jueves, 3 de septiembre de 2015

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)






Capitulo VI-EL AMOR ROMÁNTICO (V Escrito)

«No hay otro amor que el de Dios.»
"No hay diferentes clases de amor. No hay una clase de amor entre madre e hijo, otra entre amantes y otra entre amigos. 
El amor real es el que está en el corazón de todas las relaciones. Ese es el amor de Dios, el cual no cambia con las formas ni con las circunstancias."
Una amiga mía me comentó recientemente:
-Tu relación con tu bebé debe de estar mostrándote toda una nueva clase de amor.
-No -le respondí-, pero sí me está mostrando una nueva profundidad de la ternura, que me enseña más sobre lo que es el amor.
La gente pregunta por qué no pueden encontrar un romance íntimo y profundo. La pregunta es comprensible, porque la gente se siente sola. 
La intimidad de un amor romántico, sin embargo, es como un curso de licenciados universitarios para doctorarse en amor, cuando muchos apenas si hemos salido de la escuela primaria. Cuando no tenemos ninguna relación de pareja, el ego nos hace creer que si la tuviéramos, todo sufrimiento desaparecería.
Y sin embargo, cuando una relación de pareja perdura termina por hacer aflorar a la superficie una gran parte de nuestro dolor existencial. Eso forma parte de su propósito. 
El amor pondrá a prueba toda nuestra capacidad de compasión, de aceptación, de liberación, de perdón y de desinterés.
Es probable que tendamos a olvidar los retos inherentes en una relación mientras no la tenemos, pero los recordamos con bastante claridad una vez que la encontramos.
Las relaciones no necesariamente nos libran del dolor. Lo único que nos «libra del dolor» es sanar de aquello que nos lo causa. No es la ausencia de otra persona en nuestra vida lo que provoca el dolor, sino más bien lo que hacemos con ella cuando está.
El amor puro no pide otra cosa que paz para un hermano, porque sabe que sólo de esa manera podemos estar en paz nosotros mismos. ¿Cuántas veces he tenido que preguntarme si lo que quería era que «él» estuviera en paz o que me llamara? El puro amor hacia otra persona es el restablecimiento de la «línea de comunicación del corazón». 
Por lo tanto, el ego se le opone con todas sus fuerzas. Hará todo lo que pueda para bloquear, de la forma que sea, la vivencia del amor. Cuando dos personas se unen en Dios, las murallas que aparentemente las separan desaparecen. Por un tiempo el ser
amado no parece un simple mortal, sino alguna otra cosa, algo más. Y la verdad es que «es» algo más. 
Todo el mundo es el perfecto Hijo de Dios, y cuando nos enamoramos, por un instante vemos la verdad total de alguien. No es nuestra imaginación: ese ser es perfecto.
Pero rápidamente se impone la locura. Tan pronto como aparece la luz, el ego se empeña enérgicamente en extinguirla. 
En un abrir y cerrar de ojos, proyectamos en el plano físico la perfección que hemos logrado atisbar en el plano espiritual.
En vez de comprender que la perfección espiritual no tiene por qué coincidir con la perfección material y física, empezamos a buscar esta última. Pensamos que con la perfección espiritual de
alguien no es suficiente. Además, tiene que vestir perfectamente, tiene que estar a la última, tiene que ser deslumbrante.
Y así nadie puede seguir siendo un ser humano. Nos idealizamos los unos a los otros, y cuando no nos mostramos a la altura del ideal, nos decepcionamos.
Rechazar a otro ser humano por el simple hecho de que es humano se ha convertido en una neurosis colectiva. 
La gente se pregunta cuándo encontrará a su alma gemela, pero rogar porque aparezca la persona adecuada no sirve de nada si no estamos preparados para recibirla.
Nuestros compañeros del alma son seres humanos, como nosotros, que pasan por el proceso normal de crecimiento.
Nadie está jamás «terminado». La cima de una montaña es siempre la base de otra, e incluso si encontramos a alguien cuando nos sentimos «por encima de todo», lo más probable es que muy pronto pasemos por alguna circunstancia que nos confronte. 
Y lo que hace que esto sea inevitable es nuestro compromiso de crecer. Pero al ego no le gusta el aspecto de las personas a quienes les están «pasando cosas». No es atrayente.
Como sucede con todo lo demás, es raro que el problema con las relaciones sea que no hayamos tenido maravillosas oportunidades o conocido a gente maravillosa. El problema es que no hemos sabido cómo sacar el mejor partido de las oportunidades que hemos tenido. A veces no nos dimos cuenta a tiempo de lo maravillosas que eran aquellas personas. El amor nos rodea por todas partes. El ego es lo que nos bloquea, no dejándonos percibir la presencia del amor. Y la idea de que hay una persona perfecta, sólo que todavía no ha llegado, es uno de nuestros principales bloqueos.
Nuestra vulnerabilidad al mito de la persona «adecuada» nace de nuestra glorificación del amor romántico. El ego usa este amor para sus fines «especiales», llevándonos a poner en peligro nuestras relaciones al sobrevalorar su contenido romántico. 
La diferencia entre una amistad y un romance se puede
ejemplificar con la imagen de una rosa de tallo largo. 
El tallo es la amistad; la flor es el romance. Como el ego está orientado a lo sensorial, automáticamente prestamos atención a la flor. Pero todos los elementos nutritivos que ésta necesita para vivir le llegan por mediación del tallo. 
En comparación con la flor, el tallo puede parecer deslucido, pero si se lo cortamos, la flor no durará mucho. Una vez usé esta imagen en una conferencia, y una mujer le añadió una idea encantadora: Un romance que perdura en el tiempo es como un rosal. 
En determinada estación se le caen las flores, pero si la planta está bien nutrida, cuando vuelva a ser la temporada le aparecerán otras nuevas. La desaparición del fervor romántico no anuncia necesariamente el final de una relación maravillosa, salvo para el ego. 
El Espíritu es capaz de ver las semillas del renacimiento en cualquier muestra de decadencia.
Un curso de milagros dice que "nuestra tarea no es buscar el amor; es buscar todas las barreras que oponemos a su llegada". Pensar que ahí afuera hay alguna persona especial que va a salvarnos es una barrera al puro amor, es una de las grandes armas del arsenal del ego, una manera de que se vale para mantenernos alejados del amor, aunque no quiere que nosotros lo sepamos. Buscamos desesperadamente el amor, pero
esa misma desesperación hace que lo destruyamos cuando lo tenemos. Pensar que una persona especial va a salvarnos nos lleva a imponer la carga de una tremenda presión emocional a cualquiera que se presente y que nos parezca adecuado para cumplir los requisitos.
No tenemos que recordarle a Dios que nos gustaría tener relaciones maravillosas. Él ya lo sabe. Un curso de milagros nos enseña que un deseo es una plegaria. 
Y la plegaria más inteligente no es «Dios amado, envíame
a alguien maravilloso», sino «Dios amado, ayúdame a darme cuenta de que soy alguien maravilloso».
 Hace años yo solía rezar para que viniera un hombre maravilloso que me librase de mi desesperación.
Finalmente, me pregunté por qué no trataba de resolver ese problema antes de que él apareciera. No puedo imaginarme que ningún hombre le diga a un amigo:
-¿Sabes qué? ¡Anoche conocí a una mujer desesperada fabulosa!
Buscar a la persona «adecuada» no lleva más que a la desesperación, porque no existe. 
Y no hay persona adecuada porque no hay persona inadecuada. Hay quienquiera que esté frente a nosotros, y las lecciones
perfectas que podemos aprender de esa persona.
Si lo que desea tu corazón es una pareja, podría ser que el Espíritu Santo te enviara a alguien que no sea tu pareja definitiva, sino algo mejor: alguien con quien te sea dada la oportunidad de elaborar aquellos aspectos tuyos que es necesario que sanes antes de estar preparado (o preparada) para una intimidad más profunda.
La creencia en el amor especial nos lleva a restar importancia a todo lo que no vemos como material para la «relación definitiva». De esa manera he dejado yo de prestar atención a algunos diamantes, en vez de sacar partido de situaciones que me habrían servido para acelerar mi crecimiento. 
A veces no llegamos a «cultivarnos» en las relaciones que tenemos ahí, frente a nosotros, porque pensamos que «la vida real» se inicia cuando «él» o «ella» llega. 
Esto no es, nuevamente, más que una treta del ego, para asegurarse de que busquemos pero no encontremos. 
El problema de no tomarse las relaciones en serio si no parecen «la persona adecuada» es el siguiente: De vez en cuando, esa persona llega -a veces hasta se nos aparece como la persona inadecuada transformada-, pero estropeamos la situación por falta de práctica. Está ahí, pero nosotros no estamos listos.
No nos hemos preparado porque estábamos esperando a la persona adecuada.
Un curso de milagros dice que un día nos daremos cuenta de que nada sucede fuera de nuestra mente. 
La forma en que parece que una persona se nos muestra está íntimamente vinculada con la forma en que nosotros optamos por mostrarnos a ella. 
He aprendido que mis respuestas más productivas en las relaciones no se dan cuando me concentro en los detalles referentes a otra persona, sino cuando me esfuerzo en desempeñar mi propio papel en la relación en el nivel más alto de que soy capaz.
El amor es una emoción que requiere nuestra participación.
En una relación santa asumimos un papel activo en la creación de un contexto en el que la interacción puede desplegarse de la manera más constructiva. 
Creamos activamente unas condiciones interesantes, en vez de mirar pasivamente a nuestro alrededor para ver si hay o no algo que nos pueda interesar.
Nadie es siempre maravilloso. Nadie es siempre sexy. Pero el amor es una decisión. Esperar a ver si alguien nos gusta lo suficiente es pueril, y no puede menos que hacer que la otra persona se sienta, en algún nivel, como si estuviera haciendo una prueba para conseguir el papel. 
En ese espacio nos sentimos nerviosos, y cuando nos sentimos nerviosos no estamos en nuestro mejor momento. El ego va en busca de alguien que le atraiga lo suficiente para brindarle su apoyo.
Las personas adultas que sabemos lo que son los milagros
brindamos apoyo a la gente para que sea atractiva. Parte del trabajo sobre nosotros mismos, con el fin de prepararnos para una relación profunda, es aprender cómo apoyar a otra persona para que sea lo mejor que puede ser. 
Cada uno de los miembros de una pareja ha de desempeñar un papel sacerdotal en la vida del otro.
Han de ayudarse el uno al otro a tener acceso a las partes más elevadas de sí mismos.
Yo he estado con hombres que, al parecer, jamás pensaron que valiera lo suficiente para ellos. También he estado con hombres que tenían la inteligencia de decirme «Esta noche estás preciosa» con la frecuencia necesaria para reforzar mi autoestima y ayudar a que me presentara de una manera mejor ante la vida.
Desde el punto de vista objetivo, nadie es realmente atractivo ni deja de serlo. Nada de eso. 
Hay personas que manifiestan el brillo que en potencia todos tenemos, y hay quienes no lo hacen. Los que lo hacen son
generalmente personas a quienes en algún momento de su vida alguien -el padre, la madre o un amante- les dijo, con palabras o sin ellas, que eran bellas y maravillosas. Para la gente, el amor es lo mismo que el agua para las plantas.
Examinar el pasado puede ayudar a que veamos más claramente muchos de nuestros problemas, pero la sanación no se produce en el pasado, sino en el presente. Hoy en día existe la manía de echar la culpa de nuestra desesperación a lo que nos sucedió en la niñez. 
Lo que el ego no quiere que veamos es que nuestro dolor no proviene del amor que no nos dieron en el pasado, sino del que nosotros mismos no nos damos en el presente. La salvación se encuentra en el presente. En cada momento tenemos una ocasión de cambiar nuestro pasado y nuestro futuro, reprogramando el presente. 
Este punto de vista es blasfemo para el ego, que nos juzga ásperamente por adherirnos a él. Aun si hemos aprendido de nuestros padres los caminos del desamor, perpetuar esas pautas negándoles hoy el amor no es la mejor manera de superar el problema. No se llega a la luz investigando eternamente la oscuridad. En cierto punto, la discusión siempre se vuelve circular. El único camino hacia la luz consiste en entrar en ella.
«Pobre de mí, mis padres jamás me dijeron que era hermosa»: esta no es una idea que conduzca al milagro, sino que más bien mantiene el sentimiento de ser una víctima. En este caso, la actitud que llevaría al milagro sería decirse: «Mis padres nunca me dijeron que era hermosa.
 El valor que tiene saberlo es que ahora veo con más claridad por qué me cuesta tanto dejar que me lo digan, y entiendo por qué no me he acostumbrado a decírselo a los demás. 
Pero puedo habituarme ahora. La decisión de dar lo que yo no he recibido es siempre una opción asequible». 
Recientemente, un hombre me contó que cuando era pequeño, su padre nunca le hacía regalos. Le sugerí que sanaría si ahora le enviaba a su padre montones de regalos.
Yo solía preocuparme mucho por si recibía o no apoyo, y no lo bastante por si yo misma estaba o no apoyando activamente a otras personas. En el ámbito del romance, me di cuenta de que lo que necesitaba era ayudar a un hombre a que se sintiera más hombre, en vez de pasarme el tiempo preocupándome por si él era
o no lo bastante hombre. Ayudamos a los demás a acceder a lo más elevado que tienen si accedemos nosotros a lo más elevado que tenemos. Para crecer hemos de concentrarnos en nuestras propias lecciones, no en las ajenas. Un curso de milagros nos enseña que «en cualquier situación, lo único que puede faltar es lo que tú no has dado». Yo me pasé años esperando que un hombre me hiciera sentir «como una mujer de verdad». 
Los hombres sólo empezaron a mostrarme la energía más masculina que yo tan ansiosamente esperaba cuando me di cuenta de que mi energía femenina no era un regalo que pudiera hacerme un hombre, sino más bien mi propio regalo para mí y para él.
El cuento de hadas «El príncipe rana» revela las profundas conexiones psicológicas entre nuestras actitudes hacia la gente y su capacidad de transformación. En el cuento, una princesa besa a una rana, y ésta se convierte en un príncipe. 
Lo que esto significa es que el poder milagroso del amor es capaz de crear un contexto en el que la gente, como si floreciera, alcanza naturalmente su potencial más elevado. Y esto es algo
que no pueden hacer las quejas, las críticas ni otras actitudes con las que se pretenda cambiar a la gente.
Según el Curso, creemos que queremos entender a la gente para ver si son dignos o no de nuestro amor, pero en realidad, hasta que no los amamos, no podemos entenderlos. Lo que no se ama no se entiende. 
Nos mantenemos aparte de los demás y esperamos que ellos se ganen nuestro amor, pero las personas merecen nuestro amor sólo por el hecho de ser como Dios las creó. Mientras esperemos que sean mejores, nos veremos constantemente decepcionados. Sólo cuando optamos por unirnos a los demás, aprobándolos y
amándolos incondicionalmente, se produce de repente el milagro para ambas partes. 
En las relaciones, esta es la clave principal, el milagro decisivo.

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