sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: CAPITULO 25.- EN EL DESIERTO DE NEGUEV


Al día siguiente, todos se juntaron en casa de Sara a desayunar. Durante la noche había habido una fuerte tormenta, pero era tanto el agotamiento que tenían encima, que ni se enteraron. Después del desayuno, y una vez que Micael y Raquel les entregaron a sus hermanos los regalos comprados en Jerusalén, ésta les contó un sueño tenido en la noche, y que le había impactado mucho.
                               
- Os he de decir, muchachos, que en este sueño también estabais vosotros. Ibais por delante de mí, solo que unos Hermanos nos llevaban a cada uno a un sitio diferente de una gran nave...
- ¡Pues nosotros no hemos soñado nada esta noche... pero cuenta ya, mujer...!

- La experiencia la recuerdo desde el momento en que en las cocinas de ambas casas aparece una puerta dimensional, las atravesamos y nos encontramos instantáneamente en una nave. Una vez allí aparecen varios hombres, muy altos y vestidos de blanco, nos abrazan por los hombros y nos acompañan a distintos sitios, pero siempre dentro de la nave.
A mí me llevan a una sala pequeña circular. En el medio había lo que me pareció una mesa cilíndrica, no muy grande,  que se elevaba del suelo unos cincuenta centímetros. Pero a mí me sentó en una silla muy mullida que se encontraba bastante alejada de la mesa. Esa silla tenía en su lado derecho un soporte, muy parecido al de los asientos de los institutos. El se quedó delante de mí, de pié y comenzó a intervenirme. Primero me cogió la mano derecha y retuvo en su mano mis dedos índice y corazón. Con un instrumento me perforó las yemas de los dedos, pero no sentí ninguna molestia. A continuación me los unió con un cordón elástico transparente, introduciéndome sus bordes en los orificios de ambos dedos. Y así estuvimos un buen rato.

El observaba mi mano y yo le observaba a él. El me miró, me sonrió y me explicó que aquello que me estaba haciendo me ayudaría en un futuro con la energía, que aquéllos dos dedos eran canales muy sensibles y muy importantes para canalizarla bien.
Luego preparó una jeringuilla... ¡que para qué os cuento...! ¡Daba terror! No os exagero cuando os digo que contenía unos doscientos mililitros de una sustancia blanca, y el terror fue mucho mayor cuando me dijo que tenía que inyectármela en la cabeza. Entonces él me dijo serio:
- ¡Pero si ya sabes que es necesario!
- ¡Sí, lo sé, como también se que no me va a doler...pero es que vaya inyección!
- Tendrás molestias a nivel general durante un tiempo, pero es imprescindible hacerlo para el presente futuro que se te avecina. Tienes que estar preparada para esa energía.

Y dicho esto, en la parte más alta de la frente, donde empieza ya el cuero cabelludo, me la inyecta lentamente. Noto una gran presión en mi cerebro y en mis ojos, pero poco a poco se va diluyendo. Y ahí termina el sueño.

- Mi amor, el hecho de que nosotros no recordemos haber pasado esta experiencia anoche, es porque ya sucedió. Tú simplemente la has recordado hoy. Jhoan y yo la tuvimos hace nueve años, más o menos.
- ¡Y yo también... no me acuerdo del tiempo que hace, pero así fue! Contestó David.
- Y yo esa experiencia la tuve de niña, creo que fue un año antes de entrar en el instituto. Contestó Salomé.
- Mi amor, tu en el sueño... ¿cómo te ves?
- No me veo en ningún momento. Solo le veo a él. Solo se que le tengo pánico a esa inyección...
- ¿Les tienes miedo ahora a las inyecciones?
- ¡No, para nada! Ha sido el pan de cada día durante muchos años...
- ¿Y la mano...? Tú llegas a vértela... ¡mírala ahora! ¿Notas alguna diferencia entre las dos?
- ¡Pues hombre... ahora que lo dices... la mano del sueño es más fina, mucho más delgada que la que tengo ahora y... llevaba un anillo que hace muchos años perdí!
- Mi amor, probablemente tuviste esta experiencia hace mucho tiempo, cuando eras más jovencita y todavía no habías tenido contacto con la medicina. De ahí tu miedo a la inyección. Si esta experiencia la hubieras tenido ahora, tu reacción hubiese sido distinta.
- Sí, pero... ¿por qué veo las puertas dimensionales en nuestras cocinas y os veo a vosotros?
- Tú tuviste la experiencia de niña y no has recordado nada hasta ahora. Pero también sabes que nosotros estamos en el mismo barco que tú, y tu consciencia sabía que nosotros habíamos pasado por la misma experiencia. Por eso, tú nos has visto en tu sueño. ¿Y el por qué has visto las puertas dimensionales en las cocinas? Pues lo único que se me ocurre es que tú sabes que entre nosotros hay dos grupos muy específicos con trabajos muy diferentes. Por un lado tú, Micael y yo, y por otro lado Salomé y Jhoan. Dos grupos diferentes, dos casas distintas y dos cocinas... ¿y por qué las cocinas...? Porque consideras que la cocina es la pieza esencial de la casa, la fuente de los alimentos, donde está el calor, donde se cocina, donde se mezclan los ingredientes... en definitiva, la única pieza de la casa donde constantemente se hace alquimia. Tú has recordado tu sueño, pero tu cerebro lo ha actualizado.
- ¡Pues sí… me encaja perfectamente, David! ¿Pero por qué he tardado tanto en recordarlo?
- No lo sé, Raquel, pero no es importante. Supongo que como pronto vas a ser un recipiente para una energía muy poderosa, ellos quieren que sepas que estás preparada, y que has sido guiada y cuidada siempre. Es una forma de infundirte valor. Quizás te han sentido dubitativa...
- ¡Pues un poco sí... y preocupada también...!
- ¡Pues ya ves que no tienes por qué...! ¡Te lo han dicho muy claro!
- Pero es que no solo ha sido ese sueño... ha habido más...
- ¡Pues cuenta de una vez...!

- Nada más terminar este sueño me desperté y bajé al baño, que fue cuando me topé con vosotros dos en el salón. Y cuando volví a dormirme es cuando me veo acompañada de un hombre, al que conozco mucho, pero no sé quien es, no le veo la cara, y los dos vamos por las calles de una ciudad subterránea.
Vamos paseando, lentamente, observando todo lo que hay a ambos lados de las calles. Pero hay algo que me atrae la atención y me desconcierta. La gente está inmóvil, parecen vivos, pero están como estatuas. Los colores existen, pero muy apagados. Yo llevo en la mano derecha algo sólido y pequeño, y lo hago coincidir con mis dedos índice y corazón. Muevo la mano hacia un lado y hacia otro, como si estuviera bendiciendo, y la gente recobra el movimiento y el habla, los colores su viveza original, las frutas de los puestos callejeros que estaban renegridas y arrugadas recobran su lozanía y vitalidad. Y ahí termina el segundo sueño.

Y el tercero viene a continuación, seguido. Veo que estoy con un grupo de siete a once personas. Hombres y mujeres. Es de noche. Pisamos arena y hace mucho calor. Sé que detrás nuestro hay una gran pirámide o un artilugio con una energía muy poderosa. La verdad es que estoy de espaldas y no lo veo. De repente, por detrás, a la altura del plexo solar, me atraviesa un rayo, y esa energía me sale por el pecho y por el dedo índice y corazón de cada una de mis manos. Lo mismo les sucede a los demás. Cuando nos tocamos entre nosotros, no pasa nada, pero cuando alguien nos toca y es ajeno al grupo, recibe una fuerte descarga y sale huyendo. Y ahí termina el tercer sueño.

- El segundo sueño tiene relación con la llave de la vida. ¡Eres poseedora de ella!
- ¡Pero David...! ¿Qué soy poseedora de la llave de la vida? ¿Pero sabes lo que estás diciendo?
- ¡Yo sí, Raquel! Pero no eres tú quien la posee, sino tu corazón. Tú, como ser humano, no eres consciente de lo que tu corazón está haciendo con ella. Y el hombre que te acompaña en el sueño, es sin duda alguna tu complemento, Micael.
- ¿Y el tercer sueño... el de la energía?
- ¡Guarda relación con el Arca! Y los dos sueños entre sí están entrelazados. Tú recibes esa energía del Arca, la canalizas a través de tu corazón, y es con la que devolverás la vida y la luz a los mundos subterráneos.
- ¡Es cierto, guardan relación!
- Te vuelvo a recordar mi amor lo que antes te ha dicho David... Posiblemente esas experiencias las has tenido hace tiempo y las recuerdas ahora con el objetivo de que estés tranquila y sepas que has sido controlada, preparada y apoyada desde que naciste.
- ¡No, si no tengo ninguna duda al respecto...!
- ¿Tienes que decirnos algo más, nenita?
- ¡Sí que todavía tengo un sueño que me muero... así que recojamos enseguida, y vayamos a darnos un buen baño!
- ¿Te has tomado el hierro, nena?
- ¡Sí, Salomé, ya lo he hecho!
. ¡Y tómatelo durante un tiempo...!
- ¡A la orden, doctora analista!


Y consagraron aquella tarde al ocio y al descanso, como los siguientes cuatro días. La mano de Micael mejoraba con las horas, y las heridas de los demás pasaron a ser simples arañazos sobre la piel. De nuevo recuperaron el equilibrio anímico y emocional, y se fueron preparando para el próximo viaje.


Han pasado ya cuatro días. Micael lleva su mano casi curada. Un vendaje muy ligero y pomadas cicatrizantes... pero debido al viaje que iban a comenzar al día siguiente, había tomado ciertas precauciones. Los demás estaban totalmente curados. Están preparando las mochilas, ropa, comida imperecedera, pero sobre todo zumos. Iban a pasar cinco días caminando bajo tierra, y la falta de sol había que intentar reemplazarla en parte con otro tipo de vitaminas. Estaba todo organizado. David era un experto en expediciones de alto riesgo, y no se le había pasado ni un solo detalle por pequeño e insignificante que fuera. Cenaron pronto y se retiraron.


Al día siguiente, a las seis de la mañana, salían en los dos coches rumbo a Be,er Sheva. Dos horas de trayecto si la circulación es fluida. Tardaron tres horas. Ya en la capital del Neguev, llevaron los coches a un aparcamiento y pagaron por adelantado quince días de estancia. Micael sabía de un taxista que llevaba a turistas temerarios a pleno desierto del Neguev siempre y cuando le pagasen bien. Y fueron a su oficina particular. Les atendió su esposa, pero les dijo que su marido estaba cubriendo un servicio y que tardaría como mínimo una hora. Le llamó por el móvil y confirmaron el servicio. Le esperarían. Mientras tanto, fueron a desayunar.

El taxista tardó media hora más en llegar, comprensible con los atascos de circulación que había a esas horas. Llegaron a un acuerdo en la tarifa, y cuando el hombre se refrescó un poco y llenó su depósito de gasolina, partieron hacia el desierto. Tres horas adentrándose por una carretera estrecha y sin asfaltar, con un calor agobiante y las ventanillas cerradas para que no entrase el polvo y la arena. No era de extrañar que aquél hombre cobrase unos honorarios tan elevados. ¡La verdad es que se los sudaba, y todavía le quedaba el regreso!

Por fin llegaron a la zona que le había indicado en el mapa Micael, pero antes de despedirse concretaron con él un día y una hora para que viniese a recogerles. Se le dio un anticipo, y el taxista asintió gustoso.
Y comenzaron su andadura por el desierto, y a Raquel y a David les venían imágenes y recuerdos del pasado. Habían andado unos kilómetros, cuando Micael se paró y les indicó una serie de rocas apiladas. Raquel creyó que lo hacía para que se sentaran, y así lo hizo. Micael se acercó a ella, y con mucho cariño le cogió del brazo y la invitó a que se levantara.

- ¡Mi amor... que nos tapas la puerta...!
- ¿Esta es la entrada?
- Este es el sitio, si... ¡David, acércame la llave! Y éste sacó de su bolsillo el trozo del madero. Micael lo cogió y con él fue acariciando la superficie de aquellos monolitos. Lo que iba buscando era la hendidura exacta por donde meterla.

- Micael... ¡mira...! aquí atrás hay un agujero un poco raro... podría ser lo que buscamos... Exclamó Raquel.

 Micael fue hacia su mujer, acercó el trozo de madera a aquel orificio, pero no lo metió hasta que no advirtió a sus hermanos de los pasos a seguir.

- Creo que la hemos encontrado, pero os advierto que en el momento en que la introduzca, el suelo donde se apoyan nuestros pies se hundirá. Iremos a parar a unos toboganes de arena que nos deslizarán a toda velocidad hacia el interior. Bajaremos unos doscientos metros. Taparos bien las cabezas para que no os entre arena por los ojos o por la boca. - ¿Entendido chicos...?
- ¡Muy claro, jefe! Exclamó Salomé animada y muy excitada.
- ¡En ese caso... adelante hermanos...!


Micael introdujo la astilla de madera en el orificio de la roca, y como ya había advertido, el suelo se hundió bajo sus pies y fueron tragados por la arena.
Estuvieron descendiendo unos minutos a gran velocidad, yendo a parar a lo que parecía un gigantesco depósito circular de arena. La caída fue brusca, pero la arena amortiguó el golpe. Y quedaron sentados sobre ella a la vez que observaban el lugar. A ras del suelo arenoso se levantaban 13 puertas situadas una al de la otra a la misma distancia. Cada una era de un tipo y estilo diferente. Las había de oro, de ricas maderas, de plata, de bronce y de hierro. Los diseños eran únicos, preciosos. Solo una de ellas abría el camino hacia el Arca. El coger una equivocada supondría perderse en unos laberintos y estar dando vueltas días y días hasta encontrar de nuevo la salida.

- ¿Y ahora hermano... qué hacemos? Preguntó Jhoan a Micael.
- ¡Debemos elegir todos la misma! Respondió Micael seguro.
- ¿Y tú David... no sabes cual es...? Preguntó Salomé suspicaz.
- ¡Sí, hermana, pero no puedo decirlo! Vuestra decisión esclarecerá si realmente sois los portadores de esa energía.
- ¡Pero nene... acaso no sabes que sí...! ¿A qué jugamos ahora?
- Salomé, esto es muy serio. ¡Claro que David lo sabe, ya que fue él quien lo diseñó para la seguridad del Arca! Pero no puede decirlo, aunque él esté seguro de que somos nosotros, no es él quien debe decidir. Contestó Micael a Salomé intentando clarificar y disculpar la incomprensible postura de David.
- ¡Entiendo...! Exclamó Salomé. Discúlpame, David.
- Ha sido lógica tu reacción, hermana. Lo único que se puede hacer ahora es elegir la puerta. Lo haréis cada uno a vuestra preferida, y su número lo grabaréis en la arena. Solo se escogerá aquélla votada por la mayoría. Yo debo mantenerme fuera de la votación.
- ¡Hermanos, que sea nuestro corazón el que elija! ¡No nos dejemos llevar por las apariencias! Sugirió con voz emocionada Micael.

 Todos comenzaron a observar las puertas, pero ninguno necesitó más de un minuto para hacer su elección. Los números quedaron grabados sobre la arena que había entre sus piernas. La primera en votar y en exponer el por qué de su elección fue Raquel.

- ¡Voto por la numero siete, la puerta de madera pequeña, y la ha escogido mi corazón porque es idéntica a la puerta de acceso a nuestra Casa Madre!
- ¡Y yo también escojo la misma, por el mismo motivo que Raquel! Contestó Micael.

Y tras la determinación de los dos, Jhoan y Salomé, en voz alta, dijeron el número siete como el elegido por ellos y por el mismo motivo que sus hermanos. Ni tan siquiera miraron a David para buscar en él una prueba de que su elección era la adecuada. Estaban totalmente seguros. Se levantaron del suelo, se acomodaron bien las mochilas y se dirigieron hacia la puerta numero siete. Micael la abrió, y cuando todos la hubieron franqueado, la volvió a cerrar.

- ¡Ya estamos dentro... y aunque no me habéis preguntado... tengo que deciros que vuestra elección ha sido la apropiada! Exclamó David serio.
- ¿Si no hubiera sido así... nos lo habrías dicho...? Y esta pregunta, nene... va sin coña...
- ¡No, Salomé, no os podría haber dicho nada, aunque hubiese seguido con vosotros y me habría perdido con vosotros también! ¡Pero antes que amigo vuestro, soy el Guardián de esta estancia!
- ¡Y gracias, nene, por habérnosla guardado tan bien!  Salomé besó a su querido amigo.
- Dinos, David... ¿alguna indicación antes de comenzar nuestra andadura?
- ¡Sí, claro que sí...! Tenemos por delante kilómetros de túnel. Observaréis que está minuciosamente cuidado, sin rastro de polvo ni malos olores. Tampoco hay vida animal. Y como ya habéis comprobado se respira bien y muy limpio, y esto tiene un por qué. Este túnel es una autopista por donde circulan fuertes líneas de energía, que tienen su origen en la gruta del Arca y viajan a lo largo y ancho del túnel. Como no tienen salida, cuando llegan aquí, retornan de nuevo. Si nosotros podemos sobrevivir aquí dentro es porque nuestros cuerpos han sido preparados genéticamente y energéticamente. Esta energía barre todo vestigio de vida animal y también humana si alguien hubiese conseguido entrar. Cuando abráis vuestras mochilas, comprobaréis que el agua y todos los alimentos que hemos traído, se han consumido, ¡no existen! porque aquí dentro no se necesitarán. Tan solo buenos pies para llegar al final del camino.

- ¡Pero David... si sabías todo esto...! ¿Por qué permitiste que llenáramos las mochilas con alimentos y zumos?
- ¡Mi querida Salomé... porque si hubiésemos elegido la puerta equivocada... los habríamos necesitado...!
- Ah ya... Y otra pregunta más...y me resulta muy embarazosa... ¿Y cuando tengamos necesidad de orinar o defecar...? ¡Está todo tan limpio que sería como un pecado ensuciar!

Y tras aquélla observación de la puntualísima Salomé, David se echó a reír.

- Por eso no te preocupes, hermana. Cuando sintamos necesidad, nos ponemos en la posición más cómoda y a disfrutar. Te aseguro que salga lo que salga de nuestro cuerpo, no llegará al suelo.
- ¡Por las energías, claro!
- ¡Exacto, hermanita!
- ¿Y cuantas horas podremos disponer para el descanso?
- Eso es mejor que lo responda Micael. El ya ha hecho este trayecto en astral.
- Tardaremos cinco días en llegar si solo dedicamos seis horas para descansar. A primera vista parece poco tiempo si lo comparamos con la cantidad de horas que estaremos andando, pero debido a la energía que nos rodea, es tiempo suficiente para recuperarnos. Cuando lleguemos al final del camino, nos encontraremos con unas dependencias preparadas para la ocasión, en las que podremos comer, asearnos y descansar antes de entrar en la gruta. Pasaremos allí dos días.
- ¿David, nos espera alguna sorpresita más? Preguntó Raquel a su amigo.
- Ya no, Raquel, ya he dejado de ser el Guardián, mi misión ya ha terminado. Ahora soy un receptor más como vosotros.
- ¡Bienvenido a la normalidad, hermano! Exclamó Micael riéndose y posando su mano sobre el hombro de David.
- ¿Crees realmente Micael que lo que estamos haciendo entra dentro de los parámetros de la normalidad? Preguntó David.
- ¡En nosotros sí, hermano, es del todo normal! ¿Qué… emprendemos ya la marcha?
- ¡Estamos preparados! Contestaron todos al unísono.
- ¡Pues adelante...!

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