miércoles, 13 de julio de 2016

LIBRO MAESTRIA EN FELICIDAD (Chamalu) carta-13




Maestría en Felicidad: Claves y enseñanzas para recorrer el camino de la vida plena (Chamalú) 

CAPITULO-13
Me pregunto si la gente se da cuenta que no está viviendo. ¿Sabrán que la vida es otra cosa? ¿Comprenderán que el tiempo pasa para no volver y que cada día es el último? ¿Se darán cuenta de su responsabilidad de cuidar un cuerpo que funciona maravillosamente bien a condición de proveerle todo lo que necesita? Es lunes, desearía que el día constara de más horas. 
No estoy seguro si me gustan o disgustan los domingos, presiento que ese día fue inventado para que se desahoguen los que hacen lo que no aman. Miro una fotografía, recuerdo una noche memorable; mis secretos eran rigurosamente guardados a manera de valiosas joyas, ahora decidí compartirlas, y estas cartas son una señal del cumplimiento de esa decisión. 
Mi madre, a sus 81 años, se pelea con su cuerpo, que a veces no le obedece. Mi padre considera su misión cumplida, convoca a la muerte, que parece no escucharle. Ella tiene dieciocho años, abundante silencio y un fervor de crecimiento a galope, la observo recostada a mi lado, su silencio me dice tantas cosas. 
El hombre que arregla el jardín habita una casa sin ventanas, su mujer parece vivir de espaldas a la vida, sus hijos cultivan infelicidades, teñidas con sintética recreación. 
Ahora tengo nuevos vecinos, uno de ellos funciona a leña, el otro, mira a cada rato el reloj, me pregunto: ¿hace cuánto tiempo el amor está ausente de sus vidas? Me pregunto qué es la vida. 
Un día besé a la vida en la boca; la vida es permanente fugacidad, es vasija de epidermis y estallido de gemidos, es un vendaval de intenciones y el sostenido instante que se renueva constantemente; es la burbuja que un día estalla, el volcán de caricias en las manos liberadas, es un ramo de luz y una felicidad redescubierta como la condición natural de existencia, es la cúpula transparente del presente, invitándonos a disolvernos en el silencio que purifica, para habitar la zona sagrada donde se guardan sus claves.
La vida es un círculo que comienza con la primavera, energía en ascenso. Hoy no me referiré a otras épocas, no niego la enredadera multidimensional que nos conecta con otras vidas, sin embargo, solo quiero aludir al gran ciclo vital, esa arquitectura existencial que comienza con la concepción y se desgrana en flores que aluden a la primavera, energía en ascenso; ha comenzado la vida, el árbol nos habla desde la flor, la mariposa desde el color, la brisa cambia su temperamento y se convierte en ráfaga, el clima es templado, la vida ha comenzado. 
La primavera es la niñez y la adolescencia, es juego y poesía, inocencia y energía en ascenso, es fiesta de crecimiento, momento ideal para sembrar en el corazón las semillas de la evolución, las claves de los principios y valores, cimientos de una vida superior. La primavera de la vida también es el aula natural donde aprendemos los misterios de un viaje sagrado; a preparar el equipaje, acumulando cantidades de flexibilidad y paciencia, de humor y creatividad, de alerta sereno y voluntad pétrea, porque la vida no otorga ninguna garantía a quienes no tuvieron la precaución de despertarse. 
La primavera es la etapa mágica de la vida, donde cada uno tiene el deber de sembrar semillas de luz que den frutos de conocimiento mañana. El verano es la juventud madurando gradualmente, es la plenitud energética y el momento de la cosecha de lo sembrado en primavera, es tiempo de grandes decisiones y acciones plenas, es la estación donde se detiene la vida en su máxima intensidad por un tiempo, solo por un tiempo, porque el flujo de la vida es indetenible. El verano es también el escenario fundamental de aprendizajes profundos y solidaridades galopantes; es el momento ideal para inaugurar nuevas etapas, comprometerse con emprendimientos existenciales que repercutan en lo interno y externo, es el tiempo-espacio para profundizar en el autoconocimiento y especializarse en lo que amas, es el tiempo ideal para construir redes de afecto y confianza, para establecer alianzas estratégicas que sobrevivan a la fugacidad de las circunstancias, es tiempo de conocerse profundamente y remodelarse en maratones de introspección, trabajo interior que te permita ser cada vez más tú, auténticamente tú. 
Es tiempo también para darse cuenta que todo cambia, que el verano que disfrutas también concluirá, dando paso al otoño de tu vida. La plenitud energética del verano, que le dará paso inevitablemente a la fase menguante del otoño, es la etapa adulta, cuando la energía comienza a decrecer, a disminuir las facultades corporales. Los tiempos en los que se derrochaba la energía han pasado, el mundo ahora se mueve a otro ritmo, la hoguera del verano devino en brasas, aún calientes pero solo brasas; arde la nostalgia, el relámpago no era perpetuo, se presiente el crepúsculo, el rocío de la primavera luce lejano, así como el esplendor del verano; el otoño marca un tiempo que se marcha, tiempo de cosecha abundante, si la siembra fue adecuada, tiempo también de recibir los efectos colaterales de inadecuadas elecciones. El invierno marca el amanecer de la noche, la inminente proximidad del cierre de un círculo que se inició con el polen primaveral, pasó por la flor del verano, el fruto del otoño, dejando paso a la semilla del invierno, el retornar a la tierra, la llegada al luto, a las raíces, al polvo desorganizado que fuimos un día, racimos de átomos presintiendo cambios cualitativos. 
El invierno es la vejez donde nos preparamos para la partida, tiempo de autoevaluación, de mirar lo aprendido, de devolver lo recibido, de recoger las huellas y ensayar despedidas, hasta que la voz, en decreciente palidez, se marche con el latido definitivo, dando paso a una interminable aglomeración de silencio. 
Quien aprende a vivir oportunamente cada una de las estaciones de la vida, con el fervor y la plenitud de quien se sabe vivo, estará preparado para habitar cada tiempo dignamente, entonces, la muerte, cita inevitable, será solo el amanecer de otro día y la vida un sendero de felicidad ininterrumpida. Vivir es un arte sagrado, compuesto de cuatro grandes aprendizajes, el primero de ellos es la felicidad, esa que no requiere ningún requisito externo, solo la valiente elección, pase lo que pase y pese a quien pese. 
La felicidad, como estado de plenitud continua, solo se alcanza aprendiendo a vivir, es decir que el de aprender a ser feliz es el aprendizaje más importante que debemos abordar. Desde la felicidad, reconstruida como nuestra condición natural de existencia, nos habilitamos para vibrar en la frecuencia más elevada, en esa energía en la cual los milagros son posibles. 
Me refiero al amor, a esa poderosa vibración que sana y armoniza, que se traduce en presencia plena y en acción sanadora. 
Amamos, hipnotizados por la felicidad. 
La felicidad es el pasaporte al amor, que a su vez dejará en libertad a tu libertad, esa que incluye responsabilidad y lucidez, esa libertad que se convertirá en el escenario óptimo para posibilitar autenticidades y coherencias, contextos poderosos que nos hablan de crecientes ascensos energéticos, reservados para quienes se iniciaron a la vida plena. La trilogía felicidad, amor y libertad, en rigurosa secuencia, te dotará del mejor equipaje para viajar por el camino de la vida: la paz, esa mochila transparente que transporta la magia del alerta sereno, esa actitud profunda desde la cual sabes que a cada momento te juegas la vida, disfrutando de cada circunstancia vivida, sintiendo que estás abierto a la vida y sus imprevistos, dispuesto a todo, incluso a convertir un entorno infernal en un paraíso, aprendiendo a vivir con un lúcido equilibrio entre lo racional y la locura. 
Estar en paz con la vida es fundamental. 
La clave es la entrega, al punto de convertirte en lo que haces y apasionarte desapegadamente. ¿Sabías que amar es transformar lo inferior en superior? ¿Que la felicidad no existe de antemano, que es preciso fabricarla y que al existir se convierte en la puerta al paraíso? ¿Que la libertad auténtica puede hacer de todo, porque la garantía es el amor? ¿Que la paz es riqueza intangible que cambia el color de la piel de la actitud con la que vamos por la vida? ¿Que todos ellos juntos, presentes en una misma vida, significan que aprendiste a vivir, lo que a su vez incluye el efecto colateral de la salud integral, requisito para continuar navegando en el océano de la vida? Y cuando la gente te lance piedras por incomprensión o envidia, lanza en represalia amor y contagia felicidad y da ejemplo de libertad y transporta paz y enseña a vivir con salud. Eso es aprender a vivir y estas son las cinco columnas sobre las que se organiza una vida inteligente. 
Siempre habrá cerca alguien dispuesto a confundirte, sin embargo, ya estás advertido; avanza con cautela, pero indetenible, inventa constantemente nuevas alegrías, archiva por orden de importancia buenos recuerdos, baraja con decisión las cartas de la sorpresa; precisas estar preparado solamente para todo, el resto, confiar en ti y continuar preparándote en coherencia con tus principios y objetivos. 
La frontera entre la gente despierta y los que duermen el sueño del autoengaño es tenue, algunos amoblaron tan confortablemente su prisión, que se acostumbraron a ella y renunciaron a búsquedas y crecimiento, a plenitudes y éxtasis. 
Es más fácil vivir dormido, no requiere disciplina, ni siquiera voluntad, menos conciencia, así la estupidez actúa como anestesia y perder la vida se torna normal. Sin embargo, nuestro camino es otro, incluye cultivar la parcela de universo que somos y desatar todo el potencial que traemos. Si eres de los nuestros, los cinco pilares y las cuatro estaciones serán herramientas fundamentales. Te propongo reunirnos en la próxima carta, para hablar de los principios fundamentales que gobernaron la vida, en tiempos en los cuales la sabiduría se paseaba por las calles y la sensibilidad aún no había sido exiliada de las vidas. 
Hasta la próxima.
Chamalú

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