jueves, 3 de septiembre de 2015

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)





Capitulo VI- LOS NIVELES DE ENSEÑANZA(III Escrito)

«Por lo tanto, el plan dispone que cada maestro de Dios establezca contactos muy específicos.»
Las relaciones son tareas que tenemos que realizar. Forman parte de un vasto plan para nuestra iluminación, el diseño del Espíritu Santo mediante el cual a cada alma se la conduce a una conciencia y una expansión del amor mucho mayores. 
Las relaciones son los laboratorios del Espíritu Santo, en los cuales Él reúne a personas que así tienen la máxima oportunidad de crecimiento. Él evalúa quién puede aprender más de quién en
cualquier momento dado, y después asigna a esas personas la una a la otra. 
Como un ordenador universal gigantesco, sabe exactamente qué combinación de energías, y en qué contexto exacto, es más útil para llevar adelante el plan de salvación divino. 
Ningún encuentro es accidental. «Los que tienen que conocerse se conocerán, ya que juntos tienen el potencial para desarrollar una relación santa.»
El Curso afirma que hay "tres niveles de enseñanza" en las relaciones. 
El primer nivel consiste en lo que parecen ser encuentros fortuitos, por ejemplo el de dos extraños en un ascensor o el de dos estudiantes que «por casualidad» vuelven a casa juntos después de la escuela. El segundo nivel «es una relación más
prolongada en la que, por algún tiempo, dos personas se embarcan en una situación de enseñanza, aprendizaje bastante intensa, y luego parecen separarse».
El tercer nivel de enseñanza se da en relaciones que, una vez formadas, son de por vida. En estas situaciones de enseñanza-aprendizaje «se le provee a cada persona de un compañero de aprendizaje determinado que le ofrece oportunidades ilimitadas de aprender».
Incluso en el primer nivel de enseñanza, las personas que se encuentran en el ascensor pueden mirarse con una sonrisa y los estudiantes pueden hacerse amigos. 
Es principalmente en los encuentros casuales donde se nos da la oportunidad de practicar el arte de cincelar las aristas ásperas de nuestra personalidad. 
Sean las que fueren las características personales que se ponen en evidencia en nuestras interacciones casuales, aparecerán inevitablemente magnificadas en otras relaciones más intensas. Si nos mostramos irritables con el cajero del banco, difícilmente seremos más afables con las personas que amamos.
En el segundo nivel de enseñanza, se reúne a las personas para hacer un trabajo más intenso.
Durante el tiempo que estarán juntas, pasarán por todas aquellas experiencias que les suministren las siguientes lecciones que han de aprender. Cuando la proximidad física ya no sirve de base al más elevado nivel de enseñanza y de aprendizaje posible entre ellas, la tarea les exigirá la separación física.
Sin embargo, lo que entonces se nos aparece como el fin de la relación no es realmente un final. Las relaciones son eternas.
Pertenecen a la mente, no al cuerpo, porque las personas son energía y no sustancia física. La unión de los cuerpos puede o no denotar una auténtica unión, porque la unión es algo mental. Puede ser que personas que han compartido durante veinticinco años el mismo lecho no estén verdaderamente unidas, y otras a miles de kilómetros de distancia no estén en modo alguno separadas.
Con frecuencia, parejas que se han separado o divorciado ven con tristeza el «fracaso» de su relación. 
Pero si ambas personas han aprendido lo que tenían que aprender, entonces la relación fue un éxito. 
Ahora ha llegado el momento de la separación física, de modo que se pueda seguir aprendiendo de otras maneras. 
Esto no sólo significa aprender en otra parte, de otras personas; significa también aprender la lección de puro amor que encierra el hecho de tener que renunciar a una relación.
Las relaciones del tercer nivel, que duran toda la vida, son generalmente pocas, porque «su existencia implica que los que intervienen en ellas han alcanzado simultáneamente un nivel en el que el equilibrio enseñanza-aprendizaje es perfecto».
Esto no significa, sin embargo, que necesariamente reconozcamos las tareas que nos son asignadas en el tercer nivel; la verdad es que en general no es así. 
Hasta es probable que sintamos hostilidad hacia esas personas. Alguien con quien tenemos lecciones que aprender durante toda la vida es alguien que nos obliga a crecer. A veces es alguien con quien compartimos amorosamente toda la vida, y a veces es alguien a quien sentimos durante años, o incluso para siempre, como una espina clavada en el corazón. El solo hecho de que alguien tenga mucho que enseñarnos no significa que esa persona nos guste.
La gente que más tiene que enseñarnos suele ser la que nos muestra, como si los reflejara, los límites de nuestra propia capacidad de amar, la gente que consciente o inconscientemente cuestiona nuestras actitudes temerosas y nos muestra nuestras murallas. Nuestras murallas son nuestras heridas, los lugares donde sentimos que ya no podemos amar más, no podemos conectarnos con más profundidad, no podemos perdonar
más allá de cierto punto. Estamos, cada uno, en la vida de los otros para ayudarnos a ver dónde tenemos más necesidad de sanar, y para ayudarnos a sanar.




6. LA RELACIÓN ESPECIAL

«La relación de amor especial es el arma principal del ego para impedir que llegues al Cielo.»
Todos podemos reconocer en nosotros el deseo de encontrar la pareja perfecta; es casi una obsesión cultural. Pero de acuerdo con Un curso de milagros, la búsqueda de la persona perfecta, que represente la «solución», es una de nuestras peores heridas psíquicas, y uno de los engaños más poderosos del ego. 
Es lo que el Curso llama «la relación especial». 
Aunque la palabra «especial» alude normalmente a algo maravilloso, desde la perspectiva del Curso significa diferente y, por lo tanto, aparte o separado, que es una característica
del ego más bien que del espíritu. Una relación especial es una relación basada en el miedo.
"Dios creó solamente un Hijo unigénito, y nos ama a todos como si fuéramos uno. 
Para Él nadie es diferente ni especial porque en realidad nadie está separado de nadie. Como nuestra paz reside en amar como Dios ama, debemos esforzarnos por amar a todo el mundo. Nuestro deseo de hallar una «persona especial», una parte de la Condición de Hijo que nos complete, es dañino porque es engañoso. Significa que estamos buscando la salvación en la separación más bien que en la unidad. El único amor que nos completa es el amor a Dios, y el amor a Dios es el amor a todo el mundo.
Esto no significa que la forma de relacionarnos tenga que
ser la misma con todas las personas, sino que debemos buscar en todas las relaciones el mismo contenido: un amor fraternal y una amistad que trascienden los cambios de forma y los cuerpos.
De la misma manera como "el Espíritu Santo fue la respuesta de Dios a la separación, de igual modo la relación especial fue entonces la respuesta del ego a la creación del Espíritu Santo. Después de la separación empezamos a sentir en nuestro interior un enorme agujero, y la mayoría de nosotros seguimos sintiéndolo. 
El único antídoto para esto es la Expiación o retorno a Dios, porque el dolor que sentimos es efectivamente nuestra propia negación del amor. El ego, sin embargo, nos dice otra cosa. Sostiene que el amor que necesitamos debe venir de otra persona, y que ahí afuera hay alguien especial que puede llenar ese hueco.
Como el deseo de ese alguien especial surge en realidad de nuestra creencia en que estamos separados de Dios, el deseo mismo simboliza la separación y la culpa que sentimos a causa de ella. 
Nuestra búsqueda, entonces, carga con la energía de la separación y de la culpa. Por eso, con frecuencia, en nuestras relaciones más íntimas se genera tanta rabia.
Estamos proyectando en la otra persona la rabia que sentimos contra nosotros mismos por amputar nuestro propio amor.
Con frecuencia, cuando creemos que estamos «enamorados» de una persona, como indica Un curso de milagros, en realidad estamos cualquier cosa menos eso. 
La relación especial no se basa fundamentalmente en el amor, sino en la culpa. La relación especial es la fuerza de seducción del ego que pugna por alejarnos de Dios. 
Es una forma importante de idolatría, la tentación de pensar que algo diferente de Dios pueda completarnos y darnos paz.
El ego nos dice que ahí afuera hay una persona especial que hará que desaparezca todo el dolor. En realidad no nos lo creemos, evidentemente, pero de alguna manera sí nos lo creemos.
Nuestra cultura nos ha metido la idea en la cabeza, valiéndose de libros, canciones, películas, anuncios y, lo que es más importante, la conspiración de los otros egos. El trabajo del Espíritu Santo es hacer que la energía del amor especial abandone la falsedad para convertirse en algo sagrado.
La relación especial vuelve demasiado importante a otra persona: su conducta, sus opciones, su opinión de nosotros.
Nos hace pensar que la necesitamos, cuando en realidad estamos completos y enteros tal como somos. El amor especial es un amor «ciego», que se equivoca al elegir la herida que intenta sanar.
Se dirige a la brecha que hay entre nosotros y Dios, que en realidad no existe, aunque creamos que sí. Al dirigirnos a esta
brecha como algo real, y desplazar su origen hacia otra persona, en realidad nos fabricamos la experiencia que procuramos rectificar.
Con la guía del Espíritu Santo, nos reunimos para compartir el alborozo. Bajo la dirección del ego, nos reunimos para compartir la desesperación. Sin embargo, en realidad la negatividad no se puede compartir, porque es una ilusión.
«Una relación especial es un tipo de unión en el que la unión está excluida.»
Una relación no está destinada a ser la unión de dos inválidos emocionales. El propósito de una relación no es que dos personas incompletas se conviertan en una, sino que dos personas completas se unan para mayor gloria de Dios.
La relación especial es un dispositivo mediante el cual el ego nos separa en lugar de unirnos. 
Basada en la creencia en el vacío interior, está siempre preguntando: 
«¿Qué puedo conseguir?», mientras que el Espíritu Santo pregunta: «¿Qué puedo dar?». El ego procura usar a otras personas para satisfacer lo que define como nuestras necesidades. Actualmente, algunas voces siguen insistiendo interminablemente en si una relación «satisface o no nuestras necesidades».
Pero cuando intentamos usar una relación al servicio de nuestros
propios fines, vacilamos, porque reforzamos nuestra ilusión de necesidad. Bajo la dirección del ego andamos siempre en busca de algo, y sin embargo, continuamente saboteamos lo que hemos encontrado.
Una de mis amigas me llamó un día para decirme que había salido con un hombre que realmente le gustaba.
A la semana siguiente, me llamó y me dijo que él había anulado una cita con ella para irse al campo, y que después de todo, no le gustaba.
-No voy a aceptarle eso a nadie -me dijo-. Yo estoy preparada para una relación.
-No -le contesté-, no estás preparada para una relación si no puedes permitir a la otra persona que cometa un error.
El ego le había dicho que rechazara a ese hombre porque ella estaba preparada para una relación, pero lo que hacía en realidad era asegurarse de que no la tuviera.
El ego no busca alguien a quien amar, sino alguien a quien atacar. En lo relativo al amor, su precepto es «Busca, pero no halles». Va en busca de un reflejo de sí mismo, otra máscara que oculte la faz de Cristo.
En la relación especial, yo tengo miedo de mostrarte la auténtica verdad de mí misma -mis miedos, mis debilidades- porque temo que, si la ves, me abandonarás.
Estoy suponiendo que eres un crítico tan despiadado como yo.
Y sin embargo no estiro el cuello para ver tus puntos débiles, porque me pone nerviosa pensar que me he liado con alguien que tiene puntos débiles.
Todo el tinglado va en contra de la autenticidad, y por consiguiente, del auténtico crecimiento.
Una relación especial perpetúa la mascarada autopunitiva en la que todos buscamos desesperadamente atraer el amor siendo
alguien que no somos. Aunque vamos en busca del amor, en realidad estamos cultivando el odio hacia nosotros mismos, nuestra carencia de autoestima.
¿Cuál es aquí nuestro milagro? Es dejar de pensar en querer ser especial y empezar a pensar en la santidad.
Nuestras pautas mentales respecto a las relaciones están tan impregnadas de miedo -ataque y actitudes defensivas, culpa y egoísmo, por más bonitos disfraces que les pongamos-, que muchas veces terminamos de rodillas. Y ésta, como siempre, es una buena posición. 
Roguemos a Dios para que guíe nuestros pensamientos y sentimientos. «Puedes poner cualquier relación bajo el cuidado del Espíritu Santo y estar seguro de que no será una fuente de dolor.»

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