sábado, 5 de diciembre de 2015

El Sendero del Mago Lección X




EL SENDERO DEL MAGO:LECCIÓN 10
Todos tenemos un yo-sombra que es parte de nuestra realidad total.
El yo-sombra no está aquí para lastimarnos sino para señalar nuestros vados. Cuando acogemos a la sombra, ésta sana. Cuando sana, se convierte en amor Cuando aprendamos a vivir con todas nuestras cualidades opuestas, viviremos nuestro yo total, al igual que el mago.
“Parece que nunca te sintieras solo”, le dijo Arturo a Merlín. Había un tono de nostalgia en su voz.
El mago lo miró atentamente. “No, es imposible sentirse solo”. “Tal vez para ti, pero...” El muchacho calló, mordiéndose los labios, pero no pudo reprimir sus sentimientos y estalló: “Es bastante posible sentirse solo.
No hay nadie más en este bosque aparte de nosotros dos, y aunque te amo como a un padre, hay momentos en que...” Sin saber qué más decir, Arturo calló.
“Es imposible sentirse solo”, repitió Merlín con más firmeza. La curiosidad pudo más que la congoja y Arturo dijo: “No veo por qué”. “Bueno, solamente hay dos tipos de seres que nos deben preocupar a ti y a mí en lo que se refiere a este asunto”, comenzó Merlín, “los magos y los mortales.
Ustedes los mortales no pueden sentirse solos porque tienen un gran número de personalidades en lucha dentro de ustedes mismos. A los magos les es imposible sentirse solos porque no tienen personalidad alguna dentro de ellos”. “No comprendo. ¿Quién más hay dentro de mí salvo yo mismo?”
“Primero debes preguntar qué es esa cosa a la que llamas tú mismo. A pesar de la sensación de ser una sola persona, en realidad eres una combinación de muchas personas, y tus múltiples personalidades muchas veces no se llevan bien —todo lo contrario. Estás dividido en decenas de fracciones, cada una de ellas en lucha por ocupar tu cuerpo.
“¿Eso le sucede a todo el mundo?”, preguntó el niño. “Ah, sí. Hasta que encuentres tu camino hacia la libertad, serás rehén del conflicto entre tus personalidades internas.
Mi experiencia me dice que los mortales siempre están peleando guerras internas entre todos los bandos posibles”. “Pero yo siento que soy una sola persona”, protestó Arturo. “No puedo hacer nada al respecto”, replicó Merlín.
“La sensación de ser una sola persona es producto de la costumbre.
Bien podrías verte fácilmente de la forma como acabo de describiste. Mi versión es más cierta porque explica la razón por la cual los magos vemos a los mortales tan fragmentados y llenos de conflictos.
Es tan grande el aturdimiento que me produce un encuentro con un mortal, que muchas veces siento que estoy hablando con toda una aldea condensada en un solo paquete de carne y hueso”. El muchacho se quedó pensativo. “¿Entonces a qué se debe que me sienta tan solo? Porque, para serte sincero, así me siento”. Merlín lanzó a su discípulo una mirada penetrante. “Realmente es extraño que puedas sentirte solo, considerando a todas esas personas que pugnan por ocupar tu cuerpo. Pero he llegado a la conclusión de que la soledad existe en la medida en que existan otras personas.
Mientras haya un ‘yo’ y un ‘tú’, existirá una sensación de separación, y donde hay separación debe haber aislamiento. ¿Qué es la soledad sino otro nombre para describir el aislamiento?”
“Pero siempre habrá otras personas en el mundo”, protestó Arturo. “¿Estás seguro de eso?”, replicó Merlín. “Siempre habrá personas, eso es innegable, pero, ¿serán siempre otras personas? Espera hasta que llegues al final del sendero del mago para decirme cómo te sientes”.
Para Comprender la Lección.
Cuando escudriñamos nuestro interior, descubrimos las muchas personalidades que compiten por utilizar nuestro cuerpo. El conflicto entre el bien y el mal, por ejemplo, da lugar a dos personalidades llamadas santo y pecador, estas jamás dejan de discutir, la primera con la esperanza permanente de ser lo suficientemente buena para satisfacer a Dios, y la otra sintiendo constantemente los “malos” impulsos que no siempre puede reprimir.
Después están los papeles con los cuales nos identificamos: hijo, padre o madre, hermano, hermana, hombre, mujer, para no mencionar el oficio que desempeñamos: médico, abogado, sacerdote, etc. Cada uno de ellos ha reclamado lo suyo dentro de nosotros, gritando por encima de los demás a fin de plantear su estrecho punto de vista.
Y aún no me he referido a nuestro sentido de nacionalidad o a nuestra identidad religiosa, motivos, de por sí, de conflictos interminables.
Todas estas personalidades suelen estar en pugna.
Lo que llamamos felicidad es un estado en el cual ha menguado buena parte de ese conflicto. Cuando nacimos, esa guerra no existía porque los bebés no tienen conflictos con sus deseos. Por ejemplo, no hay voces del bien y del mal sino hasta cuando el bebé es lo suficientemente grande para aprender de sus padres esos conceptos. “Sólo podrás convertirte en mago cuando pienses nuevamente como un bebé”, dijo Merlín. “¿Cómo piensa un bebé?”, preguntó Arturo. “Principalmente sintiendo. El bebé siente cuándo tiene hambre o sueño. Cuando se le presentan sensaciones, puede sentir si le traen placer o dolor, y responde de conformidad.
El bebé no tiene la inhibición de desear el placer y evitar el dolor”. “No veo nada especial en eso”, dijo Arturo. “Los bebés se limitan a llorar y sonreír, comer y dormir”.
“Muchos mortales serían afortunados de poder hacer esas cosas cuando crecen”, murmuró Merlín. “Estar aquí en este mundo en un estado de plena satisfacción es una verdadera hazaña”. El instinto inocente del bebé acerca de lo que se siente bien o mal se pierde rápidamente.
Poco a poco comienzan a oírse las voces interiores, primero la de la madre que dice “si”, “no”, “eres un niño muy juicioso, “eres un niño muy tonto”. Cuando el sí, no, bueno o malo concuerdan con lo que el bebé desea, no hay problema.
Pero es inevitable que surja un conflicto entre las necesidades del bebé y lo que sus padres esperan.
Los dos mundos, el interior y el exterior, comienzan a chocar. Las semillas de la culpabilidad y la vergüenza no tardan en sembrarse; el temperamento temerario del recién nacido se mancilla con el temor. El bebé aprende a dudar de sus propios instintos. El impulso interior de “Esto es lo que deseo” se convierte en interrogante: “¿Está bien que desee esto?”
Nos pasamos la vida esforzándonos por volver al estado de autoaceptación con el cual nacimos.
Durante años se multiplican los interrogantes y arrojamos a las cavernas secretas y a las bodegas oscuras de la psique tanta cantidad de duda, vergüenza, culpabilidad y temor como podemos. Sin embargo, todos esos sentimientos permanecen vivos, por hondo que los enterremos. Todos los conflictos interiores con los cuales no logramos reconciliarnos conducen a un yo-sombra. “Es interesante observar esta corte”, anotó una vez Merlín cuando Arturo ya era rey “No me había dado cuenta de que todos ustedes los mortales realizan el mismo oficio”. “¿Lo hacemos?”, preguntó Arturo. “¿Y cuál podría ser ese oficio?” “El de carceleros”, replicó Merlín, rehusando decir una palabra más sobre el asunto.
A los ojos del mago, todos somos carceleros de nuestro yo-sombra.
La mente inconsciente es la prisión donde encerramos todas las energías indeseadas, no porque así deba ser, sino debido a la marca indeleble que nos han dejado los años de si, no, bueno y malo. Después de reflexionar acerca de lo dicho por Merlín sobre el carcelero, Arturo lo buscó y le dijo: “No deseo ser así. ¿Qué puedo hacer para cambiar?” “Nada es más fácil”, replicó Merlín. “Sencillamente toma nota de que estás representando los dos papeles, carcelero y prisionero.
Si eres ambos lados de la moneda, entonces ninguno de los dos puede ser tú, puesto que se anulan entre si. Reconoce eso y serás libre”.
“Pero no sé cómo hacerlo”, protestó Arturo. “¿Cómo puedo encontrar a ese yo-sombra del que hablas?” “Sólo escucha. Como todos los prisioneros, él envía mensajes a través de los muros de su celda”. El yo-sombra es sólo otro papel o identidad que arrastramos por la vida, pero sin mostrarlo en público.
La mayoría de las veces, el yo-sombra se siente demasiado avergonzado o temeroso para presentarse a la luz del día.
Pero no hay duda de que existe, porque cada uno de nosotros ha inventado su propia sombra, un personaje cuya tarea es cargar todas las energías que no hemos podido descargar.
El recién nacido no tiene el problema de aferrarse a los sentimientos “malos” o nocivos. Tan pronto como arrojamos algo negativo dentro del entorno de un bebé, éste llora o se apana. Esta reacción es extremadamente sana porque, al expresarse tan libremente, el bebé descarga las energías que, de lo contrario, se adherirían a él.
Sin embargo, a medida que crecemos, aprendemos que no siempre es apropiado dejarnos llevar por las manifestaciones espontáneas. En aras de la buena educación y el tacto o de conocer nuestro lugar, o de hacer lo que dicen nuestros padres, todos aprendemos a guardar las energías negativas. Nos convertimos en baterías con una capacidad de carga cada vez mayor, y como adultos retenemos la ira, el resentimiento, la frustración y el temor de muchos años. Además, lo más grave es que hemos olvidado el instinto que nos permitía descargar las baterías.
“Será muy interesante para ti ver algún día hasta qué punto te pareces a una bomba”, le dijo Merlín al joven Arturo. “¿Qué es una bomba?” “Si vivieras hacia atrás en el tiempo, que es la única forma sensata de vivir, lo sabrías”. Merlín reflexionó durante un segundo. “Imagina que inflas una vejiga de cerdo hasta que revienta. La bomba funciona sobre ese mismo principio, salvo que estalla con tanta fuerza que mata a las personas “Por Dios, ¿no hay forma de prevenir eso en el futuro?”~ preguntó Arturo, alarmado. “No, no entiendes.
Las bombas estallan precisamente porque matan a la gente. Esa es la idea. Lo menciono sólo porque las bombas se parecen mucho a los mortales, quienes van por ahí listos a estallar a toda hora. La explosión de la metralla —así se llamarán las municiones con que se cargarán las bombas — no es otra cosa que la explosión de la ira hecha manifiesta. En efecto, si los humanos pudieran explotar y matar a sus vecinos sin temor a las represalias, la mayoría lo haría”.


Para Vivir la Lección.
Poner fin a la guerra interior implica acabar con el conflicto entre todas nuestras personalidades. Podemos aliviar la carga de energías del pasado que pesa sobre los hombros del yo-sombra, y así crear una condición propicia para la paz interior, puesto que es el temor de salir lastimado el que hace que las voces interiores desconfíen las unas de las otras.
Pero no es posible comenzar a resolver estas tensiones interiores mientras no sepamos de qué están hechas nuestras personalidades internas.
Todas las personalidades están hechas de lo mismo — alguna vieja energía adherida a un recuerdo. Digamos, por ejemplo, que recordamos haber sido castigados cuando niños por alguna cosa que no hicimos. La energía del resentimiento o la injusticia se adherirá a ese recuerdo y comenzaremos a construir un fragmento de personalidad — un niño resentido —el cual vivirá desde su estrecho punto de vista hasta que pueda liberar esa energía.
El niño interior resentido es sólo un recuerdo que espera poder descargar su energía retenida y no podrá moverse mientras no lo haga. Puesto que tenemos recuerdos asociados con alegría y también con dolor, las personalidades interiores vienen en versiones placenteras y dolorosas.
Es agradable recordar un premio recibido por un buen trabajo; es desagradable recordar haber sido criticados.
Pero estos recuerdos contrarios no se anulan entre si; retienen su integridad y entran en conflicto con sus opuestos.
Cuando juzgamos, por naturaleza decimos “Yo tengo la razón”, aunque la siguiente experiencia sea totalmente contradictoria. La crítica o el castigo injusto irán con nosotros a todas partes, repitiendo sus escenarios una y otra vez, mientras que en el compartimiento de al lado, otra energía estará expresando su punto de vista de haber sido tratados con justicia y haber sido premiados.
No es difícil entrar en contacto con estas energías retenidas. Siéntese a solas en un sitio silencioso. Respire naturalmente. Ahora, sin cambiar el ritmo de la respiración, fije su atención en la facilidad con la cual inhala y exhala. No haga nada más hasta que su respiración sea tranquila y rítmica.
Cuando llegue a ese punto, trate de recordar un incidente muy desagradable de su pasado durante el cual se hayan manifestado muchas emociones negativas, como una humillación o un momento de vergüenza o de culpa.
Digamos que fue atrapado haciendo trampa en un examen o robando. No importa si el incidente fue serio o intrascendente se trata de identificar la emoción persistente: Traiga a la mente una imagen nítida de ese incidente y experimente los sentimientos de ese momento. Ahora lleve su atención a la respiración — ésta ya no será tranquila.
Dependiendo del tipo de emoción traída a la memoria, su respiración se tornará irregular o superficial; podría incluso retener el aliento o sentir que le falta el aire.
Estos cambios reflejan el hecho de que la respiración es el espejo fiel del proceso de pensamiento y, en particular, del recuerdo de una emoción. Lo que está experimentando son los tres componentes de los cuales hemos venido hablando: memoria, energía y apego.
Cuando los tres se reúnen, forman el comienzo de una subpersonalidad. Todas las subpersonalidades desean lo mismo: expresarse a través de nosotros. El lactante que llora, el niño solo, el adolescente frustrado, el amante esperanzado, el trabajador ambicioso — todos desean vivir la vida a través de nosotros.
Y lo hacen, a su manera. Ninguna de las personalidades logra realizarse plenamente; por lo tanto, todas deben gritar para tener su momento en el Sol — o en la sombra.
El conflicto resultante es el que hace que la vida sea tan ambigua, tan llena de luz y sombra a la vez. Sin embargo, el mago vive solamente en la luz. Al igual que un bebé, el mago no retiene la energía. Habiendo liberado todos los apegos recordados que le sirven de combustible a nuestra lucha interior, el mago ha logrado ir más allá de la personalidad para vivir en la consciencia pura.
La forma de pasar del estado mortal al estado del mago podría parecer misteriosa, pero en realidad es completamente natural. Lo único que se necesita es equilibrio, que el flujo de la vida se encargará de preservar.
Hay muchas formas de liberar las viejas energías. Una de las más poderosas es el simple hecho de reconocer que están ahí. En lugar de negar, por ejemplo, que siente vergüenza o culpa, mírese y diga: “Así es como me siento”.
Muchas veces, ese momento de consciencia es suficiente porque, al fin de cuentas, es a través de la negación que todas las energías retenidas quedan atrapadas. Habrá ganado la mitad de la batalla cuando supere la negación.

El reconocimiento es una forma de autoaceptación.
No necesita decir: “Está bien sentir vergüenza y culpa”, porque en realidad ésas son energías que usted desea liberar, no perpetuar. Pero ciertamente está bien decir: “Tengo estos sentimientos.
Ellos son reales”. Una de las técnicas más eficaces para superar la negación es por medio de la respiración.
Acuéstese en un sitio tranquillo y relájese. Ahora inhale de la manera que desee, profunda o superficialmente, rápida o lentamente, y luego exhale naturalmente.
No se imponga ningún ritmo ni realice ningún esfuerzo, sencillamente deje fluir la respiración.
Es probable que suspire o jadee un poco, pero no importa. Ahora inhale nuevamente y luego exhale sin esforzarse ni tratar de retener el aire. Siga respirando de esa forma y permita que todas las imágenes o emociones disponibles salgan a flote para ser liberadas.
Puede ayudarse concentrándose en el corazón, o en cualquier parte del cuerpo donde sienta sensaciones — algunos puntos físicos están estrechamente asociados con las emociones.
A medida que continúa el ejercicio, las energías retenidas comenzarán a salir. Entre los síntomas de esta descarga pueden estar recuerdos borrosos, sombras de sentimiento o, incluso, expresiones poderosas de la emoción, como los sollozos.
(Si los sentimientos son demasiado intensos, suspenda el ejercicio y descanse con los ojos cerrados durante cinco minutos.) La mayoría de la gente tiene tanta energía almacenada que se queda dormida rápidamente haciendo este tipo de respiración — eso es señal de la liberación de una fatiga profundamente reprimida.
Si al hacer este ejercicio siente que no libera energía, es posible que esté usando la mente para aferrarse. La manera de dejar a la mente de lado es alterando ligeramente la respiración: trate de jadear superficial y rápidamente.
Esta respiración rítmica, rápida y superficial hará que su mente consciente se distraiga y permitirá que las energías se cuelen por un lado. Continúe jadeando durante uno o dos minutos, pero no más, puesto que la liberación puede tornarse demasiado intensa. La repetición de este ejercicio puede servir para liberar más energías retenidas, y también es muy útil para aprender a descargar todas las emociones o sentimientos nuevos que desean salir a flote.
Al igual que cualquier otro aspecto de su personalidad, la sombra desea expresarse y ser libre, y el primer paso es encontrar una forma natural y cómoda de liberar las energías negativas en lugar de guardarlas en los calabozos ocultos de la mente.
Deepak Chopra

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