sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: CAPITULO 26.- AL ENCUENTRO DEL ARCA



Y en este pequeño oasis pasaron grandes momentos. Espacios para el amor, para el placer, para el alimento, para el relax... ¡una bonita estancia en el Paraíso! Pero ellos son hombres y mujeres de acción, y en sus ánimos y en sus mentes comenzaban de nuevo a planear. Ese amanecer subterráneo traía consigo una sorpresa. Todos despertaron al compás de una hermosa sinfonía, y atraídos por saber su origen, fueron saliendo uno por uno a través de los orificios hacia el centro de la estancia. ¡Y allí les aguardaba la mayor sorpresa de sus vidas!
Alrededor de una de las losas de mármol, la de color blanco, había amigos que les estaban esperando para compartir el desayuno, y los dos anfitriones, de pié, esperando a que los recién levantados tomaran asiento.

Los planes habían cambiado más que ligeramente. Ellos dos eran Josué y Sara, que tras saludar a todos, les indicaron que no les tocaran. Ellos ya no tenían un cuerpo físico. En los ojos de los cinco había lágrimas. Fueron pasando uno a uno, abrazándoles. Esos amigos eran Marcos, Juancho, Antonio, Daniel, Josafat y la pequeña Sarita.
Todos ellos habían sido llevados hasta allí por los Hermanos, y habían sido puestos al corriente de todo y abierto sus consciencias. Se les había explicado el por qué ellos estaban allí, su implicación en el Plan y el significado y las consecuencias del acto que iba a hacerse en la gruta del Arca. Como a ellos cinco, se les hizo saber también la responsabilidad que iban a adquirir si aceptaban, y las consecuencias en un futuro cercano para unos y lejano para otros. Y todos habían aceptado. Dieron su sí, y lo sellaron con aquél almuerzo compartido.

A los recién llegados se les había arrebatado de sus respectivas camas, pero estaban allí con sus cuerpos físicos, con plena consciencia. Cuando terminaran con el trabajo, volverían de nuevo a sus casas.
Cuando terminaron aquél ágape, Sara y Josué se marcharon y aparecieron otros dos hermanos de Casa. Estos venían a prepararles y a instruirles sobre los pasos que tenían que dar para ir a la gruta. Antes que nada tenían que sumergirse de nuevo en la piscina. Su agua tenía nuevos componentes, mucho más efectivos para hacer una nueva depuración.

Cuando salieron, y sin cubrirse con ningún tipo ropaje, les ofrecieron a beber un líquido parecido en esencia a la leche. Era un fuerte depurativo para el organismo. Finalizado este paso, los dos Hermanos se dirigieron a Micael y a Raquel y untaron sus cuerpos con un líquido azul oscuro, incluso su pelo. Los demás sonrieron al verles. Parecían muñecos pintarrajeados. Pero a los pocos minutos, conforme se iba secando aquélla sustancia, el azul iba desapareciendo en el interior de su piel.
Los hermanos les explicaron que era un protector para sus tejidos blandos, para el momento en que la energía impactara en sus cuerpos.
Luego les fueron explicando con todo detalle los pormenores del evento, y cuando ya todo estuvo claro, mandaron bañarse de nuevo a todos salvo a Raquel y a Micael.
Cuando salieron del agua, les facilitaron una nueva túnica blanca. Ellos podrían ir cubiertos, pero los protagonistas más directos no. Uno de los hermanos posó su mano derecha sobre una de las losas de mármol, y ésta cedió hacia un lado, dejando al descubierto una serie de escaleras, que en forma de caracol, daban paso a otro túnel. Los dos Hermanos quedaban allí, pero los once comenzaron a bajar, cerrándose tras de sí aquélla losa blanca.
De nuevo túneles... y cuanto más avanzaban, más calor sentían, y más presión en sus cabezas. David había tomado la delantera. El sabía de ese trozo determinado del trayecto perfectamente. Se volvió y vio que sus hermanos, sobre todo los recién llegados, estaban pasándolo mal.

- ¡Queridos, ánimo, no os preocupéis! ¡Estos síntomas son normales, pero desaparecerán enseguida, en cuanto os pongáis en sintonía con esta energía! ¡Ven, pequeña, conmigo, a mi lado, en primera fila! ¿Tienes miedo?
- ¡No...!
- ¡Dinos, Sarita...! ¿Y siendo tan pequeña, por qué estás aquí?
- ¡Yo no soy pequeña, aunque tenga un cuerpo diminuto! Me llaman Sara, pero ese nombre no es el mío. Y estoy aquí, porque el depositario de esta energía que vamos a sacar de esa caja, es mi amigo, le quiero mucho, y deseo ayudarle.
- ¡En ese caso... bienvenida, hermana! Y siguieron andando, y Sarita no soltaba la mano de David. Anduvieron unos cien metros, y éste volvió a echar el alto.

- ¡Hermanos, ya hemos llegado! Y ahora, siguiendo las instrucciones de ellos, pongamos todos la mano derecha sobre esta pared.

Al contacto de las manos con aquél muro, éste se abrió por su centro dejando al descubierto una estrecha hendidura por la que pasaron todos al otro lado. Cuando el último, Jhoan, la había atravesado, ésta volvió a cerrarse dejando de nuevo intacta la pared. Y sus ojos se abrieron como lunas. Habían llegado a una gigantesca gruta, toda ella llena de luz dorada, de grandes tesoros. Todos admiraron aquéllas bellezas, y las tocaron, pero tenían prisa por ir al Arca, era su verdadero cometido. Aquéllas riquezas serían descubiertas en un futuro muy próximo por otros seres humanos con ese cometido. Atravesaron aquélla gruta a toda velocidad y se dirigieron a una nueva pared, ya que al otro lado de la misma estaba la gruta del Arca.
Hicieron lo mismo que con la anterior, y cuando ya estaban dentro observaron que,  a diferencia de la que habían pasado antes, ésta estaba vacía, con una luz azulada muy tenue, y en su centro, una caja de roble de dos metros de largo por medio metro de ancho. Estaba precintada. Y David volvió a tomar la palabra.

- Repasemos los pasos que hay que dar: ahora nosotros nueve rodearemos esta caja cogidos de las manos. Debemos permanecer con los ojos cerrados, si no queremos cegarnos. Micael y Raquel se introducirán en esta caja, y desde dentro ellos la volverán a cerrar. Activarán la energía que hay en el interior y habrá una fuerte explosión. Ellos absorberán todo el caudal interior, pero nosotros lo haremos con todo lo que salga al exterior. Será un fuerte impacto, hermanos. Tendremos que permanecer unidos por las manos, pero sobre todo, acordaros, no abráis los ojos. Cuando todo haya concluido, notaremos enfriarse nuestros cuerpos, y será el momento de abrir los ojos y ayudar a salir a estos dos de la caja, eso si queda algo de ellos... ¡claro está! Exclamó sarcásticamente David.
- ¡Tus ánimos son conmovedores, hermano! Exclamó Micael mirando a David riéndose.
- ¡Como no salgáis de ahí... me meto a buscaros! Respondió David emocionado y abrazando a sus hermanos.

David, con la ayuda de Jhoan y Daniel, abrió la caja. Estaba inactiva, pero aún así recibieron un ligero golpe de energía que les obligó a dar algunos pasos hacia atrás. La caja en su interior, estaba revestida por planchas de oro. El primero en introducirse fue Micael, luego lo hizo Raquel, pero comprobaron que el uno junto al otro, en la caja, no cabían. Fueron tomando distintas posiciones, hasta que dieron con una en la que encajaban los dos perfectamente. Abrazados y de medio lado.

- Aunque la postura es algo incómoda, me encanta... Exclamó Raquel algo nerviosa.
- ¿Mi amor, estás preparada?
- ¡Claro que sí, Micael!
- ¿Y vosotros, estáis preparados?
- ¡Esperad un poco! Contestó David.
- Sarita, ya sé que eres mayor, pero tu cuerpo, como muy bien has dicho, es diminuto, solo tiene seis años. Te propongo una cosa. En vez de estar sujeta a nosotros por las manos... ¿qué te parece si te agarras a mi cintura y pasamos la experiencia juntos?
- ¡Sí, lo prefiero! Y sin pensárselo dos veces se soltó de Juancho y de Daniel y se enganchó con fuerza a David. Se había hecho amiga de él, y confiaba en su amigo. David le acarició el pelo y le susurró:

- ¡Por nada del mundo te sueltes de mí, y ya sabes... con los ojos cerrados! Y la niña asintió con su cabeza

- ¡Ya estamos preparados, hermanos, podéis cerrar la caja!

Y entre Raquel y Micael la cerraron desde dentro. Y durante unos segundos reinó el silencio, al cabo de los cuales, el suelo y las paredes de la gruta comenzaron a vibrar. Ellos dos seguían abrazados, pero el calor y la vibración que comenzó a activarse en el interior, les hizo sentirse en el centro de un volcán. Dejaron de sentir sus cuerpos. Solo había fuego en ellos, y la lava corría por donde fluía antes la sangre. Estaban al límite de sus fuerzas, y un grito desgarrador salió de la garganta de Micael y que oyeron los demás fuera, y les hizo estremecer. Era la señal de que la gran explosión iba a acontecer.

¡PADRE, VEN PRONTO!

Y como si aquélla llamada desgarradora hubiese sido el detonador, hubo una explosión de tal calibre, que la caja estalló en mil pedazos y la gruta se desmoronó. Los nueve seguían de pié, fuertemente unidos por las manos, y la pequeña Sarita agarrada a David. Sentían como las piedras de la gruta caían cerca de ellos, y el fuego rozaba sus cuerpos, pero no se movieron ni un ápice. Se sentían en el interior de una caldera de fuego. El dolor era insoportable, pero sabían que pasaría rápidamente. Al cabo de unos minutos, que se hicieron interminables, cayó al suelo la última piedra, y sus cuerpos comenzaron a enfriarse. La primera en abrir sus ojos fue Sarita, que viendo que ya había pasado todo, avisó a los demás.

A pesar del polvo, del fuego y del humo, ellos estaban limpios, con sus vestiduras inmaculadas. Cansados, como si hubiesen recibido una fuerte paliza, pero satisfechos. La caja había desaparecido, se había desintegrado, y los cuerpos de ellos dos, todavía entrelazados, estaban en el suelo. Permanecían inconscientes. David se acercó y les tocó suavemente. Todavía estaban muy calientes. ¡Había que esperar a moverlos!
Se colocaron alrededor de ellos, de rodillas y unidos por las manos, y unieron sus corazones al suyo. Poco a poco sus cuerpos fueron recuperando la temperatura normal, y cuando David lo consideró oportuno, dio la orden de que fueran levantados, y con mucho cuidado fueron de nuevo trasladados al oasis. Seguían inconscientes.

Una vez allí los colocaron sobre una de las losas y los cubrieron con varias túnicas, y esperaron. No tardaron en aparecer los dos Hermanos que les habían instruido, y éstos les indicaron que se sumergieran en la piscina. El agua les ayudaría a recuperarse. Mientras, ellos atenderían a Micael y a Raquel. Necesitaban un buen reajuste de energías, y a esa labor se entregaron.

Cuando David y Jhoan salieron del agua, estos ya habían terminado con su misión, y dejándoles a su cuidado, desaparecieron, no sin antes darles las últimas instrucciones para su regreso.
Poco a poco fueron recobrando el conocimiento, pero como no podían moverse, entre todos les llevaron al agua y les sumergieron, manteniéndoles constantemente a flote. Cuando los tuvieron el tiempo reglamentario, los colocaron sobre uno de los colchones que habían sacado del interior de uno de los recintos de descanso. Los vistieron con las túnicas y les dejaron descansar. Los demás comieron un poco de aquéllos alimentos, pero sobre todo bebieron mucha agua y comieron fruta. Sus cuerpos pedían hidratarse.

Al cabo de una hora, Micael ayudó a incorporarse a Raquel, y fueron hacia donde estaban sentados y haciendo una tertulia sus amigos y hermanos.

- ¿Cómo estáis muchachos?
- Nosotros perfectamente, Micael... ¿y vosotros... que tal tenéis el cuerpo?
- Con la sensación de mucha pesadez, pero muy bien... y con hambre.

Y cediéndoles sitio, se sentaron y comieron. Micael observó a la pequeña Sarita y vio que ésta le miraba y le sonreía.

- ¡Pequeña... has sido muy valiente... mucho tienes que querer a ese amigo tuyo al que quieres ayudar!
- ¡Sí, le quiero mucho, y tu te pareces mucho a él, solo que tu tienes los ojos azules y él los tiene verdes!

Y en aquél momento se dieron cuenta de que la pequeña veía constantemente con los ojos del Espíritu.

- Dime, Sarita... ¿pero qué ojos te gustan más, los de Micael o los míos? Exclamó Jhoan con la intención de sonsacarle algo más a la pequeña.
- ¡Tú también eres muy guapo, me gusta mucho tu pelo rojo, brilla mucho, y tus ojos son de color de las violetas, pero me gustan más los de Micael y mi amigo!

Comprobando que efectivamente aquélla niña veía al ser espiritual en todos ellos, se miraron y una mueca de preocupación apareció en el rostro de todos. No podían hablar porque ella estaba delante, pero Micael salió al paso enseguida, y la respuesta que dio tranquilizó a todos los presentes:

- ¡No hay cuidado, cuando volvamos a la normalidad, las capacidades se adaptarán a la psicología y evolución de cada uno! Dime, Sarita... ¿cual es el nombre de tu amigo? ¿Te lo dijo él?
- ¿Sois sus hermanos y sus amigos y no lo sabéis?
- ¡Es cierto, Sarita, pero es que como tiene tantos... no sabemos cual de ellos te dio!
- Bueno, salvo el otro día que le ví y me dio el recado para vosotros... no le había visto desde hacía mucho tiempo. Cuando le pregunté que cómo se llamaba, no quiso hacerlo, porque me dijo que entonces dejaría de quererle y le tendría miedo.
- ¿Y entonces qué pasó? Preguntó intrigado David.
- Que yo le insistí, y le dije que cuando quiero a un amigo, lo quiero para siempre, y que pasara lo que pasara, seguiría siendo su amiga. El entonces me lo dijo, me dio su nombre, y cuando lo oí grité asustada y él se fue. Me dijo que se llamaba Lucifer. Ya mis papás me habían hablado de él. Al oír mis gritos, mis padres fueron corriendo a mi habitación, pero les dije que había sido una pesadilla. Aquélla noche no pude dormir. Ellos me habían dicho que Lucifer era un ser siniestro, malo, que luchó contra Yahvé y fue castigado a vivir entre el fuego. Pero yo le conocía, y no podía creer que ese señor fuera tan malo. El era muy cariñoso conmigo, y yo sabía que me quería. Así que me puse muy seria y le llamé, y como no acudía, le grité y lloré hasta que lo conseguí, y apareció. Entonces le dije que me contara la verdad, que yo creía en él y le quería, pero que si era mi amigo, tenía que ser sincero conmigo. Y lo fue. Hablamos mucho, me confesó que había hecho cosas impropias en un ser como él, pero que sabía que su Padre iba a ayudarle, y necesitaba que sus hermanos le echaran una mano. Entonces yo me ofrecí, y fue cuando me entregó la piedra que os dí.

- Sarita, puedes estar segura de que es un gran ser, pero así como se equivocan los pequeños, también lo hacen los grandes. Pero para eso estamos los amigos... ¡para echarnos una mano! Exclamó Micael acariciando a la pequeña.
- Yo quiero seguir siendo vuestra amiga, Micael, pero no deseo que mis papás se enteren de lo que hacemos ni de que Lucifer es mi amigo. ¡No lo entenderían, se asustarían y creerían que estoy enferma!
- ¡No te preocupes, hermana pequeña, si tu no lo deseas, nadie lo sabrá! El día que te hagas mayor y puedas elegir, tú decidirás.
- ¡Sí, pero esos dos Hermanos nos han dicho que todavía hay que hacer unos cuantos trabajos más, y que habrá que viajar... y a mí no me van a dejar en casa...!
- ¡Sí, pero ya sabes que nuestros Hermanos pueden traerte a nuestro lado mientras duermes tu y tus padres! ¡Por ello no te preocupes, estarás con nosotros! Le respondió Jhoan.
- ¿Y ahora me vais a dejar en casa?
- ¡Claro, Sarita, a ti y a los que han venido contigo, y nadie habrá notado vuestra ausencia! Respondió de nuevo Micael.
- Ahora que has nombrado lo de volver... es hora ya de que regresemos. Vosotros lo haréis por el mismo camino por el que habéis venido, pero nosotros nos tenemos que incorporar enseguida a nuestros respectivos destinos. Advirtió Juancho.
- ¡Sí, tenéis que marchar, hermanos! Confirmó David poniéndose en pié y dando por finalizada la reunión.
                   

Se pusieron todos en pié y comenzaron los abrazos. Juancho y Antonio fueron hacia Micael y le abrazaron intensamente.

- ¡Por fin nos conocemos, hermano, aunque nuestros corazones se han sentido siempre!
- ¡Gracias por estar con nosotros, y por haber apostado por el Amor, amigos!
- ¡Esperamos que vayáis por Madrid! No todo va a ser trabajo, alguna juerguetilla  ya nos correremos...
- ¡Podéis estar seguros, de que iremos por allí!
- ¿Pero antes del viaje de la Piedra Esmeralda, o después...? Preguntó Antonio.
- Para hacer ese trabajo tenemos que ir a Tenerife. Lo más apropiado es ir a Madrid un tiempo antes, preparar allí el viaje e ir juntos...  pero últimamente están surgiendo muchos cambios... así que... a lo que salga...
- Raquel, en cuanto lleguéis vosotros a casa, llamarnos.
- ¡Eso está hecho Juancho!

Raquel acompañó a sus amigos a prepararse para la partida, y Micael quedó solo con Josafat y Daniel. Después de abrazarse con el primero y quedar para un día determinado, se despidieron. Y por fin, después de mucho tiempo, Daniel y Micael estaban solos, uno frente al otro. Se miraron profundamente, y los ojos de ambos se humedecieron, y al final se abrazaron... ¡y qué abrazo...!

- ¡Micael, amigo mío... por fin sé por qué siempre te he amado tanto, y te juro, hermano que ya nunca más  esconderé el amor que siento por ti!
- ¡Hermano... cuanto he deseado que llegase este momento! ¡Te quiero, Daniel, te quiero, amigo mío!

Y Daniel besó a su amigo en la mejilla, pero Micael, cogiendo el rostro de su amigo entre sus manos, le besó en los labios.
- ¡Este beso, Daniel, se lo da mi corazón al tuyo!

Raquel no perdía de vista a Daniel y a su marido. Sentía que aquél encuentro tenía connotaciones muy especiales y emotivas. Cuando Daniel se despegó de los brazos de Micael, fue hacia ella y la abrazó con la misma intensidad.

- Raquel, he quedado con Micael en vernos dentro de unos días. Intentaré ponerme de acuerdo con Josafat e iremos juntos a vuestra casa. Pasaremos con vosotros un fin de semana.
- Nos lo pasaremos muy bien, Daniel.
- Cuando lleguéis a casa, darnos un toque.
- ¡Así lo haremos, que tengas un buen regreso tu también!


Daniel fue hacia el grupo. Le estaban esperando. Cuando estuvieron los seis, se subieron a una de las losas y esperaron. A los pocos segundos, la superficie marmórea se puso incandescente y proyectó hacia arriba una fuerte luz blanquecina que los envolvió. Hubo una fuerte vibración y los seis viajeros desaparecieron. Y todo volvió a la normalidad. Ellos cinco quedaron mirando todavía unos segundos el lugar desde donde habían partido sus amigos, sonrieron y volvieron a tomar asiento cerca de la piscina.

- ¡Vaya sorpresa que hemos tenido hoy, eh… hermanos...! Exclamó Micael sonriéndoles.
- ¡Sí, desde luego, yo no me lo esperaba! Contestó David.
- Pensándolo bien, ¡no había vuelta de hoja! son nuestros amigos, y ellos tenían que estar aquí.
- ¡Sí, Salomé, pero si ellos han venido no es por su amistad con nosotros, sino porque lo eligieron!
- ¡Ya lo sé, nene, pero conociéndoles... ya se me hacía extraño que ellos no compartieran con nosotros! Respondió ella a su marido.
- ¿Habéis hablado en algún momento de cómo les trajeron hasta aquí?
- ¡Si, claro... mientras hacíamos tiempo para que vosotros dos os recuperarais! Hemos hablado largo y tendido...
- ¡Pues cuéntanos un poquito, samurai!
- ¡Un poco hermano, no, te cuento todo! Todos ellos, salvo uno, Marcos, estaban durmiendo. Fueron despertados por nuestros Hermanos y traídos hasta aquí. Marcos estaba en plena faena. Lo suyo fue más complicado. Estaba con Gloria, su novia, y en plena concentración amorosa. Tuvieron que dormirla primero a ella, y esperar a que Marcos se vistiera.
- ¡Pobre Marcos... vaya faena! Exclamó riéndose Raquel.
- ¡Eso mismo dijo él cuando llegó! Y los Hermanos le pidieron disculpas, pero no podían retrasarlo más, y le aseguraron que cuando volviese podría retomar sin problema la situación. La que nos dejó perplejos fue Sarita. Mientras los Hermanos hablaban con ella, y cuando luego lo hicimos entre nosotros, no era la niña de seis años la que hablaba o escuchaba, ¡que va...! era la hermana Arnea, así decía ella que era su verdadero nombre. Era una mujer adulta, hermanos. En ningún momento estuvimos con una niña.
- ¡Pero eso era de esperar, Jhoan! No se puede abrir la consciencia de una niña de seis años a ciertos niveles. No habría podido asimilarlo. Por ello, en todo momento, ha sido su corazón el que ha estado con nosotros, no ella. Cuando regrese de nuevo a su casa recordará esta aventura, pero según su capacidad psíquica y psicológica. Es lo que os quise hacer llegar cuando la niña comenzó a identificarnos según nuestro espíritu. Respondió Micael a su hermano.
Y luego hablamos un poco sobre lo que iba a desempeñar cada uno dentro de este Plan. Cuando los Hermanos les mostraron su trabajo a realizar, vieron que de una forma y otra, ya estaban en la línea. En ese sentido solo tienen que seguir con lo que estaban haciendo. Juancho al frente de la asociación difundiendo todo el conocimiento a las cuatro esquinas del mundo. Antonio apoyando desde su editorial, y Josafat, a parte de seguir con su trabajo en el Cairo a la cabeza de la Hermandad espiritual que tú ya conoces, será una delegación de Isis y Osiris en esa zona. Con ellos trabajaré yo hermano, codo con codo cuando vosotros marchéis, y pondremos a este mundo patas arriba.
- ¡Eso sí que no lo dudo en absoluto! Respondió Micael riéndose.
- Pero para que podamos hacerlo, vosotros primero tenéis que hacer bien vuestro trabajo, hermanos, porque funcionaremos con toda la información que nos dejéis. Exclamó Salomé dirigiéndose a Micael, a David y a Raquel.
- ¿Y Daniel... qué os comentó?
- Al principio le costó un poco abrirse, pero se sintió a gusto con nosotros, y se confió plenamente, nos abrió su corazón. Empezó confesándonos su homosexualidad, y luego nos dijo todo lo que los Hermanos le habían mostrado sobre él en un futuro. Se alegró el saber que el nuevo rumbo que había dado su vida, era precisamente el que tenía que escoger. Además de ejercer como médico en su pueblo, ha abierto una vieja casa abandonada y la ha dejado en condiciones. Allí tiene a ocho enfermos terminales de sida. Todos ellos son homosexuales, y por ello, y también por el deteriorado estado, sus familiares se han librado de ellos, y los centros sanitarios no los quieren porque no tienen camas suficientes, al menos es la excusa indigerible que han puesto. En esa labor le ayudan dos mujeres y tres hombres, compañeros y amigos de Daniel, que en sus ratos libres le echan una mano.
Sin embargo empieza a tener problemas serios. El pueblo no quiere tenerlos allí, los consideran hombres marcados por la justicia de Yahvé por sus pecados. Y Daniel va buscando desesperadamente otro sitio para ellos, porque si siguen allí más tiempo, son capaces de lapidarlos.
- ¿Y por qué no me ha dicho nada? Respondió compungido Micael.
- ¡Hermano, él sabe quien eres y cual es tu trabajo! Me imagino que no querrá echarte encima más problemas. Respondió Jhoan a su hermano.

- ¡Pero podríamos ayudarle! En Haifa, por ejemplo, a lo largo de la costa hay casas muy antiguas deshabitadas y que se venden desde hace años, creo yo, y están aisladas, donde no pueden incomodar a nadie, y nadie les incomodaría a ellos.
- Pero hermano, para ello, Daniel necesitaría dinero, y tendría que dejar su trabajo. Es el titular de esa plaza.
- ¡Si Daniel no tiene dinero, nosotros sí, Jhoan! Otra cosa es lo de su trabajo. Tendría que decidir si dejarlo o no. ¡Y no es fácil, porque si no tiene ingresos, dime tú como puedes mantener y cuidar de unos enfermos que están tirados en la calle! ¡Hermano...! ¿Qué habría sido de mí si tú no me hubieses ayudado económicamente?
- ¡Yo no veo problema por ningún sitio! Exclamó Raquel. ¡Se compra una de esas casas, se le dice a Saúl que la recomponga y ya está! Se trasladan a los enfermos allí y se le ayuda a Daniel económicamente. Hace unos días, tú, David, y tú, Micael, hablabais sobre el destino que habría que darle a los beneficios obtenidos por los libros editados. Hablasteis de destinarlos a obras sociales... ¡qué mejor obra que ésta! Además, nosotros podemos ayudarle. Es uno más de la familia y su trabajo nos incumbe también a nosotros. Es cierto que es su responsabilidad y su trabajo, y en ello no debemos meternos, pero sí el facilitarle todos los medios, ya que disponemos de ellos.
- ¡Tienes razón, mi amor, así se hará! ¿Qué pensáis vosotros?
- ¡Que si Daniel está de acuerdo, nos parece perfecto!
- ¡Hermanos... protegerlos hasta que regresemos y nos pongamos en marcha! Gritó Micael esperando que le oyeran.
- Hermanos, en momentos como éste es cuando desearía utilizar el poder que tengo ahora. ¡Dar una orden, y todo solucionado!
- Raquel, no te apures, y déjale hacer a tu corazón. Hace un momento tú has pronunciado lo que verdaderamente deseas para Daniel y sus enfermos, y tu corazón lo ha escuchado. ¡Confía en él, y no te preocupes por más! Respondió David a Raquel cogiéndola fuerte de la mano.
- ¡Tienes razón, David... EL ya sabe lo que hay que hacer!
- Además, hermana, por lo que nos contó que vio de su futuro, lo que ahora va a comenzar tomará grandes dimensiones. Cada vez tendrá a más gente que le apoyará y muchos más enfermos. No solo tendrá un hogar para ellos, sino que en pocos años tendrá que abrir varios. El será el que comience la labor, pero serán otros los que la continúen.
- ¿Y él... qué pasará con él Jhoan... quizás se retire como ermitaño al desierto? Pregunto Micael a su hermano en un tono sarcástico y a la vez preocupado.
- Hermano, él nos confesó, que dentro de cuatro años, debido a un accidente curando a uno de sus pacientes, se contagiará, pero no morirá debido a la enfermedad, pues no le darán tiempo a que se le manifieste. En un altercado entre fuerzas judías y palestinas, en Hebrón, le identificarán y será linchado públicamente. Morirá lapidado.
- ¿Qué le identificarán?
- ¡No nos ha dicho más, hermano!

Y a Micael le costó tragar la saliva. Se le había hecho un nudo en la garganta. Sus ojos se humedecieron, pero reaccionó enseguida.

- ¿Y qué dijo al respecto... cómo se lo tomó?
- Hermano, como se lo tomaron todos los demás. Salvo Sarita, que pertenece ya a los que disfrutarán de este planeta en condiciones y saneado, todos tenemos una cita. A todos nos estremece el terminar de una forma tan dramática, pero es nuestro último legado, nuestra última entrega a esta humanidad, y al por mayor, y la hemos aceptado, y la amamos. El lo único que nos comentó, y en un tono sarcástico, es que era la forma de morir que más miedo le ha dado siempre.
- Ya lo sé, Jhoan, en dos ocasiones, cuando era un jovenzuelo, en su pueblo natal estuvieron a punto de lapidarlo por sus tendencias sexuales, y las dos veces se salvó por la intervención policial.
- Micael, lo superará... sé que lo hará. Respondió Jhoan. Y sé que lo hará por el comentario que nos hizo cuando le dijimos, pero a nivel personal, lo de vuestra cita para dentro de cinco años. El exclamó: “Doy las gracias al Padre de ser yo el primero, porque no resistiría pasar de nuevo por lo mismo, no quiero verle morir”
- ¡Es duro, hermanos... muy duro ver morir a tus amigos a manos de unos hombres que se han transformado en fieras! Exclamó Micael llorando. ¡Ahora te comprendo, mi Camaleón... y se cuanto dolor hubo en tu corazón! ¡Pero hay que superarse... no nos podemos dejar arrastrar por la angustia! ¡No quiero, Jhoan, Salomé, que os pase a vosotros cuando veáis nuestro final! ¡Prometerme que cuando ocurra, vosotros estaréis a cientos de kilómetros! ¡No quiero que lo veáis!
- ¡Hermano, déjalo ya... te estás poniendo mal...! Exclamó Jhoan abrazando a su hermano. Ha sido por la energía... te ha puesto excesivamente sensible... y no estás en condiciones ahora de hablar de este tema. ¡Vamos, hermano, dejemos de parlotear e ir a descansar, lo necesitáis! Raquel, coge a tu marido y marcharos a la cama. Unas cuantas horas de sueño os dejarán nuevos.
- ¡Sí, creo que es lo mejor que podemos hacer! ¡Vamos mi amor, han sido demasiadas emociones juntas... tenemos que digerirlas!

Y Raquel cogió a su marido de la mano y se introdujeron en su recinto de descanso. Micael se tumbó con la túnica y Raquel hizo lo propio a su lado.

- ¡Mi amor, que raro... tumbarte vestido...!
- Tengo un poco de frío princesa.
- ¡Estás destemplado...! Pero mira... ¿te has fijado que tu mano está totalmente curada?
- ¡Sí, ha sido la energía!
Raquel, viendo que su marido seguía sumido en aquélla angustia y con frío, se tumbó pegadita a él y le abrazó. Cogió la cabeza de su marido y la apoyó sobre su pecho.
- ¡Mi amor, descansa en mí... yo ahora tengo fuerza para los dos... y mucho amor para ti!
- ¡Mi princesa, siento que veas a tu príncipe tan derrumbado!
- No estás derrumbado, mi amor, simplemente, estás muy sensible y lo de Daniel te ha afectado mucho, eso es todo. Además... no es que me guste verte así, pero en momentos como éste es cuando me siento útil, siento que me necesitas y yo me entrego a ti. Le pasaba lo mismo a Camaleón. Los únicos momentos en los que se sentía una reina era cuando Jhasua se sentía mal, estaba cansado o necesitaba mimos y cariño. Eran los únicos momentos en los que él era suyo.
- ¡Mi amor, tu eres mi reina, y sin ti, ningún día tocaría con mi corazón el Paraíso!
- ¡Y tu eres mi rey, mi amor, aunque no lleves una corona ni tengas reino!
- ¡Pero sí un planeta patas arriba! Exclamó Micael sonriendo.
- ¡Pero para eso estamos aquí... para enderezarlo, mi amor! Les dejaremos que pataleen, que arremetan con sus puños, que griten y que echen sobre nosotros su dolor y su ira, hasta que se calmen y se den cuenta de que son amados, comprendidos y acunados constantemente por el amor, y esas fierecillas se convertirán en hombres maduros, sensatos, con un corazón bien alimentado y voluntad de guerrero para construir y restaurar. ¡Somos padres, mi amor, y como tales tenemos que sufrir a nuestros hijos, educarles y disfrutar después de su felicidad! Mi amor... Micael... ¿sigues todavía ahí? Preguntó con voz muy baja a su marido, creyendo que se había dormido.
- Si, mi amor... sigo aquí... pero es que estoy tan bien abrazado a ti, soñando... y...
- ...durmiéndote... te estás quedando neque, mi amor... aprovecha y duerme. Yo también lo voy a intentar, nos vendrá bien.

Y poco a poco se fueron quedando dormidos. Jhoan, Salomé y David quedaron todavía un ratito fuera hablando. Pero el cansancio también se manifestó en ellos, y el matrimonio se retiró, pero David, como todavía acarreaba problemillas en su espalda, aprovechó las características del agua de la piscina y estuvo sumergido en ella durante dos horas. Luego, él también se retiró.


Cuando despertaron y salieron fuera, todos los alimentos, la piscina, las losas y las túnicas habían desaparecido. Solo habían dejado los Hermanos una sobre la que pusieron un buen desayuno y sus ropas preparadas. Había llegado el momento de regresar a casa. Dieron buena cuenta del ágape, se vistieron, dejaron plegadas las túnicas sobre la losa y se echaron las mochilas a la espalda. Pero antes de abandonar la estancia, Raquel retrocedió, y con un rotulador que llevaba en el bolsillo del pantalón, escribió sobre la piedra blanca: ¡GRACIAS POR TODO, QUERIDOS HERMANOS! Y dejando escapar por su garganta una vibración, se echó mano al corazón y al instante se materializó una rosa. Raquel la besó y la dejó al lado de la nota.


- ¡Bonito regalo para nuestros Hermanos, Raquel! ¿Ya estás lista, hermana?
- ¡Sí, ya podemos marchar!



Abandonaron la estancia, y de nuevo las largas caminatas, pero esta vez andaban más rápidos, con nuevas energías, con más entusiasmo, si cabía. Micael estaba recuperado, volvía a ser el mismo de siempre. Y David sentía a su espalda totalmente recuperada. La energía, al fin, se había acoplado a sus organismos y ya empezaban a notar sus efectos regenerativos.

Anduvieron horas, y ya no tenían ningún control sobre el tiempo. Al no sentirse cansados, no hacían las paradas habituales. Solo en dos ocasiones se resintieron sus espaldas por las mochilas, que aunque solo llevaban algo de ropa y el saco de dormir, con las horas se dejaban notar. Pero tampoco necesitaron las seis horas establecidas para el descanso. No sabían si se encontraban en el segundo o tercer día, pero ya no les importaba. Si llegaban antes que el taxista, ya le esperarían.

Como así sucedió. Salieron al exterior y era un atardecer precioso. Hacía un calor sofocante, pero no tardaría mucho en refrescar. David y Jhoan conectaron de nuevo los móviles y supieron al momento en el día en que estaban y la hora. Habían llegado un día antes de lo previsto, y eran las siete y media de la tarde. David comprobó que todavía tenía batería en su móvil y llamó al taxista. El estaba en pleno servicio, pero al saber que ellos ya estaban en el sitio acordado, les confirmó que saldría para allí al amanecer, todavía con el fresco de la noche, y que para las ocho de la mañana estaría allí.

El tema de la recogida ya estaba solucionado, pero al estar de nuevo en contacto con el exterior y al desamparo de las corrientes energéticas que les habían mantenido en su recorrido, comenzaron a sentir hambre y sed. Y sus mochilas estaban vacías. Pero todos estaban de acuerdo de cómo iban a alimentarse esa noche especial, en pleno desierto. Lo primero que urgía era buscar un sitio adecuado para pasar la noche, al resguardo de cualquier evento. Cuando todos se disponían a emprender la marcha, Raquel se quedó rezagada merodeando por la roca que había sido el acceso a los túneles.

- ¿Raquel, qué haces... qué andas buscando?
- ¿Te acuerdas mi amor en  dónde introdujiste la astilla?
- ¿Pero para qué la quieres?
- ¡No quiero que se quede aquí, perdida! Me gustaría enterrarla al pié de  nuestro árbol.
- ¡De acuerdo... ven conmigo a ver si la encontramos!

No tardaron mucho en localizarla. Al principio rehusaba salir, pues Micael la había introducido con fuerza, pero con paciencia, lo consiguió.

- ¡Ten, mi amor, aquí tienes tu tesoro!
- ¡Gracia, Micael!
- ¡Si quieres puedes plantarme a mí también al lado del árbol a ver si crezco!
- ¡Pero mira que eres asqueroso...! Exclamó Raquel lanzándose al cuello de su marido.
- ¡Eh...tortolitos... si queréis pegaros y que corra la sangre, hacerlo, pero esperar a que lleguemos a casa! Exclamó David riéndose. ¡Venga... vamos a buscar un sitio antes de que anochezca!
- David, pero habrá que tener en cuenta las corrientes de energía del desierto. Hay sitios determinados en los que éstas confluyen y están limpios de animales. Hay que encontrar un sitio de esos. Este desierto está atestado de escorpiones y de serpientes, y vamos a tener que dormir a la intemperie.
- Hermana, ya veo que tu padre te aleccionó muy bien, pero en nuestro caso no es necesario. Irradiamos tal cantidad de energía, que ningún animal vivo osará acercarse a nosotros, a nos ser que alguna especie animal sea afín a nuestra actual energía. Y los que sí sean, te aseguro hermana, que no vendrán a hacernos ningún daño. Contestó David.
- ¡Espero que tu, mi amor, no tengas ese problema con Huracán!
- ¡Pues claro que no, princesa, él es de los nuestros, pero camuflado! Es posible que al principio me extrañe un poco, pero enseguida se le pasará, seguro. Lo que sí tenemos que tener en cuenta es que nos pasará lo mismo con las personas. Debido a la energía que desprendemos, no seremos indiferentes para nadie. O bien despertaremos en los demás sentimientos de cariño, de amistad, de afinidad, o todo lo contrario. Habrá muchos que nos odiarán y nos rechazarán, y no por nosotros mismos, sino por lo que emanamos.
- A ver muchachos... ¿qué os parece este sitio?
- ¿Y qué tiene de especial, David?
- Esta agrupación de piedras, Salomé, dada su situación, nos protegerán del viento.
- ¡Pues aquí mismo, hermano! Además, estamos muy cerca del punto donde nos dejó nuestro amigo el taxista.
- Os aviso de que las linternas no funcionan. Se han quedado sin pilas.
¡Es igual, Jhoan... con esta luna tan bonita que hay ya, y con un poco de fuego que hagamos, ya es suficiente!


Dejaron las mochilas en el suelo, y comenzaron a buscar pequeños arbustos y raíces secas para hacer el fuego. Aquello les trajo muchos recuerdos a todos. La primera en emocionarse fue Raquel, y se trasladó al pasado, a un campamento, en pleno desierto, de noche, alrededor de una fogata, compartiendo Jhasua, Camaleón, Jhoan, Rut... Ellos seguían estando allí, habían pasado dos mil años, pero el desierto era el mismo, los corazones los mismos...

- ¿Bueno... que hay hambre... hacemos el menú especial o qué?
- ¡Sí cuando queráis! ¿Pero tú, David, sabes a qué menú nos referimos?
- ¡Cómo se me va a olvidar lo que es el “pan de cada día” en nuestra CASA, hermano!
- Solo hay un pequeño problema... necesitamos un recipiente para el vino. ¿No tenemos por alguna mochila algo parecido?
- Pues espera a ver que recuerde... lo único que se me ocurre que pueda servirnos es la caja de plástico donde he puesto lo más imprescindible de un botiquín...
- ¡Pues con eso mismo, Salomé, sácala que la usaremos!

Y Salomé la vació y la puso en medio de todos. Micael sacó de su bolsillo una navaja pequeña, abrió su cuchilla y se hizo en la yema del dedo corazón un diminuto corte, dejando caer unas gotas de sangre sobre el recipiente de plástico. Y se llevó el dedo a la boca para cerrar de nuevo la herida. Pasó la navaja a David, y así uno detrás de otro, hicieron la misma operación. Extendieron sus manos por delante de ellos y las unieron por los dedos pulgar y meñique. Hicieron varias respiraciones profundas y dejaron salir a través de su garganta la vibración que emergió de sus pechos. Al cabo de unos minutos, abrieron sus ojos y allí estaba, una gran hogaza de pan, el recipiente de plástico a rebosar de vino y varias piezas de fruta. Todas ellas dentro de la variedad de los cítricos. Raquel, que todavía seguía sorprendiéndose, estalló en un grito.

- ¡Cielo Santo... la última vez fueron uvas, y ésta, naranjas, limones y Kiwis...pero bueno...!
- ¡Es que el Amor, además de ser espléndido, es muy sabio! Las uvas nos habrían dado mucha sed, sin embargo estas frutas nos la calmarán. Lo que veo es que nos hemos pasado bastante con el tamaño del pan, y hay que comerlo todo.
- ¡No te preocupes por eso, Micael, que daremos buena cuenta de él y del vino! La fruta la guardamos para cuando nos apremie la sed de nuevo.


Cuando ya cada cual tuvo su ración de pan, Micael comenzó a beber del vino y lo fue pasando. Y todos bebieron hasta terminarlo. Raquel se había quedado mirando a las naranjas y Jhoan le preguntó:

- ¿Te apetece comerla, hermana? ¡Pues adelante, cómela!
- La miro no porque me apetezca... es que me trae un recuerdo que... y Raquel se echó a reír. ¿No te acuerdas mi amor de lo que pasó con una naranja?
- ¿Con una naranja... y con un ojo, creo yo...? Preguntó Micael muy sarcástico.
- ¿Y tú, Jhoan... no te acuerdas...? Porque tú aquella noche estabas allí, y creo que Tomás también...
- Recuerdo que algo pasó con una naranja... pero nada más.
- ¡Pues te olvidas lo más divertido!
- ¡Mira que graciosilla es mi mujercita! Exclamó Micael picaronamente.
- Pues era una noche como la de hoy, en el desierto. Yo me uní al grupo de ellos, pero para mi sorpresa sólo estaban Jhasua, Jhoan y Tomás.
- ¡Sí, era Tomás el que estaba entonces! Confirmó su marido.
- ¡Gracias, mi amor! La mañana había sido muy agitada y bastante desagradable. Habían tenido un encontronazo con los sumos sacerdotes y muchos de ellos, a los que se unieron gente del pueblo, empezaron a tirarles piedras, pero hubo quienes les ayudaron a escapar. Debido a este incidente, a Jhasua se le descompuso el vientre, y estuvo todo el día aliviándose.
- ¡Que forma más cursi de diagnosticar los efectos de una diarrea, nena...!
- ¿Salomé... puedo seguir...?
- ¡Sí, nenita, sí... perdona por la intromisión! Exclamó Salomé riéndose.
- Yo me presenté allí con una bolsa llena de fruta fresca: naranjas, manzanas y alguna otra cosa que no me acuerdo. Y comimos los tres menos Jhasua. De nuevo, el pobre, por centésima vez, se retiró a aliviarse, y nosotros, como queríamos un poco de movimiento, y éramos de los más gamberros del grupo, nos pusimos a jugar con dos naranjas. En un momento determinado, yo le eché a Tomás, que estaba sentado frente a mí, una naranja, pero con tanta fuerza que voló por encima de su cabeza, y al aterrizar se encontró con la cabeza de Jhasua que en ese momento se levantaba del suelo, y le golpeó el rostro. ¡Se le puso el ojo derecho morado y muy inflamado... por si tenía poco con sus tripas!

Y David y Jhoan se echaron a reír a pierna suelta.
- ¡Joder, hermano... yo creo que te la mandaron los sumos sacerdotes para rematarte, ya que ellos no habían conseguido hacerlo!
- ¡Y lo habría pensado, David, si no fuera porque ella lo pasó peor que yo! Yo no sé si fue por el nuevo susto o por qué... pero la diarrea desapareció al instante.
- ¡Ahora yo también me río, pero entonces... que mal me sentí! Y eso que tú te echaste a reír por lo sucedido...
- ¿Pero por qué no cuentas la historia completa? ¿No ocurrió algo más, mi amor?
- ¡Pero mira que eres puñetero... quieres que lo cuente como penitencia o que...!
- ¡No... es que me apetece muchísimo reírme un poco, y aquello fue graciosísimo!
- ¡Pues cuéntalo tu!
- ¡Como quieras, mi amor! ¿Puedo hacerlo?
- ¡Puedes...!
- Raquel era conocida por todos como Camaleón, pero salvo Jhoan, Simón y yo, nadie sabía que se trataba de una mujer. Siempre iba disfrazada de muchacho. Tenía otros muchos disfraces, pero su preferido era aquél. Pues aquélla noche, cuando mi ojo terminó de hincharse y de doler, nos pusimos a jugar, pero no con las frutas, sino con una pelota echa de las peladuras y rastrojos que encontramos por allí. En un momento determinado, y no sé por qué, Camaleón cogió la pelota cuando era el turno de Tomás, y éste, sin pensárselo dos veces, se abalanzó sobre ella para quitársela, pero siguiendo el juego. Era una forma como otra cualquiera de echar tensiones, y a Tomás le encantaban estas peleas cuerpo a cuerpo con los amigos. Como Camaleón era un chaval al lado del fornido luchador, éste se limitó a hacerle cosquillas, y allí se descubrió el pastel, bueno, lo descubrió él, que no lo sabía: Camaleón era una chica. ¡Si hubieseis visto las caras de ellos dos...! No me había reído tanto en toda mi vida.
- ¿Qué será ahora de Tomás, Micael? ¿Sabes algo de él?
- ¿Qué es lo que quieres que te responda? ¿Todavía necesitas preguntar?
- Bueno, tengo respuestas, pero...
- ¡Todavía no te fías de ti misma!
- Pues sí, mi amor, todavía necesito confirmar lo que tengo. Me estoy rodando, estoy empezando a dar los primeros pasos y necesito apoyo.
- En ese caso, mi amor, yo te confirmo lo que tú ya sabes. Dime... ¿qué sabes de Tomás?
- Siento que él está en el corazón de Antonio.
- ¡Sí, mi amor... él es también Tomás! ¡Y él también lo sabe!
- Y Daniel creo que... le siento tan intensamente que tiene que ser... al que yo conocí y amé como Juan de Dios, bueno lo de Dios se lo pusieron después. Entonces le llamábamos el buen Juan. Amé mucho a ese hombre, amigos. Yo entonces era un hombre, y estrecho colaborador de él. Cuando enfermó estuve a su lado y murió en mis brazos... ¡Cuanto amor dio ese hombre al mundo! ¡Y qué poco o nada recibió a cambio...!
- Sí, Raquel, es tu amigo del alma, es Juan, el portugués. Por eso mismo, porque entregó mucho amor al mundo, él está de nuevo aquí. ¡Todos estamos aquí, mi amor!
- ¿Y el sabrá quien soy?
- ¡Naturalmente! Lo sabe todo sobre ti y sobre él y sobre los demás. El como nosotros, ha tomado consciencia de su origen y ha recordado. Y conoce a todos sus hermanos. En realidad, mi amor, con todos nosotros ha compartido experiencias. A veces hemos estado juntos, otras no, pero te aseguro que el amor más sublime ha sido siempre nuestro compañero en el camino. Por ello somos tan afines y nos hemos hecho todos UNO en el AMOR. ¡Deja ya aparcados a los personajes, mi amor, que como ahora, nunca ha habido tanto amor entre nosotros!
- ¡Si ya lo sé, pero de vez en cuando me gusta recordar los momentos felices y entrañables! ¡Es una forma como otra cualquiera de que nuestro guerrero también disfrute y comparta con el corazón!


Después de la tertulia, Jhoan y Micael cantaron varias canciones hebreas. Dos de las más antiguas, y que Raquel recordaba perfectamente, y el resto de las más actuales. Al final, David, Salomé y ella misma se unieron al dúo, y así pasaron un tiempo.
Cuando empezó a sentirse más el frío, se metieron todos en sus sacos y no tardaron nada en quedarse dormidos.


David se había puesto la alarma en el reloj, y ésta sonó. Y los tres hombres se despertaron, pero las chicas ya no estaban en sus sacos. Estaban recogiendo los pocos utensilios que habían dejado sobre la arena.
Entre todos terminaron de recoger y comieron de las frutas. Luego se dirigieron hacia el punto exacto donde habían quedado con el taxista, y él ya estaba esperándoles allí. Y les aguardaba con una grata sorpresa. Su experiencia con otros turistas tan temerarios como ellos, le había aconsejado llevarles dos botellas de agua mineral y un poco de café caliente en un termo. Este servicio corría por cuenta de la casa. Ni qué decir tiene que no quedó ni una sola gota de agua, y que el café resultó poco. Y el taxista se reía de verles apurar con esa ansiedad.

- ¡Gracias, amigo... lo estábamos necesitando! Exclamó agradecido Micael.
- ¡Es que hay que conocer bien el desierto para adentrarse en él...! Exclamó el hombre con aires de experiencia.
- ¡En eso le doy toda la razón! Exclamó David apurando el último sorbo de café.
- ¡Pues si ya están listos... podemos volver para casa! A mí me quedan tres servicios más.

Cargaron las mochilas en el capó y se acomodaron en el interior. El taxista les miraba con gesto extrañado, y Salomé que le observaba, le preguntó.
- ¿Qué es lo que no entiende?
- ¿Ustedes han estado en el desierto, verdad?
- ¡Sí, claro!
- Es que sus pieles no se han alterado por el sol, y les veo tan limpios y tan aseados...
- ¡Ah, es eso... ya sabe que las cremas protectoras hacen su papel, y nos trajimos suficiente ropa para cambiarnos!
- Yo es que como estoy acostumbrado a ver turistas quemados por el sol, sucios y con síntomas de deshidratación, me extraña verles así de compuestos a ustedes...
- Tenemos nuestra experiencia en montañas y desiertos, no crea... Exclamó Raquel.
- ¡Eso tiene que ser... si no, no entiendo! ¿Qué tal están en el coche... están fresquitos...?
- ¡Se está de cine!
- He aprovechado el fresco de la noche y he venido con las ventanillas abiertas. A ver si se nos mantiene hasta que lleguemos a casa... ¿Han conectado en algún momento la radio?
- ¡No... queríamos desconectarnos del exterior por completo!
- Entonces no saben nada. ¡Israel está en alerta máxima, hay riesgo de que recibamos un misil nuclear de cualquiera de nuestros vecinos árabes!
- ¿Qué...?
- ¡Como lo oyen! Si no es por parte de los iraquíes, será por parte de los libios... ¡que más da! Mi mujer me riñe porque salgo a trabajar, y yo le digo que si nos cae encima, que más da que me coja en casa que en la calle...  pero tiene miedo de quedarse sola.
- ¿Pero tan grave es la situación? Preguntó Micael.
- ¡Cuando lleguemos a la ciudad, lo comprobará! Las calles están vacías. Solo hay tres o cuatro locos como yo trabajando, y muchos militares.
- ¡Dios Santo!
- ¡Eso... eso, señora... a ver si Dios nos echa una mano, porque está la cosa que arde...!


Aquélla noticia dejó sin habla a los cinco, y el taxista también guardó silencio. Fueron tres horas de trayecto que se hicieron muy largas, pero aquéllos silencios estaban llenos de concentración y de oración. Sus corazones trabajaban para que los botones de los dispositivos de lanzamiento de los misiles nunca funcionaran. ¡De eso sí que estaban seguros! ¡No debía haber más sangre derramada que fuera alimento para la serpiente! ¡Ellos tenían el poder y lo estaban usando a conciencia y con consciencia! Raquel y Micael se cogieron de la mano y trabajaron juntos, y David, que iba con ellos en la parte de atrás, se unió con ellos con las suyas. Jhoan y Salomé que iban en los dos asientos delanteros, miraron hacia atrás y comprendieron, y ellos también se pusieron a trabajar. El taxista, a través del espejo, notó algo extraño en ellos y preguntó:

- ¿Se sienten bien señores...? ¡Es que les veo muy callados y serios!
- ¡Estamos orando, amigo, apoyando a Dios para que esta barbarie no se realice nunca!
- ¡Pues si no les importa... yo me uno a ustedes!

Y aquél hombre guardó silencio. Mantenía su atención en la carretera, pero su corazón oraba.

Al fin llegaron a  Be,er Sheva. El taxista les dejó en la misma puerta del aparcamiento donde tenían guardados los coches. Le dieron un talón por el resto del precio acordado, y como siempre tenían costumbre, con un sustancioso extra por su esmerado servicio. Agradecido el taxista se despidió de ellos hasta una próxima.

Durante unos momentos quedaron observando los alrededores. Parecía una ciudad fantasma. Las calles vacías, y raro era el coche que circulaba por allí que no fuera militar. Había mucha tensión en el ambiente. Al bajar al subterráneo se dieron cuenta que los vigilantes habían desaparecido, y la barrera de seguridad estaba levantada. Fueron hacia los coches y... ¡menos mal, estaban allí! Pusieron los coches en marcha, y al salir del aparcamiento unos militares les echaron el alto.
Les pusieron al corriente del peligro que corrían si se ponían en la carretera, pero ellos les contestaron que su casa estaba a 210 kilómetros y que tenían que regresar. Ellos se encogieron de hombros y les desearon buena suerte y buen viaje.

Cuando llegaron a casa conectaron la televisión. La última noticia era que los americanos habían bombardeado todas las instalaciones militares de Irak evitando así un cataclismo nuclear. Esa era la justificación oficial. Los libios no daban señales de vida. Vista la respuesta americana a las amenazas, no se atrevían a bombardear Israel. El peligro, al menos temporalmente, se había diluido.

Sin embargo, como contrapartida, en Hebrón y alrededores se estaba desatando una batalla campal de grandes dimensiones. Como respuesta al ataque americano a Irak, los árabes palestinos se habían lanzado a la calle armados con piedras, pistolas, escopetas y ametralladoras, con todo lo que tenían a su alcance, para echar a los pocos judíos que se atrevían vivir allí. La policía hebrea estaba arremetiendo contra ellos, y hasta las 13 horas, ya llevaban, por ambos bandos, más de mil muertos. Micael se levantó de la silla, fue hacia el aparato y lo desconectó. Y se quedó apoyado sobre él unos momentos con la cabeza entre las manos.

- ¡Dios... Dios... pero qué es lo quieren... qué necesitan para entrar en razón... qué demonios podemos hacer más de lo que estamos haciendo! Exclamó gritando y con un gran dolor en sus palabras.
- ¡Micael, hermano, lo único que nos queda por hacer es seguir con lo nuestro y confiar! Exclamó Jhoan yendo hacia su hermano intentando tranquilizarle.
- ¿Sabéis cuantos inocentes habrán caído entre esos mil? ¡La mayoría niños, que no llegan a los trece años, y que la barbarie y la ignorancia de sus padres los han hecho muy diestros en el arte de matar con lo que sea...! ¿Y sabéis por qué...? ¡Se atreven a proclamar que su lucha y su guerra es santa, que lo hacen por Dios, por nuestro Padre! ¡Luchan por obtener en exclusiva las tumbas de los profetas! ¡Se matan entre ellos por unos mausoleos, por unos despojos de hombres a los que llaman santos profetas de Dios y que en su día los despreciaron y persiguieron! ¡Hipócritas! ¡QUE TODOS LOS MAUSOLEOS Y TEMPLOS DE ISRAEL, CAIGAN A TIERRA, QUE NO QUEDEN DE ELLOS NI UNA MISERABLE PIEDRA! ¡Al menos ya no tendrán la excusa del Padre para seguir matando!
- ¡Por Dios, Micael, cálmate... y por nada del mundo desees que se cumpla el decreto que acabas de hacer! Exclamó David yendo rápido hacia su hermano.

Y Micael, levantando el rostro hacia su hermano, le miró profundamente. David sintió una terrible angustia y dolor en el corazón de su hermano.

- David, no deseo que haya víctimas, pero quiero con toda la fuerza de mi ser y de mi corazón, que todo vestigio de nuestro Padre y de nuestros hermanos desaparezca. ¡No quiero que sus nombres y su obra sigan siendo profanadas de esta forma tan vil! ¡Hermano... nos mataran, se reirán de nuestro dolor y profanarán nuestra sangre... y yo me pregunto... si servirá para algo!
- ¡Pues claro que si, Micael! ¿Crees acaso que yo, MIGUEL, habría apostado tan alto si no lo creyera? Hermano... ¿estás seguro de querer llevar a cabo este decreto? Ten en cuenta que Raquel es tan responsable como tu.
- ¡Mi amor, es cierto... no he contado contigo... perdóname!
- ¿Mi amor, estás seguro de querer hacerlo? Le preguntó ella mirándole a los ojos y acariciándole el rostro.
- ¡Sí, princesa, estoy seguro! ¿Pero y tú...?
- ¡Es que yo no solo lo haría con los de Israel! Yo acabaría con todos los templos del mundo, con todas las imágenes, con todas las religiones. Que no muriese nadie, ni resultase herida persona alguna, pero todo destruido. Dejaría al ser humano desnudo, solo consigo mismo, a ver si de una puñetera vez centraba su atención y veneración en su propio corazón. ¡Siento como tú, mi amor, ya no deseo que por más tiempo el AMOR sea mancillado y manipulado de esta manera!
- ¿Mi princesa... estás segura... deseas que se cumpla?
- ¡Micael, lo deseo yo y mi corazón! ¡Acepto esta responsabilidad!
- ¡Y yo también, princesa! ¡QUE ASI SEA!

Y el “QUE ASI SEA”, fue pronunciado con profundidad y poder por cada uno de ellos.

- ¡Gracias, hermanos, por vuestro apoyo!
- ¡No íbamos a dejaros solos ante la fuerza del huracán! ¡Porque se va a manifestar, y muy fuerte...! Exclamó Jhoan.
- ¡No teníais por qué hacerlo! ¡Ha sido una decisión de Raquel y mía!
- ¿Y nuestra pronunciación... no la consideras una decisión?
- David, Jhoan, Salomé... ¿realmente lo sentís así, o lo habéis hecho para apoyarnos?
- ¡Hermano, tu me conoces muy bien y sabes cómo funciono! ¿Me crees capaz de implicarme en algo tan serio si no estoy conforme y convencido de ello?
- ¡No, Miguel, claro que no!
- ¡Y nosotros tampoco, hermano! Todos sabíamos que tarde o temprano iba a suceder, pero en el fondo todos deseamos que sea un tercero quien dé la orden, quien decida, quien haga o deshaga. Ese tercero has sido tú, Micael, tú has puesto la voz, pero somos un mismo corazón. Micael, hemos liberado ya a los demonios, hemos traído a los ángeles y hemos despertado a los danzadores del Sol, y todavía nos queda por recuperar a nuestro Hermano Luzbel y devolver la luz a todos los hijos de la oscuridad. ¿Os hacéis idea hermanos de la que hemos organizado? Y por si no fuera poco, el ser humano no tendrá ni templos, ni religiones donde refugiarse. Hermanos... esto no se arregla ni en cinco, ni en doce ni en veinte años. ¡Creo que nuestra vuelta a Casa va a retrasarse bastante...! Exclamó Jhoan.
- ¿Y qué, Jhoan... no te lo pasas bien aquí? Preguntó riéndose David.
- ¡No es un camino de rosas, precisamente, hermano!
- ¿Pero si estamos siempre juntos... no te animas...?
- ¡Con vosotros en el mismísimo infierno viviría!
- ¡Si es necesario volver a morir cien veces más y renacer otras tantas, que así sea, pero siempre lo haremos juntos! Formamos un núcleo, para siempre indisoluble. Seguramente nuestra intervención nos llevará a fundirnos con el destino de esta humanidad. Hemos dado una nueva oportunidad al ser humano, pero este combate entre el Amor y la ignorancia, puede ser largo, difícil y requiera del sacrificio de miles de nosotros. Exclamó Micael.
- ¡Pues que así sea, Micael! ¡Vamos a vencer, y no por las armas y el poder, sino por el Amor y la mansedumbre! ¡Y si tenemos que pagar un alto precio, lo pagaremos, y si tenemos que seguir así otros dos mil años más, lo haremos también! ¿Qué podemos perder si tenemos al Padre trabajando a nuestro lado? ¿Puede alguien aspirar a más? ¿Por qué suspirar por nuestra Casa, cuando podemos hacer de este planeta otra Casa igual de bonita?
- ¡Magnífica, Salomé, eres toda una valquiria cósmica! Exclamó David.
- Eso de valquiria... ¿qué es? ¿Me tengo que enfadar o no?   Micael se echó a reír.
- Valquirias eran unas doncellas escandinavas que designaban a los héroes que habían de sucumbir en el combate. Respondió Micael.
- ¿Y qué tengo que ver yo con ellas? ¡Yo no designo a nadie! ¡Soy la primera que participa del combate!
- Bueno... es que Micael te ha dado la definición nórdica, pero la griega es muy diferente. Según los griegos, eran doncellas bravas y guerreras, que entraban en combate cuando los hombres habían caído bajo las espadas del enemigo. Le respondió David.
- ¡Pues no me siento identificada con ninguna de las dos versiones!
- ¡Pues te guste o no... lo fuiste, hermanita! La remató David.
- ¡Vale, dejemos este tema ya que me aburre! ¿Preparamos algo para comer o qué?
- ¡Sí, vamos...! Sonrieron David y Micael  socarronamente.

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