domingo, 6 de noviembre de 2016

Libro Contando con tu Alma (Eric Rolf) Capitulo-7



MENTE-Capitulo 7 (NUMERO 7)
El 7, 8 y 9 forman el último triángulo, el del desapego y simbolizan el tránsito de la mente al silencio (7), del poder a la transmutación (8) y de la celebración al desapego (9) respectivamente. 
“La mente del 7 le conduce por el camino de la lógica hasta que llega al precipicio. 
El salto que debe realizar es lo que llamamos trascendencia, el paso de la razón al corazón. 
A través de ese salto puede ver el mundo como la metáfora de que Dios está en todas partes, una realidad misteriosa que va mucho más allá de la razón. 
Es entonces cuando puede regresar a la mente, ya silenciosa, un volver a casa cuando ésta se ha convertido en el mundo.” 
No es fácil renunciar a todo cuando tienes mucho. 
Parece más fácil renunciar a todo cuando no tienes nada. 
El caso es que si no lo tienes, o de alguna manera no lo has tenido, no puedes renunciar a ello. 
Si lo intentas, lo que se produce es una especie de rechazo que te apega más a ello y entonces la renuncia es sólo una justificación para explicar que no lo puedes tener. 
Los números del último triángulo son ricos, ellos pueden renunciar. Su camino pasa por renunciar o desapegarse: 
el 7 de la razón, el 8 del poder y el 9 de todo. 
En este último triángulo se amplia la visión, el 7 al Mundo, el 8 a Dios y el 9 al Vacío. 
El 7 es el primer número del triángulo y con él empieza el movimiento hacia la Nada, hacia lo menos específico y lo más amplio. 
El 7 vive el principio de ese movimiento al Vacío y eso le provoca mucho ruido mental. 
El 7 es un número con mucho misticismo: 7 días, 7 chakras, 7 colores del arco iris. 
De niños, en casa o en la escuela, oímos que somos listos y que aprendemos muy rápido. Eso hace que nos apoyemos en lo que mejor resultado nos da: la razón o la lógica. 
Nuestra mente es muy potente y una de las formas en las que se manifiesta es a través de lo que llamamos inteligencia. Seguimos el camino de la razón hasta que se acaba; trascender es el salto que debemos realizar para pasar de la razón al corazón. 
En la primera etapa de nuestra vida somos agresivos y desconfiados, porque la mente es agresiva. 
Hay quien manifiesta esa agresividad y hay quien intenta reprimirla. 
Como no hay nada que se pueda reprimir, esa agresividad reprimida se manifestará probablemente a través de problemas físicos en el cuerpo, los más comunes para este tipo de represión son los problemas dentales[10]. 
Nos gusta ganar; ese es uno de los juegos de la mente y del ego, que es muy fuerte. Muchas veces creemos que si nosotros no lo sabemos, es que no es verdad. 
Tendemos a ver al mundo como una competencia, en forma similar a como veíamos los exámenes o los “test” en la escuela. Para nosotros eran un enemigo que había que vencer, un ataque del mundo, una prueba que había que superar para sobrevivir y no una forma de aprendizaje o evaluación del sistema educativo. 
Como nuestra mente nos ha dado buenos resultados, nos hemos situado en una posición más alta con respecto a los demás, llegando a la conclusión, a veces, de que el otro no sabe nada. La vida nos suele hacer bajar de las alturas y haciendo que aprendamos algo de la caída. 
La intuición es otra de las cualidades de nuestra mente, aunque si cuando nos viene una idea o una intuición nos ponemos a buscar su explicación o su parte racional, puede volverse en contra nuestro. 
Si lo intentamos explicárnoslo le damos tantas vueltas que acabamos tropezando en nuestros propios pies. 
En la primera parte de nuestra vida somos muy analíticos, nos pensamos todo demasiado y muchas veces parece que no tenemos sentimientos. 
Sí que los tenemos, lo que ocurre es que nos cuesta contactar con ellos. Nosotros queremos entender el contacto personal en lugar de vivirlo y sentirlo. 
Cuando la mente toma el control, podemos ser muy fríos. 
Eso nos hace bastante desapegados de las personas, les ponemos a una distancia. 
Si el otro es susceptible, le parecerá que le despreciamos aunque ésa no es nuestra intención. 
Es difícil que seamos dependientes de alguien y si además es el otro quien lo pretende, más difícil todavía. 
No nos gusta depender de nadie, nos creemos demasiado listos para serlo; sólo somos dependientes de nuestra mente. 
La mente va a mucha velocidad y suele llegar a conclusiones con facilidad. El problema es que creemos que sabemos lo que va a pasar y nos olvidamos que esa conclusión está basada en el pasado. 
Vamos a poder disfrutar de la vida en el momento en que confiemos en nosotros mismos lo suficiente para dejar de vivirla en función de nuestro pasado. 
Volvemos constantemente al pasado porque queremos protegernos de él. Hemos sufrido y no queremos sufrir más, por eso vigilamos el presente, para que no se repita el pasado, pero eso nos lleva irremediablemente al pasado una y otra vez. 
Cada vez que volvemos a él, le estamos dando más y más fuerza. 
Vigilamos el presente porque no confiamos suficiente en lo que nos puede traer la vida. 
La confianza se traduce aquí por una aceptación del mundo y de los acontecimientos que nos trae. Cuando vemos el mundo como algo peligroso, nos aislamos para protegernos de él. Siempre tenemos un plan, para nosotros y para los demás. Nosotros queremos que los demás sigan nuestro plan, pero no lo hacen porque ése no es su plan. 
Si además nos guardamos parte de la información, peor, porque el otro suele percibir algo raro que le frena; no somos buenos manipuladores, se nos ve venir. 
Nosotros siempre queremos tener razón. 
Nos encanta tener la razón, es una sensación de éxtasis mental. Así, establecemos con el mundo una lucha por la razón y eso nos atrae acontecimientos en los que nos preguntamos: ¿Cómo me ha podido pasar esto a mí, con todo lo que yo sé? 
La vida nos toma el pelo. Paradójicamente, el mundo para de decirnos que estamos equivocados en el momento en que paramos de insistir en que tenemos razón. 
Para que eso suceda, hay que estar en silencio, que es una de las claves de nuestro camino. 
Tenemos buenos sentimientos, pero los tenemos en forma de plan, a nosotros nos parece que es lo mismo, pero en el paso del sentimiento al plan, nos perdemos buena parte del sentimiento. Creemos que la vida se puede explicar, entonces confundimos y mezclamos mente y corazón. 
Un ejemplo es querer a alguien: “pienso que te quiero…”. Para nosotros no es sólo un “te quiero”, sino que tenemos muchas razones para querer a esa persona: 
“Te quiero por tu dulzura, por tu belleza, por tu independencia, porque eres fuerte, por tu carácter, porque me haces reír, porque eres buena persona, por esto y esto...” 
En realidad no hay razones para enamorarse de alguien, aunque si le preguntamos a la mente nos dará unas cuantas, ése es su trabajo, dar respuestas. 
Pero también si pedimos razones para no querer a alguien, también nos las dará, sigue siendo su trabajo. 
Parte de nuestro camino pasa por darnos cuenta que lo que llamamos mente es un instrumento a nuestro servicio y que la mayoría de las veces no hace falta hacerse muchas preguntas o, por lo menos, no hacer mucho caso a las respuestas. 
Somos extremistas, a veces aparentamos poco equilibrados. Esto ocurre, por una parte, porque la mente es extremista, y siempre se debate entre dos extremos, un pensamiento y su opuesto, es decir, ¿será esto…, o será lo contrario? 
Por otra parte, cuando abandonamos la mente y nos situamos en el corazón, nuestra conducta es completamente sorprendente e irracional. 
Así solemos aparentar muy racionales y, de golpe, muy emotivos y arrastrados por nuestros sentimientos. 
Esto ocurre porque tememos hacerle caso al corazón, tememos sufrir, e intentamos mantener el corazón enjaulado entre los barrotes de la mente. 
Entonces cuando el corazón logra escapar, nos comportamos de forma completamente irracional; es el baile entre extremos, uno tira de otro. 
Cuando por fin nos permitimos escuchar al corazón de una forma serena, parece que nos cambia la vida. 
Cuando nos desapegamos de la mente, podemos comprender la metáfora de que Dios está en todas partes, a través de vivir la unidad entre nosotros y el mundo; cuando dejamos de luchar, nos podemos sentir parte del mundo, de ese Todo, y darnos cuenta de cómo todo el mundo es una manifestación de ese Todo y de cómo ese Todo está también dentro de nosotros mismos. 
A través de acercarnos al mundo nos acercamos a Dios, una realidad misteriosa que va mucho más allá de las palabras. 
El concepto de Dios es una idea, algo de lo que no se puede hablar y parte de nuestro camino es darnos cuenta de que no hacen falta tantas preguntas ni explicaciones. 
DESAFÍOS 
Somos maestros en pedir y dar explicaciones; nos parece que las cosas se van a aclarar pidiéndolas y dándolas, pero no es así: cada vez se complican más hasta que parece que no tienen arreglo. 
Es la estrategia de la mente para eliminar la competencia, divide y separa hasta que se queda sola, dando vueltas sobre si misma. 
Nos hacemos muchas preguntas; intentar responderlas nos provoca todavía más preguntas. 
Creemos que en el momento en que consigamos responder todas las preguntas podremos descansar, disfrutaremos del silencio; el problema es que cada pregunta respondida crea varias nuevas. 
Si no podemos ahora dejar de hacernos preguntas, podemos al menos proponernos dejar de responderlas. 
Nuestro principal desafío es el ruido mental. 
La fuente de ese ruido es hacerle caso a la mente. 
Le hacemos caso porque tenemos miedo de que pase o que no pase lo que tememos y parece que tenemos que protegernos de eso. El problema es que donde uno lleva su atención, es lo que crece en su vida. 
No confiamos suficiente en que la vida es amistosa y que nos está apoyando todo el tiempo en nuestro camino. 
Se trata de dejarse llevar y la mente se resiste terriblemente a ello porque quiere controlar. 
Quiere saber porqué, por quién y por cuánto, y así creamos nuestra propia cárcel. Nos identificarnos con los pensamientos, les damos tanta importancia que parece que nos va la vida en ello y no es verdad. 
Esos pensamientos representan sólo dos granos de arena en una inmensa playa que todavía no hemos visto. 
La vida está en el resto de la playa, no en los dos granos. 
Para soltar esos dos granos podemos regalárselos a alguien; eso es ser rico y nosotros podemos hacerlo. 
Cuando aparece una nueva pregunta, un pensamiento, en lugar de identificarnos y reaccionar a él, podemos simplemente observarlo. 
Una forma práctica de hacerlo es no intentar responder esa pregunta. Nos encanta hacernos la víctima; esa conducta está basada en la creencia causaefecto. 
Creemos que las cosas suceden de forma lineal, es decir, que hay un motivo directo, una causa, por la que sucede un resultado, un efecto. 
Cuando hacemos algo que está bien, cuando tenemos éxito, a nuestro ego le gusta atribuirse el mérito de que él lo hizo. Cuando el resultado no nos gusta, tendemos a sentirnos víctimas y a echarle la culpa a alguien de lo sucedido. 
Hay personas que se sienten efecto y otras que se sienten causa. Las personas que se sienten efecto son víctimas y hacen de otros sus víctimas. 
Las que se sienten causa, ni se sienten víctimas ni crean víctimas. 
La vida cambia radicalmente si podemos pasar de sentirnos efecto a sentirnos causa[11]. 
Otro desafío es la tendencia a la búsqueda de información para explicar los acontecimientos de forma científica rehuyendo vivir la parte emocional de la experiencia. Eso nos convierte en intelectuales sabelotodo. 
Un intelectual es el que está interesado en conocer las reglas de todos los juegos pero que no juega ninguno. 
De forma que podemos hablar de un montón de cosas sin haberlas vivido. Debemos tener cuidado con lo que leemos porque podemos confundir lo que hemos leído o nos han contado, con haber tenido la experiencia y, en consecuencia, vivir de prestado. Es fácil caer en el juego del intelectual. Podemos saber mucho sobre las experiencias de otros y creer que eso es suficiente. No lo es. 
La vida es para vivirla, no para que nos la cuenten. 
Si queremos impresionar a alguien quizá lo logremos hablándole de todo lo que sabemos, pero si queremos decir de algo que al otro le sirva, debe ser de nuestra propia experiencia. Nos gusta estar con gente pero no confiamos demasiado en sus intenciones. 
Podemos entender a los demás, pero no somos compasivos. Consideramos importantes las “apariencias sociales”, que para nosotros es una forma de estar en el mundo y podemos ser falsos en ese campo. 
Queremos que las relaciones estén racionalmente claras, entenderlas y organizarlas en lugar de vivirlas y sentirlas. Tenemos una idea de la familia que está bien para nosotros pero quizá no para ellos. Es decir, nos gusta el sentimiento de familia pero no todo el tiempo. 
Eso no nos funciona porque la familia es continua, no a ratos. Eso nos hace aparentar una especie de frialdad o distancia hacia la familia. A veces actuamos como si estuviéramos negociando, describiendo las cosas muy a nuestra manera, barriendo siempre para casa, tanto en aspectos materiales como no materiales; el que negocia no puede enseñar todas sus cartas y, en consecuencia, no puede ser completamente honesto. La raíz de eso es que la mente es agresiva, le encanta ganar y tener razón. Nuestros razonamientos son tan buenos que nos llegamos a convencer de que teníamos “honestas” razones para actuar deshonestamente. 
La vida nos toma el pelo porque nos la tomamos en serio. Podemos ser muy serios, si nos creemos la gravedad de las circunstancias. 
Entonces le damos demasiado peso a las peores consecuencias posibles de una situación. Nuestra mente calculadora se enfoca en lo peor que puede pasar y de forma inconsciente lo está atrayendo. 
Este es un aspecto negativo relacionado con creer que la vida es una lucha y sentir que en cuanto nos descuidamos, nos engañan o traicionan. 
En esas circunstancias nos podemos volver muy apegados al dinero, como una metáfora de seriedad y realidad material. Tendemos a medir las cosas en términos económicos; sabemos que el dinero no puede comprar la felicidad, pero quizá nos pondrá en una buena posición para negociarla. 
Podemos pasar por etapas de rechazo a todo, porque lo juzgamos todo. Muchas veces nos aislamos, aunque creemos que son los otros los que nos aíslan. 
Cuando nos encontramos con lo que aparentan serias dificultades, recurrimos a un aspecto frío y desapegado de nuestro carácter, que en un instante de arrebato nos permite romper con todo de una sola vez. 
Ese desapego normalmente ocurre después de una crisis. 
Eso nos permite, con un golpe de timón, enfocarnos en otra dirección y romper con parte del pasado pesado. 
Visto ese resultado, podemos llegar a la conclusión precipitada de que es bueno ser así de fríos y continuar siéndolo. 
Para un instante puede estar bien, pero si nos quedamos en ese extremo frío podemos desconectarnos de nuestras emociones. Nuestro desafío es justo el contrario, desapegarnos de nuestra mente. 
NIÑEZ 
El niño 7 es inteligente, siempre está aprendiendo cosas y sorprende constantemente. 
Saca conclusiones y realiza deducciones con rapidez. 
Si hay que repetirle las cosas es porque no lo quiere hacer, no porque no lo haya entendido. 
Es buen estudiante, va adelantado, tiene un nivel más alto que sus compañeros de clase. Tiene una enorme agilidad mental, aunque a veces eso puede volverse en su contra. 
Si en lugar de llegar hasta un punto y actuar a partir de ahí, sigue pensando y dándole vueltas a algún tema, llega a confundirse y bloquearse. 
Tiende a ser agresivo cuando se siente atacado y también es desconfiado. Son las metáforas de la mente, que también es agresiva y desconfiada. A veces cree que le persiguen, o que están contra él. Puede ser serio y hasta pesimista. 
Eso ocurre cuando a partir de algún acontecimiento donde le ocurre algo desagradable, le da por pensar siempre en lo peor que puede pasar. Siempre quiere tener razón. 
Es muy cerrado cuando cree que la tiene. 
Es difícil hacerle cambiar de idea, porque lo ve como que le quieren quitar la razón, y no está dispuesto a entregarla sin luchar. Habrá que quitársela y el niño lo vivirá como una agresión, como si fuera por la fuerza. 
Le gusta ganar, salirse con la suya. 
Ése es también el juego de la mente y del ego. 
Tiene una relación extraña con las cosas. 
Primero las rechaza porque hay una especie de distancia entre él y la cosa. Luego, esa distancia desaparece y se queda apegado a ello. Aparece el “mío”. No tiene demasiados problemas para ir por su cuenta. 
También puede ser frío, distante y desapegado. 
Tiene la capacidad de distanciarse y poder ver las cosas desde lejos. Eso es lo que le distancia de sus sentimientos y le desapega de las personas. 
PROFESIÓN 
Cuando se les abre la intuición son geniales en aspectos de captar ideas nuevas y manifestarlas en el mundo. 
Son buenos profesores, porque al principio de su vida, a través de explorar el camino de la lógica, su mente está muy estructurada, eso es muy útil para explicar cosas abstractas o complicadas. 
Tienen facilidad para dar información de forma lógica y lineal. Una vivencia es algo global, está almacenada en su interior como un todo, y ellos sirven para explicarlo de forma fácilmente comprensible. 
Una intuición o una idea es algo que aparece de golpe como una totalidad. 
Los 7 pueden coger esa totalidad y fragmentarla de una manera lógica, para que sea comprensible al explicarla de una forma lineal. Pueden ser también buenos músicos; en la música hay mucha matemática y cuando están en el otro lado de la mente pueden seguir su intuición y entonces convertirla en música. 
Tienen facilidad para pasar del interior al exterior, de lo invisible a lo visible. 
Practicar alguna disciplina que una mente y cuerpo les va muy bien, como tai-chi, yoga o artes marciales. 
Su coeficiente de inteligencia suele ser alto, en el aspecto en el que se mide en los test. 
Pueden ser inventores, científicos, informáticos, empresarios, directivos: actúan con precisión y claridad. 
También les interesa la filosofía, la teología y tienen facilidad para escribir. 
SALUD 
Posibles problemas en lo relacionado con los extremos, cabeza y los pies. A la vez todo lo que tenga que ver con la cabeza les puede llamar la atención, como el estrés, dolores, migraña o dientes, por la agresividad reprimida. 
También todo lo relativo al sistema nervioso son “neuro-lógicos”, es difícil encontrar un 7 tranquilo. 
Pueden sufrir trastornos o perturbaciones mentales, que representarían poner la atención en uno solo de los extremos de la mente. Es una manifestación del ruido mental y se equilibra con silencio. 
También problemas de espalda, relacionados con la falta de apoyo. El no sentirse apoyado es la base de la agresividad. RELACIONES 
Los números que se relacionan mejor con el 7 son el 2, 9, 1 y el mismo 7. 
Como les encanta discutir, es uno de los pocos números que se relacionan bien entre ellos. 
El 6 ha vivido con mucho sentimiento, emoción y amor; el 7 le sigue y al principio le parece que debe desapegarse de ello y vivir los sentimientos de forma racional. 
Cuando un 6 enamora es todo corazón y sentimiento, “te quiere” y el resto sobra. 
El 7 se enamora y tiene 20 “razones” por las que te quiere. 
El 7 suele abandonar antes que le abandonen, y así manifiesta la reacción al sentirse abandonado del 6. 
El 2 y el 7 combinan muy bien, suman 9, y puede ser una relación muy enriquecedora cuando el 7 sabe dejarse llevar por el corazón. 
Con el 9 se puede sentir muy bien, apreciado y valorado. 
Con el 1 dan una combinación que suma 8 (7 + 1 = 8), una relación con poder y espacio. Tanto el 1 como el 7 tienen una parte agresiva que les puede enfrentar y también puede hacer que jueguen a manipularse uno al otro. 
RECORDAR 
Nuestro camino es… Al principio manifestamos todos los dones mentales para así poder soltarlos; es el paso del pensar al saber, de la razón al corazón, al darnos cuenta de que la mente crea los límites y las distancias entre nuestros distintos mundos y así poder eliminar las fronteras y hacernos conscientes de la Totalidad. Una clave… Es que no hace falta intentar responder las preguntas que nos hacemos.
http://elnuevodespertardelser.blogspot.com.es/

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