viernes, 29 de enero de 2016

Libro Volver al Amor de un Curso de Milagros (Marianne Williamson)


Capitulo IX
EL TRABAJO
«Estoy aquí únicamente para ser útil.
Estoy aquí en representación de Aquel que me envió.
No tengo que preocuparme por lo que debo decir ni por lo que debo hacer, pues Aquel que me envió me guiará. Me siento satisfecho de estar dondequiera que Él desee, porque sé que Él estará allí conmigo. 
Sanaré a medida que le permita enseñarme a sanar.» 
LA CONSAGRACIÓN DE NUESTRA CARRERA PROFESIONAL.
«El Espíritu Santo escoge y acepta tu papel por ti, toda vez que ve tus puntos fuertes exactamente como son, y es igualmente consciente de dónde se puede hacer mejor uso de ellos, con qué propósito, a quién pueden ayudar y cuándo.
» El éxito significa que por la noche nos vamos a dormir sabiendo que usamos nuestros talentos y capacidades de forma útil para los demás.
Nos sentimos compensados con las miradas de agradecimiento de la gente, con la mayor o menor riqueza material que nos proporcione el hecho de trabajar con alegría y energía, y el magnífico sentimiento de que hoy hicimos nuestra pequeña contribución para salvar al mundo. La Expiación significa poner por delante el amor, en todo, tanto en el trabajo como en todo lo demás. Trabajas para difundir el amor. Tu guión cinematográfico debe difundir el amor, Tu salón de belleza debe difundir el amor.
Tu oficina debe difundir el amor Tu vida debe difundir el amor.
La clave del éxito en tu carrera es darte cuenta de que no es algo aparte del resto de tu vida, sino más bien una extensión de tu yo más básico. Y tu yo más básico es el amor. Saber quién eres y por qué has venido aquí -que eres un hijo de Dios y has venido aquí para sanar y que te sanen- es más importante que saber qué quieres hacer. Lo que quieres hacer no es lo importante.
Lo importante es que te preguntes: «Cuando hago cualquier cosa, ¿cómo debo hacerla?». Y la respuesta es: «Con bondad».
La gente no asocia normalmente el trabajo o los negocios con la bondad, porque son actividades que han llegado a ser consideradas como meros instrumentos para hacer dinero. Los obradores de milagros no trabajan solamente para hacer dinero, sino también para inyectar amor en el mundo.
A cada uno de nosotros le toca desempeñar un papel determinado en el «plan de Dios para la salvación». Es tarea del Espíritu Santo revelarnos nuestra función y ayudarnos a llevarla a cabo.
"El Espíritu Santo nos pregunta si sería razonable suponer que Él nos asigne una tarea y después no nos proporcione los medios para cumplirla." Una vez más, no decidimos por nuestra propia cuenta qué papel hemos de desempeñar en la vida, sino que pedimos que nos sea revelado dónde quiere Él que vayamos y qué quiere que hagamos. Le entregamos nuestra carrera profesional.
Durante la segunda guerra mundial, los generales aliados controlaban todos los movimientos de las tropas desde un cuartel general desde el cual se emitían las órdenes. Los comandantes de los diversos frentes no sabían necesariamente de qué manera se adecuaban sus movimientos a la totalidad del plan militar:
Sólo sabían que se adecuaban, porque sabían que había una «inteligencia» general respaldando sus órdenes.
Lo mismo pasa con nosotros. Quizá no sepamos cómo o dónde estarían mejor aprovechados nuestros talentos, pero el Espíritu Santo sí lo sabe. Un curso de milagros nos enseña "a evitar los planes que nosotros mismos ideamos y a someter, en cambio, nuestros planes a Dios". Algunas personas me han dicho:
«Pero me da miedo dejar mi carrera en manos de Dios.
Yo soy músico... ¿Y si Él quisiera que fuese contable?». Y yo les respondo que por qué habría de ser así. ¿No querrá Él, más bien, que ese trabajo lo haga alguien que entienda de números?
Si tienes talento para la música, ese talento es de Dios. Si algo hace que tu corazón cante, esa es la manera que Dios tiene de decirte cuál es la contribución que espera de ti. Compartir nuestros dones es lo que nos hace felices.
Cuando somos felices somos más poderosos, y el poder de Dios se manifiesta mejor sobre la tierra. Un curso de milagros dice que «el único placer verdadero proviene de hacer la voluntad de Dios».
Lo esencial para la salvación, en cualquier ámbito, es un cambio en nuestro sentimiento de finalidad. Las relaciones, la profesión, el cuerpo, todos estos ámbitos de la vida renacen en el espíritu cuando los consagramos a los fines de Dios, pidiendo que sean usados como instrumentos para sanar al mundo.
Ese cambio es un milagro, y como siempre, lo pedimos conscientemente.
«Dios amado, te ruego que des a mi vida un sentimiento de finalidad. Úsame como instrumento de tu paz. Usa mis talentos y capacidades para difundir el amor. Te consagro mi trabajo. Ayúdame a recordar que mi verdadera misión es devolver la salud al mundo mediante el amor. Muchas gracias. Amén.»
LA VOLUNTAD DE DIOS
«¿Adónde quieres que vaya? ¿Qué quieres que haga? ¿Qué quieres que diga, y a quién?» La gente cree que no se puede servir a Dios y ser feliz al mismo tiempo. Como la jerarquía de algunas religiones ha presentado la vía espiritual como una vida de sacrificio y austeridad, a muchas personas les resulta difícil imaginarse que una vida en estrecho contacto con Dios sea una vida llena de júbilo. Un curso de milagros dice que "el único placer verdadero proviene de hacer la voluntad de Dios". Dios no exige sacrificios.
La vida sacrificada es la que llevamos antes de encontrar un sentimiento superior de identidad y de finalidad: sacrificamos el recuerdo de lo magníficos que en realidad somos y el importante trabajo que hemos venido a hacer aquí. Y eso es mucho sacrificio, porque cuando no podemos recordar por qué vamos a alguna parte, nos cuesta mucho rendir al máximo cuando llegamos allí.
El amor da energía y dirección. Es el combustible espiritual. Cualquier profesión, cuando se la consagra al Espíritu Santo, se puede usar como parte del plan de restauración del mundo.
Ningún trabajo es demasiado grande ni demasiado pequeño para que Dios se sirva de él. Tú, yo y todo el mundo llevamos dentro el poder ilimitado del universo.
No es algo de lo que hayamos de enorgullecernos personalmente, ni por lo que hayamos de sentirnos culpables.
Nuestro verdadero poder emana de una fuerza que está en nosotros pero no nos pertenece. «Sé humilde ante Dios -dice el Curso- y sin embargo, grande en Él.» Recuerda esto para mantenerte en conexión con tu inocencia y que el poder siga manando a través de ti. Olvídalo, y el grifo podría cerrarse en cualquier momento.
Deja de bendecir al universo, y parecerá que el universo deja de bendecirte. Sea cual fuere tu actividad, limítate a pedir que sirva para bendecir al mundo. Recuerdo haberme quejado un día a mi amiga June de lo desdichada que era, y su respuesta fue: «Marianne, no quiero ser dura contigo, pero, ¿alguna vez haces algo por alguien?». Su comentario me cayó como un jarro de agua fría, y en aquel momento apenas hice nada al respecto.
Sin embargo, varios años después, cuando ya había pasado mi período de profunda depresión, el sufrimiento de los demás se convirtió para mí en algo mucho más importante.
Se me partía el corazón por las personas que sufrían aunque sólo fuera una parte de lo que yo había sufrido, y nacía en mí el deseo de ayudarlas. Entonces me pareció que Dios me decía: «La gente sufre profundamente, y toda tu vida has estado rodeada de personas que sufrían. Pero no te dabas cuenta.
Ibas de compras». Yo, como muchas personas, solía preocuparme por lo que se esperaba que hiciera con mi vida. Era como si nunca pudiera perseverar mucho tiempo en nada, ni ganar dinero ni encontrar ninguna verdadera satisfacción en mi trabajo.
Me sentía paralizada. Recuerdo haber pedido una vez a Dios que me revelara lo que Él quería que yo supiera para poder cambiar.
Me arrodillé y me concentré hasta alcanzar un elevado estado de meditación. Vi imágenes de un cielo glorioso y de un grupo de ángeles que desfilaban entre las nubes para traerme Su respuesta. Un par de querubines empezaron a desenrollar un pergamino.
El corazón se me aceleró mientras esperaba el mensaje de Dios, que indudablemente sería de suma importancia. Muy despacio, las letras empezaron a formar palabras: «Marianne, eres una mocosa malcriada». Me quedé paralizada porque había perdido el contacto con un recuerdo de mi alma: la razón por la que vine a la tierra. Decirme que era una mocosa malcriada era la información perfecta, la llave para abrir la cerradura que inmovilizaba mis energías. El problema era mi egoísmo. Como aquellos actores que se han pasado tanto tiempo aprendiendo a actuar que no aprendieron a vivir, y entonces terminan por ser unos malísimos actores porque en última instancia no tienen nada auténtico que revelar de la vida, a veces perdemos nuestro poder personal al olvidar por qué lo tenemos.
Estudiamos cómo triunfar en los negocios, sin detenernos a pensar por qué nos dedicamos a los negocios, como no sea para hacer dinero. Este no es un camino espiritualmente poderoso, y el universo lo tolerará cada vez menos a medida que avance la década de los noventa.

EL PODER PERSONAL
«Todo poder es de Dios.» No le pidas a Dios que te conceda una brillante carrera profesional, sino más bien que te enseñe el brillo que hay dentro de ti. El reconocimiento de nuestro brillo es lo que lo libera y nos permite expresarlo.
Hasta que no hemos experimentado una conmoción interior, no se producen efectos externos estables e importantes.
Una vez que la experimentamos, los efectos externos inevitablemente se hacen notar.
Todos podemos experimentar una conmoción interior; más aún, estamos codificados para vivirla. Es nuestro potencial de grandeza. Nuestros logros no provienen de lo que hacemos, sino de quiénes somos. Nuestro poder terrenal es el resultado de nuestro poder personal. Nuestra carrera profesional es una extensión de nuestra personalidad.
La palabra «carisma» fue originariamente un término religioso. Significa «del espíritu». Carisma es el poder de llevar a cabo las tareas de la tierra desde un ámbito interior invisible, y es el derecho y la función natural del Hijo de Dios.
Las nuevas fronteras son internas. La verdadera expansión está siempre dentro de nosotros.
En vez de expandir nuestra capacidad o nuestra disposición para salir y conseguir algo, expandamos nuestra capacidad de recibir lo que ya está aquí para nosotros.
Un curso de milagros analiza un concepto cristiano tradicional llamado «los dones del Espíritu Santo»: cuando consagramos nuestra vida al Espíritu Santo para que la ponga al servicio de Sus fines, dentro de nosotros emergen nuevos talentos. No empezamos por organizar nuestra vida para después consagrársela a Dios, sino que más bien Le consagramos la vida y entonces las cosas empiezan a organizarse.
Cuando abrimos el corazón, nuestros talentos y nuestros dones florecen. Muchas personas me dicen que cuando hayan tenido éxito y hayan ganado muchísimo dinero se valdrán de ello para ayudar al mundo.
Pero eso es un aplazamiento mediante el cual el ego intenta evitar que nos mostremos plenamente en nuestra vida.
Aunque consideremos que todavía no hemos tenido éxito, podemos consagrar ahora nuestro trabajo para que sea usado al servicio de la sanación del mundo, y nuestra carrera profesional arrancará desde ese punto de poder. No importa lo que hagamos, podemos hacer de ello nuestro ministerio. No importa qué forma asuma nuestro trabajo o nuestra actividad, el contenido es el mismo que el de todos los demás: estamos aquí para ayudar a los corazones humanos.
Cuando hablamos con alguien o vemos a alguien, e incluso cuando pensamos en alguien, tenemos la oportunidad de aportar más amor al universo. Desde una camarera hasta el director de un estudio de cine, desde un ascensorista hasta el presidente de una nación, no hay nadie cuyo trabajo no sea importante para Dios.
Cuando sabes esto, cuando vives plenamente lo que significa tener la oportunidad de sanar, alcanzas una energía que te impulsa hacia adelante en los afanes mundanos. El amor te hace más atrayente. Eso significa que atraes como un imán. Y no atraes simplemente a la gente, sino también circunstancias que vuelven a reflejar sobre ti el poder de tu devoción.
Tu poder personal no se va a revelar en algún momento futuro.
Eres una persona poderosa en cualquier momento que decidas serlo. La opción de ser un instrumento del amor, aquí mismo, ahora mismo, es, un poder personal que ya posees.
Un curso de milagros nos dice que todos los hijos de Dios tienen poder y sin embargo ninguno tiene un poder «especial».
"Todos somos especiales", y al mismo tiempo, nadie es especial. Nadie tiene más potencial que ninguna otra persona para irradiar el amor y la luz de Dios. Muchas de nuestras ideas tradicionales sobre el éxito se basan en que nos hemos convencido de que somos especiales y de que tenemos algo especial para ofrecer.
La verdad es que ninguno de nosotros es especial, porque si lo fuéramos seríamos diferentes de los demás y estaríamos separados de ellos. La unidad de Cristo hace que esto sea imposible.
Por consiguiente, la creencia en que hay «seres especiales» es un engaño y por eso engendra miedo. Lo que hicieron Beethoven, Shakespeare o Picasso no es tanto «crear» nada como haber tenido acceso a ese lugar dentro de sí mismos a partir del cual pudieron «expresar» lo que Dios ha creado. Su genialidad, pues, en realidad radicaba en la expresión y no en la creación.
Por eso el gran arte nos conmueve con el impacto del reconocimiento, y deseamos haber sido nosotros quienes hubiéramos expresado eso. El alma se estremece al evocar lo que todos ya conocemos.
El Curso dice que "un día todo el mundo compartirá los dones de Dios por igual". Todos tenemos el potencial de la grandeza, pero nos lo arrancan precozmente. El miedo se inicia cuando alguien nos dice que hay un primero, un segundo y un tercer premio; que algunos esfuerzos merecen un «sobresaliente» y otros apenas un «regular». Pasado un tiempo, una parte de nosotros ya no se anima siquiera a intentar hacer ciertas cosas.
Lo único que tenemos para dar al mundo es lo que nosotros mismos vemos en él, y el ego dice que eso no es suficiente.
Nos induce a ocultar nuestra sencilla verdad y a intentar inventar otra mejor. Pero al hacerlo no nos protege, aunque finja que lo hace, como siempre. No nos evita pasar por tontos, sino que nos impide tener la experiencia de ser realmente nosotros, privándonos de la brillantez de expresarlo y de la alegría que esa expresión nos traería, a nosotros y a los demás.
Me encanta el cuento de la niña que le mostró a su maestra un dibujo de una vaca de color púrpura. -Tesoro, yo nunca he visto una vaca de color púrpura -le dijo la maestra. -¿Ah, no? ¡Qué pena! -contestó la niña. No podemos fingir la autenticidad. Creemos que necesitamos ser nuestros propios creadores, y nos pasamos la vida superponiendo remiendos a nuestra personalidad, porque tratamos de ser especiales, no reales. Patéticamente intentamos adaptarnos a los demás, hacer lo mismo que ellos.
Un tulipán no se esfuerza por impresionar a nadie.
No pugna por ser diferente de una rosa, ni lo necesita.
Ya es diferente. Y en el jardín hay lugar para todas las flores.
Tú no tuviste que esforzarte por hacer que tu cara fuera diferente de las de todos los demás. Es así. Eres un ser único, porque fuiste creado de esa manera. Fíjate en los niños pequeños. Todos son diferentes, sin proponérselo.
Y mientras sean ellos mismos, sin darse cuenta de que lo son, inevitablemente resplandecerán. Sólo más adelante, cuando se les enseñe a competir, a esforzarse por ser mejores que los demás, se desvirtuará su luz natural.
La luz natural de Dios que todos llevamos dentro es lo que el Curso llama nuestra grandeza.
Los esfuerzos del ego por embellecer nuestro estado natural son lo que el Curso llama grandiosidad. «Es fácil distinguir la grandeza de la grandiosidad -dice el Curso-, porque el amor puede ser correspondido, pero el orgullo no.»
El ego interfiere en la clara expresión de nuestro poder intentando hacer que lo realcemos. Ese intento es en realidad una trampa mediante la cual entorpece nuestra capacidad de expresar cómo somos en realidad y de aceptar el pleno reconocimiento de los demás.
Insisto una vez más en que el objetivo del ego es la separación. 
Hace tiempo, me paseaba continuamente por una montaña rusa emocional, sintiendo a veces que era mejor que los demás y otras que era peor. «Soy mejor, no, no soy tan buena, soy mejor, no, no soy tan buena.» Ambas afirmaciones constituyen el mismo error.
La verdad es que todos somos iguales. Reconocerlo -reconocer que no somos mejores ni peores que nadie porque esencialmente todos somos iguales- es una idea que sólo nos parece deslucida mientras no entendemos del todo a qué clase de club pertenecemos.
La humanidad es un grupo de criaturas infinitamente poderosas. "Nuestro poder, sin embargo, está en nosotros pero no es nuestro." Es el espíritu de Dios inherente en nosotros lo que nos ilumina y nos vivifica. Librados a nosotros mismos, en realidad no somos gran cosa. Esta idea me ha ayudado en mi trabajo.
Subo a una tarima, y a veces hablo para más de mil personas.
No puedo imaginarme sometida a la presión de convencerme a mí misma de que tengo algo especial que ofrecer. Ni lo intento.
No tengo que impresionar a nadie, y como esto es lo que pienso, no me queda otra cosa por hacer que relajarme. Subo a la tarima sin sentir la necesidad de hacer que la gente piense que soy alguien especial, porque sé que no lo soy. Lo único que hago es hablar con amigos, despreocupadamente y con entusiasmo, eso es todo.
No hay nada más. Todo lo demás no son más que espejismos.

El Hijo de Dios no tiene necesidad de adornos. Nos tienta pensar que impresionamos más si presumimos, y no es cierto, en absoluto; cuando lo hacemos, somos más bien patéticos. «La grandiosidad es siempre un disfraz de la desesperación.» La luz de Cristo brilla más en nosotros cuando nos relajamos y la dejamos manar, permitiendo que su resplandor borre nuestros delirios de grandeza.
Pero tenemos miedo de quitarnos la máscara.
Y no es que inconscientemente nos estemos defendiendo de nuestra pequeñez. En realidad, lo que hace nuestro ego es defenderse de Dios. Tal como interpreto el Curso, "lo que más miedo nos da no es ser incapaces. Lo que más miedo nos da es ser poderosos más allá de toda medida. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que más nos asusta". «¿Quién soy yo para ser una persona brillante, hermosa, dotada, fabulosa?» En realidad, ¿quién eres para no serlo? Eres un hijo de Dios, y si juegas a empequeñecerte, con eso no sirves al mundo.
Encogerte para que los que te rodean no se sientan inseguros no tiene nada de iluminado. Todos estamos hechos para brillar, como brillan los niños. Nacimos para poner de manifiesto la gloria de Dios, que está dentro de nosotros. No sólo en algunos, sino en todos nosotros.
Y si dejamos brillar nuestra propia luz, inconscientemente daremos permiso a los demás para hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, nuestra presencia automáticamente liberará a los demás. Un obrador de milagros es un artista del alma.
No hay arte más elevado que el de vivir una vida bondadosa.
Un artista informa al mundo de lo que hay por detrás de las máscaras que usamos. Todos estamos aquí para hacer eso mismo. La razón de que tantas personas estén obsesionadas por llegar a ser estrellas es que todavía no lo son en su propia vida.
Los reflectores cósmicos no están enfocados sobre ti, sino que irradian desde tu interior. Yo solía tener la sensación de estar esperando que alguien me descubriera, que alguien fuera mi «productor». Finalmente me di cuenta de que la persona a quien estaba esperando era yo misma. Si esperamos que el mundo nos dé permiso para brillar, jamás lo recibiremos.
El ego no nos da ese permiso. Sólo lo concede Dios, y ya lo ha hecho. 
Él te ha enviado aquí como su representante personal y te pide que canalices Su amor hacia el mundo. ¿Todavía esperas un trabajo más importante? Pues no lo hay.
Existe un plan para cada uno de nosotros, y cada uno de nosotros es un ser valioso. A medida que abrimos más nuestro corazón, se va moviendo en la dirección en que se espera que vayamos.
Nuestros dones nos brotan desde nuestro interior, y se extienden por sí solos. Logramos las cosas sin esfuerzo. ¿Cómo podía no haber pintado Leonardo da Vinci? ¿Cómo podía Shakespeare no haber escrito? En las Cartas a un joven poeta, Rilke dice a un escritor novel que escriba solamente si tiene que hacerlo.
Hemos de hacer lo que para nosotros es profundamente imperativo, psicológica y emocionalmente. Ese es nuestro punto de poder, la fuente de nuestro resplandor. La motivación de nuestro poder no es racional ni voluntaria. Es un don divino, un acto de gracia.

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