sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: CAPITULO 18.- LA BODA


Se oyó un fuerte grito, y Micael y Raquel se despertaron a la vez sobresaltados. Las ocho y media de la mañana marcaba el despertador. Se pusieron las batas por encima y bajaron con rapidez las escaleras de caracol. Jhoan estaba allí, intentando liberar a Salomé de su interior. Esta, haciendo la cama para meterla de nuevo, le había dado accidentalmente con el pié a la palanca de balanceo, y ésta se había plegado automáticamente, atrapándola en su interior. Entre los dos hermanos la abrieron a pulso, dejando libre a la pobre Salomé, que a punto había estado de morir asfixiada.

Pasado el susto, y con los ánimos calmados, ella mismo se echó a reír, y Jhoan y Micael la siguieron, pero no así Raquel, que todavía temblaba del susto.
Ya despiertos los cuatro, se asearon, se prepararon y recogieron las habitaciones, y las dos chicas, antes de ir a casa de Sara, y con los dos hombres esperando en la calle, dejaron sobre la cama los trajes y el vestido de novia. Todo preparado para después.
Cuando llegaron a casa, todos estaban durmiendo, a excepción de David, que sin muleta, estaba sentado en el salón leyendo uno de los borradores que Micael tenía al lado del ordenador.
                

- ¡Buenos días, David! ¿Ya levantado? Preguntó Micael al entrar.
- No he podido dormir, así que me levanté y aproveché el tiempo leyendo estos apuntes tuyos.
- ¡Me parece muy bien, David!
- ¡Hola, David, buenos días...! Le saludó Raquel al entrar.


David, poniéndose de pié fue hacia su amiga, la miró y la abrazó con todas sus fuerzas. Fue un largo e intenso abrazo, en el que los dos amigos, en silencio, se dijeron muchas cosas.

- ¿Estás ya bien, cabeza buque?
- ¡Sí, Raquel, muy bien y feliz, y sin muleta...! Y si los demás se mosquean, que se mosqueen, que abran sus ojos de una puñetera vez. No pienso estar en tu boda simulando una cojera que ya no existe. Pero y vosotros... ¿qué pronto os habéis levantando, no...?


Y mientras los dos hermanos le contaban el suceso mañanero, las chicas, en la cocina, comenzaban a preparar el chocolate y a partir el pan. Fueron despertando por orden a los invitados, uno a uno, ya que solo había un baño.
Sara se levantó también, se aseó y se arregló, y hasta la hora del desayuno fue a casa de Efraim. Ese día, su ayudante, estaría con él para ayudarle en el oficio religioso, y le levantaría a la mañana. Pero Sara quería asegurarse de que todo iba bien. Dejó hecha su habitación, con orden expresa de que nadie entrara. Había extendido sobre su cama el traje de Micael, y no quería que nadie lo viese hasta la ceremonia, y mucho menos la novia, claro está.
Antes de irse les pidió a su hijo y a Raquel las alianzas que llevaban puestas. Tenía que llevarlas a la sinagoga el mismo Efraím.

Marcos, Josafat y Daniel, todos fueron preparándose y, haciendo tiempo para el chocolate, iniciaron una pequeña tertulia todos los hombres de la casa. Las chicas fueron preparando la mesa. Mantel blanco, vajilla artesana para ocasiones especiales y un ramo de flores frescas cogidas a la mañana en el jardín. Salomé conectó el casset y puso una de las cintas que se trajo de Madrid: el concierto de Aranjuez. Subió el volumen y su melodía invadió toda la casa.
Sara regresó y todos pudieron disfrutar del rico y energético desayuno. Pero Raquel fue a la cocina e hizo una cafetera. Ella, por lo menos, necesitaba tomar café. Estaba que se caía de sueño. Y tuvo que hacer tres cafeteras. Todos tomaron y repitieron.
Al finalizar, las dos amigas con Jhoan marcharon hacia Serena a prepararse. Los demás quedaron allí, a arreglarse y a apoyar al novio.



La comitiva del novio esperaba en la puerta de la sinagoga. Cuando vieron aparecer el coche que traía a Raquel, Efraím salió acompañado de su ayudante a su encuentro. El coche paró. La primera en salir fue Salomé, luego Jhoan, que era el que conducía, y por último la novia. Y los invitados y muchos del pueblo que se apuntaron al evento rompieron en exclamaciones de asombro y de sorpresa. Raquel, con un vestido blanco de seda, fiel estilo romano, ajustado a la cintura con un broche de plata, recto hasta los pies y unido por los hombros por unos complementos, también en plata y haciendo juego con el de la cintura. Iba cubierta con un velo azul oscuro transparente minado por diminutas estrellas plateadas que le llegaba hasta la cintura. En su mano derecha llevaba un ramo de flores.

Cuando Raquel miró a su marido, quedó sin respiración. Vestido con aquélla túnica blanca, con turbante azul celeste... parecía un dios. El tenía su mano izquierda metida dentro de la túnica. La miraba con unos ojos que a Raquel la hacían levitar. El trayecto del coche a la puerta de entrada lo hizo  casi volando. Se sentía fuertemente atraída hacia él, y su corazón quería avanzar más deprisa que sus pies. Cuando Micael la tuvo a su lado, sacó su mano con una rosa roja, y se la entregó a ella. Raquel, con lágrimas en sus ojos se la cogió, la llevó hacia el suyo y la besó. Le entregó el ramo de novia a Salomé, y caminó hacia el interior de la sinagoga con su marido y la rosa entre los dos.


La ceremonia fue muy emotiva y preciosa. En dos ocasiones hubo que pararla por el brote de tos de Efraím. Pero llegó por fin el momento en el que el rabí los unió como esposos para siempre: “Ante los ojos de Dios, y del mundo, sois esposos, y estaréis unidos hasta que la muerte os separe”.
Pero Raquel, con voz baja y dirigiéndose a su marido exclamó: “Y hasta que la muerte nos una para siempre”
Y dicho esto, y fuera ya de la ceremonia religiosa, Raquel se levantó el velo y cubrió también la cabeza de su marido. Le abrazó, y se besaron.

“¡Contigo para siempre, mi amor!” Exclamó Raquel susurrando a su marido. Y éste le respondió: “¡Soy tuyo, y tu eres mía, princesa!”

El rabí Efraím les dio a beber de la copa de vino de la que tomarían parte luego los padrinos y aquéllos invitados que lo desearan. Era un brindis por su felicidad. Al cabo del mismo, Efraím comenzó a dar palmas de júbilo, entonando un antiguo salmo del rey David, al que acompañaron todos los presentes de la sinagoga.

A la salida, jóvenes del pueblo les esperaban cantando y bailando danzas típicas de allí, y le ofrecieron a la esposa una cesta de uvas, y al novio una jarra de vino. Cuando terminaron aquélla actuación en su honor, Sara, como anfitriona, les dio una propina para que tomasen algo en honor de los recién desposados.
Después los saludos, los besos, las felicitaciones... todo el pueblo, viejos y nuevos vecinos, querían acercarse a los esposos. Pero Micael le guardaba una sorpresa más a Raquel. Así que, ayudado por su hermano, la llevó hasta el coche, y se dirigieron hacia el picadero. Elías les estaba esperando con Huracán. Micael la cogió y la ayudó a montarse sobre el caballo, y luego lo hizo él, y juntos, descendieron por el camino que llevaba a la playa.


- Mi amor, en un día como éste, deseaba que cabalgases conmigo.
- Micael, es un caballo muy joven... ¿ya aguantará el peso de los dos?
- ¡Sí, mi amor, ya lo hablé ayer con él, y estaba de acuerdo! ¡Eso sí... al galope, sería demasiado! Pero podemos ir dando un paseíto...
- Micael, mi amor... ¡soy muy feliz a tu lado! ¿Qué hago con esta rosa roja? No quiero que se marchite nunca.
- En el sueño, cuando te la entrego... ¿qué haces con ella?
- ¡Me la meto en el corazón y desaparece dentro de mí!
- ¡Pues hazlo!

Raquel se quedó pensativa. Su marido la miraba intensamente, le sonreía y con sus ojos la invitaba a que hiciera imperecedera aquélla rosa. Y al final se decidió. Besó la rosa, y respirando profundamente la acercó a su corazón y se fundió con ella. A pesar de lo vivido, de lo experimentado últimamente, de la consciencia sobre su marido y sobre ella... se quedó sorprendida.

- ¡Mi amor... creo que nunca me acostumbraré a esto! Para mí siguen siendo milagros.
-  ¡Y lo son, mi princesa, los milagros son los regalos del amor!
- ¿Qué... te está gustando el paseo?
- ¡Sí, mi amor!


 Micael la rodeó con sus brazos, y ella se volvió hacia él y le besó. Y Huracán, como si supiera del juego de amor, se paró y esperó. Solo el chasquido de una ola juguetona al chocar contra una de las piedras, se deshizo en mil gotas, que como una cascada de luz plateada cayó sobre los dos enamorados. Y fue el beso del mar lo que les hizo aterrizar de nuevo sobre Huracán, que con un relincho reanudó la marcha.

Al cabo de media hora dejaron a Huracán y fueron al encuentro de Jhoan que les esperaba en el picadero, y juntos marcharon al encuentro de los demás. Unas cuantas fotos de rigor con los familiares y amigos y para el restaurante.

La comida estaba prevista para las tres, y faltaba todavía una hora, pero ya estaba estudiado. En una salita, del mismo restaurante, habían preparado unas cuantas bandejas para picar durante el espectáculo. Porque era sabido que Raquel le iba a dedicar a su marido un recital, pero lo que sí fue una sorpresa para todos es que los dos hermanos iban a interpretar ciertas canciones hebreas ancestrales en honor a Raquel.

Jhoan, con un instrumento muy pequeñito parecido a un alud, y Micael con una pandereta, comenzaron a cantar. Para el resto de los invitados eran canciones desconocidas pero muy hermosas que acompañaban igualmente con palmas, pero para Raquel... aquellas melodías las conocía perfectamente, pero eran de otros tiempos. Raquel cerró sus ojos mientras las escuchaba, y marchó con la mente y el corazón a los tiempos de Camaleón. Y veía cómo Jhoan, entonces, con Jhasua y Tomás, los más gamberros del grupo, bailaban y cantaban al son de la pandereta al final del día en aquellos campamentos ambulantes que se organizaban cuando Jhasua iba de trabajo. En muchas de esas ocasiones ella, disfrazada de muchacho, se había sumado a ellos tres. Raquel, con sus ojos llenos de lágrimas y fuertemente emocionada, los abrió de nuevo, y vio que su marido, con la mano, le decía, mientras cantaba, que saliera con ellos. Y como si una mano invisible la empujara por detrás, la lanzó hacia el escenario improvisado y se puso a danzar como una loca. Al final todos acabaron bailando, incluso David, al que le importaba un bledo la cara de asombro de Marcos, Sara y demás invitados, al verle contonearse así.

Micael dejó cantando solo a su hermano, cogió a su mujer de la cintura y danzaron juntos. En aquéllos momentos era Camaleón la que la había invadido, y danzaba con su amor, Jhasua. Micael daba vueltas y más vueltas, y ella se sentía acunada por un remolino de luz, para luego sentirse tragada por el mismo. Por unos instantes se vio dentro de su marido, en lo más profundo de su volcán, de su corazón, y hubo una gran explosión. Y Raquel quedó desvanecida en los brazos de su marido. Jhoan paró y los invitados guardaron silencio. Micael la sentó en una silla, la besó y poco a poco fue recobrando la consciencia.


- ¿Qué me ha pasado?
- ¡Hija, que susto nos has dado...! Exclamó preocupada Sara. ¿Te encuentras bien?
- Sí... pero... ¿qué ha ocurrido?
- Me imagino que con tantas vueltas te habrás mareado... concluyó Salomé.

Pero David, acercándose y tomándole el pulso, con aire socarrón y mirada sarcástica y la voz muy baja, le susurró:

- ¡La próxima vez que te vayas de viaje... avisa!  

Micael,  que lo había escuchado, miró a David y se rieron los dos.
- ¡Ya estoy bien, ha sido un simple mareo! Anunció Raquel para alejar la preocupación de todos. ¡Y ahora me toca a mí...! ¿Quien tiene mi guitarra?
- ¡Toma, está aquí...! Contestó Daniel, que era el que la había traído desde casa.

Raquel la cogió, se sentó sobre una mesa y esperó a que todos tomaran sus asientos.

- Amigos, estas canciones son una recopilación de sentimientos, emociones y experiencias, todos ellos tienen que ver con la forma en que he sentido siempre a Dios, al AMOR en mi corazón, en mi persona. Desde los más oníricos de una niña de nueve años, hasta los más pasionales, melancólicos, románticos, llenos de ausencias y de plenitudes de una joven y luego de una mujer. Todas estas canciones fueron compuestas con el corazón en momentos muy distintos. Mi lengua es el castellano, y para este momento, las he traducido al inglés. Se que en la traducción se ha perdido un poco de su esencia, pero espero que vosotros se la pongáis con vuestros corazones. Se las dedico a mi esposo, al hombre que más he amado en toda mi existencia.

Raquel terminó de hablar y hubo una última frase que pronunció en arameo antiguo para su marido, y que solo él, y puede que dos personas más, podrían saber su significado:
“EXISTO POR TI, PARA TI, Y EN TI”.  

Micael, tras escuchar aquél mensaje de su mujer, le lanzó un beso con la mano, y ella comenzó a tocar las notas de su guitarra.


Media hora seguida cantando, y en los ojos de todos los invitados había emoción, y en algunos lágrimas, sobre todo en los de Sara, que a pesar de no entender el inglés, sentía en su corazón las vibraciones que de la voz y la guitarra de su hija salían. Micael no dejó ni un momento de mirarla, de sentirla. Nadie comió. Las bebidas seguían intactas sobre las mesas. Cuando Raquel dio el último acorde de su guitarra, estallaron las ovaciones, y él se levantó como un rayo de la silla y abrazando a su mujer, la besó.

- ¡Gracias, mi princesa, por este regalo tan maravilloso! ¡Shalom, mi Camaleón!
- ¿Raquel... y estas canciones que has dedicado a Micael, has pensado sacarlas?
- ¡No, Marcos, éstas son para él, exclusivamente para él!
- Pues es una lástima, porque son las más bonitas que he escuchado en mi vida.
- Además, Marcos, no podría dejar que estas canciones las cantaran otros. ¡Sería como profanarlas!
- ¡Desde luego que no, Raquel, tan solo tu podrías hacerlo!
- Ya sabes Marcos que renuncié a intervenir en público, y mucho más ahora. No quiero separarme de Micael, y si empiezo, no sería una vez, serían muchas...
- Yo no me refiero a una actuación en público, Raquel, sino a una grabación tuya, pero hecha en unos estudios.
- Mi amor, Marcos tiene razón. Son canciones muy hermosas que hay que compartir con los demás, y desde luego, cantadas por ti...
- Pero Micael, si hago esa grabación, habría que viajar y estar un tiempo en Madrid, y no quiero separarme de ti.
- ¡Pues iremos los dos! ¡Qué más da trabajar aquí que allí...! Podemos programar con Marcos un viaje a España, y hacer para entonces la grabación.
- ¡Bueno... si es así... estoy de acuerdo... pero tal y como van surgiendo las cosas, es mejor no hacer planes...!
- Nenes, nos están llamando para pasar a comer. Avisó Salomé.
- ¡Sí venga, que éstos tres tienen que regresar pronto a sus casas! ¡Ya quedaremos para este asunto, Marcos! Advirtió Micael.


Todos tomaron asiento en la mesa. Era grande, redonda, con once cubiertos. En ella estaban incluidos Saúl y su esposa. Estos, antes de que los camareros sacaran el primer plato, se levantaron y fueron hacia los novios. Llevaban un regalo para la pareja. Micael se levantó y con mucho cariño descubrió el paquete. Se trataba de un candelabro de 7 brazos de bronce, muy significativo para los judíos.

- ¡Saúl, Noemí, gracias por vuestro regalo, es precioso! Este candelabro presidirá nuestro salón.
- ¡Gracias, amigos, es muy bonito! Exclamó Raquel emocionada y besando al matrimonio.
- Y este otro paquete es de nuestra nietecita Sarita. Se enteró de que veníamos a la boda, y nos pidió que le entregáramos a la novia este regalito preparado por ella. ¡Es una pequeñez, cosas de niña de seis años...!


 Raquel cogió con cariño aquel paquete envuelto con un folio pintado por la niña, y lo abrió. Había una caja de cerillas, toda pintada de dorado. La abrió, observó su contenido, y quedó pensativa unos instantes. Había una piedra verde en forma de corazón, otra piedra negra, con la forma de una aceituna, y lo que parecía unas semillas. Raquel le preguntó a Noemí:

- ¿De qué son estas semillas?
- Son unas que utiliza mi hijo para la zona del jardín más oscura, donde no da el sol. Son flores preciosas que se abren a la vida sin necesidad de mucha luz.

Y tras aquélla explicación de Noemí, Raquel le pidió a Salomé que le diera una rosa blanca del ramo de novia, y se la entregó a la abuela para su nieta.

- Dile a Sarita que me ha encantado su regalo, y que tiene un significado muy especial  para mí. Dale esta rosa de mi parte, como respuesta a su mensaje.
- ¡Así lo haré, Raquel, y gracias!

Micael, que no había perdido de vista las reacciones de su mujer, se acercó a su oído y le susurró:
- ¿Me vas a contar?
- Luego, mi amor, tiene que ver y mucho con la Piedra Verde Esmeralda. Y esa niña, consciente o no, ha sido una mensajera.
- Pues a la noche, cuando estemos los cinco reunidos, nos lo cuentas...


 La comida transcurrió en un ambiente muy agradable y entrañable. No pudo haber tertulia, pues Marcos salía en un vuelo con destino a Barcelona a las seis de la tarde, y tenían que ir todavía hasta Tell-Aviv, al aeropuerto Bem Gurión. Jhoan le llevaría en el coche. Y Josafat y Daniel tenían que salir antes de las cinco. El toque de queda de Jerusalén para abajo, era a las siete, y para entonces ya deberían estar en sus casas.
Desde el mismo restaurante, en sus respectivos coches, Josafat y Daniel, después de saludar a los novios, se pusieron en camino. El resto regresó a casa. Raquel le dio a Marcos las cintas grabadas y la promesa de que no muy tarde hablarían del viaje a Madrid. Hizo su equipaje y saludando uno a uno, se despidió hasta la próxima. Llamó por su móvil a los compañeros que le esperaban en la avioneta de la institución y que le llevarían de regreso a casa. Salomé se apuntó a la expedición. Y salieron a toda pastilla rumbo al aeropuerto.

Sara se sentía muy cansada y se tumbó un rato en su habitación. Micael y Raquel estaban cansados, pero no tenían sueño, y se quedaron en el jardín, sentados en el banco de piedra a la espera de que regresaran sus hermanos y poder entonces ir a casa a cambiarse.

- ¿Quieres que prepare un poco de café, mi amor?
- Pues sí... porque al final, con las prisas, no lo he tomado en la comida.  Micael, ¿dónde está David?
- Creo que ha entrado al baño.  

Raquel fue hacia allí, y tocando con los nudillos en la puerta preguntó.

- David... ¿tú también vas a querer café?
- ¡Sí, Raquelilla... y bien cargadito... como tu ya sabes... ahora mismo salgo!

 Al cabo de cinco minutos, Raquel sacaba en una bandeja al jardín tres tazas de café bien cargado y unos frutos secos.

- ¿Ya tienes hambre...? Preguntó David a Raquel viendo los cacahuetes.
- Pero si a penas he comido... Entre los nervios, y la emoción, no he podido tragar nada. Ahora que estoy relajada, es cuando empiezo a sentir hambre.
- Mi amor, ¿nos vas a contar lo de la Piedra Verde?
- ¿Ahora sin Jhoan y Salomé?
- Lo hablaremos también con ellos dos, pero es algo que está íntimamente relacionado con nosotros tres, y queremos que nos lo cuentes. David sabe dónde está la Piedra, y yo se el momento en el que hay que ir a buscarla. Tú sabes todo lo demás.
- ¡Caray, pues vaya rompecabezas!
- ¡Es el sistema más adecuado para este tipo de información, amiga mía! ¡Nadie la posee en su totalidad, es un trabajo de equipo!
- ¿Y dónde sitúas tu a la Piedra Verde, David?
- ¡En una zona específica del Teide, donde nadie, todavía, ha puesto sus pies!
- ¿Y Tú, Micael... cuando crees que hay que hacer ese viaje?
- ¡En el mes de Octubre, a partir del día 16... Eso si no ha habido cambios!
- ¡Y estamos a 15 de Julio, solo nos faltan tres meses. Tenemos tiempo de sobra!
- Mi amor, no te olvides que antes tenemos que ir a abrir el Arca, y a ese viaje tendremos que ir todos. Solo tú y yo nos haremos con el contenido, pero el resto nos apoyarán. Tendremos que ir totalmente preparados. No es tiempo lo que nos sobra, precisamente, princesa.
- Ahora que has dicho tú, David, lo del Teide... me acuerdo que fue en un viaje que hice con mis padres a Santa Cruz de Tenerife, cuando tuve aquélla experiencia. Tenía entonces 18 años.
Yo voy andando por un frondoso jardín, cuando de repente me hundo en el suelo y la tierra se me traga. Me voy deslizando, siempre hacia abajo, por una especie de toboganes de arena a mucha velocidad. No recuerdo el tiempo que estuve así, pero me dio la impresión de que fue mucho.

Por fin caí en tierra firme. El suelo estaba duro, era de piedra. Comencé a andar sin rumbo. Eran túneles hechos de piedra y rebosaban humedad, y un líquido muy parecido al agua que emergía de las paredes, y a la vez daba luz, muy tenue, pero suficiente para ver por dónde iba. No tenía miedo. Al dar la vuelta a un túnel, me encontré, de frente, con dos seres. Eran muy parecidos a los humanos, pero mucho más altos. Medirían más de dos metros. Iban vestidos de negro, con un tejido muy parecido al cuero, pero más almohadillado. Su ropaje era muy similar al de los buzos.

Llevaban el pelo largo, muy laceo, y de un color negro muy intenso. Su piel era muy morena, mucho más oscura que la tuya, Micael, pero sin llegar a ser negra. Lo que más me atrajo la atención fueron sus ojos, parecían aceitunas negras. Sin embargo aquéllos dos seres me provocaban una sensación muy agradable, de confianza, de cariño, como si ya los conociera. Ellos me indicaron que les siguiera, y así lo hice. No sé cuanto tiempo estuvimos andando por aquéllos túneles, pero llegué a sentir cansancio.

Al final del recorrido, fuimos a parar a un paraje muy extraño. Ellos me dejaron allí sola y me indicaron por dónde tenía que ir para llegar a la cúpula marina. Allí me esperaba su superior.
- ¿Y cómo era aquél paisaje? Preguntó Micael.
- Para empezar, había luz, pero creo que era artificial. Había mar, pero estaba silencioso, parecía no tener vida. Caminé entre flores, todas ellas de gran tamaño, pero sus colores eran muy apagados. También vi a animales muy raros, yo al menos, no los había visto nunca.
Por fin divisé aquélla cúpula y me adentré en ella. Otra vez pasadizos, pero éstos eran metálicos y daban calor.
 Cuando terminé el recorrido, me vi ante la puerta abierta de una gran sala circular. No tenía paredes. Me dio la impresión de que se trataba de una burbuja metida en el océano, porque a excepción del suelo, paredes y techos eran grandes pantallas o cristales a través de los cuales se veían a todas las criaturas que vivían en esas aguas. Salvo un animal, que me pareció un delfín, todos los demás eran muy raros. Llevaba un buen rato observando todo aquello, cuando de repente apareció delante de mí un hombre de las mismas características que los dos acompañantes anteriores, con la única excepción de que a éste sí le conocía. No le había visto en mi vida, pero mi corazón saltó y mi vientre se encendió. Sentía mucho amor por aquél ser, y mucho cariño.

El me observó durante unos minutos, y creo que se percató de mis sentimientos y vino hacia mí. El no hablaba, pero sin embargo oía su voz en mi cabeza. El me preguntó: “¿Por qué has venido hasta aquí?”. Y yo le contesté que no, que yo no había ido, sino que había sido tragada por una especie de tobogán de arena. Entonces él se volvió hacia las cristaleras y estuvo contemplando la vida exterior durante unos instantes. Yo le sentía triste, solo y con mucho dolor en su corazón. Y le pregunté: ¿En qué puedo ayudarte?
El se volvió, me miró con aquéllos ojos de aceituna y me contestó: “¡Puede que te arrepientas de habérmelo preguntado¡”
- ¿Por qué...? le pregunté yo, ¿tan horrible va a ser tu respuesta? Y él entonces, cogiéndome con fuerza del brazo me llevó a través de túneles a una gruta gigantesca. En el centro de la misma había una gran piedra verde, de unos 9 metros de altura por dos de ancho. Era de un verde precioso, pero por algunos sitios estaba renegrida y muy estropeada. El me explicó, que al principio del Tiempo, aquélla piedra perteneció a un ser de luz. Ella era su esencia, su fuerza, su energía. Pero aquél hermoso ser erró y se sumió en la oscuridad y abandono más absolutos, y los suyos no pudieron ayudarle.

Aquel ser tuvo muchos hijos, pero todos ellos nacieron en la oscuridad. Aquélla piedra tenía mucha energía, y con ella se alimentaron, pero ésta, al no poder acceder a la Luz del Universo, se fue muriendo lentamente. Hubo muchos que vinieron a rescatarla, y muy importantes, y de altas evoluciones, pero fracasaron, y todos quedaron igualmente atrapados. Solo hubo un ser, muy cercano a él, que estuvo allí y le prometió que volvería para ayudarle. Pero el tiempo se estaba acabando. Sus hijos se morían, y la Piedra estaba ya casi sin vida. Yo entonces le pregunto que qué hay que hacer para devolverle a esa Piedra la vida, y él me contesta que metiéndose en ella, pero que solo un puro en esencia, sería capaz de atravesarla y salir de ella vivo y cubierto de Luz.

Yo entonces le dije que no me sentía preparada para hacerlo, pero que podía intentarlo dentro de mis capacidades. Ví que en el suelo había un trocito de esa piedra. Lo cogí, lo acerqué a mi corazón y se encendió, recobró la vida. Yo me acerqué a la piedra grande y fui buscando el hueco donde meter aquél trocito, y lo encontré, casi a la mitad, y lo introduje. Al momento toda la Piedra se iluminó, pero se apagó rápidamente. Después me acerqué, y puse mi mano sobre la piedra, y deseé con todo mi corazón ayudar a aquél ser y a los suyos. Y la piedra se volvió a iluminar el tiempo suficiente para poder ver que los ojos de aquél ser se transformaban en focos de luz verde esmeralda.

Nunca había visto unos ojos tan hermosos. Pero la piedra se apagó, y aquéllos ojos se volvieron de nuevo aceitunas. El me dijo: ¡Tú eres nuestra esperanza, pero para ello tienes que atravesar esa piedra!
Y yo le contesté: ¡Ahora no estoy preparada, pero te prometo que volveré! Entonces él me dijo: “Os espero a los dos, pero mientras llega ese momento, yo me meteré en ella y seré su alimento. Le entregaré mi energía y la poca luz que hay ya en mi corazón. No deseo que mis hijos mueran sin haber visto el rostro de mi Padre”. Y dicho esto, fue hacia la piedra y ésta le devoró.
Yo me sentí muy mal, era como si un trozo de mi corazón se hubiese ido con él, y eché a llorar. Al oírme, los dos seres que me habían acompañado hasta allí me dijeron: “¡Tu has sido su testigo!”. Y volvieron a llevarme por aquéllos túneles hacia la salida. En un momento determinado yo les digo que aquello es muy triste, que podían plantar por las paredes de esos pasadizos flores que les dieran más alegría. Y ellos muy serios dijeron: “Donde no hay luz, no hay vida”. Y yo les contesté: ¡La próxima vez que venga os traeré unas semillas de flores que se abren sin necesidad de luz!
Y ellos me respondieron: “Ahora estamos sin luz y sin nuestro padre, confiamos que cuando regreses, traigas la Luz contigo”.”¡Te esperamos!”. Y dicho esto, me soplaron y me vi envuelta en un remolino que me dejó medio atontada en el mismo sitio de aquél frondoso jardín.


Cuando Raquel terminó el relato, Micael y David estaban serios, pero sus ojos chispeaban.
- ¡No hay lugar a dudas, Raquel... estuviste con él!
- ¿Pero con quien, Micael?
- Con nuestro Hermano, con Luzbel.
- ¿Con Luzbel...? Preguntó asombrada Raquel. ¡Y no me comió!

Y ante aquélla respuesta de Raquel, David y Micael salieron de su concentración y rieron a pierna suelta.
- ¿No lo habrás dicho en serio, verdad...? Preguntó intrigado David.
- ¡No, no hablaba en serio! Siempre he sentido mucho cariño por él, a pesar de lo que se ha dicho y escrito. Si un ser humano tiene para el Padre todas las oportunidades que necesite... ¿por qué no las puede tener él? Y tu mi amor... fuiste el otro que les visitó y les prometió que volvería, ¿verdad?
- ¡Sí, fui yo, pero no era el momento!
- Pero este sí que es, ¿verdad?
- ¡Eso es lo que te ha dicho esa niña! Según tú... ¿cual es la relación de su regalo con el sueño?
- Pues la piedra verde es casi idéntica en la forma a la que yo coloco en la Piedra Esmeralda grande. La piedra negra, tiene la misma forma que los ojos de aquéllos seres. Y las semillas de las flores... son las que les prometí que llevaría cuando volviese. ¡Para mí está muy claro!
- ¡Y para nosotros, mi amor! ¿Tú qué piensas, David?
- ¡Que no hay vuelta de hoja, que está más claro que el agua!
- ¿Otro cafecito?
- ¡Sí, pero esta vez lo hago yo! Dijo David. Y cuando lo tomemos, iremos un ratito al mar a despejarnos. ¿Os parece?
- ¡Está hecho!


David se cambió de ropa, y luego, mientras él quedaba en casa, Micael y Raquel fueron a hacer lo mismo en Serena. Eras las cinco y media de la tarde, y hasta las siete y media no esperaban a Jhoan y a Salomé. Así que fueron a la cala, tomaron un baño y aprovecharon el sol del atardecer para secarse un poco. Había algo en la parte de atrás que atraía la atención de David. Raquel se dio cuenta y preguntó a su amigo:

- David... ¿qué es lo que miras?
- En la zona de la gruta... me ha parecido ver a un muchacho. ¿No decís que este sitio no lo conoce nadie?
- ¡Salvo nosotros, nadie más! Contestó Micael.
- ¿Pero es que no le veis...? ¡Mirar ahora...! ¡Nos está haciendo señas!
- ¡Que no, David, que no vemos nada! ¡Ve tú, y mira a ver! Exclamó Micael.  

David se levantó, subió la empinada de piedras y cuando ya estaba al frente de la puerta de acceso a la gruta, se paró. Gesticulaba como si hablase con alguien, pero ellos dos no veían nada. David alargó la mano y cogió algo. Volvió a descender, llevando en su mano una plancha de un metal parecido al acero. David, con un gran interrogante en su rostro, se lo mostró a Micael, que al verla, sonrió.

- David... ¿quien era ese muchacho?
- No me habló. Se limitó a entregarme esto. Luego me saludó y ya no le vi.
- ¿Y cómo fue el saludo?
- Se llevó una mano, la derecha, al corazón y me sonrió.
- ¡Es el saludo de Casa Madre, hermano! de nuestra Casa. Y estos signos que hay aquí grabados, es el lenguaje que usamos allí, pero hay que leerlo ya, porque no tardarán mucho en desaparecer con esta placa...

Micael lo leyó detenidamente, cerró sus ojos y pasó su mano sobre ella, y al momento se disolvió.

- ¿Qué decía...?
- Ha habido un cambio de planes para la cita de esta noche.
- ¿No vamos a tener ese encuentro? Preguntó Raquel.
- Sí, pero no de la forma que nos dijeron al principio. El encuentro será aquí, en la cala, a la misma hora. Y cuando recibamos la señal, nos introduciremos en la gruta. Allí será el contacto.
- ¿La nave dentro de la gruta? Preguntó extrañado David.
- El encuentro no será en la nave. Nos llevarán a Casa, donde estuvimos tú y yo, mi amor, hace trece años. Utilizarán el mismo método, por ello quieren que estemos dentro de la gruta, para que nuestros cuerpos estén bien guardados.
- ¿No iremos físicamente hermano?
- ¡No, David, es imposible, nuestros cuerpos no soportarían este viaje! ¡Pero nuestras sensaciones serán las mismas que si los llevásemos! ¡Tú ya has tenido que estar allí, David!
- ¡Pues no me acuerdo de nada!
- ¡Ya lo harás, no te apures!
- ¿Pero qué me miras, Raquel...?
- Las marcas que llevas en el cuerpo, David. ¡Fueron unas bestias!
- ¡Son nuestras marcas de identidad, Raquel!
- ¡Sí, ya me lo dijiste...! ¡Las marcas de los corderos apaleados!
- ¡Pero ya ves, Raquelilla... que somos duros de pelar! ¡Y al final lo conseguirán, nos arrancarán la piel, pero no podrán hacerlo con nuestra alma!
- ¡Por favor, David, no hables así... no digas esas cosas!
- Raquel, no hay que evadir este tema de nuestras conversaciones ni de nuestra vida. Es una realidad, será una realidad que hemos aceptado y debemos empezar a amarla. No lo veas como un trágico final, porque no es ese el sentido que le daremos.
- Lo sé, David, pero es que hoy se celebra una boda, y no quiero tristezas. Es verdad lo que dices, tenemos que aprender a amar ese momento. Sé que lo haremos y que entregaremos lo mejor de nosotros mismos y más, pero el hecho en sí no es nada agradable.
- ¡Discúlpame, Raquel, ya sabes que en delicadeza no soy un experto!
- ¡Pero lo eres como amigo, eres el mejor, y soy feliz de ver a los dos hombres que más amo trabajando juntos!
- ¡Y ahora que nombras el trabajo...! David... ¿sólo vas a quedarte quince días?
- ¡Pues hombre... si hay tantos trabajos y viajes que hacer... será cuestión de estudiarlo!
- ¡No hay que estudiar nada! Tu visado es para tres meses y con posibilidad de una prórroga mayor, ¿no es verdad?
- ¡Pues sí!
- ¿Y tu quieres estar aquí?
- ¡Pues sí!
- ¡Pues no hay nada más que hablar, te quedas!
- ¡De acuerdo!
- Ya veo David que sigues con tus monosílabos. ¡Desde luego no pierdes el tiempo hablando! Exclamó Raquel riéndose.
- Vamos a ver, Micael... ¿tú y yo nos hemos entendido, verdad?
- ¡Maravillosamente, David!
- Pues acláraselo a tu mujer, porque todavía no se ha enterado. ¡Ah, pero una cosa os pido... quiero colaborar económicamente en los gastos de casa!
- ¡No hay ningún cuidado, hermano, dinero hay de sobra! ¡Te aseguro que no gastaremos ni un tercio en estos cinco años!
- ¿Es que os ha tocado la lotería?
- No. Pero ya sabes que Raquel tiene el sueldo concertado con nuestra institución, y es elevado. Además, está la herencia de sus padres, de sus tíos y lo del chalet, que ya sabes se ha vendido.
- ¡Y sin olvidarte Raquel de la casa de tus tíos del Escorial!
- ¡Sí, David, pero esa casa es de todos, y para la asociación!
- ¿Ya has hablado con Antonio? Porque creo que andaba buscando una lonja.
- ¡Sí, ya hablé con él! Ahora cuando vayan Jhoan y Salomé, les ayudarán a ponerla en marcha.
- Creo que tu hermano, Micael, y Antonio, congeniarán enseguida. Son muy parecidos.
- ¡Como vosotros dos! Contestó muy segura Raquel.
- ¿Tú crees que nos parecemos? Preguntó curioso Micael.
- En vuestra forma de actuar, sois la noche y el día, pero en esencia... sois calcaditos. Yo creo que os complementáis... mejor así... porque podrían salir chispas...
- ¡Habló la bruja sabia! Exclamó David riéndose.
- ¡Sí, bruja... todo lo que tu quieras... pero sabes que tengo razón!
- Micael, quería hablar contigo de un tema muy antipático. Al menos para mi lo ha sido durante mucho tiempo...
- ¿Y cual es?
- ¿Tu qué vas a hacer con todo lo que escribas?
- Intentaré editarlo, y si no puedo, lo entregaré a otros que puedan hacerlo.
- ¿Pero has pensado cobrar un dinero por ello?
- ¡No, David, no pienso hacerlo! He venido a entregar conocimiento, no a comercializar con él.
- ¡Me esperaba esa respuesta! ¡Pues hermano... estamos ante un problema ético bastante espinoso! Yo pensaba lo mismo que tu hace unos años, y los tres primeros libros que editamos en la anterior asociación lo hicimos a cargo de nuestro ahorros, y los entregábamos gratis, salvo los gastos de envío y de edición. Pero aprendí una lección muy amarga. Esos libros pasaron inadvertidos, porque al ser gratis, al ser entregados sin pedir nada a cambio, la gente no les daba valor, e incluso llegaron a pensar que se trataban de doctrinas sectarias. Sin embargo me he leído todos los libros que se han editado en estos últimos años sobre estos temas, y la gran mayoría eran pura basura, desinformación, mentiras y cosas mucho peores. Pero claro, como eran libros editados con lujo y muy caros, la gente se mataba por comprarlos. Están leyendo basura, Micael, y sin embargo al verdadero conocimiento lo están despreciando precisamente porque no pide nada a cambio.
- David, pero los que saben... sí que lo apreciarán.
- Micael, sí, estoy de acuerdo, pero para que los que saben tengan acceso a ellos, tienen que estar en las librerías, y cuando no hay ganancias a la vista, no hay negocio. Estamos inmersos en una sociedad mezquina y si queremos conseguir algo, tenemos que seguir ciertas normas, nos guste o no.
- Pero David... sería como vendernos a nosotros mismos...
- Depende de cómo lo hagamos. Podemos perfectamente comercializar nuestro trabajo, pero no beneficiarnos de su producto. Con parte del dinero se sufragan los gastos de la editorial, con otra parte del dinero, se sufragan todos los viajes que tengamos que hacer en el futuro por nuestro trabajo, y un mínimo para poder vivir nosotros, y el resto se invierte en obras sociales o en lo que tú quieras... Micael... porque Raquel tiene medios económicos, y tú podrías hacerlo como deseas... pero te aseguro que  libro regalado, nadie lo quiere, al menos en esta absurda sociedad.
- David, hermano, reconozco que no soy nada práctico en este tipo de cosas, y tú tienes mucha experiencia. Si tu corazón te dice que hay que actuar así, pues así lo haremos.
- ¿Estás seguro de estar de acuerdo conmigo?
- ¡Sí, hermano, confío en ti! Sé que para ti no habrá sido fácil llegar a esta conclusión, pero es uno de los precios que hay que pagar por trabajar contra corriente en esta humanidad: tener que permitir que el conocimiento se venda a sí mismo para poder ser escuchado y aceptado.
- ¿Y tú, Micael, supongo que también vendrás a Madrid?
- ¿Y por qué no...? Lo que pasa es que por ahora, no podemos dejar a mi madre sola. Está muy delicada, y no puede hacer este tipo de viajes. ¡Y bastante sola ha estado ya, la mujer!
- ¡El Cielo proveerá, hermano!
- ¡Así es David!
- ¿Y si nos damos un último baño y nos vamos para casa?
- ¡Vale, de acuerdo! Dijeron al unísono Micael y Raquel.  

David, cogiendo carrerilla, exclamó con una de sus típicas salidas:

- ¡Maricón el último! Dieron unas cuantas brazadas, salieron a la orilla, se secaron y regresaron.


Cuando llegaron, Jhoan y Salomé estaban ya con Sara tomándose una infusión.

- ¡Llegáis a tiempo...! ¿Queréis vosotros algo?
- ¡Eso ni se pregunta, Salomé!
- ¿Qué tal samuraí... cómo habéis dejado a Marcos?
- Bien... aunque habría querido estar con nosotros más tiempo. Nos hemos ido riendo todo el camino. Le hemos contado la aventura  de esta mañana con el sofá, y no podía contener la risa.
- ¿Y qué es lo que ha pasado...? Pregunta intrigado David.
- ¡Que te lo cuente Salomé... ella ha sido la protagonista!  

Y ella le cuenta a su amigo, con todo detalle, la aventura vespertina. Y éste estalló de risa.

- ¡Ay... Salomé... enroscadita como un canelón! ¡Lo que no te pase a ti!
- Sí... sí… nene, ahora todos nos reímos, hasta yo... pero lo he pasado muy mal.
- ¿Jhoan... pero ya le vas traduciendo a tu madre todo lo que hablamos?
- Sí, Raquel, no todo... porque sería pesado incluso para ella, pero está al corriente de todo lo que pasa, no te preocupes.
- Raquel, nena... en cuanto termines... ¿me acompañas a Serena? Quiero pasar todo lo nuestro aquí, a la habitación del ático. Va a ser nuestro nido ahora...
- ¡Claro, cuando quieras!
- Ah... y hemos hablado Jhoan y yo, que tú, David, estarías ahora mejor en la habitación de Micael, en la planta de arriba. Aquí abajo, en la de Jhoan, siempre hay ruidos y no tendrás tanta intimidad. Y como ahora ya no tienes el problema de la cadera... ¿por qué estás mejor...no...?
- ¡Maravillosamente bien, Salomé!
- ¿Y qué haremos ahora con esta habitación libre?
- Pues adaptarla como despacho. Mi ordenador, por ejemplo, puede ir allí, y si David quiere trabajar algo, puede hacerlo perfectamente. Así dejamos el salón libre.
- ¡No es mala idea! Exclamó Micael a su hermano. ¿Pero no habíamos quedado que el centro de operaciones iba a ser Serena?
- ¡Claro, hermano, siempre y cuando tengamos que hacer algo conjuntamente! Pero si no es el caso, vosotros tenéis que tener vuestra intimidad. Cada cual trabajaremos en lo nuestro. Y para empezar, hermanito... esta noche, después de la cita, os dejaremos en vuestra casa, y no queremos veros el pelo hasta el martes... ¿entendido? ¡Es vuestra luna de miel, la leche!
- ¡A la orden, samurai... pero cómo hemos vuelto...!
- ¿A que sí, mamá...?
- ¡Sí, hijo, sí...! Contestó sonriendo Sara.
- ¿Nos vamos pues a Serena, Salomé...? Hay que volver pronto para preparar algo de cena.
- ¡Ah, nena... es que se me había olvidado decirte! De regreso, hemos cogido cinco pizzas para cenar, y con una ensaladita, ya está la cena hecha.
- ¡Huy… qué bien... cuanto tiempo hacía que no comía una!
- ¿Vais a casa ahora, hijas...?
- ¡Sí, Sara!
- ¡Pues os acompaño, quiero echarle un vistazo a Efraím!
- ¿Y si nosotros nos fuéramos al picadero a pasear un poco a Huracán?
- Pues no es mala idea, Micael, a mí me encantan los caballos. Exclamó David. ¿Pero ya estará abierto?
- ¡Sí, David, pero antes tengo que cambiarme yo de ropa! Exclamó Jhoan.

Como la cita era a las once de la noche, cenaron pronto, sobre las siete. Dieron buena cuenta de las pizzas y de la ensalada, y al final ¡sorpresa! Mamá Sara sabía por Salomé que a David le encantaba el flan de huevo, y que estando en el hospital soñaba con comerse uno de los que Raquel le hacía a menudo. Así que con las infusiones y el café, sacó un flamante flan con mucha nata alrededor y castañas asadas con miel. David casi se comió medio flan. Le dio un sonoro beso a Sara agradeciéndole el detalle, y cuando vio que todavía sobraba una ración, y no lo quería nadie, se la tragó en un plis plas. Era un rasgo muy común en Micael, David y Jhoan, los tres eran muy lamineros.

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