sábado, 6 de febrero de 2016

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)



Capito X

EL CUERPO
«El cuerpo no es el fruto del amor. Aun así, el amor no lo condena y puede emplearlo amorosamente, respetando lo que el Hijo de Dios engendró, y utilizándolo para salvar al Hijo de sus propias ilusiones.» 
EL PROPÓSITO DEL CUERPO
«Deja que el propósito del cuerpo sea sanar.»
En el mundo de los cuerpos, todos estamos separados.
En el mundo del espíritu, todos somos uno.
Tal como se afirma en el Curso, subsanamos la separación llevando nuestra conciencia de la "identificación con el cuerpo" a la "identificación con el espíritu.
Esto sana tanto el cuerpo como la mente.
Creemos que estamos separados porque tenemos un cuerpo, cuando en realidad tenemos un cuerpo porque creemos que estamos separados.
El Curso afirma que «el cuerpo es una diminuta cerca que rodea a una pequeña parte de una idea que es completa y gloriosa».
Pero eso no significa que sea algo malo.
Como a todo lo demás que hay en el mundo de la forma, la mente le atribuye propósitos de amor o de odio.
El ego se vale de él para mantener la ilusión de la separación: "El ego se vale del cuerpo para atacar, para obtener placer y para vanagloriarse".
El uso que hace el Espíritu Santo del cuerpo es para sanar esa ilusión: «En este sentido, el cuerpo se convierte ciertamente en el templo de Dios; Su voz mora en su interior dirigiendo el uso que de él se hace». La santidad del cuerpo reside en su potencial para la comunicación. Cuando se entrega al Espíritu Santo, el cuerpo se convierte en "una bella lección en comunión que tiene valor hasta que la comunión se consuma". El "Espíritu Santo nos pide que Le entreguemos nuestras manos, nuestros pies, nuestra voz, con el fin de que Él pueda usarlos como instrumentos para salvar al mundo". Ver el cuerpo como un medio por el cual el mundo se transforma, y no como un fin en sí mismo, es verlo de una manera saludable.
Ver el cuerpo como un fin y no como un medio, atribuirle propósitos egoístas o faltos de amor, es imponerle una carga para la cual no está hecho.
Se trata de un pensamiento enfermo que crea enfermedad en el cuerpo. Viviendo sobre esta tierra hemos aprendido a vernos como cuerpos. Un cuerpo individual es físicamente pequeño y vulnerable en relación con el resto del universo, de modo que, puesto que pensamos que somos cuerpos, nos vemos a nosotros mismos como pequeños y vulnerables.
Vivir comprendiendo que somos mucho más que cuerpos, que somos espíritus dentro de la mente de Dios, expande el nivel de nuestra conciencia y nos sitúa fuera de las limitaciones de las leyes físicas ordinarias.
Esta corrección de nuestra percepción, esta Expiación, es nuestra sanación. No es el cuerpo el que enferma, sino la mente.
Tal como se indica en el Curso, el que el cuerpo esté enfermo o goce de buena salud «depende enteramente de cómo lo percibe la mente, y del propósito para el cual la mente quiera usarlo».
No es el cuerpo sino la mente lo que necesita sanación, y la única sanación es volver al amor.
Nuestro cuerpo no es más que una pantalla en blanco sobre la cual proyectamos nuestros pensamientos.
La enfermedad es la materialización de un pensamiento sin amor. Esto no significa que toda la gente que está enferma haya pensado sin amor y las demás personas no.
Muchos grandes santos han contraído enfermedades incurables.
El desamor que produce enfermedad forma parte de un sistema, está entretejido con la conciencia racial.
En qué alma se manifiesta la enfermedad depende de muchos factores.
Digamos que un niño inocente muere de un cáncer cuya causa es la contaminación ambiental. ¿Dónde está el desamor en este caso?
El pensamiento carente de amor no proviene del niño, sino de todos nosotros, que a lo largo de los años vivimos sin respetar nuestro entorno, permitiendo que sustancias químicas tóxicas lo contaminen.
La enfermedad física del niño es un resultado indirecto de la enfermedad en la mente de otras personas.
Nuestros pensamientos de amor influyen en la gente en general y en situaciones que ni siquiera nos podemos imaginar, igual que nuestros errores. Como el límite de nuestras mentes no son los huesos del cráneo -ya que no hay ningún lugar donde una mente se acabe y empiece otra-, entonces nuestro amor influye en todo el mundo, y también nuestro miedo.
Tenemos una conciencia saludable de nuestro cuerpo cuando se lo entregamos al Espíritu Santo y le pedimos que lo use como un instrumento mediante el cual se exprese el amor en el mundo.
El Curso afirma que «el cuerpo es sencillamente parte de tu experiencia en el mundo físico. [...] No es nada mas que un marco para las posibilidades de desarrollo, lo cual no tiene nada que ver con el uso que se hace de ellas».
Un curso de milagro, dice que «la salud es el resultado de renunciar a todo intento de usar el cuerpo sin amor».
El uso del cuerpo para cualquier otro fin que no sea la expansión del amor es un pensamiento enfermo.
Está reñido con nuestra inteligencia natural, y el conflicto que genera se refleja en nuestro estado, tanto mental como emocional.
LA SALUD Y LA SANACIÓN
«El cuerpo no es la fuente de su propia salud.»
Un amigo me dijo una vez que no se nos castiga por nuestros pecados, sino que son nuestros pecados los que nos castigan.
La enfermedad no es un signo del juicio de Dios, sino de cómo nos juzgamos nosotros mismos.
Si Dios creó nuestra enfermedad, ¿cómo podríamos pedirle que nos sanara? Como ya hemos dicho, Dios es todo lo bueno.
Sólo crea amor; por consiguiente, la enfermedad no es una creación suya, es una ilusión, y en realidad no existe.
Forma parte de nuestro sueño mundano, de la pesadilla que nosotros mismos nos creamos. Lo que le pedimos a Dios es que nos despierte de ese sueño.
Cuando alguno de nosotros despierta, el mundo entero se aproxima más al Cielo.
Al pedir la sanación, no rogamos solamente por nuestra propia salud, sino también para que la idea de enfermedad desaparezca de la mente del Hijo de Dios.
Tal como se indica en Un curso de milagros: «Si la mente puede sanar el cuerpo, pero el cuerpo no puede sanar la mente, entonces la mente debe ser más fuerte que el cuerpo».
El perdón es la medicina preventiva fundamental y también la más sanadora. Sanamos el cuerpo al recordar que en realidad no somos el cuerpo.
Somos espíritus y no cuerpos, estamos eternamente sanos y somos incapaces de enfermar. Esta es la verdad sobre nosotros mismos, y siempre es la verdad lo que nos hace libres.
La enfermedad es un signo de nuestro alejamiento de Dios, y sanar es un signo de que hemos retornado a Él.
Volver a Dios es volver al amor.
En su libro Quantum Healing, el doctor Deepak Chopra cuenta una poderosa historia sobre la conexión entre el amor y la curación física: Un estudio sobre enfermedades cardíacas llevado a cabo en la década de los setenta en la Universidad de Ohio se realizó alimentando conejos con dietas muy tóxicas y altas en colesterol, a fin de bloquearles las arterias y repetir, de esta forma, los efectos que tiene una dieta así sobre las arterias humanas.
Se empezaron a observar resultados coherentes en todos los grupos de conejos salvo en uno, que extrañamente mostraba un sesenta por ciento menos de síntomas.
Nada en la fisiología de los conejos pudo explicar su elevada tolerancia a la dieta, hasta que por casualidad se descubrió que al estudiante encargado de alimentar a ese grupo de conejos le gustaba acariciarlos y mimarlos durante unos minutos antes de darles la comida; sorprendentemente, esto parecía bastar para que los animales se vieran mucho menos afectados por la dieta tóxica. En nuevos experimentos, en los que a un grupo de conejos se le trató deforma neutral mientras que a los otros se les demostraba cariño, se obtuvieron resultados similares.
Repitamos que el mecanismo que causa esa inmunidad es totalmente desconocido; asombrosamente parece que la evolución ha incluido en la mente del conejo una respuesta inmunitaria que necesita ser desencadenada por la ternura humana.
Hay estudios que demuestran que los pacientes de cáncer que participan en grupos de apoyo viven, como promedio, el doble de tiempo después del diagnóstico que quienes no lo hacen. ¿Cuál es este «factor psicoinmunitario» que la ciencia sabe que existe, pero que no sabe identificar? Es el amor, o Dios.
Dios no tiene ningún valor práctico si Lo percibimos como un simple concepto aislado, divorciado del poder de expresarse en lo físico. Sólo cuando Se expresa sobre la Tierra, Su amor, canalizado por los seres humanos -como en el caso del estudiante que acariciaba a los conejos o en el de los grupos de apoyo donde se crea un espacio para que aumenten la compasión y la comprensión-, puede penetrar a través del velo de la oscuridad humana.
Durante los últimos años me han pedido consejo muchas personas con diagnóstico de cáncer, sida y otras enfermedades potencialmente mortales.
En 1987 pregunté a mi amiga Louise Hay si me ayudaría a iniciar una organización sin fines de lucro dedicada a prestar apoyo a personas con graves problemas de salud.
Su nombre es The Los Ángeles Center for Living. En 1989 se inauguró en Nueva York el Manhattan Center for Living.
La misión de estos dos centros es proporcionar un apoyo no médico gratuito a personas que se enfrentan con enfermedades y aflicciones que ponen en peligro su vida.
En ambas costas, la del Pacífico y la del Atlántico, hemos visto los milagros que se producen cuando la gente sumida en la enfermedad y el dolor invoca el poder del amor.
«Para sanar no busques al dios de la enfermedad -dice el Curso-, sino solamente al Dios del amor porque sanar es reconocerlo a Él.» En el modelo médico tradicional de Occidente, el trabajo de un sanador es atacar la enfermedad. Pero si la conciencia de ataque es el problema fundamental, ¿cómo puede ser la respuesta fundamental?
El trabajo de un obrador de milagros no es atacar la enfermedad, sino estimular las fuerzas de sanación naturales.
Dejemos de centrarnos en la enfermedad para fijarnos en el amor que hay detrás.
Ninguna dolencia puede disminuir nuestra capacidad de amar. ¿Significa esto que es un error tomar medicinas? De ninguna manera.
Un curso de milagros nos recuerda que el Espíritu Santo entra en nuestra vida en el nivel de conciencia que tenemos en cada momento. Si creemos que el doctor con su bata blanca puede sanarnos con la píldora que nos da, debemos tomarla, dice el Curso. Pero la sanación no viene de la píldora, sino de nuestra fe.
Los estudios sobre el cáncer han demostrado que las cifras de recuperación en los pacientes que optan por el tratamiento médico tradicional y las de los que escogen un camino más holista (integral) son aproximadamente iguales.
Esto es perfectamente coherente, porque en ninguno de los casos la recuperación es el resultado del tratamiento.
Lo que activa su poder de sanación es la interacción mental y emocional del paciente con su tratamiento.
Yo he coordinado grupos de apoyo para personas que luchaban con enfermedades potencialmente mortales, y a veces durante toda la sesión sólo de paso se mencionaba la enfermedad.
No participamos en tales grupos para acercarnos más a nuestra enfermedad, sino para acercarnos más al poder de sanar que albergamos, dentro de nosotros.
Muchos de los problemas con que nos enfrentamos cuando estamos enfermos son los mismos con que de una manera u otra nos enfrentábamos cuando estábamos sanos, pero hasta que enfermamos no nos ocupamos de ellos.
La vida no sólo sigue adelante cuando estamos enfermos, sino que además se vive con mayor intensidad.
Básicamente, tendemos a manejar la enfermedad de la misma manera que manejamos todo lo demás en la vida. Debemos evitar la tentación de verla como un bloqueo de nuestra capacidad de encontrar a Dios, y usarla en cambio como un trampolín desde el cual saltar para arrojarnos en Sus brazos.

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