martes, 18 de agosto de 2015

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)



VOLVER AL AMOR (Capitulo 2- 1ª Parte)

2. LA LUZ
«La luz está en ti.»
De modo que pasé por ese momento espectacular y grandioso en que invité a Dios a mi vida. Al principio era aterrador, pero me fui acostumbrando a la idea.
Después de aquello, en realidad, nada fue como yo esperaba que fuese. Había pensado que las cosas mejorarían, algo así como si mi vida fuera una casa y yo creyera que Dios le daría una estupenda mano de pintura... y quizá le cambiara los postigos, le construyera un bonito pórtico y le pusiera techo nuevo. En cambio, tan pronto como entregué la casa a Dios, sentí que Él me la derribaba de un solo golpe, como si me estuviera diciendo:
-Lo siento, cariño, pero los cimientos estaban agrietados, y no hablemos de las ratas que había en el dormitorio. Me pareció mejor empezar todo de nuevo.
Yo había leído sobre personas que, tras entregarse a Dios, sentían una profunda sensación de paz que descendía como un manto sobre sus hombros. Y ese sentimiento lo tuve, pero apenas durante un minuto y medio. Después me sentí simplemente como si me hubieran atropellado. Eso no me hizo desconectarme de 
Dios, sino más bien respetar Su inteligencia. Aquello implicaba que Él entendía la situación mejor de lo que yo habría esperado. Si yo fuera Dios, también me habría atropellado. Me sentí más agradecida que resentida. 
Necesitaba desesperadamente ayuda.
Generalmente se precisa llegar a una cierta desesperación antes de estar preparado para Dios. Cuando llegó el momento de la entrega espiritual, yo no me lo tomé en serio, realmente en serio, hasta que no estuve completamente de rodillas. Había llegado a tal nivel de confusión, que nada ni nadie podría haber hecho que 
Marianne volviese a funcionar. La histérica que yo llevaba dentro era presa de una rabia maníaca, y la niña inocente estaba de espaldas contra la pared. Me hundí.
 Atravesé la frontera entre estar sufriendo pero seguir 
siendo capaz de funcionar normalmente y estar sentada en un rincón del jardín de un psiquiátrico. Fui presa de lo que se suele llamar un colapso nervioso.
Los colapsos nerviosos constituyen un método de transformación espiritual sumamente menospreciado. Es indudable que su función es llamarnos la atención. Sé de personas que año tras año tienen pequeños colapsos, y cada vez se detienen justo antes de que la experiencia haga impacto en el centro. Creo que yo tuve suerte al haber experimentado de un solo golpe la vivencia completa. Lo que aprendí entonces no lo olvidaré. 
La experiencia fue dolorosa, pero ahora la veo como un paso importante y necesario en mi avance decisivo hacia una vida más feliz.
Entre otras cosas, sentí una profunda humildad. 
Vi con muchísima claridad que «yo, por mí misma, no soy nada». Mientras no te pasa esto, sigues probando todas tus viejas tretas, las que nunca te resultaron, pero que sigues pensando que quizás esta vez funcionen. Cuando te has hartado y ya no puedes seguir con lo mismo, consideras la posibilidad de que haya un camino mejor. Entonces la cabeza se te abre y Dios puede entrar.
Durante aquellos años me sentía como si el cráneo me hubiera estallado, como si se hubiera desparramado en miles de pedacitos por el exterior. Después, muy lenta mente, empezaron a reunirse de nuevo. Pero mientras mi cerebro estaba así al desnudo, fue como si le renovaran los cables, como si me hubieran sometido 
a alguna especie de cirugía psíquica. 
Sentí que me había convertido en un ser diferente.
Son más las personas que han sentido, de alguna manera, que les estallaba la cabeza que las que se han animado a admitirlo ante sus amigos. Hoy por hoy, no es un fenómeno excepcional. Actualmente, la gente choca contra las paredes... social, biológica, psicológica y emocionalmente. Pero esto no es una mala noticia; en cierto sentido, es algo bueno. Mientras no terminas por caer de rodillas, apenas si estás jugando a la vida, y 
en cierto nivel sientes miedo, porque sabes que apenas si estás jugando. El momento de la entrega no es cuando se acaba la vida. Es cuando comienza.
No es que ese momento de eureka que es el clamar a Dios lo sea todo, y que en lo sucesivo uno se encuentre en el Paraíso. Simplemente, has empezado la ascensión. Pero ahora sabes que ya no estás corriendo en círculo al pie de la montaña, sin llegar nunca realmente a ninguna parte, soñando con la cumbre y 
sin la menor idea de cómo llegar a ella. Para muchas personas, las cosas tienen que ponerse muy mal antes de que haya un cambio. Cuando realmente tocas fondo, entonces llega el júbilo de la liberación, y reconoces que en el universo hay un poder más grande que tú, que puede hacer por ti lo que tú no puedes hacer. Y súbitamente te parece que, al fin y al cabo, es una excelente idea.
Qué ironía. Te pasas la vida entera resistiéndote a la idea de que allí afuera haya alguien más listo que tú, y entonces, de pronto, sientes un gran alivio al saber que es verdad. De pronto, ya no tienes demasiado orgullo para pedir ayuda.
Eso es lo que significa entregarse a Dios.

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