesas de más de cincuenta y sesenta años se desprende una madura sexualidad. En Estados Unidos tendemos a pensar que a esa edad las mujeres ya están «acabadas». 
Cambiemos de mentalidad. Recordemos que cuanto más vivimos más sabemos, y cuanto más sabemos más hermosos somos. 
Podemos crear un contexto nuevo y eficaz para la experiencia de envejecer si cambiamos la manera de ver a las personas mayores en nuestra sociedad. El ego, después de todo, proclama que un cuerpo debilitado es una persona debilitada. 
Los norteamericanos tratamos a las personas mayores de una manera fría, sin amor. En China, a los ancianos se los respeta y venera, y esa es, en gran parte, la razón de que los chinos vivan tanto tiempo sin dejar de ser ciudadanos saludables y productivos. 
En Norteamérica pensamos que la juventud es mucho mejor, y por lo tanto lo es. No porque eso sea una verdad objetiva, sino sólo porque es la idea que tenemos y la manifestamos en nuestra experiencia colectiva. 
No importa cuál sea la enfermedad, la adicción o la deformación física, su causa está en la mente y sólo en ella se la puede sanar. El mayor poder que nos es concedido, dice el Curso, es el de cambiar de mentalidad. Nuestro estado físico no determina nuestro estado emocional. La experiencia de la paz proviene únicamente de la mente. «La paz de la mente -dice Un curso de milagros- es claramente un asunto interno.»


EL SIGNIFICADO DE LA SANACIÓN 
«No olvides que el único propósito de este mundo es sanar al Hijo de Dios.» 
Cuando pensamos en sanar, generalmente pensamos en la curación física, pero Un curso de milagros define la salud como «paz interior». Hay personas que padecen enfermedades muy graves y están en paz, y otras, a pesar de su perfecta salud física, se sienten emocionalmente torturadas. 
En su libro Teach only Love [Enseña sólo el amor], Jerry Jampolsky establece sus principios de sanación de la actitud. Enseña que la paz es posible independientemente de las circunstancias físicas. Al consagrar nuestra enfermedad a Dios, consagramos la experiencia en su totalidad, sabiendo que cualquier cosa puede ser utilizada por el Espíritu Santo para traer más amor a nuestra conciencia. 
Muchas personas han hablado de su enfermedad como de «una llamada a despertar». Eso significa despertar y experimentar la vida, despertar y bendecir cada mañana, despertar y saber apreciar a los amigos y a la familia. He oído decir a personas con enfermedades graves que su vida realmente empezó con el diagnóstico. ¿Por qué? 
Porque si nos diagnostican una enfermedad grave, durante los primeros cinco minutos nos desprendemos de gran parte de nuestro equipaje personal superficial. 
Nos preguntamos: «¿Por qué actúo con tanta arrogancia? ¿Por qué finjo que soy tan duro? ¿Por qué juzgo a la gente? ¿Por qué no agradezco el amor y la belleza que me rodean? ¿Por qué no hago caso del elemento más simple y más importante de mi ser, el amor que hay en mi corazón?». 
Renunciar a nuestros espejismos es sanar. Dentro de cada uno de nosotros hay un núcleo: nuestra esencia, nuestro verdadero ser. Ese es el lugar de Dios dentro de nosotros. 
Encontrar esa esencia es nuestro retorno a Dios, el propósito de nuestra vida, e incluso las experiencias más dolorosas pueden servir a ese propósito. 
A lo largo de los años he hablado en muchos funerales y conmemoraciones. Entre las escenas más impresionantes que he visto jamás se cuentan los rostros dolientes de la gente que se enfrenta con una verdad desnuda que no es posible negar ni hacer de lado. Cuando alguien que amamos ya no está con nosotros, nuestra tristeza nos abre a nuevas oportunidades de crecimiento. Las lágrimas nos ablandan. 
Hace poco hablé en un funeral por un joven que había muerto de sida. Sus amigos lo amaban profundamente, y muchas personas lloraron durante el servicio religioso. 
Hacia el término del funeral, varios de sus amigos más íntimos se pusieron de pie para entonar una canción que con frecuencia habían cantado con él. 
Muchos de ellos casi no podían dominarse mientras cantaban. La pureza del dolor reflejado en sus rostros era asombrosa; mientras los miraba, pensé que si entre ellos había actores, probablemente no habían hecho jamás una actuación tan sincera. 
Otra vez hablé en el funeral de una joven que había sido brutalmente asesinada. Estaba casada y era madre de un niño de tres años. jamás me olvidaré de la expresión del rostro del marido mientras me escuchaba hablar en la iglesia. -Michael -le dije-, tú nunca serás el mismo, todos lo sabemos. 
Tienes dos opciones: endurecerte o ablandarte. 
Después de esto puedes decidir que nunca más confiarás en nadie, ni siquiera en Dios, o puedes dejar que tu corazón hecho pedazos te ablande... y que tus lágrimas fundan las murallas que rodean tu corazón, de tal manera que te conviertas en un hombre de una profundidad y una sensibilidad excepcionales. Después me dirigí a las mujeres presentes: 
-Este niño ha perdido a su madre. Ya no tiene unos brazos de mujer que lo amparen. No dejéis que esto suceda sin ponerle remedio. Comprometeos ahora, de corazón, a visitarlo, a visitar a su padre y a afrontar la situación lo mejor que podáis; sed mujeres tan maduras como lo sois en este momento. 
Asumid seriamente esta responsabilidad, para que por lo menos el crecimiento personal que esta oscuridad ha producido pueda ser el camino por el cual se la expulse. 
Lo extraño fue que después de aquel funeral tuve que intervenir en la celebración de un matrimonio, en el otro extremo de la ciudad. Mientras lo hacía, observé un extraño parecido entre los ojos del novio y los del joven que acababa de enterrar a su mujer. Naturalmente que el novio no estaba de duelo, sino muy alegre. Lo que parecía lo mismo era la pureza del amor en sus ojos, sin ningún ingrediente artificial añadido.
 Sólo atención, sinceridad, apertura y amor. Sanar es volver al amor. Con frecuencia, la enfermedad y la muerte son dolorosas lecciones sobre lo que amamos, pero lecciones de todas maneras. 
A veces se necesita el cuchillo que nos traspasa emocionalmente el corazón para atravesar los muros que se alzan ante él. 
Una noche en Los Ángeles, durante el período de meditación que sigue a mis conferencias, observé que dos de mis amigos lloraban en el fondo de la iglesia. Estaban profundamente abatidos por la inminente muerte de un amigo común que tenía el sida. Me dolió verlos sufrir tanto. He descubierto que- nuestro sufrimiento nos permite percibir, como con rayos X, el sufrimiento ajeno. 
Le pregunté a Dios si no se podía aliviar esa carga. Ya entonces, todos habíamos visto tanta aflicción, tanto dolor y tanta muerte a causa de esa enfermedad... «¿No es suficiente? ¿No se puede acabar?», le pregunté. 
Lo que me sucedió después fue sorprendente. Me invadió el recuerdo de mi propia «noche oscura del alma» de casi una década atrás. ¿Acaso no había cambiado yo profundamente y positivamente a partir de mi dolor? Si mi alma había usado aquella experiencia para conducirme a una mayor conciencia de mí misma, ¿cómo sabía yo que a esas otras personas no les estaba pasando lo mismo? 
Mi tarea no es juzgar, sino ayudar, como pueda y donde pueda, y no dudar de la sabiduría fundamental de todas las cosas. 
En cualquier situación, lo que pasa exteriormente no es más que la punta del iceberg. Las lecciones, los verdaderos cambios, las oportunidades de crecer... esas son las cosas que los ojos del cuerpo no pueden ver. Están por debajo de la línea de flotación del espíritu, pero están. Y forman un cuadro del viaje del alma mucho más vasto de lo que podemos percibir desde la perspectiva de nuestros sentidos físicos. 
El crecimiento no tiene nada que ver con conseguir lo que nos parece que queremos. Crecer es llegar a ser los hombres y las mujeres que potencialmente podemos ser: amorosos, puros, sinceros, claros. Una vida más larga no es necesariamente una vida mejor. Una vida sana no depende del estado físico. La vida no es más que la presencia del amor, y la muerte no es más que su ausencia. La muerte física no es, de ninguna manera, la muerte real. Ya hemos crecido lo suficiente para darnos cuenta de que hay vida más allá de la existencia física. En la medida en que encontramos esa vida, nos convertimos en nosotros mismos, como hijos de los hombres y como Hijos de Dios.


LA MUERTE Y LA REENCARNACIÓN 
«No hay muerte. El Hijo de Dios es libre.»
Un curso de milagros dice que el nacimiento no es un comienzo sino una continuación, y que la muerte no es un final sino también una continuación. La vida continúa eternamente. Siempre fue y siempre será. La encarnación física no es más que una de las formas que puede tomar la vida. 
Un curso de milagros menciona los Grandes Rayos, un concepto que se encuentra también en otras enseñanzas metafísicas. 
Los Grandes Rayos son líneas de energía que emanan desde dentro de cada uno de nosotros, en niveles sutiles que nuestros sentidos físicos no son capaces de percibir, ya que nuestros sentidos físicos reflejan nuestro actual sistema de creencias; a medida que éste se expanda, lo mismo sucederá con nuestros sentidos físicos. Llegará un momento en que percibiremos físicamente los Grandes Rayos. Algunas personas, por ejemplo las que ven las auras, ya lo hacen. A Buda, Jesús y otros maestros iluminados se los representa con frecuencia con un halo alrededor de la cabeza o con líneas de luz que irradian desde el corazón. Estas líneas de luz y energía son nuestra fuerza vital.
El cuerpo no es más que un revestimiento temporal. 
Como todavía no nos damos cuenta de ello, pensamos que la muerte del cuerpo es la muerte de la persona. No lo es. 
Hubo una época en que la gente creía que la tierra era plana, y se pensaba que los barcos que llegaban al horizonte caían fuera de la Tierra. Llegará un momento en que la percepción que ahora tenemos de la muerte parecerá tan rara, ignorante y anticuada como aquellas ideas. 
El espíritu no muere cuando muere el cuerpo. 
La muerte física es como quitarse un traje. Para el ego, la realidad no es más que lo que percibimos con nuestros ojos. Pero no podemos ver a simple vista muchas cosas que sabemos que existen: ni los átomos ni los protones, ni los virus ni las células. Actualmente, los científicos empiezan a reconocer una unidad que está más allá de toda realidad que podamos percibir. Esta unidad es Dios, y dentro de ella está nuestro ser. 
La encarnación física es similar a una experiencia escolar. 
Las almas, como los estudiantes, asisten a clase para aprender lo que necesitan aprender. Es algo muy parecido a sintonizar un canal en el televisor. Digamos que estamos todos sintonizados en el canal 4. Cuando alguien se muere, ya no está en el canal 4, pero eso no quiere decir que no esté emitiendo. Sólo que ahora lo hace desde el canal 7 o el 8. 
Los sistemas de emisión por cable existen independientemente de que tengamos o no el equipo necesario para recibirlos. 
Sólo la arrogancia del ego pretende hacernos creer que lo que no podemos percibir físicamente no existe. Hay personas que han afirmado haber visto salir una luz de la coronilla de un moribundo. Muchas otras han contado sus «experiencias en el umbral de la muerte», cuando se despojaron temporalmente del cuerpo. 
Una vez conocí a una joven que había tenido un accidente de avión. Perdió prácticamente la mitad de su sangre y tenía las piernas casi totalmente seccionadas. 
Al describirme su experiencia, dijo: -Sentí que moría y después volvía a la vida. Era algo atrayente, muy cálido, como un maravilloso amor maternal. Pero yo sabía que podía elegir. Pensé en mi padre y me di cuenta de que mi muerte sería insoportable para él, de manera que luché para volver. 
Desde entonces ya nunca lloro en los funerales. Puedo llorar por los que se quedan aquí, pero sé por experiencia que la gente que ha muerto está en un lugar maravilloso. 
Una vez que nuestros sentidos físicos registran los Grandes Rayos, el cuerpo nos parece una mera sombra en comparación con nuestro ser verdadero. Cuando oímos decir que alguien ha muerto, eso sólo significa que una sombra ha desaparecido. 
Ya no percibimos la muerte como el fin de una relación. 
Cuando Jesús dijo: «La muerte será el último enemigo», quiso decir que "será lo último que percibamos como un enemigo". 
El problema realmente no es la muerte, sino lo que pensamos que es. Todos nos moriremos. Algunos nos iremos en el tren de las 9.30 y otros en el de las 10.07, pero el viaje lo haremos todos. Aceptar que hemos de sanar lo que pensamos sobre lo que eso significa es la piedra angular de la transformación que representa dejar de estar orientados hacia el cuerpo para orientarnos hacia el espíritu. 
La vida es como un libro que no se acaba nunca. 
Los capítulos terminan, pero el libro no. 
El final de una encarnación física es como el final de un capítulo y el comienzo de otro. 
Una vez oí decir a un amigo: «Desde la muerte de mi padre, mi relación con él no ha hecho más que mejorar». 
Un curso de milagros dice que la comunicación no se interrumpe con la destrucción del cuerpo físico. 
La verdadera comunicación tiene bases más firmes que lo que se dice o se oye físicamente. Cuando alguien ha muerto, debemos hablar con esa persona de distinta manera que antes, pero al mantenernos abiertos a la posibilidad de una fuerza vital eterna, dirigimos la mente en el sentido de desarrollar la capacidad para tener conversaciones que trascienden lo físico. 
Escribir cartas puede ayudar a establecer esta comunicación. Primero le escribimos una carta a la persona que ha muerto, y después escribimos su respuesta. ¿Qué sentido tienen tales ejercicios? Expanden la mente para que acepte posibilidades mayores que las que normalmente nos permite considerar el ego. En mis grupos de apoyo para superar el duelo, mucha gente me ha contado a menudo que ha soñado con alguien que había muerto. Cuando esa persona se le aparecía en el 'sueño, el soñante solía decirle: «Tú no puedes estar aquí. Estás muerta». En ese momento, la persona decía «Ah», y el sueño se acababa. Le habían negado el permiso para continuar. 
Al escribir las cartas o al tener cualquier tipo de conversación u otra experiencia que aumente nuestra apertura a la posibilidad de una vida después de la muerte, ensanchamos las fronteras mentales que nosotros mismos nos imponemos. 
Nuestros sueños y otras experiencias emocionales se liberan entonces de la esclavitud que les impone nuestra negativa a creer. A veces, cuando alguien ha muerto, decimos: «No puede ser verdad. Me parece una pesadilla. Siento como si todavía estuviera aquí». Y lo sentimos porque es verdad.
Las voces mundanas del ego nos dirán que no es más que nuestra imaginación, pero lo que «no es más que nuestra imaginación» es la muerte misma. La verdad tal como Dios la creó es que la muerte no existe, y en lo profundo de nuestro corazón sabemos que es cierto. ¿Y qué hay de la reencarnación? El siguiente párrafo pertenece al capítulo sobre la reencarnación del Manual para Maestros del Curso: «En última instancia, la reencarnación es imposible. 
El pasado no existe ni el futuro tampoco, y la idea de nacer en un cuerpo ya sea una o muchas veces no tiene sentido.
La reencarnación, por lo tanto, no puede ser verdad desde ningún punto de vista... Si [el concepto] se usa para reforzar el reconocimiento de la naturaleza eterna de la vida, es ciertamente útil... Al igual que muchas otras creencias, ésta puede usarse desacertadamente. En el mejor de los casos, el mal uso que se hace de ella da lugar a preocupaciones y tal vez a orgullo por el pasado. En el peor de los casos, provoca inercia en el presente... Siempre existe cierto riesgo en ver el presente en función del pasado. Mas siempre hay algo bueno en cualquier pensamiento que refuerce la idea de que la vida y el cuerpo no son lo mismo.» Técnicamente, entonces, la reencarnación no existe tal como pensamos que es, simplemente porque el tiempo lineal no existe. Las vidas pasadas y las futuras suceden todas simultáneamente. Aun así, es útil recordar que tenemos una vida aparte de la experiencia de cualquier vida física.
Un curso de milagros no incluye ninguna doctrina.
Un estudiante adelantado del Curso puede creer o no en la reencarnación. "La única cuestión que tiene sentido es si un concepto es útil o no." Se nos dice que pidamos a nuestro Maestro Interior que oriente nuestro pensamiento respecto de cualquier idea y de cómo usarla en nuestra vida. En el mundo iluminado, continuaremos renunciando al cuerpo. 
Pero la experiencia de la muerte será muy diferente. Está escrito en «El canto de la oración», un complemento de Un curso de milagros:  «Esto es lo que debería ser la muerte: una tranquila opción hecha con júbilo y con un sentimiento de paz, porque el cuerpo ha sido usado amorosamente para ayudar al Hijo de Dios en su camino hacia Dios. Damos las gracias al cuerpo, pues, por todos los servicios que nos ha prestado. 
Pero estamos agradecidos también de que no haya necesidad de andar por el mundo de límites, ni de alcanzar al Cristo de manera indirecta y de verlo claramente, a lo sumo, en bellos destellos. Ahora podemos contemplarlo sin velos que Lo cubran, en la luz que nuevamente hemos aprendido a ver. Lo llamamos muerte, pero es libertad. 
No adquiere la forma de algo dolorosamente arrojado sobre la carne mal dispuesta, sino de una dulce bienvenida a la liberación. Si ha habido verdadera curación, esta puede ser la forma que adquiera la muerte cuando sea el momento de descansar por un rato de una labor gustosamente realizada y gustosamente concluida. Ahora nos dirigimos en paz hacia una atmósfera más libre y un clima más suave, donde no es difícil ver que los regalos que hicimos fueron guardados para nosotros. Porque el Cristo ahora es más transparente; Su visión es más constante en nosotros; Su voz, la palabra de Dios, es más indudablemente la nuestra. Este tranquilo pasar a una plegaria más elevada, a un bondadoso perdón de las costumbres de la tierra, sólo puede ser recibido con agradecimiento.» 
Una vez leí algo sobre una antigua religión japonesa que celebraba la muerte de las personas y se dolía cuando nacían. 
Se entendía que el nacimiento significaba que un espíritu infinito era forzado a entrar en un foco finito, mientras que la muerte significaba la liberación de todos los límites y la libertad de vivir plenamente la gama entera de posibilidades que nos ofrece Dios en Su misericordia. La vida es mucho más que la vida del cuerpo: es una infinita expansión de energía, un continuo de amor en innumerables dimensiones, una experiencia psicológica y espiritual independiente de la forma física. Siempre hemos estado vivos y siempre lo estaremos. Pero la vida del cuerpo es una importante escuela. Es nuestra oportunidad de liberar al mundo del infierno. «Dios amado, hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo.»

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)


Capitulo X (Segundo Escrito)
EL PENSAMIENTO SANO
«Sanar, por consiguiente, es una manera de aproximarse al conocimiento pensando de acuerdo con las leyes de Dios.»
Hay una fuerza de sanación dentro de cada uno de nosotros, una especie de médico divino instalado en nuestra mente y en comunicación con cada célula de nuestro ser.
Esta fuerza es la inteligencia que dirige el sistema inmunitario. Su presencia se nos manifiesta cuando nos hacemos un corte en un dedo o nos rompemos una pierna. 
¿Qué es esta «inteligencia divina» y cómo se la pone en acción? "La Expiación libera por completo el poder creativo de la mente." «Jesús salva» significa «el amor sana la mente». ¿Cómo sanó Jesús al leproso? Perdonándolo. Se situó en medio de la ilusión y sin embargo sólo vio la verdad tal como Dios la había creado. 
Él sanaba mediante la corrección de la percepción.
Cuando se detuvo enfrente del leproso, no vio la lepra. 
Extendía su percepción más allá de lo que le revelaban los sentidos físicos, hasta la realidad tal como se la ve a través de la visión del Espíritu Santo. Dentro del leproso estaba el Hijo de Dios, perfecto, inalterable, inmutable. 
El espíritu está eternamente sano. El espíritu no puede enfermar y no puede morir. Jesús veía como ve Dios. Aceptaba la Expiación para sí mismo. No creía en la lepra. 
Como todas las mentes están conectadas, en su presencia el leproso dejó de creer en la lepra, y por eso sanó.
 En Un curso de milagros Jesús, que es el símbolo personal del Espíritu Santo, dice: «Tu mente y la mía pueden unirse para desvanecer con su luz a tu ego». Pedir al Espíritu Santo que nos sane cuando estamos enfermos significa pedirle que sane los pensamientos que desde nuestro interior dan origen a la enfermedad. 
Hace varios años, cuando acababa de empezar a dar conferencias sobre Un curso de milagros, tuve tres accidentes de coche en los cuales me chocaron por detrás en la autopista. 
En cada caso, había «entregado» la experiencia inmediatamente, recordando que no estaba sometida al efecto de los peligros mundanos, y no sufrí herida ni daño alguno.
 Más o menos una semana después del último accidente, me resfrié, y la garganta me dolía mucho. Era un viernes por la tarde, y tenía que dar una conferencia a la mañana siguiente. 
Me sentía muy mal. Había quedado en reunirme después del trabajo con mi amiga Sarah. Como me sentía tan mal quise cancelar la cita para irme a casa a acostarme, pero cuando llamé al despacho de Sarah me dijeron que ya se había ido y que no volvería hasta el día siguiente. No me quedaba otro remedio que ir al café, y mientras lo hacía me concentré en sanarme la garganta. Deseaba desesperadamente poder ver a un médico que me recetara un antibiótico llamado eritromicina que siempre me había resuelto ese problema de garganta, pero como hacía poco que vivía en Los Ángeles todavía no conocía a ninguno. 
Recurrí al Curso. «¿Cómo sucedió esto?», pregunté. «¿Dónde se desvió mi pensamiento de la verdad? ¿Dónde se equivocó mi percepción?» Recibí la respuesta tan pronto como la pedí, y me sacudió como un rayo. Aunque había aplicado el principio en relación con el accidente mismo, había «cedido a la tentación» inmediatamente después. ¿De qué manera? No es nada normal tener tres accidentes seguidos, y todos mis amigos y conocidos habían venido a visitarme para ver cómo estaba. 
Me imponían las manos, me frotaban suavemente el cuello y la espalda, me preguntaban si me había visto algún médico y me inundaban de gentilezas. Su dedicación me hacía sentir bien. Estar enferma hacía que la gente me quisiera más. 
En vez de responder inequívocamente «Estoy bien», el «Estoy bien» era un poco más tímido, como para que no dejaran de frotarme el cuello. 
Me había hecho cómplice de la idea de mi vulnerabilidad física para así obtener los beneficios adicionales del amor y la dedicación. Pagué un alto precio por mi «pecado», es decir, por la falta de amor con que me percibía. 
Estaba equivocada: me veía a mí misma como un cuerpo y no como un espíritu, es decir, más bien con desamor que con amor. Al optar por creer que era vulnerable, aunque fuera por un instante, me volvía vulnerable. De ahí mi dolor de garganta. «¡Magnífico!», pensé. «¡Ya lo tengo!» -Dios -dije-, comprendo perfectamente cómo sucedió. 
Retorno con la mente al momento de mi error y lo entrego a la Expiación. Vuelvo atrás. Te pido que sanes mi percepción y me liberes de los efectos de mi pensamiento erróneo. Amén. 
Cerré los ojos ante el semáforo en rojo mientras decía mi plegaria y esperé sin la menor duda verme libre del dolor de garganta cuando volviera a abrirlos. Terminada la plegaria, abrí los ojos. La garganta me seguía doliendo, y no era eso lo que esperaba. Más deprimida que nunca, entré en el café donde tenía que encontrarme con mi amiga y me senté en la barra. 
En el otro extremo de la barra había un hombre que me miraba como con ganas de flirtear. No era mi tipo ni mucho menos. 
Lo miré como diciéndole: «Si sigues mirándome así, amigo, eres hombre muerto». El camarero me preguntó qué deseaba tomar. Respondí en un susurro ronco: -Quiero leche caliente con coñac y un poco de miel. Desde el otro extremo de la barra, el hombre siguió los movimientos del camarero, que me trajo lo que le había pedido. -¿Qué es lo que va a hacer? -me preguntó. 
Yo no quería hablar con ese hombre. Quería que se fuera. 
Pero una vez que el Curso se te ha metido dentro, nunca vuelves a tener pensamientos mezquinos sin sentirte culpable.
 «Es tu hermano, Marianne», me dije para mis adentros.
 «Es un inocente hijo de Dios. Sé amable.» Me suavicé. 
-Trato de prepararme una bebida caliente porque me duele mucho la garganta -le contesté. 
Bueno, para empezar, esa no es la manera de prepararse una bebida caliente -me dijo-, y además, no es lo que necesita, sino un poco de penicilina, probablemente. -Es verdad -admití-. Un poco de eritromicina me haría bien, pero acabo de llegar a Los Ángeles y no conozco ningún médico que me la pueda recetar. 
El hombre se levantó y se acercó a mí. Puso una tarjeta de crédito sobre la barra e hizo una seña al camarero. -Venga, vamos aquí al lado, que yo le puedo conseguir eritromicina -me dijo. 
Lo miré como si estuviera loco, pero también me fijé que en la tarjeta de crédito decía «Dr.». -¿Qué hay aquí al lado? -le pregunté. -Una farmacia. Y así era. 
Entramos en la farmacia de al lado y mi nuevo amigo el doctor me recetó la medicina que necesitaba. Después de meterme una pastilla en la boca, me quedé en éxtasis. -Usted no lo entiende -le dije, prácticamente dando saltos-, ¡pero esto es un milagro! 
Recé pidiendo sanar, y corregí mis pensamientos, pero el Espíritu Santo no podía darme una sanación instantánea porque todavía no estoy lo suficientemente adelantada para recibirla, pondría en peligro mi sistema de creencias, de modo que tuvo que entrar en mi nivel actual de entendimiento, y ahí estaba usted, ¡pero si no le hubiera abierto mi corazón jamás habría podido recibir el milagro porque no habría estado abierta! 
Me entregó su tarjeta. -Señorita, aquí tiene mi número de teléfono -me dijo-. Soy psiquiatra y hace veinticinco años que no receto un antibiótico. Pero, créame, haría bien en llamarme.
Tal como le dije al buen doctor, pedí ser sanada de mis percepciones erróneas, es decir, acepté la Expiación, pero la sanación sólo podía entrar en el nivel de mi receptividad. 
El Curso nos dice que el Espíritu Santo se aparta en presencia del miedo. A la mayoría de nosotros, si se nos sanara instantáneamente una pierna rota al oír la palabra «Jesús», la sanación nos parecería mas deprimente que la herida, porque, si tal cosa es posible, eso significa que el mundo entero es diferente de lo que creemos que es. 
Renunciar a nuestra limitada concepción del mundo, que experimentamos como una especie de seudocontrol, representa para nosotros una amenaza mayor que una pierna rota. 
Algunas personas, dice Un curso de milagros, preferirían morir antes que cambiar de opinión.
 El Espíritu Santo encuentra maneras de expresar Su poder mediante procedimientos que podemos aceptar, y la medicina es uno de ellos. En Alcohólicos Anónimos se dice: «Cada problema trae su propia solución».
 La crisis trae su solución porque nos pone de rodillas, nos vuelve más humildes. Si hubiéramos estado de rodillas desde el principio, si hubiéramos puesto el poder de Dios por delante del nuestro y el amor por delante de nuestras ambiciones personales, nuestros problemas no habrían aparecido. 
Una epidemia como el sida constituye una angustia colectiva que arrastra en su doloroso torbellino a millones de personas. 
Pero esto también significa que pone de rodillas a millones de personas. Tan pronto como seamos bastantes los que estemos de rodillas, tan pronto como el amor llegue a un número crítico de individuos o, como dice el Curso, tan pronto como suficientes personas estén dispuestas a aceptar la posibilidad del milagro, habrá un súbito avance de la conciencia: un éxtasis, una sanación instantánea. 
Será como si millones de nosotros nos detuviéramos ante una luz roja, reconociendo nuestra falta de amor y pidiendo ser sanados. Cuando se encuentre finalmente la cura del sida, otorgaremos premios a unos cuantos científicos, pero muchos de nosotros sabremos que millones y millones de plegarias ayudaron a que sucediera.


SALVAR LA MENTE, SALVAR EL CUERPO.
«Lo único que cura es la salvación.» 
La experiencia de la enfermedad es una llamada hacia una vida auténticamente religiosa. 
En este sentido, para muchas personas es una de las mejores cosas que jamás les hayan pasado. Uno de los problemas de la enfermedad es que nos tienta fuertemente a obsesionarnos con el cuerpo en el momento mismo en que más necesitamos concentrarnos en el espíritu. 
Para invertir esta tendencia se necesita disciplina espiritual. 
La práctica espiritual es un ejercicio mental y emocional, y su forma de funcionar no difiere de la del ejercicio físico. 
Por medio del trabajo espiritual intentamos poner en forma nuestra musculatura mental. Si logramos tan poco, dice Un curso de milagros, es porque tenemos la mente indisciplinada. Entrenar la mente para que piense desde una perspectiva de amor y fe es el mejor regalo que podemos hacer a nuestro sistema inmunitario, y uno de los mayores desafíos mentales que nos podemos plantear. Cambiar de vida puede resultar difícil. Para una persona a quien le han diagnosticado una enfermedad, cambiar es un imperativo.
Si antes solía comer alimentos malsanos, ahora debe comerlos sanos. Si tenía la costumbre de fumar, beber alcohol o dormir poco, debe cambiar esos hábitos. Y si su mente acostumbraba a correr instintivamente en la dirección del miedo, la paranoia y la agresividad, ahora debe hacer todo lo posible por acostumbrarla a pensar de otra manera. 
La conexión cuerpo-mente podrá ser nueva para la ciencia occidental, pero no lo es para la medicina oriental ni para dominios como la religión y la filosofía. 
El cuerpo tiene una inteligencia propia. Como escribe Deepak Chopra en Quantum Healing: «La vida misma es inteligencia montada sobre una base química, pero no debemos cometer el error de pensar que el jinete y el caballo son lo mismo». 
En el modelo de curación tradicional en Occidente tratamos de conseguir que el caballo vaya en una dirección nueva, sin pensar en la posibilidad de tener una conversación con quien lleva las riendas. 
Una idea espiritual e integral de la sanación incluye el tratamiento no sólo del cuerpo, sino también de la mente y el espíritu. Como escribe Chopra: «Últimamente hemos llegado a un cambio espectacular en nuestra visión del mundo. 
Por primera vez en la historia de la ciencia, se ha puesto de manifiesto que la mente cuenta con una base visible. 
Antes de esto, la ciencia declaraba que éramos máquinas físicas que de alguna manera aprendieron a pensar. 
Ahora empezamos a ver que somos pensamientos que han aprendido a crear un mecanismo físico». 
El amor cambia nuestra manera de pensar en la enfermedad. 
La enfermedad proviene de la separación, dice el Curso, y la sanación proviene de la unión. Es evidente que la gente odia el cáncer y el sida, pero lo que menos necesita hacer un enfermo es odiar algo relacionado consigo mismo. 
La sanación es el resultado de una percepción transformada de nuestra relación con la enfermedad, en la cual respondemos al problema con amor y no con miedo. 
Cuando un niño le muestra a su madre que se ha hecho un corte en el dedo, ella no le dice: «Qué corte más feo». Le besa el dedo, se lo acaricia con amor, y de este modo, inconsciente e instintivamente, activa el proceso de sanación. 
¿Por qué habríamos de pensar de otra manera frente a las enfermedades críticas? El cáncer, el sida y otras dolencias graves son manifestaciones físicas de un clamor psíquico, cuyo mensaje no es «Odiadme», sino «Amadme». 
Si me pongo a gritar, la persona que tengo delante puede reaccionar de dos maneras: ponerse también ella a gritar, diciéndome que me calle, lo cual tenderá a hacer que yo grite más, o decirme que le preocupa lo que siento, que me quiere y que lamenta que me sienta así, lo cual tenderá a tranquilizarme. Esas son también nuestras dos opciones con las enfermedades graves. No se curan atacándolas; de este modo sólo se consigue que «griten» más. 
La sanación proviene de entablar una conversación con nuestra enfermedad, intentando entender qué trata de decirnos. 
El médico procura entender el código químico que utiliza la enfermedad. 
El metafísico procura entender qué trata de decirnos. 
De Lucifer se dice que antes de su «caída» era el más hermoso de los ángeles. En La guerra de las galaxias, sabemos que Darth Vader ha sido antes una buena persona. 
La enfermedad es amor convertido en miedo; es nuestra propia energía -destinada a ser nuestro apoyo- vuelta en contra de nosotros mismos. La energía es indestructible. Nuestra misión no es matar la enfermedad, sino encauzar su energía en la dirección de donde vino: volver a convertir el miedo en amor. 
La visualización se ha convertido en una técnica popular para el tratamiento de enfermedades graves. 
La gente suele visualizar un comecocos o un soldado con una metralleta que se dedica a destruir las células malignas o el virus. Pero podemos encararlo desde el lado del amor. Imaginarnos, por ejemplo, que bajo la máscara de odio de Darth Vader se oculta un hombre con un auténtico corazón. 
He aquí algunas visualizaciones comprensivas: 
Imagínate el virus del sida como si fuera Darth Vader, y despójalo de su aspecto siniestro para dejar aparecer un ángel. Visualiza las células cancerosas o el virus del sida en todo su horror, y después observa cómo una luz dorada, o un ángel, o Jesús, los envuelve y los transforma en pura luz. 
Como dijimos antes, alguien que grita responde mejor al amor, y cuando se calma, es cuando deja de gritar. En mi trabajo he usado una técnica que me parece muy interesante: la gente escribe una carta al sida o al cáncer o a cualquier enfermedad que tenga y le dice todo lo que siente. 
La carta empieza, por ejemplo, así: 
Querido cáncer: Esto es lo que sinceramente siento. .... .... Firmado Ed. Y después escribimos la respuesta del cáncer a Ed: Querido Ed: Esto es lo que sinceramente siento. .... .... Firmado Cáncer. 
Las siguientes cartas fueron escritas en uno de los talleres que dirigí con enfermos de sida: Querido sida: Yo te odiaba. Estaba confundido y me asustaba aceptar la idea de la muerte y la enfermedad. Creía lo que decían los periódicos, la televisión y los médicos, creía en todo el miedo que otros intentaban diariamente meterme dentro. Sin embargo, hoy, tres años y medio después, me encuentro con que no estoy muerto, e incluso, a pesar de todos estos problemas de salud, con que estoy más vivo que nunca. 
He crecido gracias a tu aparición en mi vida. Tú me has dado una razón para vivir y por eso te amo. Mis amigos están enfermos o muertos, pero yo no soy ellos.
Soy yo. Y no me siento amenazado ni asustado por algo que una vez fue mi enemigo y que ahora se ha convertido en mi fuerza. Steve. Querido Steve: Si yo estuviera, como dicen, empeñado en liquidarte, ¿no te parece que a estas alturas ya estarías muerto? Yo no puedo matarte, enfermarte ni hacerte daño. 
No tengo cerebro, ni fuerza bruta ni un gran poder de destrucción. No soy más que un virus. 
Tú me das el poder que deberías dar a Dios. Yo tomo lo que puedo porque no quiero morir, como tampoco lo quieres tú. 
Sí, vivo de tus miedos, pero muero de tu paz interior, tu serenidad, tu sinceridad, tu fe y tu deseo de vivir. 
Cordialmente, El virus del sida. 
Querido sida: Tengo tanto miedo de morir joven. Tengo tanto miedo de ir al hospital y de que me llenen de agujas y otras cosas. Tengo tanto miedo del dolor. ¿Por qué nos haces esto a mí y a mis amigos? ¿Qué te hicimos para que te enfurecieras con nosotros y quieras dañarnos? Si tratas de decirnos algo, ¿no puedes hacerlo de otra manera? Echo de menos a mis amigos. ¿Por qué tuviste que matarlos? ¿Por qué tuviste que causarles tanto dolor? 
A veces estoy furioso contigo, pero en este momento no. Solamente estoy triste, y confundido. 
No sé qué hacer para calmarte. Hasta ahora me has dejado tranquilo; pero, ¿por qué, y hasta cuándo? John es una persona tan dulce. ¿Por qué tiene que sufrir? Si lo que quieres es amor, podemos amarte. Si tienes alguna duda, fíjate en el amor que ha generado esta enfermedad. Por favor, contéstame pronto. 
Dinos qué es lo que quieres. Tengo la sensación de que no nos queda mucho tiempo, pero estoy dispuesto a escucharte y a aprender. Gracias. Carl. 
Querido Carl: Yo no entiendo esto mejor que tú. Mi intención no es haceros ningún daño, ni a ti ni a las personas que amas. Simplemente intento sobrevivir, como tú, de la mejor manera que sé. Lamentablemente, termino haciendo daño a la gente. 
Lo único que yo quiero es amor, igual que tú. Grito, pero parece que nadie me oye. Quizá si tratamos de escucharnos el uno al otro y de dialogar, podamos encontrar una manera de existir en paz sin hacernos daño. 
Ahora mismo, siento como si lo único que tú quisieras fuera destruirme, en vez de enfrentarte con lo que sea que haya dentro de ti y que me ha traído aquí. Te ruego que no me odies ni trates de destruirme. Ámame. 
Hablémonos y escuchémonos el uno al otro e intentemos convivir en paz. Gracias. Sida. 
Querido VIH: Hace algo más de once años que apareciste por la ciudad, y desde entonces todo ha cambiado. Mucha gente se ha ido por tu causa, y realmente los echo mucho de menos.
Ha habido mucho dolor y sufrimiento. En un nivel consciente, nadie te quería. Ya hace largo tiempo que trato personalmente contigo. Por los años 87 y 88, casi pudiste conmigo. 
Pienso que tal vez te gustaría saber que ahora ya es 1991 y yo todavía ando por el mundo y tú también. ¿No es hora de que terminemos con esta estupidez y nos hagamos amigos? 
Dejemos atrás el pasado y sigamos avanzando juntos. 
He intentado amarte lo mejor que puedo, pero a veces me resulta verdaderamente difícil. Por favor, seamos amigos y hagamos las paces. Con cariño, Paul. 
Querido Paul: De acuerdo. Con amor, VIH. Querido sida: ¡Realmente estoy harto! ¿Por qué he de preocuparme por ti y por la muerte si no tengo más que veintiséis años? Quiero saber si estaré vivo para la reunión de ex alumnos de dentro de diez años, pero quizá sea pedir demasiado. 
También estoy harto de preocuparme por si cada resfriado que atrapo o cada alteración del sueño que experimento no será una señal de que se acerca el fin. Estoy cansado de preocuparme por si los demás lo descubren. Vete de mi cuerpo. ¡No quiero tenerte conmigo! Eso es todo. Russ.
Querido Russ: Ni tú ni yo sabemos cómo llegamos a estar juntos, pero lo estamos. Me encantaría irme, pero esa puerta de salida yo no la puedo abrir. Piensa que te he dado una visión de la vida y de la muerte en la que a la gente de tu edad nunca se le ocurre pensar. Trabaja conmigo, que juntos superaremos esto. Sida. Querido sida: Yo, como tantas otras personas, he soportado mucho dolor y pasado por muchos cambios, tanto físicos como mentales. 
Y ahora, dentro de mí, en gran parte me siento enfurecido y triste. Todo es como una enorme pesadilla. Sí, algo debo de haber hecho para contraer esta enfermedad. Pero qué duro es soportar semejante castigo. Debo decirte que no me gusta nada todo el dolor que he sentido por causa de esta peligrosa enfermedad, ni tampoco el sufrimiento mental que me causa. 
Pero rezo todos los días. Peter. 
Querido Peter: Estoy en tu cuerpo, y es verdad que soy un virus y que te he causado muchísimas molestias. Pero te aseguro que el poder de tu mente es muy importante. Tú sabes que si no fuera así, ya no estarías aquí. Sí, te he alterado la vida en muchos sentidos, pero algunos de éstos han sido positivos. Tu mente es mucho más poderosa que yo. Sida. 
Querido sida: Me revienta la incertidumbre. Pero te estoy agradecido por la llamada de atención que has representado en mi vida y en la de quienes me rodean. 
Tú me hiciste encontrar la fuerza que siempre tuve y ver el amor que eran capaces de demostrarme quienes me rodean. 
Tú nos hiciste aprender a todos a valorar cada día y la fuerza de que yo era capaz. Ya sé que insisto mucho en lo de la fuerza, pero la verdad es que me has fortalecido, porque cuando te encuentras con que el mayor miedo que tienes en la vida se hace realidad, y aun así puedes seguir adelante, al miedo ya no le quedan más fuerzas. Gracias por ayudarme a dejar de castigarme a mí mismo y a dejar de odiar lo que no era, y por hacerme amar lo que soy. Andrew. 
Querido Andrew: No hay de qué. Sida.
Querido virus del sida: Vete al infierno. Te has llevado al ser más querido de mi familia. Lo echo de menos y lo amaba y nunca se lo dije. ¿Por qué nos invades en plena juventud? ¿Por qué atacas con tal encarnizamiento? 
Aborrezco el dolor y la angustia que causas, pero de algún modo también hiciste aflorar lo mejor de Leo y de su familia. Inez. Querida Inez: Yo no hice aflorar ni lo peor ni lo mejor. Soy, y eso es todo. Y la forma en que vivís conmigo es cosa de cada uno de vosotros. Sida. 
A todas las personas que se enfrenten con una enfermedad grave, en sí mismas o en algún ser querido, les sugiero que consideren la posibilidad de empezar a escribir un diario en el que se «comuniquen» con la enfermedad. 
Ver la enfermedad como nuestro propio amor que necesita ser reivindicado es una visión de la sanación más positiva que verla como algo abominable de lo que debemos liberarnos. 
La energía no se puede destruir, pero sí se la puede transformar milagrosamente. Este milagro emerge de nuestros propios pensamientos, de nuestra decisión de desligarnos de la creencia en el miedo y el peligro, y de abrazar en cambio una visión del mundo que se base en la esperanza y el amor. Con intentarlo no se arriesga ni se pierde nada. 
«La Expiación es tan dulce, que basta que la llamen con un leve susurro para que todo su poder acuda con el fin de ayudarte y apoyarte.»
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