sábado, 8 de agosto de 2015

Un viaje sin retorno: CAPITULO 24.- LOS AMIGOS VUELVEN



Ya todo había vuelto a la normalidad. Jesús con sus papeles y su continua correspondencia con Felipe. Raquel con sus clases y el dispensario, y Peter con su trabajo en la comunidad.

Era viernes, y muy pronto se iban a reunir a cenar. La fiesta judía había comenzado. Los trabajos se aplazarían hasta el domingo, y las celebraciones religiosas y familiares comenzaban.

Jesús se encontraba terminando la cena en la cocina, cuando alguien llamó a la puerta. Jesús, al abrirla, estalló de gozo y de felicidad. Era su querida Marga, con un bebé en los brazos. Era una niña, y estaba dormida, y como a Marga le gustaba hacer las cosas bien, entró sin mediar palabra, puso el capazo sobre la mesa y se quedó colgada del cuello de su amigo. Marga solo había tenido dos momentos culminantes en su vida: el nacimiento de su hija Salem y el abrazo que le daba a su Jesús. Este ya no sabía si llorar o reír de felicidad.



-Marga…mi querida Marga…

-Jesús… ¡Cuánto he deseado que llegara este momento! Pero como te prometí, hemos vuelto todos. He intentado buscar las palabras más adecuadas para expresarte lo que te amamos, que creemos en ti, y que venimos a ayudarte, y que jamás nos iremos ya de tu lado…pero no encuentro la forma…


-Pero Marga…querida… ¡si ya lo has dicho todo! ¡Marga…querida mía…! ¿Y esta niña tan preciosa?

-Es Salem, se lo hemos puesto pensando en ti. Queremos que tú seas su padrino.

-¡Me hacéis muy feliz…! ¿Pero cómo no nos ha dicho Felipe que habíais sido papás?

-Le dijimos que nos os dijera nada…queríamos que fuera una sorpresa.

-¡Que feliz me habéis hecho, Marga…!  ¿Pero dónde están Juancho y Patricio?

-En el aeropuerto. Iban a tardar todavía dos horas por lo menos en devolvernos el equipaje debido a los controles, y la niña estaba dormida…y en cuanto despierte le toca el biberón. Vendrán luego en un taxi. Jesús… ¿puedo subir a la niña a alguna de las habitaciones?

-¡Claro, Marga…ven…sube conmigo! Cuando vuelva Raquel prepararemos todo.

-No quisimos avisaros para que fuera una sorpresa.

-¡Y lo ha sido, Marga…y lo ha sido…! ¿Quieres tomar algo?

-¿Hay té?

-¡Claro que sí!

-Pues me tomo un te…calentito. Jesús…si la niña llora, ¿ya la oiremos bien desde abajo?

-¡Claro que sí…te no preocupes!

-Es que hasta que vengan los chicos, quisiera hablar contigo.

-Pues bajemos al salón, y mientras nos tomamos el te…charlamos.



Dejaron a Salem dormida en su capazo sobre una cama, y dejando la puerta entreabierta, bajaron las escaleras hacia el salón. Se prepararon la infusión y comenzaron la charla.



-Dime, Marga… ¿habéis estado con Felipe?

-¡Claro! El, en un principio, quería irse a Barcelona a instalarse allí, pero cuando fue a Madrid, la asociación estaba perfectamente montada y dirigida, y ha decidido quedarse allí, al menos tendrá su cuartel general. Juancho con su trabajo en el hospital, y yo con la niña y el mal embarazo que he tenido, no hemos podido dedicarle mucho tiempo, pero Patricio lo ha hecho todo. Josefa, la prima de Raquel, le ha ayudado mucho, y es ella la que se ha quedado ahora al cargo de todo. Además…creo que el encuentro con Felipe, ha sido muy revelador…

-¿Por qué no te explicas mejor?

-Que creo que se han gustado mucho…Josefa es una gran mujer, y siempre ha querido a Felipe, pero como éste estaba siempre pendiente de Raquel, ella nunca se atrevió a insinuarse. ¡Me gustaría que formasen pareja! Felipe no es hombre para vivir solo, y menos ahora. Necesita una mujer que le ame y le apoye.

-¡Como a todos, Marga…como a todos…! Y supongo que Felipe os habrá puesto al corriente de las últimas novedades.

-Sí…

-¿Qué más querías decirme, Marga?

-Es sobre Patricio.

-¿Y qué sucede con él…?

- Eso quisiéramos saber nosotros, Jesús. No sabemos lo que le pasa…ni lo que piensa…Patricio nunca ha demostrado ningún afecto por ti, al menos, eso creíamos…Cuando nos marchamos de aquí, estuvo muy mal. Intentó suicidarse tres veces. La última, gracias a la mujer de la limpieza que trabaja en casa de sus padres, pudo salvar su vida. Aquí se quedaron Raquel y Felipe, que eran las dos personas a quien más unido estaba, y durante mucho tiempo te estuvo culpando de ello. Incluso llegó a odiarte. Cuando le hablábamos de que en algún momento regresaríamos, él se negaba rotundamente. Decía que su puesto estaba allí, y que si nosotros creíamos en un farsante, era nuestro problema. Así era Patricio hasta el momento del último intento de suicidio. Cuando se recuperó en el hospital, y pudimos ir a verlo, lo primero que nos gritó al vernos aparecer por la puerta fue: “¡tenemos que regresar pronto”¡, y ya no dejó de insistir. Nosotros no teníamos la intención de volver todavía. Teníamos tiempo de sobra para estar juntos. La niña era todavía pequeñita para viajar, y Juancho no podía dejar el hospital tan alegremente. Pero quería venir él solo. Estaba decidido. Y cuando le preguntamos que por qué ese cambio, lo único que nos respondió es que ya es la hora, y que tu nos necesitas. ¿No pasa nada…verdad, Jesús…?

-Marga… ¿tu como me ves?

-¡Te veo muy bien…y muy feliz!

-¡Y claro que os necesito, amigos míos…porque os quiero, y deseo que estéis a mi lado!

-Jesús, quizás veas a Patricio distante contigo, pero para nada se ajusta a su corazón. El te quiere, te admira, pero se siente rechazado, y no solo por ti, sino por todo aquel que es importante para él. Eso le viene de niño. Patricio no ha tenido nunca padres. Ha tenido a dos verdugos, que le dieron la vida para machacarle y destruirle.

-Marga… ¡ya me encargaré yo de él. Tú ni te preocupes…



Ya se había hecho la hora de cenar. Raquel llevaba ya una hora en casa, y después de la sorpresa, de los besos y de los abrazos con su querida amiga, se pusieron como locas a  preparar algo más de cena para todos. Las habitaciones tendrían que esperar. Peter acababa de llegar y se encontraba en la cocina hablando con las chicas. Jesús, emocionado, con sus ojos humedecidos y con su corazón loco, ponía la vajilla en la mesa. Esta vez los cubiertos eran siete. Y volvieron a llamar a la puerta, y el corazón de Jesús volvió a latir con fuerza.

Abrió la puerta y allí estaba Juancho, inmóvil, con varias maletas en el suelo y con la garganta hecha un nudo. Juancho había estado ensayando ese encuentro durante horas, pero en aquel instante su mente se puso en blanco, y su corazón se puso a latir desorbitadamente. Unos segundos que parecieron una eternidad.

Jesús extendió sus brazos, y Juancho, llorando, se echó a él.



-¡Jesús…amigo mío…hemos vuelto para no marcharnos nunca más!

¡Juancho…Juancho…Juancho…cabeza dura…jajaja…mi Juancho…! ¡Bienvenidos sois, hermanos! ¿Y Patricio?

-Está ahí abajo, pagando al taxista. No ha querido subirnos hasta aquí.

-¡Ve pasando, Juancho! Los demás están en la cocina. Yo voy al encuentro de Patricio.



Jesús bajó las escaleras que le separaban del camino que llevaba a la carretera, y enseguida vio a Patricio con dos bultos en cada mano. El taxi se alejaba. Fue a su encuentro, pero Patricio iba con la cabeza baja, mirando al suelo, y no le vio ir hacia él.  Jesús iba emocionado, pero con cierta inquietud. Sabía que el corazón de Patricio le amaba, pero ignoraba cual iba a ser su reacción. Jesús sabía que Patricio y él estaban muy unidos, que aparentemente sus vidas iban en direcciones distintas, pero su destino era uno solo. Jesús sabía también del pensamiento del muchacho. Sabía su secreto. Este, al igual que Raquel y él mismo, había sido testigo de ese futuro ya no muy lejano.

Patricio sabía que él mismo estaba involucrado. Sabía que había venido a casa a morir. Sabía que Jesús iba a tener un trágico final, y que él había elegido compartir. Estaban unidos en esa entrega final, y lo deseaba, deseaba morir a su lado, aunque ignoraba el motivo.

Su verdadero pesar era el pensar que Jesús no le iba a aceptar, que le apartara de su lado. Para eso estaban  Felipe, Peter, Raquel, Marga y Juancho…él no era más que un renegado, un hombre amargado y sin futuro. Un hombre que no había conocido el amor, pero que deseaba entregarlo. Un hombre que no poseía nada, salvo a sí mismo, y era lo único que tenía para entregarle…y con estos pensamientos Patricio seguía avanzando por el camino. Pero las lágrimas se habían desbordado de sus ojos, y dejando las bolsas en el suelo buscó un pañuelo entre los bolsillos de la chaqueta…

Pero un brazo extendido con un pañuelo se adelantó a sus movimientos…



-¡Patricio….!

-¡Jesús…tú…!



Pero Jesús no le dejó seguir. Cogió a Patricio entre sus brazos y lo estrechó contra él, lo amó con todo su ser, y le besó.

-¡Patricio…amigo mío…gracias por haberles traído, y por haber venido a nuestra cita!

-¡Jesús…te quiero…te amo…te quiero!

-¡Sé por qué has venido, amigo mío, y soy feliz de tenerte a mi lado!



Y Patricio, como un niño abandonado en los brazos de la madre que nunca tuvo, se agarró a Jesús sollozando amargamente. El también lloraba, le dolía el corazón, pero no ya por Patricio, que estaba a su lado otra vez, sino por los miles y miles de hombres y mujeres que sienten odio y resentimiento en su corazón porque nunca aprendieron a amar, ni a expresar con su voz los sentimientos. Patricio había recuperado a su corazón, pero ¿a cuantos él no podría llegar? ¿Cúantos seguirían estando presos tras los barrotes de su propia prisión, de sus propios corazones?



-¡Vamos, vamos, Patricio…! ¡Te quiero ver feliz y disfrutando de nuestra vida en común! Si subimos con esta guisa los dos, van a pensar algo raro…

-Jesús… ¿lo saben los demás?

-Solo Peter, Raquel, tu y yo…y Felipe…también sabe que hay un final… Será nuestro secreto, Patricio. Juancho, Marga, Tico y los amigos de la comunidad…no lo entenderían. Lo harán con el tiempo. No deseo que sufran innecesariamente.

-Jesús, se que he de afrontar la muerte contigo. Y no tengo miedo. Soy dichoso por poder morir a tu lado, pero quiero comprender bien el por qué. Quizás entonces encuentre el sentido a mi vida.

-¡Ya lo has encontrado, Patricio! Yo te ayudaré a desvelar el hermoso secreto de tu corazón. Y ahora, amigo mío, deja que te ayude con estas bolsas y vayamos a nuestra casa.

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