sábado, 1 de agosto de 2015

En el silencio del desierto: CAPITULO 19.- CONSCIENCIA PLENA


Había llegado el momento de ir hacia la cala. Son ya las 10 de la noche. Sara, como había echado un poco de siesta no tenía sueño. Así que esperaría a sus hijos levantada.

- Mamá  no sabemos a qué hora vamos a volver...
- No te preocupes, Micael, si me entra el sueño, me iré a dormir. Pero hijos... ¿qué vais a hacer a estas horas los cinco en la cala?
- Mamá, es algo parecido a los encuentros que solía tener yo con el Padre... ¿te acuerdas?
. ¡Claro que sí, hijo! Y me alegro de que no estéis tu hermano y tú solos... ¡Que el Padre os bendiga, y rezad por Efraím, que está muy malito, y no sé si pasará de estos dos días!
- Efraim no necesita de nuestras oraciones, madre. ¡El es un bendito!
- ¡Disfrutad, hijos...!
- ¡Que descanses, mamá... intentaremos no venir demasiado tarde!

 Los cinco abandonaron la casa. Se encaminaron hacia la gruta y una vez allí, accedieron a la cala. Micael, antes del contacto, quería hacer unos ejercicios de relajación, más que nada para armonizarse. Los demás optaron por relajarse sin más, y esperar. Raquel fue hacia su marido, y éste permanecía con los ojos cerrados.

- ¿Micael... estás en alfa o en omega?
- ¡Estoy aquí, princesa!
- ¿Por qué no lo hacemos juntos?
- ¿El qué...?
- ¡Lo que estás haciendo!
- Me estoy poniendo en sintonía con ellos. ¡Hazlo tú también!
- ¿Puedo sentarme aquí?
- ¡Claro, mi amor... ven aquí!  

Raquel se sentó delante de su marido, apoyando su espalda sobre el pecho de él. Micael la rodeó con sus brazos y la besó en la sien. Y volvieron a quedar en silencio. Pasada media hora, se reunieron todos en un círculo y Micael comenzó a explicarles lo que iba a acontecer.
De repente se levantó una brisa caliente, y el mar se silenció, y la alarma del reloj de David se volvió loca. Micael aconsejó dejar todos los relojes y cosas metálicas que llevaban encima sobre la arena. Ellos estaban allí, sobre sus cabezas, aunque no se les veía. Jhoan, el más perceptivo, comenzó a oír un mensaje. Cuando aquélla comunicación cesó, lo expuso al resto.

- Dicen que, como en este grupo hay distintos niveles de consciencia, antes del contacto con ellos hay que hacer ciertos trabajos. Si estamos aquí es por un compromiso libre y voluntario que en un momento determinado hicimos con el Amor. Todos tenemos que saberlo y ser conscientes de ello, así como lo que nos ha de devenir en el futuro. Una vez lo seamos plenamente, seremos libres de aceptar o no.


Con los que hayan decidido seguir, con algunos o con todos, tendrán un contacto aquí mismo, en el que se sellará el compromiso. Pero para este trabajo nos han distribuido de la siguiente forma. Tú, David, entra en la gruta. Desde su interior serás llevado a Casa Madre. Salomé y yo, juntos, te seguiremos. Nuestra toma de consciencia común está allí. Y tú, hermano, con Raquel, permaneceréis aquí en la playa, porque una puerta que fue cerrada en este mismo lugar, tiene que ser abierta de nuevo para Raquel, y tú la acompañarás.
- ¿Estáis preparados, hermanos?
- ¡Sí, lo estamos!
- ¡Pues adelante!

Y dicho esto, Jhoan, Salomé y David fueron hacia la gruta, y Micael y Raquel quedaron sentados sobre la arena.


- ¿Tengo que atravesar esa puerta, Micael?
- ¡Sí, mi amor, pero no lo harás tu sola, yo iré contigo!
- ¿Pero cómo vas a venir conmigo si tú ya estás allí?
- Yo seré quien esté allí, y no Jhasua!
- ¿Pero volverlo a pasar otra vez...? Exclamó Raquel angustiada.
- ¡Pero juntos, mi amor! ¡Es imprescindible que tú sepas toda la verdad de lo que sucedió! ¡Que seas consciente de tu verdadera identidad! Será como un ensayo preparatorio para lo que nos vendrá dentro de cinco años, con la diferencia de que éste ya pasó. ¡Tenemos que ir, mi amor! ¿Estás preparada?
- ¡Sí!

Y dicho esto, Micael la abrazó, y un cono de luz los envolvió y ambos desaparecieron en su interior.


Y la consciencia de Raquel se vio en el cuerpo de una mujer de treinta años, alta, pelirroja, vestida de rojo púrpura y cubierta de polvo. Sangraba por la cabeza y por la boca. Iba detrás de una comitiva que más bien parecía una jauría de animales feos, malolientes y con sus ojos al rojo vivo. Su amor iba delante, con el tronco de un árbol cargado sobre sus hombros. Ella se hizo paso a base de golpes. Otra cosa no podía hacer. Sus fuerzas estaban mermadas. Su corazón no le respondía, y sus piernas no querían moverse a la velocidad que ella quisiera.
Caída tras caída, y con su vestido destrozado, llegó al fin a aquélla lúgubre ladera de los muertos. Y por fin le vio. Allí estaba su amor, su corazón, su ilusión, su vida. Le habían quitado el tronco de encima y le estaban arrancando los pocos trozos de ropa que le quedaban pegados al cuerpo. Pero era ella, Raquel, la que sentía a través del cuerpo de Camaleón, y su amor era Micael. El estaba allí. Se disponían clavarle en aquél madero. La lluvia había empezado a caer con fuerza. Estaba totalmente oscuro, y el agobiante calor asfixiaba a Camaleón. Quería ir con él, pero sentía cómo su corazón se partía en dos en su interior. Se estaba muriendo. Y con las últimas fuerzas de su corazón, gritó:

- ¡Jhasua, mi amor... ven a buscarme... me estoy muriendo y no puedo ir contigo!


Y Jhasua miró hacia donde estaba ella, y al momento todo se inmovilizó. El viento cesó, la lluvia quedó suspendida en el aire, aquél gentío enmudeció y parecían muñecos inanimados. Solo estaban Camaleón y Jhasua. Este la llamó y le dijo:

- ¡Ven a mí, Camaleón, deja ese cuerpo mortal y ven con tu corazón, porque yo soy tuyo, y tu eres mía!


Y Camaleón se sintió libre, ligera, más hermosa que nunca. Fue caminando hacia él como una reina, como una diosa. El la estaba esperando con los brazos abiertos y con la sonrisa en sus labios. Camaleón se abrazó a él, y su ser se estremeció. Sintió todo el dolor del mundo, porque se había hecha una con él. Ella estaba dentro de él, compartían un mismo cuerpo, cuerpo machacado, salvajemente torturado y llagado, pero también sintió cómo el amor más sublime invadía su vientre, su pecho y su corazón.

- ¡Camaleón! ¿Deseas estar conmigo en esta entrega final?
- ¡No solo ahora, sino siempre, porque soy tuya, mi corazón es tu corazón y tu dolor es mi dolor!
- ¡Siempre estarás a mi lado, Camaleón, porque eres el otro rostro de mi Corazón!

Y Camaleón siguió con él, y juntos se entregaron. Clavaron su cuerpo en el madero y lo dejaron colgado de él. Y la sangre pura de aquél cordero se vertió sobre la tierra. Pero en el volcán de aquél cuerpo moribundo había dos corazones, y su amor lo encendió, y hubo una gran explosión de fuego, de fuerza, de energía, de esencia divina. El último recuerdo consciente de Camaleón y de Raquel era el estar abrazada a él, compartiéndolo todo, entregándose el uno al otro, y juntos al AMOR.

Raquel se sintió zarandeada por un fuerte remolino de viento y después abandonada sobre el suelo. Intentó abrir sus ojos, pero todo le daba vueltas, y su estómago totalmente mareado. Tenía necesidad de vomitar. Micael la cogió fuerte de los brazos, la levantó y la llevó hacia la orilla, y allí se alivió. El le mojó el pelo y el rostro con agua, y la ayudó a tumbarse de nuevo. Y se sentó a su lado. Raquel fue abriendo sus ojos poco a poco, y su visión se fue centrando. Le dolía a morir todo su cuerpo, y sudaba como si tuviera fiebre elevada. Al cabo de unos minutos se incorporó y observó que Micael también estaba bajo los mismos efectos. Sudaba, tenía la temperatura elevada, y el dolor se reflejaba también en sus gestos. Raquel se abrazó a él y permanecieron así unos momentos.


- Mi amor... pronto pasará.
- ¡No me preocupa, estoy contigo,  siempre lo he estado!  ¡Ahora ya lo sé! Lo que siento es que hayas tenido que revivirlo por mí.
- Pero precisamente esa consciencia al hacerlo, le ha dado el mismo valor de entonces. ¡Acabamos de ayudar al Amor un poquito más, a sanar este planeta!
- ¡Ha sido muy hermoso, Micael... muy hermoso!
- ¿Quieres que nos demos un baño? ¡En el agua se nos pasará antes!
- ¡Pero si no podemos casi movernos...!
- ¡Entre los dos lo conseguiremos...! ¡Animo, chavala, arriba...!


Y apoyándose el uno en el otro fueron caminando hacia el agua. Se adentraron lentamente, y cuando ya les cubría más arriba de la cintura, se lanzaron a echar unas cortas brazadas. El agua estaba caliente y poco a poco fueron sintiendo alivio en sus cuerpos. Al cabo de un rato salieron. La oscuridad era total. Unas nubes habían tapado la luna, y comenzaron a bromear con ello. Se fueron buscando, se tantearon, y al final, jugando, quedaron de nuevo sobre el suelo. Micael la abrazó, pero Raquel se sentía incómoda. Sabía que ellos estaban encima, y no le gustaban los mirones.

- ¡No me digas que es por eso... mi amor!
- ¡Pues sí, no quiero que me miren cuando estoy en la intimidad!
- Y no lo hacen, mi amor... son muy respetuosos, somos muy respetuosos. - Mira, las nubes ya están dejando libre a la luna. ¡Volvió la luz! ¿Estás mejor?
- ¡Sí, Micael, mucho mejor...! ¿Y tú?
- Ya sabes que el mar, después de ti, es mi mejor terapeuta.
- ¿Cuanto tiempo llevamos ya aquí?
- Pues espera un poco, porque el reloj de David está allí en el suelo.
Micael fue a recogerlo, y consultándolo le dijo a Raquel:
- ¡Son las once y media!
- ¿Sólo...? ¡Pero si parece que hemos vivido una larga noche...! ¡Y solo ha pasado media hora!
- En este tipo de viajes, el tiempo no cuenta, al menos no a la velocidad a la que estamos acostumbrados.
- ¿Y los demás... crees que tardarán...?
- ¡No lo sé!

- ¿Así que tu y yo somos un mismo Ser?
- ¡Y un mismo corazón, no te olvides...! Por las circunstancias estamos encarnados en dos cuerpos, uno femenino y otro masculino, pero en realidad somos UNO.
- Micael... y cuando volvamos a ser Uno... Raquel ya no tendrá conciencia de Micael, y Micael ya no la tendrá de Raquel... quiero decir que...
- Lo que tú, mi amor, quieres saber es si nuestra historia de amor terminará o continuará… ¿no es cierto?
- ¡Sí, es eso!
- Dime, mi amor...cuando hace unos momentos tú estabas clavada conmigo en aquél madero... solo había un cuerpo... ¿cual era, el tuyo o el mío?
- ¡Era el tuyo, pero yo sentía el mío también, yo también estaba allí!
- ¡Era nuestro cuerpo, mi amor! ¡Un solo cuerpo, pero tú seguías siendo tú y yo seguía siendo yo! Un solo cuerpo, pero dos consciencias, un solo corazón, pero dos formas distintas de sentir, una sola ofrenda, pero dos vidas entregadas. ¿Lo entiendes ahora mi amor?
- ¡Sí, ahora sí! ¿Y siempre ha sido así, Micael? ¿Hemos trabajado siempre juntos?
- ¡No siempre, mi amor! En muchas ocasiones ha tenido que ser el aspecto masculino el que tenía que actuar, y el otro quedaba en Casa. Y a la inversa. Siempre se lleva al “otro” en el corazón, en el ser, pero no están juntos físicamente. Hay ocasiones en las que sí se requiere a los dos aspectos, y ambos vienen a trabajar juntos. No siempre tienen que ser pareja, como es el caso de ahora. Nos pueden unir otros lazos familiares o de simple pero intensa y fructífera amistad. Pero el trabajo es siempre común.
- Entonces, los que están en Casa, tampoco serán del todo felices si tienen a su pareja lejos de ellos.
- Princesa...  allí se tiene otra consciencia del Amor. Se les echa de menos, sí... pero los que quedan y los que vienen, viven la experiencia de sus afines como suya propia, y se entregan con ellos, pero desde otro nivel. Así ha sido siempre, pero esto llega a su fin.
Muchas parejas han regresado, y esta vez juntas. Será la última entrega, la última inmolación, la última sangre que se verterá en esta humanidad. Después, este planeta será una segunda CASA, donde todos viviremos en el Amor y en la Unidad para siempre. ¡Y si nos gusta quedarnos más aquí, pues nos quedaremos! Porque cuando tú y yo subamos a ese altar preparado para dentro de cinco años, aquí quedarán muchos hermanos más, y nuestros hijos... y si lo deseamos, podremos quedarnos en sus corazones, apoyándoles, dándoles ánimos y valor y esperándoles para dar juntos ese cambio.
- ¡A mí me gusta mucho este planeta, es precioso!
- ¡Y a mí también, princesa, porque han sido muchas las experiencias vividas en él, y mucho el amor que he entregado y recibido de esta humanidad! ¡Mira... ya parece que salen de la gruta... sí... son ellos...!


Eran ellos sí. David, Salomé y Jhoan. Bajaban con cuidado las rocas que les separaban de la playa. El primero en llegar fue Jhoan, que mirando sonriente a los dos se sentó en el suelo y guardó silencio. Luego fue Salomé. Había lágrimas en sus ojos, pero se le veía feliz. Miró a Raquel y a Micael, y se sentó al lado de Jhoan. Y finalmente David. Este, al llegar, se puso de pié delante de Micael, pidiéndole a éste que se levantara. Cuando lo hizo, David lo traspasó con sus profundos ojos azules y le abrazó intensamente. Sólo una exclamación salió de su boca, que le hizo llorar de emoción a Micael: !Hermano¡
David también tomó asiento en el suelo, y se volvió a cerrar el círculo. Hubo unos minutos de silencio y recogimiento, y al cabo de los mismos, Micael, con voz profunda y acariciante exclamó para todos:


- ¡Si alguno de nosotros ha vuelto a la cordura y desea retirarse, puede hacerlo!

Ante aquélla exclamación de Micael, la sonrisa apareció en el rostro de todos. Pasaron los minutos, y nadie se levantó.

- Entonces... ¿estamos decididos a llegar hasta el final?

Y uno por uno fue aportando su SI desde el corazón, pero también por la boca del guerrero. Pero antes de dar pié a que Micael siguiera, Salomé se levantó y fue hacia él.

- ¡Quisiera hacer algo que he deseado siempre, y así poder echar definitivamente un tupido velo sobre el pasado!
- ¿Y qué es Salomé?
- ¡Darle un abrazo al que fue mi hermano en la carne y en el espíritu hace 2000 años!
- ¡Pues aquí me tienes, hermanita!

Y los dos hermanos se fundieron en un profundo e intenso abrazo.  Raquel, entonces, comprendió por qué desde siempre habían sido tan buenas amigas. Se conocieron con cinco años, y desde entonces no se habían separado. Ella fue la hermana pequeña de Jhasua, y tenía la misma edad que Camaleón. Entonces les unió el amor que sentían por él, y fueron grandes amigas y confidentes. Cada una por separado, entonces, hicieron su compromiso de amor con él, y de nuevo el AMOR, el Padre, las había juntado de nuevo.
Habiendo terminado Salomé con su hermano, miró con mucho amor a su amiga y le dijo:

- ¡Hermana, tengo un mensaje para ti, y lo traigo de nuestra CASA. Es de los que fueron tus padres. Son muy felices de sentirte a ti tan feliz, y esperan con impaciencia poder darte un abrazo cuando regreses!

Y a Raquel se le escaparon unas lagrimitas.

- ¡Gracias, Salomé!

 Volvieron todos a tomar sus respectivos sitios en la arena. No habrían pasado ni cinco minutos, cuando el agua del mar se encendió en su interior, e iluminó suavemente, en un tono azulado toda la cala. El agua comenzó a hervir, y un gran foco de luz anaranjada comenzaba a emerger del mar. Aquélla luz salió del agua como si se tratara de un gran Sol, muy parecido al que Raquel viera en la experiencia en Casa. Este se fue acercando lentamente y en silencio hacia ellos. Se pusieron de pié, y con su mano derecha en el corazón esperaron.

Aquel Sol anaranjado se activó y comenzó a girar sobre sí mismo, y de su interior salieron las siluetas de tres Seres de Luz. Su estatura era diez veces mayor a la de ellos. Vestían una túnica de luz blanca, sus cabellos eran muy rubios y brillaban como el oro. Y sus ojos... sus ojos eran pura luz, del color de la esmeralda en dos de ellos, grandes y transparentes. Había todo un universo dentro de ellos. Y su sonrisa... ¡ay aquélla sonrisa... que les hizo levitar a todos ellos!

Avanzaron hacia el grupo con sus brazos abiertos, pero conforme se iban acercando, su estatura disminuía, y aquélla luz que les revestía se fue densificando hasta el punto de que cuando ya estaban frente a ellos, pudieron fundirse en un abrazo. Era el mismo Padre, el de los ojos azules como el profundo mar, acompañado de dos de los hermanos de CASA, el que iba hacia ellos a darles su abrazo y su corazón. Y aquél momento era clave, pues lo estaba haciendo con todos y con cada uno de sus hijos, los corderos que habían vuelto de nuevo a esta humanidad a entregarle una vez mas SU CORAZON DE PADRE.

No hubo palabras, solo sentimientos. Cuando llegó el turno de Raquel, ésta no se atrevía a mirarle a los ojos. Siempre le había sentido en su corazón como un amante, como a su príncipe, a su enamorado. Seguía sin poder sentirle como a un Padre, y le daba mucha vergüenza levantar sus ojos hacia EL. Pero aquel MAGNIFICO SER, le levantó su rostro hacia EL, y cuando Raquel abrió sus ojos y le miró, el PADRE ya no era tal, sino una fiel réplica de Micael, y se estremeció, y oyó su voz en su mente y en su corazón: “¡ESTE SOY YO PARA TI, SENTISTE AL AMOR COMO ESPOSO, Y ASI LO BUSCASTE...! Y AQUÍ ME TIENES! ¡YO SOY TUYO, Y TU ERES MIA!

Y dicho esto, la besó en la frente como a los demás, y con los otros dos hermanos fue retrocediendo hacia ese disco anaranjado, que volvió a girar a mucha más velocidad sobre sí mismo  desapareciendo en el vientre marino. La luz se apagó, y de nuevo se vieron solos en la cala, con la única luz de la luna.
Pero alguien había quedado allí. Los cinco pudieron observar que del mar venían andando sobre el agua dos siluetas de luz y que se acercaban a ellos. Cuando estuvieron a su altura, los corazones de todos se sobresaltaron y estallaron de emoción. Una de aquéllas siluetas era la de su padre Josué. Iba vestido con la túnica blanca y con el turbante azul. Los dos hermanos fueron corriendo hacia su encuentro, pero vieron algo que los paró en seco. Junto a su padre caminaba su madre Sara. Con el mismo vestido de la ceremonia, con su pelo corto y rubio y con una amplia sonrisa en su rostro. Iba cogida del brazo de Josué, su esposo. Aquéllas dos siluetas de luz se pararon a unos pasos de los dos hermanos. Raquel David y Salomé no tardaron en ponerse a la altura de ellos.

- ¡Hijos, hemos venido a despedirnos de vosotros!
- ¡Pero mamá... tú también te vas! Exclamó Micael llorando.
- Vosotros, hijos, ya no nos necesitáis. ¡El AMOR está a vuestro lado, y ha llegado la hora en que tenéis que trabajar con el Padre! Vuestro padre ha venido a buscarme el día más hermoso para mí. He recuperado a mi esposo para siempre, y soy enormemente feliz.
- ¡Hijos, nuestro amor siempre os acompañará, y nuestro corazón latirá junto al vuestro! Exclamó Josué.
- ¡Papá, mamá, darnos vuestra bendición!  

Los cinco se arrodillaron en el agua, y las manos cálidas y luminosas de Josué y Sara, acariciaron sin ningún contacto físico sus cabezas.

- Antes de marchar, hijos, os pedimos un favor. Cuando volváis a casa, yo ya no os necesitaré, pero sí nuestro querido Efraím. Queremos llevarlo con nosotros de vuelta a Casa, pero no quiere partir sin veros. ¡Ir sin demora donde él, y ayudarle a morir! ¡Que la Paz sea con vosotros, y el AMOR habite en vuestro Corazón!

Y tras aquélla despedida, se fueron alejando hacia el horizonte marino, hasta que sus ojos dejaron de verlos.


Jhoan y Micael estaban conmocionados. Los dos se habían abrazado y descargaban su dolor con el llanto. ¡Madre también se había ido!
Los dos hermanos, un poco más serenos, se pusieron en pié, y los demás se acercaron y les abrazaron. Definitivamente los habían dejado solos, tanto el Padre espiritual como los padres físicos, y más que nunca, en esos momentos, las dos parejas se sintieron unidas. David se había quedado en el medio, pensativo, un poco triste, y apoyando su brazo izquierdo sobre Micael y Raquel y su brazo derecho sobre Jhoan y Salomé, les abrazó y les invitó:

- ¡Hermanos, apuremos nuestro dolor, y andemos, porque el que está muriendo nos necesita!

Y en silencio fueron hacia casa. Ninguno se atrevía a entrar, pero fue esta vez Raquel la que decidida, abrió la puerta y entro al salón. Allí estaba Sara, sentada en su sillón preferido, con las zapatillas de lana de Efraím entre sus manos, con sus ojos cerrados y una hermosa sonrisa en su rostro. Le tomó el pulso, y éste ya no estaba. Sara había muerto. Las chicas abrieron su cama, y entre Jhoan y Micael la llevaron y la tumbaron. Salomé quiso cubrirla con la sábana, pero Raquel no quiso.

- ¡Déjala, Salomé, parece una diosa dormida! ¡Fue una belleza en vida, pero mucho más hermosa en la muerte!

Y dicho esto salió al jardín y fue recogiendo las rosas y las flores abiertas más hermosas, y cuando se había hecho con una docena, entró de nuevo en la habitación y se las puso a Sara entre sus manos. Y fue cuando la emoción la embargó y se echó a llorar sobre la cama, en un rincón, a los pies de Sara. Micael fue a su lado, la abrazó y se consolaron mutuamente.

- Mi amor, quédate aquí con David y mamá. Nosotros vamos con Efraím y de paso daremos parte al médico del pueblo para que venga.
- ¿Es que no podéis hacer ese parte vosotros?
- Tiene que hacerlo el médico oficial de esta zona.
- ¡No te preocupes, mi amor, ir tranquilos! ¡Jhoan, hermano... lo siento... lo siento...!
- Hermana, yo no lo siento por ella porque es feliz con papá, pero sí por vosotros. Un día como éste, el de vuestra boda...
- Cuando nos calmemos tomaremos lo que ha sucedido como lo que verdaderamente es: El viaje definitivo hacia el Amor. Dentro de unas horas estaremos todos felices, lo sé...


Los dos hermanos salieron hacia casa de Efraím, y avisaron al médico de la zona. A esas horas estaba durmiendo, pero poniéndose por encima lo primero que pilló, salió de su casa y fue al encuentro de ellos. Primero a atender al moribundo, y luego donde Sara.

Cuando llegaron, Micael se acercó a Efraím y éste le cogió fuerte de la mano. Los dos hermanos le besaron las manos, y Micael le besó también los pies y el pecho, y el rostro cargado de un amor infinito de su pupilo, fue lo último que vieron los cansados ojos del querido rabí. Sus ojos se cerraron, y su alma y su corazón volaron muy alto.

Se acercó el médico, y tras comprobar su defunción, hizo el parte. Jhoan quedó con el cuerpo sin vida de Efraím hasta que acudiera su ayudante, y Micael acompañó a su compañero a casa. Con Sara hizo lo mismo. Tras comprobar su defunción, extendió el parte. Raquel se acercó a él y le preguntó:

- ¿Quieres algo caliente... un café?
- ¡Si es para mí solo, no, pero si me acompañáis vosotros, si! Dijo el médico muy afectado
¡He extendido muchos partes en mi vida profesional, pero el de estas dos personas tan queridas por mí... me han hecho polvo, y los dos a la vez...!
- Levi, para ambos este día ha sido muy fuerte en emociones, y sus corazones estaban ya muy cansados.
-  Micael... tu madre todavía podría haber vivido unos años más... no estaba tan enferma como Efraím.
- Pero el Padre la ha llamado, Levi... ¡El sabrá por qué!
- A veces me cuesta mucho entenderle, Micael... ¡mucho...!
- Levi, toma tu café. Y vosotros también, sentaos... nos sentará bien.



A primera hora de la mañana se presentaron los de las pompas fúnebres. El entierro de ambos sería al atardecer de ese mismo día, sábado, en el cementerio de Haifa. Primero se celebrarían los rituales religiosos a cargo del nuevo rabí Zacarías, antiguo ayudante de Efraim. Durante todo el día estuvieron atendiendo todas las visitas de pésame de los vecinos y de los amigos, pero ellos ya estaban más tranquilos. Ya no había dolor en sus corazones, pero la echaban mucho de menos. Raquel había cogido de las manos de Sara las pantuflas casi terminadas de Efraim, y no se lo había pensado dos veces. Le pidió a Micael que la acompañará donde Efraím, y como en aquéllos momentos estaba solo con Zacarías, le quitó la sábana que lo cubría, le descubrió los pies, se los besó y les calzó con las pantuflas. Volvió a cubrirlo, y ante la mirada sonriente de su marido, y de perplejidad del nuevo rabí, exclamó:

- Sara me comentó que le hacían mucha ilusión. ¡Así irá calentito en el viaje!


Y como vinieron se fueron. El entierro fue lo peor de todo. Todo el mundo empeñado en sufrir y en llorar amargamente por los muertos que estaban más vivos que ellos, pero los muchachos y las chicas permanecieron serenos. De nuevo los horribles pésame de todo el mundo y las murmuraciones de la gente al ver que ni sus hijos ni su nuera guardaban luto por la difunta. Allí las costumbres estaban muy arraigadas y se seguían muy estrictamente. Pero los hermanos no estaban dispuestos a seguir semejante farsa.

De regreso a casa comieron un poco y tomaron un caldo caliente, y como ya estaban cansados, pues llevaban dos días sin dormir, a pesar de ser tan solo las ocho de la tarde se retiraron. Micael y Raquel se fueron a Serena.
Cuando llegaron se quedaron un ratito hablando en el sofá, y luego subieron a la habitación. Se metieron en la cama y quedaron abrazados. A Micael se le volvieron a escapar unas lágrimas y ella le besó los ojos.

- ¡Mi amor, te quiero! Llora todo lo que quieras, es bueno, te aliviará la tensión y la angustia.

Y Micael escondió su cabeza en el pecho de su mujer, y así estuvieron los dos hasta que el sueño y el cansancio los venció.

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