sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: Capítulo 12.- DE COMPRAS. 1º CONTACTO CON MADRID


Siete de la mañana, y los tres desayunando en el salón.  Sara se había levantado una hora antes según su costumbre, y había preparado el desayuno. Micael estaba mucho mejor. Al andar le molestaba un poco la zona lumbar, pero su estado general era satisfactorio. Se tomó el calmante, como le sugirió su mujer, y después de asearse, partieron hacia Tel-Aviv. Antes pasaron por casa de Saúl para proponerle la obra de Serena. El aceptó encantado, y le entregaron la llave para que fuera a verla y se hiciera una idea del trabajo a realizar, y a la vuelta de éstos, hablarían al respecto.

Cuando llegaron a la ciudad se dirigieron en primer lugar a casa. Tenían que echar un vistazo a los muebles y electrodomésticos que iban a llevar a Haifa cuando Serena estuviese en condiciones. Hicieron una relación de los tapices y alfombras que estaban todavía sin desembalar, y se pusieron en contacto con el vecino de la urbanización interesado en la compra del chalet. Aquél hombre no tardó nada en presentarse allí, y por él habría zanjado el tema de la compra-venta al momento. Pero quedaron para dentro de cuatro días en el despacho de su gestor. Antes de marcharse, Raquel fue a su habitación y sacó de su joyero el corazón de oro. Se lo puso a su marido en la mano y le pidió que fuera él quien se lo colgara de nuevo, a lo que él aceptó muy emocionado.

Fueron a una cafetería a tomarse un café, y empezaron la ronda de las compras. Lo más urgente era la ropa de ellos dos, pues literalmente estaban casi desnudos. Solo tenían lo puesto. Se dirigieron a unos grandes almacenes y recorrieron todas las plantas y sus distintas secciones. Raquel acabó atacada de los nervios. Ellos empeñados en hacerse con ropa y complementos normales y de poco precio, y ella en comprar ropa de calidad y adecuada para cada momento. Al final ganó ella, pero se prometió a sí misma que nunca más saldría con ellos a hacer compras.

Los paquetes eran muchos, así que decidieron, antes de seguir, llevarlos al coche que estaba aparcado en los bajos de los almacenes. Volvieron a subir y se dedicaron a buscar un regalo para Sara. Fue lo más difícil, pues ni sus hijos sabían qué cogerle. Al final fue ella, que dejándose llevar por su intuición, le eligió un chal de lana color violeta precioso.


Y terminado el asunto de la ropa y complementos, se dirigieron hacia otro centro especializado en mobiliario de oficinas e informática. La elección de los ordenadores no fue tan complicada. Solo había dos buenas marcas, y los tres se decidieron por una. No fueron dos ordenadores, sino tres, con sus respectivas mesas, amplias y prácticas, y sillas especialmente cómodas.

Ahí también discrepó con ellos dos. Micael y Jhoan pensaban que lo más sencillo era lo más práctico, y Raquel alegó que una persona que iba a estar todas las horas del día trabajando delante de un ordenador, debería estar sentado y acomodado en condiciones. Y de nuevo ganó ella. Los ordenadores podrían estar en Haifa al día siguiente, ya que la central tenía allí una delegación. Las mesas y las sillas esperarían a que la casa estuviera en condiciones para llevarlas.

Eran ya las tres de la tarde y se disponían ir a comer. Esta vez decidieron  un vegetariano, pero antes pasarían por un locutorio internacional cercano al restaurante. Como a través del móvil era imposible comunicarse con Madrid, optaron por intentarlo desde allí.
Después de varios minutos de espera, Raquel consiguió hablar con David. Como la cabina era diminuta, ellos dos salieron fuera y esperaron sentados en la sala. Después de media hora, Raquel colgó y fue hacia la centralita a abonar la llamada.

Doblaron la manzana de edificios y llegaron al restaurante. A esa hora estaba casi vacío, pues los horarios de las comidas eran más tempranos que en España, pero les atendieron muy cordialmente. Los hermanos estaban impacientes porque Raquel les contara lo hablado con David, pero hubo que esperar a los cafés. Fueron tres capuchinos y el de ella con una buena dosis de helado de nata.

- Bueno... no nos tengas más tiempo en ascuas...
- Es que si lo hubiese hecho antes, ninguno de los tres habría comido.
- ¿Solo has podido hablar con David?
- Sí, él tenía el día libre, pero los demás estaban trabajando en el hospital.
- Bueno... ¿y qué te ha contado?
- Al principio he sido yo la que le ha puesto al corriente, aunque ya sabía lo nuestro por Marcos. El me ha dicho que no podrá venir a la boda porque ese fin de semana tiene guardia, pero que posiblemente Salomé sí lo haga, pues para entonces tiene quince días de vacaciones. De los demás no ha podido decirme. Pero lo más seguro es que él venga después. Ha pensado dejar el trabajo.
- ¿Dejar su trabajo en el hospital?
- Sí, él quiere escribir, y se va a dedicar plenamente a ello. Ya lo tiene decidido, y antes de empezar esa nueva etapa, quiere venir aquí a pasar unos días y conoceros.
- ¡No le habrá resultado nada fácil tomar esa decisión! Comentó Micael.
- ¡Pues no...! El ama su profesión, pero considera que el escribir y expandir información es lo prioritario.
- ¿Qué especialidad tiene David?
- ¡Neurología! Bueno... y ahora que caigo... ¿Y la tuya, mi amor, cual es?
- Cardiología.
- ¡Fíjate... qué raro no... que tú te hayas especializado en el corazón!
- ¿Y qué más te ha contado? Preguntó curioso Jhoan.
- Pues que como en varias ocasiones había intentado hablar con nosotros llamando a mi móvil, sin conseguirlo, Marcos le ha proporcionado uno de mayor cobertura, como el que usa él. Desde hoy podremos hablarnos sin problemas.
- ¿Has tomado nota de su número?
- ¡Si, ya lo tenemos! ¿Y qué más me ha dicho...? Ah, sí... que Salomé nos llamará en cuanto tenga claro lo de las vacaciones. Si no lo hace mañana, lo hará pasado. Y no hay nada más, chicos, más bien he sido yo la que ha hablado con él.
- ¿Qué edad tiene David?
- ¡La tuya, Micael, 44 años! El es el mayor de los cinco. Comenzó la carrera dos años antes que nosotros, pero le alcanzamos en tercero. Ya entonces robaba tiempo al sueño y al estudio para escribir, y se quedó rezagado del resto de sus compañeros.
- ¿Cuantos libros han editado ya David y Juancho?
- Pues no muchos... unos cinco, creo. Pero después de que la asociación se quemara, han seguido escribiendo, aunque no han pasado de los borradores. Lo que ahora quiere él es editar lo que ya está escrito, y seguir escribiendo. Pero se va a meter en serios problemas.
- ¿Por qué crees eso?
- Ignoro de dónde saca todo el conocimiento que despliega en sus libros, nunca hemos hablado de ello, ya os lo he comentado en alguna ocasión, pero inquieta y molesta a cierto sector esotérico, el relacionado con las órdenes herméticas de siempre. Por lo visto, David, sin haber tenido relación con ninguna de ellas, tiene conocimientos “prohibidos” que solo unos pocos saben y manejan entre ellos, y como se atreve a publicarlos y ponerlos al alcance de todo el mundo, le está acarreando problemas muy serios. En varias ocasiones ha sido amenazado de muerte telefónicamente, y otras muchas con mensajes anónimos que yo misma he leído.
- ¿Y de qué talante eran esas amenazas?
- ¡Del peor, Micael, eran amenazas de muerte!
- ¡Ya...!
- Pero él también cree que hasta que no haya hecho su trabajo, la “serpiente” no podrá nada contra él. Yo antes estaba terriblemente preocupada por él. Le quiero mogollón, y como vosotros, es mi mejor amigo.
- ¿Y ahora no...?
- ¡Ha llovido mucho desde entonces, Micael, y ahora sé cosas de las que entonces no era consciente!

Raquel, mientras contestaba a su marido, observó en él una mueca de dolor, a la vez que intentaba buscar una posición más cómoda en la silla.


- Mi amor, creo que va siendo hora de ir levantándose de la mesa. Tienes que andar. ¿Te duele mucho?
- ¡Es la zona lumbar la que me está machacando!
- ¡Tómate este calmante con un poco de agua!
- Mi amor, no me gusta tomar tanta medicación. Este dolor es llevadero.
- Micael, si te duele, al andar, inconscientemente, apoyarás mal la cadera, y será mucho peor. Estos calmantes no son demasiado fuertes, y tú lo sabes...
- ¡Y yo reafirmo lo que ha dicho tu mujer, hermano!
- Está bien, de acuerdo... dame esa pastilla.
- Y ahora vamos a pasear un poco por el parque, te vendrá bien.
- No, mi amor. Antes, mientras hablabas por teléfono, Jhoan y yo hemos estudiado la posibilidad de llevarte al Beth Hatefulsoth, el museo de la diáspora judía.
- ¿Pero ya estás en condiciones de patearte ahora un museo?
- Enseguida se me pasará, mi amor. ¡Si esta mañana he estado perfectamente!
- ¡Vale, de acuerdo, todo lo que sea cultura me apasiona, pero como vea algo desagradable…me marcho!


Paseando fueron hacia el museo, pero al llegar vieron con cierto desencanto la multitudinaria fila que había ante la puerta de acceso, en espera de su turno para entrar. Estaban a primeros de Julio, y los turistas venidos de todo el mundo invadían todos los centros culturales de la ciudad. Descartada esa posibilidad, dieron una vuelta por el Parque Central y se encaminaron hacia el aparcamiento. Eran ya las cinco de la tarde, y no querían volver demasiado tarde a casa, pues tenían que pasar antes por casa de Saúl para saber a qué conclusiones había llegado él después de haber visto Serena.

Ya en el coche, y después de haber acomodado en condiciones a todos los paquetes, Micael se puso al volante, Jhoan de copiloto y Raquel en la parte de atrás rodeada de bolsas y de cajas.
Al cabo de una hora llegaron al pueblo. Aparcaron el coche en casa y metieron todos los paquetes, y mientras Sara terminaba de preparar algo para la cena, pasaron a hablar con Saúl.

Este les estaba esperando con su hijo y con un hermano, y les pusieron al corriente: La casa, en general, estaba en buenas condiciones. El sistema de tuberías, aunque un poco oxidado, estaba perfecto. El tejado solo necesitaría un retoque en la parte central, y las puertas de la casa, aunque un poco deterioradas por el tiempo, con un reforzamiento a  base de placas de acero, quedarían consistentes. Solo había dos problemas: los tabiques no aconsejaban hacerlos, dado los años que tenía la casa, porque bastante tenían que soportar las paredes al picarlas para agrandar el hueco de las ventanas. Raquel quería que fueran lo más grandes posibles. Quería luz en aquélla casa. Lo de los tabiques se supliría con unas cortinas contundentes y bonitas que separaran la habitación del dormitorio del despacho, y en la planta baja, la cocina del salón. El baño lo instalarían en la parte de la cocina, en una pequeña pieza que hizo, antiguamente las veces de despensa.

El otro problema estaba en el suelo. En algunas zonas estaba muy estropeado, y habría que cambiarlo, pero el terrazo era precioso, era casi una obra de arte, y Raquel no quería destruirlo. Así que se dejaría tal y como estaba y haría uso de los tapices y de las alfombras en las zonas más castigadas.

Concluyendo, el trabajo a realizar sería reparar el tejado, instalar el baño y la cocina, hacer las nuevas ventanas, pintar y restaurar las puertas. Trabajando tres personas a conciencia, en doce días estaría todo terminado. Cerraron el trato, y al día siguiente comenzarían las obras.
Raquel se sintió satisfecha. No iba a quedar la casa tal y como la había visualizado en el sueño, pero seguro que iba a ser mucho más bonita.


Cuando regresaron a casa, Sara ya tenía preparada la cena. Aunque habían terminado de comer tarde, la comida la tenían ya en los pies. El ajetreo de la mañana y el ejercicio por parte de ellos dos poniéndose y quitándose ropa, les había abierto el apetito. Se pusieron a cenar y dieron buena cuenta de los platos.

Cuando llegó el momento de los cafés y las infusiones y de la acostumbrada tertulia, entregaron a Sara el regalo. Esta se emocionó y se echó a llorar. Su Josué, cuando nació Micael, le regaló un chal de lana virgen, de color azul, y hace unos años, cuando atizaba el fuego en la cocina, se le quemó y tuvo que tirarlo con gran dolor de corazón. Sus hijos no lo supieron, pero ahí tenía un nuevo chal, regalado por sus hijos, y que se puso con mucha ilusión. Les dio un sonoro beso a cada uno y fue hacia el espejo del salón a contemplarse.

Después fueron abriendo todos los paquetes con la ropa comprada, y Sara fue mirando pieza por pieza. Disfrutaba como una niña. Y los dos hermanos sufrieron de nuevo el ajetreo de la mañana. Su madre quería verles con los nuevos pantalones y camisas, y durante una hora estuvieron haciendo pases de moda. No hay que decir, que ambos aprovecharon aquélla circunstancia para divertirse, e hicieron puro espectáculo. Fue cuando Raquel descubrió aquélla nueva faceta de su marido. Sara lloraba de risa, y Raquel se descojonaba de los dos, sobre todo cuando empezaron a desfilar con su nueva ropa interior.

- ¡Ay, hijos... no me había reído tan a gusto en toda mi vida...! ¡Pero qué payasos sois...! Y seguía riéndose.
- ¡Nos alegra mucho verte así, mamá!
- Hace tanto tiempo que no os veía así de felices, hijos... ¡Ay... si vuestro padre pudiera veros...!
- Ya sabes que sí, mamá, y hace dúo con Raquel... los dos se están descojonando de nosotros, porque aunque tú siempre has creído que papá era muy serio, yo sé que era un cachondo mental.
- ¡No digas esas cosas de tu padre, hijo...!
- ¡Pero si es la verdad, madre....! Micael tiene razón. Contestó Jhoan.
- ¿Cuanto hace que murió Josué? Preguntó Raquel.
- Hace mucho tiempo ya, hija mía. Vino un día del trabajo a media mañana, sintiéndose mal, se tumbó sobre la cama y me pidió una infusión para la mala gana, y cuando entré con ella a la habitación, sus ojos se habían cerrado ya para siempre. Había sido un infarto. Lo que más me consoló entonces es que murió con una sonrisa en su rostro. Micael estaba estudiando entonces el primer año de carrera, y tuvo que hacerse cargo del negocio. Iba a estudiar a las mañanas mientras yo atendía en la tienda, y él, en las tardes y noches atendía los pedidos. Aunque nosotros habíamos  conseguido ahorrar un dinerillo para los estudios de ellos dos, al irse Josué, no fue suficiente, y tuvo que sacarlo él adelante como pudo. ¡Ay, hijo mío... te ha tocado trabajar duro!
Jhoan era todavía pequeño, pero ya le ayudaba entonces. Ha salido artista, como su padre, y cuando empezó a estudiar, Micael ya había acabado la especialidad y tenía un buen trabajo en el hospital de Hebrón. Un poco lejos de casa, pero así tuvo que ser. Entonces pudo costear los estudios de Jhoan y ayudarme a mí en la economía familiar, y pudimos quitarnos el negocio que tanto nos esclavizaba.
- ¿Y cual era el oficio de Josué?
- Era reparador, mi amor. ¿Sabes qué es...?
- Es una especie de restaurador de muebles y enseres antiguos... ¿no...?
- ¡Sí, más o menos, y también libros antiguos, era todo un experto!
- Entonces tú también conoces el oficio...
- Sí, lo conozco, pero no tengo ningún arte, y si conseguí que funcionara durante tanto tiempo, fue porque mi hermano me ayudó. Se le daba mucho mejor a él, con nueve años, que a mí.
- ¿Queréis un poco más de café, hijos?
- No, mamá, ahora no. Pero haremos cuando volvamos de la playa.
- ¿Vas a nadar, hijo?
- Si, ya sabes que me gusta mucho, y me va bien para la espalda. Raquel... ¿qué te parece si me haces ahora los masajes?
- ¿Ahora, Micael? Acuérdate de cómo quedaste anoche. ¿Ya tendrás ganas luego de ir a nadar?
- Bueno, si necesito un poco de ayuda... ¿tendré unos hombros donde apoyarme? Es que a mí, mi amor, el agua del mar me da mucha vida al cuerpo...
- ¡Vale... vale... tu sabrás, pero para eso te los doy allí mismo!
- ¿Y tú, hermano... que vas a hacer?
- ¡Pues no sé, quizás trabaje un rato!
- ¡Pero si te estás muriendo de ganas por venir con nosotros...! exclamó Micael riéndose.
- Si, hermano, es verdad, pero tenéis derecho a vuestra intimidad.
- ¡Jhoan, hay tiempo para todo! A mí también me gusta que estemos los tres. Creo que son días de convivencia, de conocernos a fondo entre nosotros, de compartir, de hacer proyectos juntos. Ya habrá tiempo después para irnos cada cual por un lado. ¡Disfrutemos del momento! Exclamó Raquel.

- ¿Tú crees que tendremos que separarnos, hermana?
- Intuyo que sí. Habrá que viajar y conocer gente. No todo el trabajo se hará aquí. Y también creo que no solo seremos nosotros tres. Habrá muchos más.
- ¿Entre ellos cuentas a David? Preguntó Jhoan.
- ¡Sí, claro, y no solo lo intuyo, me atrevo a afirmarlo! ¿Por qué te crees que hemos comprado un tercer ordenador? Ah... y ahora que hablamos de ellos... Sara, mañana a primera hora vendrán a traerlos. Nosotros estaremos en casa, pero para que lo sepas.
- ¡Ah, bien...! ¿Y dónde vais a ponerlos?

- Mamá, hasta que podamos llevarlos a Serena, ¿no te importaría hacer las comidas y las cenas en la mesa de la cocina para utilizar ésta del salón para trabajar? ¡Es la más grande!


- ¡Pues claro que sí hijos, todo lo que necesitéis! Y yo ya os dejo. Mañana tengo que madrugar para ir temprano a casa de Efraím. Anda un poco torpe estos días y quiero prepararle el desayuno.
- ¡De acuerdo, mamá!  

Y Sara fue a cada uno de ellos, les besó y les dio su típica bendición: un beso en la frente  retirándose a su habitación. Mientras Raquel recogía la vajilla de la cena, los dos hermanos se pusieron a organizar sus ropas y a guardarlas en sus respectivas habitaciones.

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