sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: Capítulo 6.- MAR PROFUNDO Y MISTERIOSO


Cerraron la puerta de acceso al huerto y, mientras Micael subía a la habitación, Raquel quedó sentada en una silla del salón. La casa estaba en silencio. Sara y Jhoan debían estar ya en un profundo sueño. El bajó enseguida, apagó la luz del salón y cerró suavemente y con mucho mimo la cerradura de la puerta.

- Solo hay que bajar esta pequeña cuesta, y ya estamos.
- ¡Pero qué oscuro está todo!
- Raquel, tener miedo a la oscuridad es como temerse así mismo.
- Acepto que tengo mis miedos…, pero a mí misma, no creo.
- Pues entonces no le temas al mar. Su vientre es como el de una mujer. Hay oscuridad, pero también vida, amor, calor, pasión, entrega, sacrificio. Si te entregas a ella, sin miedo, con plena confianza, ella te alimenta, te abraza, te acaricia.
- Pero Micael, todos sabemos que dentro del mar hay bichitos y bichejos.
- Ellos son también nuestros hermanos. Si tu no les haces ningún daño, te respetan, más aún, se acercan a ti, pero no para comerte, sino para nadar contigo, para jugar a tu lado.
- ¿Y qué me dices de los tiburones?
- Este no es su territorio, Raquel, pero te aseguro que cuando reaccionan con violencia, es porque la han recibido. Si les das amor, y sobre todo respeto, nunca se cruzarán en tu camino. Y cambiando un poco de tema, ¿has dejado algún corazón roto en España?
- Más bien me lo han roto a mi, pero en fin… ¿Quieres decir que si he dejado a algún novio?
- ¡Claro, a eso me refiero!
- ¡No, no he dejado a ninguno! Nunca lo he tenido.
- ¿No has deseado tener un esposo, una familia, un hogar?
- No tengo nada contra el matrimonio, pero lo he tenido muy claro siempre. ¡Quiero ser libre! no deseo tener ataduras, sobre todo con hijos. Vivo entregada a mi vocación, la medicina, pero sobre todo al que yo considero mi destino: ¡Hacer la voluntad de mi corazón! Si en un momento dado tengo que entregarlo todo, no quiero que nada ni nadie pueda impedírmelo.
- ¿Y desde cuando alimentas esa idea?
- Desde que tengo uso de razón, pero la consolidé hace 22 años. ¿Y tú Micael, has tenido alguna relación?
- En los tiempos de prestigio profesional sí, hubo una mujer en mi corazón, pero no quise profundizar en esa relación, porque al igual que tu, quería ser libre para hacer mi trabajo. Aquélla mujer reaccionó mal, apartó de mí a todos mis amigos y fue la que me metió en aquélla encerrona.
- ¿Pero cómo pudiste enamorarte de una mujer así, Micael?
- Me enamoré de su corazón, pero algo le sucedió, que se lo llenó de odio.
- ¡El despecho!
- Es posible, si.
- ¿Y qué sientes ahora por esa mujer?
- ¡A pesar de lo que hizo conmigo, sigo confiando en ella, espero que algún día se de cuenta!
- ¿Y ahora, Micael, has cambiado de idea respecto a este tipo de relación?
- He renunciado a un hogar, a unos hijos, pero no a la mujer que me ame y que quiera compartir conmigo.
- ¿Compartir contigo el qué?
- La entrega incondicional al mundo y al amor. ¿Eres tú, Raquel, esa mujer, quieres serlo?
- ¡Sabes que si! ¿Pero y tu… lo deseas también?
- ¡Mi corazón y yo te hemos elegido a ti! ¡No podía ser de otra manera!
- ¿Y no te importa que mi corazón lo comparta con otro?
- Mientras ese “otro” sea el de la figura sin rostro, no, no me importa. Y a ti, Raquel, ¿tampoco te importa que comparta mi corazón y mi amor contigo y con el mundo?
- ¡Si tienes amor para tantos, tampoco!  

 Micael volvió a besarla, y aunque el vientre del mar parecía oscuro y frío, el de Raquel parecía puro fuego.
Pero la sentía confusa, desbordada por las emociones.  Raquel se había entregado con su corazón, pero su mente, sus pensamientos necesitaban un reajuste, una comprensión de todo lo que estaba viviendo. Guardó silencio, pero se había propuesto hablar con ella en profundidad al resguardo de la noche, en compañía de la Madre de todas las emociones, la Mar.

- Ya hemos llegado. Mira, en este trozo el agua solo cubre hasta el cuello, y esta noche está muy tranquila, y no hay bichos...
- ¿Y qué me quieres decir con eso?
- Que puedes meterte tranquilamente.
- ¿Meterme yo? ¡Ni lo pienses, yo solo he venido a acompañarte!
- Pues yo me meto ahora mismo.


Y dicho esto, Micael se descalzó, se desnudó y cogiendo carrerilla fue a encontrarse con los brazos abiertos con su querida mar. Raquel le seguía con la vista, pero pronto empezó a inquietarse. Le había perdido. La oscuridad era total.

- ¿Micael, sigues ahí?
- ¡Sí, todavía no me han comido, no deben tener mucha hambre! ¡Vaya amor el tuyo, dejándome aquí solo y abandonado ante el peligro! ¡Si vienen los tiburones... que me coman a mí solo!   Jajaja
- ¡Está bien, tú has ganado, ya me meto, pero tendrás que salir a buscarme! ¡No pienso entrar ahí sola!
- ¿Qué... me ves ahora? ¡Pues venga, ánimo, que el agua está calentita!  

 Raquel, muy lentamente y tanteando el terreno marino, se fue introduciendo. Poco a poco iba acercándose a Micael, y aunque la temperatura era muy agradable, su cuerpo temblaba. Era su cercanía a él la que le estremecía.
Por fin llegó a su lado, y él, sintiéndola, se acercó y la abrazó con dulzura.
- Raquel, mi amor, siénteme y déjame que te sienta a ti. Yo también quiero acariciar tu cuerpo, besar tu piel, sentir en mi pecho los latidos de tu corazón, entregarme a ti...

Y ella se dejaba hacer. Se abandonó en sus brazos. Sentía bajo sus pies la fuerza y la profundidad del mar, pero ya no tenía miedo. Pasara lo que pasara, estaba con él, entre sus brazos. Micael la amaba con el alma, con el corazón, y ella ya no pudo más. El volcán que llevaba en su vientre entró en erupción, y sus manos, su cuerpo, su boca y sus pechos clamaban por él.



Micael la cogió en brazos y salieron del agua. La tumbó sobre la arena de la orilla y también lo hizo él. Sus cuerpos se fundieron, sus bocas se abrieron, y del vientre de él salió fuego, que como un rayo penetró con fuerza en el mar oscuro, pero lleno de vida y pasión de Raquel. Los dos entrelazados, entregándose el uno al otro, y el mar, poco a poco iba ganando espacio en la arena, acariciando con sus labios puntillosos de espuma blanca a los cuerpos de los dos enamorados. Y así, en esta mutua entrega, pasaron los minutos. Una pequeña gaviota sobrevoló por encima de ellos y fue a posarse muy cerca de sus cabezas. Con su graznido atrajo la atención de Micael, que levantando sus ojos hacia el Cielo observó que estaba amaneciendo.

- Raquel, mi amor, mira... ¡está amaneciendo para ti! ¡Nuestro Padre te está felicitando! ¡Es tu primer regalo de cumpleaños!
- Sí, Micael, es la primera vez que veo un amanecer tan bonito, pero no es el primer regalo que he tenido. ¡Has sido tú, mi amor, el primero, y el más hermoso que he tenido en mi vida!
- ¡Cuanto he deseado Raquel, que llegase este momento!   

 De nuevo quedaron entrelazados, pero el agua del mar se había propuesto enviarlos de nuevo a casa, y  un nuevo y fuerte impulso del oleaje cubrió por completo a los dos enamorados, quienes se incorporaron rápidamente.
Micael no quería volver todavía a casa. Sabía que Raquel necesitaba equilibrar y asentar sus emociones, intensas, diversas y totalmente nuevas. La sentía desbordada y pletórica, y era el momento propicio para profundizar mucho más entre los dos. La tomó de la mano, y guardando la toalla y echándose por encima los jerseys que habían cogido de casa, la llevó a un agradable rincón entre rocas que les protegería de miradas curiosas desde el paseo de la playa.

- Es pronto todavía para volver. Dejemos que mamá y Jhoan duerman un poco. ¿Te apetece que nos quedemos un ratito a hablar? ¿O prefieres volver, Raquel?
- No tengo frío ni sueño, y sí, prefiero estar aquí contigo un ratito más en la playa. Ahora que está amaneciendo, me gusta más… jajaja. Lo del mar en la noche, no termina de convencerme…

Micael la miraba intensamente. Sus ojos la amaban, y su sonrisa la abrazaba. Era tanto lo que quería compartir con ella… había esperado tanto tiempo a su amor… con el que un día soñó y día tras día la había guardado en su alma… Sabía perfectamente lo que bullía en el corazón de ella.

- ¿Qué sientes, mi amor?
- Si te dijera todo lo que siento, Micael, es posible que te echaras a correr.
- Nunca echo a correr. Mi paso es sereno, pero seguro… dime, ¿qué sientes ahora?
- Siento que estoy sumergida en un sueño, el más hermoso que podría imaginar.
- Todos estamos viviendo en un sueño, Raquel. Esta realidad no es la “real”. Tanto tú como yo nos hemos despertado en el sueño, sabemos que todo lo que vemos, tocamos y experimentamos pertenece a este sueño, pero sabemos perfectamente cual es nuestra verdadera realidad.
- ¡La que vivimos en nuestro Corazón, que en realidad es lo que SOMOS!
-¡Así es, Raquel! Y quiero CONOCERTE, pero a través de tu corazón.
- Micael, te amo, profundamente, incondicionalmente, sé que tu lo sabes, como también siento y sé de tu amor por mí. Lo que hemos sentido los dos dentro del mar… ¡es indescriptible! No hay palabras para definirlo, ni tan siquiera mi mente es capaz de razonarlo. Pero sí mi corazón. El si que sabe. Lo que pasa es que muchas veces le vuelvo la espalda, le traiciono, pues me inquieta, me provoca cierto temor…
-¿Temor de tu propio Corazón, de la QUE TU ERES?
- Sí. Micael. Es posible que “temor” no sea la palabra más adecuada para definir lo que siento. Es más bien la incapacidad de mi mente y de mis emociones de digerir toda la grandeza del SER que quiere manifestarse. Y cuando estoy contigo, Micael, esa pulsación del Ser por manifestarse y dejarse oír es mucho más fuerte. Cuando estoy contigo, mi mente guarda silencio, porque mi Corazón toma las riendas y no la suelta.
- Contigo me pasa exactamente lo mismo, Raquel. Se que necesitas tiempo, y yo estaré a tu lado, y juntos, día a día, nos iremos descubriendo, y será maravilloso, mi amor. Dra. Reyes… ¿quiere ser mi esposa?
-¡Claro que sí, Micael, claro que si…!

El murmullo de una conversación ajena en la distancia, puso en guardia a Raquel, que viéndose casi en ropas menores, se levantó a toda prisa de la arena y comenzó a vestirse a toda pastilla.

- Micael, por allí me parece ver gente, y vienen hacia aquí, ¡horror... van a vernos y estamos casi sin ropa encima!
- ¡Vaya problema, no pasa nada mi amor!
- ¡Pues a mi me da una vergüenza de espanto!
- Tenemos tiempo de sobra, no te preocupes.

Raquel se vistió con la rapidez de la luz. ¡Visto y no visto! Y Micael, al contemplarla se reía. Como bien decía él, tuvieron tiempo de sobra. Se encaminaron hacia el pequeño paseo del embarcadero y se cruzaron con ellos. Era Ezequiel, un vecino de siempre, con sus dos hijos. Estos habían ido a pasar el fin de semana con sus padres, y aprovechaban, desde muy temprano, para pescar. Era su deporte favorito. Intercambiaron unos minutos. Hablaban muy deprisa, y algunos vocablos eran desconocidos para ella. El hombre mayor se reía constantemente, y sus dos hijos no le quitaban los ojos de encima. Al final, un choque de manos y un ¡hasta más ver!, y cada cual siguió por su camino.

- ¿Qué, te has enterado de algo?
- ¡De nada, hablabais muy deprisa!
- Sí, es cierto, pero además lo hemos hecho en un dialecto de aquí.
- ¡Caray... pues lo tengo bastante crudo con vuestro idioma!
- ¡No te preocupes, doctora, yo te enseñaré!
- ¿Y de qué hablabais?  El hombre mayor no paraba de reírse.
- Hacía  tiempo que no sabía nada de mí y de Jhoan. Es un buen hombre, vecino de siempre, y se ha sorprendido al verte a ti y me ha preguntado si eras mi novia.
- ¿Y qué le has respondido?
- ¿Qué le iba a decir?  Pues la verdad, ¡que no lo eres!

- ¿Ah no...?  Respondió tímidamente y un poco confusa Raquel. Micael le levantó la barbilla con la mano y acercó su rostro hacia él, y mirándola sonriendo  le contestó:
. ¡No, claro que no! ¿Acaso no eres ya mi mujer? ¡Eso es lo que le he respondido! Porque... y te lo vuelto a preguntar ¿deseas tú, Raquel, ser mi mujer, mi esposa?
- ¡Pues claro que sí Micael, si quiero, sí quiero! Raquel se echó a llorar abrazándose a él con toda su alma.
- Dra. Reyes,  ha hecho el hombre más feliz de la tierra. En cuanto lleguemos a casa, habrá que decírselo a mi madre. Por nada del mundo quiero que se entere por terceras personas, y en este pueblo, las noticias corren como la pólvora.
- ¡Dios Santo!  ¿Y que pensará tu madre? ¡Ha ocurrido todo tan deprisa! Espera un poco Micael, sentémonos un rato y hablemos... lo necesito.
- ¡Qué, mi amor… te estás echando atrás! Preguntó maliciosamente Micael.
- ¡Mira que eres malo!  Es que no hace ni diez horas que nos hemos conocido, y ya estamos como quien dice, casados. ¡Yo misma alucino! ¡No sé qué está pasando!
- Mi madre ya no se asusta por nada, Raquel. Con hijos como nosotros, ¡ya está curada de todo! Además, lo nuestro no ha sido tan precipitado.
- ¿Ah no...?
- Es cierto que solo hace unas horas nos hemos reconocido, pero ¿no tienes la sensación de que nos conocemos y nos amamos desde siempre?
- ¡Si, Micael, claro que sí, mi corazón lo sabe, pero mi mente alucina, y además, el resto de la gente no está en nuestros corazones y alucinarán más que yo! Les costará comprender.
- ¡Ya lo harán! Pero en el caso de mi madre y de mi hermano, cuando vean la felicidad que resplandece en mi rostro y la vida que le has devuelto a mi cuerpo, compartirán la dicha con nosotros.
- Micael, ¿qué hora es? Me ha parecido ver luz en el salón de tu casa.
- De nuestra casa, mi amor. Son las cinco y media, pero es muy temprano todavía para que mamá esté levantada.


Cuando entraron en casa, olieron a café recién hecho y pan tostado. Fueron hacia la cocina, y allí estaba Jhoan, preparándose lo que parecía un desayuno.

- ¿Pero de dónde salís vosotros? Yo os creía durmiendo.
- Todavía no. Cuando acabó la sesión de masaje, nos fuimos a pasear por la playa, y se nos ha pasado el tiempo volando. ¿Y tú, hermano... te levantas ahora o todavía no te has acostado?
- Iba a hacerlo ahora mismo, pero tenía hambre. Los apuntes me han llevado más tiempo de lo previsto. Casi me vuelven loco. ¿Os apetece desayunar a vosotros también?
- ¡Sí, y encantados de la vida!
- Pues ven aquí, hermanito, y ayúdame a tostar más pan.
- Ya voy yo, Jhoan.
- ¡Tu quieta ahí, que eres una invitada!
- ¡Ya no, hermano!
- ¿Qué no es una invitada? ¿Qué me quieres decir? Preguntó intrigadísimo Jhoan mirando a su hermano.
- ¡Que ya es una más de la familia! ¡Que es mi esposa... y tu hermana!


Jhoan se quedó mirando perplejo a su hermano. Fue hacia él, le cogió el rostro entre sus manos, le atravesó con sus ojos azules profundos, y unas lágrimas acompañadas de una amplia sonrisa iluminaron su rostro. Estalló en un grito de alegría y abrazó fuertemente a Micael.

- ¡Micael, hermano, Dios… que alegría me has dado! ¡Soy enormemente feliz por ti!

Y yendo seguidamente donde Raquel, la cogió, la balanceó, y la abrazó con todas sus fuerzas.

- Doy gracias al Cielo por haberte enviado a nosotros, Raquel. Mi corazón lo sabía desde el principio, y el muy jodido no se equivocaba. ¡Bienvenida, hermana, bienvenida a nuestra casa, a nuestra vida y a nuestros corazones! - ¡Habrá que decírselo a mamá enseguida!
- Cálmate, Jhoan, si sigues gritando la vas a despertar.
- Es que me habéis dado una alegría muy grande, y necesito gritar, si no, reviento.
- ¡Tranquilo, Jhoan... ven aquí, y siéntate, ya sigo yo con las tostadas!
- ¿Y por qué no llamamos a mamá? No le importará en absoluto el madrugón cuando sepa la noticia.
- Hermano, no seas crío, necesita dormir y descansar. Tenemos toda la mañana por delante. Eso sí, en cuanto se levante habrá que decírselo. Viniendo para aquí nos hemos encontrado con Ezequiel y sus hijos, y al preguntar por Raquel, les he dicho. No quiero que mamá se entere la última.
- ¡Y con lo que es él! Todo lo que tiene de buen hombre y buen amigo, lo tiene de cotilla. Ha sido capaz de volver a su casa otra vez y contárselo a su mujer. Probablemente, dentro de una hora, lo sabrá todo el pueblo. Y si nosotros nos vamos a dormir, ella no se quedará en casa, se irá a los oficios religiosos y entonces la habremos jodido, hermano.
- Tampoco es problema... Mientras desayunamos, hacemos tiempo hasta que ella se levante, y entonces se lo decimos.
- Qué, Micael... ¿vienen esas tostadas o no?
- ¡Toma, aquí las tienes, muerto de hambre!
- ¿Y habéis pensado ya en una fecha para la boda? Mamá es lo primero que os preguntará, ya la conoces, querrá empezar  a hacer los preparativos.
- ¡No, no hemos hablado nada sobre ello!
- Ya sabes hermano que el mayor sueño de nuestra madre es el vernos desposados en la sinagoga y por el rabí Efraín,  claro que, hay que contar con Raquel… tú vienes de una religión católica y quizá te gustaría la ceremonia de otra manera.
-  Por mí no hay ningún problema. Soy libre. Estoy fuera de dogmas, de iglesias y creencias.
- ¿Qué opinas  Micael?
- Que me encantaría que nos casara Efraín, ha sido siempre el mejor amigo de nuestros padres. También me gustaría cumplir con el sueño de mamá, pero pienso en Raquel. Ya sabes que ahora la ceremonia religiosa no puede hacerse sin la civil, y es precisamente este papel jurídico el que me preocupa.
- ¿Pero por qué, Micael? Preguntó sorprendida Raquel.
- Mi amor, si legalmente te conviertes en mi esposa, perderás tu nacionalidad española, tu apellido, porque pasarías a tener el mío, y todos los derechos que tienes ahora como ciudadana europea, los perderías...
- ¡Pues fíjate lo que me importa a mí eso…!
- Raquel, la situación en Israel es muy delicada. Estamos en guerra, no oficialmente declarada, pero está a punto de reventar. Tú no has estado en Hebrón, por ello no puedes hacerte idea de lo que te estoy diciendo. Hay muchos problemas, peligros, y no hay ningún momento de sosiego y seguridad para nosotros. Si la situación se pusiera peor, tu país te reclamaría, tendrías oportunidad de escapar. Si fueras mi esposa, legalmente, no podrías hacerlo. Soy un hombre marcado, Raquel, y mi hermano también, y quedarías marcada tú también, y el llevar esa marca supone ser reo de muerte en cualquier momento.
- ¿Pero, pero de qué me estás hablando Micael? ¡Qué demonios me importa a mí todo eso! ¡Me importas tú, te amo a ti, quiero estar contigo y compartirlo todo! ¿Me crees acaso capaz de dejarte en una situación extrema? Preguntó Raquel sollozando y echa un nudo de nervios.
- Raquel, mi amor, cálmate... Exclamó Micael abrazándola por la espalda y besándola en la frente.
- No, no quiero calmarme, ¿cómo has podido ni tan siquiera pensarlo? ¡Quiero ser tu esposa, y que lo sepa el mundo entero!
- Mi amor, si te casas conmigo, lo harás con un hombre que te ama más que a su propia vida, pero también tengo un compromiso, y sé, mi amor, que el llevarlo a cabo, me costará la vida, y ante todo... deseo hacerlo. Esta es una de esas cosas que tienes que ir descubriendo de mí… y de ti.
- Micael, yo también hice un compromiso, y el único sentido de mi vida es poder llevarlo a cabo. No tengo ningún objetivo determinado. Mi compromiso fue con el Amor. Yo también deseo entregarme al mundo, sin condiciones. ¡Quiero hacerlo por EL, pero también por mi corazón! Yo vine precisamente a Israel para buscarle, a que me mostrara la forma de hacerlo, y el te puso en mi camino e incluso te prestó su cabeza para que tú pusieras tu rostro. Mi amor, EL entonces me apartó de su lado porque no comprendía, sabía que le amaba, pero no entendía el por qué de su entrega y de su muerte. El me dijo: “si vienes ahora conmigo, solo compartirías conmigo el dolor, y no el amor, la plenitud que hay en mi pecho y en mi corazón. Llegará un día en que comprenderás, y entonces yo mismo saldré a tu paso y te invitaré a venir conmigo, y vestidos los dos de blanco abrazaremos la cruz del mundo y nos fundiremos con ella por EL”. Micael, él no ha venido, pero te ha enviado a ti, y tuyo es mi corazón y mi alma.
Quiero entregarme contigo, mi amor, quiero hacerlo a tu lado y subir juntos de la mano hacia esa cruz de oro.


Micael no la dejó seguir. Se abalanzó hacia ella, y llorando la abrazó intensamente, la besó y cogiendo su rostro entre sus manos exclamó:

- ¡Amor mío, eres mi esposa, y si tu deseo es que nuestros destinos sean uno, así será! Hermano, mamá ya puede preparar todo lo que quiera, porque mañana mismo tenemos una cita en el juzgado de Jerusalén.
- ¿Mañana... o dentro de unas horas?
- Hoy mismo.
- ¡A la orden, hermano! Entonces dejamos lo de dormir para otra ocasión.
- ¿Y quien podría dormir ahora, Jhoan? ¡Yo, desde luego que no!
- Pero no creo que hagan bodas tan rápidas, ¿ó sí...?
- Si tienes toda la documentación en regla, como mucho pueden citarte para dentro de dos horas. Aquí es rápido.
- Pues en España tardan mucho más, hasta tres meses en darte una fecha.
-  También dependerá del tipo de ceremonia que se quiera. Contestó Jhoan. Si solo se trata de leer y firmar el contrato matrimonial, es rápido. ¡Qué...! ¿Ya te estás echando atrás...? Jajaja
- ¡Para nada, Jhoan! ¡Ojala cuando llegue la noche pueda decir que soy la señora Jordan!
- ¿Tienes aquí toda la documentación?
- ¡Sí, nunca viajo sin ella!
- ¡Pues ya está todo hecho! Las tostadas, muchachos, se han quedado tiesas, así que habrá que desayunar antes de que se enfríe el café.


Terminaron de desayunar y Micael llevó a Raquel a su cuarto. Necesitaba asearse y cambiarse de ropa. Estaba radiante y feliz. Cuando bajó de nuevo al salón, la estaban esperando los tres. Sara, oyendo el ajetreo de la cocina, se había levantado, y su hijo le había contado la buena nueva. Fue hacia la escalera, al encuentro de Raquel, y sujetándola por los brazos la miró, con ojos profundos y azules, como los de Jhoan, dejando caer unas lágrimas por su rostro,  y la abrazó.

- ¡Felicidades, hija mía, porque te llevas a uno de los dos mejores hombres de este mundo! Pero también te felicito a ti, hijo, porque has encontrado un gran tesoro.

Y uniendo con su mano derecha las de Micael y Raquel, les dio su bendición. Esperaron a que Sara se preparase, y partieron hacia Jerusalén.

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