miércoles, 19 de agosto de 2015

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)


EL ESPÍRITU SANTO- Capitulo 4

«El Espíritu Santo es la llamada a despertar y a regocijarse.»
Libre albedrío significa que podemos pensar todo lo que queramos pensar pero "ningún pensamiento es  neutro.
No hay pensamientos fútiles. Todo pensamiento produce forma en algún nivel".
Asumir la responsabilidad de nuestra vida significa, pues, asumir la responsabilidad de nuestros pensamientos. Y rogar a Dios que «salve» nuestra vida significa rogarle que nos salve de nuestros propios pensamientos negativos.
Cuando apareció el primer pensamiento de temor, el más antiguo, Dios sanó el error. En su condición de amor perfecto, Él corrige todos los errores en el momento en que se producen.
No puede forzarnos a volver al amor, porque el amor no fuerza; sin embargo, crea alternativas. La alternativa de Dios al miedo es el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es el "eterno vínculo de comunicación entre Dios y Sus Hijos separados", un puente para regresar a pensamientos bondadosos, «el Gran Transformador de la percepción», que de miedo la transforma en amor. Se llama con frecuencia al Espíritu Santo el «Consolador». 
Dios no puede imponerse a nuestro pensamiento porque eso sería una violación de nuestro libre albedrío. Pero el Espíritu Santo es una fuerza de nuestra conciencia interior que «nos libera del infierno», del miedo, siempre que le pidamos conscientemente  que así lo haga, colaborando con nosotros en el nivel Causal, convirtiendo nuestros pensamientos de miedo en  pensamientos de amor. No podemos invocarlo en vano. Al haber sido creado por Dios, forma parte de nuestro  «ordenador». Se nos aparece bajo múltiples formas, desde una conversación con un amigo hasta una verdadera senda espiritual, desde la letra de una canción hasta un excelente terapeuta. Es el inexorable impulso hacia la totalidad que llevamos dentro, por más desorientados o locos que podamos estar. En nuestro interior siempre hay algo que anhela regresar a casa, y Él es ese algo.
El Espíritu Santo nos encamina hacia una percepción diferente de la realidad, una percepción basada en el amor. A la corrección hace que nuestra percepción que la llamamos la Expiación. Lo único que falta en cualquier  situación es nuestra propia conciencia del amor. Al pedir al Espíritu Santo que nos ayude, expresamos nuestra  disposición a percibir de otra manera una situación. Renunciamos a nuestras propias interpretaciones y opiniones, y pedimos que sean reemplazadas por las Suyas. Cuando sufrimos, rezamos: «Dios amado, estoy  dispuesta (o dispuesto) a ver esto de otra manera». Poner una situación en manos de Dios significa poner en  Sus manos lo que pensamos de ella. Todo lo que damos a Dios, Él nos lo devuelve renovado a través de la  visión del Espíritu Santo. Hay personas que piensan que si nos entregamos a Dios, renunciamos a nuestra responsabilidad personal, pero la verdad es lo contrario. Asumimos la responsabilidad final de una situación al hacernos responsables de lo que pensamos de ella. Somos lo bastante responsables como para saber que, librados a nuestros propios recursos mentales, responderemos instintivamente movidos por el miedo. Y somos  lo bastante responsables como para pedir ayuda.
A veces la gente piensa que recurrir a Dios significa dar entrada en nuestra vida a una fuerza que nos lo  mostrará todo de color de rosa, y la verdad es que significa dar entrada a todo aquello que nos obligará a  crecer... y el crecimiento puede ser desordenado, confuso. El propósito de la vida es que crezcamos hasta alcanzar nuestra perfección. Una vez que recurrimos a Dios, topamos con todo aquello que puede enfurecernos. ¿Por qué? Porque el lugar donde nos entregamos al enojo y no al amor es nuestra muralla, nuestro límite. Cualquier situación que nos saque de quicio es una situación donde no tenemos aún la capacidad de amar incondicionalmente.
 Es misión del Espíritu Santo llamarnos la atención sobre eso y  ayudarnos a ir más allá de ese punto.
Nos movemos con comodidad en las pocas áreas donde nos es fácil amar. Es tarea del Espíritu Santo no respetar esas zonas de comodidad, sino destruirlas. No estaremos en la cumbre de la montaña mientras no nos resulten cómodas todas las zonas. 
El amor no es amor si no es incondicional. No tendremos la vivencia de quiénes somos en realidad hasta que no tengamos la vivencia de nuestro amor perfecto.
Para asegurar nuestro avance hacia el objetivo de la iluminación, "el Espíritu Santo tiene para cada uno de nosotros un programa de estudios sumamente individualizado". Cada encuentro, cada circunstancia, puede ser para Él un medio para Sus fines. Transita entre nuestra locura mundana y nuestro perfecto yo cósmico. Se adentra en el delirio para guiarnos más allá de él.
Se vale del amor para crear más amor, y considera que "el  miedo es una petición de amor".
El Holocausto no fue la voluntad de Dios, como no lo es el sida. Ambos son productos del miedo. Sin embargo, cuando rogamos al Espíritu Santo que entre en estas situaciones, Él las usa como razones y oportunidades para hacernos crecer hasta el preciso nivel de profundidad de amor merced al cual situaciones como éstas se ven erradicadas de la tierra. Entonces son un acicate para que amemos más profundamente de lo que jamás hemos amado antes.
Si realmente deseamos dar una respuesta moral al Holocausto, emplearemos todo nuestro poder para crear un mundo en el que aquello jamás pueda volver a suceder. Como sabe cualquier persona inteligente, Hitler no actuaba solo. Jamás podría haber hecho lo que hizo sin la ayuda de miles de personas que, aunque no compartieran su maldad, no tuvieron la fibra moral necesaria para oponérsele. ¿Qué quiere el Espíritu Santo que hagamos ahora? Aunque no podamos garantizar que nunca volverá a nacer otro Hitler, sí podemos crear un mundo donde, aun si aparece un Hitler, haya tanto amor que casi nadie lo escuche o colabore con él.
El camino espiritual es, pues, simplemente el viaje de vivir cada cual su vida. Todo el mundo se encuentra en un sendero espiritual, pero la mayoría de la gente no lo sabe.
El Espíritu Santo es una fuerza mental que hay  en nosotros; nos conoce en nuestro estado natural de amor perfecto -que hemos olvidado-, entra con nosotros en el mundo de ilusiones y miedos, y se vale de nuestras vivencias en él para recordarnos quiénes somos. Lo hace mostrándonos la posibilidad de un propósito de amor en todo lo que pensamos y hacemos. Revoluciona  nuestro sentimiento de por qué estamos en la tierra. Nos enseña a ver que el amor es nuestra única función. 
Todo lo que hagamos en la vida será usado, o interpretado, por el ego o por el Espíritu Santo. 
El ego se vale de  todo para internarnos más en la angustia. 
El Espíritu Santo se vale de todo para conducirnos a la paz interior.


5. LOS SERES ILUMINADOS.

«La iluminación es simplemente un reconocimiento, no un cambio.»
Hay personas que han vivido sobre la tierra, y quizás haya personas que actualmente viven en ella, cuya  mente ha sido completamente sanada por el Espíritu Santo. 
Han aceptado la Expiación. En todas las religiones  se nos habla de santos o profetas que hicieron milagros. Eso se debe a que cuando la mente regresa a Dios, se convierte en un receptáculo de Su poder. El poder de Dios trasciende las leyes de este mundo. Los santos y los profetas, al aceptar la Expiación, han «realizado» su Cristo interior. 
Se han visto purificados de pensamientos atemorizantes y lo único que permanece en su mente es el amor. A estos seres purificados se los llama «iluminados».
La luz significa comprensión. Los iluminados «comprenden».
Los iluminados no tienen nada que nosotros no tengamos.
Llevan dentro el amor perfecto, como nosotros. La diferencia está en que ellos no tienen nada más. Los seres iluminados -"entre ellos Jesús- existen en un estado que está tan sólo latente en el resto de nosotros". La mente crística no es otra cosa que la perspectiva del amor incondicional. Tú y yo tenemos la mente de Cristo en no menor medida que Jesús. La diferencia entre él y nosotros es que nosotros nos sentimos tentados de negarla.
Él está más allá de eso. Cada uno de sus pensamientos y de sus actos emana del amor. El amor incondicional, o el Cristo dentro de él, es "la verdad que nos hace libres", ya que es la perspectiva que nos salva de nuestros propios pensamientos atemorizantes.
Desde el punto de vista evolutivo, Jesús y otros maestros iluminados son nuestros hermanos mayores. De acuerdo con las leyes de la evolución, una especie se desarrolla en cierta dirección hasta que esa forma de desarrollo deja de estar bien adaptada para la supervivencia. Llegado ese punto, se produce una mutación. 
Aunque ésta no representa a la mayoría de la especie, representa la línea evolutiva mejor adaptada para la supervivencia de la especie. Entonces, los que sobreviven son los descendientes de la mutación.
Nuestra especie tiene problemas porque nos peleamos demasiado. Nos peleamos con nosotros mismos, con los demás, con nuestro planeta y con Dios. Nuestras actitudes, dominadas por el miedo, ponen en peligro nuestra supervivencia. Una persona que ama cabal y completamente es como una mutación evolutiva que manifiesta un ser que pone siempre el amor por delante, y así crea el contexto en el que se producen los milagros. En última instancia, es lo único «inteligente» que se puede hacer.
Es la única orientación vital capaz de apoyar nuestra supervivencia.
Los mutantes, los iluminados, nos muestran a todos los demás nuestro potencial evolutivo. Nos indican el camino. Hay una diferencia entre ser un indicador del camino y ser una muleta. Hay personas que dicen que ellas no necesitan de una muleta como Jesús. Pero Jesús no es una muleta; es un maestro.
Si quieres ser escritor, lees a los clásicos. Si quieres ser un gran músico, escuchas la música que crearon los grandes compositores que te han precedido. Si te estás preparando para ser pintor, es una buena idea que estudies a los grandes maestros. Si Picasso entrara en tu habitación mientras estás aprendiendo a dibujar y te dijera: 
«Hola, dispongo de un par de horas... ¿Quieres que te dé alguna idea?», ¿acaso le dirías que no? Lo mismo pasa con los maestros espirituales: Jesús, Buda o cualquier otro iluminado.
Fueron genios por su manera de usar la mente y el corazón, así como Beethoven fue un genio con la música o Shakespeare con las palabras. ¿Por qué no aprender de ellos, seguir su liderazgo, estudiar lo que hacían bien? Un curso de milagros usa la terminología cristiana tradicional, pero de una manera muy poco tradicional. 
Palabras como Cristo, Espíritu Santo, salvación, Jesús, y otras, se utilizan según su significación psicológica más bien que religiosa. Como estudiante y maestra de Un curso de milagros, he podido comprobar la gran resistencia que muchas personas muestran a los términos cristianos. Como judía, yo pensaba que eran sólo los judíos los que tenían un problema con la palabra «Jesús», pero me equivocaba. No son sólo los judíos los que se ponen nerviosos al oír mencionar su nombre. Si pronuncias la palabra Jesús ante un grupo de cristianos moderados, es probable que provoque tanta resistencia como en cualquier otro grupo.
Y entiendo por qué. Tal como se afirma en el Curso, «se han hecho amargos ídolos de aquel que sólo quiere ser un hermano para el mundo». Son tantos los términos cristianos de que se ha echado mano para crear y  perpetuar la culpa, que muchas personas inteligentes han decidido rechazarlos por completo.
En muchos casos, a decir verdad, el problema es peor para los cristianos que para los judíos. Generalmente, a los niños judíos no se les enseña absolutamente nada sobre los términos cristianos, mientras que para muchos niños cristianos estas palabras están cargadas de culpa, castigo y miedo al infierno.
Las palabras no son más que palabras, y siempre se puede encontrar otras nuevas para reemplazar a las que agravian o disgustan. En el caso de Jesús, sin embargo, el problema no es tan simple como para resolverlo sencillamente encontrando otra palabra. Jesús es su nombre, y de nada sirve hacer como si se llamara Alberto. Al rechazar automáticamente a Jesús, basándose en lo que algunos cristianos tradicionales han hecho con y en su nombre, muchas personas han tirado el grano junto con la paja. En relación con Un curso de milagros y otras presentaciones esotéricas de la filosofía crística, han rechazado sin más el material, basándose únicamente en su lenguaje. 
Al hacerlo han caído en una trampa mental que en Alcohólicos Anónimos se conoce como «desprecio anterior a la investigación».
Hace años, acudí a una cena en Nueva York. En la mesa, el tema de conversación era una novela que se acababa de publicar, y alguien me preguntó si la había leído. Yo sólo había leído la reseña del libro en el New York Times, pero mentí y dije que sí. Me sentí muy avergonzada de mí misma. No había leído el libro, pero tenía la información suficiente para fingir, durante un momento, que sí. Estaba dispuesta a dejar que una opinión ajena pasara por ser la mía.
No mucho tiempo después, recordé aquel incidente cuando estaba decidiendo si leer o no un libro -que por cierto era uno de los libros de Un curso de milagros- que trataba de Jesús, sobre quien no había aprendido  nada en mi niñez. Simplemente, me habían dicho: «Nosotros no leemos esas cosas, cariño». Pero los judíos, además, son conocidos por la forma en que estimulan los logros intelectuales en sus hijos. A mí -aunque nadie lo hubiera dicho a juzgar por mi comportamiento en aquella cena me habían enseñado a leer y a pensar por mi  cuenta... y solía hacerlo. 
A mi modo de ver, Un curso de milagros no promociona a Jesús. "Si bien los libros proceden de él, queda muy claro en ellos que se puede ser un estudiante avanzado del Curso y no tener una 
relación personal con Jesús."
El Curso entiende nuestras resistencias, pero no las alimenta.
Es hora de que se produzca una verdadera revolución en nuestra manera de entender la filosofía crística, y muy particularmente en nuestra manera de entender a Jesús. La religión cristiana no tiene ningún monopolio sobre Cristo ni sobre el propio Jesús.
En cada  generación debemos volver a descubrir lo que es verdad para nosotros.
¿Quién es Jesús? Es un símbolo personal del Espíritu Santo.
Al haber sido totalmente sanado por el Espíritu Santo, se ha vuelto uno con Él. Jesús no es el único rostro que toma el Espíritu Santo. Es uno de ellos. Es decididamente una vivencia de la cima de la montaña, pero eso no quiere decir que sea el único que está allá arriba.
Jesús vivió en este mundo del miedo y sólo percibió el amor.
Cada acción suya, cada palabra, cada idea estaba guiada por el Espíritu Santo, no por el ego. Fue un ser totalmente purificado. Pensar en él es pensar en el amor perfecto que hay dentro de nosotros, y por consiguiente invocarlo.
Jesús alcanzó la realización total de la mente crística, y Dios le confirió entonces el poder de ayudar al resto de los humanos para que lleguemos a ese lugar que está dentro de nosotros mismos. Tal como Él mismo  afirma en el Curso, «Yo estoy a cargo del proceso de Expiación». Y como comparte con Dios la visión de las cosas, se ha «convertido» en esa visión. Ve a cada uno de nosotros tal como Dios nos ve -inocentes y perfectos, amorosos y dignos de amor- y nos enseña a vernos de esa manera. Así es como nos guía para salir del infierno y llevarnos al Cielo.
Ver con sus ojos es expiar los errores de nuestra percepción. Ese es el milagro que él opera en nuestra vida, la luz mística que irrumpe desde el interior de nuestra alma. Nuestra mente fue creada para que fuera un altar al Hijo de Dios. Él representa al Hijo de Dios. Adorarlo es adorar el potencial de amor perfecto que hay en todos nosotros.
Los cuentos de hadas son alusiones místicas al poder del ser interior, transmitidas de generación en generación. Son historias de transformación. Cuentos como los de Blancanieves y la Bella Durmiente son metáforas de la relación entre el ego y la mente divina. La mala madrastra, que es el ego, puede hacer dormir a 
la Bella Durmiente o a nuestro Cristo interior, pero jamás podrá destruirlos. Lo que ha sido creado por Dios es indestructible. Lo más destructivo que ella puede hacer es hechizarnos, hacer que la belleza se duerma. Y lo hace. Pero el amor que hay dentro de nosotros no se extingue; sólo se queda dormido durante un tiempo muy largo. En todos los cuentos de hadas llega el Príncipe. Su beso nos hace recordar quiénes somos y por qué vinimos aquí. El Príncipe es el Espíritu Santo, que viene, con vestimentas y disfraces diversos, a despertarnos con Su amor. 
En el momento en que casi se ha perdido toda esperanza, cuando parece que el mal ha triunfado por fin, nuestro Salvador aparece para tomarnos en sus brazos. Tiene múltiples rostros, y uno de ellos es el de Jesús. No es un ídolo ni una muleta. Es nuestro hermano mayor. Es un regalo.

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