jueves, 3 de septiembre de 2015

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)

Capitulo VI- LA RELACIÓN SANTA (IV Escrito)
«La relación santa es la relación no santa de antes transformada y vista con otros ojos.»
Si la relación especial es la respuesta del ego a la creación del Espíritu Santo, la relación santa es la respuesta del Espíritu Santo. "La relación santa es la relación especial de antes transformada." En la relación especial, el ego guía nuestro pensamiento y nos encontramos en el miedo, de máscara a máscara.



En la relación santa, el Espíritu Santo ha cambiado la idea que nos hacíamos del propósito del amor, y nos encontramos de corazón a corazón.

Un curso de Milagros describe la diferencia entre una alianza profana y una santa:
«Pues una relación no santa se basa en diferencias y en que cada uno piense que el otro tiene lo que a él le falta. Se juntan, cada uno con el propósito de completarse a sí mismo robando al otro. Siguen juntos hasta que piensan que ya no queda nada más por
robar, y luego se separan. Y así van deambulando por un mundo de extraños, diferentes de ellos, compartiendo quizá con su cuerpo un techo que no cobija a ninguno de los dos; en la misma habitación, y sin embargo, separados por un mundo de distancia.




Una relación santa parte de una premisa diferente.

Cada uno ha mirado dentro de sí y no ha visto ninguna insuficiencia. Al aceptar su compleción, desea extenderla
uniéndose a otro, tan pleno como él.»
El propósito de una relación especial es enseñarnos a que nos odiemos a nosotros mismos, en tanto que el propósito de una relación santa es sanarnos de nuestro auto aborrecimiento. 
En la relación especial estamos siempre tratando de ocultar nuestras debilidades. En la relación santa, se sobreentiende que todos tenemos lugares aún no sanados, y que el propósito de que estemos con otra persona es sanar. 
No intentamos ocultar nuestras debilidades, sino que más bien entendemos que la relación es un contexto para sanar mediante un perdón recíproco. 
Adán y Eva estaban desnudos en el jardín del Edén, pero no se avergonzaban de ello. 
Eso no significa que estuvieran físicamente desnudos. 
Significa que estaban desnudos emocionalmente, de una forma real y sincera, y sin embargo no se avergonzaban porque se sentían completamente aceptados tal como eran.
El Curso compara la relación especial a un cuadro montado en un marco. El ego está más interesado en el marco -la idea de la persona perfecta que lo «arreglará» todo- que en el cuadro, que es la persona misma. 
El marco es barroco, y está ornamentado con rubíes y diamantes. El Curso afirma, no obstante, que los rubíes son nuestra propia sangre y los diamantes nuestras propias lágrimas. 
Esa es la esencia del especialismo. No es amor sino explotación. Lo que llamamos amor es a menudo odio, o en el mejor de los casos, un robo.
Aunque tal vez no seamos conscientes de ello, siempre buscamos a alguien que tiene lo que creemos que a nosotros nos falta, y una vez que lo obtenemos de ellos nos sentimos listos para cambiar de relación. En la relación santa, nos interesamos en el cuadro en sí. No queremos otro marco que el que preste suficiente apoyo
al cuadro para mantenerlo en su lugar. No estamos interesados en nuestro hermano por lo que puede hacer por nosotros. Estamos interesados en nuestro hermano, y punto.
La relación santa es, por encima de todo, una amistad entre dos hermanos. No nos han puesto aquí para que nos sometamos a examen los unos a los otros, ni para juzgarnos ni para usar a los demás con el fin de satisfacer nuestras propias necesidades, las de nuestro ego. No estamos aquí para corregir, cambiar o despreciar a los demás. 
Estamos aquí para apoyarnos, perdonarnos y sanarnos los unos a los otros. 
En mi trabajo de consejera psicológica, me encontré una vez con una pareja que estaba a punto de acabar desagradablemente con su relación. El hombre se había ido de casa y salía con otra mujer, y su esposa estaba furiosa. 
Durante nuestra sesión, refiriéndose a la nueva pareja de él, le dijo:
-¡Te gusta únicamente porque no para de decirte lo maravilloso que eres!
Él la miró con aire muy serio y respondió en voz baja:
-Sí, creo que eso tiene algo que ver.
¿Cómo encontramos una relación santa? No pidamos a Dios que nos cambie de pareja, sino que nos cambie mentalmente.
No escapemos de alguien que nos atrae porque tenemos miedo de que sea una relación especial. Siempre que hay una relación en potencia, existe la posibilidad de que sea especial. 
Con frecuencia, pregunto a mi público qué es lo primero que debemos hacer cuando nos sentimos atraídos por alguien, y me
responden a coro: «¡Rezar!». 
La plegaria es más o menos así: «Dios amado, Tú sabes, y yo también, que en estas cosas tengo más potencial neurótico que en cualquier otra. Por favor, toma la atracción que siento por
esta persona, los pensamientos y sentimientos que me inspira, y úsalos para Tus propios fines. 
Permite que esta relación evolucione de acuerdo con Tu voluntad. Amén».
El progreso espiritual es como una desintoxicación. Las cosas tienen que aflorar para que podamos liberarnos de ellas. 
Una vez que hemos pedido que nos sanen, nuestras zonas enfermas se ven obligadas a salir a la superficie. 
Una relación usada por el Espíritu Santo se convierte en un lugar donde nuestros bloqueos contra el amor ya no son suprimidos ni negados, sino más bien llevados a nuestro conocimiento consciente.
No nos volvemos locos como suele pasarnos con la gente por quien nos sentimos atraídos. Entonces podemos ver claramente lo que funciona mal y, cuando estamos preparados, pedirle a Dios que nos muestre otro camino.
En cuanto templos de sanación, las relaciones son como una visita a la consulta del médico divino. ¿Cómo puede ayudarnos un médico si no le mostramos nuestras heridas? Tenemos que revelarle los lugares donde se alberga el miedo antes de que pueda sanarlos. Un curso de milagros nos enseña que "se debe llevar la oscuridad a la luz, y no al revés". Si una relación nos permite apenas evitar nuestras zonas enfermas, nos estamos ocultando en ella, no creciendo.
El universo no le prestará su apoyo.
El ego piensa que una relación perfecta es aquella donde todo el mundo muestra un semblante perfecto.
Pero no es necesariamente así, porque una exhibición de fuerza no siempre es sincera, no siempre es una expresión auténtica de nuestro ser. Si yo finjo que tengo las cosas claras en un campo donde realmente no es así, cultivo una falsa imagen de mí misma, y lo hago por miedo: miedo de que si tú vieras la verdad, mi verdad, me rechazarías.
La idea que tiene Dios y la que tiene el ego de una «buena relación» son completamente diferentes. 
Para el ego, una buena relación es aquella en la cual otra persona se conduce básicamente de la manera que nosotros
queremos y nunca nos saca de quicio, jamás sale de los límites de la zona en la que nos encontramos cómodos.
Pero si una relación existe para apoyar nuestro crecimiento, entonces existe, en muchos sentidos, precisamente para hacer todo eso, para forzarnos a abandonar nuestra limitada tolerancia y nuestra incapacidad para amar incondicionalmente.
No estamos alineados con el Espíritu Santo mientras la gente no
pueda comportarse de la manera que quiera sin que por eso se altere nuestra paz interior.
Ha habido ocasiones en que mi idea de una relación era: 
«Esto es terrible», hasta que al reflexionar más a fondo me daba
cuenta de que probablemente Dios estaría diciéndose: «Oh, qué bueno». Dicho de otra manera, Marianne tiene oportunidad de ver con mayor claridad sus propias neurosis.
Una amiga me contó una vez que había roto con su novio.
-¿Por qué? -le pregunté.
-Porque estuvo cinco días sin llamarme. No dije nada.
-Él sabe que necesito que me renueve continuamente la seguridad de su afecto -continuó-, de manera que pongo mis límites.
 ¿No te parece bien?
-No, me parece pueril -respondí, y después de una pausa, le pregunté-: ¿No has pensado en aceptarlo tal cual es?
-Vaya, gracias por tu apoyo -me dijo. -No hay de qué -respondí.
Yo sabía que para ella el apoyo era que los demás se mostraran de acuerdo en que su novio era culpable.
Es muy fácil encontrar apoyo para nuestra creencia en la culpa. Pero el verdadero apoyo es ayudarnos mutuamente a ver más allá de los errores de los demás, a renunciar a nuestros juicios y a ver el amor que hay más allá.
Nuestra neurosis en las relaciones se deriva generalmente de que tenemos un programa preestablecido para la otra persona, o para la relación como tal.
No es misión nuestra tratar de convertir una relación en lo que
nosotros creemos que debería ser. Si alguien no se comporta como una gran pareja romántica, quizá sea porque no tiene que serlo en relación con nosotros. 
Y no por eso se equivoca. No todas las relaciones tienen que ser el romance definitivo: si el tren no se detiene en tu estación, no es tu tren. 
El ego intenta usar una relación para satisfacer nuestras necesidades tal como nosotros las definimos; el Espíritu Santo pide que la relación sea usada por Dios para que sirva a Sus propósitos. 



Y Su propósito es siempre que podamos aprender a amar con más pureza. 

Amamos con pureza cuando permitimos a los demás que sean como son. El ego busca la intimidad mediante el control y la culpa. El Espíritu Santo la busca mediante la aceptación y la
liberación.
En la relación santa no procuramos cambiar a los demás, sino más bien ver qué hermosos son ya. Nuestra plegaria llega a ser: «Dios amado, deja caer el velo que tengo frente a los ojos y ayúdame a ver la belleza de mi hermano». 
Lo que nos hace sufrir en una relación es nuestra incapacidad de aceptar a la gente exactamente tal como es.
Nuestro ego no es otra cosa que nuestro miedo. Todos tenemos un ego, y eso no hace de nosotros malas personas.
El ego no es el lugar donde somos malos, sino donde nos sentimos heridos. El Curso dice que "a cierto nivel todos tenemos miedo de que, si los demás vieran cómo somos en realidad, retrocederían horrorizados". 
Por eso nos inventamos la máscara, para ocultar lo que verdaderamente somos. 
Pero nuestro ser auténtico -el Cristo dentro de nosotros- es lo más hermoso de nosotros.
Debemos revelarnos en nuestro nivel más profundo para descubrir hasta qué punto somos realmente dignos de amor. Cuando profundizamos lo suficiente en nuestra verdadera naturaleza, lo que encontramos no es oscuridad, sino una luz infinita. Eso es lo que el ego no quiere que veamos: que nuestra seguridad reside verdaderamente en despojarnos de la máscara. Pero no lo podremos hacer si constantemente tememos que nos juzguen. La relación sagrada es un contexto donde nos sentimos lo suficientemente seguros para ser nosotros mismos, sabiendo que nuestra oscuridad no será juzgada, sino perdonada. 
De esta manera se nos sana y se nos deja en libertad de adentrarnos en la luz de nuestro ser auténtico. 
Estamos motivados para crecer. Una relación santa es «un
estado mental común, donde ambos gustosamente le entregan sus errores a la corrección, de manera que los dos puedan ser felizmente sanados cual uno solo».

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