domingo, 12 de enero de 2020

SADHANA, UN CAMINO DE ORACIÓN. EJERCICIO 45-46-47: TEOCRESTISMO Y FINAL


Cuando sus discípulos pidieron a Jesús que les enseñase a orar, éste les enseñó a decir:
«Padre, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad... “. Comienza con su Padre, con el reino de su Padre, con los intereses de su Padre.
Estamos acostumbrados a concebir a Jesús como el hombre para los otros hombres y lo es verdaderamente. Pero nos sentimos inclinados a pasar por alto el hecho de que fue, en primer lugar, el hombre para su Padre.

Fue esencialmente un hombre centrado en Dios.
Actualmente corremos el peligro de centramos excesivamente en el hombre. Estamos muy alejados de los sentimientos del salmista que mira a las montañas, de donde vendrá la salvación.
Tendemos a atarnos demasiado a la tierra y a pasar por alto la transcendencia en nuestras vidas. Y sin ésta, el hombre queda privado de un elemento esencial.
El ejercicio que presento a continuación pretende ayudar a centrar más nuestra vida en Dios.


Haz una lista con el mayor número de deseos que puedas recordar... los deseos grandes, los pequeños, los «románticos”, los prosaicos...
Haz otra lista con los problemas que te afectan en estos momentos... problemas familiares...
problemas laborales... problemas personales...
Pregúntate: ¿Qué parte reservo a Dios en la realización de mis deseos?
¿Juega él un papel en la realización de mis deseos? ¿Qué papel? ¿Estoy satisfecho del papel que juega? ¿Lo está él?
Pregúntate a continuación: ¿Qué parte concedo a Dios en la solución de los problemas con los que me enfrento cada día?... ¿Hasta qué punto me apoyo en él para solucionados?.. ¿En qué medida confío en él?..
Otra pregunta: ¿Dónde aparece Dios en la lista de mis deseos? ¿Constituye él uno de mis deseos? ¿En qué medida?... Dentro de ella, ¿en qué lugar aparece el deseo de buscar a Dios?..
Repasa uno por uno tus deseos y problemas. Pregúntate: ¿En qué medida me esfuerzo por realizar este deseo? ¿Qué hago de ordinario para solucionar este problema? Pon a trabajar tu
fantasía... contémplate a ti mismo enfrentándote con tus deseos y resolviendo tus problemas... Ten en cuenta los medios que empleas para conseguirlo...
A continuación expón cada uno de esos medios a Dios y a su influencia... Aquí importa la exposición, no los resultados... Ve cada una de las acciones, pensamientos... como provenientes de Dios y tendiendo hacia él... Observa lo que sientes cuando haces esto...
Ejercicio 46: Llama viva de amor

Me inspiró este ejercicio el admirable libro The cloud of unknowing, que habla tan encantadoramente de un movimiento ciego de amor que nace dentro de nuestros corazones y sale hacia Dios.
Dedica un tiempo a pacificarte por medio de alguno de los ejercicios de conscienciación...
Imagina que te sumerges en las profundidades de tu ser. Todo es oscuridad... pero encuentras allí un manantial que burbujea hacia Dios. O imagina que encuentras allí una llama viva de amor que sube hacia Dios...
Acompasa una palabra o una frase breve al ritmo de la llama o del manantial... quizá el nombre de Jesús… o Abba... o. Ven. Espíritu Santo... o, mi Dios y mi todo...
Escucha esa palabra en lo más profundo de tu ser... No la pronuncies. Óyela vagamente, como viniendo de lejos, de muy lejos... desde las profundidades de tu ser...
Imagina ahora que el sonido crece y que comienza a llenar todo tu ser, de manera que lo oyes en tu cabeza. en tu pecho, en tu estómago... en todo tu ser...
Después de un momento, imagina que este sonido llena toda la habitación, todos los alrededores... gana en intensidad y llena toda la tierra y el cielo... de forma que todo el universo se hace eco de esa palabra que emana de las profundidades de tu corazón...
Descansa en esta palabra… y ahora. si lo deseas, pronúnciala tú mismo amorosamente...
Ejercicio 47: La oración de alabanza
Si tuviese que señalar la forma de oración que ha hecho la presencia de Cristo más real en mi vida y me ha conferido el sentido más profundo de ser llevado y rodeado por la providencia
amorosa de Dios, escogería, sin dudarlo por un momento, esta, última forma de oración que propongo en el libro. la oración de alabanza. La elegiría también por la intensa paz y gozo que me ha dado en tiempos de aflicción.
La oración consiste, sencillamente. en alabar y dar gracias a Dios por todas las cosas. Se basa en la creencia de que nada sucede en nuestras vidas que no haya sido previsto y planeado por Dios; nada en absoluto, ni siquiera nuestros pecados.
Es claro que Dios no quiere el pecado y. sin duda, aborrece el mayor de todos ellos, el homicidio de su Hijo. A pesar de ello, sorprende la repetida afirmación de las Escrituras de que la
pasión y muerte de Cristo estaban escritas y que era preciso que tuviesen lugar.

San Pedro confirma esto en un discurso dirigido a los judíos: “A éste que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis...» (Act. 2. 23). Así pues, la muerte de Cristo había sido prevista y planeada.
Naturalmente, el pecado es algo que debemos odiar y evitar. A pesar de ello, podemos alabar a Dios incluso por nuestros propios pecados cuando nos hemos arrepentido, porque él sacará gran
provecho de ellos. En esta misma línea, la Iglesia, en un éxtasis de amor, canta en la liturgia pascual: «¡Oh, feliz culpa... ¡Oh necesario pecado de Adán! “Y san Pablo dice expresamente a los
romanos: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia de Dios... ¿Qué diremos, pues? ¿Que debemos permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique? ¡De ningún modo!“ (Rm. 5.20;
6, 1).
Se trata de algo que difícilmente osaríamos pensar: agradecer y alabar a Dios incluso por nuestros pecados. Es necesario que nos arrepintamos de nuestros pecados. Pero, una vez
arrepentidos, debemos aprender a alabar a Dios por ellos. Si Herodes y Pilato se hubiesen convertido, sin duda que se habrían arrepentido del papel que desempeñaron en la Pasión. Después
podrían haber alabado a Dios por haber llevado a cabo la muerte y resurrección de Cristo por medio del papel que ellos desempeñaron en la pasión.
He conocido a muchísimas personas que caminan por la vida llevando en sus corazones el peso de una culpabilidad por los pecados que cometieron. Uno de ellos me confesaba que sentía un
complejo profundo de culpabilidad no por los pecados cometidos --estaba seguro de que le habían sido perdonados-, sino por haber llegado con algunos minutos de retraso al lecho de muerte de su
padre. Le resultaba totalmente imposible liberarse de este sentido de culpa. ¡Qué paz y qué alivio tan inmenso sintió cuando logré que agradeciera explícitamente a Dios y le alabara por haber
llegado con unos minutos de retraso al lecho de su padre! De pronto, se sintió totalmente liberado, todo estaba en manos de Dios, Dios lo había permitido por alguna razón y sacaría partido de ello...
Intenta ahora tú mismo hacer esto:
Agradece a Dios algo pasado o presente que te produce dolor, aflicción, sentido de culpa o de frustración...
Si tienes algo de qué avergonzarte, expresa al Señor tu arrepentimiento y tu pesar...
Ahora, agradece de manera explícita esto al Señor, alábale por ello... Dile que crees que incluso esto cae dentro de sus planes para contigo y que sacará de ello provecho para ti y para los
demás, aunque tú no veas el bien...
Deja éste y todos los demás acontecimientos de tu vida pasada, presente y futura en manos de Dios... y solázate en la paz y en el alivio que esto te reporte.
Lo que acabamos de decir está en consonancia perfecta con lo que san Pablo enseñaba a sus cristianos: «Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que
Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros» (I Tes. 5; 16-18). «Recitad entre vosotros salmos, himnos, cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias
continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo. (Ef. 5. 19-20).
«Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres... No os inquietéis por cosa alguna; antes bien. en toda ocasión presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica,
acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Flp. 4. 4-7).
Algunas personas temen que alabar a Dios por todo pueda conducir a cierta indolencia o fatalismo. Esta dificultad es más teórica que real. Quien haya practicado con sinceridad esta forma de oración sabe que hacemos de nuestra parte todo lo posible para obrar el bien y evitar el mal y, sólo entonces, alabamos a Dios por el resultado, sea cual fuere.
El único peligro que puede darse en esta forma de oración es una represión de nuestras emociones desagradables. Nos es necesario lamentar con frecuencia las pérdidas que sufrimos o
sentir rabia y frustración antes de alabar al Señor y de abrir nuestros corazones al gozo y a la paz que esto trae consigo.
Esta paz y ese gozo se convertirán en disposiciones habituales cuando nos habituemos a agradecer y alabar constantemente a Dios. Si en otro tiempo nos habríamos sentido tensos y tristes
por los contratiempos acaecidos (un tren que llega con retraso. mal tiempo cuando pensábamos hacer una excursión, una observación desafortunada que hacemos en una conversación...), ahora procuraremos hacer lo que buenamente podemos y dejaremos en manos de Dios el resto, en la plena
confianza de que todo irá bien, aun cuando en apariencia no lo parezca así.
Una historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos. Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se
acercaban para condolerse con él, y lamentar su desgracia, el labrador les replicó: «¿Mala suerte?
¿Buena suerte? ¿Quién sabe? Una semana después, el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada de caballos. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte.
Este les respondió: «¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?». Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte?
¿Buena suerte? ¿Quién sabe?». Una semana más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del labrador con la pierna rota le dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?
Todo lo que a primera vista parece un contratiempo. puede ser un disfraz del bien. Y lo que parece bueno a primera vista puede ser realmente dañoso. Así, pues, será postura sabia que dejemos
a Dios decidir lo que es buena suerte y mala y le agradezcamos que todas las cosas se conviertan en bien para los que le aman. Entonces compartiremos en algo aquella maravillosa visión mística de Juliana de Norwich de quien es la afirmación más hermosa y consoladora que jamás leí: (Y todo estará bien; y todo estará bien; todo género de cosas estará bien).


ANTHONY DE MELLO

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