miércoles, 19 de agosto de 2015

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)




LA ENTREGA Capitulo 4 (1ª Parte)

«Pues descansamos despreocupados en las manos de Dios...»
1. LA FE
«No hay ningún problema que la fe no pueda resolver.»
¿Y si verdaderamente creyéramos que hay un Dios, un orden benéfico en las cosas, una fuerza que las mantiene unidas sin necesidad de nuestro control consciente? ¿Y si pudiéramos ver, en nuestra vida diaria, cómo opera esa fuerza? ¿Y si creyéramos que de alguna manera nos ama, se preocupa por nosotros y nos 
protege? ¿Y si creyéramos que podemos darnos el lujo de relajarnos?
El cuerpo físico está siempre funcionando, es un conjunto de mecanismos de un diseño tan brillante y de tal  eficacia que nuestras obras humanas jamás ni siquiera se le han acercado. 
El corazón late, los pulmones  respiran, los oídos oyen, el pelo crece. Y nosotros no tenemos que hacerlos funcionar: simplemente, funcionan. 
Los planetas giran alrededor del Sol, las semillas se convierten en flores, los embriones en bebés, sin  necesidad de nuestra ayuda. Su movimiento forma parte de un sistema natural. Tú y yo también somos partes integrantes de ese sistema. Podemos dejar que dirija nuestra vida la misma fuerza que hace crecer las flores... o podemos dirigirla por nuestra cuenta.
Tener fe es confiar en la fuerza que mueve el universo. La fe no es ciega, es visionaria. Tener fe es creer que el universo está de nuestra parte, y que sabe lo que hace. La fe es el conocimiento psicológico de que el bien despliega una fuerza que opera constantemente en todas las dimensiones. Nuestros intentos de dirigirla no hacen más que interferir en ella. Nuestra disposición a confiar en ella le permite operar en beneficio nuestro. 
Sin la fe intentamos frenéticamente controlar lo que no es asunto nuestro controlar, y arreglar lo que no tenemos poder para arreglar. Lo que tratamos de controlar funciona mucho mejor sin nuestra intervención, y lo que tratamos de arreglar, de todas maneras, no podemos arreglarlo. Sin fe, estamos perdiendo el tiempo.
Hay leyes objetivas y discernibles de los fenómenos físicos. Tomemos la ley de la gravedad, por ejemplo, o las leyes de la termodinámica. No se trata exactamente de que uno tenga fe en la ley de la gravedad, sino de que sabe que existe.
También hay leyes objetivas y discernibles de los fenómenos que no son físicos. Estos dos conjuntos de leyes -las del mundo externo y las del mundo interno- son paralelos.
Externamente, el universo apoya nuestra supervivencia física.
La fotosíntesis en las plantas y el plancton en el océano producen el oxígeno que necesitamos para respirar. Es importante respetar las leyes que rigen el  universo físico porque al violarlas amenazamos nuestra supervivencia. Cuando contaminamos los océanos o destruimos la vida vegetal, estamos destruyendo nuestro sistema de apoyo, y por lo tanto nos estamos autodestruyendo.
Internamente, el universo apoya también -emocional y psicológicamente- nuestra supervivencia.
El equivalente interno del oxígeno, lo que necesitamos para sobrevivir, es el amor. Las relaciones humanas existen para producir amor. Cuando contaminamos nuestras relaciones con pensamientos faltos de amor, o las  destruimos o abortamos con actitudes poco amorosas, estamos amenazando nuestra supervivencia emocional.
Es decir, que las leyes del universo se limitan a describir cómo son las cosas. No se inventa esas leyes, se las descubre.
No dependen de nuestra fe. Tener fe en ellas sólo significa que entendemos lo que son. La  violación de estas leyes no indica falta de bondad, sino falta de inteligencia. Respetamos las leyes de la 
naturaleza para sobrevivir. ¿Y cuál es la suprema ley interna? Que nos amemos los unos a los otros. Porque  en caso contrario, moriremos todos. La falta de amor nos puede matar con tanta seguridad como la falta de oxígeno.
2. LA RESISTENCIA
«La falta de fe no es realmente falta de fe, sino fe que se ha depositado en lo que no es nada.»
Un curso de milagros dice que "no existen personas sin fe".
La fe es un aspecto de la conciencia. Tenemos fe  en el miedo o en el amor. Tenemos fe en el poder del mundo o en el poder de Dios.
Lo que básicamente nos han enseñado es que, en cuanto adultos responsables, lo que nos corresponde es ser activos, ser de naturaleza masculina: salir a conseguir trabajo, llevar el control de nuestra vida, agarrar el  toro por los cuernos.
Nos han enseñado que ahí reside nuestro poder. Creemos que somos poderosos más bien por lo que hemos logrado que por lo que somos, de manera que caemos en la trampa de sentirnos 
impotentes para lograr nada hasta que ya lo hemos logrado.
Si alguien nos sugiere que nos dejemos llevar por la corriente y arrojemos un poquito de lastre, nos ponemos  realmente histéricos. De todas maneras, a la vista está que en ciertos aspectos somos totalmente improductivos, y lo último que nos podemos imaginar es ser todavía más pasivos de lo que somos.
La energía pasiva tiene su propia clase de fuerza. El poder personal resulta de un equilibrio entre las fuerzas masculina y femenina. La energía pasiva sin energía activa se convierte en ociosidad, pero la energía activa sin  energía pasiva se convierte en tiranía. Una sobredosis de energía masculina, agresiva, es machista, controladora, desequilibrada y antinatural.
El problema es que la energía agresiva es la única que nos han 
enseñado a respetar. Nos dijeron que la gente agresiva es la que triunfa en la vida, para que exaltáramos  nuestra conciencia masculina, que cuando no la atempera la femenina, es dura y rígida. Por consiguiente, así somos: todos, hombres y mujeres. Nos hemos creado una mentalidad batalladora. Siempre estamos 
«luchando» por algo: por el trabajo, el dinero, una relación, para dejar una relación, perder peso, abandonar la bebida, para que nos entiendan, para conseguir que alguien se quede o se vaya, y así interminablemente. Jamás deponemos las armas.
El lugar femenino y de entrega que hay en nosotros es pasivo. 
No «hace» nada. El proceso de espiritualización -tanto en los hombres como en las mujeres- es un proceso de feminización, un aquietamiento de la mente. Es el cultivo del magnetismo personal.
Si tienes una pila de limaduras de hierro y quieres realizar con ellas hermosos diseños, puedes hacerlo de dos maneras: tratar de disponer los minúsculos fragmentos de hierro en hermosas líneas como telarañas con  los dedos... o comprarte un imán. El imán, que simboliza nuestra conciencia femenina, la cual ejerce su poder mediante la atracción más bien que mediante la actividad, atraerá las limaduras.
Este aspecto de nuestra conciencia -atrayente, receptivo, femenino- es el espacio de la entrega mental. 
En la filosofía taoísta, el «yin» es el principio femenino, que representa las fuerzas de la tierra, mientras que el  «yang» es el principio masculino, que representa el espíritu. Cuando nos referimos a Dios como «Él», toda la humanidad se convierte en «Ella». No se trata de una cuestión hombre-mujer. La referencia a Dios como principio masculino no afecta en modo alguno a la convicción feminista. Nuestra parte femenina es exactamente tan importante como la masculina.
La relación correcta entre el principio masculino y el femenino es tal que en ella lo femenino se entrega a lo masculino. La entrega no es debilidad ni pérdida. Es una poderosa no resistencia. Mediante la apertura y la receptividad por parte de la conciencia humana, se permite que el espíritu impregne nuestra vida, que le dé significado y dirección. En términos de la filosofía crística, María simboliza lo femenino que hay dentro de nosotros, lo que es fecundado por Dios. La hembra permite este proceso y se realiza entregándose a él. Esto  no es debilidad de su parte; es fuerza. El Cristo sobre la tierra tiene como padre a Dios, y como madre a nuestra condición humana. Por mediación de una conexión mística entre lo humano y lo divino, damos nacimiento a nuestro Yo superior.
3. LA RENUNCIA A LOS RESULTADOS
«Nunca perderás el rumbo, pues Dios es quien te guía.»
Cuando nos entregamos a Dios, nos entregamos a algo mayor que nosotros, a un universo que sabe lo que está haciendo. Cuando abandonamos el intento de controlar los acontecimientos, éstos se suceden por sí solos en un orden natural, un orden que funciona. 
Nosotros descansamos, mientras un poder mucho mayor que el nuestro se hace cargo de todo y lo hace mucho mejor que nosotros. Aprendemos a confiar en que el poder que mantiene unidas las galaxias puede manejar las circunstancias de nuestra vida, relativamente poco importantes.
La entrega significa, por definición, renunciar al apego a los resultados. Cuando nos entregamos a Dios, nos desprendemos de nuestro apego a la forma en que suceden las cosas afuera y empezamos a preocuparnos más por lo que pasa en nuestro interior.
La experiencia del amor es una opción que hacemos, una decisión de la mente: ver el amor como el único objetivo y el único valor real en cualquier situación. Mientras no elegimos esta opción, seguimos luchando por obtener resultados que creemos que nos harían felices. Pero todos hemos adquirido cosas que pensábamos que nos harían felices, sólo para descubrir que no era así.
Esta búsqueda externa de cualquier cosa -menos el amor- que nos complete y sea la fuente de nuestra felicidad, es la idolatría. El dinero, el sexo, el poder o cualquier otra satisfacción mundana no nos ofrecen más que un alivio temporal de nuestro pequeño dolor existencial.
«Dios» significa amor, y «voluntad» significa pensamiento. 
La voluntad de Dios es, pues, un pensamiento de amor.
Si Dios es la fuente de todo bien, entonces el amor que hay dentro de nosotros también es la fuente de todo bien. Cuando amamos, nos colocamos automáticamente en un contexto de actitudes y comportamientos que conducen a un despliegue de acontecimientos en el nivel supremo del bien para todos los afectados. No siempre sabemos cómo será ese despliegue, pero tampoco lo necesitamos. Dios hará Su parte si nosotros
hacemos la nuestra. Nuestra única tarea en cada situación consiste simplemente en aflojar nuestra resistencia al amor. 
Lo que entonces suceda es asunto Suyo. Nosotros hemos renunciado al control. Estamos dejándole  conducir a Él. Tenemos fe en que sabe cómo hacerlo.
El tópico dice que algunas personas son más fieles que otras.
Una aseveración más verdadera es que, en  algunos dominios, algunos de nosotros estamos más entregados que otros. Lo primero que entregamos a  Dios, ciertamente, son las cosas que no nos importan demasiado.
Hay personas que no tienen inconveniente en abandonar su apego a los objetivos profesionales, pero no hay manera de que renuncien a las relaciones románticas, o viceversa. Todo lo que en realidad no nos importa tanto... estupendo, Dios puede disponer de ello. Pero si es realmente importante, nos parece mejor administrarlo nosotros. La verdad, naturalmente, es 
que cuanto más importante sea para nosotros, tanto más importante es renunciar a ello. 
Aquello que se entrega es lo que mejor cuidado estará. Poner algo en las manos de Dios es entregarlo mentalmente a la  protección y el cuidado de la sociedad de beneficencia del universo. Guardárnoslo para nosotros significa un constante aferrar, atrapar y manipular. Continuamente abrimos el horno para ver si el pan se cuece, y con eso lo único que logramos es que jamás llegue a hacerlo.
Allí donde nos apegamos a los resultados, nos resulta difícil renunciar al control. Pero, ¿cómo podemos saber qué resultado tratar de conseguir en una situación cuando no sabemos lo que va a suceder mañana? 
¿Qué es lo que pedimos? En vez de «Dios amado, por favor deja que nos enamoremos, o por favor dame este trabajo», digamos «Dios amado, mi deseo, mi primera prioridad es la paz interior. Quiero la vivencia del amor. 
No sé lo que eso me aportará, y dejo en Tus manos el resultado de esta situación. Confío en lo que Tú quieras. 
Hágase Tu voluntad. Amén».
Yo sentía que no podía darme el lujo de relajarme porque Dios tenía que pensar en cosas más importantes que mi vida. Finalmente me di cuenta de que Dios no es caprichoso, sino que es más bien un amor impersonal  por todo lo que vive. Mi vida no es ni más ni menos preciosa para Él que cualquier otra. Entregarnos a Dios es aceptar el hecho de que Él nos ama y se ocupa de nosotros, porque ama y se ocupa de todo lo que vive. La 
entrega no obstruye nuestro poder; lo intensifica.
Dios es simplemente el amor que hay dentro de nosotros, de manera que retornar a Él es retornar a nosotros mismos.
4. LA VIDA ENTREGADA
«Bendita criatura de Dios, ¿cuándo vas a aprender que sólo la santidad puede hacerte feliz y darte paz?»
Relajarte, sentir el amor en tu corazón y hacer que sea tu luz interior en cualquier situación... tal es el significado de la entrega espiritual. Y eso nos cambia, nos convierte en personas más profundas, más atractivas.
En el budismo zen hay un concepto que se llama la «mente zen» o la «mente del principiante». Con esto quieren decir que la mente debe ser como un tazón de arroz vacío. Si ya está lleno, el universo no puede llenarlo. Si está vacío, tiene espacio para recibir. Esto significa que cuando creemos que ya tenemos las cosas resueltas, no se nos puede enseñar nada más. La auténtica visión intuitiva no puede darse en una mente que no está abierta para recibirla. La entrega es un proceso de vaciamiento de la mente.
En la tradición crística, este es el significado de «llegar a ser como un niño pequeño». Los niños pequeños no creen que saben lo que significan las cosas. A decir verdad, saben que no saben. Le piden a alguien mayor y que sepa más que se lo explique. Nosotros somos como niños que no saben, pero creemos que sí.
La persona sensata no pretende que sabe lo que es imposible saber. «No sé» puede ser un enunciado que confiera autoridad. Cuando nos encontramos en una situación desconocida, dentro de nosotros hay algo que sabe. Con nuestra mente consciente, "nos hacemos a un lado para que un poder más elevado en nuestro interior pueda hacer acto de presencia y mostrarnos el camino a seguir".
Necesitamos menos pose y más carisma auténtico. Carisma era originariamente un término religioso que significaba «del espíritu» o «inspirado». Se refiere a dejar que la luz de Dios irradie a través de nosotros. Es una chispa que algunas personas poseen y que no se puede adquirir con dinero. 
Es una energía invisible con efectos visibles. 
Si nos despreocupamos, amamos y nada más, no nos convertimos en personas cuya vida es gris. Muy al contrario, es entonces cuando nos volvemos realmente brillantes. Porque dejamos brillar nuestra propia luz.
Estamos hechos para ser de esa manera. Estamos hechos para brillar. Mira a los niños pequeños. Son todos tan únicos, antes de que empiecen a tratar de serlo, por que demuestran el poder de la auténtica humildad. 
Esta es también la explicación de «la suerte del principiante». Cuando nos encontramos por primera vez en una situación y desconocemos las reglas, no fingimos que las conocemos, y todavía no sabemos de qué hay que tener miedo. Esto libera a la mente para crear a partir de su propio poder superior.
Las situaciones cambian y «las luces se encienden» simplemente porque nuestra mente se ha abierto para recibir al amor. 
Hemos dejado de ser un estorbo en nuestro propio camino.
El amor es una manera de ganar, una vibración triunfante y atractiva. Si pensamos que el éxito es difícil, entonces, para nosotros, lo será. El éxito en la vida no tiene por qué conllevar ninguna tensión negativa. No tenemos que pelearnos continuamente. Si lo piensas bien, verás que «agarrar el toro por los cuernos» es algo muy peligroso. De hecho, la tensión de la ambición limita efectivamente nuestra capacidad para el éxito porque nos mantiene en un estado de contracción emocional y física. Parece que nos diera energía, pero en realidad no es así, como si fuera el azúcar blanco de la salud mental; tras un ascenso rápido, sobreviene una caída. El cultivo del descanso mental, o de la entrega, es como comer alimentos sanos. No nos dan un inmediato empujón hacia arriba, pero con el tiempo nos proporcionan mucha más energía.
Para ello no es necesario pasarse el día sentado en la postura del loto. Sigue habiendo una excitación, pero más suave. Muchas personas asocian la vida espiritual con una película de serie B. Sin embargo, Dios no hace desaparecer todo el dramatismo de la vida, sino solamente el dramatismo barato. No hay nada más dramático que el auténtico crecimiento personal. Nada puede ser más auténticamente dramático que los niños que se convierten en hombres de verdad y las niñas que llegan a ser verdaderas mujeres.
Cuando nos entregamos y nos limitamos a amar sucede algo sorprendente. Nos introducimos en otro mundo, en un ámbito de poder que está ya dentro de nosotros. El mundo cambia cuando nosotros cambiamos, se  ablanda cuando nos ablandamos, nos ama cuando nos decidimos a amarlo. Entrega es la decisión de dejar de pelear con el mundo y, en cambio, empezar a amarlo.
Es una paulatina liberación del dolor. Pero liberarse no es separarse por la fuerza de algo, sino "fundirse serenamente con lo que realmente somos". Nos despojamos de nuestra armadura y descubrimos la fuerza de nuestro yo crístico. 
Un curso de milagros nos dice que si bien «pensamos que sin el ego todo sería caótico, lo que es verdad es lo opuesto.» Sin el ego, todo sería amor».
Lo que se nos pide es, simplemente, que cambiemos nuestra manera de enfocar las cosas y experimentemos una percepción más tierna. Es todo lo que Dios necesita. Apenas un único y sincero momento de entrega, en que el amor sea más importante que nada, y ya sabemos que nada más importa realmente, en absoluto.
Lo que Él nos da a cambio de abrirnos a Él es un desbordamiento de Su poder desde muy adentro de nosotros.
Recibimos Su poder para compartirlo con el mundo, para sanar todas las heridas, para despertar todos los corazones.

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